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lunes, 28 de octubre de 2019

[DE LIBROS Y LECTURAS] Fábulas del vidente



El poeta Arthur Rimbaud


"El poeta francés Arthur Rimbaud (1854-1891) -comentaba hace justamente once años el escritor Eloy Tizón en Revista de Libros, reseñando sendos títulos sobre el poeta francés: El enfermo de Abisina, de Orlando Mejía, y Los días frágiles, de Philipe Besson- es uno de esos casos extremos en que el mito se alimenta tanto de su producción literaria (bastante exigua) como de la sombra legendaria desplegada por su vida y milagros. Velocista suicida de las letras europeas, este niño precoz hace a los diecinueve años un corte de mangas a toda ambición literaria (sobre la que lanza el escupitajo de un «merde pour la poésie!») y se larga lo más lejos posible, hasta Abisinia, para traficar con armas, acaso con esclavos, y acabar devorado por una gangrena en la pierna derecha, en un hospital de Marsella, antes de cumplir los cuarenta.

Entre medias le da el tiempo justo para vomitar un par de títulos fundacionales de la literatura moderna, Una temporada en el infierno (1873) e Iluminaciones (1874), a la vez que a escandalizar en Londres y Bruselas con sus amores descarrilados con el poeta Verlaine (una sórdida epopeya de disparos, cárceles e histeria), fiel a su divisa según la cual «el poeta se hace vidente mediante un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos».

Agitador vocacional, sucio, pendenciero, blasfemo y yonqui, Rimbaud encarna el paradigma del artista pasado de rosca como un forúnculo para la sociedad. Su comportamiento grosero le veta el acceso al mundo biempensante, al tiempo que la capacidad revulsiva de su obra le granjea un fervor inagotable entre generaciones de adolescentes emocionalmente malheridos. Venerado por los surrealistas como una especie de ángel tóxico, su trayectoria e influencia le equiparan más bien con algunos mártires del rock de pasadas décadas. En una reciente visita a Madrid –para inaugurar la exposición Vida y hechos de Arthur Rimbaud que hace unos meses le consagró La Casa Encendida–, la cantante Patti Smith reclamaba un puesto para él como icono punk. Lejos de agotarse, el enigma que representa su electricidad y su fuego autodestructivo parecen no tener fin.

A mantener viva esa llama contribuye en gran medida la aparición simultánea de estos dos libros que, desde ópticas cercanas a la ficción, se ocupan de mantener fresca la memoria del réprobo y trotamundos. En El enfermo de Abisinia, el narrador colombiano Orlando Mejía Rivera (Bogotá, 1961) realiza un recorrido por la etapa final del escritor francés a través de los testimonios epistolares de amigos y enemigos, defensores y detractores, que ofrecen una suerte de retrato poliédrico del personaje, una multivisión resuelta en un collage de voces. Para el escritor colombiano, Rimbaud, adicto al «hada verde» (absenta), «escribía como caminaba, a grandes zancadas, a machetazos, borracho de absenta y de palabras mal comprendidas».

No deja de ser una temeridad imitar el habla de escritores tan eximios como Rimbaud o Verlaine, y por eso, paradójicamente (o no tanto), el libro de Orlando Mejía funciona mejor en las partes en que los interlocutores son escritores de segunda fila, críticos de medio pelo o su médico personal, que monopoliza la segunda mitad del relato con una larga diatriba en forma de carta dirigida a Verlaine en la que expone su teoría (peregrina, pero no imposible) de la muerte del poeta debida al envenenamiento por plomo.

El mismo fragmento temporal es escogido por Phillipe Besson (Charente, 1967) en Los días frágiles para narrar su propia versión de la agonía del poeta, en otro ejercicio de ventriloquia que en esta ocasión privilegia a Isabelle, la hermana menor de Rimbaud. Los días frágiles recoge, en forma de diario íntimo, el relato de Isabelle sobre Arthur a través de su visión antagónica de persona devota, sedentaria y más bien borrosa. La figura secundaria, testigo mudo hasta ahora, rompe su silencio para relatar en primera persona, mediante una serie de apuntes leves, los últimos días del desahuciado, algo parecido a lo que ya hizo Besson en Final del verano, al ceder la palabra a los cuatro personajes anónimos que aparecen acodados en un mostrador en el famoso lienzo de Edward Hopper titulado Nighthawks.

Ambas novelas, por tanto, con ser muy diferentes entre sí, basan su eficacia en el perspectivismo y el juego de puntos de vista. La de Orlando Mejía es más seca, documental y fiel a los hechos. La de Besson es más especulativa y poética («Será necesario decir mentiras que parezcan verdades»), y en ella se fantasea sobre un posible regreso de un Rimbaud vencido que arrastra su pierna ortopédica hasta la ratonera del hogar, en Charleville, con una madre imponente aguardando la llegada del hijo pródigo venido de África para embalsamarlo en su tela, a la manera de esas madres-araña monstruosas tejidas por la imaginación febril de la artista plástica Louise Bourgeois. Besson confronta en su libro dos fotografías de dos épocas distintas: la del adolescente luminoso y la del despojo terminal a la espera de la muerte. Semejante desproporción, claro está, resulta hiriente y uno cierra la novela con cierta sensación de alivio.

Los dos autores, cada uno a su manera, intentan fijar con palabras la miseria y el esplendor propios de un personaje escurridizo sobre el que, sin embargo, existe una red bibliográfica cada vez más tupida, entre cuyos títulos de referencia cabe recordar los estudios canónicos Arthur Rimbaud. Una biografía, de Enid Starkie (trad. de José Luis López Muñoz, Madrid, Siruela, 2000), y Rimbaud, de Graham Robb (trad. de Daniel Aguirre, Barcelona, Tusquets, 2001), a los que podemos agregar sin problemas Rimbaud en África, de Charles Nicholl (trad. de Javier Calzada, Barcelona, Anagrama, 2001), y el más subjetivo Rimbaud el hijo, de Pierre Michon (trad. de María Teresa Gallego, Barcelona, Anagrama, 2001). Y la lista sigue aumentando sin parar.

De lo que se trata es de revitalizar un legado que no ha perdido su condición de cuerpo extraño, difícil de asimilar para una sociedad acomodaticia. La obra de Rimbaud sigue doliendo como la pierna que tuvieron que amputarle a su propietario. Recuerda Javier Marías, en su Vidas escritas, que Rimbaud aprendió a tocar el piano por su cuenta, practicando las escalas sobre una mesa de madera en la que había rayado previamente las teclas del instrumento, sirviéndose de una navaja. Allí pasaba las horas, tocando en completo silencio. De esa música muda, inaudible para la mayoría de los oídos, proceden las notas que, pese a todo, lograron estremecer la sensibilidad contemporánea –la suya y la nuestra–, que él diagnosticó como «el tiempo de los asesinos». Y a juzgar por lo que vemos a diario, acertó de pleno".






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viernes, 11 de octubre de 2019

[MIS MUSAS] Hoy, con Julián Andúgar, Gaetano Donizetti y Tintoretto



La danza de las Musas en el Helicón, de Bertel Thorvaldsen (1819)



Decía Walt Whitman que la poesía es el instrumento por medio del cual la voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz; Gabriel Celaya, que era un arma cargada de futuro; Harold Bloom,  que si la poesía no podía sanar la violencia organizada de la sociedad, al menos podía realizar la tarea de sanar al yo; y George Steiner añadía que el canto y la música son simultáneamente, la más carnal y la más espiritual de las realidades porque aúnan alma y diafragma y pueden, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis, ya que la voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia. Por su parte, Johann Wolfgang von Goethe afirmaba que cada día un hombre debe oír un poco de música, leer una buena poesía, contemplar un cuadro hermoso y si es posible, decir algunas palabras sensatas, a fin de que los cuidados mundanos no puedan borrar el sentido de la belleza que Dios ha implantado en el alma humana. 

Subo hoy al blog al poeta Julián Andúgar y su poema "Recado a Celestina"al pintor Tintoretto y su cuadro "Venus, Vulcano y Marte", al compositor Gaetano Dinozetti y su dueto "Cheti, cheti, immantinente", de la ópera "Don Pasquale", cantado por los tenores Thomas Hampson y Luca Pisaroni, que pueden ver en vídeo desde este enlace.



Celestina, de Pablo Picasso (1904)


Julián Andúgar Ruiz (1917-1977) fue un poeta y político español. Nació en el seno de una humilde familia de agricultores. Estudió en el seminario menor de Cehegín (Murcia), así como en Lorca y Orihuela (Alicante). Sus convicciones republicanas lo conducen a militar en el PSOE desde 1935. Luchó en la Guerra Civil como capitán en el ejército republicano y en 1938 fue herido en el Peñón de la Mata (provincia de Granada) quedando minusválido de la pierna izquierda de por vida. Terminada la guerra quedó en prisión un año y medio y a su salida tuvo que exiliarse a Francia hasta su regreso en 1940. Residió en Madrid, Barcelona y definitivamente en Alicante. Compaginó la literatura con el magisterio, colaborando en las revistas Sigüenza (1945), Estilo (1947) e Ifach (1949), y consiguió licenciarse en derecho y obtener una plaza de oficial en la administración de justicia. La llegada de la democracia a España reactiva su actividad política siendo elegido senador en las Elecciones generales de 1977 por Alicante en las listas del PSOE. Murió tres meses después. Andúgar, seguidor del poeta Miguel Hernández, cultivó la poesía social donde refleja sus vivencias y reivindicaciones de la guerra, la cárcel y el exilio sufrido. Aunque no posee una extensa obra, es reconocida por su calidad. Les dejo con su poema "Recado a Celestina".


RECADO A CELESTINA

Por fin te encuentro, Celestina, vieja
maestra en amoríos, oye,
escucha mi recado. Madre,
por Talavera
bien que me hirieron en mitad del pecho
mirando como estaba yo estas tierras.

Y aquí, llagadao en firme, rondo
tapias que dan al Pirineo, huertas
que se abren a la mar caliente
y, dónde ella, madre, Melibea.

Ponte tu manto,
échate a la calle, 
soy de este pueblo, de tu clientela,
y sabes cómo quema nuestra sangre.

Sayas y un cuero
de buen vino no han de faltarte, perla
de dueña, si la encontramos. Por Dios,
no caigas, no se te enrede la lengua.

Mira, le andan al retortero
gentes de fuera, vanas, llenas de soberbia.

Boba no eres; en su jerga,
mucho te ofrecerán: tú, a tu camino,
a tu falsa sordera, abuela.

Gira; escapa a la añagaza, a la trampa
y vuelve con la tórtola
de nuestra patria,
antes que ceda,
caiga, caigamos todos,
en la más lastimosa pena.



Representación de la ópera Don Pasquale


Gaetano Donizetti (1797-1848) fue un compositor dramático italiano muy prolífico, conocido por sus óperas L'elisir d'amore, que contiene la famosa aria Una furtiva lagrima; Lucia di Lammermoor, inspirada en la novela de Walter Scott; Don Pasquale; La favorita; y La hija del regimiento.

Don Pasquale (Don Pascual) es una ópera bufa en tres actos con música de Donizetti y libreto de G. Ruffini y el propio compositor, adaptado del texto de la ópera italiana Ser Marco Antonio, escrito por Angelo Anelli para Ser Marcantonio (1810) de Stefano Pavesi. Don Pasquale se estrenó en el Teatro de los Italianos de París el 3 de enero de 1843. Fue compuesta cuando Donizetti acababa de ser nombrado director musical de la corte del emperador Fernando I de Austria, y Don Pasquale fue su ópera número 64 de las 66 que compuso.

La ópera, en la tradición de la ópera bufa, está inspirada en la Comedia del arte y los personajes de la pieza hacen eco directamente a los generalmente presentados en este tipo de comedia. Así, Don Pasquale se compara a Pantaleón, Ernesto al enamorado Pierrot, Malatesta al listo Scapino, en tanto que Norina representa a Colombina. El falso Notario tiene eco de una larga línea de falsos funcionarios como recurso operístico. Aquí el doctor Malatesta que sería como uno de los sirvientes de la Comedia, a veces estúpidos y otras astutos o insolentes, representa el papel de intermediario, como en El barbero de Sevilla de Rossini lo había sido Fígaro (representante, también, de una nueva clase social y de hombre nuevo).



Venus, Vulcano y Marte, de Tintoretto (1555). Alte Pinakothek, Múnich.


Tintoretto, cuyo nombre es Jacopo Comin (Venecia, 29 de septiembre de 1518-Venecia, 31 de mayo de 1594), fue uno de los grandes pintores de la escuela veneciana y representante del estilo manierista. En su juventud también recibió el apodo de Jacopo Robusti, pues su padre defendió las puertas de Padua frente a las tropas imperiales de una manera bastante vigorosa. Su verdadero apellido, 'Comin', fue descubierto por Miguel Falomir, jefe del departamento de Pintura italiana del Museo del Prado de Madrid, y se hizo público a raíz de la retrospectiva de Tintoretto en dicho museo en 2007. Por su fenomenal energía y ahínco a la hora de pintar fue apodado Il Furioso, y su dramático uso de la perspectiva y los especiales efectos de luz hacen de él un precursor del arte barroco. Sus trabajos más famosos son una serie de pinturas sobre la vida de Jesús y la Virgen María en la Scuola Grande di San Rocco de Venecia.

El cuadro Venus, Vulcano y Marte está realizado en óleo sobre lienzo. Mide 135 cm de alto y 198 cm de ancho. Fue pintado hacia 1555, y actualmente se conserva en la Alte Pinakothek de Múnich (Alemania). Los amores entre los dioses de la mitología griega Venus y Marte habían sido objeto de tratamiento ya por autores renacentistas como Botticelli, en su Venus y Marte. Pero lo que allí era idealismo neoplatónico se convierte en manos de Tintoretto en una escena doméstica de carácter erótico. Venus está reclinada y su marido, el viejo Vulcano, se acerca y descubre el pubis de su esposa. En una cuna, detrás, Cupido duerme. Y bajo la cama se oculta el amante de Venus, Marte. Hay en este cuadro una gran asimetría. El pintor lleva la mirada hacia el fondo, a la derecha, a través de la perspectiva de las baldosas. La figura de Vulcano se refleja en el espejo del fondo; su vigoroso moldeado demuestra la influencia de Miguel Ángel. Por su parte, Venus extendida en una marcada diagonal desde la parte superior izquierda hacia la zona central del borde inferior, parece un poco masculina. Se apunta a que Tintoretto pudo tomar como modelo la Andrómeda de Tiziano. Un estudio previo a este cuadro se guarda en el gabinete de calcografías de Berlín, si bien faltan las figuras de Marte y del amorcillo.




Alte Pinakothek, Múnich 


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lunes, 16 de septiembre de 2019

[MIS MUSAS] Hoy, con Leopoldo Panero, Tintoretto y Giacomo Puccini





Decía Walt Whitman que la poesía es el instrumento por medio del cual la voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz; Gabriel Celaya, que era un arma cargada de futuro; Harold Bloom,  que si la poesía no podía sanar la violencia organizada de la sociedad, al menos podía realizar la tarea de sanar al yo; y George Steiner añadía que el canto y la música son simultáneamente, la más carnal y la más espiritual de las realidades porque aúnan alma y diafragma y pueden, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis, ya que la voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia. Por su parte, Johann Wolfgang von Goethe afirmaba que cada día un hombre debe oír un poco de música, leer una buena poesía, contemplar un cuadro hermoso y si es posible, decir algunas palabras sensatas, a fin de que los cuidados mundanos no puedan borrar el sentido de la belleza que Dios ha implantado en el alma humana. 

Subo hoy al blog al poeta Leopoldo Panero y su poema "España hasta los huesos"al pintor Tintoretto y su cuadro "Susana y los viejos", al compositor Giacomo Puccini y su dueto "O dolci mani", de la ópera "Tosca", cantado por el tenor Placido Domingo y la soprano Raina Kabaivanska , que pueden ver en vídeo desde este enlace.



***



Leopoldo Panero


Leopoldo Panero (1909-1962). Poeta, hermano de poeta y padre de poetas. Nació en Astorga (León). Estudió Derecho en las Universidades de Valladolid y Complutense de Madrid. Durante la guerra civil fue encancerlado por sedición, pero la acusación no prosperó por la intercesión de Unamuno y de la propia esposa de Franco. Afiliado a Falange, fue agregado cultural de la embajada de España en Londres (1945-1947) donde conoció a Luis Cernuda, En 1950 obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Les dejo con su poema. 



ESPAÑA HASTA LOS HUESOS
por 
Leopoldo Panero




La canción
que nunca diré,
se ha dormido en mis labios.
La canción,
que nunca diré.

F.G.L.

Tu dulce maestría sin origen 
enseñas, Federico García Lorca;
la luz, la fresca luz de tus palabras,
tan heridas de sombra.

Tu empezado granar, tu voz intacta
tu sed desparramada hacia las cosas,
tu oración hacia España, transparente
de verdad, como loca.

Tu intimidad de sangre como un toro;
tu desvelada esencia misteriosa
como un dios; tu abundancia de rocío;
la ebriedad de tu copa.

Por la anchura de España, piedra y sueño,
secano de olivar, rumor de fronda,
cruzó la muerte y te arrimó a su entraña
de fuente generosa.

... De valle en valle su cansancio tienden
viejos puentes que el cielo desmorona,
sosiego denso del azul manando,
resol de loma en loma.

Las bravas sierras; los sedientos cauces;
el alear de España a la redonda;
granito gris entre encinares pardos,
bajo la luna absorta.

Ligeros jaramagos amarillos,
movidos por el aire, la coronan
de paz, mientras sacude sus entrañas
seco aullido de loba.

... Noticias han venido de las torres
del Genil y del Darro y una ignota
dulzura se apodera de mi pecho
como en viviente forma.

Así desde la Alhambra caen las aguas,
el sonido de un árbol que se corta,
el rumor de los pájaros ocultos,
al empezar la aurora.

Hacia dentro la música deslumbra, 
como un abrazo, mi tristeza, en ondas
de amor que por el alma se dilatan, 
y mis palabras rozan.

Temblor de ti mi pensamiento tiene
mientras fluye en mi verso gota a gota,
la sorpresa, el dolor de recordarte
trágicamente ahora.

Noticias han venido de los árboles
cortados por el hacha sigilosa,
y han venido rumores de la hierba,
y del bordón, la nota.

Cantaste lo dormido de tu raza;
la nieve insomne de tu infancia toda:
la historia que es amor, y hasta los huesos
España, España sola.

El dolor español de haber nacido;
la pena convencida y española
de abrir los ojos a la seca brisa
que cruje en la memoria.

Cantaste la ribera apasionada,
la santa piel de fiera que se agosta,
el yermo de ansiedad, la tribu íbera
que hace del pan limosna.

Tú eras como una mano con rocío
llena de amor, de plenitud, de sobra;
de simiente de España; de hermosura
que en el surco se arroja.

Tú eras la lengua alada del espíritu
y el gozo vegetal; la fe que ahonda
su primera raíz en la mañana
adánica, en la obra

tierna de Dios, reciente todavía,
acabada en pecado, en carne fosca
de pecado, en tristeza que se oculta,
desamparada, en otra.

En tu rincón de sed y de preguntas
hacia Dios te levantas en persona
desde la noble mansedumbre lenta
que la tierra atesora.

Te levantas; te pones en Sus manos;
te acuerdas en Sus ojos; te perdonas
en Su mirada para siempre, tiemblas
en Su amor; muerto, lloras.

Del beso abandonado, de la risa,
solo conservas la tristeza atónita,
el impulso de amor que te llevaba
como el viento a las hojas.

Cantaste la locura genesíaca,
el brio del dolor, la gente honda
donde suena la muerte y bebe el hombre
quietud de la amapola.

Tu verso es chorro puro de agua virgen,
sagrada juventud que no se agota;
frescor de un dios perenne en la ceniza,
tu afán mortal reposa.

Buscaste en las palabras lo imposible:
su hueso de fantasma, su sonora
cuerda interior de agua, su silencio:
la verdad que no nombran.

De ramos que se olvidan; de sonrisas
con humedad antigua en la corola;
de nombres en insomnio para siempre,
la realidad se colma.

Huele tu verso a madreselva fresca, 
a ruiseñor en vuelo, a luz remota,
a musgo de guitarra, a sufrimiento
de azogue que se borra.

Canta tu verso en el sonar del trigo,
como al reír el corazón se agolpa;
y su aroma desprenden las violetas
si tú las interrogas.

Hablas tras un temblor, como los niños,
como la piel delagua, como doblan
su cansancio los juncos por la tarde,
de la corriente en contra.

Hablas, hablas, relumbras en tu dicha,
como el astro desnudo que se moja
de pura inmensidad en las regiones
de azul ternura cósmica.

Hablas de la vejez que hay en el agua;
en las flores y el hombre; en lo que importa
más de verdad al pensamiento vivo
beber, puesta la boca

en el profundo manantial del alma,
en la bullente claridad incógnita
de lo que está en nosotros olvidado
de su origen y gloria.

Allí, temblando hacia el amor caído,
hacia la gran raigambre silenciosa
del instinto, hacia el árbol de la ciencia,
remejido en zozobra

de humana sed, el hálito bebiste
de Dios, el orden puro, la armoniosa
delicia, la unidad sin la materia,
dulce también otrora.

Asú cuando en la gracia del verano
florece ensimismada la magnolia,
voluptuosamente su fragancia
los sentidos transporta.

Y así en tu corazón está sonando, 
sonando está la soledad hermosa
de España: el agua, las tendidas mieses
que el sol eterno dora.

Voluntad dionisíaca, amor continuo,
montana de dolor, edad de roca;
de olivo prieto el corazón juntando
su reciedumbre añosa.

Como el humo cruel del sacrificio
arde en Dios tu recuerdo, y cuanto toca
ensombrece de angustia sobre España,
y en tu rescoldo sopla.

... Tú eras nieve en el viento, nieve negra,
nieve dormidamente poderosa,
nieve que cae en remolino triste,
como sobre una fosa.

Cantaste la tristeza inexorable,
la muerte que cornea a todas horas,
la vasta estepa donde el hombre ibero
desdén y fuerza toma.

Un poco de rocío entre las manos
queda solo de ti, como en la órbita
de la estrella el deleite, mientras suena
muerta la tierra sorda.

Del tiempo, al despertar, no recordabas
más que un vago perfume sin escoria;
un tremendo latido de esqueleto
que se seca en la horca.

Viviste hundido en la hermandad del mundo,
en el fluir del agua que no torna, 
en la terrible primavera viva,
como una amarga esponja.

Tu abundancia vital esconde dentro
zumo apretado de granado roja,
y sabor en los labios de una fiebre
secreta y melancólica.

Viviste en la alegría de ti mismo
y la espina sentiste de tu propia
soledad, la más íntima ternura,
la ausencia más recóndita.

Golpeado de penumbra, golpeado
levemente por alas de paloma,
contaste la nostalgia de Granada
cuando el sol la abandona.

Cantaste de ignorancia estremecido,
trémulo el corazón de mariposas, 
salobre el pensamiento, y la palabra
como un inmenso aroma.

En la humedad celeste de tus huesos
la pasión de la tierra cruje rota,
y la vejez de tu hermosura viva
desde Dios se incorpora.

Secreto en la ebriedad de tu deseo,
hundido en el azul como la alondra,
cantastes en el amor que perpetúa
lo que la edad deshoja.

Tu canción se levanta de la muerte;
tu voz está en el agua y en rosa;
tu sustancia en el son de la madera,
y en el viento de tu historia.

Eternamente de la España ida,
que el alma sabe cuanto más la ignora,
de la España mejor nos trae tu canto
sal de Dios en la ola.

Tu dulce maestría sin origen
enseñas, Federico García Lorca;
la luz, la fresca luz de tus palabras,
tan heridas de sombra...


***




Susana y los viejos, 1555-56. Museo de Historia del Arte, Viena



"Susana y los viejos" es uno de los cuadros más conocidos del pintor Italiano Tintoretto. Está realizado en óleo sobre lienzo. Mide 147 cm de alto y 194 cm de ancho. Fue pintado en 1560-15651​ y se encuentra actualmente en el Kunsthistorisches de Viena, Austria.

La obra representa a Susana, cuya historia es narrada en la versión griega del Libro de Daniel, capítulo 13. La historia de Susana es la de una joven «muy bella y temerosa de Dios», esposa del rico Joaquín, a quienes dos viejos espían en el baño. La intentan obligar a tener relaciones sexuales con ellos, diciéndole que, si no accede, dirán que se ha quedado sola, sin sus doncellas, para estar con un joven. Susana no cede a sus amenazas. Entonces los viejos la acusan de adulterio y consiguen que se la condene a muerte. Interviene entonces el profeta Daniel quien, interrogando a los ancianos, acaba probando la falsedad de la imputación, con lo que Susana se salvó y los ancianos fueron ejecutados.

A diferencia de las tendencias moralizantes, Tintoretto eligió representar no el momento dramático en el que los dos viejos se manifiestan abiertamente ante Susana, ni tampoco el castigo de los viejos lascivos sino otro, aún sereno, de la protagonista que se mira en un espejo en el interior de un jardín idílico, concentrándose así en el contenido erótico de la escena.

Aunque ocupe la mitad derecha del cuadro, el personaje de Susana es el centro de atención, con una blancura deslumbrante bañada de luz. Es una joven de encantos en plena madurez, desnudo femenino intermedio entre Miguel Ángel y Rubens.

A la izquierda, hay un seto de rosas, a cuyos extremos se encuentran los viejos. Entre Susana y ese seto aparecen toda una serie de objetos y joyas que parecen un bodegón por sí mismos, entre ellos el espejo en el que Susana se mira, el paño de seda blanco para secarse y un frasco de perfume de porcelana, con llamativos brillos.3​

La composición lleva la mirada, a través de las perspectivas de líneas de fuga, hacia el fondo del cuadro, al estanque con sus reflejos en el agua y el parque más allá.

El pintor veneciano pintó otros cuatro sujetos análogos, conservados en el Louvre de París, en el Museo del Prado de Madrid, en la Galería Nacional de Arte de Washington y en una colección privada no identificada.


***




Tosca es una ópera en tres actos, con música de Giacomo Puccini y libreto en italiano de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa. Fue estrenada en Roma, el 14 de enero de 1900, en el Teatro Costanzi. El texto de la obra está basado en un drama, La Tosca, de Victorien Sardou, presentado en París en 1887, donde actuaba la gran actriz Sarah Bernhardt. Puccini pidió inmediatamente a su editor, Giulio Ricordi, que adquiriera los derechos sobre la obra, pero estos fueron vendidos al compositor Alberto Franchetti en 1893. Illica comenzó inmediatamente con la escritura del libreto. También Giuseppe Verdi quedó fascinado con la obra, pero no quiso componer una ópera ya que no era de su agrado el desenlace de la obra.

Tosca es considerada una de las óperas más representativas del repertorio verista italiano, por su intensidad dramática y por contener algunas de las arias más bellas del repertorio. El argumento combina amor, intriga, violencia, pasión y muerte. Junto a Madama Butterfly y La bohème, integra el trío de óperas más conocidas de Puccini.

Musicalmente, la obra se mantiene en el estilo desarrollado por Puccini hasta el momento: continuidad del discurso musical, roto apenas por una o dos arias. Las escenas más impactantes son el Te Deum del final del primer acto, y las arias Vissi d'arte (para Tosca) y E lucevan le stelle (para Mario). Dramáticamente, el segundo acto es de una intensidad inigualada por otra obra de Puccini. La acción transcurre en Roma, el 14 de junio de 1800, cuando Napoleón vence a los austríacos al mando del general Michael von Melas en la batalla de Marengo.



Giacomo Puccini


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