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lunes, 3 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] Les nacerán monstruos



Fotograma de la película "Muerte en Venecia"


Uno se empieza a morir cuando la percepción de uno mismo está tan alejada de la que tienen los demás que corres el riesgo de convertirte en la persona que un día detestaste, comenta en el A vuelapluma de hoy el escritor Manuel Jabois.

"No hay mejor virtud que aburrirse -comienza diciendo Jabois-. Una mañana de 1832, una amante dejó plantado a Stendhal por un primo de ella, a lo que el escritor contestó en la soledad de sus habitaciones alquiladas en un palacio de Roma: “Les nacerán monstruos”. Cuando entró una camarera con el desayuno, le contó a quién pertenecieron sus aposentos 300 años antes: Miguel Ángel Buonarroti. No solo eso; ahí, donde descansaba Stendhal, Miguel Ángel había conocido a Tommaso Cavalieri. Me gusta la expresión que utiliza Juan Forn en Página 12 cuando recuerda la historia: la camarera es romana, por tanto “habla de 300 años antes como si hablara de antes de ayer”.

Lo que sigue a continuación es uno de esos momentos en los que parece que Dios, además de existir, saca un seis doble cuando juega los dados. Cuenta Forn que Stendhal pasa el día escribiendo en los márgenes de las Rimas de Miguel Ángel unos apuntes enfebrecidos sobre la relación del genio. Tres siglos más tarde, el autor francés relata aquel amor de un hombre de 52 años y un chico de 22. “Miguel Ángel no solo retrató y cantó al joven Tommaso; también lo amó carnalmente. Educó, pues, su inteligencia y su cuerpo, como Sócrates hiciera con Alcibíades o Eurípides con Agatón, y si lo divinizó en el dibujo y en el verso, no desdeñó humanizarlo en el músculo y en el hueso. Al final de su longeva existencia, allá por 1564, cuando la llama del amor físico se había consumido hacía tiempo, Tommaso acompañó a Miguel Ángel en el instante de su muerte”, contó en EPS Ricardo Menéndez Salmón.

Stendhal no siguió escribiendo tras ese día, y sus apuntes se perdieron 150 años, hasta que aparecieron en Civitavecchia. Se le puso a aquello como título uno de los versos que Miguel Ángel dedicó a Tommaso: Quién me defenderá de tu belleza (“Si me has encadenado sin cadenas / y sin brazos ni manos me sujetas, / ¿quién me defenderá de tu belleza?”). En España lo publicó Pre-Textos en 2007. Supe de la historia hace años por el artículo de Forn y recordé, al leer esto (“Stendhal estaba a días de cumplir cincuenta ese otoño de 1832. No le costó nada verse como Miguel Angel: feo, viejo, plebeyo”) lo que escribiría Thomas Mann en 1912, La muerte en Venecia. Un viejo escritor, Gustav von Aschenbach, queda impactado por la belleza de un chico adolescente, Tadzio, cuya contemplación convierte en el acto central del día; un día observa con asco la imagen de un viejo maquillado acercándose a coquetear con un grupo de chicos. Al final de la historia, persiguiendo a Tadzio por Venecia, él ya se ha convertido en ese viejo.

Uno se empieza a morir exactamente en ese punto: cuando la percepción de ti mismo está tan alejada de la que tienen los demás que corres el riesgo de ser la persona que un día detestaste. Cuando se llevó al cine Muerte en Venecia (1970) Luchino Visconti quiso a Miguel Bosé como Tadzio, pero se encontró con la oposición —¡quién lo podía imaginar!— de su padre, Luis Miguel Dominguín, así que se eligió a un quinceañero sueco, Björn Andrésen. Tiempo después el chico contó que Visconti lo obligó a ir a un bar gay, donde los hombres mayores enloquecían como enloqueció Von Aschenbach. Supo tan bien Andrésen lo que era ser Tadzio que su vida bien pudo ser la continuación no escrita de la ficción de Thomas Mann. Fracasó como actor, como cantante. Fue devorado por su propia belleza, de la que nadie lo defendió. Tanto, que las revistas y los periódicos se afanaron en perseguir el efecto del tiempo en ella. Quizá dentro de 300 años alguien la sepa contar mejor".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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viernes, 26 de julio de 2019

[A VUELAPLUMA] Epistolario





Con cierta frecuencia se producen seducciones en la Red que acaban de modo violento, comenta el escritor Félix de Azúa. Suelen aparecer en los papeles como “crimen machista”. Sin embargo, la seducción epistolar tiene una fecunda tradición, casi nunca con un final pérfido mientras las palabras iban en papel. Es como si el medio decretara la maldad del mensaje actual. Aquellos que poseen instinto predatorio han encontrado en Internet un cazadero ideal.

He leído que hace pocos meses se han editado las cartas que remitió Rilke a una desconocida de 18 años, Erika Mitterer, como respuesta a un primer envío de la muchacha en 1924 (Insel Verlag). Rilke, residente en el sanatorio de Valmont, en Suiza, sabía que estaba muriendo de leucemia. Contaba 48 años y duraría unos pocos meses. La diferencia de 30 años no intimidó a la muchacha y el intercambio fue cada vez más abiertamente erótico por ambas partes. Sin duda Erika habría deseado entregarse a Rilke, pero este, por su exigua salud, por respeto a la inmadurez de Erika, o quizás porque en realidad solo le seducía una relación poética, nunca permitió el encuentro. Gracias a esa tensión, en una de sus cartas escribió Rilke el que quizás fuera su último gran poema. No obstante, nada puede oponerse a la terquedad de la pasión, así que en noviembre de 1925 Erika se presentó en el sanatorio sin avisar. Rilke la acogió con agrado, dieron paseos, hablaron, rieron, dice Erika, como niños, y se despidieron para siempre dándose la mano.




Fotografía de Getty Images para El País



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