jueves, 19 de noviembre de 2015

[A vuelapluma] ¿La guerra contra ISIS es una guerra justa?




Viñeta de Forges (El País, 18/11/2015)


No hace falta ser un experto en lingüística para percibir las diferencias que median entre pacífico y pacifista. Lo primero es más bien una condición humana; lo segundo una actitud ideológica. Es muy posible que mi siempre genial y admirado Forges tenga toda la razón en su viñeta de hoy y que todas las guerras sean malditas. No lo sé. No es, desde luego, el primero que lo ve así. Erasmo de Rotterdam (1466-1536) escribió un hermoso opúsculo en ese mismo sentido titulado "La guerra es dulce para quienes no la han vivido", (Círculo de Lectores, Barcelona, 1995) cuya lectura les recomiendo encarecidamente. Yo no me considero una persona probelicista y creo, sinceramente, que soy de temperamento natural pacífico. Pero reconozco que no soy pacifista. Tampoco lo es el profesor de la Universidad de Princeton Michael Walzer (1935), autor de un impresionante libro, "Guerras justas e injustas" (Paidós, Barcelona, 2001), que examina y pasa revista pormenorizada desde el punto de vista de la filosofía moral a la mayor parte de los conflictos bélicos del pasado siglo. Como él, pienso que hay razones para asumir que sí, que hay guerras justas y guerras injustas, pero que la mayoría de ellas, por desgracia, son absurdas.

¿La guerra que el Estado Islámico ha declarado a Occidente es justa o injusta? ¿La guerra que Francia, y con ella Occidente, ha declarado al Estado Islámico es justa e injusta? La respuesta, a gusto de cada cual. Pero confieso que a mí personalmente eso de poner la otra mejilla cuando nos golpean no acabo de verlo claro.

Más claro que yo, desde luego, lo tiene el filósofo francés Bernard-Henri Lévy (1948), nacido en Argelia, en el seno de una familia judía sefardí, estudiante en la prestigiosa Escuela Normal Superior parisina donde tuvo como profesores a Jacques Derrida y Louis Althusser y corresponsal de guerra. En 1976 se hizo popular como joven fundador de la corriente de los llamados nuevos filósofos franceses (como André Glucksmann y Alain Finkielkraut), muy críticos con los dogmas de la izquierda radical surgida de Mayo del 68. Se convirtió entonces en un filósofo discutido, acusado de «intelectual mediático» y narcisista por sus detractores, y valorado por su compromiso moral en favor de la libertad de pensamiento por sus defensores. Pues bien, este controvertido filósofo escribía ayer en el diario El País un artículo titulado "Guerra, manual de instrucciones", que no tengo empacho alguno en reconocer que comparto. 

Hay que llamar a las cosas por su nombre, dice en él, y tratar al enemigo como tal. La alternativa está clara: si no hay tropas en su terreno tendremos más sangre en el nuestro. Pues bien, aquí está la guerra. Una guerra de un nuevo tipo. Una guerra con y sin fronteras, con y sin Estado; una guerra doblemente nueva porque mezcla el modelo desterritorializado de Al Qaeda con el viejo paradigma territorial que ha recuperado el Estado Islámico (ISIS). Pero una guerra, en cualquier caso. Y ante esta guerra que no deseaban ni Estados Unidos, ni Egipto, ni Líbano, ni Turquía, ni hoy Francia, solo podemos hacernos una pregunta: ¿qué hacer? Cuando nos cae encima una guerra así, ¿cómo responder y ganar?

Primera ley: llamar a las cosas por su nombre, añade. Al pan, pan, y al vino, vino. Y atrevernos a decir esa palabra terrible, guerra, frente a la que lo deseable, lo propio y, en el fondo, lo noble por parte de las democracias, pero también su debilidad, es rechazarla hasta los límites de su comprensión, de sus referencias imaginarias, simbólicas y reales. Y consentir esa contradicción que es la idea de una república moderna obligada a combatir para salvarse. Y pensarlo aún con más tristeza porque varias de las reglas establecidas por los teóricos de la guerra, de Tucídides a Clausewitz, no parecen servir para ese Estado fantoche que lleva la llama más allá en la medida en que sus frentes están desdibujados y sus combatientes tienen la ventaja estratégica de no establecer diferencias entre lo que nosotros llamamos la vida y ellos llaman la muerte.

Segundo principio, sigue diciendo: el enemigo. Quien dice guerra, dice enemigo. Y a ese enemigo no solo hay que tratarlo como tal, es decir (las enseñanzas de Carl Schmitt), verlo como una figura a la que, según la táctica escogida, se puede engañar, hacer dialogar, golpear sin hablar, en ningún caso tolerar, pero sobre todo (enseñanzas de san Agustín, santo Tomás y todos los teóricos de la guerra justa), darle, también a él, su nombre auténtico y preciso. Ese nombre no es terrorismo. Esos hombres que están en contra del placer de vivir y la libertad propia de las grandes metrópolis, esos bastardos que odian el espíritu de las ciudades tanto —dado que son lo mismo— como el espíritu de las leyes, del Derecho y la dulce autonomía de los individuos liberados de antiguas sumisiones, esos incultos a los que habría que replicar, si no les fueran completamente desconocidas, con las bellas palabras de Victor Hugo cuando gritaba, en plenas matanzas de la Comuna, que atacar París es más que atacar Francia porque es destruir el mundo, merecen el nombre de fascistas. Mejor dicho: fascislamistas, añade.

¿Qué más ventajas tiene dar un nombre a las cosas?, se pregunta más adelante. Poner las cosas en su sitio, responde. Recordar que, con este tipo de adversario, la guerra debe ser sin tregua y sin piedad. Y forzar a cada uno, en todas partes, es decir, tanto en el mundo árabe musulmán como en el resto del planeta, a decir por qué lucha, con quién y contra quién. Eso no significa, añade, por supuesto, que el islam tenga afinidad alguna con el mal, como no la tienen otras formaciones discursivas. Y la urgencia de este combate no debe distraernos de esa otra batalla, también esencial, que es la batalla por el otro islam, por el islam de las luces, el islam en el que se reconocen los herederos de Massud, Izetbegovic, el bangladesí Mujibur Rahman, los nacionalistas kurdos o el sultán de Marruecos que tomó la heroica decisión de salvar, enfrentándose a Vichy, a los judíos de su reino.

Oigo gritar a los biempensantes, dice más adelante, que llamar a quienes son buenos ciudadanos a desvincularse de un crimen que no han cometido es suponerlos cómplices y, por tanto, estigmatizarlos. Pero no. Porque ese “no en nuestro nombre” que esperamos de nuestros conciudadanos musulmanes es el de los israelíes que se desvincularon, hace 15 años, de la política de su Gobierno en Cisjordania. Es el de las masas de estadounidenses que en 2003 protestaron contra la absurda guerra de Irak. Es el grito más reciente de todos los británicos, fieles o simples lectores del Corán, que decidieron proclamar que existe otro islam —manso, misericordioso, apasionado de la tolerancia y la paz— que no es ese en cuyo nombre pudieron apuñalar a un militar en plena calle. Es un grito hermoso. Es un bello gesto. Pero, sobre todo, es el gesto sencillo, de justicia, que consiste en aislar al enemigo, separarlo de su retaguardia y hacer que deje de sentirse como pez en el agua en una comunidad para la que, en realidad, es una vergüenza. 

Pienso, sinceramente, que tiene toda la razón. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




Bernard-Henri Lévy




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miércoles, 18 de noviembre de 2015

[Cuentos para la edad adulta] Hoy, "No oyes ladrar los perros", de Juan Rulfo






El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros... Espero que los disfruten. 

Continúo hoy la serie con el cuento titulado "No oyes ladrar los perros", de Juan Rulfo Vizcaíno (1917-1986). Escritor, guionista y fotógrafo mexicano, perteneciente a la generación del 52. Su reputación se asienta en dos libros: "El Llano en llamas" y "Pedro Páramo". Fue uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo xx. En sus obras se presenta una combinación de realidad y fantasía cuya acción se desarrolla en escenarios mexicanos. Sus personajes representan y reflejan el tipismo del lugar con sus grandes problemáticas socio-culturales entretejidas con el mundo fantástico. La obra de Rulfo, y sobre todo "Pedro Páramo", es el parteaguas de la literatura mexicana que marca el fin de la novela revolucionaria, lo que permitió las experimentaciones narrativas, como es el caso de la generación del medio siglo en México o los escritores pertenecientes al boom latinoamericano. Las pocas obras de Juan Rulfo, aunque constan sólo de dos libros, le valió reconocimiento en todo el mundo de habla española, en el que se concretó en premios tan importantes como el Nacional de Letras (1970) y el Príncipe de Asturias de España (1983); fue traducida a numerosos idiomas. En 1953 apareció el primero de ellos, "El llano en llamas", que incluía diecisiete narraciones (algunas de ellas situadas en la mítica Comala), que son verdaderas obras maestras de la producción cuentística. En 1955, sale a la luz "Pedro Páramo", la primera y única novela que escribió Juan Rulfo, el acontecimiento señala el final de un lento proceso que ha ocupado al escritor durante años y que demuestra toda la riqueza y diversidad de su formación literaria. Una formación que ha asimilado deliberadamente las más diversas literaturas extranjeras, desde los modernos autores escandinavos, hasta las producciones rusas o estadounidenses. Entre 1956 y 1958 escribió su segunda novela, "El gallo de oro", que no fue publicada sino hasta 1980.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




Juan Rulfo




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martes, 17 de noviembre de 2015

[Humor & Poesía] Hoy, "Dulce soñar y dulce acongojarme", de Juan Boscán




Juan Boscán

Es muy posible que a algún purista le parezca una blasfemia lo que pretendo hacer durante unas semanas: unir en la misma entrada algunos de los más bellos sonetos de amor y a mis viñetistas cotidianos preferidos. Bien, pues lo siento por los puristas, pero un servidor piensa que hay pocas cosas en la vida más serias que el amor y el humor, así pues, ¿por qué no juntarlos?  Todo ello sin mayores pretensiones, aun reconociendo que meter en el mismo envoltorio un soneto de amor y unas viñetas humorísticas, por muy preñadas que estén de crítica social y realidad cotidiana, puede no resultar una fórmula afortunada. En cualquier caso, espero que sean de su agrado. 

El soneto es una composición poética compuesta por catorce versos de arte mayor, endecasílabos en su forma clásica, que se organizan en cuatro estrofas: dos cuartetos y dos tercetos. En el primer cuarteto suele presentarse el tema de la composición, tema que el segundo cuarteto amplifica. El primer terceto reflexiona sobre la idea central expresada en los cuartetos. El terceto final, el más emotivo, remata con una reflexión grave o con un sentimiento profundo desatado por los versos anteriores. De Sicilia, el soneto pasó a la Italia central, donde fue también cultivado por los poetas del "dolce stil nuovo" (siglo XIII). A través de la influencia de Petrarca, el soneto se extiende al resto de literaturas europeas.

Continúo hoy la serie de sonetos de amor con el titulado "Dulce soñar y dulce congojarme", de Juan Boscán Almogávar (1492-1542). Poeta y traductor español del Renacimiento. Conocido fundamentalmente por haber introducido la lírica italianizante en la poesía en castellano junto con Garcilaso de la Vega. Tradujo al español "El Cortesano" de Baltasar de Castiglione. De familia noble, recibió una excelente formación humanística y sirvió en la Corte de los Reyes Católicos y después en la del emperador Carlos V. Fue preceptor de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, futuro Gran Duque de Alba. En la Corte conoció a otro gran poeta amigo suyo, Diego Hurtado de Mendoza.Viajó a Italia como embajador español. Allí encontró a Garcilaso de la Vega, con quien entabló una gran amistad. Seguramente al aprecio que Boscán sentía por la obra del poeta valenciano Ausiàs March se deben las reminiscencias de éste que hay en algunas de las composiciones del poeta toledano. Boscán, que había cultivado con anterioridad la conceptuosa y cortesana lírica cancioneril, introdujo el verso endecasílabo y las estrofas italianas, así como el poema en endecasílabos blancos y los motivos y estructuras del petrarquismo en la poesía castellana.

Las viñetas que hoy acompañan la entrada son de mis dibujantes habituales: Forges, Gallego y Rey, Idígoras y Pachi, Montecruz, Morgan, Padylla, Ros y El Roto.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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DULCE SOÑAR Y DULCE CONGOJARME



Dulce soñar y dulce congojarme
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que me engañaba
si un poco más duraba el engañarme;

dulce no estar en mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque me importunaba
que alguna vez llegaba a despertarme.

¡Oh sueño, cuánto más leve y sabroso
me fueras si vinieras tan pesado
que asentaras en mí con más reposo!

Durmiendo, en fin, fui bienaventurado;
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.

Juan Boscán.


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VIÑETAS








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lunes, 16 de noviembre de 2015

[De libros y lecturas] Hoy, "Las Benévolas", de Jonathan Littell



Las Euménides


Según la mitología griega las Euménides o Erinias (las Benévolas), también llamadas Furias en la mitología romana, eran personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes. Eran hijas de la sangre derramada por el miembro viril de Urano sobre Gea cuando su hijo Crono lo castró. Su número era indeterminado, aunque Virgilio le pone nombre a tres de ellas: Alecto, la implacable, que castiga los delitos morales; Megera, la celosa, que castiga los delitos de infidelidad; y Tisífone, la vengadora del asesinato, que castiga los delitos de sangre. Se las representa habitualmente como genios femeninos con serpientes enroscadas en sus cabellos, portando látigos y antorchas, y con sangre manando de sus ojos en lugar de lágrimas, con grandes alas de murciélago o de pájaro y cuerpos de perro. También podían personificar el destino de los hombres. 

Las Euménides eran fuerzas primitivas anteriores a los dioses olímpicos que no estaban sometidas a la autoridad de Zeus. Moraban en el Érebo o Tártaro del que solo viajaban a la Tierra para castigar a los criminales vivos. A pesar de su carácter divino los dioses del Olimpo mostraban hacia ellas una profunda repulsión no exenta de temor reverencial y no toleraban su presencia. Por su parte, los mortales las temían pavorosamente y huían de ellas. En cierto sentido, representaban la rectitud de las cosas dentro del orden establecido como protectoras del cosmos frente al caos. 

El 3 de diciembre de 2006 el escritor y Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, publica en el diario El País un elogioso artículo titulado "Los benévolos", en el que reseñaba la primera novela, "Les Bienveillantes", de un joven escritor francés llamado Jonathan Littell, nacido en Nueva York en 1967 y residente en Barcelona, que acababa de ganar con ella el Premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas, y también el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. Ni que decir tiene que leí con sumo interés, como hago con todos los suyos, el artículo de Vargas Llosa.

Diez meses después de ese artículo de Vargas Llosa la editorial barcelona RBA publicaba en español la novela, ahora ya con el título de "Las Benévolas", mucho más ajustado a su original francés que el del artículo citado. Compré el libro nada más ponerse a la venta, exactamente tal día como hoy de 2007. Y como suele ser habitual en mí, tras ojear las primeras páginas, algunas intermedias, y las finales..., lo dejé en la alacena de la biblioteca familiar durmiendo el sueño de los justos. Quizá abrumado por sus 991 páginas de texto apretado, aunque muy legible, y sin apenas puntos y aparte que dejaran un momento para el respiro. Eso fue en 2007, pero hace unas tres semanas decidí asumir de nuevo el reto de su lectura, e incapaz de abandonarla, lo que son las coincidencias, la concluyo el mismo día que la compré pero ocho años después.

Hace unos pocos días escribí en el blog sobre la novela de Littell. Fue en una entrada que hacía referencia al triste aniversario de la "Kristallnacht", el episodio que puso en marcha el inicio del proceso de exterminio de los judíos de Europa por el régimen nazi. Hoy, por su acreditada excelencia, me limito a recomendarles la lectura de "Las Benévolas", reseñando algunas de las cosas que Mario Vargas Llosa decía sobre ella en su artículo.

El lector sale de "Les Bienveillantes", dice nuestro Premio Nobel, la novela de Jonathan Littell que acaba de ganar el Premio Goncourt en Francia y que ha alcanzado en ese país un éxito de público sin precedentes, asfixiado, desmoralizado y a la vez estupefacto por ese viaje a través del horror y la oceánica investigación que lo ha hecho posible. No recuerdo haber leído nunca un libro que documente con tanta minucia y profundidad los pavorosos extremos de crueldad y estupidez a que llegó el nazismo en su afán de exterminar a los judíos y demás "razas inferiores" en su breve pero apocalíptica trayectoria.

En una novela, añade, lo que importa, sobre todo, es lo que hay en ella de agregado a la vida a través de la fantasía. "Les Bienveillantes" es un libro extraordinario por lo que hay en él de cierto y verdadero. Quien la cuenta, sigue escribiendo Mario Vargas Llosa, es un narrador-personaje, Max Aue, que ha conseguido sobrevivir a su pasado nazi y envejece ahora, en la Provenza francesa, bajo un nombre supuesto y convertido en un próspero industrial. No se arrepiente en absoluto de los crímenes indescriptibles de los que fue cómplice y autor -su exitosa carrera dentro del Tercer Reich la hizo como policía y experto en exterminio y campos de concentración, a la sombra del Reichsführer-SS Himmler, y trabajando en equipo con dignatarios como Eichmann o Speer, el ministro favorito de Hitler. Tuvo una infancia traumática, en Francia -su madre era francesa y su padre alemán-, en la que concibió una pasión incestuosa por su hermana gemela, y practica el homosexualismo pasivo a ratos y a escondidas, pero el sexo no ocupa un lugar importante en su vida. Se doctoró en Derecho y es hombre culto, aficionado a la música, las buenas lecturas y las artes -le gustan mucho las óperas de Monteverdi y las pinturas de Vermeer- como, por lo demás, según su testimonio, parecen serlo muchos de sus colegas, en la Gestapo, los Waffen-SS y los cuerpos de seguridad del Partido Nazi en los que él, gracias a su espíritu disciplinado, trabajador y eficiente hace una rápida carrera alcanzando antes de cumplir treinta años los galones de teniente coronel y la máxima condecoración del Ejército alemán, la Cruz de Hierro, por su desempeño en el sitio de Stalingrado.

En los comienzos de su tarea, continúa diciendo Vargas Llosa, nuestro narrador y protagonista asiste en los países ocupados del Este, sobre todo Ucrania y Rusia, a los asesinatos masivos de judíos, gitanos, enfermos mentales y víctimas de cualquier tipo de deformación física: Padece de vómitos nocturnos y ataques de dispepsia, y algunas pesadillas, pero da la impresión de que ello no es un síndrome de rechazo moral sino de un disgusto estético y sensible ante los horrendos olores y feas escenas que producen aquellas degollinas. Pronto se acostumbra y, convencido de que la ideología nazi del "Volk" exige del pueblo ario aquella operación de limpieza étnica masiva, pone en el empeño todo su talento organizador y su imaginación burocrática. Con tan buenos resultados que es promovido hasta tener acceso a todo el enrevesado sistema montado por el régimen para aniquilar al pueblo judío, a los gitanos, a los deformes y degenerados, y para convertir en bestias de carga y esclavos industriales a los prisioneros políticos.

Esta misión, dice más adelante, lleva a nuestro protagonista a recorrer todos los campos de exterminio y a alternar con quienes los dirigen -policías, militares, médicos, antropólogos- en visitas que recuerdan el paso de Dante y Virgilio por los siete círculos del infierno, pero sin poesía. Aunque uno cree saberlo todo ya sobre el vertiginoso salvajismo con que los nazis se encarnizaron en su afán de liquidar a los judíos, la información reunida por Jonathan Littell nos revela que no, que todavía fue peor, que los crímenes, la inhumanidad de los verdugos, alcanzaron cimas más altas de monstruosidad de las que creíamos. Son páginas que quitan el habla, estremecen y desalientan sobre la condición humana. Quienes planeaban estos horrores eran a veces, como el doctor en Derecho Max Aue, gentes que habían leído mucho y sensibles a las artes. Una de las mejores escenas del libro es una recepción de jerarcas nazis en la que Adolf Eichmann aparece ansioso por aplicar a la presente situación alemana la noción kantiana de imperativo categórico, y otra en la que, en una cacería en las afueras de Berlín, la esposa de un general nazi explica la filosofía de Heidegger. 

Estas páginas del libro, dice Vargas Llosa, parecen una ilustración muy gráfica de la famosa frase de George Steiner preguntándose cómo fue posible que el mismo pueblo que produjo a Beethoven y a Kant, engendrara también a Hitler y al Holocausto: porque "las humanidades no humanizan". Así de sencillo y terrible.

¿Cuántos alemanes sabían lo que ocurría en los campos de exterminio?, se pregunta nuestro comentarista. Como revela el personaje central de la novela, es cierto que se guardaban las apariencias y que, por ejemplo, en los informes, reglamentos, órdenes, se utilizaban eufemismos como "saneamiento", "curación" o "limpieza" y que, incluso buen número de las decenas de millares de personas directamente implicadas en hacer funcionar la complicada maquinaria del aniquilamiento de millones de personas, no hablaban de eso sino de manera figurada -salvo en las borracheras- y no querían saber nada más fuera de la parcela que les concernía. Pero lo evidente es que era mucho más difícil no saber lo que ocurría que saberlo, pues, en los extremos de enloquecimiento a que llegó el régimen en su obsesión homicida contra los judíos, a partir de 1943 ésta pasó a ser la primera prioridad del nazismo, antes incluso que ganar la guerra. No se explica de otro modo el esfuerzo gigantesco para montar un sistema de transportes masivos a lo largo y a lo ancho de Europa a fin de alimentar las cámaras de gaseamiento y los hornos crematorios, y los presupuestos crecientes y la asignación de personal y de recursos técnicos, que, contra el parecer de los jerarcas del Ejército alemán, que veían en esto un debilitamiento de su capacidad bélica, llevó a cabo el nazismo, decidido a acabar con los judíos aun a costa de una derrota militar. Todos sabían, aunque no quisieran saberlo.

Tal vez fuera imposible, termina su artículo Vargas Lloca, manipulando materiales tan absolutamente abominables como los que recorren las casi novecientas páginas de este libro escribir una gran novela, como "La guerra y la paz" o "Los demonios". Una novela, sigue diciendo, puede sumergirnos en el barro de la injusticia, de la maldad, de las peores formas de infortunio, pero sin renunciar a alguna forma de la esperanza, de redención. Pero esta novela, como las del marqués de Sade, no nos ofrece ninguna escapatoria, y luego de sumergirnos en la más abyecta manifestación de lo repugnante que puede ser lo humano, nos deja allí, en esos humores deletéreos, condenados para siempre. Por eso, a pesar de ser tan cierto todo aquello que cuenta, hay en "Les Bienveillantes" cierto miasma de irrealidad, algo que tal vez proyectamos en ella los lectores para defendernos, negándonos a ser así, solo seres odiosos y horribles. Porque en las muchas páginas de este libro fuera de lo común no hay un solo personaje, hombre o mujer, que no sea absolutamente despreciable. 

Espero haber suscitado, al menos, su interés por esta inmensa novela de Jonathan Littell. Creo que merece con creces su lectura. A mí me ha resultado, lisa y llanamente, apasionante.


Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArend






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sábado, 14 de noviembre de 2015

[A vuelapluma] Pour la Liberté. Vive la France! ¡No al terror!








Ya se empiezan a oír en las redes sociales comentarios, quiero suponer, de verdad, que sinceros y de buena fe (aunque seguro que los hay también de mala fe y sin respeto alguno por las víctimas) que parecen decir que los muertos en los atentados de París son responsables de sus propias muertes porque sus gobiernos son culpables de no se sabe qué. Que en Occidente no sentimos lo mismo cuando las víctimas no son occidentales. Y eso es una falacia. Lo lamentamos y nos dolemos de ello por igual. Pero nos quedan un poco más lejanos. Y eso es normal y humano. Lo que me suena hipócrita es que me pidan que sienta el mismo dolor por el que conozco que por el ajeno. Todos los muertos por causa del fanatismo merecen el mismo respeto, todos sin excepción. Pero el dolor no puede ser el mismo. Si fuera así, sería imposible vivir. No deberíamos permitir que se haga demagogia con las víctimas del terrorismo, porque eso es terrorismo también.

Lo explicaba muy bien unos días después de los atentados de París el escritor Bernardo Marín en un artículo de El País titulado "El dolor cercano por el país de las libertades". A él les remito. No puedo sino reconocer que coincido plenamente con sus planteamientos.

También  me parecen inobjetables las palabras pronunciadas al respecto por el filósofo francés Bernard-Henri Lévy, en su artículo "La guerra, manual de instrucciones". Hay que llamar a las cosas por su nombre, dice en él, y tratar al enemigo como tal. La alternativa está clara: si no hay tropas en su territorio tendremos más sangre en el nuestro.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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[A vuelapluma] Políticos



Ruinas del ágora ateniense


Como decía al final de mi entrada de ayer, creo que no han cambiado mucho las desde que Karl Popper dijera en su libro "La sociedad abierta y sus enemigos", hace casi setenta años, que "lo más que podemos esperar de los políticos es que causen los menos destrozos posibles". ¿Exagerado?, visto lo que hay, pienso que no.

Político: Del latín "politĭcus", y este del griego "πολιτικός". En la quinta acepción del diccionario de la Real Academia Española, "persona que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado".

Hace un tiempo vi por televisión una película del gran director francés Claude Chabrol. Se titulaba "Le fleur du mal" (2002). La protagonista es una aún joven mujer, esposa de un destacado miembro de la alta burguesía provinciana francesa. Es concejal en el Ayuntamiento de su localidad y se presenta como candidata independiente a la alcaldía del mismo. En un momento de la película, su marido le pregunta por qué ha decidido presentarse si a ella nunca le ha gustado la política; la respuesta de la esposa es: "lo que yo hago, no es política".

Recuerdo también, varios años atrás, volver a casa después de dejar a mi nieto al colegio y oír por la radio las declaraciones de un concejal del ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria anunciar que iba a promover la creación de un "metro" de ocho líneas en la capital de la isla. Y cuando el locutor le pregunta, supongo que con ingenuidad: "¿Con la financiación del Estado, no?", la respuesta es rotunda: "Sí, claro". Sin comentarios. Pero pensé para mis adentros: Este señor ocupa un cargo público pero parece imbécil... Y probablemente lo era; lo de imbécil. 

Un buen amigo y compañero de lides sindicales me recordaba a menudo una frase que, al menos eso decía él, me había oído pronunciar al comienzo de nuestras relaciones: "Al sindicato y a la política se dedican profesionalmente los que no saben ganarse el pan con su trabajo de ninguna otra manera". Es muy posible que sí, que yo la pronunciara; creo que sigo pensando lo mismo hoy día, aunque reconozco que habrá notables excepciones; pocas, desde luego.

Hace un tiempo publicaba en El País el profesor Ramón Vargas-Machuca, catedrático de Filosofía Política y exdiputado socialista durante cuatro legislaturas, un artículo titulado "Decálogo del buen político", cuya lectura les recomiendo por su indudable interés. Decía en él, que al buen político cabe exigirle profesionalidad, talento, información, eficiencia, innovación, decisión, prudencia, astucia, responsabilidad y persuasión. 

Creo que son cualidades necesarias, pero no suficientes, porque a ellas habría que añadirle dos supuestos externos a ellos mismos: primero, una retribución justa, equilibrada y suficiente, establecida con carácter previo por un organismo supervisor e independiente de la Administración Pública, gracias a la cual el ejercicio de la actividad política no le resulte lesivo a sus intereses personales y profesionales; y segundo, una taxativa limitación en el número de mandatos en el ejercicio del cargo, sobre todo en los de carácter ejecutivo. 

La mayoría de las personas piensan de buena fe que los políticos están muy bien pagados. Yo, que no he cobrado nunca de ella, de la política, pienso que no es así. Si estuvieran bien pagados quizá se animarían a dedicarse a la política buenos profesionales civiles ajenos a ella, reticentes a hacer del "servicio público" una forma de vida o de vivir... Haberlos, haylos; como las meigas y las brujas en mi tierra, aunque no crea en ellas.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArend



La Escuela de Atenas (Rafael, 1512)


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viernes, 13 de noviembre de 2015

[Política] ¿Qué queda del sueño de una Europa constitucional?





Tribunal de Justicia de la Unión Europea


A finales del pasado mes de octubre, el duro discurso de Viktor Orbán arrancó enfervorizados aplausos de sus socios del Partido Popular Europeo, reunidos en Madrid. El primer ministro de Hungría rompió el guion de los discursos anodinos y previsibles de los demás líderes conservadores en su intervención ante el plenario del Congreso del PP europeo. Primero, alertando que el reto de la inmigración masiva está ya "desestabilizando el futuro de la familia política" de los conservadores europeos, de varios países y de varios Gobiernos de la Unión. Luego, pidiendo una respuesta clara y firme, con plazos bien determinados, por parte de las instituciones. Acabó precisando algunas cuestiones en las que no está de acuerdo con el acervo común de sus socios políticos, incluso de las resoluciones acordadas durante el cónclave.

Pocos días después, la ONU denunciaba al Gobierno checo por trato degradante a los refugiados; Alemania se planteaba usar aviones militares para expulsar inmigrantes; y Philippe Legrain, ex asesor independiente en temas económicos para la presidencia de la Comisión Europea e investigador superior visitante en el Instituto Europeo de la Escuela de Economía de Londres escribía un artículo en El País titulado "La desintegración de Europa" en el que señalaba que el restablecimiento de fronteras internas es una señal clara de que la UE se caía a pedazos y que la salida del Reino Unido podía trastocar la dinámica de la integración; razón de sobra para arreglarlo antes de que sea demasiado tarde, añadía.

El martes de esta semana el primer ministro británico, David Cameron, hacía públicas las claves del pulso entre el Reino Unido y el resto de la Unión Europea, claves que encuentran el rechazo de la Comisión y de varios de los Estados miembros.

Y un día antes, en un ejercicio de demagogia pseudo-democrática llevada al límite del absurdo, el parlamento de la Comunidad Autónoma de Cataluña, declaraba solemnemente, en un brindis al sol tan característico de esa rancia españolidad que ellos desprecian a boca llena, la independencia de Cataluña de España.

Pero ante tanta desidia, incompetencia y falta de liderazgo en España y Europa, ¿qué cabe hacer? Centrémonos en Europa; supongo que respuestas las hay a decenas (al menos veintiocho), una por cada partido europeo y por cada gobierno estatal. Pero a lo que se ve, todas resultan insuficientes e inaplicables. ¿Y tenemos que conformarnos los ciudadanos, insisto, ante tanta desidia e incompetencia por parte de los líderes de los gobiernos europeos ? 

A mí me ha parecido de enorme interés el artículo publicado recientemente en Revista de Libros por Francisco Rubio Llorente, que fue presidente del Consejo de Estado, vicepresidente del Tribunal Constitucional y director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, con el título de "Constitucionalismo contemporáneo y Constitución Europea", reelaboración en lo esencial de lo escrito por el autor en el Libro-Homenaje al magistrado del Tribunal Constitucional, Luis Ortega, recientemente fallecido.

Dice Rubio Llorente al inicio de su artículo: "Para la mayor parte de los ciudadanos europeos de nuestro tiempo, las finalidades que dan sentido al proceso de integración tienen una naturaleza fundamentalmente económica y es la ciencia económica, no la jurídica, la que ha de guiarlo. Como es bien sabido, no siempre fue así, ni debiera ahora ser así. En los comienzos de este proceso, la economía era instrumento al servicio de una finalidad más alta: evitar nuevas guerras, asegurar la paz en Europa mediante una reestructuración jurídico-política del continente, una «apertura» constitucional de los Estados europeos que diese lugar a un nuevo sistema de relación entre ellos. Por eso ha podido decirse que ese proceso no comenzó en los Tratados de Roma o París, sino mucho antes, en las Constituciones promulgadas tras el final de la guerra en todos los Estados fundadores. Pronto, ya en la década de los sesenta del pasado siglo, esa finalidad última pasó, sin embargo, a segundo plano y la economía dejó de ser instrumento para convertirse en objetivo real del proceso de integración. Las exigencias económicas o, más precisamente, la racionalidad propia de la economía de mercado, habían de primar, en consecuencia, sobre cualesquiera otras. El Derecho seguía siendo imprescindible, pero sólo como forma, como «lengua del poder», y las categorías jurídicas que obstaculizaran o entorpecieran la integración económica habrían de ser abandonadas o reformuladas para acomodarse a ella. Una tarea que sólo los jueces pueden llevar a cabo.

La audaz «constitucionalización» jurisdiccional de los Tratados, continúa diciendo, a partir de sentencias de la del caso Costa versus ENEL, hizo posible el avance de la integración económica, el paso del mercado común al mercado único y de las Comunidades a la Unión, pero a costa de eliminar algunos componentes sustanciales del concepto de Constitución. Los Tratados son «Constitución» porque sus normas son de aplicación directa y prevalecen sobre las estatales, sea cual fuere su rango, no porque emanen del poder constituyente de una inexistente soberanía nacional o porque su validez se apoye en la pretensión de positivizar un Derecho más alto, un "higher law". Esta Constitución «funcional» sólo tiene una legitimidad democrática derivada de la de los Estados, «señores de los Tratados», y son también las Constituciones nacionales las que garantizan los derechos en el seno de las respectivas sociedades. En esa función, la «Constitución» europea puede complementarlas, pero sólo en su propio ámbito de actividad, en el ejercicio de sus competencias, que no son universales, como las de los Estados, sino competencias de atribución al servicio de finalidades específicas. Unas puramente políticas, pero poco apremiantes, como las de asegurar la paz en una Europa que vive bajo la protección militar de los Estados Unidos, o formuladas en términos vagos y remitidas a un futuro más o menos lejano, como la de realizar una unión «cada vez más estrecha», pero de cuyo contenido concreto sólo se conocen con precisión los límites que en ningún caso ha de traspasar, pues «la Unión no es una Federación». Otra, no desprovista de consecuencias políticas, pero de naturaleza económica, que es el objeto directo de los Tratados y requiere la acción inmediata y cotidiana de las instituciones europeas y de los Estados miembros, es la integración de estos en un mercado único con plena libertad de circulación de bienes, capitales, servicios y personas". 

Los especialistas en Derecho Constitucional siempre han dicho que lo más característico del proceso de construcción de la democracia norteamericana ha sido el decisivo papel del Tribunal Supremo en la interpretación de la Constitución. Con todas las limitaciones del caso, que acertadamente señala Rubio Llorente, quizá sea el Tribunal de Justicia de la Unión la última instancia que nos quede a los ciudadanos europeos para conservar la esperanza en una Europa unida y en paz. De lo que realicen nuestros políticos no creo que debamos esperar gran cosa, si acaso, como decía Karl Popper en "La sociedad abierta y sus enemigos", que los destrozos que hagan sean los menores posibles.

Espero que se animen a continuar la lectura de los artículos citados en los enlaces de más arriba. 


Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt


Parlamento de la Unión Europea



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 12 de noviembre de 2015

[Humor & Poesía] Hoy, "Llora Jacob de su Raquel querida", de Miguel de Barrios




La novia judía (Rembrandt, 1666)


Es muy posible que a algún purista le parezca una blasfemia lo que pretendo hacer durante unas semanas: unir en la misma entrada algunos de los más bellos sonetos de amor y a mis viñetistas cotidianos preferidos. Bien, pues lo siento por los puristas, pero un servidor piensa que hay pocas cosas en la vida más serias que el amor y el humor, así pues, ¿por qué no juntarlos?  Todo ello sin mayores pretensiones, aun reconociendo que meter en el mismo envoltorio un soneto de amor y unas viñetas humorísticas, por muy preñadas que estén de crítica social y realidad cotidiana, puede no resultar una fórmula afortunada. En cualquier caso, espero que sean de su agrado. 

El soneto es una composición poética compuesta por catorce versos de arte mayor, endecasílabos en su forma clásica, que se organizan en cuatro estrofas: dos cuartetos y dos tercetos. En el primer cuarteto suele presentarse el tema de la composición, tema que el segundo cuarteto amplifica. El primer terceto reflexiona sobre la idea central expresada en los cuartetos. El terceto final, el más emotivo, remata con una reflexión grave o con un sentimiento profundo desatado por los versos anteriores. De Sicilia, el soneto pasó a la Italia central, donde fue también cultivado por los poetas del "dolce stil nuovo" (siglo XIII). A través de la influencia de Petrarca, el soneto se extiende al resto de literaturas europeas.

Continúo hoy la serie de sonetos de amor con el titulado "Llora Jacob de su Raquel querida", de Miguel de Barrios y Valle o Miguel Daniel Leví de Barrios (1635-1701). Militar, poeta, historiador, dramaturgo y filósofo sefardí. Era hijo de Simón de Barrios (de nombre judío Jacob Levi Caniso), de origen judeoportugués y contador del marqués de Priego, y de Sebastiana del Valle (de nombre judío Sara Valle). Simón de Barrios abandonó Castilla para escapar la persecución de la Inquisición y se dirigió al reino de Portugal, donde residió en Marialva y también cerca del Chalet-Flor; pero, no sintiéndose tampoco seguro allí, marchó a Argelia. Desde Argelia su hijo, Miguel de Barrios, pasó a Italia y luego a Niza, donde residió por algún tiempo. En 1660 cruzó el Atlántico con un grupo de judíos que se estableció en Trinidad y Tobago. Allí murió su joven esposa, tras lo que él volvió a Europa. En Bruselas se alistó en el ejército español en Flandes, donde alcanzó el grado de capitán. En Bruselas escribió su "Flor de Apolo", algunos dramas y el "Coro de las Musas", donde realizaba panegíricos de notables príncipes europeos. Se propuso escribir una obra sobre el Pentateuco en doce partes, pero los rabinos no dieron permiso para imprimirla; en 1672 se trasladó a Ámsterdam, donde residió hasta su muerte. Desde 1674 se dedicó a los negocios, la poesía y la historia en lengua española, en el ambiente de libertad existente en las Provincias Unidas de los Países Bajos. En 1676 fundó una academia literaria, la Academia de los Sitibundos, que tenía entre sus jueces, a uno de los vecinos más ricos de Ámsterdam, Manuel Belmonte, conde palatino residente del rey de España, al doctor Isaac de Rocamora, exdominico, predicador de la emperatriz Mariana de Austria, y a Isaac Gómez de Sosa, poeta imitador de Virgilio. Los aventureros eran Abraham Henriques, Mosseh Rosa, Mosseh Días y Abraham Gómez Silveyra. Miguel de Barrios tenía el cargo de mantenedor de la misma. El lema de la academia era «el alma es fuego del Señor» (Prov., XX, 27). A principios de 1685 es nombrado mantenedor, junto con su hijo Simón de Barrios, Abraham Gutierres, Mosseh Rosa y Manuel de Lara, de otra academia, la Academia de los Floridos, cuyos 38 miembros se recogen en la Relación de los poetas y escritores españoles de la nación judáica amstelodana. Esta nueva academia fue creada por deseo de Manuel Belmonte y constituida por Isaac Nunes; destacando especialmente su secretario José Penso de la Vega y el fiscal Isaac Orobio de Castro. Todos se consagraban a la literatura y representaban lo más selecto de la sociedad judía de Ámsterdam. Miguel de Barrios desarrolló la creencia en la vuelta del Mesías para el Año Nuevo judío de 5435 (cristiano de 1675). Fue enterrado en el cementerio de Amsterdam, al lado de su segunda esposa, Abigail de Pina, hija de Isaac de Pina, con la que se había casado en 1662 y que murió en 1686. Se ha propuesto que el cuadro de Rembrandt La novia judía, de 1668, les representa a ambos.

Las viñetas que acompañan la entrada de hoy son todas del dibujante Ricardo, y se publican en el diario El Mundo.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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LLORA JACOB DE SU RAQUEL QUERIDA

Llora Jacob de su Raquel querida
la hermosura marchita en fin temprano,
que cortó poderosa y fuerte mano
del árbol engañoso de la vida.

Ve la purpúrea rosa convertida
en cárdeno color, en polvo vano,
y la gala del cuerpo más lozano
postrada en tierra, a tierra reducida.

"¡Ay!", dice, "¡Gozo incierto! ¡Gloria vana!
¡Mentido gusto! ¡Estado nunca fijo!
¿Quién fía en tu verdor, vida inconstante?

Pues cuando más robusta y más lozana
un bien que me costó tiempo prolijo
me lo quitó la muerte en un instante."

Miguel de Barrios


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VIÑETAS DE RICARDO 





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