domingo, 19 de noviembre de 2023

De la paz como premio

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Salman Rushdie, va de la paz como premio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







Si la paz fuera un premio
SALMAN RUSHDIE
15 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Gracias a todos por su presencia hoy aquí. Gracias al alcalde Mike Josef (qué preciosa introducción), a Robert Habeck y sus colegas del Gobierno y los parlamentos regionales, y por supuesto a todos ustedes, los que han venido desde cerca o desde lejos, para que yo pueda presentarme aquí. Agradezco enormemente este magnífico premio, que conozco y respeto desde hace mucho tiempo, sin haber llegado siquiera a imaginarme que pudiera encontrármelo en mi camino, y cuya lista de anteriores ganadores, que en algunos casos nos acompañan hoy, no tiene parangón. Mi más profundo agradecimiento al jurado del Premio de la Paz, presidido por Karin Schmidt-Friedrichs. También a Daniel Kehlmann, a quien tanto admiro como escritor. Me alegro mucho de que haya dejado a un lado las tareas de publicación de su propio libro y que haya encontrado tiempo para presentar su hermosa laudatoria. Igualmente desearía presentar mis respetos al edificio en el que estamos reunidos, un símbolo de la libertad. Es un privilegio que te pidan hablar entre estos muros.
Y ahora, para empezar, permítanme que les cuente una historia. Érase una vez dos chacales, Karataka, cuyo nombre significaba cauteloso, y Damanaka, cuyo nombre significaba atrevido. Tenían un rango secundario en el séquito del rey león Pingalaka, pero eran ambiciosos y astutos. Un día el rey león se asustó al oír un estruendo en los bosques, que los chacales sabían que era el mugido de un toro desbocado, algo que no debía asustar a un león. Los chacales visitaron al toro y lo convencieron de que se presentara ante el león y se declarara amigo suyo. Al toro le daba miedo el león, pero aceptó, así que el rey y el toro se hicieron amigos, y el agradecido monarca ascendió a los chacales al rango superior. Por desgracia, el león y el toro comenzaron a pasar tanto tiempo juntos conversando que el primero dejó de cazar y los animales de su séquito pasaban hambre. Entonces los chacales convencieron al rey de que el toro estaba conspirando contra él, y al toro lo convencieron de que el león planeaba su muerte, así que el león y el toro se enfrentaron, el toro murió, todos tuvieron carne de sobra para alimentarse, la consideración que los chacales le merecían al león mejoró aún más, porque le habían advertido de la conspiración, y los demás habitantes de la selva también comenzaron a valorar de otro modo a los chacales, salvo, por supuesto, el pobre toro, aunque eso ya no importaba, porque estaba muerto y a todos les había proporcionado un excelente almuerzo.
En líneas muy generales, este es el marco en el que se desarrolla la historia de la primera y más larga de las cinco partes del llamado Panchatantra, un libro de fábulas protagonizadas por animales, y cuyo título es Sobre cómo llevar a los amigos al desacuerdo. La tercera parte, Guerra y paz, un título posteriormente utilizado por otro libro bien conocido, describe un conflicto entre cuervos y búhos, en el que los engaños de un cuervo traicionero provocan la derrota y la destrucción de los búhos. En mi novela Ciudad Victoria utilicé una versión de este relato.
Lo que siempre me ha parecido fascinante o realmente atractivo de las historias del Panchatantra es que muchas de ellas no son moralizantes. No predican ni la bondad, ni la virtud, ni la modestia, ni la sinceridad ni la contención. Con frecuencia, todos los obstáculos se salvan gracias a la astucia, la estrategia y la amoralidad. Los buenos no siempre ganan (y ni siquiera suele estar claro quiénes son). Esta es la razón de que al lector actual esos cuentos le parezcan asombrosamente contemporáneos, porque nosotros, los lectores actuales, vivimos en un mundo amoral, desvergonzado, traicionero y artero, en el que por doquier es frecuente que los malos ganen.
“¿De dónde vienen las historias”, pregunta el pequeño Harún al fabulador de su padre en mi novela Harún y el mar de las historias, y la esencia de la respuesta es que provienen de otras, del océano de historias en las que todos navegamos. Pero hay que señalar que no es ese su único origen. También están la propia experiencia del fabulador y sus opiniones vitales, así como la época en la que vive; pero, en cierto modo, la mayoría de las historias hunden sus raíces en otras historias, quizá en muchas otras, que se combinan, conectan y transforman, para así convertirse en otras nuevas. A este proceso lo llamamos imaginación.
A mí siempre me han inspirado las mitologías, los cuentos populares y los de hadas, no porque contengan milagros, como animales que hablan o peces mágicos, sino porque sintetizan la verdad. Por ejemplo, la historia de Orfeo y Eurídice, que fue una importante inspiración para mi novela El suelo bajo sus pies, se puede contar en menos de cien palabras, pero contiene, de forma condensada, preguntas trascendentales sobre la relación entre el arte, el amor y la muerte. Se pregunta si el amor, con la ayuda del arte, puede vencer a la muerte. Pero quizá su respuesta sea: ¿acaso la muerte, a pesar del arte, no vence al amor? O quizá nos diga, más bien, que el arte, al centrarse en el amor y la muerte, trasciende esos temas, convirtiéndolos en historias inmortales. Esas cien palabras contienen profundidad suficiente para inspirar mil novelas.
Los depósitos de mitos son realmente abundantes. Están los griegos, por supuesto, pero también la prosa nórdica y la Edda poética. Esopo, Homero, El anillo de los Nibelungos, las leyendas celtas y las tres grandes tradiciones europeas: la francesa, relacionada con el corpus de historias que rodean a Carlomagno; la de la Roma clásica, relativa al imperio, y la británica, con leyendas que tienen que ver con la figura del rey Arturo. Aquí en Alemania ustedes tienen los cuentos populares reunidos por Jakob y Wilhelm Grimm. Sin embargo, en la India, antes de escuchar todas esas historias, yo me crié con el Panchatantra, y cuando, como ahora, voy a iniciar un proyecto literario después de finalizar otro, regreso a esos astutos y taimados chacales, cuervos y otros animales, para preguntarles qué historia debo narrar a continuación. Hasta ahora nunca me han defraudado. Todo lo que necesito saber sobre bondad y su contrario, sobre libertad y cautividad, y sobre conflictos, se encuentra en esos relatos. Sin embargo, para encontrar amor, hay que buscar en otra parte.
Y ahora estoy aquí para recibir un premio de la paz y me pregunto qué nos dice el mundo de la fabulación sobre la paz.
La respuesta no es muy alentadora. Homero nos dice que la paz llega tras una década de guerra, cuando todos nuestros seres queridos han muerto y Troya está en ruinas. Los mitos nórdicos nos dicen que la paz llega después del Ragnarøk, el crepúsculo de los dioses, cuando estos destruyen a sus enemigos tradicionales, pero estos también los destruyen a ellos. La palabra alemana para designar este acontecimiento, Götterdämmerung, es mucho más exacta que su equivalente en inglés twilight (crepúsculo). El Mahabharata y el Ramayana también nos dicen que la paz se paga con sangre. Y el Panchatantra nos dice que la paz, es decir, la muerte de los búhos y la victoria de los cuervos, solo se alcanza mediante una traición. Y si abandonamos durante un momento las leyendas del pasado para centrarnos en dos leyendas del último verano —me refiero, por supuesto, al doble bombazo cinematográfico llamado Barbenheimer—, la película Oppenheimer nos recuerda que la paz solo llegó después de que dos bombas atómicas llamadas Little Boy y Fat Man (El Niño y El Gordo) se lanzaran sobre los habitantes de Hiroshima y Nagasaki; en tanto que el taquillazo titulado Barbie deja claro que la paz sin fisuras y la felicidad en estado puro, en un mundo en el que todos los días son perfectos y las noches siempre son juergas de chicas, solo existe cuando eres de plástico rosa.
Y aquí estamos reunidos para hablar de paz cuando, no muy lejos de aquí, hay una guerra encarnizada, una guerra concebida por un tirano y por su ambición de poder y conquista, una triste historia que el público alemán conocerá bien, y otro espantoso conflicto ha estallado en Israel y la franja de Gaza. Ahora mismo, la paz parece una fantasía concebida bajo los efectos de un narcótico que se fuma en pipa. Hasta el significado de la palabra guerra es algo sobre lo que los combatientes no se ponen de acuerdo. Para Ucrania, la paz significa algo más que el cese de las hostilidades. Significa, y así debe ser, la recuperación del territorio ocupado y una soberanía con garantías. Para el enemigo de Ucrania, la paz significa la rendición de esta, y el reconocimiento de que los territorios perdidos, perdidos están. La misma palabra, con dos definiciones incompatibles. Para Israel y los palestinos, la paz parece estar todavía más lejos.
Es difícil firmar la paz, y también alcanzarla.
Sin embargo, es cierto que no dejamos de anhelar, no solo la gran paz que llega al final de una guerra, sino la pequeña paz de nuestra vida privada, la que consiste en sentirnos en paz con nuestra propia existencia y con el pequeño mundo que nos rodea. Para Walt Whitman, la paz era como el sol que nos baña todos los días:
¡Oh, sol de paz verdadera! ¡Oh, luz apresurada!
¡Oh, libre y extático! ¿Cuál es aquí mi canto? ¿Cuál mi preparación?
¡El sol del mundo se alzará, deslumbrante, y alcanzará su cenit.
Y tú también, ideal mío, te alzarás sin duda!
El “ideal” de Whitman era la paz. Así que, reunidos como estamos en este hermoso lugar, coincidamos con él en que, por difícil que sea alcanzarlo, por imposible que parezca poder conservarlo, ese algo tan difícil de definir, pese a todo, es uno de nuestros grandes valores, algo que hay que buscar fervientemente.
Mis padres así lo pensaban cuando me llamaron Salman, un nombre que procede del sustantivo salamat, que significa paz. De manera que Salman es “pacífico”. Y, de hecho, yo fui un muchacho enormemente tranquilo, obediente, aplicado, de nombre y naturaleza pacíficos. Los problemas vinieron después. Pero yo siempre me he visto de esa manera. Aunque de adulto haya tenido otras ideas.
En mi obra han influido las fábulas, pero un premio de la Paz también tiene un elemento claramente fabulador. Me gusta pensar que la paz misma pueda ser realmente el premio, que este jurado tenga algo de mágico, incluso de fantástico; que haya un jurado de sabios benefactores tan infinitamente poderoso que, una vez al año, ni una más, pueda otorgar a un solo individuo, ni a uno más, el premio de un año de paz. La paz misma, verdadera, dichosa, perfecta, no el contento trivial de una paz corriente, sino una excelente añada de Pax Francfortiana que durante todo un año te entreguen a domicilio, en elegantes botellas. Ese sería un premio que me encantaría recibir. Estoy pensando incluso en dedicarle una historia: El hombre que recibió como premio la paz.
Imagino que tiene lugar en un pueblo pequeño, quizá durante las fiestas. Se celebran los concursos habituales: a las mejores tartas y galletas, a las mejores sandías y verduras; concursos para adivinar el peso de un cerdo; concursos de belleza, de canciones, de bailes. En un carromato pintado de vivos colores tirado por un caballo llega un buhonero vestido con una andrajosa levita; parece el embaucador Profesor Marvel de El mago de Oz, y dice que, si le permiten evaluar a los concursantes, ofrecerá los mejores premios que verse puedan. “¡Los mejores premios!”, proclama. “¡Acérquense, acérquense!”, y la gente sencilla del pueblo se acerca, y el buhonero entrega botellitas a los diferentes agraciados, botellas marcadas con etiquetas que dicen Verdad¸ Belleza, Libertad, Bondad y Paz. Qué decepción para los aldeanos. Habrían preferido dinero contante y sonante. Y durante el año posterior a las fiestas se producen extraños sucesos. Después de beber el líquido de su botella, el ganador del premio a la Verdad comienza a molestar a sus paisanos y a distanciarse de ellos diciéndoles la opinión que verdaderamente le merecen. La Belleza, después de beber su premio, se vuelve aún más hermosa, por lo menos eso es lo que ella cree, pero también se hace insufriblemente fatua. El licencioso comportamiento de la Libertad escandaliza a muchos de sus paisanos, que llegan a pensar que su botella debía de contener alguna potente sustancia. La Bondad se proclama santa y, por supuesto, después a todo el mundo le parece insoportable. Y la Paz se limita a sentarse sonriente debajo de un árbol. En una aldea tan agitada, esa sonrisa también resulta enormemente irritante. Un año después, cuando se vuelven a celebrar las fiestas, el buhonero regresa, pero lo echan del pueblo. “¡Lárgate!”, le espetan los aldeanos. “No queremos premios como esos. Una escarapela, un queso, un trozo de jamón o una cinta roja sujetando una brillante medalla. Esos sí son premios normales. Esos son los que queremos”.
No sé si llegaré a escribir esa historia. Por lo menos puede servir para ejemplificar, con buen humor, algo bastante serio: que hay conceptos que, aunque creamos que todos podemos considerarlos virtuosos, pueden acabar viéndose como vicios, y que todo depende del punto de vista de cada uno y de los efectos de esos conceptos en el mundo real. En el libro de Italo Calvino El vizconde demediado, el héroe queda partido en dos cuando una bala de cañón le alcanza de pleno en el pecho. Sus dos mitades sobreviven porque un diestro medico restaña las heridas, pero resulta que el vizconde ha quedado partido en dos mitades tan distintas moral como físicamente. Ahora, una de las dos es increíblemente bondadosa, en tanto que la otra es de una absoluta perversidad. Sin embargo, las dos causan el mismo daño al mundo, y su trato es igualmente espantoso, hasta que el mismo médico vuelve a unirlas, y, una vez en un mismo cuerpo, retoman la pluralidad moral, es decir, la propia del ser humano.
Durante muchos años, mi destino ha consistido en beber de la botella marcada con la etiqueta Libertad, y, por tanto, escribir sin comedimiento los libros que se me venían a la cabeza, y ahora, cuando estoy a punto de publicar mi novela vigésimo segunda, tengo que decir que en 21 de esas 22 ocasiones ha merecido la pena beber el elixir, y que he tenido una buena vida desempeñando el único trabajo que siempre quise tener. En la ocasión que falta, es decir, cuando publiqué mi cuarta novela, aprendí —muchos aprendimos— que la libertad puede desatar una fuerza igual y opuesta de aquellos que se le oponen, y también aprendí cómo enfrentarme a las consecuencias de esa reacción, y a continuar ejerciendo mi arte lo mejor que pude, sin trabas, como siempre quise. Igualmente aprendí que muchos otros escritores y artistas, en el ejercicio de su libertad, también se enfrentaban a los enemigos de la antilibertad, y que, en suma, beber el vino de la libertad puede ser peligroso. Pero eso hacía que defenderla fuera todavía más necesario, más esencial, más importante, y yo creo que, junto a otros muchos, he hecho todo lo posible por defenderla. Confieso que ha habido momentos en los que habría preferido haber bebido el elixir de la Paz y pasarme la vida sentado debajo de un árbol con una sonrisa gozosa y beatífica, pero no fue esa la botella que me dio el buhonero.
Vivimos una época que no pensé que llegara a vivir, una época en la que la libertad —y en concreto la de expresión, sin la cual el mundo de los libros no podría existir— se ve en todas partes atacada por voces reaccionarias, autoritarias, populistas, demagógicas, poco formadas, narcisistas y descuidadas; en la que los centros educativos y las bibliotecas suscitan hostilidad y censura, y en la que ideologías extremistas, religiosas y fanáticas han comenzado a inmiscuirse en esferas de la vida que no les atañen. Y también se están alzando voces progresistas a favor de un nuevo tipo de censura biempensante, de apariencia virtuosa, que mucha gente, sobre todo jóvenes, ha comenzado a identificar con la virtud. De manera que la libertad sufre presiones a izquierda y derecha, de jóvenes y viejos. Es un fenómeno nuevo, que complican todavía más las novedosas herramientas de comunicación, internet, en las que páginas bien diseñadas de mentiras malintencionadas conviven con la verdad, y a mucha gente le resulta difícil distinguir entre unas y otra; y nuestros medios sociales, en los que todos los días se abusa del concepto de libertad para permitir que con frecuencia imponga sus criterios una especie de turba digital, que los multimillonarios propietarios de esas plataformas parecen cada vez más dispuestos a fomentar y a sacarle provecho.
¿Qué hacemos con la libertad de expresión cuando sufre abusos por doquier? Tenemos que seguir haciendo, con renovado vigor, lo que siempre hemos necesitado hacer: cuando el discurso es malo, hay que responderle con un discurso mejor; es preciso contrarrestar los relatos falsos con mejores relatos, responder al odio con amor y creer que la verdad aún puede triunfar, incluso en una época dominada por las mentiras. Debemos defenderla fervientemente, y darle una definición lo más amplia posible; así que debemos, sin duda, defender discursos que nos ofenden, porque, de no ser así, no estaríamos defendiendo en absoluto la libertad de expresión. Los editores se encuentran entre los principales guardianes de la libertad. Gracias por la labor que desempeñan ustedes; les ruego la hagan todavía mejor y con más coraje, permitiendo que se expresen mil y una voces, de mil y una formas distintas.
Como decía Cavafis, Los bárbaros llegarán hoy y yo estoy seguro de que a la ignorancia se responde con el arte, a la barbarie con la civilización y de que, en una cultura de guerra, quizá artistas de todo tipo —cineastas, actores, cantantes, y también, por supuesto, creadores de ese arte que todos los años reúne a las gentes del libro en Fráncfort— todavía pueden, si se unen, expulsar a los bárbaros de sus puertas.
Antes de terminar esta intervención me gustaría dar las gracias a todos aquellos que en Alemania y otros países alzaron su voz para solidarizarse y mostrarme su simpatía después del atentado que sufrí hace unos 14 meses. Ese apoyo fue muy importante para mí, y también para mi familia, y demostró que, en todo el mundo, la libertad de expresión se defiende apasionadamente y que está muy extendida. La indignación que se manifestó después del atentado del 12 de agosto surgió de la simpatía hacia mí, pero también, y esto en aún más importante, del horror —vuestro horror—, que suscitó que un valor capital de las sociedades libres se hubiera visto atacado de forma tan brutal por la ignorancia. Lo que más agradezco fue la corriente de amistad que recibí, y haré lo posible por seguir luchando por aquello que todos vosotros defendisteis al alzar la voz.
Sin embargo, cuando me vaya a casa con este Premio de la Paz, también me detendré un momento a beber el elixir, y a sentarme tranquilamente bajo un árbol con una sonrisa gozosa y beatífica. Gracias a todos. Este texto es el discurso de aceptación del Premio de la Paz de los Libreros Alemanes al escritor británico-estadounidense, entregado en Fráncfort el 22 de octubre de 2023.























[ARCHIVO DEL BLOG] Conservador, y con estos calores. [Publicada el 28/08/2019]









Gregorio Luri, profesor de filosofía y autor de La escuela contra el mundo, El valor del esfuerzo o Mejor educados. El arte de educar con sentido común, esboza lo que define como un "conservadurismo de andar por casa", enfrentando las ideas y las prácticas que lo componen contra las de "la Vulgata 'progre'"
Con este calor, comienza diciendo Luri, me van a permitir ustedes que me atreva a entretener su ociosidad con 20 tesis (más una) que pretenden esbozar un conservadurismo de andar por casa (que es el único que tiene sentido). Ya sé que si, en España, nadie está tentado por el conservadurismo en invierno, pocas esperanzas tengo de tentarlo cuando está en chancletas, pero espero que la laxitud del estío me gane, aunque sea por pereza, alguna benevolencia.
I. El conservadurismo hoy es la heterodoxia. La ortodoxia esta okupada por la izquierda. Esto significa que es muy fácil prever qué dice la Vulgata progre sobre cualquiera tema, mientras que es aventurado suponer lo que dirá un conservador. Obviamente, la libertad de pensamiento está con la heterodoxia. Si hubo un tiempo en que los guardianes de las esencias del conservadurismo eran la iglesia, el ejército y la monarquía, hoy, ser conservador es pensar a retropelo. Esa es nuestra fortuna.
II. El conservador es un patriota sin adjetivos. Si los alemanes pudieran haber sido simplemente patriotas tras la Segunda Guerra Mundial, para rato hubieran recurrido a ese invento ad hoc del patriotismo constitucional, que es una manera sofisticada de pedir perdón por ser patriota.
III. El conservador practica ese arte sutil de la distancia que es la ironía. La ortodoxia se toma a sí mismo demasiado en serio para permitirse este lujo. Los iconos de la izquierda siempre han tenido dificultades para reír: Stalin, el Che, Greta Thunberg...
IV. El conservador sabe que los conceptos políticos son más performativos que descriptivos y que el origen de la moral pocas veces es moral, precisamente por eso celebra sus mitos colectivos. Hay un país allí donde hay fiestas colectivas. Yo recordaría cada 6 de diciembre aquel partido de fútbol que jugaron diputados y periodistas cuando la Comisión Constitucional concluyó sus trabajos. ¿Se imaginan ustedes alineados en un mismo equipo a Unamuno, Lerroux, Largo Caballero, Alcalá Zamora, Azaña, Maura, Indalecio Prieto, Gil Robles y Besteiro?
V. El conservador observa que a una neurona no se le pregunta qué piensa de sí misma para poder comprenderla; al hombre sí. Las opiniones que tienen los hombres sobre sí mismos son datos objetivos de su realidad. Es bueno que estas opiniones sean optimistas, dado que sin autoestima difícilmente querrán mejorar. Antonio Pérez solía decir que el hombre es un árbol inverso, enraíza en ideales.
VI. Frente a las tentaciones abisales de la ortodoxia, el heterodoxo es un pensamiento de superficie. El conservador toma a los adultos por adultos y si alguien le dice que está bien, lo cree y se alegra con él. No intenta persuadirle de que en realidad se encuentra mal y que su conciencia del bienestar es una conciencia alienada que necesita de un intelectual crítico para despertar a la realidad. El conservador no quiere ser el maestro de escuela de la sociedad. No por ello renuncia a la utopía: sueña con resolver cada problema sin crear otro mayor.
VII. El lema del conservador: Et pluribus unum. Otra utopía española. Recordemos que cuando se decidió incluir el término nacionalidades en la Constitución, Peces Barba declaró que, con este gesto -¡al fin!-, la historia de España sería una historia aburrida.
VIII. El conservador concede una gran importancia al cristianismo porque, entre otras cosas, le permite distinguir entre Dios y el César. Si el César se endiosa, se acaba en el totalitarismo. Cuando no se cree ni en Dios ni en el César, inmediatamente desaparecen los santos y, tras ellos, los héroes. Y todo se nos llena de influencers.
IX. El conservador es moderno, pero no sólo. No padece ese complejo de Orfeo que impide a los izquierdistas mirar hacia atrás para aprender algo sustantivo sobre el presente. El pasado es el pie en que te apoyas para dar un paso adelante.
X. El conservador no quiere irse de este mundo sin pagar. No hay muchas personas capaces de entender esto, cosa que al conservador le importa un bledo. Isabel II se le quejó un día a Narváez: "¿Pero es que no podréis poneros nunca de acuerdo y gobernar a la vez?". Narváez le contestó que eso sería fácil si hubiera cien ministerios a repartir. Alejandro Mon, un conservador que merecía este título, apostilló: "O si hubiera más patriotismo".
XI. El conservador comprende que las instituciones se justifican, ante todo, por nuestra incapacidad para vivir sin ellas. Me gusta mucho la defensa involuntaria que hizo Heribert Barrera de la monarquía constitucional para justificar su voto contrario a la misma: "Todos los países europeos son republicanos, excepto...".
XII. El conservador está convencido de que España sólo es un problema para quienes dan por supuesta una Europa aproblemática.
XIII. El conservador ha firmado la paz con la historia de su patria. La acepta toda, íntegra. De toda es heredero, y no sólo descendiente. Aunque, se lo confieso, deprime un poco que hables de la Escuela de Salamanca y después un periodista asegure en su crónica que has estado diciendo no sé qué de la "cueva de Salamanca".
XIV. Al conservador, una familia normalica le parece un chollo psicológico.
XV. El conservador sabe que no hay que esperar a ser feliz para comenzar a ser virtuoso, digan lo que digan coaches, terapeutas y educadores emocionales doctorados en reiki o en cuencos tibetanos. Entre el homo therapeuticus y el homo politicus no hay término medio.
XVI. El conservador observa con reticencias el actual desprecio hacia las fronteras. Si los flujos (de mercancías, capitales, personas y nubes tóxicas) son más importantes que las fronteras, la legitimidad de las instituciones políticas está en riesgo.
XVII. El conservador no tiene ningún interés por participar en la competición por la hegemonía moral internacional, que acaba pidiéndole a la política más de lo que ésta puede dar de sí. El hombre tiene prójimo; las naciones, no.
XVIII. Si eres conservador, tienes algo que conservar, comenzando por el medio ambiente y continuando por el respeto profundo a la naturaleza, que siempre vuelve, por mucho que la ortodoxia intente someterla con leyes (a eso que siempre vuelve la izquierda lo llama "la derecha"). El conservador no es tan iluso como para pretender poner a la naturaleza a las órdenes del Partido. Como no cree que pueda modificarse la naturaleza para hacer posible una vida sin riesgos, asume prudentemente los riesgos inherentes al animal político.
XIX. El conservador desconfía de la retórica del humanismo que exige a los Estados que rindan cuentas ante el tribunal del hombre en general. El hombre en general es el hombre inocente, que ha renunciado al uso legítimo de la fuerza para no tener que comprometerse en la defensa de causas nobles e imperfectas (es decir: de causas humanas). El hombre en general es un Narciso democrático.
XX. El conservador sabe que la moral, a diferencia de la política, no decepciona nunca. Está en la naturaleza de las cosas políticas que todo proyecto haya de llevarse a cabo bajo condiciones que no fueron previstas. Un ejemplo menor, pero sabroso: el Marqués de Rozalejo usó en la campaña de Morella una lujosa tienda de campaña en la que sobresalía su escudo de armas con este lema: Prius mori quam foedari (antes muerto que traidor), que sus lanceros traducían así: "Antes moro que federal". Y con este grito se lanzaban contra el enemigo.
Y... XXI. Platón defiende a veces a Sócrates con argumentos propios de los sofistas. Sospecho que, si me ha seguido hasta aquí, el lector sabe a qué me refiero. Si no fuera así, valga una anécdota como explicación. Cuando le preguntaban a Salvador de Madariaga por el significado del Himno de Riego, solía contestar: "Vous comprenez, Madame, pays très sec, l'Espagne, c'est l'Hymne de l'Irrigation".
Y, ya puestos, déjenme acabar con lo que le ocurrió a Líster cuando, tras dar una conferencia en una academia militar checa, se puso firme para escuchar el Himno de Riego y tuvo que mantener el rigor de la posición para no desairar a los militares checos, que cantaron enfervorizados una canción que decía: "Marinerito arría la vela que está la noche tranquila y serena". Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











sábado, 18 de noviembre de 2023

De la balada triste de un hombre con su muñeca hinchable

 






La balada triste del hombre con su muñeca hinchable
NOELIA RAMÍREZ
18 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

En la fotografía, compartida en X por @anardgzgil a la 1.05 del pasado día 15, se ve a un señor de mediana edad pegado a la puerta y de espaldas en un vagón del metro madrileño. Tiene la cabeza agachada. Mira su móvil, mientras con el pie aguanta en tensión un churro de piscina rosa atado a una muñeca hinchable. El juguete sexual, también de espaldas, queda atrapado entre su cuerpo y la que será su vía de salida al andén. Se podría decir que la está asfixiando de lo pegada al cristal que se encuentra. A su lado, en una pancarta, se intuye parte de su mensaje, que se ve completo en otras fotografías del hilo: “Annistia [sic] no. Sánchez dictador. Basta ya!!”. Susan Sontag escribió en El heroísmo de la visión que “la mayor vocación de la fotografía es explicar el hombre al hombre”. Si algo ha hecho esa imagen, que ha acabado viralizándose, es dar literalidad, por lo específico y genérico, a la célebre cita.
Vergüenza ajena y ridículo son los primeros adjetivos que nos asaltan al preguntarnos qué despierta la imagen de un hombre paseando de madrugada a una muñeca hinchable por el suburbano madrileño. Tristeza, puede que hasta compasión. ¿Quién le hizo daño a ese señor? Pero la pena se esfuma si en otra foto no aparece solo uno, sino una veintena, compinchados para acudir cada uno con el mismo modelo de muñecas de procesión vociferando frente a la sede del PSOE “¡estas son las ministras del Gobierno!” o “no es una sede, es un puticlub”. La misoginia nos estalla, otra vez, en la cara.
La manifestación orquestada de muñecas hinchables ni es una caricatura cutre ni una payasada aislada. Es la enésima escenificación de la dominación masculina y la violencia que subyace en su homosocialización. Hombres que se peinan y se visten igual para reconocerse y admirarse entre sí. Hombres que se reúnen para dejar claro el sitio que debe ocupar el género femenino en su imaginario: humillado y sometido a su voluntad, como los orificios inertes de una muñeca sexual. Estoy cansada de escribirlo para recordarlo, pero es que muchas estamos hartas de verlo.
Como ejemplifica Martine Delvaux en Los boys club (Península), lo de la otra noche ya pasó en los clubes de caballeros que nacieron por miedo al avance de las feministas sufragistas y pasa en los reservados de puros y whiskies donde se cierran los tratos de ese otro poder que nadie ha votado. Pasó cuando, hace más de un año, los chavales del colegio Elías Ahuja gritaron “¡Putas, salid de vuestras madrigueras, conejas, hoy vais a follar todas en la capea!”, y en todos esos espacios en los que machistas, homófobos y clasistas de manual se reúnen para que nadie les tosa y salvaguardar su poder. Apesta a ranciedad, pero es la respuesta cíclica a la ansiedad que genera el progreso.
Esas muñecas de Ferraz simbolizan el miedo que esos hombres sienten hacia las mujeres o hacia lo femenino. Es una manifestación de la repugnancia que nace de desear a quien se desprecia y de la idea de que esa a quien quieren subyugada les iguale en poder. El dramaturgo David Mamet dijo que “en la mente de los hombres, las mujeres ocupan un lugar tan bajo dentro de la escala social que no sirve de nada definirse en función de una mujer. Lo que los hombres necesitan es la aprobación de los hombres”. Por eso, la patética foto viral de un hombre con una muñeca hinchable es tan certera. Solo con su manada tendrá sentido entonar la (agónica) balada del macho occidental. Noelia Ramírez es periodista.












De la diplomacia vaticana

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura para hoy, del cienasta David Trueba, va de la diplomacia vaticana. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











La lección vaticana
DAVID TRUEBA
14 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Es complicado encontrar algo bueno sobre lo que escribir cuando asistimos a la reacción brutal del ejército israelí sobre los ciudadanos de Gaza. A la matanza de civiles, entre ellos miles de niños, no se le puede agregar ningún adjetivo que nos alivie, me temo. Incluso si es consecuencia del atentado y secuestro más salvaje que ha sufrido el pueblo israelí, casi todos estamos de acuerdo en que la venganza directa no es una solución cabal. Detener este disparate es una cuestión de diplomacia en grado de urgencia, la que exigimos de quienes dicen representarnos. El estado de cosas en el que nos hemos sumido nos inutiliza para la vida sensible. Y, sin embargo, cuando asistimos a tantos esfuerzos por enfrentarnos y robarnos cualquier optimismo sobre el futuro inmediato, hay detalles que conviene subrayar. Voy a darles uno. La Congregación para la Doctrina de la Fe, que es un órgano intelectual del Vaticano ha aprobado que los transexuales puedan ser bautizados como el resto de fieles si así lo desean. El mismo día en que ese anuncio nos pilló desprevenidos, el Gobierno madrileño, que aprovechaba un puente festivo y las jaranas antiamnistía para ocultar su acción, dictó un recorte de los derechos de los transexuales que rectifica lo aprobado en tiempos de la presidenta Cifuentes.
Los pasos adelante se aprecian con mucho menos alborozo que los pasos atrás. Pero en la ecuación del progreso no nos queda otra que atenernos a los hechos y, en perspectiva, avanzamos poco a poco. A los transexuales también se les va a permitir ser padrinos de boda y bautizo. Eso sí, con una nota al pie algo inquietante: siempre y cuando los párrocos no aprecien posibilidad de escándalo o que el acto contribuya a desorientar a los fieles. Tendríamos que aprender de la fina diplomacia vaticana. Si miramos con generosidad sus pasitos adelante nos hablan de una evolución permanente, siempre ejecutada con la suficiente sutileza para no generar un debate de calle desmadrado y violento. En ocasiones tardan siglos en escuchar la normalización social, pero cuando lo hacen comprendemos por qué es una de las organizaciones más potentes del planeta. Ahora que nos interesa tanto la arqueología que es casi noticia diaria en el periódico, convendría hacer un repaso cronológico de cómo el infierno, la masturbación, el tenedor, el preservativo y el divorcio se acomodaron a la doctrina de la fe para no perder el tren del mundo.
La lección vaticana nos enseña cómo una organización fuerte sabe gobernar el negocio de las almas, con puntuales amnistías de aquello que se persiguió, se condenó y se negó con ahínco. Hay que domar a la masa que amparaba los ajusticiamientos públicos para reconducirlos a casa tras haber sido agitados hasta la convulsión. La transexualidad existe desde muy antiguo y fue precisamente en conventos y monasterios donde en muchas ocasiones encontraron refugio quienes no cuadraban con los dogmas impuestos. El silencio, la vergüenza, la ocultación y la permanente humillación están a punto de coronar un hito en nuestra civilización. Por más pasos atrás de los jefes de manada asustados, se confirma la impresión general de avance, de que la orquesta, pese a algún solista desafinado, alcanza la armonía en pasajes gloriosos. Y se confirma algo más: causar daño a alguien es el pecado que nunca podremos perdonarnos.































[ARCHIVO DEL BLOG] Le blé en herbe. [Publicada el 25/01/2010]










Entre las escasas dotes literarias que la diosa Fortuna y la genética me han otorgado no está la composición poética. Quizá por eso me atrae, aunque me estrelle contra ella cual luciérnaga deslumbrada por el fulgor de una luz. Sólo soy capaz de recordar de memoria una decena de textos poéticos, todos de pequeñísima extensión; un tercio, en francés. En cuanto a su composición, hice mis pinitos en épocas pretéritas, con rima asonante, eso sí, que no sonaban mal a juicio de las destinatarias; supongo que más por cariño que por mérito de los versos: "blé en herbe"...
"Le blé en herbe" (El trigo en ciernes) es una novela de la escritora francesa Sidonie Gabrielle Colette (1873-1954) que leí en el verano de 1964. Fue el regalo de una amiga y estudiante francesa, Marie-Claude B., de Nord-Pas-de-Calais, a la que conocí en esa época en Madrid y con cuya amistad me honré durante muchos años. La novela, publicada por vez primera en 1923, relata la historia de iniciación sentimental y sexual de dos adolescentes parisinos, Philippe y Vinca, de 16 y 15 años respectivamente, durante unas vacaciones familiares en la Bretaña. ¿A cuento de qué viene esta historia?... Se lo aclaro en un momento.
Las asociaciones de ideas, de las que ya he escrito en este blog en ocasiones anteriores, suelen escapar a nuestra comprensión. Se producen por extraños mecanismos que uno no domina. Es lo que me ha ocurrido con la lectura del reportaje que en El País de ayer publicaba Elsa Fernández-Santos ("Revive el Rimbaud canario"), junto con una breve reseña del escritor tinerfeño Juan Cruz ("Un viento helado"), sobre la conmemoración del 34 aniversario de la muerte del joven poeta palmero Félix Francisco Casanova, fallecido en un accidente casero no del todo aclarado, a los 19 años de edad, y ya consagrado en el Parnaso literario de la época. 
Ignoro porqué su lectura me ha llevado a recordar aquella otra tan lejana en el tiempo de una novela que recibí como regalo en el verano de 1964, pero eso es lo que me ha ocurrido, y tampoco es cuestión de psicoanalizar todos los extraños mecanismos de la mente, y menos aún cuando son tan inofensivos y agradables como éste.
Les confieso que la historia me ha cautivado. Y no sólo por el atrevimiento de la autora del reportaje de compararlo con Rimbaud (1854-1891), poeta maldito francés también muerto en plena juventud, sino por la desbordante trayectoria vital y literaria del joven poeta canario fatalmente truncada, aunque quizá su final fuera buscado, a tan temprana edad.
Busqué en Internet algún poema suyo para leerlo, y reconozco que he quedado impresionado por la inmensa lista de elogios que su obra mereció y sigue mereciendo a sus lectores. He elegido uno, sin título, de su libro "La memoria olvidada", publicado por Hiperión (Madrid, 1990).

A veces, cuando la noche me aprisiona
suelo sentarme frente a una cabina telefónica
y contemplo las bocas que hablan
para lejanos oídos.
Y cuando el hielo de la soledad
me ha desvenado, los barrenderos moros
canturrean tristemente
y las estrellas ocupan su lugar, yo acaricio el teléfono
y le susurro sin usar monedas.

En YouTube pueden ver y escuchar a Dalida cantando "Il venait d'avoir 18 ans", una preciosa canción inspirada en "Le blé en herbe", la novela de Colette. Espero que la disfruten, así como el resto de la entrada. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt












viernes, 17 de noviembre de 2023

De lo que no nos devolverá la amnistía

 






Lo que no nos devolverá la amnistía
NAJAT EL HACHMI
17 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Yo era una catalana ejemplar, una mora bien integrada hasta que llegó el procés y expresé mi escepticismo. Pensé que era mejor atender primero a las acuciantes necesidades sociales en los años de crisis y que una solución federalista podía ser más viable y eso me supuso ser expulsada a la tierra ahora tan poblada de los botiflers. No es un consuelo que incluso Puigdemont esté hoy en este lado de los catalanes traidores porque lo que hemos perdido por el camino ha sido mucho y algunos ya no volveremos a tener la misma visión que teníamos antes de que todo empezara. Supongo que en esto consiste hacerte mayor y madurar pero a mí me sigue costando poner palabras a la herida todavía abierta en la sociedad a la que me incorporé desde pequeña y que es la mía a todos los efectos.
La herida profunda no está en la relación Cataluña-España sino en el cuerpo de la sociedad catalana misma, entre nosotros, los que aquí hemos estado siempre y aquí seguimos aunque la clase política haya sacudido la convivencia hasta límites peligrosos para la cohesión de una población compleja y diversa. Yo no volveré a ser la misma que antes del procés porque de repente descubrí una parte del catalanismo cuyas ideas podía compartir más o menos (protección y defensa de la lengua y la cultura) erigida en guardiana de esencialismos que creía desterrados. Me di de bruces con un nacionalismo supremacista que a los nuevos catalanes ya no solo nos pedía que habláramos la lengua y valoráramos los elementos culturales particulares sino que además para considerarnos integrados teníamos que ser independentistas. Esto es, que la ideología se convertía en identidad y si no defendíamos los valores del secesionismo caíamos automáticamente del lado de los extranjeros. Esto se difundió desde la derecha pero también la supuesta izquierda desempolvó el viejo cliché del charnego ejemplar, ahora partidario de la Cataluña libre (y ahí sigue Rufián) y quiso ensanchar la base con una deriva comunitarista en la que no le hacía ascos a imanes salafistas y fichaba a mujeres con velo que predicaban en las mezquitas, con hombres y mujeres separados por sexos, las bondades de un país que, a diferencia de la malvada España, trataría mucho mejor a los inmigrantes.
Amnistiarán y pactarán y todo quedará olvidado pero a los ciudadanos nadie nos devolverá los amigos que perdimos por el camino del fanatismo identitario en el que nos metieron los políticos. Najat El Hachmi es escritora.













De las mil caras de un jugador de fortuna

 





Las mil caras de un jugador de fortuna
PABLO ORDAZ
17 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Hace ocho años justos, en noviembre de 2015, la revista Harper’s Bazaar quiso dedicar un número a la nueva generación de políticos españoles y diseñó una portada que emulara la que, en 1965, protagonizó el actor Steve McQueen, cuyo rostro aparecía sonriente, vestido de gala, con pajarita negra, acariciado por una mano de mujer. La revista planteó su idea a varios representantes de aquella generación de líderes jóvenes, prometedores y bien parecidos. Solo se atrevió uno. El mismo que, cuatro años después y ya en tono más formal —discreta sonrisa de medio lado, algunas canas, camisa sin abotonar— aparecía en la portada del libro que contaba sus primeros triunfos y que se vendía así: “El hombre que derribó los lugares comunes de la política española: nunca una moción de censura ha triunfado en España o es imposible ganarle unas primarias al aparato de un partido”. El único, en fin, que no solo ha visto derrumbarse una tras otra las carreras de aquellos jóvenes competidores, sino que acaba de convertirse de nuevo en presidente del Gobierno de España. A fuerza, eso sí, de una operación de alto riesgo en la que no solo se jugaba su futuro, sino el de un partido con más de 100 años de historia. Durante las dos jornadas de la investidura, Pedro Sánchez ha mostrado en la tribuna y de forma alternativa todos los rostros que envuelven una figura que sigue siendo enigmática, las mil caras de un jugador de fortuna.
Es miércoles, ya ha anochecido en la carrera de San Jerónimo y la primera jornada de la sesión de investidura enfila su recta final. El día ha sido intenso, más intenso que útil, porque el guion no ha distado de lo previsible. Un choque frontal entre los líderes del PP y el PSOE, que no esconden su animadversión, el bajo concepto que tienen el uno del otro. Ahora es el turno de Gabriel Rufián, cuyo partido, ERC, ya ha pactado el apoyo a un Gobierno de izquierdas a cambio de la ley de amnistía. El político catalán, según su costumbre, se recuesta en la tribuna como si fuera a pedir una caña en el bar de abajo. Mira al líder socialista, y le advierte:
—Señor Sánchez, una última cosa, mire este hemiciclo, mírelo. ¿Ve aquí alguna alternativa a nosotros, a nosotras? ¿Ve aquí a Albert Rivera? ¿Ve aquí a Inés Arrimadas? No, ¿verdad? No se la juegue. Créame.
Sánchez asiste a la escena con gesto neutro. Unos minutos después, sube al estrado Míriam Nogueras, la portavoz de Junts. No se recuesta en la tribuna ni mira de soslayo a Sánchez. A ella no le hace falta. Lo suyo no es una advertencia disfrazada de consejo, sino una amenaza dicha en tono de amenaza, ese tipo de advertencia que lleva implícita una tonelada de desconfianza.
—Le doy un consejo: con nosotros, no intente tentar a la suerte, porque no le funcionará. Su discurso no ha sido un discurso valiente. Usted tenía que respetar y defender aquel acuerdo que han firmado.
Hasta ese momento, Pedro Sánchez ha exhibido un muestrario de gestos y de tonos ya conocidos. Pero ahora, al subir a la tribuna para responder sucesivamente a Rufián y a Nogueras, no es ni el de estadista en Bruselas, ni el de comandante al frente de la pandemia, ni el mitinero de los actos del partido, ni siquiera el de tipo enrollado que se sacó de la manga cuando, a la desesperada, adelantó por sorpresa la campaña de las generales y concedió entrevistas a diestro y siniestro —incluso a algunos muy siniestros— para frenar la marea conservadora que anunciaron las municipales. Y todo, otra vez, volvió a salirle bien. Pero ahora, el tono de Sánchez parece distinto. Toma nota de la advertencia, deja claro que firmará el pacto con los independentistas y la jornada concluye con la sensación de que los socios de investidura se las van a hacer pasar canutas. A la mañana siguiente, sin embargo, Sánchez vuelve a hacerse con la situación. Supera con tono sosegado el debate con los independentistas vascos —más preocupados por vigilarse entre sí que por aguarle la fiesta al PSOE— y se entrega, junto a Patxi López, a la celebración por anticipado de la victoria. López y Sánchez no se parecen ni en el blanco de los ojos, pero el presidente sabe que, a partir de mañana, tendrá por delante otra batalla que ganar. La de tranquilizar a las bases socialistas, muchas de ellas inquietas por la arriesgada apuesta de la amnistía. Y, para eso, los viejos López del PSOE pueden ser la toma de tierra, la pedagogía que tal vez ha faltado y que habrá que hacer cara a cara, agrupación por agrupación, casa del pueblo por casa del pueblo.
El sábado 15 de julio, a las nueve de la mañana, Sánchez tenía cara de sueño. El AVE de Madrid a Valencia acababa de partir desde la estación de Atocha. El PP ya había puesto en marcha la agitación del “sanchismo” y del “que te vote Txapote”, y se notaba que en el entorno del presidente en funciones —tanto político como de seguridad— tenían miedo de que cualquier tropiezo empeorara la situación. Le pregunté si esperaba que la campaña fuera tan bronca, si no le desgastaban personalmente tantos insultos. La respuesta sonó a declaración de guerra: “Fíjate. Echo la vista atrás y me doy cuenta de que yo gané dos primarias contra todo pronóstico, gané una moción de censura contra todo pronóstico, tuve que ganar cinco elecciones en 2019 también contra todo pronóstico… Lo que quiero decirte con esto es que nunca he tenido unas elecciones fáciles. A mí los pronósticos no me hacen mella; es más, me refuerzan en la determinación de que esta es la guía que el país tiene que seguir. Y, además, a mí me gustan las campañas electorales”.
—¿Incluso esta?
—Sí, porque soy una persona muy competitiva. Me exijo mucho a mí mismo y al final incluso me lo paso bien.
Ese día, efectivamente, se lo pasó bien. Los militantes y los simpatizantes respondieron en Valencia, como luego sucedió en Barcelona o más tarde en San Sebastián. Al despedirnos, parecía otro.
—¿Te ha gustado el mitin?
—A punto ha estado de convencerme.
—Ja ja ja. Bueno, pues lo seguiremos intentando.
Tras las elecciones —otra jugada arriesgada que le salió bien a Sánchez—, Pepe Caballos, un antiguo dirigente socialista sevillano, explicaba que los votantes del PSOE se parecen a los vietcong, que no se ven, que pueden parecer dormidos, pero que cuando hacen falta emergen, despiertan, se sacuden la apatía o la desconfianza, o el miedo a un gobierno del PP con Vox. Esa puede ser una explicación, pero hay otra. Nada une más a un partido político —sea el que sea— que la victoria, y Sánchez ha vuelto a ganar. Pablo Ordaz es periodista.











De Feijóo

 





De Feijóo
JAVIER CASQUEIRO
17 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Algunos analistas se precipitaron este jueves a valorar el buen encaje y las maneras institucionales, moderadas y democráticas de Alberto Núñez Feijóo porque observaron que nada más terminar el debate y la votación de investidura, cuando Pedro Sánchez aún disfrutaba exultante de uno de los pocos minutos de gloria tranquilos que probablemente tendrá en toda la legislatura, el líder del PP se acercaba hasta su escaño y le estrechaba la mano. Es una tradición de buenas normas de educación y parlamentarias. No lo hizo el presidente de Vox, Santiago Abascal. Pero sí lo hizo, es verdad que con ningunas ganas, hasta el expresidente Mariano Rajoy, en junio de 2018, cuando fue desalojado del poder con una moción de censura. Pero Feijóo tardó unos minutos en salir al pasillo, encarar a los periodistas, y contar sin tapujos lo que le había soltado a Sánchez en ese en teoría breve intercambio protocolario. Le advirtió de que estaba cometiendo una grave equivocación que sería de su exclusiva responsabilidad. En ese juego, Feijóo enseñó su doble cara. Como hizo el jueves en su duelo con el presidente, con un discurso atronador y casi ultra, para terminar admitiendo la legitimidad de las aspiraciones y aliados de Sánchez.
No fue lo único que reveló Feijóo a los periodistas. También rotuló otra fecha, la siguiente de su estrategia de acoso a Sánchez en todos los frentes a su alcance. Y fue cuando miró para Bruselas y confirmó que tiene grandes esperanzas en el debate sobre la ley de amnistía que se celebrará el miércoles de la semana que viene en el Parlamento Europeo. El líder de la oposición sabe que tendrá muy complicado colocar esa discusión en el Congreso, donde el PP está en minoría en la Mesa de la Cámara que regula y agenda los asuntos, pero piensa que le podrían hacer más caso en Europa. A los pocos minutos empezaron a gotear como una catarata de varapalos inagotables en las redes sociales las felicitaciones a Sánchez por renovar su presidencia de todo tipo de mandatarios europeos.
Durante 13 años, los que disfrutó como presidente sin que nadie le chistase en la Xunta, Feijóo se acostumbró a que todo lo que pensaba, planteaba, ideaba o pretendía, le salía casi por generación espontánea, sin grandes contratiempos ni oposición. No ha sido así desde que aterrizó en Madrid para examinar su liderazgo nacional. En julio ganó las elecciones, pero no lo suficiente para gobernar incluso con el apoyo de los ultras de Vox, a los que había intentado evitar en el pasado gracias a su inexistencia en Galicia y hasta que se le presentaron como imprescindibles para no perder media docena de autonomías y numerosos ayuntamientos en los últimos comicios locales. En septiembre intentó señalar sus preferencias para el debate de su investidura fracasada y resultó que ya no solo dependía tampoco de sus intenciones.
Durante lustros, Feijóo usó su condición de poderoso barón autonómico para cortejar su perfil de dirigente del PP moderado, transversal, con voz propia frente a Génova 13, que podía entenderse con los estertores de la antigua CiU y, sobre todo, con el lehendakari vasco, Iñigo Urkullu, con el que pactaba cuando se presentaban juntos a sus respectivas elecciones. En verano, cuando comprendió los escaños que le faltaban para llegar a La Moncloa, telefoneó al PNV y también a Junts y no encontró receptividad. Al contrario. Le propinaron otro portazo por llegar con el lastre de Vox. Se llevó tal chasco que comenzó a radicalizar su discurso, especialmente frente a los nacionalistas vascos.
El portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, ya se lo aclaró en su debate de investidura, el 29 de septiembre, cuando evidenció que llevados al paredón entre Vox y la amnistía elegirían rápido esta segunda opción. Este jueves, Esteban informó de que la cúpula del PP, cuando llamó este verano para negociar, les habían ofrecido en su desesperación algunas cosas que vistas ahora les sonrojarían. Fuentes del PNV precisaron más tarde que Feijóo había puesto a su disposición el Ministerio de Industria y algo más. Feijóo lo negó, pero Aitor Esteban no es un portavoz que se recree en los faroles. También tentaron al Junts de Carles Puigdemont para presumir de que había renunciado a sus votos y Sánchez casi se trocea de las carcajadas ante esa presunción.
No fue el único contratiempo de Feijóo en el debate. Tampoco tuvo éxito a corto plazo con las citas. Quiso completar para corregir una de Machado del presidente y le rectificó en minutos el cantautor Ismael Serrano. Uno de esos analistas de tuit rápido se empeñó en concluir, al final de estas sesiones, que Feijóo es un buen orador y que había quedado ya definitivamente asentado en su liderazgo en el PP. Tras 20 meses, Feijóo es ya al fin el jefe de la oposición. Javier Casqueiro es analista político.