jueves, 14 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy jueves, 14 de noviembre de 2024

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 14 de noviembre de 2024. Algunas batallas se han perdido ya, o se han perdido de momento; mucha gente ha decidido confiar en los bulos y no sirve que esas falacias se demuestren falsas o que se desmonten con argumentos se dice en la primera de las entradas del blog de hoy. La segunda, un archivo del blog de noviembre de 2013, iba de un libro en el que relata en primerísima persona el horror de unos seres cuya principal preocupación era de la sobrevivir para poder contar la atrocidad de los campos de exterminio. La tercera es hoy un poema de un poeta francés del XIX que comienza con estos versos: Vuestra alma es un exquisito paisaje,/Que encantan máscaras y bergamascos,/Tocando el laúd y danzando y casi/Tristes bajo sus fantásticos disfraces. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt







De los bulos y mentiras: una batalla ya perdida

 






Algunas batallas se han perdido ya, o se han perdido de momento. Quizá nunca se dieron del todo. Mucha gente ha decidido confiar en los bulos y no sirve que esas falacias se demuestren falsas o que se desmonten con argumentos, comenta en El País [La batalla perdida, 13/11/2024] el escritor José Luis Sastre. No basta con los hechos para quien ha escogido creer y ha llegado a la conclusión, engaño tras engaño, de que a ellos no les van a engañar igual que a los demás. No se trata solo de las informaciones falsas que aparentan ser ciertas y que se difunden a menudo sin querer, de teléfono en teléfono; sino de las otras: las que provocan el miedo o el odio de manera deliberada porque pretenden que todo salte por los aires

Dijimos durante muchos años que las redes sociales no eran la vida real, pero que fuera un mundo virtual no lo volvía un mundo de ficción. Ahora, la información llega antes por las redes que por los medios convencionales, atrapados en la eterna e irresoluble crisis del periodismo. Ahora, la vida tiene dinámicas propias de las redes: logra más visibilidad quien más grite o polemice. Uno puede quedar proscrito por describir aquello que haya visto con sus ojos y, en cambio, puede saltar a la notoriedad por especular con todo lo que no haya visto. El resultado es una sociedad segmentada en grupos de seguidores, que mezcla la verdad con las mentiras y abocada a una polarización partidista. El mundo se explica en sus divisiones y las opiniones tienen más peso que los hechos. Al cabo, las opiniones son objetivas y los hechos, subjetivos.

La tragedia de Valencia ha demostrado de nuevo el alcance de los bulos y, más que eso, lo difíciles que son de combatir. Ofrecen una explicación rápida, aunque sea falsa, y alimentan la sensación de sospecha. Es probable que esa sea la única verdad que contengan, por encima incluso de su vocación de ser creídos: la vocación de que la gente no se crea nada más. Que sospeche. Que recele. Que no haya verdades y que la incertidumbre sólo pueda combatirse con sospechas. Una sociedad desconfiada y recelosa.

Para quienes han decidido creer, la batalla de los hechos está perdida. El periodismo deberá cumplir su función y contar aquello que esté demostrado, porque los hechos hacen más falta que nunca por mucho que los destierren. Pero con eso no alcanza y eso hay que asumirlo cuanto antes: ya cuesta más desmontar un bulo que confirmar un titular.

La pregunta de qué podemos hacer invita a responderse que no hay otra salida más que seguir haciendo lo que se exige al periodismo: su trabajo. Sinceridad y precisión, en palabras de Bernard Williams. Pero la inercia de la época lleva a pensar que eso cambiará poco las cosas. Quizá las cambie el tiempo, que es lo que se dice cuando no se sabe qué decir. Entretanto, tiene sentido preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí y si esta conspiración contra los hechos se explica sólo en lo bien que se organizaron los propagadores de las mentiras. Algo hicimos mal si otros nos arrebataron ante mucha gente aquello que costaba años conseguir: su credibilidad y su confianza.









[ARCHIVO DEL BLOG] Primo Levi: Una historia sobre Auschwitz. Publicado el 22/11/2013












Los que vivís seguros 
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle, 
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe, 
la enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.

"Si esto es un hombre" (Primo Levi, 1958)



En el número de diciembre de 2005 leí en "Revista de Libros" un artículo títulado "Trilogía de Primo Levi", escrito por el profesor y sociólogo Juan Manuel Iranzo. Como hago siempre que leo algún artículo o crítica sobre algún libro que me llama la atención (poco o ninguno de ellos será nunca un "super ventas" en las estanterías de las grandes superficies comerciales), guardo la referencia cuidadosamente para comprarlo y leerlo cuando se presente la ocasión favorable. Sinceramente, ya compro pocos libros, pero por fortuna la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas de Gran Canaria, como ya he comentado en ocasiones anteriores, tiene un buen fondo de títulos y suele ser generosa en la adquisición de aquellos que no tiene y le solicito: "Si esto es un hombre" (Muchnik Editores, Barcelona, 2002), de Primo Levi, fue uno de ellos.
La misma tarde que lo saqué de la biblioteca, junto a los "Pensamientos", de Blaise Pascal, comencé a leerlo en la guagua que me traía de vuelta a casa. Nada más llegar, le comenté a una buena amiga a través del féisbuc la profunda impresión que la lectura de sus primeras páginas, que se abren con el poema que reproduzco más arriba, me habían causado, y que tenía la impresión de que no iba a ser capaz de seguir con su lectura. Su respuesta casi inmediata, fue que no era capaz de imaginar como un lector como yo me cuestionaba continuar leyéndolo. Su crítica, cariñosa pero directa, fue un estímulo para mí. Acabo de terminarlo hoy mismo, casi de un tirón, como es habitual cuando una lectura me engancha, entre llevadas y traídas de nietos al colegio y acompañamiento a mis hijas, de chófer, en sus precompras navideñas y de reyes. Y tengo que decir que es uno de los libros más intensamente conmovedores que he podido leer nunca y que me ha provocado un mayor impacto emocional; y he leído bastantes, ya "nel mezzo del cammin di nostra vita", que decía Dante. 
"Si esto es un hombre" es el primero de los libros de la trilogía que Primo Levi (1917-1987), nacido en el seno de una familia judía del Piamonte, dedicó a los campos de exterminio nazis. En 1943 fue capturado como partisano y deportado a Auschwitz. El libro relata en primerísima persona el horror de unos seres cuya principal preocupación era de la sobrevivir para poder contar la atrocidad de los campos de exterminio. Una atrocidad que nadie creería si nadie puediera contarla. Es lo que hace Levi en el austero testimonio de unas páginas, escritas con serenidad y sin odio, devolviendo al horror su realidad y haciéndolo inteligible. Y eso, a pesar de la demoledora sentencia del filósofo alemán Theodor Adorno de que "escribir poesía después de Auschwitz sería un acto de barbarie". Levi lo hizo, y aquí queda su testiomonio. 
Su lectura me ha llevado a reeditar mi entrada de hace unos días, la titulada: "En el 75.º aniversario de la "Kristallnacht" o Noche de los cristales rotos. ¿Vuelta a empezar?", cuya relectura, así como el artículo del profesor Iranzo y la biografía de Levi que cito más arriba, me atrevo a recomendarles. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt












El poema de cada día. Hoy, Claro de luna, de Paul Verlaine (1844-1896)

 






CLARO DE LUNA


Vuestra alma es un exquisito paisaje,

Que encantan máscaras y bergamascos,

Tocando el laúd y danzando y casi

Tristes bajo sus fantásticos disfraces.


Siempre cantando en el tono menor,

El amor triunfal y la vida oportuna

Parecen no creer en su felicidad

Y sus canciones se unen al claro de la luna.


Al tranquilo claro de luna, triste y bello,

Que hacen sonar los pájaros en los árboles,

Y sollozar extáticos a los surtidores,

Surtidores esbeltos entre los blancos mármoles.



Paul Verlaine (1844-1896)

poeta francés














miércoles, 13 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy miércoles, 13 de noviembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 13 de noviembre de 2024. La indignación sale a la calle cuando un pueblo clama contra la injusticia, la sinrazón o la incompetencia; la indignación es el grito desesperado de quienes sufren cuando las instituciones no hacen su trabajo, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy. La segunda es un archivo del blog fechado en noviembre de 2009, en el que se criticaban las afirmaciones de un reputado sociólogo que afirmaba que fuera cuál fuera la ejecutoria personal y política anterior o posterior a 1978 de cada uno, todos los españoles que no hubieran sido militantes antifranquistas tenían negado, por su origen, la posibilidad de acceder a la condición de ciudadanos demócratas. La tercera es un poema de una poetisa árabe, contemporánea de Mahoma, que comienza con estos versos: El tiempo me ha roído, mordido y cortado./El tiempo me ha dañado, me ha herido,/y ha destruido a mis hombres que han muerto juntos. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De la indignación como ejercicio democrático

 






La indignación sale a la calle cuando un pueblo clama contra la injusticia, la sinrazón o la incompetencia. La indignación es el grito desesperado de quienes sufren cuando las instituciones no hacen su trabajo. Cualquier demócrata debe estar atento a este sentimiento, entender sus motivos y ayudar a que sirva para mejorar la democracia, escribe en El País [Cómo la indignación mejora la democracia, 11/11/2024] la socióloga Cristina Monge.

Los miles de personas que salieron a la calle el sábado pidiendo la dimisión de Carlos Mazón se expresaron en términos radicalmente democráticos ante la actuación del presidente valenciano, su incomparecencia en las horas clave de la riada, la opacidad y falsedad de sus explicaciones y la cadena de errores que trufaron la gestión de la Generalitat. También protestaron contra el presidente Pedro Sánchez y el Gobierno de España, al que en el manifiesto final criticaron por no “haber presionado de manera contundente e inmediata el Gobierno valenciano ante su inacción para intervenir con todos los efectivos disponibles y ayudar a la ciudadanía a reconstruir sus vidas.”

Gracias a esos periodistas que están haciendo bien su trabajo —y que no son pocos— se va recomponiendo lo que ocurrió en aquellas horas críticas, cuando el presidente de la Comunidad Valenciana, desaparecido, no contestaba las llamadas de la vicepresidenta del Gobierno central Teresa Ribera ni de su equipo; así como lo que aconteció después, cuando la consejera de Justicia e Interior valenciana no puso en marcha las alertas que hubieran podido salvar vidas. Es lo que tiene la democracia, que necesita que cada cual haga su trabajo, y lo haga bien. De ahí que sea imprescindible diferenciar lo que funcionó de lo que no lo hizo.

Porque funcionó la Aemet —agencia pública dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica— cuando, tras días advirtiendo de que la situación podía ser grave, lanzó la alerta roja el martes 29 a las 7.36 de la mañana. También funcionaron los servicios de emergencia de la Universidad de Valencia, que con la misma información que tenía la Generalitat mandaron un preaviso el lunes por la noche a los departamentos y el martes a mediodía suspendieron todas las actividades académicas. Salta a la vista que fueron oportunas y acertadas las respuestas de alcaldes y alcaldesas, en primera línea, que ayer mismo en estas páginas recordaban la importancia del Estado. Y es innegable que la sociedad, con los jóvenes a la cabeza, ha dado un ejemplo de compromiso y solidaridad.

Se podrá discutir si la cadena de mando debía estar o no en manos de la Comunidad Autónoma o del Gobierno de España, si éste tenía que haber tenido mayor presencia en los primeros momentos, o si hay que afinar más la “cogobernanza” que operó durante la pandemia; pero el 29 de octubre de 2024 la ley era la que era y no cabía ponerse a debatir su reforma o sustituir sobre la marcha la cúpula del dispositivo. Ningún experto en gestión de crisis aconsejaría tal cosa.

Frente a estos análisis, necesitados de mayor detalle y concreción cuando llegue el momento, hay quienes aprovechan la situación para lanzar una impugnación al conjunto, una enmienda a la totalidad que ni ayuda a entender los múltiples motivos de la indignación, ni a darles solución alguna. Una cortina de humo que tapa los errores y la irresponsabilidad dejando así impunes a quienes los cometieron. Porque si la culpa es de todos, la culpa es de nadie. Si todos son iguales, qué más da a quien votes. Una línea discursiva —ni siquiera argumental— propia de los populismos que llevan a la ultraderecha al poder. Steve Bannon, el ideólogo del trumpismo, lo entendió muy bien.

Sabemos que la desconfianza en las instituciones cuesta vidas, de la misma manera que hemos comprobado de la forma más trágica que el negacionismo climático mata. La indignación salvará al pueblo si consigue echar a quienes no tienen la altura, la capacidad o la responsabilidad necesaria para gobernar; si sirve para corregir aquellos aspectos del sistema que fallaron estrepitosamente y reforzar los que funcionaron adecuadamente; y si logra abrir una reflexión en profundidad sobre aquellos elementos de nuestra forma de vida que hay que revisar. En definitiva, si consigue mejorar la democracia con más democracia. Para ello ha de expulsar a quien siembre bulos, desinformación, manipulación o proclamas irresponsables que sólo consiguen allanar el camino a la ultraderecha, algunos de cuyos líderes ya actúan en las redes sociales e intentan capitalizar las protestas.

La indignación puede tomar muchos caminos. El político, como hicieron miles de valencianos y valencianas saliendo a las calles bajo el lema “Mazón, dimisión”, como hacen quienes con trazo fino buscan las responsabilidades y los fallos, o quienes informan con rigor pese a la complejidad de lo sucedido. Por el contrario, puede deslizarse por la senda de la antipolítica, un recorrido construido de bulos, violencia, o del consabido “todos son iguales”, antesala del autoritarismo. Es más fácil acudir al trazo grueso y a la simplificación demagógica que explicar y analizar fenómenos complejos que exigen a quienes los observan conocimiento, temple, saber utilizar el matiz y los términos justos. Eso es lo que ahora hace falta.











[ARCHIVO DEL BLOG] El pecado original de la democracia española. Publicado el 14/11/2009











El 10 de octubre pasado el diario El País publicaba un artículo de José Vidal-Beneyto, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y director del Colegio de Altos Estudios Europeos Miguel Servet de París, activo opositor al franquismo y participante destacado en el llamado "Contubernio de Múnich" (1962) y más tarde en la denominada Junta Democrática, creada en París en 1974 a impulsos del PCE de Santiago Carrillo.
El artículo se titula La corrupción y la transición intransitiva. Su lectura me produjo un profundo desasosiego. Desde ese día, he seguido con curiosidad los artículos y comentarios que han ido apareciendo tanto en El País como en otros medios de comunicación por ver si alguien respondía a las críticas que Vidal-Beneyto formulaba a la actual democracia española y a su proceso de transición desde el franquismo, viciada a su juicio, en origen, por una especie de "pecado original" que la convierte hayan sido cualesquiera sus logros, a ella y a sus protagonistas, incluido el rey, en algo "intrínsecamente" perverso. Pero nada, ni un solo comentario al respecto.
Uno de los aspectos que más me desconcertó del artículo del profesor Vidal-Beneyto, profundo conocedor de la vida política francesa, y en su primera parte dedicado a analizar con detalle la rampante ola de corrupción que sacude también a la república vecina, es el de que, a la hora de incidir en las causas de la generalizada corrupción política de las democracias europeas actuales, cuando se refiere a la democracia española, la achaca (la corrupción) al proceso seguido durante la denominada "Transición española" desde la muerte del general Franco hasta la aprobación de la Constitución de 1978, haciendo recaer esa responsabilidad. de forma singularizada en la figura de don Juan Carlos, descalificado democráticamente "a limine" por su origen, -son sus palabras-, sean cuales fueren sus condiciones personales y lo acertado de su actuación.
¿El profesor Vidal-Beneyto está diciéndonos que fuera cuál fuera la ejecutoria personal y política anterior o posterior a 1978 de cada uno, todos los españoles que no hubieran sido militantes antifranquistas tienen negado, por su origen, la posibilidad de acceder a la condición de ciudadanos demócratas? ¿Es eso lo que ha querido decir?.., La verdad es que no lo tengo muy claro. En todo caso, sabiendo que el profesor Vidal-Beneyto no es precisamente de filiación demócrata-cristiana, me extraña ese explícito recurso suyo a un "pecado original" de la democracia española que la inhabilita de por vida sin posibilidad de redención.
Opté, después de comentar el artículo con algunos amigos, por olvidarme del asunto y aplazar "sine díe" cualquier comentario sobre el mismo en el Blog. Hasta el jueves, 12 de noviembre, que veo publicado en El País, un artículo del también profesor Gregorio Peces-Barba, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid (de la que fue rector), miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, uno de los redactores de la Constitución de 1978 y presidente del Congreso de los Diputados entre 1982 y 1986, titulado La razón en la política.
No hay en el artículo del profesor Peces-Barba ni una sola mención o referencia al del profesor Vidal-Beneyto, y es muy posible que nada tenga que ver con él, pero, en los primeros párrafos del mismo puede leerse una enérgica y fundamentada crítica de aquellos que descalifican "la Constitución de 1978 [...] personas, con más ambición que presencia real en aquellos tiempos, o que llegaron después sentando cátedra desde sus orígenes norteamericanos de legitimidad". O que "estaban, al final del franquismo, cuando todas las ayudas eran pocas, atrincherados en un temor que les paralizaba, poco coherente con levantar hoy la voz como profetas de la libertad y la igualdad, dando lecciones a todos y especialmente a quienes con gran esfuerzo y sacrificio hicimos la Transición y la Constitución". "Es manifiestamente injusto -añade-, sostener que en realidad fortalecimos al franquismo, con desdén, desprecio y falsedad como dicen esos "apóstoles" de una "verdadera transición". Tienen una visión paranoica, inventada y poco creíble de estos años, sufriendo por un protagonismo que no tuvieron, que se confunde con un negacionismo y un catastrofismo que niega la realidad".
Vaya por quién vaya la andanada, me siento reconfortado y reafirmado en mi criterio de que nadie está calificado en España para otorgar patente de "demócrata" a otro ciudadano, sea cual sea su origen u ideología. La condición de demócrata se gana por la ejecutoria de cada cuál, no por su origen, y menos aún por la losa de un "pecado" o una "culpa" preexistente. Y sean felices, por favor. Tamaragua,amigos. HArendt












El poema de cada día. Hoy, El tiempo me invadía, de Al-Khansa (m. 645 d. C.)

 






EL TIEMPO ME INVADÍA



El tiempo me ha roído, mordido y cortado.

El tiempo me ha dañado, me ha herido,

y ha destruido a mis hombres que han muerto juntos.

Esto ha conseguido inquietarme.

No había un puerto para el cruel

Que al igual que el sol halla refugio para el pueblo.

Vimos caballos galopar

y levantando polvo.

Y a los jinetes, con espadas brillantes, y grandes lanzas grises;

¿Aquel que con sus lanzas destroza cuerpos

se convierte en blanco mortal de las espadas?

Derrotamos a quienes pensaban

que nunca serían derrotados.

Y aquel que piensa que no se verá perjudicado

piensa en lo imposible.

Evitamos acciones deshonrosas y honramos a nuestros huéspedes.

Y guardamos los elogios (de personas).

Llevamos las armas en la guerra

Y la seda, la lana y el algodón durante la paz.



Al-Khansa (m. 645 d.C.)

poetisa árabe














martes, 12 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy martes, 12 de noviembre de 2024

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 12 de noviembre de 2024. Todos los países son ficciones, pero algunos son más ficticios que otros, se comenta en la primera de las entradas del blog de hoy, y han funcionado así durante siglos, pero de repente entran en una crisis súbita. La segunda es un archivo del blog de diciembre de 2017 sobre la exposición que la Royal Academy londinense dedicó a los dibujos concebidos por Sandro Botticelli para ilustrar La Divina comedia de Dante: 92 piezas dibujadas con estilete, lápiz y tinta sobre pergamino de piel de oveja. La tercera es el famosísimo poeta de la mística española Teresa de Jesús que comienza con estos versos: Vivo sin vivir en mí,/y de tal manera espero,/que muero porque no muero. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt









Del Apocalipsis, según Trump

 







Todos los países son ficciones, pero algunos son más ficticios que otros, comenta en El País [El apocalipsis según Donald Trump, 10/11/2024] el escritor Juan Gabriel Vásquez. Quiero decir, añade, que todos los países se construyen a partir de un relato: puede ser un relato que la sociedad asume como propio más allá de divisiones internas —libertad, igualdad y fraternidad—, o un relato que ha funcionado durante siglos y luego entra en crisis súbita, como el relato de los imperios, o un relato que parte de nuestras aspiraciones aunque la realidad no las justifique. Entre todas las ficciones de Occidente, la de Estados Unidos ha sido acaso la más arriesgada, porque ha tratado de construir una identidad monolítica sobre una de las sociedades menos monolíticas del planeta: desde hace décadas la Historia se estudia en las escuelas con un libro titulado El experimento americano. Entran en escena los clichés: el american dream, el “crisol de culturas”, “la nación más grande de la Tierra”. Todos los políticos de Estados Unidos pronuncian estas últimas palabras sin el menor asomo de pudor o de ironía: hacerlo —y además, inverosímilmente, creérselas— es requisito para aspirar a cualquier cargo público. En su discurso más famoso, Martin Luther King añoraba una nación que “estuviera a la altura del verdadero significado de su credo”. ¿Qué significa esto?

Significa que, más que otras de esas construcciones ficticias que llamamos países, la norteamericana está constantemente haciéndose, definiéndose como un eterno adolescente, dependiendo siempre de su propio concepto de sí misma. En eso pensaba yo hace unos días, antes de la debacle de las elecciones, cuando Kamala Harris habló en uno de sus últimos discursos de la diferencia entre su propuesta y la de Trump. Con la Casa Blanca como fondo, en el mismo lugar del universo desde el cual Trump llamó a una insurrección violenta ante los ojos de todos, Harris dijo que su oponente se había pasado una década tratando de dividir a los ciudadanos y sembrar el miedo entre ellos. “Eso es él”, dijo. “Pero esta noche, América, vengo a decir: eso no es lo que somos nosotros”.

Días más tarde, 73 millones de votos —así como una victoria republicana en el Senado y probablemente en la Cámara— le dijeron a Harris que tal vez sí: que eso, sea lo que sea, es lo que son. Y la crisis de identidad de Estados Unidos tardará muchos años, muchos más que la presidencia de Trump, en llegar a una conclusión certera sobre lo que pasó para que un personaje de su catadura fuera elegido por segunda vez, pero la verdad profunda es inevitable: Trump montó un relato basado en el resentimiento, el agravio, el odio, el desprecio y la violencia, y millones de votantes lo dieron por bueno. A pesar de lo que se lee en las gorras rojas de sus votantes, su ficción no consistía en que Estados Unidos volviera a un pasado más grandioso, sino en que se defendiera de un presente horrible: un presente distópico junto al cual Blade Runner parece una escena de Barbie, un presente de espanto donde hordas de extranjeros liberados de las cárceles y los manicomios del Tercer Mundo están invadiendo nuestras ciudades, violando a nuestras mujeres, comiéndose a nuestras mascotas y envenenando la sangre de nuestra patria, y donde el “enemigo interior” está destrozando nuestras libertades, abortando niños después de nacidos y cambiándoles el sexo por la fuerza cuando se van a la escuela.

Tengo que aclararlo: ni una sola de las palabras que acabo de escribir es una exageración o una caricatura. Son palabras de Trump, pronunciadas en público y ante las cámaras, aplaudidas a rabiar por los suyos. Y no se ha hablado lo suficiente, me parece, de la gran lección que la victoria trumpista deja para los aspirantes a autoritarios del mundo entero: no hay ficción tan extrema, ni mentira tan grande, que no pueda ser aceptada por la sociedad. Sólo se necesitan dos ingredientes: por un lado, una ciudadanía vulnerable, atemorizada, desinformada o crédula; por el otro, un líder cuyos escrúpulos sean inversamente proporcionales a su desespero.

Así es. Para Trump, volver al poder no era una cuestión de codicia, sino de supervivencia: ser presidente era la única manera de no acabar en la cárcel, vestido con un mono del color de su maquillaje. Su larga vida de violador de todas las normas —y muchas de las leyes— le estaba dando alcance. El eterno acosador sexual a quien el traficante de menores Jeffrey Epstein consideraba su mejor amigo, el perseguido por las acusaciones verosímiles de más de 20 mujeres, el que se jactó de sus acosos en una conversación privada que es imposible escuchar sin asco, ya ha sido condenado a pagar unos 90 millones de dólares por difamar a una de las denunciantes, y esa condena civil abre la puerta para la consideración penal de sus varios excesos. El negociante estafador, que se ha pasado la vida haciendo trampa, que todavía no ha cumplido con la tradición presidencial de publicar su declaración de la renta, que se enorgullecía de no pagar los impuestos debidos, ya ha sido condenado por 34 delitos y actualmente está esperando sentencia. La sentencia, en el caso de cualquier otro ciudadano, sería de cárcel; en el caso de Trump, no lo sabremos nunca. Porque la sentencia no llegará: uno de los primeros actos de su mandato será indultarse a sí mismo. Pero ya nos había anunciado que sólo sería dictador el primer día.

Son tantas sus fechorías que es difícil llevar la cuenta: nunca en la historia de Estados Unidos un presidente había tenido un prontuario semejante de malos comportamientos, o comportamientos poco éticos o delitos comprobados, y no por la opinión pública ni por los medios de comunicación —que de todas formas no son de confiar, como se sabe: son “el enemigo del pueblo”, son las “noticias falsas”—, sino por la justicia. Después de cada uno de sus múltiples escándalos, el antitrumpismo se ha apresurado a declarar su muerte política, y cada vez se han equivocado. El superpoder de Trump es su incapacidad para sentir vergüenza: igual que una muerte es una tragedia pero un millón de muertes es una estadística, Trump ha descubierto que una mentira puede acabar con un político —lo hizo con Nixon, estuvo a punto de hacerlo con Clinton—, pero decenas de miles de mentiras repetidas hasta el cansancio lo llevarán a la Casa Blanca. De los muchos rasgos desconsoladores de la victoria de Trump, éste es quizás el más pintoresco y a la vez el más peligroso: la capacidad inverosímil no sólo para mentir, sino para sostener la mentira incluso cuando todo el mundo está viendo la verdad.

Donald Trump vendió una ficción distópica —no, apocalíptica— para conseguir los votos de quienes llevan décadas sintiéndose inseguros o amenazados: por una economía que no los cuida, por las guerras culturales, por las élites globalizadas. Lo temible es que ahora, para gobernar, deberá mantener esa ficción. En abril del año pasado escribí en esta página sobre un discurso que habría debido hacer sonar todas las alarmas. Trump lo pronunció ante un grupo de conservadores en donde estaban algunos de sus cómplices más fanáticos e incluso sus corresponsales en el nuevo mundo de la extrema derecha transnacional: Bolsonaro, por ejemplo. “En 2016 declaré que soy vuestra voz”, les dijo Trump. “Hoy añado que soy vuestro guerrero, soy vuestra justicia. Y para aquellos que han sufrido agravios y traiciones, yo soy vuestra venganza. Yo soy vuestra venganza”. En enero comenzará lo anunciado. Tal vez tengamos derecho a un escalofrío.