jueves, 26 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Comienzo de curso



Aula en la facultad de biología de la Universidad de Barcelona, EFE


Comienzo de curso. Miremos con prevención los supuestos “últimos avances” de la disciplina propia y estimulemos el arte de la comparación, escribe Antonio Valdecantos, catedrático de Filosofía en la Universidad Carlos III. 

Empieza el curso. El académico, debe aclararse, porque la palabra ha acabado designando, no sin relamida pedantería, cualquier ciclo de actividad que comience al final del verano boreal, comienza diciendo el profesor Valdecantos. Lo que viene a continuación, que son cinco humildes recomendaciones, propuestas (¿hace falta decirlo?) con fervorosa voluntad constructiva, no afecta a todos los niveles ni tipos de la enseñanza. Se ciñe a las facultades universitarias de letras, ciencias humanas o filosofía (eso que suele llamarse, con expresión hinchada y autoadulatoria, “humanidades”) y no se aplica fácilmente a otros ámbitos, si bien podría intentarse. Mis consejos serán cinco, y darán por supuestos otros quizá más urgentes (contra el abuso, por ejemplo, de la lengua inglesa, del PowerPoint, de la palabra “reto”, de las disertaciones en tres minutos o de las metáforas tomadas del fútbol y del automóvil).

Evítese —primer consejo— el tedioso ideal de la adaptación del pasado a lo que se supone es la actualidad. Se puede contar o no contar en clase lo que dijo Maimónides sobre cierto asunto, pero hacerlo de modo que pudiera explicarse en un programa de televisión basura es peor que no hacer nada. Aunque a veces la lectura de los autores de otras épocas sirve para entender mejor el tiempo en que se vive, eso sólo se logra cuando uno se ha desacostumbrado a las ideas habituales sobre la naturaleza del presente y a lo que éste opina sobre sí mismo. Se estudia el pasado para que sea una fuente de perturbación, no un medio con que dar lustre cultural a los cuatro prejuicios viscosos que uno ha ido engordando durante las vacaciones.

Rehúyase (segunda recomendación) la mala costumbre de querer ir al grano y de concebir el conocimiento como una poda o como una operación de limpieza. En este tipo de saberes, los detalles insospechados que apenas se advierten importan mucho más que las “líneas maestras” y las “grandes cuestiones”. Lo que vale la pena de esta clase de tarea es aquello que aparece como una digresión o como un desvío: restos que no llaman la atención de quien va con prisas y que cualquiera tiraría a la basura. Las palabras decisivas de un texto son, no en vano, las que nadie subrayaría nunca. Estos saberes constituyen tareas propias de gente que sabe que está perdiendo el tiempo, que no lo va a recuperar nunca y que llegará tarde a todas partes. Quien guste de otra cosa tiene otros lugares a donde ir.

Tercer consejo: mírese con la mayor prevención aquello que la gente avisada toma como los “últimos avances” de la disciplina que uno cultiva. Lo cierto es que, con frecuencia, nuestros antepasados sabían mucho más y mejor del asunto que uno se trae entre manos, porque esta clase de conocimientos raramente progresa y, cuando lo hace, cada aumento de saber deja en la sombra (y hace crecer) cantidades enormes de sospechas y de preguntas, a las que, puerilmente, se deja de prestar atención. Tratar de calcular las dimensiones y de conjeturar el aspecto de todo lo que ha habido que ignorar o desatender para llegar a saber lo poco que se sabe es, desde luego, más inteligente que entretenerse con las novedades de última generación y esforzarse por dejarlas obsoletas pronto.

El cuarto consejo recomienda apreciar al máximo el arte de comparar todo con todo y de mezclar disciplinas, métodos y contextos. Desde luego. Pero debe tenerse en cuenta que la palabra “interdisciplinar” es a menudo una perezosa consigna con la que se santifica la práctica de juntar lo más escolástico de varias disciplinas. El arte de ver las cosas juntas debe ir acompañado del de separarlas, sobre todo de sí mismas y de lo que se toma como su entorno y su contexto natural. Para esto es preciso ser, antes que nada, lo más antidisciplinar posible.

Y un último consejo, cuyo olvido produce desastres irreparables. No actúes nunca como si el dar clase fuese una tarea ancilar respecto de las verdaderamente importantes (dirigir proyectos de investigación, viajar compulsivamente o escribir en periódicos). No lo hagas porque es una conducta fraudulenta, pero, sobre todo, porque se funda en una falsedad. Lo más importante de tu oficio es dar buenas clases, y no en el sentido mezquino de quien considera una agudeza decir “es por esto por lo que me pagan”. ¿Qué te parecería si el cardiólogo que te va a intervenir dijera que le aburre operar, que lo hace porque esta temporada no ha logrado librarse del quirófano y que lo que le gusta es reservar billetes de avión, leer el BOE, presidir reuniones y pedir dinero para organizar congresos? Afortunadamente no estamos entre cardiocirujanos así, y quizá los profesores deberíamos imitarlos un poco, por lo menos los primeros días de curso.





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[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Arte o provocación? (Publicada el 15/1/2009)




Merde d'Artiste, de Piero Manzoni


Puedo admitir, como ya he escrito en alguna ocasión anterior, que se defina como "Arte" lo que hacen los artistas. Pero, entonces, ¿cómo definir quién es "artista"?... Isabel Lafont escribe hoy en El País un interesante artículo sobre la exposición que acaba de inaugurar Santiago Sierra en la Galería Helga de Alvear, en Madrid, donde muestra su último trabajo: "Los penetrados": un vídeo de 45 minutos en que se ven a unas decenas de personas, blancas y negras, hombres y mujeres, practicando en todas las formas posibles el coito anal.

Me cuesta aceptar la denominación de "arte" para "Los penetrados", pero desde luego no seré yo quien tire la primera piedra. Provocativo, si que es, como toda la obra de Sierra, que pueden ver en este enlace, clasificada por años, en su página electrónica en Internet.

Difrútenla. Ya otras obras de arte como "El origen del mundo", de Courbet; "Fontaine", de Marcel Duchamp;  "Merde d'artista", de Piero Manzoni; "Como explicar los cuadros a una liebre muerta", de Josep Beuys;  "Shout", de Chris Burden; o "La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo", de Damien Hirst, provocaron en su momento, como mínimo, el estupor de sus espectadores. Pero para mi, el arte contemporáneo murió con Picasso. Lo que vino después, ya es "otra cosa"... HArendt



Fontaine, de Marcel Duchamp (1917)


"¿Puede ser la pornografía arte político?", por Isabel Lafont

Santiago Sierra usa el sexo en su nueva obra como símbolo del miedo a la inmigración. Provocar, según el diccionario de la Real Academia Española, es "irritar o estimular a alguien con palabras u obras para que se enoje". Desde que Édouard Manet escandalizara con su Desayuno sobre la hierba (en el que una mujer desnuda y un hombre vestido comparten pic-nic sobre la hierba) en 1863, toda una tradición de artistas se ha empeñado en romper las propias reglas del arte, las de la religión y la moral, incluso las de la legalidad. Con todos ellos se llega a la perplejidad, cuando no al rechazo frontal. Y, siempre, el debate: ¿Es el efectismo el camino más corto a la notoriedad? ¿Dónde acaba la creación y empieza el ego del artista?

Santiago Sierra (Madrid, 1966), a su pesar, forma parte de una casta de artistas a los que cuesta no calificar de transgresores. Hoy inaugura en la galería Helga de Alvear (en Madrid) su último trabajo, Los penetrados, un vídeo de 45 minutos en ocho actos. Muestra todas las combinaciones posibles de penetración anal entre grupos de hombres y mujeres de raza blanca y negra.

Los proyectos de Sierra nunca han pasado inadvertidos. En 2003 tapió el pabellón español en la Bienal de Venecia e impidió el acceso a quien no presentara un DNI español; en 2006 quiso llenar de monóxido de carbono una sinagoga en Alemania -la acción fue cancelada ante la protesta de la comunidad judía (a pesar de que pretendía ser un acto a su favor)-; en 2007 construyó unos módulos a partir de los residuos fecales humanos que manipulan los intocables en la India; y el pasado 1 de enero instaló en una aseguradora londinense un contador que registrará todos los fallecimientos que se produzcan este año en todo el mundo.

No es difícil hacer una lectura política de sus obras. Por eso, quizás, el artista no oculta su profundo disgusto cuando se le pregunta si se siente un provocador: "Lo que no sea un aplauso permanente a las virtudes del poder es siempre una provocación", dice con enfado. "Me parece muy impertinente preguntarle eso a un artista con 20 años de carrera y un ritmo de trabajo tan intenso y serio como el mío. Me parece, además, que con esa pregunta se pretende ponerme a la defensiva y se evita profundizar en mi trabajo, colocándome un sambenito simplista y envenenado", afirmaba ayer mientras supervisaba el montaje de la exposición. "No, no me siento así. Yo soy un artista de mi época. Así me siento porque eso es exactamente lo que soy".

Para la realización de "Los penetrados", Sierra colocó anuncios en busca de voluntarios que quisieran participar en el proyecto a cambio de 250 euros. En total, se seleccionaron unos 70 participantes. "Si te interesa, puedes ver trabajos del artista en su página... Teclea Santiago Sierra en Google. El vídeo sólo se proyectará en galerías de arte... No es pornografía", decía el anuncio. ¿Y entonces, qué es? "Probablemente sea pornografía. Entiendo que la pornografía son imágenes de gente fornicando y nada más, sin trama, y eso es Los penetrados. No intento colocarme por encima de un director de pornografía porque realmente no lo estoy. Creo que la pornografía tiene algo muy magnético. Te quedas enganchado mirando y te sitúas en otra dimensión mental, en un plano que nos acerca al instinto y nos aleja de lo reflexivo. Así que me parece perfecta para activar y mirar lo que de instintivo tiene la política".

Nunca ha sido amigo de explicar sus trabajos: "Eso es Hollywood, que da todo bien mascado a un público que subestima y al que desea convencer. En mi trabajo la gente tiene libertad para pensar por sí misma. No es necesaria mi guía". Su último proyecto, sin embargo, entronca con dos de sus preocupaciones constantes en su trayectoria: la inmigración y la cuestión racial. "La tradicional paranoia de los blancos hacia los negros o de los europeos con los africanos tiene que ver con un fuerte pánico, pues pensamos que tarde o temprano habrán de cobrarse justicia por nuestras codiciosas canalladas pasadas y presentes", señala Sierra. "Pero esa paranoia blanca también tiene que ver con el miedo a una sexualidad que nos rebaje, con que enamoren a nuestras hembras y a nuestros machos más que con que nos quiten el trabajo; el trabajo sólo lo quita el patrón. Las reflexiones políticas y las actuaciones que de ellas se derivan son algo más primario de lo que comúnmente se cree", añade.

Para Sierra, el arte sin intención es inútil y, por tanto, "una fachada": "Freud despreciaba a los surrealistas al considerar que sólo cuando miramos para otro lado aflora el inconsciente. No se puede ser inconsciente conscientemente. De un modo similar, el arte aparentemente menos político es el más instrumentalizado políticamente. Todo arte es político, pero normalmente quien se fotografía con el poder asegura tener sólo un interés poético". (El País, 15/01/09)





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[SONRIA, POR FAVOR] Al menos hoy jueves, 26 de septiembre




El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...

























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miércoles, 25 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Lo superficial



Mujer saudí, conduciendo. Vogue


Vivimos tiempos de preciosas superficies, afirma la escritora Joana Bonet. Se dejan acariciar, lacadas y brillantes, o trenzadas y rústicas. Son vistosas, pero cuando quieres penetrar en ellas, conocerlas más allá del primer roce, no hallarás ni una gota de agua, porque debajo habita la nada.

Una tiene la sensación de habitar un lugar de cartón piedra donde casi todo es intercambiable, comienza diciendo Bonet. La palabra dada acaba a menudo traicionada, no solo en la política, también en las juntas directivas, las redacciones, en los patios y en los círculos sociales. Se debe a su baja cotización: la verborrea se desliza ligera, igual que si cabalgara sobre una cinta rodante. Hasta el punto de que quienes quieren consolidar el valor de la palabra repiten: “siempre, todo por escrito”.

“Vengaré mi raza” se dijo la escritora Annie Ernaux, hija de tenderos-taberneros, quien al recoger el premio Formentor 2019 el pasado viernes, mostró con qué profundidad ha buceado en su vida, etnóloga de sí misma, capaz de sumergirse hasta el fondo de la realidad y de su transfuguismo social. Ernaux recordaba en su discurso de recepción del premio el día en que le regaló un jarrón de opalina a su madre, un presente que le provocó un ataque de risa nerviosa: no sabía donde colocar aquel delicado objeto ni tenía idea de su valor. Un choque de clases dentro de la propia familia.

“De los cambios de las mujeres en los países árabes, vemos sólo la superficie”, me confiesa Joumana Haddad, escritora y activista libanesa. También participó en les Converses literàries y enfatizó acerca de lo absurdo de celebrar que las féminas puedan por fin conducir en Riad cuando en realidad no se les dispensa ningún tipo de respeto. “Cada vez que una se escapa de su yugo y llega a Europa, lo celebro” me dice. Haddad acaba de publicar en nuestro país La hija de la costurera (Random House Mondadori) donde evoca el oficio de su abuela y su madre, quien la empujó a formarse y aprender idiomas –habla siete–,como única salida posible.

Haddad ejemplifica la voluntad de profundizar en su cultura, comprender por qué aún tienen que distinguirse con ese velo convertido en seña de pertenencia -o, mejor dicho, de sumisión- en estos tiempos tan instagrameados que celebran el fashion hiyab como signo de liberación. “Llevan las cabezas cubiertas, pero unos leggins tan ajustados que apenas pueden andar”.

Banalidad que se mueve golpe de ocurrencia, y una vez viralizada se convierte en categoría de papel de fumar. Poco basta para satisfacer a los llamados influencers , que en verdad no demuestran más que su facilidad en ser influenciables. Una popular instagirl , me alertó de que sólo leía autoayuda, y se sinceró: “Los libros que me mandan a casa , y que son muchos, los dejo en la calle”. Le agradecí el aviso.

Lo superficial no necesita maceración ni vuelo. Basta un eslogan provocador, unas buenas uñas de colores, una simple pancarta y una mentira repetida hasta la saciedad, esa basura imposible de reciclar.





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[TEORÍA POLÍTICA] Apuesta de alto riesgo



Dibujo de Nicolás Aznarez


El Boletín Oficial del Estado publica esta mañana el Real Decreto de disolucion de las Cortes y la convocatoria de elecciones generales para el próximo 10 de noviembre. A esa posibilidad indeseada, ahora ya cumplida, se refería días pasados Josep M. Vallès Casadevall, catedrático emérito de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona: El sistema, decía, necesita que se desarrollen políticas de reforma sustantiva en sus puntos centrales y para ello es necesario una coalición de gobierno lo más sólida y eficiente posible.

Quienes tienen vocación de líderes políticos tienen algo de apostadores profesionales, comenzaba diciendo Vallès. Suelen tentar a la fortuna que Maquiavelo entendía como factor intrínseco de la vida política. Pedro Sánchez ha demostrado atracción por el riesgo. Le ha valido hasta hoy para alcanzar sus objetivos. Primero, para imponerse contra pronóstico a la vieja guardia de su partido y conquistar por dos veces la secretaría general socialista. Después, para aprovechar la fugaz oportunidad de descabalgar al desgastado Rajoy y ganar la primera moción de censura en cuarenta años de democracia española. Está por ver ahora si la misma obstinación y arrojo le valdrán para dar al país un Gobierno estable y eficiente, con capacidad para resolver los graves problemas planteados. O si, por el contrario, le llevarán a donde no desea, empeorando la situación de ineficiencia política que nos afecta desde hace tiempo.

Porque el riesgo que corre en este nuevo envite es muy elevado. Parece como si se pasara por alto el hecho de que no estamos ante una incidencia ocasional de cualquier ciclo político. No estamos ante una peripecia circunstancial. La cuestión es que el sistema de gobierno articulado durante la Transición ya no se acomoda a las exigencias de una sociedad que ha experimentado importantes transformaciones sociales, culturales y económicas. Son transformaciones que no se corresponden con el inmovilismo político e institucional que nos aqueja.

Es cierto que cuesta admitir la “crisis de régimen”, una calificación casi blasfema para quienes se sienten protagonistas de la dificultosa transición posfranquista. O incluso para los que nos consideramos espectadores comprometidos con ella. Pero la expresión se demuestra adecuada si entendemos por régimen lo que algunos aprendimos de Duverger vía Jiménez de Parga en nuestro primer curso universitario. Un régimen político es la forma que una sociedad tiene de gestionar sus problemas colectivos, recurriendo a una determinada combinación de instituciones, normas y actores sociales y políticos. Desde esta perspectiva, el balance del régimen de 1978 durante sus primeros 20 años de existencia puede recibir valoraciones matizadas. Pero no se podrá negar que dio al país dos décadas de estabilidad y progreso sin precedentes en su historia contemporánea.

Sin embargo, de manera progresiva y acelerada desde principios de este siglo, el régimen va dejando de ser una forma de gestionar razonablemente los problemas colectivos. Presenta indicios graves de fatiga estructural. Son atribuibles a factores internos y a factores de un entorno global que ya no es el de los años setenta del siglo pasado. La crisis de régimen se manifiesta en su incapacidad para reaccionar satisfactoriamente ante los retos provocados por aquellos factores: en materia de desigualdad económica, protección social, sostenibilidad medioambiental, calidad educativa, etcétera. Sin olvidar su ineptitud manifiesta para emprender cambios urgentes en la organización territorial y en la estructura constitucional del Estado.

La dificultad repetida para formar mayorías de gobierno es otro síntoma de la misma crisis. El bloqueo institucional no puede atribuirse solamente a rasgos psicológicos —según algunos, incluso patológicos— de sus dirigentes. Procede de elementos estructurales dañados que no serán compensados por el voluntarismo de personas empeñadas en un más o menos agitado muddling through. O, en términos castizos, en un ir tirando a trancas y barrancas. La cosa no va únicamente de desconfianzas entre dirigentes o de químicas personales incompatibles. La actual negativa del PSOE a compartir capacidad de decisión con Unidas Podemos prueba de nuevo la resistencia a reconocer que no será posible solventar las grandes cuestiones pendientes, aplicando esquemas del pasado como sería la pretensión de conservar la hegemonía de los tiempos del bipartidismo.

Es una resistencia nostálgica, alimentada además por otra pieza del régimen de 1978 que ha eludido su necesaria puesta al día. Me refiero a la actitud de determinados aparatos de la Administración central, reacios a ceder su capacidad de influencia sobre políticas de Estado que en ocasiones quieren orientar a su manera, al margen de la expresión democrática de la ciudadanía. Son estamentos que —a diferencia del Portugal que ahora nos llama la atención— no se transformaron en el momento original del sistema, tal como ha señalado el profesor Robert Fishman en su investigación comparada sobre los dos regímenes peninsulares.

Tampoco es una casualidad que la discrepancia sobre la cuestión catalana haya sido presentada por el PSOE como obstáculo insuperable para un acuerdo de gobierno con Unidas Podemos. Me temo que este sea el argumento más sincero y creíble entre todos los esgrimidos por los negociadores socialistas durante las escaramuzas de la supuesta negociación. Porque en el asunto catalán resalta de manera sobresaliente la incapacidad del régimen para dar respuesta a una cuestión de innegable trascendencia. Afrontar esta cuestión políticamente y no judicialmente implicaría, entre otras cosas, una redistribución de cuotas de poder que incomoda a determinados aparatos burocráticos del Estado.

Es indudable que la competencia por el electorado de izquierdas también dificulta el acuerdo. Y es incontestable asimismo que a Unidas Podemos le está costando articularse como el sujeto político de nueva generación que pretende ser. Lo cual le ha llevado a errores de planteamiento y a decisiones equivocadas.

Pero reducirles por ello a una función subalterna y confiar la salida de la crisis del régimen a una combinación de profesionales de los partidos tradicionales y de la Administración General del Estado no parece que haya de llevarnos demasiado lejos, tras la repetición sucesiva de elecciones generales. Al contrario, aumenta el riesgo de una explosión incontrolada de descontento que favorecería el auge de tendencias autoritarias, promovidas por aquellos cuyas convicciones democráticas son bastante precarias o totalmente inexistentes.

En estas condiciones parecía mucho mejor intentar una fórmula tan “revolucionaria” como la que practican desde hace décadas casi todas las democracias europeas, ya sea un Gobierno de coalición, ya sea un pacto de investidura. Salvo sorpresas de última hora, no parece que se vaya a hacer de este modo, y que se prefiere acudir nuevamente a las elecciones. Los costes inmateriales de la campaña electoral serán importantes, si se desarrolla en plena resaca producida por la sentencia del procés catalán, cuando amenaza la nueva crisis económica o en el momento en que la UE afronta el desenlace agónico del Brexit.

Puede especularse con que su resultado posibilite otras alternativas que no sean la coalición PSOE-Unidas Podemos: por ejemplo, Gobierno minoritario del PSOE, abstención positiva de los conservadores, gran coalición con el PP o el acuerdo moderado PSOE-Ciudadanos. ¿Es esperable que alguna de estas alternativas pueda ser más sólida y eficiente cuando se trata de acometer políticas de reforma sustantiva en puntos centrales del sistema?

Por lo demás, y como remate, no cabe descartar que después de tanta agitación volvamos al punto de partida, con condiciones parlamentarias no muy diferentes a las actuales y con resistencias renovadas a adoptar el camino que ahora se rechaza. En tal caso, puede agravarse todavía más la crisis de un régimen que no sabe reformarse a tiempo porque sus dirigentes no acaban de admitir la gravedad de la situación. Edmund Burke escribió en sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa una sensata advertencia: “Los Estados sin capacidad de reforma ponen en peligro su misma conservación”. En esta ocasión no estaría de más atender a los consejos de un conservador inteligente.



La muerte de Sócrates, de Jacques-Luois David (1787)



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