martes, 27 de febrero de 2024

De una humanidad digna

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Ponerse del lado de Ucrania, señala en El Pais el escritor Radu Vancu, significa creer realmente que la especie humana tiene futuro, no solo como especie, sino como especie caracterizada por la humanidad. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com













Una humanidad cuyas palabras no defrauden al ser humano
RADU VANCU
23 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

I. La Historia se ha convertido de nuevo en un horror. Siempre ha sido así, salvo en las ocho décadas de paz que vivió lo que ahora es la Unión Europea después de la Segunda Guerra Mundial. Pero incluso esa paz era relativa, ya que no deberíamos olvidar las atrocidades de la guerra de Yugoslavia. Siempre que tengamos la tentación de albergar una opinión demasiado elevada de la especie humana deberíamos atemperarla pensando que, a lo largo de toda nuestra historia, este periodo de ocho décadas es la época más larga de paz relativa que hemos logrado crear. Sin embargo, las obras de arte rupestre más antiguas dedicadas a la guerra se sitúan en torno a unos 10.000 años a. C.
12.000 años de guerras. 80 de paz. Por cada año de paz, 150 de guerra. Este sencillo recuento debería haber bastado para creer incondicionalmente en el “liberalismo del miedo” del que habla Judith Shklar, quien intentó enseñarnos a temer el derrumbe de las instituciones liberales y su sustitución por otras basadas en el horror. Shklar tenía razón: tendríamos que haber temido más a nuestra naturaleza destructiva. Sloterdijk también la tenía al señalar, en Ira y tiempo: ensayo psicopolítico, que, en contra de lo que en la actualidad suele pensarse, la guerra ha sido el estado natural de nuestra especie, en tanto que la paz era la excepción. Tal como señaló con amargura Amos Oz en diciembre de 2016, ya no nos aterroriza el legado de Hitler y Stalin, de ahí el impulso de poner de nuevo a prueba sus totalitarias y antidemocráticas ideologías.
La bárbara guerra lanzada por Rusia contra Ucrania es exactamente eso: un intento de refutar todo lo que las democracias liberales lograron construir después de la Segunda Guerra Mundial, y de retomar un orden antidemocrático en el que los Estados no los gobiernen los civiles que elegimos para protegernos de la guerra, sino militaristas que destruyen cualquier institución y a cualquier ser humano que se oponga a la ideología belicista. Desde un punto de vista freudiano, la bárbara guerra rusa constituye el retorno de nuestro reprimido ego militarista y antidemocrático: el responsable de 12.000 años de guerra ininterrumpida. Mientras que Vladímir Putin es la encarnación viviente de ese ego militarista, que Hitler y Stalin encarnaron en su época, Ucrania representa una metonimia de nuestro otro ego: el que, sirviéndose de las frágiles instituciones de la democracia liberal, ha logrado crear el más consistente y continuo periodo de paz y prosperidad conocido en la historia de la humanidad.
En tiempos bárbaros, quizá la única ventaja que tengamos es que los relatos se simplifican: sabemos exactamente dónde está la barbarie, igual que sabemos exactamente dónde se sitúa la humanidad. En la más reciente versión de este relato, ponerse del lado de Rusia significa estar junto a nuestro ego militarista, lo cual representa verdaderamente el pasado político dominante de nuestra especie; estar con Ucrania es confiar en que nuestro ego pacifista, favorable a la democracia y el ser humano, siga representando el futuro de nuestra especie.
Ponerse del lado de Ucrania significa creer realmente que la especie humana tiene futuro. No solo como especie, sino como especie caracterizada por la humanidad.
II. “El horror, el horror”. Pienso en las palabras de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas cada vez que leo las noticias, es decir, todos los días. Y en aquellos en los que comencé a leer sobre los horrores de Bucha, recordé la espantosa historia de Miklós Radnóti. Como era de origen judío, el gran poeta húngaro fue asesinado en noviembre de 1944 y arrojado a una fosa común. Allí lo encontró en junio de 1946 su esposa Fanni Gyarmati, y al exhumarlo halló en uno de sus bolsillos una libreta con poemas: la mitad eran cartas de amor para ella, la otra mitad describía la vida cotidiana en ese infierno. El amor de Fanni ha conseguido que la literatura regrese de la tumba; ha logrado realmente que sea más fuerte que la muerte.
La literatura de Radnóti demostró que la barbarie nunca tendrá la última palabra. Si hay amor suficiente, nuestras palabras siempre regresarán de la tumba para dar fe de que nuestro ego prohumano es más fuerte que el antihumano. Y, por tanto, para dar significado a todos los intentos que hace el arte por dar fe de la existencia de ese ego. De que no solo somos la especie que crea fosas comunes, también la que crea belleza y amabilidad.
También pensé en la historia de Radnóti cuando me enteré del asesinato del escritor ucranio Volodímir Vakulenko a manos de tropas rusas entre marzo y mayo de 2022, en una aldea cercana a Izium. Vakulenko le dijo a su padre que llevaba un diario de esos días infernales, y que lo enterraría en el jardín si veía su vida en peligro. Después de su asesinato y de que la aldea fuera de nuevo tomada por las fuerzas ucranias, el padre del poeta y la escritora Victoria Amelina, ganadora del Premio Joseph Conrad y finalista del Premio de Literatura de la Unión Europea, cavaron en el jardín, encontraron el diario y lo publicaron. Es exactamente la misma historia: una literatura que sale de la tumba, sin permitir que la barbarie tenga la última palabra. La belleza da fe de que, si hay amor suficiente, nuestra especie aún tendrá una oportunidad.
Un año después, en julio de 2023, Victoria Amelina resultó muerta por la explosión de una bomba rusa mientras estaba en una pizzería de Kramatorsk junto a otros escritores y periodistas. Tenía 37 años. Una vez más, su extraordinaria obra demuestra que la barbarie nunca tendrá la última palabra.
En enero de 2024 también resultó muerto el poeta ucranio Maksim Krivtsov, dos días después de colgar en Facebook su último poema, en el que escribía precisamente sobre su propia muerte. Tenía 34 años. Sus extraordinarios poemas demuestran igualmente que nuestra humanidad tiene futuro.
III. En los primeros meses de 1940, menos de medio año después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando se asistía a otro enfrentamiento fundamental entre humanidad y barbarie, Walter Benjamin escribió: “No hay ningún documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie” (Sobre el concepto de historia). Para mí, una de las conclusiones fundamentales que se derivan de la máxima de Benjamin atañe a nuestra función como artistas: quizá nuestra labor esencial sea no permitir que los documentos de barbarie nos definan, y convertirlos en documentos de cultura, de civilización. Dar fe de nuestra humanidad. Demostrar que, aun en el caso de que nos maten a nosotros y a los demás seres humanos, no se podrá destruir nuestra humanidad.
Es una labor difícil. Y, por demasiadas razones, también peligrosa. Pero hay ejemplos luminosos que indican cómo puede realizarse. Pienso, por ejemplo, en Benjamin Britten, que utilizó ocho de los extraordinarios poemas de Wilfred Owen sobre la guerra en su no menos extraordinario War Requiem (1962). Owen murió en combate a finales de la Primera Guerra Mundial, exactamente una semana antes del armisticio. Tenía 25 años, y, según Harold Bloom, fue uno de los más grandes poetas del siglo XX en lengua inglesa. Casi medio siglo después, Benjamin Britten utilizó el arte de Owen para sustentar el suyo, mientras componía su Réquiem para las víctimas de las dos guerras mundiales. La muerte de Owen, así como la de otras decenas de millones de personas, fueron documentos de barbarie; sus poemas, así como la música de Britten, son documentos de civilización, que demuestran que la barbarie nunca tendrá la última palabra. Que son Owen y Britten, no Hitler, Stalin o Putin, quienes definen nuestra humanidad. Aunque estos tres últimos puedan desatar guerras y asesinatos masivos que acaben con la vida de decenas de millones de seres humanos, no podrán destruir la humanidad que sabemos que puede y debe existir. Nuestro arte demuestra que lo que define la humanidad son las víctimas, no sus verdugos.
Otro ejemplo luminoso es el de Paul Celan. Este gran poeta, cuya existencia recorrió Ucrania, Rumania, Francia y Alemania, utilizó sus palabras para transformar un documento de barbarie (es decir, el asesinato de sus padres en el Holocausto rumano) en un documento de civilización. Según le dijo en una carta de noviembre de 1947 al crítico suizo Max Rychner, había decidido escribir en alemán (después de escribir unos 18 poemas en rumano) porque, aunque este fuera el idioma de los asesinos de su madre, también era el que él hablaba con ella. De manera que utilizó sus palabras para recrear un espacio verbal en el que la comunión con su madre aún fuera posible; en su sentido más literal, se trataba de poesía escrita contra la muerte. Y para dar testimonio de quienes habían sido asesinados por la exterminadora ideología nazi. Con motivo del discurso de aceptación del premio Bremen, Celan escribió directamente que, después de “discurrir por las miles de oscuridades de los discursos homicidas”, la lengua sobrevivía al asesinato de los seres humanos, y se enriquecía (angereichert) con su humanidad. Según Celan, la poesía da fe de la existencia de esos seres humanos asesinados; demuestra que, aunque murieran violentamente, nunca se les podrá destruir. En una ocasión un crítico señaló que todos los poemas de Celan tienen una relación intertextual inmediata con el Holocausto. Estoy de acuerdo, y añadiría que, siendo así, se niegan a otorgarle la última palabra al Holocausto. Sus poemas son lo que las víctimas declaran después de que “las miles de oscuridades de los discursos homicidas” hayan dejado hace tiempo de hacer efecto.
Aquí también puedo mencionar la extraordinaria antología de Carolyn Forché de 1993, Against Forgetting. Twentieth-century Poetry of Witness (Contra el olvido: poesía testimonial del siglo XX). Con la maravillosa capacidad de percepción y exigencia de la gran poeta que es, Forché reunió a unos 150 poetas del siglo XX que escribieron en tiempos de guerra, genocidio, totalitarismo, campos de exterminio, etc. Algunos han sobrevivido, otros no; sus poemas siempre dan fe de la pervivencia de la humanidad, aunque sea en las condiciones más inhumanas. “La poesía como testimonio”, así la califican tanto Celan como Forché; sobre todo testimonio de que nuestra humanidad es real, no una simple utopía.
También podría mencionar otra extraordinaria antología, Language for a New Century: Contemporary Poetry from the Middle East, Asia, and Beyond (Palabras para un nuevo siglo: poesía contemporánea de Oriente Próximo, Asia y otros lugares). Este libro, editado en 2008 por Tina Chang, Nathalie Handal y Ravi Shankar, con una introducción de la propia Forché, comprende poemas de unos 400 autores, que en algunos casos enviaron sus obras desde cárceles o zonas de guerra. La barbarie no puede destruirnos: eso es lo que dicen todas esas obras, cada una desde su lengua y su tradición. La existencia de la humanidad es patente, y su arte tiene en verdad la capacidad de transformar todos los documentos de barbarie en documentos de civilizaciones.
Este es el mundo que debemos construir con nuestras palabras: un mundo en el que no se utilicen para aludir a ideologías exterminadoras. Un mundo en el que, muy por el contrario, las palabras sean un testimonio frente a la barbarie. Un testimonio que afirma que a la gente se la puede asesinar, pero no destruir. Un testimonio al servicio de los demás seres humanos, no de las ideologías.
Porque ahora sabemos que, cuando las palabras defraudan, defrauda la historia. Y se convierte de nuevo en el horror.
Debemos construir una Europa y un mundo en el que las palabras no defrauden al ser humano. Otra vez no. De lo contrario, todo lo que la literatura o las artes han llegado a representar será simplemente una mentira.
La única humanidad que no es una civilización muerta es aquella cuyas palabras no defraudan al ser humano.
IV. En el mismo ensayo histórico escrito menos de medio año después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Walter Benjamin señala que el asombro que produce el hecho de que la barbarie aún sea posible en el siglo XX rema a favor del fascismo. Según escribe Benjamin, el objetivo es saber que la barbarie es siempre posible, por lo que debemos “promover un auténtico estado de emergencia” (las cursivas son del propio autor). Siempre debemos actuar (no sólo los artistas; también los seres humanos) como si la humanidad se encontrara verdaderamente en un estado de emergencia. Y hacer todo lo que esté a nuestro alcance, independientemente de lo limitado que este sea, para conservar la humanidad que nos queda.
Esta defensa por parte de Benjamin de un estado de emergencia permanente que favorezca al ser humano me asaltó cuando leí la defensa que hizo Amos Oz de la Orden de la cucharilla, cuya primera manifestación fue una propuesta incluida en 2004 en Contra el fanatismo. La orden se constituyó dos años después, el 17 de agosto de 2006, en Estocolmo. Cuando se lee este texto, se tiene la sensación de que contesta directamente a la idea de un estado de emergencia permanente planteada por Benjamin. Casi 70 años después de que Benjamin redactara su petición, Amos Oz le daba curso con la creación de la Orden de la cucharilla. Estoy seguro de que Camus tenía razón al decir que la verdad es todo lo que se continúa; mucha es la continuidad que se observa entre Benjamin y Oz. Aquí figura el documento de constitución de la Orden de la cucharilla:
“Creo que si una persona asiste a una gran calamidad, por ejemplo, una conflagración, un incendio, siempre se puede elegir entre tres opciones básicas:
1. Salir corriendo, lo más lejos y lo más rápido posible, y dejar que quien no pueda correr se queme.
2. Escribir una carta muy airada al director de tu periódico exigiendo que los responsables de la calamidad sean deshonrosamente destituidos. O, en realidad, también se puede convocar una manifestación.
3. Traer un cubo de agua y arrojarla al fuego, y si no hay cubo, traer un vaso, y, si no, una cucharilla, todo el mundo tiene alguna. Sí, ya sé que una cucharilla es pequeña y que el fuego es enorme, pero somos millones de personas y todas tenemos una cucharilla. Así que me gustaría constituir la Orden de la cucharilla. Quienes compartan mi actitud, no la de salir corriendo, ni la de escribir una carta, sino la de utilizar una cucharilla, me gustaría que fueran por ahí con una en la solapa de la chaqueta, para que supiéramos que pertenecemos al mismo movimiento, la misma hermandad, la misma orden, la orden de la cucharilla”.
He conocido a gente que, con pequeñas cucharillas en la solapa, nos muestra que pertenece a una comunidad humana que ninguna catástrofe histórica puede destrozar. Los valores humanos presentan una continuidad (y, por tanto, una verdad) que ninguna barbarie puede destruir. Y no hay ningún bárbaro incendio que nuestras diminutas cucharillas humanistas no puedan sofocar. El arte constituye una buena colección de cucharillas usadas como esas; ya son viejas, pero han cumplido bien su función, y seguirán cumpliéndola.
Ahora, en 2024, la idea de Amos Oz cumple exactamente 20 años, y en agosto la propia Orden llegará a los 18. Si resulta que usted no forma parte de ella, quizá sea una buena idea unirse ahora que está entrando en la edad adulta.
V. Antes de poner fin a este manifiesto en defensa de una humanidad cuyas palabras no defrauden al ser humano, permítanme decirles algunas sobre la furia desatada actualmente contra la cultura rusa, que se parece a la que azotó la alemana después de la Segunda Guerra Mundial.
El expediente “cultura rusa frente a barbarie rusa” reproduce el denominado “cultura alemana frente a barbarie alemana”, que en la década de 1950 dominó en Europa los debates sobre la función del arte. Hoy como ayer se plantea lo mismo: si la cultura no impide la barbarie, ¿de qué sirve? Si la música, la filosofía y la literatura alemanas, todas ellas superlativas, no pudieron conseguir que el pueblo alemán fuera lo suficientemente humano como para impedir el nazismo, ¿de qué servía cada una de esas manifestaciones? ¿De qué sirve una cultura que no nos hace más humanos? La rebelión que contenía esta pregunta es lo que en 1951 condujo a Adorno a una amarga conclusión: escribir poesía sobre Auschwitz constituye un acto de barbarie. Y esa misma rebelión indujo a George Steiner a afirmar, en un artículo publicado ya en 1960, titulado El milagro vacío: notas sobre la lengua alemana, que “la lengua alemana no era inocente de los horrores del nazismo”, y que Hitler encontró en ella la “histeria latente” que necesitaba para pergeñar su ideología exterminadora.
En la actualidad se observa una furia similar contra la cultura rusa. Del mismo modo que Adorno negaba el derecho moral a escribir poesía después de Auschwitz, para cualquier ucranio el derecho moral a la literatura rusa desaparece después de las masacres cometidas en Bucha y Mariupol. Del mismo modo que para Steiner la lengua alemana era cómplice de Hitler, ante los ojos de cualquier ucranio la literatura rusa se antoja cómplice de Putin. Y de hecho, diacrónicamente, es fácil detectar en toda la historia de la literatura rusa una profunda veta panrusa, antieuropea y antidemocrática. Desde Dostoievski, pasando por innumerables escritores de toda categoría hasta llegar a contemporáneos como Zajar Prilepin, es comprensible que esta veta antieuropea y antidemocrática se considere (en virtud de su continuidad, persistencia, amplitud e intensidad) la propia columna vertebral de toda la literatura rusa. Es algo que convierte en inmediatamente comprensible el rechazo visceral que sienten los ucranios hacia la literatura rusa; del mismo modo que, en su época, era inmediatamente comprensible el rechazo esencial a la cultura alemana después del nazismo.
Dado que tanto Adorno como Steiner eran influyentes figuras de autoridad, su opinión no tardó en generalizarse. Poco puede sorprender que a quienes más les doliera, quienes la consideraran injusta, fueran los propios poetas. A Paul Celan le dolió: en 1951, cuando Adorno publicó su declaración, ya había escrito una impresionante cantidad de poemas sobre el Holocausto (Todesfuge se escribió en 1945; su primera versión en rumano, Tangoul morții, es de 1947; el original alemán se publicó en 1948). Como ya se ha dicho, su poesía escrita en alemán establecía una comunidad verbal con su madre, y ahora el autor sentía que la prohibición moral que Adorno lanzaba sobre la poesía le privaba de la última posibilidad de reconectar con los seres queridos que el nazismo le había arrebatado brutalmente. A Czesław Miłosz también le dolió: había escrito algunos extraordinarios poemas sobre el Holocausto polaco, como Campo dei Fiori, redactado durante la Pascua de 1943.
Adorno tardó casi dos décadas en reconocer que no tenía toda la razón. En su último libro, Dialéctica negativa (1966), admitió que, después de leer a Celan, comprendió que la poesía es nuestro derecho inalienable a gritar cuando nos torturan. En consecuencia, escribirla para dar fe del sufrimiento de la víctima en la lengua de sus asesinos es derrotar a esos asesinos.
Sería injusto (y quizá incluso un acto de barbarie) no apreciar que la literatura rusa también participa de una tradición proeuropea, humanista y amante de la libertad. Aunque es probable que sea más endeble que la antidemocrática, no es en modo alguno desdeñable, ya que transita dos siglos y a algunos importantes autores: empezando por Chéjov y Turguénev, continuando con Ajmatova, Madelstam, Pasternak y Tsvetáieva, hasta llegar hoy a Liudmila Ulítskaya and Mijaíl Shishkin. Todos ellos se sintieron claramente parte de la cultura europea; algunos incluso se identificaron más como europeos que como rusos. Turguénev, por ejemplo, en su última diatriba con Dostoievski, cuando el autor de Los demonios lo acusó de traicionar a Rusia con su actitud filoeuropea, le respondió tajante: “Pero si no soy ruso, ¡soy alemán!” (la escena entera se reproduce en Los europeos de Orlando Figes). Chéjov es uno de los principales artistas humanistas del mundo. Madelstam y Ajmatova se encuentran entre los poetas más amantes de la libertad de todo el siglo XX; precisamente por eso fueron aplastados sin piedad por el régimen comunista. Esta es la cultura humanista rusa que Europa (Ucrania incluida, no hace falta decirlo) también querrá recuperar, puesto que en ella hay cantidades de verdad y belleza que no se encuentran en otros lugares, y porque es una cultura que alimentará decisivamente el corazón y la mente de nosotros los europeos.
Adorno tardó casi 20 años en comprender que debía moderar la inclemencia de su afirmación. Que existe un arte que sirve a la barbarie de los tiranos y la justifica, y que hay otro que otorga voz a las víctimas. La que precisan para gritar mientras las torturan. La que precisan para dar su testimonio. Es únicamente esta voz con la que realmente se expresa el arte. Y es precisamente esta voz la que demuestra que ninguna barbarie podrá destruir definitivamente al ser humano.
VI. Si Alemania volvió a ser uno de los principales corazones de Europa, fue porque admitió su trágico y bárbaro error y tuvo la voluntad política y social de desarrollar la conciencia de su culpa. Este fue y sigue siendo un programa educativo de un alcance nunca visto. Después de 1945, Alemania tuvo futuro por esta admisión moral de sus culpas pasadas.
Si Rusia quiere tener un pasado después de perder la guerra con Ucrania tendrá que pasar por un proceso moral similar, de admisión y arrepentimiento de su trágico y bárbaro error. Por desgracia para Rusia, no observo en ella ninguna voluntad política ni social que conduzca a esa reacción moral. Dicho sin rodeos, Rusia no tendrá futuro por su impotencia para afrontar las culpas de su pasado.
Por su parte, en Ucrania todos observamos y admiramos un extraordinario espíritu, nacido de la reacción moral frente a la barbarie. Las extraordinarias palabras del presidente Zelenski —”Necesito municiones, no dar un paseo”—, pronunciadas ante una muerte bastante probable, fueron el inicio de esta enorme reacción moral que sirvió de catalizador para un presente y un futuro imponentes para Ucrania.
Lo cual significa que la barbarie rusa no ha logrado destruir ese país. La barbarie rusa ha destruido sobre todo a Rusia.
Por su parte, los escritores ucranios han hecho exactamente lo que hacen los verdaderos artistas cuando la historia se convierte en horror: han dado voz a quienes la necesitaban para gritar frente a la barbarie. Han utilizado sus palabras para dar testimonio frente a la atrocidad. No han permitido que la barbarie tenga la última palabra.
De manera que Vakulenko, Amelina y Krivtsov, no Putin y sus bárbaros adláteres, serán quienes nos definan en cuanto especie humana.
Si queremos que nuestro arte, y nuestra humanidad, tengan futuro, debemos seguir su ejemplo, y escribir desde este permanente estado de emergencia para el ser humano. Sirviendo a la literatura como miembros de la Orden de la cucharilla. Y construyendo una humanidad cuyas palabras no vuelvan a defraudar al ser humano.
Si lo hacemos así, la literatura nos llegará aunque tenga que transitar entre fosas comunes. Ya lo ha hecho. Pero ojalá no tenga que volver a hacerlo.
Depende de nosotros. Y de nuestras cucharillas. Radu Vancu es un escritor rumano. 



































[ARCHIVO DEL BLOG] Tribalismo político. [Publicada el 10/03/2017]












Jorge Galindo (1965), sociólogo, profesor e investigador en el departamento de Sociología de la Universidad de Ginebra, escribía hace unos días en El País un artículo sobre el funcionamiento de las democracias occidentales en el que afirmaba que los votantes no deberíamos delegar la responsabilidad de formarnos un criterio propio en manos ajenas. Y ello, a pesar de que adquirir información sobre cuestiones políticas complejas consuma tiempo y esfuerzo y que lo más cómodo sea dejarse llevar por la posición del grupo. Tengo la impresión de que eso quizá es mucho pedir para el común de los mortales ciudadanos, pero que en la medida de lo posible deberíamos intentarlo.
La libertad es al partidismo lo que el aire es al fuego, dice Galindo al comienzo de su artículo. La frase es de James Madison, uno de los redactores de la Constitución de Estados Unidos y el cuarto presidente del país. Él y otros padres fundadores temían que la nación que estaban formando se consumiera en la división. En mayor o menor medida, el diseño institucional americano marcó la pauta de todas las democracias que le han sucedido. Por tanto, los miedos de sus arquitectos deben ser también los nuestros, los de todos. ¿Puede el faccionalismo poner en riesgo la expansión democrática? ¿Son los movimientos sísmicos que están teniendo lugar a un lado y otro del Atlántico un indicador de la crisis sistémica? Y, de ser así, ¿cómo se puede resolver?
En su Democracy for realists, continúa diciendo, Chris Achen y Larry Bartels elaboran los fundamentos de la crítica y extienden una dura mirada sobre el modelo actual. Votar no es, dicen, una expresión de preferencias ideológicas ni de intereses claramente predeterminados por el elector antes de ir a las urnas. Tampoco consiste en una evaluación precisa de la tarea realizada por los gobernantes. En esencia, los autores argumentan que el proceso de formación de opiniones, tanto en prospectiva (qué queremos que sea de nuestro país) como en retrospectiva (cómo nos parece que ha funcionado hasta ahora), no es tan limpio como requieren sus visiones más idealizadas. ¿Qué mueve, entonces, a los votantes? Según Achen y Bartels, es la pertenencia a un grupo, la definición de límites entre quienes están dentro y quienes quedan fuera. Una búsqueda conjunta de identidad, cuya suprema expresión sería, por supuesto, el partidismo.
En este mundo, añade, los votantes combinarían tres fuentes para conformar sus posiciones sobre un tema determinado: su acervo de conocimientos previos (incluyendo prejuicios y mitos), la interpretación que del mismo les ofrece su grupo de referencia (religión, etnia, partido) y los hechos y datos específicos que puedan recoger sobre el asunto en cuestión. Adquirir información sobre cuestiones políticas complejas consume tiempo y esfuerzo, así que la posición del grupo adquiere un peso particularmente importante. Sería fácil pensar que son los individuos menos informados, preparados o educados quienes se comportan de manera más gregaria. Pero también erróneo: al fin y al cabo, si observamos nuestro alrededor con gafas partidistas, cuanto más las utilicemos, mayor será nuestro sesgo. Nótese el poder que ofrece esto a los dirigentes políticos capaces de subrayar qué importa, qué no, por qué importa y cómo debería ser solucionado; influyendo incluso, o sobre todo, entre las clases medias y acomodadas particularmente interesadas en política.
Ante esto, dice más adelante, no son pocos los que sienten la tentación elitista, derivando cada vez más capacidad de decisión a agentes que no deban someterse a dictado público alguno. Hasta llegar al extremo: en su intencionadamente polémico Against Democracy, el filósofo Jason Brennan argumenta que, si la democracia no es capaz de producir los mejores resultados ni de representar fielmente las visiones y los intereses de los votantes, ¿no sería razonable considerar su sustitución por un régimen alternativo que sí lo haga? Como por ejemplo, sugiere, la epistocracia: el gobierno de los más sabios.
Pero otorgar el poder a una sola porción de la sociedad, añade, no puede asegurar una mejora en la distribución de los recursos disponibles por una simple razón: si la nueva élite tecnócrata no tiene incentivos a cooperar, ¿por qué iba a hacerlo? La magia de las elecciones es precisamente la existencia de una alternativa encarnada por una oposición creíble. Su desaparición acabaría dando la razón a quienes se sitúan justo en el otro extremo de las alternativas ante la crisis de la democracia: la opción populista (palabra empleada aquí en su acepción estratégica) proviene de una aceptación completa de la idea de que la política solo puede basarse en la definición de identidades colectivas. La herramienta fundamental del populismo, tal y como la definen sus propios teóricos, es la construcción de un grupo lo suficientemente amplio, difuso e incluyente como para convertirlo en una mayoría incontestable. Pretende así luchar contra el establishment y resucitar una democracia supuestamente secuestrada. Pero la liberación democrática no es tal, pues el resultado paradójico de construir una nueva super-mayoría entroniza a líderes con una enorme capacidad de mantener entre sus acólitos una determinada visión de la realidad, hasta el punto de que es necesario un shock de considerables proporciones para dividir al grupo preestablecido y garantizar que la alternativa tenga opciones en el gobierno.
Si tanto la opción elitista como la populista nos dejan con el mismo riesgo autocrático, ¿qué queda para cimentar la evolución de la democracia?, se pregunta. Quizá modestia sea buen punto de partida: debemos asumir (y difundir) la idea de que el sistema democrático no aspira a evitar todos los males, ni a resolver todos los problemas sin coste alguno, sino que supone sencillamente un mecanismo incruento para la resolución de conflictos inherentes a la vida en sociedad. Es, además, una herramienta cuyo límite somos nosotros mismos y nuestra capacidad para enlazar nuestros intereses con la acción política más adecuada para conseguirlos.
Ahí reside, pues, el margen de mejora, escribe. No en voces de líderes salvadores, ni en complejas reformas. Una vez ubicados en el realismo y aceptada la relevancia de la filiación grupal, la mejor palanca para la mejora de la democracia es la multiplicación de los centros de poder, presión, formación de identidades y altavoces. En España, por ejemplo, no está claro si los nuevos partidos han producido un debate público más rico y matizado. Y, sobre todo, no parece que haya dado una voz a los sin voz: por ahora la tasa de abstención no se ha modificado, y los votantes que se han movido a las nuevas formaciones pertenecen en su mayoría a segmentos que ya eran activos previamente, por su extracción socioeconómica. Los perdedores del sistema actual, si es que los hay, no se han beneficiado por el momento
En la medida de lo posible, los votantes no deberíamos delegar toda la responsabilidad de formarnos un criterio propio en manos ajenas, reitera como conclusión. Se trata de ser conscientes de nuestra posición en la sociedad. De entender nuestras identidades y las de quienes están a nuestro alrededor, sobre todo las de aquellos que siguen excluidos del proceso de formación de intereses definidos, desde un punto de vista multifacético. De comprender que la priorización de ciertos aspectos y la filiación grupal es inevitable para conseguir formar coaliciones que hagan la acción política efectiva; pero al mismo tiempo nos pone en un rumbo tribal, que, si no se mide, dificulta el paseo equilibrista que ejecutamos cada día sobre el conflicto. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












lunes, 26 de febrero de 2024

Del voto caprichoso

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. La politización de estos tiempos puede llevar a una despolitización por la vía de la paradoja, comenta en El País el escritor Sergio del Molino: hay tantas marcas vendiendo lo mismo que el mercado ideológico se ha devaluado, y así, es muy difícil que un proyecto político, sea cual sea, cuaje. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












El voto caprichoso
SERGIO DEL MOLINO
21 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Yo solo me atrinchero en las cuestiones importantes: milito con fervor en el sincebollismo en la tortilla de patata o en los tres vuelcos canónicos del cocido madrileño, pero soy voluble y caprichoso con otros asuntos menores, como el sentido del voto. Muchísima gente en el llamado bloque progresista comparte mi ligereza, y le da lo mismo votar rojo, rosa, morado o pastiche. Los partidos del lado izquierdo del muro suben y bajan con cambios de ritmo y compás tan impredecibles como un ballet contemporáneo. Aquí ya no hay compromisos duraderos ni lealtades de piedra: todos los partidos, salvo el PP, se dirigen a un votante de afectos fugaces, que se apasiona y se enfurruña con facilidad.
La politización de estos tiempos puede llevar a una despolitización por la vía de la paradoja: hay tantas marcas vendiendo lo mismo que el mercado ideológico se ha devaluado. Así es muy difícil que un proyecto político, sea cual sea, cuaje.
Los análisis del derrumbe del PSOE y de Sumar en las elecciones gallegas señalan su debilidad territorial: encastillados en La Moncloa, pero menguantes o desaparecidos en las autonomías, donde los nacionalismos llamados de izquierda les comen la tostada, y para muestra un BNG. Otros apuntan a la amnistía como clave del desmoronamiento socialista (algo difícil de argumentar, pues los votos no se le han ido al PP, sino a un partido proamnistía mucho más fervoroso). Habrá más razones y todas tendrán su aquel, pero hay una corriente de fondo que se aprecia en más países y está relacionada con la crisis de la socialdemocracia, ese barco europeo que naufraga.
Las estrategias y alianzas de Pedro Sánchez tenían como objetivo evitar que el PSOE siguiera el camino griego o francés (ahora también parece un camino alemán). Hoy puede decirse que no solo no ha achicado agua, sino que quizás ha armado de poderes y razones a las fuerzas políticas que le disputaban eso que los politólogos llaman “su espacio”. Lo curioso es que esas fuerzas no vienen en España de su izquierda, sino de la periferia nacionalista: a la socialdemocracia no la está desplazando un discurso nuevo, sino ideas viejas del siglo XIX que suenan vanguardistas a esos votantes ligeros que no quieren saber nada de carnets, lealtades, tradiciones ideológicas o legados. El PSOE puede morir ahogado por el abrazo de sus socios. La cuestión es si está a tiempo de soltarse y volver a seducir a los electores que, como yo, solo hacen casus belli de las cosas importantes (y la política no es una de ellas). Sergio del Molino es escritor.





























 





[ARCHIVO DEL BLOG] Los fastos de Cádiz. Carta abierta a la Ministra de Cultura. [Publicada el 20/04/2009]











Estimada Ministra:
Felicidades, en primer lugar, por su nombramiento. Los ministros y ministras de Cultura tienen buena prensa en este país. Estoy seguro que, a pesar de los chistes y bromas sobre la "SINDEs-carga" su paso por la Casa de las Siete Chimenas será positivo para el mundo de la cultura española.
Leo esta mañana en El País la crónica de Isabel Gallo ("Otra lección de historia") sobre la próxima emisión por TVE de una serie coproducida por TVE, TV-3, TV Aragón, Canal de Historia, Sagrera Audiovisual y Casa Árabe, y dedicada a conmemorar el 400 aniversario de la expulsión de los moriscos españoles de los territorios de la Corona.
No es que tenga una gran fe en las series históricas con el sello "made in Spain", aunque es cierto que hay notables excepciones. El artículo de Isabel Gallo cita algunas de ellas. La última, "Águila roja", a mi me parece un auténtico bodrio, pero en fin, para gustos se hicieron colores.
Estoy seguro de que usted ha disfrutado la reciente serie de la HBO norteamericana, dirigida por Tom Hooper, y producida por Tom Hanks y Gary Goetzman, dedicada a la vida del que fuera segundo presidente de los Estados Unidos de América, el abogado bostoniano John Adams. Una miniserie de siete capítulos, basada en el libro del historiador norteamericano David McCullough, realmente notable, que ha alcanzado una merecida fama y reconocimiento.
La disfruté muchísimo. Con especial delectación, los capítulos en que vemos como se va fraguando en el Congreso Continental celebrado en la ciudad de Filadelfia el impulso hacia la Declaración final de Independencia, proclamada el 4 de julio de 1776.
¡Qué envidia!, pensé para mis adentros... ¿Seríamos los españoles capaces de hacer una serie de televisión similar, narrando con seriedad y rigor históricos, las peripecias que llevaron a nuestro país a las "Cortes Generales y Extraordinarias de la nación española" que elaboraron entre 1810 y 1812, en plena guerra contra el ejército napoleónico, la primera Constitución de nuestra historia? El año que viene estamos ya inmersos en el Bicentenario, y en 2012, de cumpleaños...
El asunto no ha tenido un excesivo tratamiento literario. El más conocido, el de mi paisano, el grancanario don Benito Pérez Galdós, en uno de sus "Episodios Nacionales", el titulado "Cádiz", que no es precisamente uno de los más conseguidos. A comentar dicho "Episodio" dedicaron sendos artículos afamados historiadores como José M. Cuenca Toribio y Soledad Miranda García en "Las Cortes de Galdós", uno de los artículos del número monográfico de "Cuadernos Hispanoamericanos", de octubre de 1988, dedicado a la presencia de "América en las Cortes de Cádiz", o el profesor de la Universidad de Cádiz, Miguel Soler Gallego, en su "Reflexiones acerca del "Cádiz" de Benito Pérez Galdós como novela histórica. Un reflejo de la vida y la época de las Cortes".
Tiempo tenemos, señora ministra, pero ¿tendremos voluntad? Confío en que sí. Tamaragua, amiga.
Afectuosamente, su amigo,
HArendt










domingo, 25 de febrero de 2024

De la cobardía moral

 






De Kant a Putin, y viceversa
FERNANDO VALLESPÍN
25 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

El año en el que celebramos el tercer centenario de Kant, el filósofo de la paz perpetua y del más elaborado discurso moral, es también aquel en el que el totalitarismo comienza a enseñar sus colmillos. No es ya solo que Putin persevere en el espanto de una guerra de agresión, es que ha comenzado a transformar su régimen en algo indistinguible de un totalitarismo de manual. Empezando por su rasgo más característico, el uso de la violencia hacia toda disidencia interna. No se trata ya solo de la eliminación de Navalni, el disidente noble, o de Prigozhin, el villano díscolo, o del triste piloto desertor asesinado en España; están también todos los disidentes agredidos o liquidados por medios químicos o biológicos fuera del país, o la represión interior de quienes osen poner en cuestión al dictador. Si, como decía Arendt, el totalitarismo es la “dominación total por medio del terror”, el régimen de Putin y su corte de oligarcas encajan en este modelo como un guante. También, desde luego, por su aceptación del imperialismo y la guerra.
Lo más sorprendente es la desvergüenza con la que lo escenifica y proclama. ¡Que todo el mundo se entere! El terror y la violencia como principal instrumento de amedrentamiento. Seguro que ha filtrado también su intención de colocar un artefacto nuclear en el espacio, justo cuando ahora además procede, por boca de su machaca Medvédev, a amenazar a Occidente con un ataque nuclear si sigue porfiando en no reconocer lo que considera sus fronteras legítimas. Ucrania, desde luego, ¿pero por qué no los Bálticos también? Como buen depredador, ha olido la debilidad y cobardía de sus adversarios: unos Estados Unidos que pronto pueden caer bajo las garras de otro loco imprevisible, y una Europa fatigada y fragmentada también por guerras culturales y los conflictos derivados del combate al cambio climático, que pueden propiciar un nuevo empujón hacia la extrema derecha. Y tocada también por el propio desenvolvimiento del conflicto en Palestina y una total y escandalosa ausencia de liderazgo. Mientras tanto, Ucrania se queda sin munición.
Por parafrasear al filósofo de Königsberg, Europa ha vuelto a reincidir en su minoría de edad autoculpable, incapaz de hacer honor a los principios que proclama y a la responsabilidad que le exige este momento histórico. Pávida y ensimismada, cae de nuevo en la tentación de reemprender el camino de Múnich. Pronto Ucrania puede jugar el papel de los Sudetes, pensando así que quizá podrá evitar una nueva guerra. El matonismo de Putin es perfectamente racional. Basta un somero análisis de donde nos hallamos, probablemente en el momento más bajo de nuestras ansias de libertad, con el civismo republicano hecho unos zorros. Es además muy congruente con lo que significa Rusia, el gigante con pies de barro que ha demostrado ser hasta ahora en Ucrania. Pero capaz de amedrentar con la amenaza nuclear. Putin no va a desperdiciar el único activo que le queda.
Es posible que no estemos en condiciones de llevar a la práctica el rigorismo que nos exige el imperativo categórico kantiano. Atendamos entonces al menos exigente de su reinterpretación por Adorno: “Obra y piensa de tal modo que Auschwitz no se repita, que no ocurra nada parecido”. No plegarse al totalitarismo debe ser la motivación moral mínima a partir de la cual guiar nuestra acción colectiva. O, por decirlo con Camus, “impedir que el mundo se deshaga”. No sé yo si hasta eso es ya demasiado pedir a esta nueva raza de políticos sonámbulos que caminan directos al precipicio. Fernando Vallespín es politólogo.













De la privacidad de nuestros pensamientos

 






¿Seguro que tus pensamientos son privados?
JAVIER SAMPEDRO
24 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

La ciencia de leer la mente va a llegar al Parlamento español. No, no es que el doctor Moreau vaya a implantar chips en los diputados para saber lo que van a votar, a qué partido se van a fugar ni cuál de ellos se va a equivocar con el dedito mientras está pensando en otra cosa. Verás, eso no estaría ni tan mal, y quizá acabe llegando en algún futuro distópico, pero todavía no estamos ahí. Lo que nuestros representantes públicos van a experimentar, en caso de que asistan a la sesión, es una explicación solvente de los riesgos reales que la tecnología del cerebro plantea ahora mismo para nuestras sociedades. El ponente, Rafael Yuste, es un neurocientífico de primera línea que ya ha convencido a los legisladores de Chile, Brasil y Estados Unidos. Señorías, habrá que escuchar con atención sus argumentos.
Pensar algo no es delito ni en la dictadura más sanguinaria que podamos imaginar. Decir algo tampoco suele serlo en una democracia, salvo en casos extremos de odio o difamación, cuando te puede costar un multazo o una temporada a la sombra. Pero el mero pensamiento es inimputable, en el sentido jurídico de que no hay nada que imputarle. “You are innocent when you dream”, cantaba Tom Waits, eres inocente cuando sueñas. ¿Pero lo eres de verdad?
En las parejas tradicionales, el mero hecho de desear a otra persona suele generar mal rollo. Si una aspirante a un empleo piensa quedarse embarazada, lo mejor es que su empleador no lo sepa, porque lo más probable es que no la contrate así tenga un premio Nobel. El empleador, por cierto, tampoco querría que su intención de discriminar a la candidata se pudiera leer en su cerebro.
La razón de que todos estemos tan seguros de que nuestros pensamientos son privados es en realidad un error filosófico que llevamos puesto de serie: el dualismo, el mito de que la mente es una cosa distinta del cerebro. El culpable más famoso es Descartes, aunque lo único que hizo el pobre fue codificar un automatismo atávico que todos padecemos. Por desgracia para el chauvinismo sagrado de nuestra especie, la mente es el cerebro. Cuando piensas, sientes, recuerdas, planeas o lamentas algo, es porque el prodigio neuronal que llevas puesto en el cráneo se activa y reconfigura. No hay alma, no hay magma informe, no hay nada más. Sé que esta es una idea perturbadora, pero no está escrito en las estrellas que la realidad deba adaptarse a nuestros prejuicios.
La consecuencia inmediata de lo anterior es que tu alma se puede leer desde fuera de tu cráneo. Si estás pensando engañarme, yo lo puedo saber sin más que registrar la actividad de tu corteza cerebral. Lo mismo vale si estás planeando difamarme, robar mis ideas, aprovecharte de mis sentimientos o darme un garrotazo en la cabeza. La privacidad de tus pensamientos no es un fenómeno fundamental, sino una mera consecuencia de nuestra limitación tecnológica. Nada más que un problema técnico. Y ese problema técnico se está disipando a gran velocidad.
Hasta ahora, la privacidad del pensamiento ha estado garantizada por la imposibilidad de leerlo. Ahora tendremos que protegerla con leyes. Ese es el punto que Yuste hará en la Carrera de San Jerónimo.
Otra cuestión es si realmente queremos que nuestros pensamientos sean privados. Yo, por poner un ejemplo tonto, estaría encantado de que un neurólogo me explicara lo que estoy pensando, por muy inconfesable que sea. Tal vez la privacidad mental solo les preocupe a los delincuentes y a los adúlteros. Al fin y al cabo, los novelistas se ganan la vida desnudando su mente. Javier Sampedro es genetista.













De la voluntad de Dios

 






Las manos de Hadi Matar
LÍDIA JORGE
25 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

La fuerza que conduce el agua a través de las rocas, dirige mi roja sangre. (Dylan Thomas)
Uno. La Avenida 24 de Julho es una de las principales arterias de Lisboa y conecta la parte oriental de la ciudad con la que se proyecta en dirección al mar. A cualquier hora del día, la circulación del tráfico es razonablemente fluida, pero cierta mañana de la primavera de 2022 uno de los carriles se vio completamente bloqueado. Algo raro pasaba. En medio de uno de los pasos de peatones, junto al semáforo, había un conejo grisáceo inmóvil. Cuando los coches hacían ademán de avanzar, el conejo, desorientado, daba pequeños saltos, pero no se movía de su sitio. Entonces, un joven bajó de su vehículo, agarró al conejo por la nuca, le acarició las orejas y se dejó fotografiar con él en su regazo.
Uno de los videos que se difundieron entonces mostraba al joven en medio del tráfico con el intruso en sus manos. El chico era moreno, con el pelo muy oscuro y cortado al raso, orejas prominentes, el típico portugués, atlético y desenvuelto. Pero ninguno de estos detalles tendría la menor importancia, y la normalísima escena del rescate de un animal perdido entre los coches se habría desvanecido de la memoria, si poco después, el 12 de agosto, Salman Rushdie no hubiera sido víctima de un atentado que conmovió al mundo.
Dos. No cabe resumir determinadas realidades, pero en todo caso, podemos condensar el atentado de la siguiente manera: cuando Salman Rushdie se disponía a pronunciar una conferencia en Chautauqua, en el estado de Nueva York, ante a un auditorio abarrotado, un joven subió al escenario con un cuchillo y asestó más de 10 golpes en distintas zonas vitales del cuerpo del autor de Los Versos Satánicos, sin que fuera posible detenerlo en los primeros instantes. Durante esos días, las imágenes de la agresión fueron reproducidas miles de veces, causando una gran conmiseración. Una fetua lanzada por Irán 33 años antes, según la cual el escritor debía ser ejecutado por blasfemias contra Alá, había estado a punto de consumarse. El drama personal de un escritor convertido en el centro de una paradójica alegoría en la que un hombre con un cuchillo persigue a un hombre con una pluma, impresionó a los occidentales en aquellos días, como si Salman fuera un pariente cercano. Ante situaciones como estas, no queda lugar para los detalles, pero a mí se me quedó grabado uno: el rostro de quien perpetró el atentado, Hadi Matar, de 24 años cuando se divulgó la imagen, se parecía de manera increíble al rostro del chico que había salvado al conejo en la Avenida 24 de Julio, tres meses antes. Se parecían como si fueran hermanos. Por la imagen, uno podría ser el otro y viceversa.
Tres. Desde entonces ha pasado más de un año y medio. No sabemos qué ha sido del joven estadounidense de ascendencia libanesa, encerrado en una prisión. De Salman Rushdie sabemos que quedó físicamente disminuido y que tiene una perturbadora historia que contar, pero lo cierto es que el detalle de la coincidencia no se me quita de la cabeza. Aun admitiendo que la mano que prepara un cuchillo para matar pueda ser la misma que la que salva a un animal doméstico de ser atropellado, y que en una misma persona convivan gestos de significados opuestos, como se constata en las historias de tiranos y asesinos, no dejan de surgir las preguntas: ¿cómo transcurrió la infancia del joven Hadi Matar, a qué escuelas asistió, qué libros leyó? ¿Qué amigos tuvo? ¿Qué profesores le instruyeron, qué catecismos memorizó? ¿Qué clase de activismo político profesó? ¿De qué ideal de justicia histórica se alimentó para optar por hacerse famoso no por salvar a personas, animales, bosques o ríos, sino por intentar ejecutar al autor de un libro del que confesó haber leído solo dos páginas? Las preguntas no tienen fin, pero las respuestas tienden a simplificarse.
Cuatro. Tras el atentado se supo que poco antes había viajado al Líbano, donde se radicalizó en la fe islámica y en la cultura de la sharía, y que eso explicaría su gesto, en el que al parecer actuó como un lobo solitario. También se revisó su pasado y se habló de desintegración y resentimiento social, facilitadores por lo común de la radicalización. Otras respuestas, sin embargo, implicaban horizontes teóricos más vastos. Se sacó de los estantes el libro de Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, publicado en 1996, para explicar que la división entre Oriente y Occidente era lo que quedaba después de la caída del muro de Berlín. Las grandes placas tectónicas culturales se afrontaban cara a cara. De este modo, lo ocurrido en el escenario de Chautauqua no pasaba de ser la imagen escénica de este conflicto entre representantes simbólicos de dos culturas diferentes.
En un sentido casi opuesto, se esgrimió la teoría del fin de la Historia y del último hombre, desarrollada en la misma década por Francis Fukuyama, para demostrar que la optimista acuñación del factor de “reconocimiento” como motor de la Historia, del que la cultura estadounidense era el espejo radiante, había quedado totalmente sobrepasada. Sobre todo, quedó demostrado que la realidad destruía todas las teorías, y que la única evidencia comprobada, a la vista de todos, era que las democracias son demasiado porosas y frágiles, y los sistemas autocráticos demasiado inexpugnables, y que estos envían a sus enloquecidos mensajeros contra las democracias frágiles y porosas para destruirlas. Se dijo que era necesario echar el cierre a las democracias, y se afirmó, por el contrario, que su grandeza consistía en esa apertura y porosidad, y que su traslación informativa servía para contaminar a las autocracias con el poder ejemplar de la libertad. El caso es que si reunimos todos los retazos de verdad que se incluyen en las tesis maximalistas, lo que parece seguro es que entre el fanatismo islámico y el cristiano hay unos cuatro siglos de separación. En poco difieren la misión trascendental de Hadi Matar mientras esgrimía su cuchillo la tarde del 12 de agosto de 2022, y la misión de un inquisidor del Santo Oficio, a mediados del siglo XVII, sentado en su sillón, mientras observaba por la ventana a personas atadas a una cruz quemarse vivas. En un caso u otro, de repente, en medio de la Historia, hay fanáticos de Dios que se convierten en enemigos de la especie humana.
Cinco. En un discurso que pronunció hace tiempo en la Universidad de Emory, afirmaba Salman Rushdie más o menos lo siguiente: “La doctrina religiosa dice: sométete. Acepta lo que dicen los grandes libros. Ya tienen todas las respuestas, con el apoyo de la autoridad de Dios. Tu fe en esas respuestas te liberará. Sin ella, no eres libre. Estás perdido. Pero el pensador no religioso dice: no me someto. No lo acepto. Las preguntas han de formularse. El cuestionamiento es, en sí mismo, una respuesta. La capacidad de poseer un argumento es la libertad. Renunciar a esa libertad es encadenarme a mí mismo”.
Se trata, por lo tanto, de dos libertades diferentes y los occidentales no aceptan que la primera lo sea. La segunda libertad, la que profesamos los de este lado, implica mucho más que ser libre, suele implicar la capacidad de comprender el lado en el que se sitúa nuestro oponente. Y, en consecuencia, implica el perdón. Dicen que el próximo libro de Salman Rushdie, Cuchillo, se publicará el próximo abril. Dado que el autor se ha convertido en una metáfora, lo quiera o no, quedo a la espera de leer lo que tiene que decir sobre sí mismo, pero, ante todo, sobre las manos de quien le causó tan profundas heridas. Lídia Jorge es escritora. 












De las metáforas electorales

 






Troj España: el peligro de las metáforas electorales
LOLA PONS RODRÍGUEZ
25 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Qué pena tener Constitución desde el año 1978 y, desde entonces, Estado de las autonomías, para que lleguen unas elecciones y los comentaristas políticos sigan definiendo este país en términos feudales. Si un partido mantiene en un conjunto de provincias su cuota de votos, es que conserva su feudo. Si la pierde, es que el adversario le arrebata el feudo. Todo eso se acompaña de adjetivos absolutamente redundantes si conocemos las circunstancias de desarrollo del feudalismo europeo: feudo histórico, tradicional feudo... Sé que son metáforas y que hay que rellenar minutos y líneas, pero revelan cómo entendemos el liderazgo de los partidos, sin que ni en la prensa ni en la clase política haya despertado particular rechazo esta imaginería.
Los feudos nos remiten a una edad oscura de clientelismo e inmovilismo social, a un líder que cede un territorio para que se explote a cambio de vasallaje, ¿esto es lo que reflejamos como electores? Por otro lado, si es una imagen o una mera manera de hablar, ¿por qué se caracterizan como feudos sobre todo algunas autonomías? Indago en las hemerotecas y veo que el recurso al feudo es común al hablar de comicios generales, autonómicos y municipales, refiriéndose a territorios específicos pero normalmente periféricos: hace unos días, Galicia era electoralmente definida como feudo popular, hace unos años Andalucía era entendida como un feudo perdido para los socialistas.
Con todo, para Andalucía la imagen que se repite en los análisis electorales y predicciones de voto no es tanto la del feudo sino la del cortijo. Convertir Andalucía en una suma de fincas rústicas gestionadas por un mandamás (un señorito) es muy del gusto del opinador político. Desconocen, claro, que Andalucía es tierra de latifundios por circunstancias históricas que remontan a las repoblaciones medievales; desconocen que los cortijos, volcados sobre todo en cultivos cerealistas y más propios del occidente que del oriente andaluz son también una expresión cultural y arquitectónica en sí misma, como lo son otras viviendas que encabezan explotaciones agrícolas en otros puntos de España (la masía, el caserío) y que no han merecido esas metaforizaciones negativas del cortijo meridional. Y, cómo no, ubican al señorito (el patrón acomodado y ocioso) como un fenotipo exclusivamente andaluz, porque al parecer en el resto de España y del mundo no ha habido jamás propietarios de ese tipo. No es nuevo: lo andaluz es lo más expuesto y lo más identitario, pero también lo más denigrado.
Junto con estas metáforas territoriales sostenidas sobre la idea de una autoridad que manda en su terreno, hay otra imagen más horizontal e igualmente antipática: la del granero de votos. De hecho, el sinónimo que cualquier diccionario da para feudo en el valor de “ámbito en el que alguien ejerce un dominio absoluto” es granero. Para los romanos, Sicilia era el granero de cereal; actualmente, el ataque ruso nos ha mostrado que Ucrania es granero de Europa. Pero aplicado a las urnas, el símil del granero crea la imagen de una masa de votos, o sea, de electores, iguales e igualados, colectables a paladas, sin demasiada conciencia crítica: una fuente de escaños ante la cual el político no ha de esforzarse demasiado. Basta que acuda a esa asociación de incondicionales que somos los electores, saque su pala y proceda a llenar la bolsa de papeletas de voto. La expresión empezó a circular a finales de los años ochenta y en el año 2001 se incorporó como nueva acepción de granero al diccionario de la Real Academia Española.
Por la imagen de feudo, quienes votamos nos hacemos vasallos del líder; el símil del cortijo convierte a cualquier miembro de una lista electoral en un señorito; con el recurso al granero, la nación se convierte en almacén: España es un silo de grano, lo que antes se llamaba una troj (encantadora palabra). Curiosamente, graneros, feudos y cortijos remiten al campo, a lo agrario, a lo rural; el voto urbano merece siempre mejores imágenes.
Las lenguas están llenas de metáforas y, como tales, estas deben entenderse en la clave figurada y no real con que se expresan, pero las metáforas calan en la ciudadanía y cuando se popularizan consiguen que asimilemos de manera irreflexiva un mensaje de fondo. Por eso, yo propongo que, pasadas estas elecciones gallegas y con las europeas a la vista, saquemos las metáforas electorales al patio y las revisemos a la luz del día. Porque la cuestión con estas imágenes es que un asesor avezado podría perfectamente integrarlas en su familia léxica original y dar una vuelta más a las metaforizaciones. Por ejemplo, al hablar de cortijos, podría pensar en los establos donde se guarda la cabaña animal; con los feudos podrían asociarse los villanos y las cruzadas; los graneros hay que protegerlos de las ratas. Y como agreguemos cabaña animal, villanos, cruzados y ratas al conjunto de metáforas que hablan de resultados electorales, nos lo vamos a pasar muy bien. Lola Pons es filóloga.















De la inmortalidad

 






Cómo ser inmortal
MANUEL VICENT
25 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

La inmortalidad está ya al alcance de cualquiera. No se trata de los avances de la ciencia médica que van a permitir renovar los órganos y tejidos del cuerpo como en un taller de automóviles. Dentro de poco uno podrá guardar en el frigorífico varios corazones, hígados, estómagos y páncreas de repuesto envueltos en papel albal para cuando se necesite sustituirlos por los viejos ya gastados. En realidad, uno podrá tener una réplica entera de su cuerpo de 35 años, incluido el cerebro con todos los secretos de la memoria guardado en un almacén gracias a la inteligencia artificial. Morir o seguir en este mundo será un juego a capricho del usuario. Si te aburres, te largas, eso es todo. Solo que los dictadores podrán perpetuarse indefinidamente en el poder y los idiotas seguirán haciendo el ganso, los ladrones robando, los asesinos matando, los creyentes rezando, los poetas soñando, los actores bailando, los niños llorando, los políticos mintiendo. Esta inmortalidad clínica será sumamente grosera y, dado que el mundo seguirá sin tener sentido, los sabios se irán por voluntad propia al más allá a bordo de la barca de Caronte, en una travesía nocturna en la que no hay ningún faro. Poco importa, porque los filósofos de la escuela estoica o cínica ya nos dejaron la fórmula para ser inmortales de andar por casa sin necesidad de pasar por el quirófano. Su experimento era muy sencillo. No pensaban nunca en el futuro. Sabían que el tiempo solo era un horizonte que podían adaptar a sus sueños. Dividían el tiempo en días, horas, minutos y segundos. A la hora de vivir con plenitud solo le daban importancia en esos últimos segundos que fluyen alrededor de los sentidos y a través de ellos descendían a esa profundidad donde ya no existe ni un antes ni un después, sino el nudo de todos los placeres que a su vez les permitía ser puros, felices e incontaminados. Por lo demás, creían, como Marco Aurelio, que la vida solo era una opinión. Mientras estés vivo serás inmortal. Manuel Vicent es escritor.