miércoles, 13 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy miércoles, 13 de noviembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 13 de noviembre de 2024. La indignación sale a la calle cuando un pueblo clama contra la injusticia, la sinrazón o la incompetencia; la indignación es el grito desesperado de quienes sufren cuando las instituciones no hacen su trabajo, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy. La segunda es un archivo del blog fechado en noviembre de 2009, en el que se criticaban las afirmaciones de un reputado sociólogo que afirmaba que fuera cuál fuera la ejecutoria personal y política anterior o posterior a 1978 de cada uno, todos los españoles que no hubieran sido militantes antifranquistas tenían negado, por su origen, la posibilidad de acceder a la condición de ciudadanos demócratas. La tercera es un poema de una poetisa árabe, contemporánea de Mahoma, que comienza con estos versos: El tiempo me ha roído, mordido y cortado./El tiempo me ha dañado, me ha herido,/y ha destruido a mis hombres que han muerto juntos. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De la indignación como ejercicio democrático

 






La indignación sale a la calle cuando un pueblo clama contra la injusticia, la sinrazón o la incompetencia. La indignación es el grito desesperado de quienes sufren cuando las instituciones no hacen su trabajo. Cualquier demócrata debe estar atento a este sentimiento, entender sus motivos y ayudar a que sirva para mejorar la democracia, escribe en El País [Cómo la indignación mejora la democracia, 11/11/2024] la socióloga Cristina Monge.

Los miles de personas que salieron a la calle el sábado pidiendo la dimisión de Carlos Mazón se expresaron en términos radicalmente democráticos ante la actuación del presidente valenciano, su incomparecencia en las horas clave de la riada, la opacidad y falsedad de sus explicaciones y la cadena de errores que trufaron la gestión de la Generalitat. También protestaron contra el presidente Pedro Sánchez y el Gobierno de España, al que en el manifiesto final criticaron por no “haber presionado de manera contundente e inmediata el Gobierno valenciano ante su inacción para intervenir con todos los efectivos disponibles y ayudar a la ciudadanía a reconstruir sus vidas.”

Gracias a esos periodistas que están haciendo bien su trabajo —y que no son pocos— se va recomponiendo lo que ocurrió en aquellas horas críticas, cuando el presidente de la Comunidad Valenciana, desaparecido, no contestaba las llamadas de la vicepresidenta del Gobierno central Teresa Ribera ni de su equipo; así como lo que aconteció después, cuando la consejera de Justicia e Interior valenciana no puso en marcha las alertas que hubieran podido salvar vidas. Es lo que tiene la democracia, que necesita que cada cual haga su trabajo, y lo haga bien. De ahí que sea imprescindible diferenciar lo que funcionó de lo que no lo hizo.

Porque funcionó la Aemet —agencia pública dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica— cuando, tras días advirtiendo de que la situación podía ser grave, lanzó la alerta roja el martes 29 a las 7.36 de la mañana. También funcionaron los servicios de emergencia de la Universidad de Valencia, que con la misma información que tenía la Generalitat mandaron un preaviso el lunes por la noche a los departamentos y el martes a mediodía suspendieron todas las actividades académicas. Salta a la vista que fueron oportunas y acertadas las respuestas de alcaldes y alcaldesas, en primera línea, que ayer mismo en estas páginas recordaban la importancia del Estado. Y es innegable que la sociedad, con los jóvenes a la cabeza, ha dado un ejemplo de compromiso y solidaridad.

Se podrá discutir si la cadena de mando debía estar o no en manos de la Comunidad Autónoma o del Gobierno de España, si éste tenía que haber tenido mayor presencia en los primeros momentos, o si hay que afinar más la “cogobernanza” que operó durante la pandemia; pero el 29 de octubre de 2024 la ley era la que era y no cabía ponerse a debatir su reforma o sustituir sobre la marcha la cúpula del dispositivo. Ningún experto en gestión de crisis aconsejaría tal cosa.

Frente a estos análisis, necesitados de mayor detalle y concreción cuando llegue el momento, hay quienes aprovechan la situación para lanzar una impugnación al conjunto, una enmienda a la totalidad que ni ayuda a entender los múltiples motivos de la indignación, ni a darles solución alguna. Una cortina de humo que tapa los errores y la irresponsabilidad dejando así impunes a quienes los cometieron. Porque si la culpa es de todos, la culpa es de nadie. Si todos son iguales, qué más da a quien votes. Una línea discursiva —ni siquiera argumental— propia de los populismos que llevan a la ultraderecha al poder. Steve Bannon, el ideólogo del trumpismo, lo entendió muy bien.

Sabemos que la desconfianza en las instituciones cuesta vidas, de la misma manera que hemos comprobado de la forma más trágica que el negacionismo climático mata. La indignación salvará al pueblo si consigue echar a quienes no tienen la altura, la capacidad o la responsabilidad necesaria para gobernar; si sirve para corregir aquellos aspectos del sistema que fallaron estrepitosamente y reforzar los que funcionaron adecuadamente; y si logra abrir una reflexión en profundidad sobre aquellos elementos de nuestra forma de vida que hay que revisar. En definitiva, si consigue mejorar la democracia con más democracia. Para ello ha de expulsar a quien siembre bulos, desinformación, manipulación o proclamas irresponsables que sólo consiguen allanar el camino a la ultraderecha, algunos de cuyos líderes ya actúan en las redes sociales e intentan capitalizar las protestas.

La indignación puede tomar muchos caminos. El político, como hicieron miles de valencianos y valencianas saliendo a las calles bajo el lema “Mazón, dimisión”, como hacen quienes con trazo fino buscan las responsabilidades y los fallos, o quienes informan con rigor pese a la complejidad de lo sucedido. Por el contrario, puede deslizarse por la senda de la antipolítica, un recorrido construido de bulos, violencia, o del consabido “todos son iguales”, antesala del autoritarismo. Es más fácil acudir al trazo grueso y a la simplificación demagógica que explicar y analizar fenómenos complejos que exigen a quienes los observan conocimiento, temple, saber utilizar el matiz y los términos justos. Eso es lo que ahora hace falta.











[ARCHIVO DEL BLOG] El pecado original de la democracia española. Publicado el 14/11/2009











El 10 de octubre pasado el diario El País publicaba un artículo de José Vidal-Beneyto, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y director del Colegio de Altos Estudios Europeos Miguel Servet de París, activo opositor al franquismo y participante destacado en el llamado "Contubernio de Múnich" (1962) y más tarde en la denominada Junta Democrática, creada en París en 1974 a impulsos del PCE de Santiago Carrillo.
El artículo se titula La corrupción y la transición intransitiva. Su lectura me produjo un profundo desasosiego. Desde ese día, he seguido con curiosidad los artículos y comentarios que han ido apareciendo tanto en El País como en otros medios de comunicación por ver si alguien respondía a las críticas que Vidal-Beneyto formulaba a la actual democracia española y a su proceso de transición desde el franquismo, viciada a su juicio, en origen, por una especie de "pecado original" que la convierte hayan sido cualesquiera sus logros, a ella y a sus protagonistas, incluido el rey, en algo "intrínsecamente" perverso. Pero nada, ni un solo comentario al respecto.
Uno de los aspectos que más me desconcertó del artículo del profesor Vidal-Beneyto, profundo conocedor de la vida política francesa, y en su primera parte dedicado a analizar con detalle la rampante ola de corrupción que sacude también a la república vecina, es el de que, a la hora de incidir en las causas de la generalizada corrupción política de las democracias europeas actuales, cuando se refiere a la democracia española, la achaca (la corrupción) al proceso seguido durante la denominada "Transición española" desde la muerte del general Franco hasta la aprobación de la Constitución de 1978, haciendo recaer esa responsabilidad. de forma singularizada en la figura de don Juan Carlos, descalificado democráticamente "a limine" por su origen, -son sus palabras-, sean cuales fueren sus condiciones personales y lo acertado de su actuación.
¿El profesor Vidal-Beneyto está diciéndonos que fuera cuál fuera la ejecutoria personal y política anterior o posterior a 1978 de cada uno, todos los españoles que no hubieran sido militantes antifranquistas tienen negado, por su origen, la posibilidad de acceder a la condición de ciudadanos demócratas? ¿Es eso lo que ha querido decir?.., La verdad es que no lo tengo muy claro. En todo caso, sabiendo que el profesor Vidal-Beneyto no es precisamente de filiación demócrata-cristiana, me extraña ese explícito recurso suyo a un "pecado original" de la democracia española que la inhabilita de por vida sin posibilidad de redención.
Opté, después de comentar el artículo con algunos amigos, por olvidarme del asunto y aplazar "sine díe" cualquier comentario sobre el mismo en el Blog. Hasta el jueves, 12 de noviembre, que veo publicado en El País, un artículo del también profesor Gregorio Peces-Barba, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid (de la que fue rector), miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, uno de los redactores de la Constitución de 1978 y presidente del Congreso de los Diputados entre 1982 y 1986, titulado La razón en la política.
No hay en el artículo del profesor Peces-Barba ni una sola mención o referencia al del profesor Vidal-Beneyto, y es muy posible que nada tenga que ver con él, pero, en los primeros párrafos del mismo puede leerse una enérgica y fundamentada crítica de aquellos que descalifican "la Constitución de 1978 [...] personas, con más ambición que presencia real en aquellos tiempos, o que llegaron después sentando cátedra desde sus orígenes norteamericanos de legitimidad". O que "estaban, al final del franquismo, cuando todas las ayudas eran pocas, atrincherados en un temor que les paralizaba, poco coherente con levantar hoy la voz como profetas de la libertad y la igualdad, dando lecciones a todos y especialmente a quienes con gran esfuerzo y sacrificio hicimos la Transición y la Constitución". "Es manifiestamente injusto -añade-, sostener que en realidad fortalecimos al franquismo, con desdén, desprecio y falsedad como dicen esos "apóstoles" de una "verdadera transición". Tienen una visión paranoica, inventada y poco creíble de estos años, sufriendo por un protagonismo que no tuvieron, que se confunde con un negacionismo y un catastrofismo que niega la realidad".
Vaya por quién vaya la andanada, me siento reconfortado y reafirmado en mi criterio de que nadie está calificado en España para otorgar patente de "demócrata" a otro ciudadano, sea cual sea su origen u ideología. La condición de demócrata se gana por la ejecutoria de cada cuál, no por su origen, y menos aún por la losa de un "pecado" o una "culpa" preexistente. Y sean felices, por favor. Tamaragua,amigos. HArendt












El poema de cada día. Hoy, El tiempo me invadía, de Al-Khansa (m. 645 d. C.)

 






EL TIEMPO ME INVADÍA



El tiempo me ha roído, mordido y cortado.

El tiempo me ha dañado, me ha herido,

y ha destruido a mis hombres que han muerto juntos.

Esto ha conseguido inquietarme.

No había un puerto para el cruel

Que al igual que el sol halla refugio para el pueblo.

Vimos caballos galopar

y levantando polvo.

Y a los jinetes, con espadas brillantes, y grandes lanzas grises;

¿Aquel que con sus lanzas destroza cuerpos

se convierte en blanco mortal de las espadas?

Derrotamos a quienes pensaban

que nunca serían derrotados.

Y aquel que piensa que no se verá perjudicado

piensa en lo imposible.

Evitamos acciones deshonrosas y honramos a nuestros huéspedes.

Y guardamos los elogios (de personas).

Llevamos las armas en la guerra

Y la seda, la lana y el algodón durante la paz.



Al-Khansa (m. 645 d.C.)

poetisa árabe














De las viñetas de humor de hoy miércoles, 13 de noviembre de 2024

 





















martes, 12 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy martes, 12 de noviembre de 2024

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 12 de noviembre de 2024. Todos los países son ficciones, pero algunos son más ficticios que otros, se comenta en la primera de las entradas del blog de hoy, y han funcionado así durante siglos, pero de repente entran en una crisis súbita. La segunda es un archivo del blog de diciembre de 2017 sobre la exposición que la Royal Academy londinense dedicó a los dibujos concebidos por Sandro Botticelli para ilustrar La Divina comedia de Dante: 92 piezas dibujadas con estilete, lápiz y tinta sobre pergamino de piel de oveja. La tercera es el famosísimo poeta de la mística española Teresa de Jesús que comienza con estos versos: Vivo sin vivir en mí,/y de tal manera espero,/que muero porque no muero. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt









Del Apocalipsis, según Trump

 







Todos los países son ficciones, pero algunos son más ficticios que otros, comenta en El País [El apocalipsis según Donald Trump, 10/11/2024] el escritor Juan Gabriel Vásquez. Quiero decir, añade, que todos los países se construyen a partir de un relato: puede ser un relato que la sociedad asume como propio más allá de divisiones internas —libertad, igualdad y fraternidad—, o un relato que ha funcionado durante siglos y luego entra en crisis súbita, como el relato de los imperios, o un relato que parte de nuestras aspiraciones aunque la realidad no las justifique. Entre todas las ficciones de Occidente, la de Estados Unidos ha sido acaso la más arriesgada, porque ha tratado de construir una identidad monolítica sobre una de las sociedades menos monolíticas del planeta: desde hace décadas la Historia se estudia en las escuelas con un libro titulado El experimento americano. Entran en escena los clichés: el american dream, el “crisol de culturas”, “la nación más grande de la Tierra”. Todos los políticos de Estados Unidos pronuncian estas últimas palabras sin el menor asomo de pudor o de ironía: hacerlo —y además, inverosímilmente, creérselas— es requisito para aspirar a cualquier cargo público. En su discurso más famoso, Martin Luther King añoraba una nación que “estuviera a la altura del verdadero significado de su credo”. ¿Qué significa esto?

Significa que, más que otras de esas construcciones ficticias que llamamos países, la norteamericana está constantemente haciéndose, definiéndose como un eterno adolescente, dependiendo siempre de su propio concepto de sí misma. En eso pensaba yo hace unos días, antes de la debacle de las elecciones, cuando Kamala Harris habló en uno de sus últimos discursos de la diferencia entre su propuesta y la de Trump. Con la Casa Blanca como fondo, en el mismo lugar del universo desde el cual Trump llamó a una insurrección violenta ante los ojos de todos, Harris dijo que su oponente se había pasado una década tratando de dividir a los ciudadanos y sembrar el miedo entre ellos. “Eso es él”, dijo. “Pero esta noche, América, vengo a decir: eso no es lo que somos nosotros”.

Días más tarde, 73 millones de votos —así como una victoria republicana en el Senado y probablemente en la Cámara— le dijeron a Harris que tal vez sí: que eso, sea lo que sea, es lo que son. Y la crisis de identidad de Estados Unidos tardará muchos años, muchos más que la presidencia de Trump, en llegar a una conclusión certera sobre lo que pasó para que un personaje de su catadura fuera elegido por segunda vez, pero la verdad profunda es inevitable: Trump montó un relato basado en el resentimiento, el agravio, el odio, el desprecio y la violencia, y millones de votantes lo dieron por bueno. A pesar de lo que se lee en las gorras rojas de sus votantes, su ficción no consistía en que Estados Unidos volviera a un pasado más grandioso, sino en que se defendiera de un presente horrible: un presente distópico junto al cual Blade Runner parece una escena de Barbie, un presente de espanto donde hordas de extranjeros liberados de las cárceles y los manicomios del Tercer Mundo están invadiendo nuestras ciudades, violando a nuestras mujeres, comiéndose a nuestras mascotas y envenenando la sangre de nuestra patria, y donde el “enemigo interior” está destrozando nuestras libertades, abortando niños después de nacidos y cambiándoles el sexo por la fuerza cuando se van a la escuela.

Tengo que aclararlo: ni una sola de las palabras que acabo de escribir es una exageración o una caricatura. Son palabras de Trump, pronunciadas en público y ante las cámaras, aplaudidas a rabiar por los suyos. Y no se ha hablado lo suficiente, me parece, de la gran lección que la victoria trumpista deja para los aspirantes a autoritarios del mundo entero: no hay ficción tan extrema, ni mentira tan grande, que no pueda ser aceptada por la sociedad. Sólo se necesitan dos ingredientes: por un lado, una ciudadanía vulnerable, atemorizada, desinformada o crédula; por el otro, un líder cuyos escrúpulos sean inversamente proporcionales a su desespero.

Así es. Para Trump, volver al poder no era una cuestión de codicia, sino de supervivencia: ser presidente era la única manera de no acabar en la cárcel, vestido con un mono del color de su maquillaje. Su larga vida de violador de todas las normas —y muchas de las leyes— le estaba dando alcance. El eterno acosador sexual a quien el traficante de menores Jeffrey Epstein consideraba su mejor amigo, el perseguido por las acusaciones verosímiles de más de 20 mujeres, el que se jactó de sus acosos en una conversación privada que es imposible escuchar sin asco, ya ha sido condenado a pagar unos 90 millones de dólares por difamar a una de las denunciantes, y esa condena civil abre la puerta para la consideración penal de sus varios excesos. El negociante estafador, que se ha pasado la vida haciendo trampa, que todavía no ha cumplido con la tradición presidencial de publicar su declaración de la renta, que se enorgullecía de no pagar los impuestos debidos, ya ha sido condenado por 34 delitos y actualmente está esperando sentencia. La sentencia, en el caso de cualquier otro ciudadano, sería de cárcel; en el caso de Trump, no lo sabremos nunca. Porque la sentencia no llegará: uno de los primeros actos de su mandato será indultarse a sí mismo. Pero ya nos había anunciado que sólo sería dictador el primer día.

Son tantas sus fechorías que es difícil llevar la cuenta: nunca en la historia de Estados Unidos un presidente había tenido un prontuario semejante de malos comportamientos, o comportamientos poco éticos o delitos comprobados, y no por la opinión pública ni por los medios de comunicación —que de todas formas no son de confiar, como se sabe: son “el enemigo del pueblo”, son las “noticias falsas”—, sino por la justicia. Después de cada uno de sus múltiples escándalos, el antitrumpismo se ha apresurado a declarar su muerte política, y cada vez se han equivocado. El superpoder de Trump es su incapacidad para sentir vergüenza: igual que una muerte es una tragedia pero un millón de muertes es una estadística, Trump ha descubierto que una mentira puede acabar con un político —lo hizo con Nixon, estuvo a punto de hacerlo con Clinton—, pero decenas de miles de mentiras repetidas hasta el cansancio lo llevarán a la Casa Blanca. De los muchos rasgos desconsoladores de la victoria de Trump, éste es quizás el más pintoresco y a la vez el más peligroso: la capacidad inverosímil no sólo para mentir, sino para sostener la mentira incluso cuando todo el mundo está viendo la verdad.

Donald Trump vendió una ficción distópica —no, apocalíptica— para conseguir los votos de quienes llevan décadas sintiéndose inseguros o amenazados: por una economía que no los cuida, por las guerras culturales, por las élites globalizadas. Lo temible es que ahora, para gobernar, deberá mantener esa ficción. En abril del año pasado escribí en esta página sobre un discurso que habría debido hacer sonar todas las alarmas. Trump lo pronunció ante un grupo de conservadores en donde estaban algunos de sus cómplices más fanáticos e incluso sus corresponsales en el nuevo mundo de la extrema derecha transnacional: Bolsonaro, por ejemplo. “En 2016 declaré que soy vuestra voz”, les dijo Trump. “Hoy añado que soy vuestro guerrero, soy vuestra justicia. Y para aquellos que han sufrido agravios y traiciones, yo soy vuestra venganza. Yo soy vuestra venganza”. En enero comenzará lo anunciado. Tal vez tengamos derecho a un escalofrío.













[ARCHIVO DEL BLOG] Lasciate ogni speranza... Publicado el 27/12/2017











Recupero para el blog un antiguo artículo (mayo, 2001) en Revista de Libros escrito por Manuel Rodríguez Rivero, editor, escritor y comentarista cultural, que ejerció de editor en Cuadernos para el Diálogo, Alfaguara, Espasa Calpe y Punto de Lectura, entre otras publicaciones, que entiendo conserva todo su frescor y espero que les resulte tan interesante como a mí.
Si tienen ustedes ocasión no dejen de visitar, hasta principios de junio, la exposición que la Royal Academy londinense ha consagrado a los dibujos concebidos por Sandro Botticelli (1444-1510) para ilustrar La divina comedia de Dante (1265-1321), comienza diciendo. La muestra recoge 92 piezas en distintas fases de acabado, lo que permite hacerse una idea del modo de trabajar del artista. Están dibujadas con estilete, lápiz y tinta sobre pergamino de piel de oveja, y la textura animal del soporte les proporciona una cualidad vibrante incluso medio milenio después de que fueran realizadas.
De entre todos los dibujos los que más llaman la atención son los dedicados al Infierno, que el artista. siguiendo la pauta del poeta, interpreta como un gigantesco embudo, dividido en círculos, que se hunde en el centro de la Tierra. Y nos llaman la atención no porque sean más hermosos que los demás, sino porque, en general, todos preferimos la sección del texto de Dante en que se inspiran. De algún modo, también su representación plástica es más naturalista e imaginativa: las escenas del Purgatorio son menos espectaculares, y el Paraíso –Dios es irrepresentable y la felicidad también, sobre todo cuando posee ese paradójico toque de aburrimiento que le confiere la eternidad– requiere un grado de abstracción que Botticelli resuelve con el recurso a la geometría y al espacio en blanco, un truco empleado, por cierto, por algunos pintores del siglo XX para mostrar lo que no puede ser mostrado. Contempladas ahora, las escenas de los sucesivos círculos presentan una visión del Averno cristiano tan pintoresca como horrible: las serpientes, los diablos con alas de murciélago, los atormentados perpetuamente acosados por bestias terroríficas, los condenados a bañarse eternamente en lagunas de brea ardiente o en ríos de sangre hirviendo manifiestan cierta suave distancia renacentista con respecto al texto medieval. Al fin y al cabo, Botticelli trabajó sobre la Commedia casi doscientos años después de que fuera escrita: no es que no fuera creyente, pero se permitía cierto sentido del humor (negro) que puede apreciarse en el modo de enfrentarse a determinadas escenas o motivos. En cualquier caso, al parecer, el encargo de dibujar la obra de Dante se convirtió en una obsesión que le acompañó durante quince años y, en palabras de Vasari, «perdió mucho tiempo en ello, descuidando su trabajo y desbaratando su vida completamente».
Cada época tiene el Infierno que se merece. Y sus representaciones, sin duda. A lo largo del tiempo la mitología y la literatura se han hecho cargo de esos descensus ad inferos tan necesarios en el proceso de madurez y desarrollo del héroe, del hombre excepcional, del salvador o el guía de los pueblos. No hace falta rastrear su presencia en los textos fundacionales babilónicos o sumerios, ni en el Libro de los muertos egipcio. Ayax, Teseo, Hércules, Ulises y Eneas llevaron a cabo su catábasis al Hades, al Tártaro o al Averno antes de que el sentido de ese lugar en el que permanecen los muertos se transformara en el espacio de tortura y sufrimiento que el cristianismo reserva a los impíos. Los judíos distinguían entre el Seol, el Hades de su religión, y el Gehena, el ámbito de castigo eterno que Casiodoro de la Reina y Cipriano de Valera traducen precisamente como «infierno». Es el sitio en el que se halla la «vergüenza y confusión perpetua» (Daniel, 12:2), el lago de fuego del Apocalipsis (10:15), el lugar del «lloro y el batimiento de dientes» del que nos habla Mateo (22:13), donde, según Isaías (14:11), «gusanos serán tu cama, y gusanos te cubrirán».
Luego, cuando el hombre alcanza la psicología, el infierno se sofistica, se hace abstracto: quizás porque, liberados gracias a la Razón de la supersticiosa imaginería medieval, el infierno pasa a convertirse o bien en un ámbito interior (desde el romanticismo), o se hace demasiado real, humano y exterior por la crueldad de las guerras y las matanzas colectivas. El protagonista de Apuntes del subsuelo, de Dostoievski («soy un hombre enfermo... soy un hombre despechado»), lanza desde su mundo «subterráneo» su diatriba contra el progreso; Jean-Baptiste Clamence, el narrador de La caída, de Albert Camus, secuela literaria de la anterior, purga su culpa entre los círculos alegóricamente infernales de los canales de Amsterdam; los protagonistas del Huis-Clos sartreano toman conciencia de su infierno, que son los otros, en un salón Napoleón III sin llamas ni azufre. Buena parte del arte del siglo XX –desde los expresionistas a los hermanos Chapman, esos conspicuos representantes del New British Art que aprendieron estudiando Los desastres de la guerra goyescos– ha reflejado más o menos alegóricamente los infiernos de nuestro tiempo, que ha sido pródigo en ellos: el Holocausto, desencadenado porque los nazis –y muchos de cuantos les apoyaron– estaban convencidos de que los judíos eran la encarnación del mal absoluto, ha sido, sin duda, el peor de los nuestros.
El de Dante no es un infierno abstracto. En él cada pecado, cada pecador, obtiene su retribución, a menudo en forma de comentario irónico y moral sobre su vicio –una especie de versión ultraterrenal del «si quieres arroz, Catalina»–: los amantes adúlteros están cerca, pero no pueden tocarse; los glotones no alcanzan los frutos que colmarían su apetito; los cobardes huyen perseguidos por moscas y avispas, los orgullosos se inclinan bajo el peso del fardo que llevarán a su espalda mientras dure la eternidad.
Dante no reserva en el Infierno ningún lugar para los soberbios, a los que sí dedica, en cambio, toda la primera cornisa del Purgatorio: se conoce que para el genial florentino se trataba de un pecado menor, redimible tras un tiempo de sufrimiento esperanzado. He pensado en ello estos días, cuando todavía tenía frescos los dibujos de Botticelli y las noticias de la peligrosa crisis provocada por el avión espía norteamericano en el mar de China se superponían a las del escándalo general suscitado por el desprecio con el que George W. Bush ha venido a desmarcarse del Protocolo de Kioto, devolviendo de ese modo el favor a los grupos financieros del sector de la energía que habían financiado su campaña. Ese tipo es un peligro, créanme. Y ya sé que lo apoya buena parte de un electorado que, aunque cree que el calentamiento global es uno de nuestros más serios problemas, no está dispuesto a que se tomen medidas para reducirlo si implican que tiene que pagar más por la luz o por la gasolina. Los Estados Unidos están demasiado acostumbrados a identificar sus intereses con los del Planeta, y no al revés. Por ahora, Dante situaría al presidente de la (aún) más poderosa potencia del mundo en el Purgatorio, junto a los soberbios castigados a transportar un enorme peñasco que les obliga a humillar la cerviz. Ojalá que a lo largo de su mandato, cuyos inicios no parecen nada tranquilizadores, no dé motivos para ser incluido en el séptimo círculo del Infierno, donde los violentos purgan sus pecados sumergidos en un río de sangre. Ni a algunos de sus aliados, especialmente a Gran Bretaña, para figurar entre los aduladores y cortesanos, inmersos para toda la eternidad en un foso de excrementos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





 








El poema de cada día. Hoy, Vivo sin vivir en mí, de Teresa de Jesús (1515-1582)

 







VIVO SIN VIVIR EN MÍ



Vivo sin vivir en mí,

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.


Vivo ya fuera de mí

después que muero de amor;

porque vivo en el Señor,

que me quiso para sí;

cuando el corazón le di

puse en él este letrero:

que muero porque no muero.


Esta divina prisión

del amor con que yo vivo

ha hecho a Dios mi cautivo,

y libre mi corazón;

y causa en mí tal pasión

ver a Dios mi prisionero,

que muero porque no muero.


¡Ay, qué larga es esta vida!

¡Qué duros estos destierros,

esta cárcel, estos hierros

en que el alma está metida!

Sólo esperar la salida

me causa dolor tan fiero,

que muero porque no muero.


¡Ay, qué vida tan amarga

do no se goza el Señor!

Porque si es dulce el amor,

no lo es la esperanza larga.

Quíteme Dios esta carga,

más pesada que el acero,

que muero porque no muero.


Sólo con la confianza

vivo de que he de morir,

porque muriendo, el vivir

me asegura mi esperanza.

Muerte do el vivir se alcanza,

no te tardes, que te espero,

que muero porque no muero.


Mira que el amor es fuerte,

vida, no me seas molesta;

mira que sólo te resta,

para ganarte, perderte.

Venga ya la dulce muerte,

el morir venga ligero,

que muero porque no muero.


Aquella vida de arriba

es la vida verdadera;

hasta que esta vida muera,

no se goza estando viva.

Muerte, no me seas esquiva;

viva muriendo primero,

que muero porque no muero.


Vida, ¿qué puedo yo darle

a mi Dios, que vive en mí,

si no es el perderte a ti

para mejor a Él gozarle?

Quiero muriendo alcanzarle,

pues tanto a mi Amado quiero,

que muero porque no muero.


 

Teresa de Jesús (1515-1582)

Mística española