martes, 12 de noviembre de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] Lasciate ogni speranza... Publicado el 27/12/2017











Recupero para el blog un antiguo artículo (mayo, 2001) en Revista de Libros escrito por Manuel Rodríguez Rivero, editor, escritor y comentarista cultural, que ejerció de editor en Cuadernos para el Diálogo, Alfaguara, Espasa Calpe y Punto de Lectura, entre otras publicaciones, que entiendo conserva todo su frescor y espero que les resulte tan interesante como a mí.
Si tienen ustedes ocasión no dejen de visitar, hasta principios de junio, la exposición que la Royal Academy londinense ha consagrado a los dibujos concebidos por Sandro Botticelli (1444-1510) para ilustrar La divina comedia de Dante (1265-1321), comienza diciendo. La muestra recoge 92 piezas en distintas fases de acabado, lo que permite hacerse una idea del modo de trabajar del artista. Están dibujadas con estilete, lápiz y tinta sobre pergamino de piel de oveja, y la textura animal del soporte les proporciona una cualidad vibrante incluso medio milenio después de que fueran realizadas.
De entre todos los dibujos los que más llaman la atención son los dedicados al Infierno, que el artista. siguiendo la pauta del poeta, interpreta como un gigantesco embudo, dividido en círculos, que se hunde en el centro de la Tierra. Y nos llaman la atención no porque sean más hermosos que los demás, sino porque, en general, todos preferimos la sección del texto de Dante en que se inspiran. De algún modo, también su representación plástica es más naturalista e imaginativa: las escenas del Purgatorio son menos espectaculares, y el Paraíso –Dios es irrepresentable y la felicidad también, sobre todo cuando posee ese paradójico toque de aburrimiento que le confiere la eternidad– requiere un grado de abstracción que Botticelli resuelve con el recurso a la geometría y al espacio en blanco, un truco empleado, por cierto, por algunos pintores del siglo XX para mostrar lo que no puede ser mostrado. Contempladas ahora, las escenas de los sucesivos círculos presentan una visión del Averno cristiano tan pintoresca como horrible: las serpientes, los diablos con alas de murciélago, los atormentados perpetuamente acosados por bestias terroríficas, los condenados a bañarse eternamente en lagunas de brea ardiente o en ríos de sangre hirviendo manifiestan cierta suave distancia renacentista con respecto al texto medieval. Al fin y al cabo, Botticelli trabajó sobre la Commedia casi doscientos años después de que fuera escrita: no es que no fuera creyente, pero se permitía cierto sentido del humor (negro) que puede apreciarse en el modo de enfrentarse a determinadas escenas o motivos. En cualquier caso, al parecer, el encargo de dibujar la obra de Dante se convirtió en una obsesión que le acompañó durante quince años y, en palabras de Vasari, «perdió mucho tiempo en ello, descuidando su trabajo y desbaratando su vida completamente».
Cada época tiene el Infierno que se merece. Y sus representaciones, sin duda. A lo largo del tiempo la mitología y la literatura se han hecho cargo de esos descensus ad inferos tan necesarios en el proceso de madurez y desarrollo del héroe, del hombre excepcional, del salvador o el guía de los pueblos. No hace falta rastrear su presencia en los textos fundacionales babilónicos o sumerios, ni en el Libro de los muertos egipcio. Ayax, Teseo, Hércules, Ulises y Eneas llevaron a cabo su catábasis al Hades, al Tártaro o al Averno antes de que el sentido de ese lugar en el que permanecen los muertos se transformara en el espacio de tortura y sufrimiento que el cristianismo reserva a los impíos. Los judíos distinguían entre el Seol, el Hades de su religión, y el Gehena, el ámbito de castigo eterno que Casiodoro de la Reina y Cipriano de Valera traducen precisamente como «infierno». Es el sitio en el que se halla la «vergüenza y confusión perpetua» (Daniel, 12:2), el lago de fuego del Apocalipsis (10:15), el lugar del «lloro y el batimiento de dientes» del que nos habla Mateo (22:13), donde, según Isaías (14:11), «gusanos serán tu cama, y gusanos te cubrirán».
Luego, cuando el hombre alcanza la psicología, el infierno se sofistica, se hace abstracto: quizás porque, liberados gracias a la Razón de la supersticiosa imaginería medieval, el infierno pasa a convertirse o bien en un ámbito interior (desde el romanticismo), o se hace demasiado real, humano y exterior por la crueldad de las guerras y las matanzas colectivas. El protagonista de Apuntes del subsuelo, de Dostoievski («soy un hombre enfermo... soy un hombre despechado»), lanza desde su mundo «subterráneo» su diatriba contra el progreso; Jean-Baptiste Clamence, el narrador de La caída, de Albert Camus, secuela literaria de la anterior, purga su culpa entre los círculos alegóricamente infernales de los canales de Amsterdam; los protagonistas del Huis-Clos sartreano toman conciencia de su infierno, que son los otros, en un salón Napoleón III sin llamas ni azufre. Buena parte del arte del siglo XX –desde los expresionistas a los hermanos Chapman, esos conspicuos representantes del New British Art que aprendieron estudiando Los desastres de la guerra goyescos– ha reflejado más o menos alegóricamente los infiernos de nuestro tiempo, que ha sido pródigo en ellos: el Holocausto, desencadenado porque los nazis –y muchos de cuantos les apoyaron– estaban convencidos de que los judíos eran la encarnación del mal absoluto, ha sido, sin duda, el peor de los nuestros.
El de Dante no es un infierno abstracto. En él cada pecado, cada pecador, obtiene su retribución, a menudo en forma de comentario irónico y moral sobre su vicio –una especie de versión ultraterrenal del «si quieres arroz, Catalina»–: los amantes adúlteros están cerca, pero no pueden tocarse; los glotones no alcanzan los frutos que colmarían su apetito; los cobardes huyen perseguidos por moscas y avispas, los orgullosos se inclinan bajo el peso del fardo que llevarán a su espalda mientras dure la eternidad.
Dante no reserva en el Infierno ningún lugar para los soberbios, a los que sí dedica, en cambio, toda la primera cornisa del Purgatorio: se conoce que para el genial florentino se trataba de un pecado menor, redimible tras un tiempo de sufrimiento esperanzado. He pensado en ello estos días, cuando todavía tenía frescos los dibujos de Botticelli y las noticias de la peligrosa crisis provocada por el avión espía norteamericano en el mar de China se superponían a las del escándalo general suscitado por el desprecio con el que George W. Bush ha venido a desmarcarse del Protocolo de Kioto, devolviendo de ese modo el favor a los grupos financieros del sector de la energía que habían financiado su campaña. Ese tipo es un peligro, créanme. Y ya sé que lo apoya buena parte de un electorado que, aunque cree que el calentamiento global es uno de nuestros más serios problemas, no está dispuesto a que se tomen medidas para reducirlo si implican que tiene que pagar más por la luz o por la gasolina. Los Estados Unidos están demasiado acostumbrados a identificar sus intereses con los del Planeta, y no al revés. Por ahora, Dante situaría al presidente de la (aún) más poderosa potencia del mundo en el Purgatorio, junto a los soberbios castigados a transportar un enorme peñasco que les obliga a humillar la cerviz. Ojalá que a lo largo de su mandato, cuyos inicios no parecen nada tranquilizadores, no dé motivos para ser incluido en el séptimo círculo del Infierno, donde los violentos purgan sus pecados sumergidos en un río de sangre. Ni a algunos de sus aliados, especialmente a Gran Bretaña, para figurar entre los aduladores y cortesanos, inmersos para toda la eternidad en un foso de excrementos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





 








El poema de cada día. Hoy, Vivo sin vivir en mí, de Teresa de Jesús (1515-1582)

 







VIVO SIN VIVIR EN MÍ



Vivo sin vivir en mí,

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.


Vivo ya fuera de mí

después que muero de amor;

porque vivo en el Señor,

que me quiso para sí;

cuando el corazón le di

puse en él este letrero:

que muero porque no muero.


Esta divina prisión

del amor con que yo vivo

ha hecho a Dios mi cautivo,

y libre mi corazón;

y causa en mí tal pasión

ver a Dios mi prisionero,

que muero porque no muero.


¡Ay, qué larga es esta vida!

¡Qué duros estos destierros,

esta cárcel, estos hierros

en que el alma está metida!

Sólo esperar la salida

me causa dolor tan fiero,

que muero porque no muero.


¡Ay, qué vida tan amarga

do no se goza el Señor!

Porque si es dulce el amor,

no lo es la esperanza larga.

Quíteme Dios esta carga,

más pesada que el acero,

que muero porque no muero.


Sólo con la confianza

vivo de que he de morir,

porque muriendo, el vivir

me asegura mi esperanza.

Muerte do el vivir se alcanza,

no te tardes, que te espero,

que muero porque no muero.


Mira que el amor es fuerte,

vida, no me seas molesta;

mira que sólo te resta,

para ganarte, perderte.

Venga ya la dulce muerte,

el morir venga ligero,

que muero porque no muero.


Aquella vida de arriba

es la vida verdadera;

hasta que esta vida muera,

no se goza estando viva.

Muerte, no me seas esquiva;

viva muriendo primero,

que muero porque no muero.


Vida, ¿qué puedo yo darle

a mi Dios, que vive en mí,

si no es el perderte a ti

para mejor a Él gozarle?

Quiero muriendo alcanzarle,

pues tanto a mi Amado quiero,

que muero porque no muero.


 

Teresa de Jesús (1515-1582)

Mística española















De las viñetas de humor de hoy martes, 12 de noviembre de 2024

 



























lunes, 11 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy lunes, 11 de noviembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 11 de noviembre de 2024. Vivimos tiempos que parecen una tempestad shakespeariana, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, entre tormentas políticas y un cambio climático pavorosos, y con esa sensación de que lo que se ve es símbolo de una cordura que se tambalea en muchas partes, en la primera de las entradas de hoy hablando de la crisis que se cierne sobre el proyecto de la Unión Europea. En la segunda de ellas, un archivo del blog de julio de 2017, se hablaba del filólogo y filósofo Emilio Lledó, en una nueva sección que iba a hacerlo de todos y cada uno de los académicos, recientes y pasados, que han configurado la historia de la Real Academia Española. El poema de hoy, en la tercera de las entradas, es de Charles Baudelaire y comienza así: ¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,/Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina,/Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,/Y se puede, por eso, compararte con el vino. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De la Unión Europea: ¿En coma inducido?

 









Vivimos tiempos que parecen una tempestad shakespeariana, entre tormentas políticas y un cambio climático pavorosos, y con esa sensación de que lo que se ve es símbolo de una cordura que se tambalea en muchas partes,escribe en El País [El partidismo en una tempestad shakespeariana, 09/11/2024] el analista de política internacional Andrea Rizzi. Esta semana, mientras Donald Trump cosechaba un triunfal regreso a la Casa Blanca y Viktor Orbán lo celebraba descorchando vodka —porque se hallaba en Kirguistán y no tenía a mano champán—, hubo que asistir al asombroso espectáculo de los liberales alemanes precipitando una crisis de Gobierno en Berlín en uno de los momentos más delicados de las últimas décadas por intransigencia dogmática y calculillos partidistas. Se negaron hasta las últimas consecuencias a aceptar un endeudamiento para sufragar gastos militares de apoyo a Ucrania y a una industria interna en dificultad.

Así, mientras Europa necesita cerrar filas y actuar lo más rápido posible ante la más que probable embestida trumpista en forma de aranceles y reducción del apoyo a Ucrania, toca en cambio lidiar con una Alemania en barrena. Los liberales alemanes ya hicieron un daño descomunal como predicadores de la austeridad europea tras la crisis de 2008. En el último año han sido el principal lastre que ha impedido al Gobierno de coalición alemán ser eficaz. Es cierto que la situación era ya insostenible, y en cierto sentido un reseteo rápido podría ser beneficioso. En esa perspectiva, es necesario que Olaf Scholz convoque cuanto antes elecciones. Pero este último golpe de los liberales, tras meses de intransigencias que, bajo un manto ideológico, saben a egoísmo partidista, culminan el inmenso daño de haber tenido a Berlín semiparalizado durante un largo periodo en un momento crucial de la historia de Europa. Nada obligaba a que fuera así.

Ese egoísmo partidista en tiempos tan duros no es un episodio aislado. Cómo olvidar la exigencia de Jean-Luc Mélenchon reclamando en Francia la aplicación íntegra del programa de la coalición de izquierdas, que quedó la primera en las elecciones —pero a cien escaños de la mayoría, pequeño detalle—. Aquello dificultó, y mucho, la posibilidad de un Ejecutivo de centroizquierda, que era la opción más lógica y deseable. Y cómo digerir estos días, en España, la asombrosa desfachatez de líderes de las varias derechas que, por interés partidista, han arrojado fango sin escrúpulo sobre otros mientras barrían polvos indecentes de su bando debajo de alfombras inaceptables.

Todo ello no excluye graves, incluso gravísimos, errores de gestión —algunos moral además de políticamente lamentables— de los respectivos líderes al mando en esos países, pero los episodios mencionados destacan con autoridad propia en la categoría de las irresponsabilidades políticas.

Mientras, el partido trumpista europeo afila sus armas. Algunos, descorchando; otros —como Giorgia Meloni—, aguardando estratégicamente el momento oportuno para desarrollar un juego a dos bandas como miembro de la UE que necesita integrarse más y referente privilegiado del nuevo Washington. Pero, atención: el riesgo de la tentación de congraciarse bilateralmente no es exclusivo de gobiernos ultraderechistas. Ceder a esa tentación sería un desastre. Algunos están especialmente expuestos al riesgo de la soledad —España, desde luego, en las antípodas del trumpismo en todo—, pero la división acabaría siendo negativa para todos. Una tibia e improductiva unidad no sería mucho mejor.

La verdad es que no sabemos lo que hará Trump —en muchas cuestiones, incluida Ucrania, lo más probable es que no lo sepa ni él—. Pero sí sabemos lo que hay: la UE es una entidad con peligrosas debilidades y dependencias, que pierde competitividad y vigor demográfico en un mundo brutal. El espejismo del multilateralismo, de las normas compartidas, se ha disuelto por completo. Será cada vez más un mundo transaccional. Si en él no queremos ser vasallos, necesitamos desarrollar nuevas capacidades tecnológicas, manufactureras y, sí, militares. Pacifismo es no agredir a nadie, no es quedarse inertes confiando en la buena suerte —o en la protección de otros— en una jungla con fieras desatadas que devoran presas frágiles. En esto, la España que celebra su vigor económico debe acelerar mucho más sus inversiones para poder contribuir a las capacidades comunes y dejar de ser la gran rezagada sin ningún motivo para ello.

Lograr esos grandes objetivos por separado es inviable. También lo es conseguirlo con unidad de concepto, pero con políticas infestadas de zancadillas partidistas. Tristemente, parece que ni la bestial guerra de Vladímir Putin, ni la brutal acción militar de Benjamín Netanyahu, ni el devastador cambio climático, ni el inquietante regreso de Trump consiguen hacer mella en los pequeños cálculos partidistas de algunos.

Ninguno tenemos el historial libre de fallos y mezquindades, y la política no es una competición de moralidad. Pero en tiempos como estos, ciertas deficiencias entrañan riesgos enormes. Nadie reclama virtud impoluta, pero sí al menos un poco de sentido de la emergencia, de la urgencia, de la inteligencia. Contengamos, durante un rato, ciertos instintos primarios. Los socialistas portugueses, que acaban de permitir la aprobación de presupuestos de los conservadores con su abstención a cambio de modificaciones al proyecto, después de haber permitido un Gobierno de minoría que deje al margen la ultraderecha, muestran otro camino. Muy libres todos de pensar que es una estrategia perdedora, buenista, ingenua. Quienes lo hagan, al menos que se pregunten a dónde conduce esta feria de cálculos partidistas en medio de esta tempestad shakespeariana.












[ARCHIVO DELBLOG] Desde la RAE. Hoy, con el académico Emilio Lledó. Publicado el 04/07/2017














La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 
La RAE ha tenido un total de cuatrocientos ochenta y tres académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.
En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española.
Y me gustaría iniciarla, saltándome por una sola vez el estricto e imparcial orden cronológico, por la del académico Emilio Lledó Íñigo, que fue mi profesor de Historia de la Filosofía Antigua y Medieval en la UNED y me enseñó a amar y disfrutar con Platón, Aristóteles, San Agustín, y por supuesto, del saber por el saber. Y es que, como reza el lema de la UNED, Omnibvs mobilibvs mobilior sapientia (Sabiduría, 7, 24). ¡Gracias por siempre, don Emilio!
El profesor Emilio Lledó, que ocupa la silla l (ele minúscula) de la Real Academia, nació en Sevilla el 5 de noviembre de 1927. Fue elegido el 11 de noviembre de 1993 y tomó posesión como académico el 27 de noviembre de 1994. Catedrático de Historia de la Filosofía, impartió enseñanza en Alemania y España, tanto a alumnos de bachillerato en institutos públicos, en Valladolid, como universitarios en La Laguna, Barcelona y Madrid. En su último destino como profesor, la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), fue vicerrector de la institución. Es doctor honoris causa por las universidades de La Laguna, de las Islas Baleares y de Lleida, y miembro vitalicio del Instituto para Estudios Avanzados de Berlín. Gran parte de su actividad docente se desarrolló en la universidad alemana de Heidelberg. Fue vocal de la Junta de Gobierno de la RAE entre 1996 y 1998,  y bibliotecario de la misma entre 1998 y2006.
En internet pueden encontrar si lo desean su discurso de toma de posesión en la Real Academia España, titulado Las palabras en su espejo, que fue respondido en nombre de la corporación por Francisco Rodríguez Adrados. Disfrútenlo. Y aprovechando la ocasión, y como feliz colofón de la entrada también  pueden buscar y leer la entrevista que el pasado domingo hacía al profesor Lledó para El País la periodista Tereixa Constenla. No se la pierdan, merece la pena, de verdad. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














El poema de cada día. Hoy, Himno a la belleza, de Charles Baudelaire

 






HIMNO A LA BELLEZA



¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,

Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina,

Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,

Y se puede, por eso, compararte con el vino.


Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora;

Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa;

Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora

Que tornan al héroe flojo y al niño valiente.


¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros?

El Destino encantado sigue tus faldas como un perro;

Tú siembras al azar la alegría y los desastres,

Y gobiernas todo y no respondes de nada,


Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas;

De tus joyas el Horror no es lo menos encantador,

Y la Muerte, entre tus más caros dijes,

Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente.


El efímero deslumbrado marcha hacia ti, candela,

Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha!

El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella

Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.


Que procedas del cielo o del infierno, qué importa,

¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso, ingenuo!

Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta

De un infinito que amo y jamás he conocido?


De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena,

¿Qué importa si, tornas -hada con ojos de terciopelo,

Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!-

El universo menos horrible y los instantes menos pesados?



Charles Baudelaire (1821-1867)

Poeta francés