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miércoles, 20 de septiembre de 2017

[Un clásico de vez en cuando] Hoy, con "Las suplicantes", de Eurípides





En la mitología griega, Melpómene (en griego Μελπομένη "La melodiosa") es una de las dos Musas del teatro. Inicialmente era la Musa del Canto, de la armonía musical, pero pasó a ser la Musa de la Tragedia como es actualmente reconocida. Melpómene era hija de Zeus y Mnemósine. Asociada a Dioniso, inspira la tragedia, se la representa ricamente vestida, grave el continente y severa la mirada, generalmente lleva en la mano una máscara trágica como su principal atributo, en otras ocasiones empuña un cetro o una corona de pámpanos, o bien un puñal ensangrentado. Va coronada con una diadema y está calzada de coturnos. También se la representa apoyada sobre una maza para indicar que la tragedia es un arte muy difícil que exige un genio privilegiado y una imaginación vigorosa. Un mito cuenta que Melpómene tenía todas las riquezas que podía tener una mujer, la belleza, el dinero, los hombres, solo que teniéndolo todo no podía ser feliz, es lo que lleva al verdadero drama de la vida, tener todo no es suficiente para ser feliz.

Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Continúo la sección de Un clásico de vez en cuando trayendo hoy al blog la tragedia de Eurípides titulada Las suplicantes, que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior. 

Eurípides (480-406 a. C.) fue uno de los tres grandes poetas trágicos griegos de la antigüedad, junto con Esquilo y Sófocles. Odiaba la política y era amante del estudio, para lo que poseía su propia biblioteca privada, una de las más completas de toda Grecia. Fue amigo de Sócrates, el cual, según la tradición, sólo asistía al teatro cuando se representaban obras de Eurípides. En 408 a. C., decepcionado por los acontecimientos de su patria, implicada en la interminable Guerra del Peloponeso, se retiró a la corte de Arquelao I de Macedonia, en Pela, donde murió dos años después. Se cree que escribió 92 obras, conocidas por los títulos o por fragmentos, pero se conservan solo 19 de ellas (18 tragedias y el drama satírico El Cíclope). Su concepción trágica está muy alejada de la de Esquilo y Sófocles. Sus obras tratan de leyendas y eventos de la mitología de un tiempo lejano, muy anterior al siglo V a. C. de Atenas, pero aplicables al tiempo en que escribió, sobre todo a las crueldades de la guerra. 

La fecha de representación de esta tragedia suele establecerse alrededor del año 423 a.C., cuando Atenas estaba inmersa en plena guerra del Peloponeso. El tema de la misma se inserta en el conocido como ciclo tebano, como continuación de Los siete contra Tebas. Eurípides dramatiza un episodio muy concreto de la saga, aquel en que las madres y los hijos de los siete caudillos que han perdido la vida en el ataque a Tebas acuden a Etra, la madre de Teseo, rey de Atenas, para que interceda por ellas ante Tebas y se les permita recuperar los cadáveres y darles sepultura con los honores y ritos debidos. 

La acción se desarrolla en Eleusis, ante en templo de Deméter, en el que Etra, rodeada de las madres de los caudillos caídos y de Adrasto, rey de Argos, y único superviviente de la batalla, entonan sus lamentos y piden a Teseo su intervención. 

Que esta tragedia tiene un gran contenido político, se pone de manifiesto en el elogio de Atenas a la democracia y a los valores que esta encarna. Pero al lado de esta evidente intención Eurípides introduce la idea clave de la obra: el dolor que las guerras provocan en las madres, las esposas, los hijos, los padres. Es ese un sufrimiento humano universal, y por ello Eurípides despoja a las madres de los siete caudillos de su individualidad mítica para darles una voz colectiva en el coro, mientras que ejemplifica el dolor individual en el personaje de Evadne, que se arroja voluntariamente a la pira de su esposo. Disfruten de la obra.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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martes, 12 de septiembre de 2017

[Un clásico de vez en cuando] Hoy, con "Las fenicias", de Eurípides





En la mitología griega, Melpómene (en griego Μελπομένη "La melodiosa") es una de las dos Musas del teatro. Inicialmente era la Musa del Canto, de la armonía musical, pero pasó a ser la Musa de la Tragedia como es actualmente reconocida. Melpómene era hija de Zeus y Mnemósine. Asociada a Dioniso, inspira la tragedia, se la representa ricamente vestida, grave el continente y severa la mirada, generalmente lleva en la mano una máscara trágica como su principal atributo, en otras ocasiones empuña un cetro o una corona de pámpanos, o bien un puñal ensangrentado. Va coronada con una diadema y está calzada de coturnos. También se la representa apoyada sobre una maza para indicar que la tragedia es un arte muy difícil que exige un genio privilegiado y una imaginación vigorosa. Un mito cuenta que Melpómene tenía todas las riquezas que podía tener una mujer, la belleza, el dinero, los hombres, solo que teniéndolo todo no podía ser feliz, es lo que lleva al verdadero drama de la vida, tener todo no es suficiente para ser feliz.

Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Continúo la sección de Un clásico de vez en cuando trayendo hoy al blog la tragedia de Eurípides titulada Las feniciasPueden leerla en el enlace inmediatamente anterior, y  ver si lo desean, desde este otro enlace, o al final de la entrada, un vídeo con la representación de la obra por el grupo de teatro español Los Hijos de Edipo. 

Eurípides (480-406 a. C.) fue uno de los tres grandes poetas trágicos griegos de la antigüedad, junto con Esquilo y Sófocles. Odiaba la política y era amante del estudio, para lo que poseía su propia biblioteca privada, una de las más completas de toda Grecia. Fue amigo de Sócrates, el cual, según la tradición, sólo asistía al teatro cuando se representaban obras de Eurípides. En 408 a. C., decepcionado por los acontecimientos de su patria, implicada en la interminable Guerra del Peloponeso, se retiró a la corte de Arquelao I de Macedonia, en Pela, donde murió dos años después. Se cree que escribió 92 obras, conocidas por los títulos o por fragmentos, pero se conservan solo 19 de ellas (18 tragedias y el drama satírico El Cíclope). Su concepción trágica está muy alejada de la de Esquilo y Sófocles. Sus obras tratan de leyendas y eventos de la mitología de un tiempo lejano, muy anterior al siglo V a. C. de Atenas, pero aplicables al tiempo en que escribió, sobre todo a las crueldades de la guerra. 

La trama de la obra está basada en una parte del ciclo tebano, y tiene un claro precedente en la tragedia de Esquilo Los siete contra Tebas, que subí al blog la pasada semana. El título de Las fenicias viene motivado por el coro de mujeres procedentes de esa región que intervienen en la tragedia. Este coro se dirigía al oráculo de Delfos y se relaciona con el origen del fundador de Tebas: Cadmo, que procedía de Sidón (Fenicia). Un monólogo de Yocasta, en el que se relata la cadena de desgracias que ha conducido a la situación presente en Tebas, y una conversación entre Antígona y su pedagogo, pasando revista a las tropas que asedian la ciudad, permite a los personajes explicar su presencia en la ciudad y su disposición de ánimo hacia ella. Disfruten de la obra.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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sábado, 27 de agosto de 2016

[Un clásico de vez en cuando] Hoy, con "Edipo rey", de Sófocles

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miércoles, 25 de noviembre de 2015

[Un clásico de vez en cuando] Hoy, "Las Euménides" de Esquilo



Orestes perseguido por las Erinias


Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar de nuevo a los clásicos, de manera especial, a los griegos. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Hace unos días escribí en el blog sobre las Euménides, las Furias, las Erinias o las Benévolas, de todas esas formas son llamadas en la mitología clásica esos seres que simbolizan la venganza, con motivo de mi entrada sobre la inmensa novela de Jonathan Littell titulada, precisamente, Las Benévolas. Hoy traigo hasta el blog, en el apartado de "Un clásico de vez en cuando", el texto de Las Euménides, del gran trágico griego Esquilo (525-456 a.C.), que también pueden ver representada en este enlace o en el vídeo de más abajo, en una producción teatral de 1983 dirigida por Peter Hall (está en inglés, subtitulada en español). 

El sufrimiento humano es el tema principal del teatro de Esquilo, un sufrimiento que lleva al personaje al conocimiento y que no está reñido con una fuerte creencia en la justicia final de los dioses. Muy interesado en la vida comunitaria de la polis, todas sus obras tienen aspectos visiblemente políticos. 

Las Euménides es la culminación de la trilogía de Esquilo sobre el mito de Orestes. Una pieza con la que resuelve, mediante la intervención de los dioses, un problema concebido inicialmente como un asunto privado, uno de tantos crímenes familiares, con venganza incluida, que tachonan el firmamento mítico griego. Estas "benefactoras" que dan título a la obra son las Erinias, espantosos espíritus vengadores de los crímenes familiares. El cambio de nombre, de las Erinias a las Euménides (benefactoras) implica una mudanza en su función religiosa y en sus atribuciones con respecto a los humanos, en la que la venganza es sustituida por la justicia, concebida en el solemne acto de constitución del Aerópago, la colina de Ares, el tribunal de justicia ateniense. En la constitución del mismo va a jugar un papel fundamental Apolo, el dios ciudadano por excelencia, ya olvidados sus orígenes salvajes, así como Atena, la diosa protectora de la ciudad. 

Este protagonismo de las dos divinidades justifica que la acción de la obra se desarrolle en dos escenarios diferentes. Primero, en Delfos, santuario de Apolo, y luego en Atenas, a la sazón, la época de Esquilo, la polis más poderosa de la atomizada Grecia, lo que ha dado lugar a que los comentaristas divaguen sobre las cuestiones políticas y nacionalistas que subyacen en la obra. En la primera parte, en Delfos, la Pitia, la sacerdotisa de Apolo relata como Orestes, perseguido por las Erinias se ha presentado ante el dios, y que este le ha ordenado marchar a Atenas y buscar refugio en el templo de Atenea. Antes de ello, el espíritu de Clitemnestra, la madre de Orestes, ha azuzado a las Erinias contra su hijo, pero Apolo las ha expulsado del templo otorgando su protección a Orestes. 

En la segunda parte, Orestes aparece en el templo de Atenea, acosado por las Erinias, pero Atenea entra en escena y ordena escuchar a las dos partes, sin tomar partido por Orestes ni las Erinias, sino convocando a los mejores ciudadanos de Atenas para que decidan ellos. Mientras el coro expresa su temor ante los cambios, Atenea da por constituido el tribunal del Aerópago, para que sea este a partir de ahora quien resuelva los casos de sangre. Ante el nuevo tribunal Apolo defiende la causa de Orestes y el coro la de las Eritias. En la votación final se produce un empate que Atenea resuelve, con su voto de calidad, favorable al perdón de Orestes sin por ello absolverle del crimen cometido contra su madre. 

La obra termina con un largo diálogo entre las Erinias, indignadas por el resultado del juicio, y la diosa Atenea, que las apacigua en su ira al ofrecerles un lugar en la protección de la ciudad, convirtiéndolas así en benefactoras de Atenas, en Euménides, en Benévolas.

Espero que disfruten de esta hermosísima obra que sigue guardando todo su frescor dos mil quinientos años después de escrita. 

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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