viernes, 17 de mayo de 2024

De los vientos de guerra

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 17 de mayo. La ciudadanía europea, escribe en Revistas de Libros el economista J.L. Oller-Ariño, quiere amigos, no enemigos, paz, no guerra, y líderes capaces, valerosos e inmunes a la sumisión. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Vientos de guerra y sumisión
J.L. OLLER-ARIÑO
08 MAY 2024 - Revista de Libros - harendt.blogspot.com

Reseña de los libros Betrachtungen zum Weltkriege (Consideraciones sobre la guerra mundial, editado por Jost Dülffer)
Theobald von Bethmann Hollweg, Berlín, Hobing, 1919; Not One Inch. America, Russia and the Making Of Post- Cold War Stalemate M. E. Sarotte, Yale University Press, 2022; y Ucrania 22. La guerra programada, Francisco Veiga, Alianza Editorial, Madrid, 2022.
En las últimas semanas, las autoridades europeas parecen haberse concertado para llevar a la conciencia de la ciudadanía el «riesgo absoluto de guerra», en expresión de la ministra de defensa española, la señora Robles. Por su parte, la señora Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, se manifiesta frecuentemente como la cabeza de las autoridades que nos advierten del peligro a los ciudadanos corrientes.
Los dirigentes occidentales y sus mensajes. Dado que Putin ha dicho públicamente que si Europa envía tropas a suelo ucraniano se puede desatar un conflicto nuclear que signifique el fin de la civilización («¿no lo entienden?», añadió), es razonable suponer que es de eso de lo que nos quieren advertir: de un conflicto nuclear con Rusia.
¿Qué esperan nuestros dirigentes de estos mensajes? Asistimos resignadamente a un despropósito que puede llevarnos a desenlaces catastróficos e irreparables. Pero, previo a todo análisis, hay que expresar un intenso sentimiento de sorpresa: nuestros dirigentes no nos relatan sus esfuerzos por conseguir un alto el fuego, una negociación y un pacto, el agotamiento de las vías para lograrlo, las veces y los caminos que lo han intentado y probado, su pérdida de esperanza de lograrlo; no, nada de eso: nos advierten a quienes nada podemos hacer, excepto votar, de su temor a una extensión del conflicto de Ucrania, solo de eso.
La primera guerra mundial tuvo su origen en la extensión a toda Europa del estallido, en julio de 1914, del envenenado conflicto entre Serbia y el gobierno del Imperio austrohúngaro. La gran mayoría de los millones de muertos que causó la generalización del conflicto a todas las grandes potencias europeas ignoraba, incluso, la ubicación geográfica de Serbia. Hoy, la mayoría de los europeos también ignoran cuántos kilómetros de frontera separan a Ucrania de Rusia. Pero lo más grave es que desconocen los orígenes del conflicto y los pasos que han dado EE. UU. y Rusia para llevarnos a esta guerra. También podría decirse que esa mayoría parece ignorar, como, probablemente, también lo hacen nuestros actuales dirigentes políticos, lo que un conflicto nuclear significaría: el fin de la civilización europea y de su población. ¿O es, quizá, que la mayoría de los europeos, aun conociendo sus consecuencias, no cree posible que ese escenario de guerra nuclear vaya a materializarse? Se diría que Putin sí parece saber las consecuencias de una guerra nuclear y no cree imposible la generalización del conflicto.
La ciudadanía europea ha desoído las advertencias de sus líderes: las bolsas han seguido subiendo, no se han registrado anuncios de ventas masivas de inmuebles y todo el mundo ha acudido a sus destinos turísticos a lo largo de las festividades de Semana Santa sin la menor indicación de preocupación por los mensajes alarmistas de las autoridades. En 1914, en realidad, solo las élites gobernantes creían en la posibilidad de un conflicto cuyo estallido estaba en sus manos. Hoy corremos un riesgo similar: que unas élites políticas tomen decisiones letales sin debates previos, ni públicos, ni parlamentarios. La política exterior rehúye, esquiva o burla en todas las democracias los controles parlamentarios. En Europa, también.
La política exterior rara vez se entiende si no se analizan las diversas capas superpuestas de motivaciones e intereses que la inspiran. Rara vez salen a la luz las más profundas y nunca son objeto de debate democrático. Al estallido de conflictos precede siempre la difusión de relatos que encubren los objetivos de los contendientes. En la era de la información, la verdad sigue siendo la primera víctima de toda guerra. El conflicto actual en Ucrania no es una excepción.
Not One Inch, publicado en 2021, de la historiadora norteamericana M. E. Sarotte, de la John Hopkins University, es un relato detallado, preciso y documentado del desencuentro, desde 1989, entre Washington y Moscú a propósito de la expansión de la OTAN. Con una minuciosidad poco usual, describe los escalones de ampliación de la OTAN hacia el este, las decisiones de los sucesivos presidentes americanos y sus escenarios, y la cada vez más firme y radical oposición de Rusia. Editado un año antes de la entrada del ejército ruso en Ucrania, es una fuente indispensable para el conocimiento del desarrollo del conflicto que la impulsó, sin justificarla, porque ni se había producido, ni se preveía entonces.
En este momento, el nivel 1 del relato encubridor de lo que realmente ha ocurrido entre Rusia y Ucrania se presenta así: habiendo Putin reconstruido la economía rusa, tras un terrible período de transformación de una economía socialista quebrada y políticamente insostenible en una más cercana al mercado, se propone reconstruir el ámbito de poder de la Unión Soviética, evitar que Ucrania ( origen histórico del Imperio ruso) forme parte de la economía europea, de la UE, y de la OTAN, y amenaza a Europa con recuperar las repúblicas bálticas, como mínimo. A Putin le mueve un propósito imperialista: he ahí la amenaza a Europa. Ante tamaños propósitos imperialistas, es imprescindible que Occidente se defienda; con EE.UU. a la cabeza y el esfuerzo político y militar potenciado de una Europa consciente de esta necesidad sobrevenida.
Este es el relato que promueven las élites de Bruselas y de EE.UU., utilizando la guerra de Ucrania para sus propios fines. Pero, ¿cuáles son estos fines?
Bruselas (digamos, la ministra española de Defensa y el presidente de Francia) repiten que Ucrania debe ganar la guerra, cuando los militares y los políticos occidentales saben que tal cosa no es posible. Pero defienden la necesidad de continuar el combate porque creen estimular así la exaltación de los valores europeos de libertad (Ucrania debe poder decidir su destino) y unión, solidaridad y cooperación europeas en un proyecto común.
El recurso a los supuestos propósitos imperialistas de Putin es, al parecer, preciso para justificar mayores presupuestos de gastos en defensa y una política de defensa común e independiente de la de EE.UU. En cuanto a EE.UU., resulta evidente que hay fuerzas interesadas en la continuación de la guerra, como quedó de manifiesto cuando, en marzo de 2022, se impidió, por mediación de Boris Johnson, que Zelenski firmara un acuerdo ya alcanzado con Rusia, comprometiendo la neutralidad de Ucrania a cambio del cese de hostilidades y la retirada de las tropas rusas. Si hoy sigue la guerra es porque la OTAN no quiso que parara. Este es un dato esencial, tanto que ha desaparecido del relato oficial.
El interés de la OTAN por continuar la guerra es tan manifiesto que está promoviendo acuerdos contractuales de asistencia a Ucrania por parte de sus miembros, individualmente y por un plazo de diez años. Asimismo, a principios de abril de 2024, la prensa ha informado de que la OTAN está estudiando la manera de comprometer la ayuda norteamericana de forma irrevocable para el caso de triunfo electoral de Trump el próximo noviembre. Es evidente que todo ello responde, no a la voluntad de encontrar una solución negociada al conflicto, sino a dos propósitos; uno, público, el de incorporar Ucrania a la OTAN; y otro, oculto. El propósito oculto es someter a Rusia a una guerra de desgaste económico y político hasta su descomposición en una pluralidad de pequeñas repúblicas, cuyos recursos naturales resulten más accesibles, y su poder político y militar, irrelevante. No porque sí, sino con el designio de evitar un posible entendimiento entre la Rusia actual y la potencia china, a la que los EE.UU. ven como su principal amenaza en un futuro no lejano.
El «imperialismo» ruso y el nacionalismo ucraniano. El relato del supuesto imperialismo ruso olvida y oculta hechos históricos que explican, no justifican, pero explican, la invasión de Ucrania. Lo que está en juego, lo que Putin describió como una «cuestión existencial» para Rusia, es que Ucrania no entre en la OTAN, completando el cerco de las fronteras europeas de Rusia. En los últimos tres decenios, se ha incumplido con total descaro la promesa formulada por la Administración norteamericana a Rusia de «no ampliar ni una pulgada la OTAN hacia el este» a cambio de la unificación de las dos Alemanias, sin condición alguna en materia militar o de defensa para Rusia.
Occidente no admite que Rusia exija una zona de protección entre sus fronteras y las bases de la OTAN. Aduce que Ucrania tiene el derecho a elegir la defensa que prefiera. Pero, un momento: ¿se le reconoció este derecho a Cuba cuando instaló misiles a 90 millas de Florida? Rusia ha sido invadida dos veces por ejércitos occidentales y exige, desde que se libró de la segunda invasión en 1945, a un coste de más de veinte millones de muertos, una zona neutral de protección. Exige la neutralidad de Ucrania, con la que tiene dos mil cien kilómetros de fronteras. ¿Es esta una exigencia imperialista?
Como queda bien explicado en el libro de Francisco Veiga, Ucrania 22. La guerra programada, publicado en 2022, la evolución política de Ucrania desde su independencia, lograda en 1991, hace ya más de tres décadas, tiene vericuetos no siempre fáciles de seguir. En realidad, el primer paso hacia la guerra de Ucrania fue el golpe de estado llamado «de Maidán», de 2014, propiciado, según diversas fuentes y muchos indicios, por EE.UU., por el que la fracción nacionalista ucraniana expulsó del Gobierno a los líderes pro rusos.
Como explica Francisco Veiga en Ucrania 22, allí conviven, entreveradas, básicamente, dos poblaciones, más identificables por razones lingüísticas que por características étnicas: la ucraniana, antirrusa, prooccidental y nacionalista; y la afín, desde luego, a Rusia y que, puede suponerse, es partidaria de los objetivos de Putin. Los dirigentes ucranianos prorrusos, en el poder en 2014, se negaron a firmar acuerdos de asociación económica con la Unión Europea. Rusia prestó 14.000 millones de dólares a Ucrania, un gesto para mantener y reforzar la vinculación con Ucrania. La reacción de la facción nacionalista, apoyada económica y políticamente por EE.UU., fue organizar los disturbios de Maidán, que culminaron en el golpe de estado y la huida de Yanukóvich, el presidente prorruso que, hay que recordarlo, había sido elegido democráticamente. Los nacionalistas, ya en el poder, manifestaron abiertamente su intención de integrarse lo antes posible en la Unión Europea y en la OTAN.
El gobierno nacionalista se apresuró a anular las leyes que reconocían el ruso como segundo idioma oficial, además de otras limitaciones a ciudadanos de etnia rusa, como el cierre de las escuelas en su lengua. Al poco se produjo un levantamiento popular en las provincias rusas del este (Donbas) que fué reprimido por el Ejército a las órdenes del nuevo gobierno nacionalista. Fue el principio de la guerra civil que causó 15.000 muertos, ya antes de la invasión, muchos de los cuales fueron civiles de las provincias del Donbás. La intervención del ejército ruso en febrero de 2022 estuvo precedida por siete años de conflicto armado.
El propósito principal de Putin es el que lleva expresando con el mayor énfasis y total claridad desde 2008: evitar la integración de Ucrania en la OTAN, cuestión «existencial», como advirtió en aquella fecha a los representantes de los gobiernos occidentales. Pero estos no tomaron nota: armaron y entrenaron al ejército nacionalista pro-OTAN desde el principio de la guerra civil en el 2015. La ocupación de Crimea, que se produjo aquel año sin violencia y con la aquiescencia de una población casi exclusivamente rusa, fue la respuesta al golpe de estado iniciado en Maidán en 2014, y su objetivo inmediato fue evitar que los EE.UU., través de Ucrania, ocuparan o controlaran la base que ha alojado desde siempre la escuadra rusa, Sebastopol.
Pero ¿es la invasión de Ucrania el primer paso de lo que estaría, supuestamente, planeando Putin, según algunos: la invasión de otros territorios de Europa occidental? La respuesta es que no parece existir una sola evidencia, verbal o escrita, que indique planes de ataque o invasión rusos a otros territorios europeos. Ucrania combate la incorporación a Rusia de cuatro de sus provincias de amplísima mayoría rusa, sublevadas contra su gobierno antirruso y «desrusificador» de las instituciones, enseñanza y cultura ucranianas, en una guerra civil en precario contra el gobierno de Kiev. Atribuir a Putin propósitos imperialistas en Europa occidental es querer ignorar y esconder la historia del conflicto civil, el golpe de estado de 2014 y el objetivo «existencial» de Rusia: que Ucrania sea un país neutral fuera de la OTAN, como lo ha sido Austria desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Aun sin planes ni propósitos imperialistas por parte de Rusia, la prolongación de la guerra aumenta exponencialmente los riesgos de su extensión. El primero y más obvio de esos riesgos resulta de una eventual participación directa de fuerzas europeas o de la OTAN ante un derrumbe del ejército o de las posiciones ucranianas, algo que el presidente Macron sugirió abiertamente hace unas semanas.
Pero hay otros riesgos menos evidentes: los objetivos ocultos de quienquiera que aspire a obtener ganancias o ventajas de la extensión de la guerra. Y hay un precedente trágico: la extensión del conflicto local de Serbia con Austria en 1914 que, en 37 días desde el asesinato del heredero de la Corona austriaca y de su esposa por un terrorista serbio bosnio, terminó enfrentando a todas las grandes potencias europeas en lo que se llamó la Gran Guerra o la Primera Guerra Mundial. Lo ocurrido en 1914, la extensión de un conflicto local hasta el enfrentamiento de la totalidad de las grandes potencias es, quizá, la mayor tragedia de la historia de la diplomacia. Aquel inmenso fracaso no debe olvidadarse. ¿Cómo explicar lo que ocurrió?
Todas y cada una de las grandes potencias vieron en el conflicto bélico entre Austria y Serbia la oportunidad de alcanzar sus propios objetivos estratégicos. Veamos: con la excusa de apoyar a sus «tutelados» serbios, Rusia imaginó la ocasión de hacerse con los Dardanelos, su vieja aspiración de acceso al Mediterráneo. Ante la movilización de Rusia, Alemania vio la oportunidad de hacer la guerra preventiva que promovía su Estado Mayor, convencido, como la cúpula de la élite civil, de la próxima e inevitable invasión rusa de Alemania. Francia, apoyando a Rusia, oficialmente en cumplimiento de sus acuerdos de defensa mutua, en realidad tenía la expectativa de una victoria que le permitiera recuperar Alsacia-Lorena, perdida ante los alemanes en 1871. Inglaterra, en manos de su ministro de Exteriores, Edward Gray, declaró la guerra a Alemania cuando las tropas alemanas pisaron suelo belga camino de París, oficialmente en defensa de su neutralidad, pero con el objetivo real de acabar con la creciente hegemonía alemana en el continente.
Así se pasó de un pequeño conflicto local a la catástrofe del siglo, que no acabaría hasta 1945. Hoy no sabemos qué intereses agazapados de unos y otros, no solamente de EE.UU,, pueden ampliar la guerra de Ucrania. Los conflictos pueden también extenderse por errores de juicio, desinformación y miedo, un motor universal de agresividad.
Bethmann Hollweg, canciller alemán entre 1909 y 1917, admitió en su ensayo póstumo, Betrachtungen zum Weltkriege (Reflexiones sobre la Guerra Mundial), que fue consciente, al comprometer su apoyo a la sanción militar de Austria a Serbia, del riesgo de extensión del conflicto a todas las grandes potencias. Sin embargo, confió en que Gran Bretaña no entraría en él y estimó, no sin base, como demostrarían los acontecimientos, que Alemania vencería a Rusia si esta decidía intervenir en favor de Serbia. La sinuosa, ambigua y, hasta el último minuto, engañosa diplomacia del ministro Grey, encubridora de sus verdaderos propósitos, tuvo un papel determinante en la toma de decisiones de las partes en conflicto.
Una escena ilustra hasta qué punto el destino de millones de personas y de grandes imperios, naciones y culturas puede depender de errores de juicio evitables, malentendidos o circunstancias inesperadas, cuando la tensión del conflicto atenaza las mentes. Durante julio de 1914, el mes en el que se cocinó la extensión del conflicto entre Serbia y Austria, Grey, factotum de la política exterior británica, dio a entender, velada y sinuosamente a Sazónov, ministro de Exteriores ruso, lo que este necesitaba oír para afianzar sus planes bélicos: que Gran Bretaña intervendría a su favor y en el de su aliado francés, en caso de conflicto. Al mismo tiempo, y con la misma astucia, hacía ver al embajador alemán en Londres su lejanía del conflicto que ocupaba a los europeos continentales, que es lo que querían escuchar el káiser y el canciller alemán. Rusia necesitaba la colaboración de Gran Bretaña y Alemania su neutralidad. Y ambas potencias diseñaron sus planes de acuerdo con estas expectativas. Sin Inglaterra, el conflicto habría tenido un carácter continental europeo, pero no mundial.
Alemania declaró la guerra a Rusia el primero de agosto de 1914, habiendo confirmado la previa movilización rusa, en la confianza, pero sin la seguridad, de la neutralidad de Gran Bretaña, Y esa tarde se produjo una escena surrealista que ilustra la fragilidad y contingencia de los mayores dramas humanos. Reunidos con el káiser, el jefe del ejército, general Falkenhayn, el jefe del Estado Mayor, general Moltke, y otras autoridades militares y civiles, se recibieron dos telegramas consecutivos del embajador alemán en Londres, informando de que Grey ofrecía la neutralidad de Inglaterra si Alemania dirigía sus fuerzas exclusivamente al Este. Eufórico por esta noticia y entusiasmado por ella, después de pedir champán para celebrarla, el káiser ordenó a Moltke que dirigiera las tropas solo al Este, a Rusia. Moltke, alteradísimo, indicó al káiser que no podía cumplir esta orden porque no era posible alterar los planes para que un millón de hombres se desplazaran hacia París y, neutralizada Francia, al frente ruso, sin provocar un descalabro. Moltke, descompuesto, y con un amago de infarto y lágrimas en los ojos, se retiró. Horas después, un nuevo telegrama del embajador Lichnowsky desmentía el contenido de los anteriores. El 4 de agosto, al día siguiente de que las tropas alemanas hubieran empezado a cruzar la frontera belga, Gran Bretaña declaraba la guerra a Alemania.
El miedo fue el motor que impulsó a las Potencias Centrales a perseguir objetivos presuntamente defensivos en un escenario amenazador, como ha ocurrido tantas veces en la historia. Pero no fue el miedo de la ciudadanía, sino el de una pequeñísima élite dirigente en las cúspides militares y civiles. El miedo es un pésimo consejero.
Rusia y EE.UU. deben negociar ya. La pasividad, hoy, de la ciudadanía europea, heredera de incontables sufrimientos provocados por la violencia guerrera, es sorprendente y asombrosa. Acepta que una élite política, que olvida que su primerísima misión es preservar la paz, anuncie riesgos de guerra por extensión de la que asola Ucrania, sin confesar su impotencia y su fracaso en encontrar e imponer, sí, imponer, una solución negociada. Y recordemos, otra vez, que, para colmo, ha aceptado sin rechistar que a las pocas semanas de la entrada de tropas rusas en Ucrania, Boris Johnson presionara con éxito a Zelenski (¿por encargo de quién?) para que renunciara a firmar un acuerdo, mediado por Turquía, por el que, a cambio de su neutralidad, las tropas rusas abandonarían Ucrania. Si continúan los combates es porque Occidente lo ha querido así.
Las proclamas democráticas de gobiernos electos, incapaces de preservar la paz, son una contradicción dramática y cruel porque la ciudadanía, por encima de todo, quiere y aspira a mantener la paz. Es del todo inaceptable que unas docenas de electos y de funcionarios decidan, contra los intereses de todos, que hay proyectos bélicos que merecen ser promovidos o prolongados. Es lo que ocurrió en julio de 1914 y lo que podría volver a ocurrir.
Hay quien sostiene que los recientes anuncios de riesgos bélicos con Rusia y la repetición incesante de la necesidad europea de mayor gasto en armamento son posicionamientos previos a una próxima negociación. ¿Para ganar qué? Ni Crimea, ni las cuatro provincias rusófilas van a ser devueltas. Occidente habrá de aceptar que la paz y la completa retirada de las tropas rusas requerirán la formalización de la neutralidad de Ucrania. Una paz que es imperativo pactar de inmediato, sin mayor dilación, para evitar mayores bajas y, cada día, agravados riesgos.
Los políticos, incapaces de negociar la paz, deben ser sustituidos con urgencia mediante el voto, la palabra y la acción. Las elecciones al Parlamento Europeo del próximo mes de junio debieran ser aprovechadas para excluir a todo candidato renuente a la pacificación por negociación, a todo candidato belicista por acción o por omisión. La ciudadanía europea quiere amigos, no enemigos, paz, no guerra, y líderes capaces, valerosos e inmunes a la sumisión. J.L. Oller-Ariño es economista. 























[ARCHIVO DEL BLOG] La Hispanic Society of America. [Publicada el 19/05/2017]









El Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2017 ha recaído en la Hispanic Society of America (HSA), una reconocidísima entidad cultural dedicada al estudio de las artes y la cultura de España, Hispanoamérica y Portugal con sede en Nueva York. El jurado ha elegido entre 19 candidaturas de nueve países que optan al galardón, entre las que también se encontraban la del exsecretario general de la ONU Ban Ki-Moon y el líder de U2, Bono.
La HSA es una organización privada fundada el 18 de mayo de 1904 en la ciudad de Nueva York por Archer Milton Huntington (1870-1955), inspirado por sus visitas al British Museum de Londres y al Louvre de París a finales del siglo XIX. Nació con el objetivo de establecer un museo, una biblioteca y una institución educativa de acceso público y gratuito destinados a avanzar en el estudio de la lengua, la literatura y la historia de España y Portugal, así como de los países en los que el español y el portugués fueron o seguían siendo hablados. Se abrió al público en 1908.
Entre 2017 y 2019 ha cerrado sus puertas para remodelar sus instalaciones. Esta situación ha permitido que El Museo del Prado haya inaugurado este 4 de abril una muestra titulada Visiones del mundo hispánico. Tesoros de la Hispanic Society of America, en la que se podrán admirar hasta el próximo 10 de septiembre más de 200 obras provenientes de la HSA y que abarcan más de 4.000 años de historia.
El museo de la Hispanic Society alberga más de 23.000 ejemplares únicos, entre los que hay cuadros, esculturas, piezas de cerámica, textil o muebles, que abarcan desde el Paleolítico hasta el siglo XX. La colección pictórica alberga obras como el retrato de La Duquesa de Alba de Goya, el El cardenal Camillo Astalli, de Velázquez, La Piedad, de El Greco, e incluso una sala con grandes murales pintados por Joaquín Sorolla.
La candidatura de la Hispanic Society ha sido propuesta por Ramón Gil-Casares, embajador de España en Estados Unidos. Ha sido apoyada, entre otros, por sir John Elliott, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 1996; Carlos Andradas, rector de la Universidad Complutense, y Mark Thompson, presidente de The New York Times Group, según ha informado la organización en un comunicado.
Los Premios Princesa de Asturias están destinados, según los Estatutos de la Fundación, a galardonar "la labor científica, técnica, cultural, social y humanitaria realizada por personas, instituciones, grupo de personas o de instituciones en el ámbito internacional". El pasado año obtuvo el galardón la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el Acuerdo de París y, en años anteriores, Wikipedia; la Fundación Fulbright; la sociedad Max Planck; la Cruz Roja y de la Media Luna Roja; Al Gore; la Fundación Bill y Melinda Gates; Isaac Rabin y Yasir Arafat; Frederick De Klerk y Nelson Mandela.
En esta XXXVII edición de los Premios Princesa se han concedido ya el de las Artes, que recayó en el creador sudafricano William Kentridge, y el de Comunicación y Humanidades, que recayó en el grupo argentino Les Luthiers. El acto de entrega de los Premios Princesa de Asturias se celebrará, como es tradicional, en octubre en el Teatro Campoamor de Oviedo, en una solemne ceremonia presidida por los reyes. Cada Premio Princesa de Asturias está dotado con la reproducción de una escultura de Joan Miró —símbolo representativo del galardón—, la cantidad en metálico de 50.000 euros, un diploma y una insignia. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











jueves, 16 de mayo de 2024

De las guerras

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 16 de mayo. La aventura de escribir La Guerra Infinita con Jorge Carrasco, escribe en Revista de Libros el psiquiatra Adolf Tobeña, fue una espléndida oportunidad para contrastar ideas, en el sinfín de debates que mantuvimos y que continúan a día de hoy. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Nuevas viejas guerras: arietes psicobiológicos
ADOLF TOBEÑA 
08 MAY 2024 - Revista de Libros - harendt.blogspot.com

Reseña del libro La Guerra Infinita: de las luchas tribales a las contiendas globales
Adolf Tobeña y Jorge Carrasco. Barcelona, Plataforma Editorial, 2023
La guerra ha vuelto. Las contiendas a gran escala han regresado a escenarios cercanos, con su siniestra estela de letalidad y devastación. Las regiones limítrofes entre Ucrania y Rusia son un vasto escenario de combates que se mantienen activos desde principios de 2022; y el bárbaro recrudecimiento del litigio entre Israel y Hamás, en Gaza, desde otoño de 2023, no solo lleva visos de conducir a la destrucción de ese enclave palestino, sino que ha situado el avispero de Oriente Medio al borde de un conflicto general.
El repunte de esos enfrentamientos militares cogió a la ciudadanía occidental por sorpresa y aunque la reacción inicial combinó la estupefacción y el espanto, con el transcurso de las semanas y los meses fue abriéndose paso la constatación de que se trataba de conflictos muy graves pero regionales y acotados. Es decir, se pasó en poco tiempo de la alarma por el posible contagio de esos estallidos a la convivencia con masacres en rincones de la vecindad, que no consiguen alterar los hábitos y ritmos de vida de la gente instalada en lugares más confortables y apacibles.
No obstante, la guerra volvió a percutir bastante cerca y eso no puede eludirse del todo1 . De ahí la profusión de análisis e interpretaciones más o menos certeras que han ido punteando el aciago discurrir de aquellas hostilidades2. Junto a las descripciones de los antecedentes históricos inmediatos o lejanos, y las dedicadas a la relevancia estratégica de esas colisiones en el tablero regional o el mundial, han reverdecido las grandes preguntas sobre la guerra. Han reaparecido los antiguos y jamás resueltos interrogantes sobre los porqués esenciales de la tendencia humana a reiterar los enfrentamientos letales3.
1. La guerra infinita: vectores primordiales
En La Guerra Infinita: de las luchas tribales a las contiendas globales, se abordan esas desafiantes cuestiones mediante una incursión por las raíces psicobiológicas que alimentan la propensión humana a guerrear4. Es decir, los inductores primordiales de la aparición de coaliciones combativas que suelen enzarzarse en contiendas letales5. En este apartado se resumen los vectores que forman la trama básica de ese ensayo, aunque cabe reseñar, de entrada, que en el esquema de partida (basado en los guiones de Jorge Carrasco para un documental televisivo sobre el asunto), no había referencia alguna al conflicto ucraniano y tan solo breves menciones al palestino. El objetivo era generalista y el estallido de ambas guerras nos pilló desprevenidos y con el proyecto en marcha.
1.1. Guerras animales
Los humanos no inventaron la guerra. Tan solo la han ido sofisticando hasta extremos formidables, tanto en las tipologías del armamento ofensivo y defensivo como en los sistemas de vigilancia y las exigencias de especialización técnica y desempeño profesional en la milicia6. Pero las contiendas entre coaliciones rivales de la misma especie que pueden llegar al exterminio del bando perdedor se han ido documentado, con precisión, en diferentes estirpes animales, desde los insectos hasta los mamíferos. En nuestra línea más directa, los primates y grandes simios, las campañas genocidas de los chimpancés en sus refriegas territoriales con grupos vecinos cuentan con registros detallados, en varios hábitats africanos, hasta el punto de formar parte de las rutinas de su modo de vida ordinario. Sus primos hermanos, los bonobos, no muestran una belicosidad tan acentuada en las relaciones intervecinales y sobresalen por las aptitudes de convivencia afable y amistosa, pero también saben montar alianzas agonísticas durante las disensiones7.
Todos los datos de la biología comportamental indican que la guerra es una estrategia habitual en la naturaleza para un buen puñado de especies8. No es un invento humano propiciado por nuestras habilidades para fabricar armas, por nuestra codicia o ambición, o por las abusivas disparidades económicas, jerárquicas o de reparto de poder9.
1.2. Competición intergrupal
El requerimiento imprescindible para que haya guerra es la competición entre grupos. No hay contiendas, ni colisiones, ni litigios sin ella. Pero ese tipo de competición no falta nunca porque, junto a las propensiones egoístas o individualistas, los humanos acarrean unos sesgos prosociales igualmente acusados de modo que saben fijar alianzas con una gran facilidad y versatilidad. Y una vez se ponen en marcha esas coaliciones con objetivos diversos (exploración aventurera, captura de presas, recolección de nutrientes, construcción de utensilios, abrigos o cercas protectoras), se puede entrar en disensiones con grupos vecinos amenazantes y ahí suele prender la llama del conflicto. Así funcionaron, al parecer, las bandas y clanes primitivos durante decenas y decenas de milenios a lo largo de la trayectoria ancestral de nuestra estirpe10.
En las sociedades estratificadas y complejas la gran mayoría de los litigios derivados de la incesante competición intergrupal se resuelven acudiendo a todo tipo de instituciones mediadoras, aunque la amenaza de enzarzarse en combates abiertos suele guardarse en la recámara. Los bienes en disputa son siempre los mismos: territorio, recursos altamente codiciados o primacía debidamente reconocida11. Ahora bien, como la lucha física implica riesgos notorios, se necesitan resortes para mantener la cohesión interna en los grupos combativos. Hay que asegurar lealtades y compromisos para prevenir las deserciones. De ahí la firmeza de las normas inductoras de cooperación «fraternal», junto a las sanciones o puniciones para disuadir las negligencias o las traiciones. En todos los clanes, las bandas o los cárteles que operan en contextos y nichos muy distintos surgen ese tipo de «compromisos innegociables» que obedecen a la necesidad de garantizar la cohesión interna durante los enfrentamientos12.  
1.3. Agresividad ofensiva
La ambición conquistadora, el apetito de victoria, es otro requerimiento ineludible. Para que dé frutos debe combinar aptitudes para el ataque, con las imprescindibles salvaguardas defensivas. Aunque haya grupos que se especializan en tácticas eminentemente defensivas y les va muy bien con ellas, no se renuncia jamás a los ataques preventivos en forma de emboscadas letales o escaramuzas dañinas que sirvan de aviso para anunciar los riesgos que entraña la colisión directa13.
Los humanos se distinguen sobremanera de sus parientes animales más cercanos por la facilidad y versatilidad de la agresividad proactiva, instrumental u ofensiva en coalición. Es decir: saben actuar como atacantes hábiles, decididos y temibles. Pueden combinar, eso sí, una notoria docilidad y tolerancia ante todo tipo de irritaciones y molestias en las situaciones cotidianas, con la disposición acentuada para la agresividad operativa (atacante, apetitiva) y las represalias vengativas14.
Algunos individuos descubren pronto los ingredientes euforizantes del combate y el deleite asociado a la subyugación victoriosa y la destrucción de bienes ajenos. De ahí los contingentes de voluntarios y mercenarios que siempre aparecen para enrolarse en las contiendas que caen cerca. Son individuos que tienen aptitudes para la brega, la confrontación y la resistencia física extrema, y que saben entrenarlas y optimizarlas con tesón. Algunos de ellos descubren que el máximo gozo vital que cabe disfrutar se experimenta en las luchas descarnadas, cuerpo a cuerpo, o en las incursiones sigilosas y destructivas que conllevan máximo riesgo. Los mecanismos neurales y hormonales que favorecen la eclosión de esos atributos temperamentales han comenzado a mapearse en detalle15.
1.4. Mentalidad tribal
Los niños de corta edad fijan fronteras grupales con una facilidad pasmosa. Sin entrenamiento previo de ningún tipo adoptan lindes, de inmediato, para distinguir entre «amigos» y «enemigos», entre «los míos» y «los otros», aunque la separación provenga de distinciones totalmente arbitrarias. Mediante «marcas neutras» asignadas de modo aleatorio para separar, en dos bandos, a un conjunto de chavales desconocidos entre sí, tal alineación distintiva pone en marcha unos sesgos de adscripción automática dentro de los corros donde se ha ido a parar, de modo que «los propios» devienen «virtuosos» en toda suerte de atributos y «los otros» se convierten en contrincantes molestos o «indeseables» incluso16.
Es importante que ese sesgo primado para el «favoritismo intragrupal» (chovinismo, gremialismo o etnocentrismo son denominaciones alternativas), constatado en multitud de situaciones y en toda suerte de culturas17, surja en edades muy tiernas18. Indica que la propensión de base hacia el alineamiento inmediato con «los propios», sean estos quienes fueren, es potente y prefigura el surgimiento de las tendencias tribales, en jóvenes y en adultos, cuando las marcas de separación son relevantes (familia, habla, color de la piel, indumentarias y pigmentaciones diferenciadoras, cánticos y enseñas grupales reconocibles).  
Esa tendencia biológicamente prefigurada para erigir fronteras cognitivas y afectivas entre «nosotros» y «ellos» es el nutriente esencial del «tribalismo» coaligado y belicoso. Constituye la cimentación necesaria para que fenómenos como el sectarismo, el fundamentalismo o los faccionalismos cainitas cundan y exalten los ánimos agonísticos. Ese mismo proceso de sesgado progrupal acentuado facilita que los que quedan al otro lado de la frontera, los nuevos o añejos adversarios, pasen a ser aborrecidos, odiados y despreciados. Y más aún cuando las diferencias se enconan y fanatizan: los contrincantes devienen enemigos y son deshumanizados convirtiéndose en alimañas a exterminar19.
1.5. Moralidad «tribal»
El ímpetu dinamizador en las contiendas propicia, al tiempo que delimita, el encendido de los resortes morales que sellan los nexos de cohesión «fraternal» en el interior de cada grupo o comunidad. Las normas morales de no dañar al prójimo ni perjudicar sus bienes o intereses, las de prestar ayuda y socorrer en caso de necesidad, las de cuidar de los desfavorecidos y desvalidos, las de colaborar en los esfuerzos conjuntos y las que promueven actitudes favorables a la equidad, la lealtad y el respeto a las reglas básicas de convivencia, pueden ser obviadas más allá de la frontera grupal. Esas restricciones solo rigen para el propio bando. Con los enemigos, en cambio, todo vale: cualquier transgresión está permitida20.
La guerra requiere, a menudo, que se dé una exaltación de las tendencias prosociales o morales hacia los propios, por quienes puede darse el máximo esfuerzo cooperador u ofrecerse el sacrificio extremo, al tiempo que se oblitera, totalmente, cualquier contención o freno moral ante los adversarios a liquidar21. Las contiendas crean escenarios que conllevan comportamientos simultáneos de magnificación y obnubilación moral, delimitados tan solo por la frontera grupal: sacrificio, penalidades y martirio hacia el interior, junto a la devastación aniquiladora hacia el exterior. Puede funcionar así porque los resortes afectivos de la culpa, el remordimiento, la pena o la compasión ante el infausto destino de los adversarios están silenciados. Es más, puede sentirse gozo ante el daño, las penurias y los sufrimientos inflingidos a los enemigos. Esos fenómenos también cuentan con descripciones pormenorizadas de sus bases neurales, en los intrincados recodos de la circuitería y el funcionamiento del «cerebro moral»22.
1.6. Liderazgo imantador
La guerra es una empresa colectiva y requiere, siempre, dirección y coordinación. Incluso los asaltos, las redadas o las emboscadas más primarias que siguen practicando las bandas urbanas, los comandos guerrilleros o los sicarios del crimen organizado requieren estudio previo, un plan con asignación de funciones distintas y una dirección explícita23. En los grupos combativos el liderazgo se obtiene mediante la exhibición de atributos temperamentales peculiares: la determinación, el arrojo, la experiencia en lidiar con situaciones de máximo riesgo, la frialdad y la crueldad ayudan sobremanera. Pero también lo hacen la habilidad para sellar alianzas con camarillas de lugartenientes y guardaespaldas, así como las aptitudes manipuladoras y persuasoras para arrastrar a los combatientes y convencer a los soportes necesarios en la retaguardia24 .
No abundan los individuos que reúnan todas esas aptitudes a un tiempo, aunque cada generación aporta personajes con una buena carga «de fábrica», de esos rasgos cruciales. Más adelante, el aprendizaje y la competición con otros candidatos para alcanzar la cima moldean el cóctel temperamental particular de cada caudillo. En ese ámbito también hay que consignar progreso no solo en la descripción de los mecanismos neurales que hacen posible la coordinación eficiente entre líderes y seguidores25, sino en la caracterización de los mecanismos neuroendocrinos y cognitivos que andan detrás de esas personalidades singulares26.  
El liderazgo y la jerarquización de funciones en la guerra introduce, sin embargo, unos ingredientes que complican el panorama para los modelos explicativos que se ciñen, tan solo, a la mera competición intergrupal. Es así porque los líderes, las camarillas de lugartenientes y el conjunto de los seguidores no solo se distinguen por el reparto diferencial de los botines y prebendas en caso de victoria, o de los castigos y quebrantos en caso de derrota, sino que pueden perseguir metas no necesariamente coincidentes de entrada. Es decir, la competición individual cuenta siempre, asimismo, en las contiendas intergrupales. De ahí que haya sorpresas considerables, con casos reiterados de liderazgos abusivos o tóxicos que se lamentan luego, durante largo tiempo, a pesar de sus enormes capacidades de persuasión y arrastre27.
1.7. Valores ensalzados y violencia virtuosa
Para ensanchar el marco de identificación grupal desde el clan familiar o la tribu formada por parentelas más o menos cercanas junto a conocidos y asimilados, hasta las aglomeraciones de gente en los asentamientos y las urbes, se acuñaron inventos señalizadores de pertenencia. Marcas, enseñas o creencias compartidas que indicaran una adscripción preferente y unívoca. Las nociones de «señorío», «feudo», «reino», «patria», «nación» o «país» cumplen esas funciones aglutinadoras cuando la amenaza de conflicto demanda unir fuerzas28.  
Algunos de esos marcadores que denotan pertenencia a una comunidad concreta pueden devenir tan importantes o más incluso que el habla común o los rasgos físicos similares, adquiriendo una potencia motivacional que define y señorea la frontera grupal. Los cultos (religiones), los símbolos y enseñas típicos de un lugar o las congregaciones ideológicas (adscripciones políticas), propician así el ensamblaje combativo de millares y hasta millones de personas que poco o nada tienen en común entre sí y que se avienen a emprender aventuras sacrificadas y de alto riesgo. Con una bandera, un himno, una identidad colectiva y una «misión» preñada de marcadores (valores) ensalzados suele ser suficiente.
Las contiendas modernas se revisten siempre con esa justificación moralizante de altos vuelos. La destrucción y las matanzas ejecutadas en nombre de esos valores realzados se perciben como una «violencia virtuosa»29, puesto que intentan hacer prevalecer la plasmación «justa» del mundo que unos enemigos «descarriados» han emponzoñado. De ahí que, aprovechando la tremenda capacidad aniquiladora del armamento sofisticado, se pueda llegar al exterminio de masas ingentes de población civil «enemiga», sin tacha o remordimiento alguno. Ese peculiar trayecto «moral» también ha sido estudiado en los laboratorios de neurociencia social30.
1.8. Engarces con las disciplinas sociales
En esos siete frentes de pesquisas hay avances en la disección de los arietes psicobiológicos que fundamentan las propensiones combativas de los humanos, tanto cuando actúan por su cuenta y riesgo como, sobre todo, cuando lo hacen coaligados para enzarzarse en contiendas letales. La Guerra Infinita31 desmenuza cada uno de esos ámbitos con detalle y propone, además, vínculos de engarce plausibles con la sabiduría acumulada por las disciplinas sociales que vienen ocupándose de las guerras desde hace milenios32.
Ocurre, no obstante, que a pesar del legado de conocimiento procedente de las crónicas paleontológicas, arqueológicas e históricas más fiables o de los análisis estratégicos, económicos o filosóficos más certeros, las raíces primarias (psicobiológicas) de la tendencia a reiterar los conflictos bélicos continuaban huérfanas de explicaciones solventes. Las sendas para desentrañar las respuestas imprescindibles hay que buscarlas, hoy en día, en el fértil cruce de disciplinas científicas que se ocupan de la biología del comportamiento humano mediante aproximaciones incisivas y complementarias33.
Hay que partir necesariamente de ahí para desentrañar y revelar los porqués remotos de la tendencia a reiterar los enfrentamientos letales. Y es una tarea que debe culminarse, porque solo el diagnóstico adecuado y pormenorizado sobre esos porqués permitirá asentar, con creciente robustez, los sistemas de contención (leviatanes) y las medidas de prevención y prudencia (acuerdos y tratados de paz) que los humanos también saben edificar y sostener.
2. Guerras en Ucrania y Palestina: acotaciones desde el marco psicobiológico
Las dos contiendas que han encendido mayores desvelos, en fechas recientes, son las de Ucrania y Palestina. A pesar de los múltiples focos bélicos que se mantienen activos en distintas partes del globo, son esos dos conflictos los que han concitado una atención preferente porque acarrean ingredientes que pueden trastocar los equilibrios, las esferas de influencia y las relaciones de primacía entre las potencias dominantes en el mundo. Ambas guerras parecen escaparse, por su complejidad, del entramado de vectores básicos resumidos en el apartado anterior, al reunir atributos más que suficientes para catalogarlas como contiendas sofisticadas.
En el caso del conflicto entre Rusia y Ucrania se enfrentan dos enormes ejércitos, con altos grados de capacitación y un despliegue masivo de efectivos en frentes muy vastos, por ambos bandos. Las operaciones conllevan el uso de las tecnologías y recursos armamentísticos más avanzados y destructivos, tanto en los combates terrestres como en las campañas aéreas y marítimas, así como en las incursiones a distancia con misiles, drones y otros ingenios no tripulados guiados por satélites34. El flujo de suministros y provisiones para las operaciones atacantes, las defensivas y las de vigilancia es inmenso y necesita de un andamiaje logístico y de transporte de primerísimo nivel, así como de un entrenamiento y una profesionalidad ineludible. Todo ello requiere una alta especialización técnica y organizativa al servicio de una empresa desafiante, penosa y de larga duración. Para lidiar con esos requerimientos hay que prestar atención a muchos más factores que los descritos en el apartado anterior y de ahí que los especialistas en cuestiones militares se concentren en evaluar el curso de las operaciones, abordando las oscilaciones de esos múltiples estratos técnicos y prescindiendo de los ingredientes de base que facilitan la germinación y el estallido de las contiendas. Se dan por descontados.
En la imponente y devastadora campaña de castigo emprendida por el ejército israelí en la franja costera de Gaza, contra las huestes de Hamás, concurren elementos de complejidad parecida. El inesperado ataque relámpago que llevaron a cabo varias unidades de esa milicia palestina contra posiciones y poblaciones israelíes en las inmediaciones del enclave, el 7 de octubre de 2023, fue seguido por el anuncio y la preparación de una operación de represalia a gran escala. Una campaña que incluía, como objetivo primordial, el desmantelamiento de los centros de poder, los fortines, las instalaciones de lanzamiento de cohetes y las tortuosas estructuras defensivas que Hamás había ido construyendo a lo largo de los años en el subsuelo del enclave, así como la eliminación de los líderes y comandantes significados de la milicia, además del desplazamiento obligado de la población civil gazatí, bajo la amenaza de ser un objetivo militar directo. Al cabo de semanas de preparación, reuniendo grandes contingentes de efectivos y recursos bélicos, se puso en marcha una lenta pero arrasadora invasión que ha comportado operaciones terrestres, aéreas y marítimas de notoria complejidad y con un imponente despliegue de poderío destructivo. La primera fase de la campaña asoló la mitad norte del enclave hasta convertirla en un ingente cementerio de edificios derruidos, con miles de víctimas «colaterales» y una evacuación forzosa de más de un millón de personas que se hacinan en campamentos improvisados en la parte de la franja que linda con Egipto. Se anunció, además, la continuidad de la campaña de destrucción de la mitad Sur del enclave para alcanzar todos los objetivos.    
Unas operaciones de tamaña complejidad organizativa y técnica parecen escaparse del todo del marco dibujado por los arietes psicobiológicos que promueven la ignición y el sostén de las contiendas. Puede aceptarse, quizás, que esos inductores primarios sirvan para el análisis de los enfrentamientos ocasionales entre bandas, clanes o cárteles, pero en los conflictos donde intervienen fuerzas militares integradas por enormes contingentes de personal y recursos bélicos, con alta capacitación tecnológica y un flujo incesante de suministros de vanguardia, hay que orientar los periscopios analíticos hacia otros ingredientes más decisivos. Así es, por descontado, pero ello no implica que deban orillarse los vectores primarios que se resumieron en el apartado anterior.
Un ejemplo bastará para enfatizar la relevancia de esos arietes en las contiendas sofisticadas. El factor «sorpresa» puede servir para ello. La capacidad de atacar «por sorpresa» es un elemento que confiere una ventaja indiscutible tanto en los enfrentamientos más sencillos como en las operaciones más complejas y a gran escala35. Es un ingrediente ventajoso que aprovechan las sigilosas tropas animales en sus incursiones mortíferas contra grupos desprevenidos de la vecindad36. Y el «raid» asaltante inesperado es la forma de combate más habitual entre los clanes y tribus que todavía perviven, hoy en día, en lugares remotos y difícilmente accesibles del planeta, manteniendo unas formas de vida ancestrales y con una tecnología muy rudimentaria anterior al neolítico37. Las comparaciones sistemáticas entre esas estrategias asaltantes en animales y en humanos primitivos han permitido señalar múltiples concomitancias38.
La rauda operación mortífera por parte de varios grupos de asalto de Hamás, aquella madrugada de octubre de 2023, tuvo los ingredientes de un «raid» primitivo y altamente destructivo. Se preparó con sigilo extremo, se consiguió burlar los sofisticados sistemas de rastreo de las fuerzas israelíes que vigilan, sin descanso, las fronteras del enclave y se lanzaron comandos atacantes que aprovecharon brechas abiertas en los muros y vallas de separación, con la acción combinada de explosivos, palas excavadoras y tractores, además de embarcaciones de pesca que llegaron a las playas adyacentes. Esos comandos atacaron a las avanzadillas israelíes de vigilancia y contención, a lo largo de la frontera gazatí, abriéndose paso hasta poblaciones, aldeas y campamentos cercanos donde, una vez abatidas las defensas y sometidas las resistencias, se dedicaron a detener y secuestrar a un gran número de rehenes para ser usados como botín y punta de lanza de la acción política de Hamás, durante la magna represalia israelí que vendría, previsiblemente, a continuación. El conjunto de la operación se sustanció en algo más de doce horas y aprovechó negligencias motivadas por la coincidencia (buscada) con una festividad israelí junto a la arrogancia (o el desdén, quizás), de presuponer que un asalto de esa magnitud sobrepasaba las capacidades de la milicia palestina. La masiva respuesta israelí prescindió, sin reparo alguno, del factor sorpresa fiándolo todo a la descomunal superioridad y capacidad bélica de sus fuerzas armadas y al reagrupamiento cohesionador de la población civil que un ataque de esas características suele conllevar39.
La invasión rusa de Ucrania, en febrero de 2022, también renunció, por cierto, al factor sorpresa. De hecho, los ingentes preparativos de la invasión se pregonaron con machacona y orgullosa insistencia, aunque toparon con una incredulidad general en Occidente (se pensó que las imponentes maniobras en varias zonas de la frontera obedecían a una amenaza falaz al servicio de un farol ruso), que solo los servicios de inteligencia británico y norteamericanos procuraron desmentir, con nulo éxito, reiterando que la invasión era inminente. Esa coincidencia, en escenarios bélicos actuales, de unas tácticas combativas que remiten a procedimientos rudimentarios de asalto junto a vastas campañas bélicas de una gran complejidad, sirve para recordar que hay múltiples tipos de guerra y que las distintas modalidades pueden activarse en función de los recursos y necesidades del momento.
De hecho, la campaña rusa en Ucrania, aunque fue inaugurada con un aparatoso despliegue de fuerzas terrestres, con imponentes convoyes de armamento pesado que se adentraron, con decisión, en Ucrania por frentes diversos y muy distantes entre sí, tuvo también una incursión-relámpago inicial que buscó el dominio, en un asalto por sorpresa, de las instalaciones centrales del gobierno en Kiev. Esa operación fue lanzada desde un aeropuerto militar cercano a la capital, en Hostomel, que había sido capturado por fuerzas aerotransportadas rusas en las primeras horas de la invasión. El intento de asalto al núcleo de la gobernación ucraniana en el centro de Kiev fue abortado, no obstante, por las defensas dispuestas alrededor de la capital, así como en las encrucijadas y puntos clave, que estaban prevenidas y bien organizadas gracias a la fiable información de la inteligencia occidental. Durante unos días, no obstante, el destino de la capital anduvo en vilo y las potencias occidentales llegaron a ofrecer un rescate aéreo de urgencia a la dirigencia ucraniana para salir del país, una vía de escape que fue rechazada. El asedio y la toma de Kiev fracasó y al cabo de meses de feroces combates en la región y en la provincia de Járkov, con un gran número de bajas y pérdidas materiales, las fuerzas rusas se replegaron hacia el este para hacerse fuertes en las inmediaciones del Donbás. En el frente sur sus progresos fueron más notables y aseguraron para Rusia el control de un amplio corredor litoral en las inmediaciones del mar Negro, garantizando así el acceso terrestre a Crimea.
Si en lugar de situar el foco en las tácticas guerreras y en la necesidad de contar con comandos altamente entrenados y dispuestos al máximo sacrificio para afrontar asaltos arriesgadísimos, lo ponemos en los atributos del liderazgo o en la dirección del esfuerzo bélico, en ambas contiendas encontramos los vectores básicos señalados en el apartado anterior. El hiperliderazgo ejercido por Vladímir Putin fue considerado, de modo prácticamente unánime, en Occidente, como el ariete decisivo para explicar el inicio de la difícil, costosa y azarosa aventura ucraniana40. De pronto, todos los periscopios se centraron en la visión, las ambiciones y la personalidad del máximo dirigente ruso, así como en el férreo entramado de influencias domésticas que había creado, a lo largo de décadas, para garantizarse la lealtad de una todopoderosa camarilla de fieles que gobierna, con mano de hierro, los destinos de una de las grandes potencias mundiales41. Habrá tiempo para ponderar los fiascos de algunos pronósticos avanzados por afamados politólogos, que se apresuraron a avistar una derrota rápida y taxativa de las fuerzas militares rusas con la caída estrepitosa del líder y el subsiguiente desmantelamiento del régimen putiniano42. Quizás por no tener en cuenta hasta qué punto la influencia de la propaganda y el adoctrinamiento ejercido desde múltiples resortes de la autocracia putiniana, había llegado a calar en la ciudadanía de todas las Rusias43.
No parece menor la influencia del fortísimo liderazgo y el control ejercido por la cúpula de Hamás hasta el punto de planificar y llevar a cabo aventuras como el raidmortífero sobre Israel, de principios de octubre de 2023, con altísimas probabilidades de propiciar un retorno vengativo en forma de castigo aniquilador, no solo para los protagonistas directos del asalto, sino para el grueso de sus unidades armadas y el conjunto de su estructura organizativa. Por otro lado, la amplitud y la determinación arrasadora del desquite israelí denota la influencia decisiva del liderazgo de Benjamín Netanyahu y sus aliados del sionismo radicalizado, con sus políticas de menosprecio, exclusión y subyugación sistemática de la ciudadanía palestina, en el propio país o en la inmediata vecindad, para intentar convertirla en subsidiaria e irrelevante.
Incluso desde posiciones muy respetadas de la historiografía actual se ha vuelto a poner el énfasis en la necesidad de tener en cuenta las personalidades de los líderes más influyentes, para ofrecer unos panoramas explicativos más completos y solventes de los litigios pasados o en activo44. Hay, por consiguiente, un cúmulo de ingredientes de engarce con los vectores primarios, de base psicobiológica, de los enfrentamientos, sin merma alguna de la necesidad de abordar los múltiples factores añadidos por la complejidad y la sofisticación técnica de las contiendas.
3. Sistemas de paz
Aunque la gran mayoría de datos confirman la recurrencia de la belicosidad humana y la omnipresencia de las contiendas letales en todas las sociedades y en cualquier época, desde la biología evolutiva no han cesado de reunirse hallazgos que enfatizan, asimismo, la tolerancia y las capacidades conciliatorias de nuestra estirpe45. Hay que atenuar, de algún modo, el sombrío panorama que se suele vincular a las aproximaciones biológicas sobre la condición humana, con fundamentos más bien espúreos46.
En las sociedades ancestrales se ha constatado la existencia de «regulaciones» para promover la conciliación y mantener la convivencia pacífica entre comunidades vecinas47. En aborígenes australianos, malasios o amazónicos, y también en esquimales canadienses y norteamericanos se han encontrado indicios de la existencia de «sistemas de paz». La mayoría habían institucionalizado consejos o ligas de próceres que se encargaban de lidiar con las desavenencias o los litigios, sin dejar que llegaran a mayores y procurando orillar la opción de la contienda letal. Hay registros de enterramientos con una ausencia completa de masacres causadas por enfrentamientos graves, a lo largo de diversos siglos. Los ingredientes de esos sistemas de paz en esas sociedades «tolerantes» son los siguientes:
Tienen un marco de identidad comunitario, supratribal, reconocible.
Las comunidades vecinas mantienen interacciones múltiples.
Hay una considerable interdependencia económica entre ellas.
Cultivan valores asociados a la paz y la convivencia.
Celebran ceremonias conjuntas y tienen símbolos y rituales vinculados al mantenimiento de la paz.
El manejo de los conflictos vecinales está en manos de consejos o ligas de mayores
Hay sistemas de gobierno supracomunitarios.
Aunque los lapsos sin guerras sean, a veces, muy prolongados y abarquen varias generaciones no dejan, por ello, de ser paréntesis o interludios que van jalonando la recurrencia de las contiendas. En todos los casos estudiados, cuando el registro de datos arqueológicos ha ido más allá y se han obtenido series de épocas muy dilatadas que incluían desastres naturales o grandes migraciones, la guerra regresaba con vigor renovado a esos pueblos tolerantes y pacíficos.
Pero la disposición humana a la docilidad y tolerancia ante los desconocidos y a mantener interacciones provechosas con ellos es innegable y hay propuestas, incluso, de referirla al legado remoto dejado en nuestra estirpe por los bonobos, el otro pariente animal más directo y cercano, junto a los chimpancés. Los bonobos exhiben amplios repertorios de conductas afiliativas con las tropas vecinas a diferencia de los belicosos y «xenófobos» chimpancés. Aunque los enfrentamientos lesivos entre los bonobos puedan menudear, se abstienen de emprender las campañas de ataques, emboscadas letales y exterminios sistemáticos de los vecinos que practican los chimpancés48.
Glowacki49 situó entre unos 80.000-100.000 años atrás, los albores del entramado de tendencias prosociales y de protoinstituciones auspiciadoras de normas punitivas y conciliadoras que permitieron erigir sistemas de paz estables entre clanes humanos vecinos. Ha habido margen suficiente, por tanto, para consolidar toda suerte de mejoras, en ese ámbito, aunque no se ha conseguido ahuyentar, completamente, la amenaza de confrontación.
El ejemplo contemporáneo que se ha postulado como parangón de aquellos prolongados paréntesis ancestrales de convivencia pacífica estable es la Unión Europea50. En los criterios listados más arriba, la Europa Unida no solo aprueba, sino que obtiene puntuaciones óptimas. Hay que resaltar, sin embargo, que esas estimaciones tan halagüeñas sobre la Unión se hicieron antes de los gérmenes de disgregación que puso en marcha la recesión económica de la segunda década del presente siglo. Unas tensiones que a punto estuvieron de acabar con la moneda común y el tinglado entero, y que se saldaron, en el Brexit, con la salida del Reino Unido (el socio más decisivo en capacidad bélica) y con fricciones secesionistas que continúan activas. Buena parte de los notables índices que la Unión Europea obtenía en los ingredientes pacificadores antedichos ―identidad supra-nacional al alza, robustez de la moneda común, incremento de la cohesión interna, prestigio de las instituciones de gobernanza comunes ―, conocieron una ostensible merma que no se ha contrarrestado todavía.
Al margen de las endebleces y titubeos de la Unión Europea, aquellos panegíricos de los sistemas de paz donde se la ensalzaba como paradigma a emular insistían en que el criterio primordial que la distinguía era la ausencia de conflictos bélicos en su interior. En un lugar, por cierto, donde el guerrear hasta la devastación o el exterminio había sido frecuente durante siglos. Conviene realzar, por supuesto, ese largo periodo de convivencia y cooperación provechosa entre las naciones europeas, aunque tal celebración no debiera apuntalar la idea de que la Unión supone la cristalización de una sociedad pacífica. No lo es: al margen de tener miembros con un poderoso arsenal nuclear y con ejércitos de primer orden, la Unión es uno de los brazos de la alianza militar dominante en el mundo, la OTAN. En las últimas décadas, además, las fuerzas armadas de los estados europeos han intervenido de manera directa o indirecta en Libia, Siria, Irak, Afganistán, Ucrania, Eritrea, Yemen y otros muchos lugares. En ocasiones, de forma determinante. Las disensiones y los intereses dispares de varios países europeos contribuyeron, de hecho, a la penúltima carnicería de gran magnitud en el subcontinente: la balcánica. Pregonar la noción, por consiguiente, de la Unión Europea como un paradigma de pacifismo es un error. Si a ello se le añade que la incipiente germinación de identidades supranacionales (la paneuropea, la identificación con la humanidad entera), apenas consiguen atenuar las aprensiones que algunos europeos sienten hacia sus convecinos aliados51, no hay motivos para lanzar las campanas al vuelo.
La fraternidad, la cooperación y la convivencia, entre humanos, siguen primando a los núcleos más cercanos y firmes de adscripción comunal (la cuadrilla, el barrio, el equipo, el partido, la empresa, el país), y de ahí que los conflictos intestinos, las fracturas y las contiendas civiles o las confrontaciones internacionales, a menor o mayor escala, siempre anden cerca. Las inmensas mejoras en las tecnologías de vigilancia, disuasión y sanción, así como la progresiva asunción de normas morales y modos de conducta menos proclives al uso de la violencia, en la resolución de conflictos, cumplen una función preventiva con logros innegables en la mayoría de escenarios52. Es así y es incluso posible que esas tendencias apacibles, fraternales y «benignizantes» continúen asentándose mediante el acrecentamiento del denominado «cosmopolitismo moral»53. Pero todo ello no ha conseguido desterrar o difuminar los horizontes de confrontación.
4. A la espera del Leviatán efectivo global
Los sentimientos identitarios de alcance global están emergiendo de manera creciente y se van plasmando en instituciones internacionales u ONG humanitarias con implantación universal y en movimientos animados por preocupaciones de orden planetario como el ecologismo. Hoy vivimos, por ejemplo, un fenómeno que se ha convertido en parte del paisaje: el turismo de masas. Personas de muy diferentes lugares, costumbres, idiomas, sistemas de gobierno, ideas políticas, creencias religiosas y vestimentas y hábitos variados viajan por todo el planeta, soportando inconvenientes, largas colas y alguna que otra molestia, sin generar conflictos serios con los nativos ni con el resto de viajeros, sino todo lo contrario: buscando el comercio, la complicidad y la afable simpatía. Y saben hacerlo, incluso, con ocasión de magnas competiciones deportivas donde las rivalidades y las fricciones pueden ser muy acentuadas. Si esos ciudadanos de tan diverso origen pueden convivir apaciblemente, ¿por qué no pueden hacerlo sus gobiernos?
Esa es la cuestión primordial que remite a una perplejidad insoslayable. Ya que, si esa solución tan neta, directa y sencilla de la concordia y la convivencia global54 se sigue resistiendo, con obstinación, a ofrecer un horizonte viable, será por alguna razón muy poderosa. Ocurre que la potente prosocialidad humana lleva a formar grupos que compiten entre sí no solo por los beneficios económicos, el privilegio y el buen vivir, sino por la primacía, el dominio, el reconocimiento y la influencia duradera sobre los demás55. Grupos con tradiciones culturales y normas morales muy variadas. Las fricciones entre los gobiernos estatales, con sus complejas maquinarias, departamentos y agencias, son tan solo un ejemplo de ese tipo de competición intergrupal que no está regulada, por el momento, por un sistema de justicia reconocido globalmente y con capacidad para la coerción efectiva. El leviatán planetario no existe56. No hay tal cosa en el mundo, aunque sí existen quasileviatanes globales para regular la competición comercial y la deportiva, con un grado notable de poder coercitivo y con una asunción y respeto notorios hacia sus sanciones (más acusados en la segunda área que en la primera). Pero no han cuajado las instituciones equivalentes para dirimir los conflictos interestatales por primacías, dominios o territorios: unas instituciones dotadas con capacidades suficientes para actuar con contundencia y efectividad. De ahí que se renueve, sin cesar, la competición en todos los frentes y que, con ella, se mantenga siempre viva la tentación de las contiendas letales a escala local, regional o global.  Adolf Tobeña es profesor en el departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la Facultad de Medicina-Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona.