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domingo, 9 de agosto de 2009

Tinto de Verano: Tiempo largo




Sigo leyendo en la soledad de mi casa de Las Palmas, con la compañía de mis gatos y de un buen "J&B" a mano, a Hans Küng; no me pidan pues, hoy domingo, grandes reflexiones. Si la venganza es un plato que ha de servirse frío, muy frío tiene que resultar deliciosa... Supongo que fue lo que pensó la protagonista del relato de género en El País de hoy: "Bodas de diamante", escrito por el cubano Leonardo Padura. Espero que lo disfruten. A mi me ha encantado... Lástima que no todos tengamos la paciencia de la protagonista del mismo. La foto del autor la he tomado de la Wikipedia; sí, esa fuente de información tan denostada por los puristas y tan utilizada por todos ellos, sin citarla... El dibujo, "une fois plus", de César Fernández-Arias. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. (HArendt)






"BODAS DE DIAMANTE", de Leonardo Padura
EL PAÍS - 09-08-2009

Serafín dio uno de sus gritos, ¡Lucrecia, dónde coño metiste mis chancletas!, y ella sonrió, sin preocuparse por responder, aunque no dejó de pensar: "¡Cabrón!". Entonces miró el reloj de la cocina y comprobó que, para ser exquisito, su guión debía esperar otras dos horas. ¿Pero qué eran aquellos 120 minutos que la separaban de la redención? Nada, o mejor, puro gozo, concluyó mientras lavaba unos platos y pensaba en las seis décadas de una condena cumplida tan profunda y plenamente.

Cuando andaba por los 62 años y los 42 de su matrimonio con Serafín había tenido la suerte de leer aquel artículo donde se deslizaba la información que, desde ese segundo, la había mantenido viva y expectante: según el Código Penal, a los 80 años los ciudadanos del país, aunque no perdían la responsabilidad penal, quedaban exentos de cumplir condenas carcelarias por cualquier delito que cometieran. La idea llegó como un relámpago y, desde aquel día, Lucrecia empezó a ser verdaderamente feliz: ¿si ya había resistido 42 años, qué cosa eran otros 18, esperados con un único y satisfactorio propósito?

Su mayor preocupación fue que la naturaleza -o Dios, según los creyentes- le hiciera una mala faena y se llevara del mundo a Serafín o quizás a ella misma, antes de que se cumpliera el plazo y le arrebatara aquel inmenso placer. También la martirizaba la posibilidad de que modificaran las leyes y desapareciera una bonificación que parecía decretada para ella: porque si bien había sido capaz de soportar a Serafín, sus ataques de ira, sus gritos y ofensas por cualquier motivo y hasta sus eyaculaciones precoces, el encierro en una cárcel era algo que la horrorizaba -más incluso que vivir con un tirano que, 17 veces en 60 años, había llegado a la agresión física-.

Durante los primeros años de matrimonio cometió el error de desestimar la opción del divorcio a causa de sus tres hijos. Pero esos mismos hijos pusieron mar por medio en cuanto les fue posible y en alguna ocasión le confesaron que se iban de la casa y del país para estar lo más lejos posible del padre. Y le aconsejaron hacer lo mismo: pero ella dejó pasar el tiempo y cuando lo pensaba seriamente, leyó el artículo que le dio sentido a su vida.

Desde que supo cómo se libraría del sátrapa que le amargaba la vida a todo el que se le aproximara, Lucrecia comenzó a vivir cada día de aquella moratoria con una fruición indescriptible: como mismo se había convertido en su carcelera, ella ejecutaría su liberación.

A las 11.10, Lucrecia se bebió una taza de café. Oficial y cronológicamente había entrado en los 80 años. Levantó el teléfono y llamó a la policía para notificar el asesinato de Serafín Torres, y añadió su dirección.

Esperó entonces a que su casi difunto marido diera un grito reclamando el oloroso café. Enseguida, mi amor, respondió. Lucrecia se enjugó el sudor, pensó que en la calle el calor debía ser espantoso y, mientras, acarició el hacha que guardaba en la gaveta de la cocina. Cantando por lo bajo Vereda tropical fue a cumplir el sueño que la había mantenido en pie aquellos 18 años de paciencia y felicidad.




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Este comentario se publica simultáneamente en las páginas electrónicas del diario El País:
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y de la Cadena Ser:
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La versión definitiva del mismo puede leerse en:
http://harendt.blogspot.com




Entrada núm. 1209
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura", (Voltaire)

viernes, 7 de agosto de 2009

Tinto de Verano: Venganza siciliana

Era extraño que en una serie de relatos de género "negro" no saliera ninguno relacionado con la mafia o los narcotraficantes. Lo hace hoy el escritor Juan Villoro en El País con el titulado "Fruta prohibida". Si cualquiera relato escrito de hoy tiene indefectiblemente un aire cinematográfico, en un relato corto ese "aire" se puede cortar con un cuchillo de espeso que resulta. Al menos a mi, "Fruta prohibida" me ha traido reminiscencias de "El Padrino" (Francis Ford Coppola, 1972) y "Tuareg" (Enzo G. Castellari, 1984). En cualquier caso, espero que lo disfruten. La foto del autor, tomada de Google. El dibujo, como los anteriores, de César Fernández-Arias, original para este relato. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. (HArendt)





El escritor Juan Villoro




"FRUTA PROHIBIDA", por Juan Villoro
EL PAÍS - 07-08-2009

Los narcos tienen estómago delicado. Lo sé porque comen mis platillos. Es posible que después de probar mis guisos reciban quince disparos en el intestino, pero a ellos les preocupa el perejil.

Soy dueño y lavaplatos de Mi Bella Ilusión. Con el mismo nombre, el negocio fracasó como peluquería y tienda de abarrotes. Esas bellas ilusiones permitieron la nuestra. Los mariscos no fallan. No en este desierto. Cuando los dedos se adormecen de disparar una AK-47, se antoja un cóctel de pulpo.

"Es nuestro ecosistema", dice el Ñato, que estudió Oceanografía y puede conferenciar sobre un ostión.

Al Ñato le gustan las frutas. En mi infancia sólo los afeminados comían frutas. No sugiero que el Ñato sea puto. Si un hombre come papaya, allá él. Respeto los prejuicios de cada quien. A fin de cuentas vivimos en la era de Internet.

Las frutas me inquietan por otro motivo. Mis dedos están cubiertos de pellejo rojizo por el caldo de camarón que les ha caído encima; cortamos callo de hacha con machete, respiramos humos, cerramos el horno a patadas. No es sitio para vegetales.

Nada de esto importaría si no existiera el Vinagre. Los capos más crueles han tenido apodos engañosos: el Panda, la Muñeca, el Fleco Rubio. El Vinagre es peor, y es vegetariano. Su apodo tiene que ver con su dieta y con su carácter. Despelleja a sus víctimas mientras un chef le prepara "caviar de mango".

Ningún Jefe de Jefes había sido vegetariano. Un borracho se atrevió a insinuar que al Vinagre le gustan las zanahorias, pero no en la boca. El Ñato salió de la cocina a gritar que se puede ser vegetariano y ser cabrón: "¡Ahí está Hitler!". Le pregunté si había aprendido eso en Oceanografía. "En Wikipedia", contestó con desprecio. El Vinagre es delicado con el tema de las zanahorias. El borracho que lo insultó amaneció en un breñal. Tenía la cabeza en las manos y el pene en la boca. La firma del Vinagre.

Así supe que el Ñato le pasaba información. Tal vez el capo lo vio comer fruta y le cayó bien. Como dos alcohólicos que se encuentran en un pueblo de menonitas.

Una mañana vi al Ñato hundir un termómetro en un líquido verde. Pensé que preparaba una droga. Su respuesta me desconcertó: "Es té verde".

Había dejado de trabajar para mí.

A los pocos días, tres capos llegaron a Mi Bella Ilusión con su gente de confianza. Pidieron pescado relleno y preguntaron si el ajo "hacía repetir". El guiso era un poco más fuerte. El Ñato rellenó los huachinangos de explosivos y huyó por la ventana de la cocina. Me salvé de la explosión porque había ido a orinar. Cuando abrí la puerta, una llamarada me quemó las piernas. Ahora tengo los pies peor que las manos.

Tal vez el Vinagre es vegetariano por estrategia. Nadie busca a un capo en una frutería.

Ahora el Ñato trabaja en un barco atunero. Detecta los cambios de temperatura en el agua y las zonas donde hay plancton. Ayuda a la pesca y a meter cocaína en la pesca. Le dicen el Wikipedia.

Mi Bella Ilusión fracasó por tercera vez. Nadie ha querido comprarla. Me jodí, pero tengo un consejo que dar: En el desierto, desconfía de la fruta.




Dibujo original para este relato de César Fernández-Arias



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Entrada núm. 1207
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura", (Voltaire)

jueves, 6 de agosto de 2009

Tinto de Verano: Sociología vital




¡Joder, vaya verano que nos están dando los políticos! ¿No se ha dicho siempre que en agosto "cerraban por vacaciones"? A ver si es verdad... Aunque el cuerpo me pide entrarle al trapo pepero y su deslenguada secretaria general, prefiero entretenerme leyendo los refrescantes relatos cortos de El País. El de hoy, de la escritora Luz Sánchez-Mellado, es una deliciosa recreación del acontecer diario de una desenfada socióloga aficionada que busca su lugar al sol... Espero que les guste. Sean felices, por favor, que ya llegará el otoño. Tamaragua, amigos. (HArendt)




La escritora Luz Sánchez-Mellado 





"SOCIÓLOGA DE CAMPO", de Luz Sánchez-Mellado
EL PAÍS - 06-08-2009

Lo confieso, soy cotilla. Chafardera, chismosa, alcahueta, entrometida. No es que yo vaya por ahí todo el día buscando información, que también, para eso me pagan, es que me la encuentro, yo qué culpa tengo. Es un don. No me hace falta ni carrera ni master ni nada. Sólo estos oídos y estos ojitos que se va a tragar la tierra. Y un poquito de empatía y de sangre en las venas, que hay algunas tan divinas que parece que ni sudan ni orinan. Que ni sienten ni padecen. Mentira. Todas tenemos nuestro corazoncito y la que no, está muerta y enterrada. O debería estarlo.

La gente está deseando contarte su vida. Tú te pones a tiro y se te abre el prójimo en canal, palabra. Desde la peluquera de tu barrio hasta la vicepresidenta económica si se tercia. Todo consiste en tocar la tecla adecuada y con los años una va afinando. Lo malo es que a mí me pasa lo mismo. Si me das cuartelillo te lo suelto todo. Todo. Y luego tienes que vivir con eso. En el último cumpleaños de la niña invité a las mamás del colegio a un ponche en el jardín. Me confié y me perdí yo solita para los restos. Ahora los papás de las amigas de Rebeca me miran raro. Ésta es la multiorgásmica de las tetas operadas a la que le pone Rubalcaba, piensan, se lo leo en las pupilas. Sus señoras les han ido con el cuento, no me cabe la menor. No las culpo. Yo también lo haría. Y además ¿qué pasa? Cada una tiene sus perversiones.

Te lo digo yo, que me dedico a esto. Aunque sea de chiripa. Fue al año de mudarnos al chalé. Estaba yo tan tranquila de señora de mi casa cuando se me presenta un vecino a ofrecerme un empleo. Resulta que el tipo es un cazatalentos y estaba buscando a una jefa de investigación de mercados para una multinacional de compresas. Llevaba ya cincuenta lumbreras entrevistadas cuando me vio en acción en una reunión de la comunidad y lo tuvo claro. Yo era su mujer. Desde entonces aquí me tienes, sonsacando a mis congéneres. Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Gano un dineral y trabajo en lo mío. No tendré el título, pero para socióloga, servidora. Me río yo de los estudios del CIS. Para qué tanta macroestadística. La verdad está ahí fuera.

Precisamente ahora me voy a hacer un estudio de campo -quien dice campo, dice playa- a la parte norte de Menorca. Pijas catalanas flacas como estacas con sus maridos ideales y sus cachorros de diseño vestidos de impoluto lino blanco. De ésas que se preguntan a qué huelen las nubes. Un filón, o sea. De aquí me sale el informe definitivo. Yo me abro. Ya les cuento.



Entrada núm. 1205
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura", (Voltaire)

lunes, 3 de agosto de 2009

Tinto de Verano: La piscina

Hace más de cuarenta años que leí un interesantísimo libro titulado "El español y los siete pecados capitales" (Barcelona, Círculo de Lectores, 1968) escrito a modo de ensayo sociológico por Fernando Díaz-Plaja. Creo recordar que para el autor del libro la "soberbia" era el pecado capital de los españoles. No voy a discutir sobre ello, porque no lo recuerdo con exactitud. Puede que sí, puede que no... De lo que estoy convencido es de que el estudio de Diaz-Plaja ofreciera el mismo resultado hoy día. En todo caso, convencido de que en ningún sitio atan los perros con longanizas (o lo que es lo mismo, que en todos lados cuecen habas, y que no hay ningún pueblo superior a otro) creo que si hay un pecado capital que "marca" colectiva y colegiadamente a los españoles (y a los ciudadanos de sus diecinueve comunidades autónomas) ante el mundo, ese pecado no es otro que la "envidia"... Que ello sea producto de un complejo secular de inferioridad, a mi juicio más ficticio que real, escapa a mi capacidad de análisis, pero tengo la sospecha de que los tiros van por ahí.

Les dejo con el nuevo relato, dentro de mi Tinto de Verano, que en El País del sábado pasado publicaba la escritora Maruja Torres, y que va de "envidia" llevada hasta su extremo más dramático. El dibujo, como todos los anteriores de la serie, de César Fernández-Arias. Que lo disfruten.Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)





La escritora Maruja Torres




"Aqua Gym", por Maruja Torres
EL PAÍS - 01-08-2009

Llegó al club antes que los otros, antes que el entrenador, antes incluso que la Sirenita. Se dirigió a los vestuarios, sin entretenerse en charlar con las recepcionistas, como solía. Atravesó con rapidez el gimnasio. Lo hizo sin mirarse en los espejos, nunca le hizo falta ir al encuentro de su imagen repetida. Se conocía de sobra. No era la más fea. Sí era la más torpe. Y la más fuerte.

Se lanzó a la piscina. La idea aleteaba en su cerebro como un insecto atrapado por un puño iracundo. Más que una idea, un impulso. Una emoción caótica, punzante, que le pedía acción inmediata, salida al aire. Ejecución.

Bajo el agua, sus piernas parecían más armoniosas que en tierra firme. Contemplándolas como hacía a menudo, con la espalda apoyada en una de las paredes de la piscina, podía creer que eran dos pilares, dos columnas griegas, dos pequeños colosos perdurables, necesarios y dignos de respeto. Otra cosa era cuando se desplazaba caminando, ahora un muslo, ahora el otro, lo que implicaba un humillante frotamiento, y ella sentía que el esfuerzo de mover aquellas dos masas cilíndricas que apenas se afinaban en los tobillos no servía para nada, no la conducía a parte alguna. Que su vida permanecía sin desarrollar, estéril, inmovilizada por esa inferioridad de su cuerpo inferior.

Realizar ejercicios en el agua le proporcionó, al principio, algo de alivio, algo de dignidad. Cualquier mejora en su capacidad motriz era acogida por el entrenador con sonoros "¡Muuuuy bien!", y con grititos por parte del resto del grupo.

Torpe, lenta, descoordinada, sintiendo su fuerza bruta latir en ella como un ultraje más, había recibido, hasta entonces, un condescendiente trato de los miembros de la clase. Solían repetirle que la relación entre su cuerpo y el agua iba a mejorar. Agradecida, doblaba las rodillas y saltaba, y aunque a los dos o tres saltos se escoraba y se hundía -por entonces era la única que realizaba ese ejercicio en la parte menos honda de la piscina, haciendo pie-, se consolaba pensando que su situación pronto iba a cambiar.

Y así fue. La llegada de la Sirenita desplazó la atención de sus piernas remisas a las extremidades perfectas de la nueva alumna, a sus movimientos armoniosos. Todos la querían; bien, no todos.

Así que esa mañana ella llegó antes que los demás, antes que el entrenador, antes incluso que la mujer perfecta.

Y cuando los otros entraron, con los gorros ya puestos y las gafas en la mano, cuando la vieron saltando en la parte honda de la piscina, sí, saltando y pedaleando con los brazos en alto, y riendo de placer, espontáneamente se colgaron las gafas del brazo y prorrumpieron en una gran ovación. La única que recibió en su vida.

El agua transparente de la piscina pronto reveló que la mujer saltaba sobre el cuerpo de la Sirenita. Tenía el cuello roto y la rubia cabeza se movía sin control, por primera vez desacompasada, ajena a sus extremidades.




Dibujo de César Fernández-Arias



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Entrada núm. 1203 (.../...)

viernes, 31 de julio de 2009

Tinto de Verano: Inocencia

Inocencia y bondad no son términos sinónimos. Los niños, en su inocencia, suelen ser extremadamente crueles: con sus hermanos, con otros niños, con los animales, con los "otros".... Lo digo por experiencia. Yo, con seis o siete años, cazaba gorriones con tirachinas, disparaba a los gatos con escopetas de perdigones, prendía fuego a las filas de orugas que circulaban por el jardín y organizaba fogatas en las cuadras para espantar a los caballos. Con nueve años me escape de clase durante un mes, en pleno invierno. Y con diez, viviseccionaba lagartijas, sin anestesia... Ahora soy incapaz de matar una mosca... He reflexionado sobre ello leyendo el relato de la escritora Nuria Labari en El País de hoy. Se titula "El País de las Hadas Muertas", y va sobre la tremenda crueldad de la que puede ser capaz un niño, en su inocencia.... Espero que les guste. El dibujo, original como siempre para estos relatos, es de César Fernández-Arias. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)





La escritora Nuria Labari




"EL PAÍS DE LAS HADAS MUERTAS", por Nuria Labari
EL PAÍS - 31-07-2009

El se ha quedado dormido en su silla del jardín. La camisa se le abre un poco en la panza. Tu madre recoge la mesa sin hacer ningún ruido. Ella tampoco quiere que despierte. El calor derrite vuestra casa como un helado que nadie quiere comer. A ti te gusta ese calor porque lo deja tieso. Coges la aguja y te vas. Sales corriendo hasta el lugar donde brincan las alas azules y allí te quedas quieta mirando hasta que atrapas la primera. Muy despacio, arrancas una de sus alas y posas el cuerpo mutilado de la libélula sobre la tierra. Le colocas una piedrecilla encima para que no arrugue las otras con sus estertores. Coges la aguja y ensartas el ala en tu collar de hada. Cuando empezaste a hacerlo pensabas que sería azul transparente. Ahora algunas alas son verde oscuro y marrones, como pétalos secos. Es el collar de un hada muerta, pero te gusta.

Prefieres las heridas a los moratones. Todos los niños tienen heridas y algunas niñas también. Los moratones, sobre todo los de la espalda, no hay quien los explique.

Las lagartijas las llevas en el bolsillo pequeño de la mochila. Lo mejor es que mueran asfixiadas porque así no se estropea su piel ni les faltan las patas o la cola. Las que matan los chicos se quedan totalmente espachurradas. En tu habitación sacas el cutter y divides al primer animal en dos con una incisión que lo recorre de la cabeza a la cola. Sacas las tripas con cuidado. Casi no hay sangre. No gotea como una herida humana, pero las vísceras sí son rojas. La vacías hasta que puedes extender su piel como una hoja sobre tu escritorio. Es hermosa y perfecta. Colocas dos tomos de la enciclopedia Larousse sobre la piel escamada y esperas mientras se prensa junto a las demás. Serán alfombras en tu casa de muñecas. Todas durarán siempre.

Él quiere al gato tanto como a sus herramientas. Lo encontró dentro del motor de la camioneta y lo llamó Alicates. Hoy Alicates ha salido de la casa y lo encuentras cerca del río. El animal casi nunca sale porque él nunca olvida cerrar una puerta. Cierra y volverá más tarde, cierra y ya no puedes salir, cierra y ya está en casa. El gato no está alerta. Lanzas y la piedra lo atiza en la cabeza. Alicates gime como un chiquillo. Y sangra. No huye, sólo chilla y se lame la herida, como si pudiese beber toda la sangre que brota. Quieres ayudarlo. Coges su cuerpecillo y lo metes en el río para lavar la herida. Pero Alicates se revuelve y lanza gemidos afilados. Sumerges su cabeza y así Alicates se tranquiliza. Inmediatamente deja de chillar y sus movimientos se vuelven lentos debajo del agua. Hasta quedarse completamente quieto. Por fin Alicates no siente nada.

Ha vuelto a olvidar cerrar una puerta. Baja por las escaleras al garaje. Ves su nuca y agarras la misma pala con la que enterraste a Alicates. Sabes que será más fácil que matar al gato.





Dibujo original para este relato de César Fernández-Arias



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Entrada núm. 1201 (.../...)

jueves, 30 de julio de 2009

Tinto de Verano: Fortuna

No se puede desafiar impunemente a la diosa Tyké, la Fortuna romana. Es una temeridad. Los antiguos lo sabían y por eso la levantaron un templo fastuoso en donde hoy está el Quirinale, el palacio del presidente de la república italiana, en Roma... Pero algunos no aprenden ni a pedradas... Reanudo mi Tinto de Verano con este precioso relato corto de la escritora Lola Beccaria, titulado "Muerte de un single". Lo publica hoy el diario El País. El dibujo, como siempre, de César Fernández-Arias, es original para este relato. Que lo disfruten. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)





La escritora Lola Beccaria




"MUERTE DE UN SINGLE", por Lola Beccaria
EL PAÍS - 30-07-2009

Estoy caído contra el suelo y apenas puedo moverme. El navajazo me ha atravesado el pecho, pero respiro bien y no sangro por la boca. Veo el líquido oscuro invadiendo despacio las baldosas. Si corriera rojo brillante, inundándolas a chorro, moriría enseguida. Significa que la hemorragia no es arterial y que tengo cierto margen. Sólo necesito aguantar un poco más. Hasta que llegue Carol. ¿Qué hora es? Casi no puedo levantar la mano. El reloj marca ahora las ocho y media. Ya tendría que estar aquí. Qué fatalidad, justo hoy llega tarde... Carol, si no vienes pronto, no me encontrarás ni podrás ayudarme; si no vienes, nadie me encontrará y moriré aquí tirado, con un agujero en el tórax, desangrado y solo. Siempre vienes a esta hora, porque es verano y porque vives cerca de la clínica y porque te gusta dar un paseo cuando todavía es de día. Si fuera invierno no vendrías, pero tengo la suerte de que es verano y de que te gusta venir a buscarme antes de que anochezca... Qué dulce eres, Carol... Si no fuera verano, y si no amases los jazmines que bordean el camino, y si su olor no anunciara el atardecer, si no amases entrar por la puerta y besarme, hoy yo moriría.

Carol, ¿dónde estás, qué te ha retenido, cómo te alejas de mí en este trance? Moriré aquí, en este lugar aislado por donde nadie ha de pasar si no eres tú. Si ahora llegaras, todavía habría tiempo: te daría instrucciones, controlarías la hemorragia y pedirías ayuda.

Pero no estás aquí... Ahora me doy cuenta de que ni vienes ni vas a venir jamás, Carol. Tú, que habrías sido mi salvación. No vas a venir, seamos realistas. No vas a venir porque un día te dije que si seguía viéndote acabaría enganchándome, y que no quería nada serio, que estaba muy cómodo así, y por ese motivo dejé de verte y corté de raíz nuestra relación. No vendrás porque decidí estar solo, porque la vida es muy larga y ya habría tiempo de vivir un amor, porque creía que si te perdía, en cualquier momento podría llegar otra como tú, porque no sabía que los dioses ponen precio al tiempo desperdiciado y se cabrean si rechazas sus preciosos regalos... Y si no hubiera estado ciego creyendo que en solitario habría de vivir más, y más felizmente, ahora estaría ante el resto de mi vida y no en su triste remate final. Con tu amor, habría superado este dolor en el pecho, me habrías cosido a besos, me habrías amado y ese amor mismo habría vuelto la sangre a mis venas y habría cauterizado la herida...

-¿Carol? ¡Carol...! ¡Has venido! No puedo creerlo...

-Sí, Frank, así es. No he abandonado mis paseos, y lo he visto todo a través de la ventana.

-Eres mi ángel de la guarda.

-No, querido. Uno no mata a su ángel de la guarda, y tú me mataste. Sólo soy un espíritu errante que no tendría que estar aquí.

-Pero...

-Adiós, Frank. Cuídate.




Dibujo original de César Fernández-Arias para este relato



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sábado, 25 de julio de 2009

Tinto de Verano: Las corrupciones

La corrupción de menores ha existido siempre. Pero antes todo era como mucho más rústico... La irrupción de Internet en nuestras vidas ha modificado sustancialmente la imagen del corruptor. Su método, la suplantación de personalidad; su arma, la soledad del candidato ante una pantalla de ordenador... Hoy va de ello este Tinto de Verano: "El hombre de las letras azules", del escritor Lorenzo Silva. Lo publicaba El País de ayer. El dibujo, original como siempre para estos relatos, de César Fernández-Arias. Disfrútenlo. Y sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)




El escritor Lorenzo Silva




"EL HOMBRE DE LAS LETRAS AZULES", por Lorenzo Silva
EL PAÍS - 24-07-2009

Nerea releyó el mensaje instantáneo que acababa de recibir. Lo hizo con una punzada de inquietud. Sabía que atender aquella petición era, en cierto modo, pasar la raya.

-Conéctalo, por favor. Insistió él.

Nerea miró al techo. Luego a izquierda y derecha. Pero sus dudas eran un puro trámite. Sabía lo que al final iba a hacer. Lo que, pasara lo que pasara, ya estaba resuelta a otorgarle.

-Tengo que hablar muy bajo, mis padres están al lado.

Se resistió ella, aún. La respuesta llegó rauda:

-No importa, como puedas, lo que puedas.

No lo disuadía el peligro de que pudieran sorprenderla in fraganti. Como no lo había disuadido el que ella le dijera que tan sólo tenía quince años, es decir, treinta menos que él. A pesar de eso llevaban ya una semana chateando a diario, y desde el primer día el tono de sus conversaciones no podía ser más inequívoco. Le había pedido que le pasara fotos, a lo que ella había accedido. Total, unas fotos inocentes no comprometían a nadie. Pero ahora él pedía más. Quería pruebas, y quería dar el paso. El Gran Paso. Y ella, le había dicho, estaba dispuesta.

Así que no tenía sentido eludirlo. Conectó el micrófono.

-Dime algo, no te oigo.

La impaciencia, la codicia, le arrojaban aquellas letras azules a la velocidad del relámpago. Nerea apenas susurró:

-Hola, ¿me oyes?

-Sí, te oigo... Oye, ¿tienes calor?

-Sí. Este verano está siendo terrible.

Lo que vino después, Nerea lo había imaginado vagamente. Darle forma concreta era otro cantar. Las letras azules saltaban a la pantalla a borbotones, a medida que ella hablaba. Si había de creerlas, lo estaba sacando de sí. Nunca antes su escritura había sido tan febril, tan desproporcionada, tan procaz.

Al final, Nerea cortó de golpe el micrófono.

-¿Lo has cortado?

-Perdona, pero mi madre acaba de llamarme antes de irte..., el jueves entonces..., frente al Ángel Caído.

-Sí.

-A las cinco en punto..., ¿sabes dónde está, seguro?

Nerea sabía perfectamente dónde estaba el Ángel Caído, como sabía que un jueves de agosto, a las cinco de la tarde, en ese rincón del parque del Retiro habría muy poca gente aparte de un hombre que llevaría un polo azul celeste, un pantalón azul marino y una visera del mismo color. No habría pérdida.

No la hubo. Allí estaba, en el banco. Era como lo había imaginado. Bien vestido, agradable. Aparte de él, tan sólo un par de tipos que parecían tan chiflados como para salir a hacer jogging a esa hora en la que caía plomo derretido sobre Madrid. Nerea, como había planeado, se le acercó por detrás. Ciertas cosas causan más impacto si llegan de sorpresa. Le puso una mano en el hombro y, cuando él se volvió, la otra ya le mostraba la placa:

-Guardia Civil.

Al ver a aquella mujer, y luego a los dos fornidos corredores que le cortaban la retirada, el notario Robles comprendió, con alivio, que su carrera como ciberpredador había terminado.




Dibujo original de César Fernández-Arias



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Nota:

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Entrada núm. 1196 (.../...)

jueves, 23 de julio de 2009

Tinto de Verano: Un trabajo

Quinta entrega de mi Tinto de Verano. Un relato de la escritora Ana María Shua, titulado "Profesional", que publica El País de hoy en su sección "Fundido en negro". Magnífico. Un asesinato narrado en primera persona por el asesino, un profesional del crimen, al que le encargan un trabajo pero que muy especial. No tanto por la víctima ni por el ejecutor, sino por el solicitante... Disfrútenlo. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)





La escritora Ana María Shua




"Profesional", por Ana María Shua
EL PAÍS - 23-07-2009

La gente común tiene muchas fantasías acerca de nuestro trabajo que es, en realidad, bastante rutinario y no se parece a lo que muestran las películas. Los encargos con los que debutamos en el oficio son, quizás, los más recordables. Al revés de lo que piensan todos, la gente con experiencia rechaza los trabajos incómodos, difíciles, desagradables. Que caen, como es natural, sobre los pobres principiantes. Siempre se puede encontrar a un muchacho necesitado, dispuesto a matar a un abuelito a garrotazos por cien euros.

Y yo era un inexperto principiante cuando encaré a mi primer cliente, la señora Mercedes de Ulloa. Estaba nervioso. Por supuesto, había matado a otras personas, incluso por la espalda, pero siempre en robos a mano armada o guerra de pandillas. Tenía una ventaja importante para iniciarme en el oficio: nunca había estado preso.

La señora me citó en su casa, de noche. Los clientes odian tratar con nosotros en directo, pero en esta era de las comunicaciones, nada deja menos rastros que una entrevista personal. Era importante que nadie me viera entrar. Me dejaría la puerta abierta para no estar allí parado tocando el timbre.

La casa estaba llena de fotos que contaban la historia de una pareja. En las fotos, todos parecen felices. Mercedes estaba en su estudio, en penumbras, detrás de un gran escritorio de nogal. Vieja, hinchada, pintarrajeada, maloliente y sin embargo reconocible: la mujer de las fotos. Todo el ambiente estaba impregnado con ese olor dulzón. No podía creer que alguien pagara por oler así. No perdió tiempo. Tenía preparado allí mismo, sobre el escritorio, la mitad del dinero.

-Quiero que mate a mi marido. Ahogado en la bañadera. Ojo por ojo.

La interrumpí. Sus motivos me importaban poco.

- Muy bien.-le dije- En los próximos días...

-Ahora mismo. Ése es el cuarto de baño.

Esta mujer está loca, pensé. Y además... Matar en la bañadera es un trabajo sucio, difícil. Se toma a la persona de los tobillos y se da un tirón hacia arriba, enérgicamente. Por lo general (pero nunca se sabe) no tiene de dónde agarrarse y la cabeza se hunde. Eso sí: alguien que se está ahogando patalea con fuerza descomunal. Pero por otra parte el hombre era un viejo y yo tenía el entusiasmo desaprensivo de la juventud. Sin pensarlo demasiado, con los billetes calentándome el bolsillo, entré al baño. A pesar de mis prevenciones, fue sencillo.

Salí con la ropa bastante mojada. El resto del dinero me esperaba sobre el escritorio. Busqué a mi clienta por toda la casa, pero se había ido. Quizás para no escuchar los ruidos desagradables que venían del cuarto de baño.

La muerte del viejo pasaba sin esfuerzo por un accidente. Nada que pudiera interesar a los diarios. Sin embargo, unos días después apareció una breve nota en la página de policiales. Un anciano había sufrido un accidente en la bañadera. Intrigados por su desaparición, los vecinos alertaron a la policía, que encontró el cadáver en avanzado estado de descomposición. El hombre era viudo y no tenía hijos. Ya decía yo que la señora Mercedes olía mal.




Dibujo original para este relato de César Fernandez-Arias



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Nota:

Este comentario se publica simultáneamente en las páginas electrónicas de El País:
http://lacomunidad.elpais.com/ccampos1946
y Cadena Ser:
http://lacomunidad.cadenaser.com/desde-el-tropico-de-cancer.
La versión definitiva del mismo puede leerse en:
http://harendt.blogspot.com

"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura", (Voltaire).





Entrada núm. 1194 (.../...)

martes, 21 de julio de 2009

Tinto de Verano: Traiciones

La traición siempre tiene un precio que pagar. Al menos en la novelas de género negro. En un relato corto como el que nos ocupa: "Círculo", de Ricardo Menéndez Salmón (El País, 20/07/09), tampoco podía ser de otra manera. La traición siempre se paga. La cuestión está en saber "quién" la paga... El dibujo, original para este relato, es de nuevo de César Fernández-Arias. Disfrútenlos. Y sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)




El escritor Ricardo Menéndez Salmón




"CÍRCULO", por Ricardo Menéndez Salmón
EL PAÍS - 20-07-2009

Siete palabras: "Un trabajo limpio. Sin riesgos, sin testigos". De mañana, cuando un mensajero lo despertó para conducirlo hasta el macelo, sus piernas temblaban. Supuso que Weiss había descubierto su juego con Claudia y que iba a cortarle la lengua. Fue por eso que, al recibir el dinero y la dirección a la que debía acudir para cumplir el encargo, experimentó un inmenso alivio.

La Walther consuela. El miedo lastima menos con una pistola por compañía. Atento a la conducción piensa en Claudia, en el amor clandestino que ambos alimentan desde hace tiempo, flirteando con la muerte como funambulistas ciegos, jugándose el pellejo cada viernes en un cuartucho de las afueras.

Cercado por la nostalgia aparca a dos manzanas de su destino y alcanza los cigarrillos. Confirmada la serenidad del semblante en el retrovisor, cierra el coche y se concede un pitillo. En pocos minutos alcanza el portal. Huele a gas butano. En el patio interior, sentado en una silla de tijera, un hombre dormita. Se escuchan ronquidos sincopados, niños imitando la furia de apaches hambrientos. Una erección lucha por imponerse en sus pantalones. Son el catastro de olores, sonidos e imágenes que recapitulará en la ducha una hora después, cuando se arranque de la piel los últimos gestos de la víctima.

Con una ganzúa abre la puerta. Antes de penetrar deja que transcurra medio minuto. Entonces se quita los zapatos y aspira repetidas veces por la nariz, hasta sentir un leve mareo. Nadie en el recibidor. Avanza acostado sobre la pared, las piernas separadas, la Walther en la diestra y la mano libre cerrada en forma de puño. Asomando la mirada al ángulo recto que el pasillo forma, descubre tres huecos, dos a su izquierda y el último a la derecha. Al fondo, el baño. La cocina está vacía. En el fregadero, restos de comida. Regresa al pasillo. La erección es ya incómoda. Tampoco en el salón hay suerte. Encendido aunque sin volumen, el televisor muestra a jóvenes apuestos que anuncian perfumes. Las ventanas están abiertas. Al hombre que dormita en camiseta se le ha unido un perro. La puerta del último hueco está cerrada, así que aguza el oído pero no oye nada. Tomando aliento golpea con brutalidad, plantándose en mitad de la estancia, el arma apuntando al frente como una prótesis siniestra. En el dormitorio reina el caos. El papel de las paredes ha sido arrancado, hay una estantería volcada, las lunas del armario están rotas. Un rayo de luz se filtra por la claraboya del techo hasta mecerse en un espejo, donde vibra como la cuerda quebrada de un violín. La erección ha desaparecido.

Atada de pies y manos a la cama, desnuda, el cráneo al cero, los pechos quemados con colillas y sobre la tenue línea de los labios una mordaza de cinta aislante, Claudia -la bella, la fragante, la dulcísima niña-, con la cruz de los traidores grabada en la frente, aguarda resignada y sin pavor la bala que al quebrar su carne certifique que el círculo se ha cerrado.




Dibujo de César Fernández-Arias




Entrada núm. 1192 (.../...)

domingo, 19 de julio de 2009

Tinto de Verano: El baño

Perdonen mi sequía informativa. Estamos en verano. Y no es que no haya noticias u opiniones que comentar, criticar o compartir. La sequía es mía, supongo que por el calor, lo plomizo del cielo en estos días sobre Gran Canaria, la sensación de bochorno, que agobia... Tercera entrega de los relatos de verano de El País, "Miércoles en el río", de la escritora Nuria Barrios. Tercera también de mi Tinto de Verano, hoy teñido de humor más que negro, negrísimo, resuelto con esa soltura que convierten en admirables muchos relatos cortos. Lo mejor para las vacaciones. La vida en quince renglones. Disfrútenlos. El dibujo es de César Fernández-Arias, original para El País junto con el relato citado. La foto de la autora, como siempre, tomada de las "imágenes" de Google. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)






La escritora Nuria Barrios



"MIÉRCOLES EN EL RÍO", de Nuria Barrios
EL PAÍS - 19-07-2009

Las piedras ya estaban calientes cuando el coche apareció. Era un calor agradable que se colaba en los pantalones de los dos hombres, templaba sus muslos largos y sus culos cansados, que la edad había ido enfriando, y recorría su columna vertebral hasta llegar a la cabeza como la caricia de una mano firme y ancha. Las cañas de pescar estaban clavadas en el suelo, a su lado. Se hallaban tan entretenidos charlando que no escucharon el crujido de los guijarros bajo las ruedas, a su espalda.

-¡Eh! ¿Hay mucha profundidad ahí?

El tipo había asomado la cabeza por la ventanilla. Los hombres se giraron hacia él con desgana. Uno de ellos, el de piel más blanca, llevaba una gorra. El otro, muy moreno, iba con la cabeza descubierta. El sol estaba alto y la luz se reflejaba en el BMW gris como en un espejo. A pesar del resplandor, vieron las gafas oscuras, la camisa blanca, la corbata. Las chicharras chillaban. El olor a gasolina se mezcló con el de la tierra caliente.

Los dos amigos sólo iban al río durante las vacaciones. No se levantaban temprano ni acudían con bolsas de pesca ni botas de plástico ni pantalones impermeables. Sólo llevaban unas cañas baratas, tabaco y latas de cerveza. Tan pronto llegaban, metían las cervezas en el río, bien sujetas entre las piedras, y dejaban que la corriente ligera las enfriara. A veces, introducían los pies en el agua y los restregaban suavemente contra el suelo oscuro y viscoso. El leve movimiento agitaba el fondo y sus pies aparecían y desaparecían como pálidas anguilas entre algas azuladas.

Algunos días, cuando el calor apretaba, se quitaban la ropa y nadaban un rato. El río engañaba. La suave orilla dejaba paso enseguida a una poza tan honda que el agua se volvía negra y fría como el ojo sin fondo de un pescado. Al hombre moreno le gustaba nadar allí, sentir el sol ardiente en la nuca mientras abría y cerraba las piernas y los brazos helados. Su compañero daba un par de brazadas sin quitarse la gorra y regresaba a la orilla.

A los dos les agradaba ese río que les regalaba pescado suficiente para justificar el tiempo que le dedicaban. Pero iban a pescar por las historias. Pasaban las horas contándose cuentos que habían vivido o habían oído. Enlazaban una historia con otra mientras reían. A veces, sin darse cuenta, las repetían, pero el placer de oírlas era igual que la primera vez. Cuando el coche se detuvo a su espalda, el de la gorra estaba hablando del zapatero comunista de su pueblo que un día desapareció y dejó en la puerta un cartel que decía: "Me he ido. No me busquéis".

El conductor aguardaba con la cabeza asomada por la ventanilla.

-¿Profundidad? ¡Un huevo!-, contestó el moreno.

El tipo metió la primera y apretó el acelerador. El coche pasó rugiendo junto a los hombres, se mantuvo unos instantes sobre el agua y luego se hundió.




Dibujo original de César Fernández-Arias




Entrada núm. 1189 (.../...)

viernes, 17 de julio de 2009

Tinto de Verano: Avaricia

Segunda entrega de mi Tinto de Verano literario. La pública El País de hoy, y es un relato de la escritora Reyes Calderón, titulado "La gala del Diablo". Como toda alegoría que se precie tiene su moraleja. Y va sobre el pecado capital de la Avaricia. La ilustración que he buscado para acompañarlo es del pintor alemán del siglo XVI, Alberto Durero. La fotografía de la autora la he obtenido de la galería de imágenes de Google. Que lo disfruten. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)




La escritora Reyes Calderón




"LA GALA DEL DIABLO", de Reyes Calderón
EL PAÍS - 17-07-2009

La cita es en la cala norte. Se accede por el club de golf. Todos los que se creen alguien juegan al golf. Llegan cuando el sol desciende y la luz muere; la invitación de oro en la mano. Bajan de grandes limusinas blancas, de minúsculos descapotables rojos y de interminables yates de líneas esbeltas.

Escucho rumores de seda y pedrería fina. Yo no pertenezco al club. He sido convocada por el diablo para levantar acta de su espectáculo negro, su color preferido. Llevo puesta mi toga, la que empleo para impartir justicia. Me agazapo bajo la sombra de la noche, aunque nadie me mira. Observo y anoto.

Una voz sibilina y afeminada ordena que todo el que se crea alguien se adentre en la playa. Cuando lo hago yo, no queda nadie fuera. Observo el escenario. Parece un coliseo inacabado, rocas y arena, con el cielo por bóveda. No hay luna ni estrellas. Oprime la oscuridad, justo como a él le gusta. Presiento el peligro, apesta. Me creía preparada para infiltrarme en el mundo Maddoff, pero no lo estoy. Tengo entumecidas las piernas por la espera y el miedo. Sobre todo por el miedo.

Pasan los minutos. Impera el silencio; espeso y agobiante, justo como al diablo le gusta. Oigo cómo los viejos y las viejas orinan en el suelo. Hasta los que se creen alguien tienen que evacuar.

De pronto, una luz prende en lo alto. Es potente, deslumbra hasta cegar. Miro en torno. La cala está cuajada de gentes que sonríen, mientras agitan sus tarjetas de oro. "Por fin, algo nuevo", escucho. "¡Es tan aburrida la vida de los que se creen alguien!".

Sin mediar palabra, se apaga el cielo. Escucho un murmullo lejano. Me suena a rebato. Trago saliva y espero. El ruido se extiende. Arrecia. Me tapo los oídos. De pronto, miles de pequeños objetos empiezan a caer sobre la playa; como la lluvia, sin pausa. A mí ni me rozan. Me agacho y tomo uno. Un euro. Cojo otro: un dólar. Son monedas lo que caen. Tintinean al entrechocar.

Comienza el rosario de lamentos, por igual de ellas y de ellos. Braman y gimen y aúllan. Levantan las manos a modo de troneras, con la invitación de oro en alto. De nada sirve. El dinero se hunde en sus carnes orgullosas, regando la fina arena con su sangre. Huelo rabia y miedo.

Sigue la sinfonía y la lluvia: ahora son gotas rojas. Se mezclan con los orines. Algunos imploran. Las toscas plegarias saben a mentira y no protegen. Deprimo la cabeza entre los hombros. Los gritos agónicos me taladran los oídos. Suenan a alarido de cerdo en día de matanza.

La ceremonia concluye en minutos. Cuando retorna el silencio, el aire está sembrado de estertores y mi toga rezuma olor a sangre. Se enciende nuevamente la luminaria de las alturas. Estoy sola en la playa, en pie. Vuelvo a oír la voz aflautada. "Escribe", me dice; "no les falta dinero a los que me sirven".




La Avaricia, de Alberto Durero (1507)




Entrada núm. 1188 (.../...)

jueves, 16 de julio de 2009

Tinto de Verano: Mejor en frio

El diario El País ha iniciado la publicación, como otros años en esta misma época de verano, de una serie de relatos cortos inéditos escritos especialmente para su publicación en el periódico. No es que vaya a reproducirlos todos en el Blog, pero sí los que me resulten más interesantes. Como suelen ser refrescantes y fácilmente digeribles, he puesto a la sección el nombre de "Tinto de Verano". Espero que les gusten. El de hoy lleva el título de "¡Socorro!", está escrito por Clara Sánchez, y va de venganza servida en plato frio... Las imágenes son elegidas por un servidor de ustedes. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)




La escritora Clara Sánchez




"¡SOCORRO!", de Clara Sánchez
EL PAÍS - Cultura - 16-07-2009

Sentado en una de esas sillas altas para socorristas en la playa, sostenía unos prismáticos. Llevaba el pelo corto negro y de punta, una camiseta blanca ajustada que le marcaba los pectorales, bermudas rojas, las piernas afeitadas. Aunque aparentaba muchos menos, Quique tenía ya 35 años y una vida detrás no todo lo maravillosa que hubiese querido. Fue barriendo con los prismáticos la orilla y luego más adentro hasta que se detuvo en una pareja que jugaba a hacerse aguadillas. A esas horas de la mañana, la playa ya era un hormiguero. Y él pensaba que aquella gente dependía de él, desde los niños a los ancianos. Pensaba esto sin apartar los ojos de la pareja. Los enfocó mejor. Él conocía a aquel tío. La mujer, una chica de veintitantos, le empujó la cabeza con la mano y lo hundió. Estuvo abajo unos segundos y, cuando salió y estiró el cuello sobre el agua, lo pudo ver bien: el pelo negro ensortijado, que solía peinarse estirado para atrás, la barba reluciente, la nariz grande como si tuviera que respirar por tres o cuatro, y ojos pequeños y vivos de sabérselas todas. Se llamaba Germán. Y Germán era el culpable de que ahora estuviese subido en esta silla tan alta y lo pudiera observar como si fuera Dios.

La chica saludaba con un brazo. No, la chica parecía que pedía ayuda. ¿Le estaría ocurriendo algo a Germán, al mismo que se las había hecho pasar canutas a Quique cuando empezó a no pasarle clientes y a arrinconarle en el trabajo?

Ahora, la chica en el mar no sabía cómo ayudarle a respirar. Lo puso boca arriba e intentaba empujarle hasta la orilla. El problema era que se habían alejado demasiado y que Germán era muy grande y ancho y poco manejable.

Germán se lo puso tan difícil que Quique tuvo que hacer terapia para recuperar la autoestima, dejar la empresa en la que llevaba desde que terminó la carrera y cambiar de vida. Se convirtió en un deportista y decidió que se dedicaría a algo que tuviera que ver con salvar a los demás.

Evidentemente, Germán se estaba ahogando y la chica gritaba. Un bañista se dio cuenta y empezó a nadar hacia ellos. Nadie tenía la culpa de que Germán no se hubiese cuidado más. Mucha comilona y mucha mala baba. Las aguadillas habían podido con él. Alguien le avisó desde abajo de que ocurría algo grave. Quique descendió lentamente los peldaños y se dirigió al grupo de gente que rodeaba a Germán, tumbado en la arena. Esperaba no tener que hacerle el boca a boca. Pidió ayuda por el móvil y se abrió paso hacia él. Le tomó el pulso. No había nada que hacer.

¿No va a reanimarle?, gritó la chica llorando. Es inútil, contestó Quique. ¿Inútil?, dijo un bañista, este hombre estaba ahogándose y usted no hizo nada. Ya me encargaré yo de que le quiten el carnet de socorrista.

Está bien, pensó Quique mirando fijamente los ojos sin vida de Germán, puede que consigas amargarme la vida una vez más, pero será la última.



Némesis, diosa de la Venganza (Gheorge Tattarescu, 1853)




Entrada núm. 1187 (.../...)

miércoles, 27 de mayo de 2009

¡Campeones!


¡El F.C. Barcelona, campeón de Europa! ¡Vaya temporada 2008-2009, para recordar...! Sean felices; hoy, yo lo soy. Es infantil, lo se, pero que quieren que les diga: alguna vez tenía que ser... Tamaragua, amigos. (HArendt)




Entrada núm. 1156 (.../...)

martes, 26 de mayo de 2009

Al sur de Granada...

Una de las cosas con las que más disfruto cuando estoy de viaje es con la lectura de las placas conmemorativas que adornan ciudades, pueblos y lugares; unas veces celebrando que en tal o cual calle o edificio vivió, nació o murió un célebre personaje; en otras, que en aquel lugar ocurrió un hecho memorable digno de recuerdo. Así, a bote pronto, recuerdo algunas de ellas que me impresionaron vívamente. Por ejemplo, la que bajo el Pont Neuf de París, recuerda que en aquel lugar fue quemado vivo el último gran maestre de la Orden del Temple; o la otra en Madrid, en la plaza de Oriente, en la fachada del Palacio Real, conmemorando que en aquel lugar tuvo inicio el levantamiento popular de los españoles contra Napoleón; o esa otra en los aledaños de la Vía Apia romana, en el lugar en que fueron fusilados por los nazis, en las denominadas Fosas Ardentinas, varios centenares de presos italianos en las postrimerías de la II Guerra Mundial; y por terminar con el relato de efémerides varias, una pequeña plaquita en el muelle del pueblo de Sardina, en la costa norte de Gran Canaria, en la que se rememora que en aquel lugar hizo aguada Cristóbal Colón camino del Nuevo Mundo. También recuerdo con ilusión cuando descubrí casualmente en Madrid la casa donde vivió Miguel de Cervantes, en la calle que lleva ahora su nombre; o la primera vez que visité la casa natal del escritor Benito Pérez Galdós en la calle Cano, de Las Palmas de Gran Canaria... Pero basta de recuerdos.

Alhaurín el Grande (1) es una hermosa ciudad andaluza de la provincia de Málaga, de unos 23.000 habitantes, situada en la vertiente norte de la Sierra de Mijas y en el valle del río Guadalhorce, a unos 30 km. de la capital provincial. Yo nací en ella hace 63 años, un poco por accidente, como casi todos los hijos de militares. Mi padre había sido destinado allí tras su ascenso a teniente de la guardia civil, después de haber permanecido con mi madre y mis hermanos mayores durante cinco años en la isla de El Hierro, la más occidental de las islas Canarias. Y allí, en Alhaurín el Grande, estuve hasta los dos años en que de nuevo toda la familia salió hacia Asturias con motivo del ascenso paterno a capitán y el nuevo destino en la capital del Principado. Sólo volví por mi ciudad natal en 1967, durante un día, camino de Canarias, de vuelta de mi viaje de novios por la Península. Desde entonces he estado en la provincia de Málaga en dos ocasiones, pero no he vuelto nunca más a Alhaurín, así que no creo que nadie en ella me recuerde ni que hayan colocado ninguna placa conmemorativa celebrando mi natalicio. Tampoco creo que tenga ninguna placa en ella, -aunque sí lo recordarán-, otro hijo de Alhaurín, trístemente célebre: el ex teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero, protagonista del golpe de estado del 20 de febrero de 1981, en el que asaltó con otros guardias civiles el Palacio del Congreso de los Diputados en Madrid. E ignoro si la tienen dos actuales vecinos ilustres de la ciudad: el actor de origen belga Jean-Claude Van Damme, y el afamado escritor español Antonio Gala.

Quién sí estoy seguro que debe tenerla, sin duda, es el más célebre de los hijos y vecinos de la ciudad, el escritor británico Gerald Brenan (2), don Geraldo para sus paisanos, que vivió y murió en Alhaurín el Grande durante muchísimos años, y cuyas cenizas descansan para siempre en tierra malagueña. No recuerdo cuando fue la primera vez que oí o leí hablar de Gerald Brenan. Supongo que fue con motivo de alguna de mis lecturas académicas referidas a él, entre otras "El laberinto español", o "Historia de la literatura española". Hace unos años tuve una excelente relación de amistad con un compañero de trabajo, Julio Martínez, granadino, que había sido -y era en aquel momento- amigo personal de Gerald Brenan. Él fue el que me regaló el único de los libros que he leído de Brenan, su famosísimo "Al sur de Granada" (Siglo XXI, Madrid, 1984), con una preciosa dedicatoria en la que relacionaba el Roque Nublo grancanario con el Veleta granadino y expresaba su esperanza de que algún día pudiéramos contemplar juntos el sur y el alma de Granada. Esperanza que no se ha realizado.

Todo lo anterior me ha venido a la mente tras leer hace unos días el precioso artículo que Carlos Pranger ("Brenan, memoria personal de España". El País, 23/05/09), custodio del "Legado Español de Gerald Brenan", e hijo del que fuera secretario personal del escritor británico publicó hace unos días. Miembro del denominado "Círculo de Blomsbury", al que perteneció también la escritora Virginia Woolf, de la que fue amigo íntimo, Brenan llegó a España en 1919, con una excelente formación académica, buscando paz y tiempo para profundizar en sus lecturas, y quedó prendado por los paisajes y las gentes de la Alpujarra granadina. Y aunque viajero incansable y aventurero, allí quedó enganchado a los españoles para siempre. En su artículo, Carlos Pranger dice que España, la suya, la del "todo o nada", era un país que le fascinaba, aunque nunca fue ni se sintió español; que ni siquiera se nacionalizó y que siguió siendo muy inglés y perteneciente a su clase social media-alta. Pero, al final, con su estilo personal y entrañable, mezcla de inteligencia y sensibilidad, cautivó al pueblo sobre el que tanto y tan bien había escrito, y supo congeniar con los españoles, que lo vieron como uno de los suyos. Espero que disfruten de su lectura, que reproduzco más adelante.

Las imágenes expuestas corresponden a un retrato pictórico de Geral Brenan y a una vista panorámica de Alhaurín el Grande. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)




"BRENAN, MEMORIA PERSONAL DE ESPAÑA", por Carlos Pranger
(El País, 23/05/09)

Conversador nato y escritor curioso, el hispanista británico Gerald Brenan supo congeniar con los españoles, que acabaron viéndolo como uno de los suyos. Ahora se publican algunas de sus obras inéditas

Con la aparición de El señor del castillo -la primera de una serie de obras inéditas que publicará la editorial Alfama-, el hispanista Gerald Brenan vuelve a estar de actualidad. Pasados ya 22 años desde su muerte, cabe preguntarse por la vigencia de su obra y sobre la relación que mantuvo con España, lugar donde se forjó como escritor.

A Gerald Brenan puede considerársele como uno de los grandes exponentes de un género literario popularizado por los escritores románticos: especular sobre un país ajeno. Al escritor foráneo se le otorga un punto de vista más válido y objetivo, puesto que se asume que no está involucrado emocionalmente con el país sobre el que escribe. España ha sido uno de los epicentros inspiradores de esta corriente literaria. Los dos grandes ejemplos procedentes del Reino Unido son Richard Ford y George Borrow, y de Estados Unidos, Ernest Hemingway. Todos son interesantes, pero fueron meros observadores, presenciaron los acontecimientos desde la barrera. Por el contrario, Brenan no se limitó a la mera observación, su acercamiento fue más arriesgado e intuitivo, y a juzgar por el respeto que se ganó entre los españoles, no del todo equivocado. Sin embargo, esa relación tan especial con España comenzó años antes de pisar suelo español. "Cualquiera que se plantee como modo de vida el ideal de 'todo o nada', está siguiendo, sea o no consciente de ello, un camino que discurre paralelo al trazado por los santos". Estas palabras escritas por Gerald Brenan con apenas 18 años están recogidas en el primer volumen de su autobiografía, Una vida propia. Embebido por sus lecturas obsesivas de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Brenan se había creado la imagen de un país, España, dentro de sí mismo, mucho antes de visitarlo. Llegó a España después de la Primera Guerra Mundial, a finales de 1919. Era un lugar barato y con buen clima, el lugar idóneo para mejorar su formación intelectual, para empaparse de conocimiento por medio de la lectura. Su intención era continuar viaje hacia el Oriente. Se instaló en Yegen, un pueblo de la Alpujarra granadina que describe en Al sur de Granada. En una entrevista recogida en la revista Litoral (1985), Brenan le describe a Eduardo Castro lo que significó esta experiencia: "Vine a Andalucía como se va a una universidad, pero sin clases ni profesores ni más compañeros que mis propios libros. Por supuesto, no podía imaginarme que terminaría quedándome aquí para casi toda mi vida". Encontrar a un escritor, como Brenan, que escriba con tanta profundidad sobre un país ajeno, y que aglutine temas tan diversos como su historia, su literatura y sus gentes, no es frecuente. Llegaría como autor, pero también como persona, a identificarse con un país extraño y diferente por completo al suyo. Su infancia y los años de escuela, unidos a las difíciles relaciones con su padre, hicieron a Brenan retirarse en sí mismo. Ansiaba escribir, pero le daba miedo exponerse, mostrarse. Fue en España donde Brenan dio rienda suelta a su talento literario. Sintiéndose seguro en la distancia, comenzó a escribir de verdad, sin cortapisas. Este proceso latente se inició en Yegen y eclosionó con el estallido de la Guerra Civil española; su reacción ante el horror fue un trabajo de cinco años, El laberinto español, aclamado por igual por crítica y público. Había nacido el gran escritor. No es casualidad que sus mejores escritos tengan por tema a España y los españoles. Leer a Brenan es un recorrido preciso por la historia reciente de nuestro país. Observó de primera mano el tránsito de España pobre y rural de los años veinte, pasando por los años oscuros de la dictadura de Franco, hasta la aparición de los aires de esperanza que trajo la democracia. Hombre de vida azarosa, y mejor escritor, es autor de obras capitales en el conocimiento de la literatura, la historia o la etnografía de España como son Historia de la literatura del pueblo español, La copla popular española, La faz de España, El laberinto español o Al sur de Granada; junto con biografías como San Juan de la Cruz, o sendos volúmenes autobiográficos como Una vida propia y Memoria personal. La relación personal de Brenan con España es comparable con la del biógrafo con el biografiado. El biógrafo termina dejando su impronta sobre la persona de la que escribe. España y su complejidad es el reflejo de la propia complejidad de Brenan. "Dentro de cada español descansa un derviche confuso, un genio de inmenso poder aprisionado en una botella, lo que García Lorca llama un duende, al que le encantaría liberar si fuera posible", escribe Brenan en su introducción a La copla popular española. Las intuiciones y observaciones de Brenan sobre España y los españoles, como pueden ser el orgullo, la impaciencia, el optimismo exagerado, la cólera ante la frustración etcétera, no tienen todas que ser correctas, son de un origen muy profundo, y muy próximo al propio Brenan persona. Es verdad que ciertas opiniones y algunas de las descripciones que aparecen en sus libros pueden circunscribirse a una tradición romántica. Además, el propio Brenan siempre se consideró un romántico y fue lector acérrimo de los libros de Borrow y Ford, llenos de campesinos, bandoleros, paisajes pintorescos, gitanos, flamenco etcétera. Pero no siempre una cierta visión romántica tiene que ser desacertada. Es más, hace que el escritor se involucre emocionalmente y haga el tema suyo. Por otra parte, Brenan nunca se cortó a la hora de criticar a los españoles. "España es pródiga en hombres que creen ellos solos ser capaces de alumbrar el manantial puro de las tradiciones nacionales y proyectarlo hacia el futuro. Todos los que no estén de acuerdo con ellos son necesariamente perversos y, en consecuencia, han de ser aplastados", escribe Brenan en El laberinto español. Instintivamente descubrió que una parte de los españoles y él compartían una misma alma. "El alma española es un castillo fronterizo, adaptado para la defensa y para la ofensiva en territorio hostil: la soberbia, o el orgullo, sumados a una eterna suspicacia, son sus cualidades más inveteradas, junto a la desconfianza de todo lo que no sean su destreza y sus propias armas. No obstante, lo que percibe la guarnición a todas horas es soledad", escribió Brenan. Por tanto, el tópico de la religión, el realismo extremo de su literatura, la fuerza tiránica de los sentidos, según Brenan, forzaban a la aridez de imaginación, a la preocupación obsesiva por el dolor y la muerte; pero, por encima de todo, abocaba al orgullo desmedido que implicaba que nada estaba a la altura. "Así son los españoles en todas partes. Son hombres sin conflictos. Creen que siempre tienen razón, hagan lo que hagan, y esta convicción los dota de mayor vitalidad", escribe Brenan en La faz de España. Gerald Brenan era un conversador nato y un escritor de una curiosidad inusitada. Esas cualidades, que terminaron de explotar en España, forjaron un escritor de estilo vivaz y preciso, cuyos textos están regados de feraces generalizaciones que espolean la imaginación del lector. "Para la mente española supone un placer ascético el ver las cosas llevadas a sus últimas consecuencias", de modo tal que "la meta del hombre está más allá de la razón, en el desconcierto de la razón". España, la suya, la del "todo o nada", era un país que le fascinaba, aunque nunca fue ni se sintió español, ni siquiera se nacionalizó y siguió siendo muy inglés y perteneciente a su clase social. Pero, al final, con su estilo personal y entrañable, mezcla de inteligencia y sensibilidad, cautivó al pueblo sobre el que tanto y tan bien había escrito. Supo congeniar con los españoles, que lo veían como uno de los suyos. Como bien dice su lápida, que se encuentra en el Cementerio Inglés de Málaga: "Gerald Brenan. Escritor inglés. Amigo de España".




Entrada núm. 1154 (.../...)

domingo, 17 de mayo de 2009

In memóriam: Mario Benedetti, poeta del Sur

Murió Mario Benedetti (1). Que la tierra le sea leve a uno de los más grandes poetas del Sur. Un Sur que existe a pesar de todo. Mi amigo Alberto Atienza, mendocino de Argentina, me lo recuerda casi diariamente en sus escritos: "Acuérdate de que el Sur también existe", me repite. Imposible olvidarlo. Yo también soy Sur... Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. (HArendt)




http://www.ua.es/webs/centrobenedetti/Imagenes/Benedetti_1.jpg
El poeta Mario Benedetti



Con su ritual de acero
sus grandes chimeneas
sus sabios clandestinos
su canto de sirenas
sus cielos de neón
sus ventas navideñas
su culto de dios padre
y de las charreteras
con sus llaves del reino
el norte es el que ordena

pero aquí abajo abajo
el hambre disponible
recurre al fruto amargo
de lo que otros deciden
mientras el tiempo pasa
y pasan los desfiles
y se hacen otras cosas
que el norte no prohibe
con su esperanza dura
el sur también existe

con sus predicadores
sus gases que envenenan
su escuela de chicago
sus dueños de la tierra
con sus trapos de lujo
y su pobre osamenta
sus defensas gastadas
sus gastos de defensa
con sus gesta invasora
el norte es el que ordena

pero aquí abajo abajo
cada uno en su escondite
hay hombres y mujeres
que saben a qué asirse
aprovechando el sol
y también los eclipses
apartando lo inútil
y usando lo que sirve
con su fe veterana
el Sur también existe

con su corno francés
y su academia sueca
su salsa americana
y sus llaves inglesas
con todos su misiles
y sus enciclopedias
su guerra de galaxias
y su saña opulenta
con todos sus laureles
el norte es el que ordena

pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe

"El Sur también existe", por Mario Benedetti



Notas:
(1) El poeta uruguayo Mario Benedetti, en:
http://es.wikipedia.org/Mario_Benedetti

Fotos:
(1) El poeta uruguayo Mario Benedetti, en:
http://www.ua.es/webs/centrobenedetti/Imagenes/Benedetti_1.jpg

Videos:
(1) Serrat canta a Benedetti, en:
http://www.youtube.com/watch?v=1ZF6fHU-zEY




(Entrada núm. 1149) .../...

miércoles, 6 de mayo de 2009

Mayo (Post scríptum)

¡Otro al que mayo le ha puesto sentimental!... Me refiero al profesor de Ciencia Política de la UNED, José Ignacio Torreblanca, que comenzaba su artículo "Agridulce aniversario" (El País, 04/05/09) sobre el inicio de la caída del Telón de Acero un 2 de mayo de hace 20 años, con estas palabras: "Soy de una generación que todavía pudo cruzar Checkpoint Charlie, pasear por un Berlín oriental lleno de Trabants, sobrecogerse ante las miradas inquisitoriales y las botas de caña alta de la temible Volkpolizei y contemplar una desolada y vacía Puerta de Brandenburgo". Es cierto; se me pasó por completo ese aniversario en mi comentario, "Mayo", de hace unos días, pero el artículo del profesor Torreblanca me ha hecho recordar con nitidez la historia que él recrea y que todos vimos, atónitos, por televisión: la fuga masiva de alemanes orientales hacia Austria, en los primeros días de mayo de 1989, aprovechando el desmantelamiento de los controles fronterizos entre Hungría y Austria que el gobierno magiar llevó a cabo de manera unilateral. Por ese "inmenso pequeño hueco" de sólo ocho kilómetros de longitud, comenzó a deshilacharse el universo soviético. Seis meses después caía el Muro de Berlín, y apenas año y medio más tarde desaparecía la propia Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. ¡Todo a una velocidad de vértigo!... No es extraño que los que lo vivieron (y los que lo recordamos) nos pongamos sentimentales ante aquel convulso y acelerado proceso de transformación histórico.

Aprovecho también este "post scríptum" para decir, a un nivel mucho más personal e intimista, que mayo es también el cumpleaños de mis amigas Marisa, Fabiola, Vicky, Noelia, Inés y Maite, y de mi amigo Frederic; y el de mis queridas cuñadas Carmen y María Auxiliadora; el Día del Abuelo en el colegio de mi nieto Gabriel (en el que voy a contar a sus compañeros de clase un cuento); el de la Primera Comunión de mi sobrina-nieta chicharrera, Diana; el aniversario de la fundación del Estado de Israel; y, eso espero, el mes en el que el F.C. Barcelona ganó la Champions, la Liga española y la Copa del Rey... Un mes completito, sí señor. Para recordarlo... Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)




http://www.cambio.com.co/culturacambio/746/IMAGEN/IMAGEN-3771507-2.jpg
Noviembre de 1989: El Muro de Berlín se viene abajo




Imágenes:
(1) El Muro de Berlín se viene abajo, en:
http://www.cambio.com.co/culturacambio/746/IMAGEN/IMAGEN-3771507-2.jpg




"AGRIDULCE ANIVERSARIO", por José Ignacio Torreblanca
El País, 04/05/09

Soy de una generación que todavía pudo cruzar Checkpoint Charlie, pasear por un Berlín oriental lleno de Trabants, sobrecogerse ante las miradas inquisitoriales y las botas de caña alta de la temible Volkpolizei y contemplar una desolada y vacía Puerta de Brandenburgo. Afortunadamente, el siglo XX es ya hoy una fotografía en sepia, el muro de Berlín una reliquia para curiosos y la estrella roja un souvenir que se compra en los mercadillos de los domingos. La vieja sede del Partido Comunista alemán (el SED) a orillas de un canal del Spree, que antes fuera el Reichsbank de Hitler, alberga hoy al Ministerio de Exteriores así que un académico como yo puede guardar entre su colección de anécdotas el haberse dirigido a sus colegas de la asociación de estudios transeuropeos exactamente desde el mismo podio en el que Erich Honecker y Egon Bahr arengaban a los cuadros del partido. Nuestra vieja Europa es tan fantástica que en la vieja sede del Reichsbank y el SED te puedes tomar un café en una terraza acristalada y comprarte los últimos libros de política internacional mientras el diplomático con el que te has citado sale a buscarte. Tanta normalidad en una ciudad que es el epicentro del siglo XX resulta incluso surrealista.

Cuando este año celebremos el 20º aniversario de la caída del muro de Berlín, es decir, del comienzo del siglo XXI, conviene recordar que en la práctica todo comenzó en los astilleros polacos de Gdansk cuando unos pocos sindicalistas perdieron el miedo. Y, a todos los efectos, terminó cuando las autoridades húngaras decidieron, el 2 de mayo de 1989 (hace 20 años), desmantelar las alambradas en ocho kilómetros de su frontera con Austria, lo que permitió a miles de alemanes orientales huir en masa. En sólo tres meses, por ese pequeño agujero, el bloque soviético se disolvió como un azucarillo.

Aunque la ampliación al Este de la Unión Europea tardaría todavía quince años en materializarse, puede decirse sin miedo a equivocarse que la reunificación de Europa arrancó en aquel momento, cuando el entonces ministro de Exteriores alemán, Hans-Dietrich Genscher, se dirigió al pueblo húngaro y solemnemente prometió, "jamás olvidaremos este acto de humanidad". El resto lo puso el portavoz de Gorbachov, Guennadi Gerasimov, que preguntado acerca de si seguía vigente la Doctrina Bréznev, que obligaba a la URSS a intervenir en cualquier país de su órbita que se desviara de la ortodoxia comunista, despreocupadamente respondió que en adelante Moscú seguiría la Doctrina Sinatra (en referencia a la canción A mi manera, I did it my way). Un divertido final para un siniestro Pacto de Varsovia que había aplastado las revoluciones húngara y checa en 1956 y 1968.

Todo ello nos ha llevado a algunos a celebrar con especial orgullo el 1 de mayo pasado, quinto aniversario de la mal llamada "ampliación al Este" de la UE. Mal llamada "al Este" dado que, en realidad, Praga está más al Oeste que Viena. Pero como sabemos los españoles (que sufrimos durante mucho tiempo las consecuencias del "África comienza en los Pirineos"), la geografía es una ciencia política, así que desde que Stalin y Churchill se repartieran Europa en la servilleta que acompañaba a su café en Yalta, la noción de Europa Central desapareció en el sumidero de la historia, quedando sólo como una referencia cultural para minorías ilustradas.

Hay quienes dicen hoy que la ampliación del 2004 se hizo demasiado rápido, como si quince años de peregrinaje para volver a Europa fueran pocos. Tampoco faltan los que achacan a la ampliación todos los males que aquejan a la UE, olvidando que fueron franceses y holandeses los que nos privaron de una Constitución Europea. Sin olvidar la brecha atlántica que en tiempos de Bush dividió a Europa, que recorrió Este y Oeste de Europa a partes iguales. Y también están los que dicen que no hemos digerido esta ampliación, ¡Como si hubiésemos digerido la de 1973 al Reino Unido, Irlanda y Dinamarca! Europa ya era inevitable y exasperantemente diversa antes de 2004.

Por eso, este 1 de mayo ha sido un aniversario agridulce: dulce porque Europa está unida y en paz después de un terrible siglo XX, pero agrio, porque son pocos los que saben lo que tienen que celebrar, muchos los que consideran a los nuevos miembros como una rémora y demasiados los que están dispuestos a aceptar que siga habiendo europeos de primera (miembros privilegiados del euro y otras políticas) y de segunda (cuya integración sigue incompleta). Terminados los actos conmemorativos, muchos albergamos la misma secreta esperanza: la de que dentro de cinco años no sea necesario celebrar nada, lo que ofrecerá la prueba definitiva de que "Europa del Este" ha dejado de existir definitivamente en nuestra geografía política.



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