jueves, 14 de diciembre de 2023

De los derechos humanos





 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura para hoy, del poeta Luis García Montero, va de los derechos humanos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Humanos
LUIS GARCÍA MONTERO
11 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Ayer domingo se cumplieron 75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea de las Naciones Unidas un viernes, 10 de diciembre de 1948. Se consideraba entonces que la familia humana tenía derecho a la libertad, la justicia y la paz, y que el desconocimiento de los derechos humanos origina actos de barbarie ultrajantes para la conciencia. Aunque se ha traducido ya a más de 500 idiomas, no son buenos tiempos para la lírica. La celebración del 75º aniversario coincide con la fiesta televisada de sus violaciones y el veto a un alto el fuego.
Estamos muy advertidos de cómo las redes sociales invaden nuestra privacidad y nos convierten en datos manipulables. Lo que quizá se nos escapa es hasta qué punto la corrosión de la privacidad supone el camino directo a la degradación de lo público, el impudor de personajes y de infamias que invaden nuestro mundo. Cuando Maquiavelo justificó la política moderna hablando de razones de Estado, el peso medieval de nuestro Baltasar Gracián argumentó que se trataba de razones de Establo. En el camino de vuelta a la servidumbre, eso es hoy la política internacional, una razón de establo en la que los intereses económicos e identitarios valen más que los derechos humanos.
Con los ojos habituados a Facebook, veo las noticias bajo la óptica de personas a las que quizá conozca. Pues sí, entre las víctimas hay alguna persona conocida, pero abundan las personas que merecían ser respetadas sin distinción de raza, sexo, color o religión. Una declaración universal defiende los derechos de los seres humanos que no conocemos. No son buenos tiempos para las celebraciones. Pero me niego a otra de las dinámicas actuales: el cinismo narcisista del nada tiene arreglo, todos son iguales y sálvese quien pueda. Necesito denunciar a los responsables del mal. Necesito aplaudir a los que siguen creyendo en los Derechos Humanos.



































[ARCHIVO DEL BLOG] El frufrú de las togas. [Publicada el 26/02/2011]













Durante más de 150 años aproximadamente, desde el pronunciamiento de Riego en 1820 hasta el golpe de estado del 23-F en 1981, los españoles -permítaseme la metáfora- hemos vivido bajo el síndrome del perpetuo "ruido de sables" que salía de las salas de banderas de nuestros cuarteles. Hoy, el ejército español es, junto a la Corona, la institución política más y mejor valorada por el conjunto de la sociedad..
¿Tendremos que esperar otros 150 años para que los nietos de nuestros nietos puedan decir lo mismo de la justicia? Parece difícil; casi imposible, diría yo, la consecución de tal "aggiornamento" en el seno de la institución peor valorada, con mucho, de la democracia española. Por culpas ajenas, sin duda, pero también por méritos propios. Un cáncer [v. mi entrada: "El cáncer de la democracia española"] que quizá solo pueda enfrentarse con éxito a una cierta posibilidad de salvación extirpando de raíz todo cuanto tiene de enfermo y podrido.
Sonroja la complacencia mostrada por la cúpula judicial española sobre el funcionamiento de sí misma, si bien es cierto que cada vez son más la voces que desde dentro del propio poder judicial se alzan contra tal estado de cosas. Por citar solo tres ejemplos recientes, a los que remito: "La cara poco humana de la justicia", un reportaje de Pere Ríos en El País del 24 de febrero pasado; el artículo "Un juicio al tribunal supremo", del ex fiscal jefe de la Fiscalía Anticorrupción, Carlos Jiménez Villarejotambién en El País del día anterior; o el blog "Reinventemos la Justicia", de la exjueza Manuela Carmena, cofundadora de Jueces para la Democracia.
Si comencé esta entrada de hoy con la metáfora del ya extinto "ruido de sables" que se oía en las salas de oficiales, permítaseme concluirla  con una onomatopeya que es toda una aspiración: la del "frufrú" de las togas que, al escucharse en las salas de vistas de nuestros tribunales, nos hagan ponernos en pie, respetuosamente, porque ahora sí, estamos ante la personificación de la Justicia. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














miércoles, 13 de diciembre de 2023

De los nuevos reaccionarios

 






Los nuevos reaccionarios
CLARA RAMAS
13 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

“Quien no quiera hablar de capitalismo debe callar también sobre el fascismo”, escribió Horkheimer. Actualizando ese lema, podríamos afirmar que quien no quiera hablar de neoliberalismo, debe callar también sobre los nuevos reaccionarios. Si liberalismo y democracia enlazaron sus destinos en algún momento, no es hoy. Un capitalismo más global que nunca acoge en su seno involuciones políticas y retrocesos de derechos que encogerían el corazón a Locke y Montesquieu.
El rostro de estos nuevos reaccionarios es enigmático. Jueces conservadores derogan el derecho al aborto mientras autodenominados liberales defienden la venta de órganos. Se acusa a la izquierda de antisistema, pero derechistas disfrazados de bisontes asaltan el Capitolio. En España, basta con mirar a Ferraz. Moral tradicional y asalto al orden. Comunitaristas y trolls, cristianos y anarcocapitalistas, supremacistas y conspiranoicos en una misma trinchera.
Los estudiosos contextualizan el auge de estos nuevos reaccionarios en el deterioro de las condiciones de la clase media y trabajadora en la crisis de 2008. Desde que Schumpeter, leyendo a Marx, utilizara el término “destrucción creativa” para referirse a la tendencia intrínseca del capitalismo a revolucionarse, autodestruirse y reinventarse siempre en nuevas formas, hemos tenido ocasión de comprobar también sus efectos políticos. Estos desbordan el análisis tradicional, pues el neoliberalismo ha mezclado en su coctelera de “destrucción creativa” dos ingredientes aparentemente incompatibles y que se enmascaran mutuamente: lo (neo)conservador y lo nihilista, lo (pseudo)tradicional y lo posmoderno.
Neoliberalismo, nos recuerda el estupendo volumen Neoliberalismo mutante, significa mucho más que “libre mercado”. Se trata de un proyecto de gobernanza económica, intelectual y política que produce tanto mercancías como afectos, sensibilidades y normatividades. ¿Cómo se enraízan en él las nuevas fuerzas reaccionarias? Ellas, se argumenta en esta obra, no son las sepultureras del neoliberalismo, sino su progenie mutante: nuevas formas de vida adaptadas a nuevas circunstancias, igual que el fascismo se adaptó al capitalismo industrial.
Ya en tiempos de Thatcher, las recetas neoliberales de desregulación, privatización y libre mercado se aliaron con una exaltación de valores morales tradicionales, como analizó Melinda Cooper en Family Values. Hasta aquí, tenemos una explicación de cómo la moral neoconservadora es funcional al neoliberalismo: relega el trabajo de cuidados al ámbito privado, apuntala la división sexual del trabajo, impone agendas judiciales conservadoras y afianza una identidad masculina en torno a la ética extrema de los mercados financieros.
Pero esta moral tradicional se encabalga hoy (quizás siempre lo hizo) con su aparente opuesto: un nihilismo desatado. Si queremos comprender a Trump y a Milei, nos sugiere Wendy Brown, debemos leer a Nietzsche y a Weber. Ambos diagnosticaron, con matices diferentes, una “desvalorización de los valores”: Dios ha muerto y los valores supremos pierden su valor. Esto, añade Brown, no significa que los valores hayan desaparecido; lo que ha desaparecido es su carácter incuestionable. Hoy, los valores están más presentes que nunca, pero en disputa. Son armas arrojadizas. Todo se convierte en objeto de lucha política e identitaria: cómo vestimos, qué comemos, cómo viajamos, cómo nos emparejamos. Frente al diagnóstico de los reaccionarios, que confunden el efecto con la causa, debemos afirmar que emprender, siquiera verbalizar, una “guerra por los valores” significa que los valores estaban ya en crisis. Los nihilistas se disfrazan de conservadores, pero si hay que defender la nación, la religión o la masculinidad es porque ni la nación, ni la religión ni la masculinidad van ya de suyo. Las “guerras culturales”, la polarización, la ausencia de una normatividad compartida, el conflicto social, la hiperpolitización, no son causas, sino efectos del nihilismo.
Solo esta categoría nos permite comprender el carácter híbrido, crepuscular, de estos fenómenos que surgen en nuestro “interregno”, a decir de Gramsci. Desvalorización de valores significa también que los que fueron históricamente dominantes pierden su privilegio. Ello genera un resentimiento del que se nutre la nueva reacción. Pues lo propio del poder es creerse con derecho a ejercerlo. Cuando este se cuestiona, lo que se lesiona es la certeza de merecer el poder. Nace así un particular tipo de agravio por el que los poderosos pueden sentirse más víctimas que los dominados: el agravio del destronado. Es este agravio el que encontramos hoy en los estallidos de rabia misógina de la masculinidad herida. Pero no nos confundamos: no solo los John Wayne, sino hasta los últimos de la fila, los perdedores en la jerarquía masculina tradicional, se sienten agraviados. En su sufrimiento bulle el resentimiento narcisista y el rencor. La máscara es la furia nihilista, pero subyace una fiera creencia en el derecho al privilegio.
La pérdida y el desarraigo producen, por último, el espejismo de una mítica edad dorada en la que se poseía todo lo que ahora se siente perdido. Nace la tentación de volver atrás, de vivir como vivían nuestros padres, sin reparar en que no se puede recuperar el tiempo perdido, en el que éramos felices precisamente porque lo hemos perdido.
La izquierda habrá claudicado de antemano si renuncia a comprender este rostro jánico de la nueva reacción. Debemos recuperar el talento para descifrar máscaras. Clara Ramas San Miguel es filósofa. 














De Zara y la inoportunidad del pasado

 






Qué inoportuno, el pasado
MANUEL JABOIS
13 DIC 2023 - El País -harendt.blogspot.com

Hace unos días, Zara publicó las imágenes de una campaña en las que se veían las habituales postales inverosímiles de una modelo (sigan en redes la cuenta Modelos con Ciática @MCiática) mostrando una colección nueva de la firma. La sesión fue realizada en septiembre en el estudio de un escultor, por lo que se pueden ver materiales de embalaje, maderas, ayudantes con petos y demás: lo que viene siendo un taller. En ese escenario, elegido como homenaje a la sastrería antigua, se ve a la modelo posando, por ejemplo, con un objeto largo envuelto en papel blanco al hombro que podía tratarse desde un perchero a una balda; lo que sería raro pensar es que la modelo sostiene el cadáver de un palestino. Pero se ha pensado.
Un mes después de esa sesión, el 7 de octubre, los terroristas de Hamás atacaron Israel e Israel atacó (sigue atacando) Gaza. Las imágenes de la campaña de Zara recién publicadas tenían ya para mucha gente un significado distinto (burlas a los entierros palestinos, imágenes parodiando las ruinas de sus ciudades convertidas en escombros, frivolidad, provocación) que el que hubieran tenido en otro contexto. La pregunta es: ¿qué contexto? O, ¿hasta dónde llega el contexto? Hay otra aún más inquietante: ¿qué ha pasado en el mundo para que mucha gente se crea que una empresa cree buena idea vender sus prendas imitando entierros de víctimas de crímenes de guerra?
El debate es impresionante por muchas razones, entre ellas esta: ante la amenaza de boicot de los internautas, Inditex ha pedido disculpas “por el malentendido” y retirado las fotos. Lo ha hecho sabiendo que no es culpable. No es nuevo. En España, Movistar+ pidió perdón porque fue víctima de un bulo. Un colaborador de La Resistencia hizo una broma sobre colegios y modelos educativos; días después una niña murió atropellada en la puerta de un colegio y empezó a circular rápidamente, Vox mediante, un montaje que situaba el gag realizado a propósito de esa muerte. Movistar+ lamentó “profundamente” el tratamiento “de un asunto que ha herido extraordinariamente la sensibilidad de numerosas personas”. Y mostró “su pesar”. Esto, la víctima del bulo. Cuanto más grande es la compañía, con más celeridad se ofrecen disculpas que no se tienen que pedir; en el caso de Zara, seguramente porque el gasto de la campaña es irrelevante si se compara con un boicoteo en sus tiendas árabes. Da igual la verdad: si la mentira amenaza con funcionar, no nos defendemos, nos retiramos.
Hace años, en Colombia, un escritor alabó con entusiasmo a otro que, antes de la emisión de la entrevista, fue acusado por varias mujeres de ser víctimas suyas de abusos sexuales. Tanto el medio de comunicación como el autor coincidieron en eliminar ese pasaje: una vez conocidas y detalladas las acusaciones, el entusiasmo del escritor podría interpretarse como un respaldo a su figura. ¿Imaginan el titular con sus elogios dos días después de las denuncias?
En los grises está lo interesante. Y el futuro a menudo condiciona el pasado, inculpando o exculpando, sin razón o con ella; mueve el marco de manera estrepitosa. ¿Hasta qué punto nuestras acciones pueden ser juzgadas en base a aquello que no conocemos, pero conoceremos? ¿Por qué es responsable Zara no solo de algo que no sabía, sino de que eso que no sabía iba a interpretarse así? ¡Qué inoportuno, el pasado! El formidable poder del condicional: en asuntos de piel de la opinión pública, si existe la posibilidad, es como si hubiese existido ya. Manuel Jabois es escritor.











De los bulos sobre el Prado

 







El Prado no se dispersa, pero los bulos sí
SERGIO DEL MOLINO
13 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Uno de estos días venideros de reuniones familiares puede que algún primo, hermano, tío o cuñado (pobres cuñados, convertidos en sinónimo de patanes) salte con la murga de que desguazan el Prado. Como en el 36, cuando se lo llevaron a Suiza. Dirán que el nuevo ministro de Cultura planea repartir sus tesoros entre sus secuaces separatistas, y aportarán como pruebas las declaraciones del consejero de Cultura de Madrid en las que llamó a rebato de los patriotas, como en el 2 de mayo, para evitar el expolio, o alguna de las muchas columnas y opiniones que claman contra esta nueva afrenta a la nación.
Si tal cosa sucediera, tiene a su disposición material sobrado para refutarlo. Puede responderle que el ministro Urtasun se refería a los fondos que ya están prestados a museos e instituciones de toda España. También puede demostrarle que el Prado tiene piezas diseminadas desde sus orígenes mismos, que esa dispersión está en la naturaleza misma de la colección y que no afecta a los cuadros expuestos en el museo de Madrid. Incluso puede regalarle el estupendo libro de Mercedes Orihuela El Prado disperso, donde se estudian esos fondos (la mayoría de ellos, por cierto, en la Comunidad de Madrid: no se han dispersado muy lejos).
Puede hacer todo eso, dependiendo de su paciencia y ganas de discutir, pero yo le recomendaría dejarlo estar, pues no va a apear a su pariente del burro. En España hay un grupo de ciudadanos —no todos ellos iletrados o hooligans— que ha decidido creer con furor cualquier chorrada que confirme su creencia política. Bien saben los expertos en propaganda y en religión que los argumentos y los datos no pueden nada contra la fe, y los propagandistas cuentan con esa ventaja. Cuando braman que el nuevo ministro quiere desguazar el Prado, están apelando a los mismos instintos populares que llevaron a los majos y a las majas a echar mano del trabuco contra los franceses. Saben también que hay mucha gente que nunca perdería una tarde viendo Las meninas, pero mataría por ellas si las intuyera en peligro. Papa Boule, el maquinista de la resistencia francesa de la película El tren, se sacrificó para salvar una colección de arte que se llevaban los nazis, pese a que no sabía nada de Picasso o de Renoir.
A diferencia de los cuadros, los bulos se dispersan como relámpagos y llegan hasta la última aldea. Por eso, quien los echa a volar no tiene perdón, pues sabe de sobra lo mucho que emponzoñan sus mentiras. Sergio del Molino es escritor.










 


De Tolstoy, antisemitismo y Oriente Próximo

 






Tolstói en Oriente Próximo
BERTA ARES
12 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Cultivar el conocimiento de lo complejo de forma entretenida (”¿Quieres comprender la guerra en Oriente Próximo?, ¡mira estas series!, o ¡mira estos videos!”) y dejar que el argumento crítico lo elabore el algoritmo o el contenido en redes da frutos preocupantes, especialmente porque vivimos insertos en una madeja de identidades culturales, políticas y religiosas más enredada que nunca. Sin embargo, mostramos negligencia y vehemencia para desenvolvernos en la maraña.
No es difícil comprender que “judío” e “israelí” no es lo mismo, que alguien puede sentirse judío a partir de una identidad religiosa (”judaísmo”) o de una identidad cultural que procede del entorno familiar (”judeidad”), que dentro y fuera de Israel hay judíos creyentes y ateos en abundancia, y que muchos tienen o más bien tenían hasta el 7 de octubre esta dimensión de su identidad como algo íntimo y familiar.
Los judíos de nacionalidad española, francesa, polaca, china, norteamericana, argentina, ucrania, brasileña, venezolana, marroquí, sudafricana, etc., ni son israelíes ni tienen por qué aplaudir las políticas de Israel. Por cierto, son muchos los israelíes críticos con las políticas del actual Gobierno. Y desde luego, todos pueden sufrir y sentir compasión por las víctimas de la guerra, sin bandos y a pesar de las barbaridades que escuchan, como que “lástima que Hitler no llegó hasta el final”.
Una parte de los judíos no son afines al sionismo ni al hecho de que exista una Ley de Retorno que favorece su acogida en Israel. Esto puede generar sentimientos contradictorios, pues probablemente tienen familia o amistades víctimas o supervivientes de atentados que han buscado amparo en el país. Por ejemplo, supervivientes del atentado de la AMIA en Argentina, aún sin resolver. No todo es Shoah.
En el seno de la sociedad israelí hubo también una voluntad post sionista, ideada a mediados de los años noventa del siglo pasado, cuando la paz parecía posible y se hablaba de derivar hacia un Estado laico que dejara de ser hogar para todos los judíos. El escritor Abraham B. Yehoshua defendió esta corriente histórico-ética formada por intelectuales de orientación radical de izquierda. Algo que olvidan no pocas personas de la izquierda europea que, desde el confort de sus hogares, apoyan la consigna “Del río al mar”, de dudosa interpretación.
Los atentados del 7 de octubre, además de una barbarie terrorista contra todo el país, representan un ataque brutal contra el kibutz, único lugar en el que todavía quedaba una pizca de un ya moribundo idealismo comunitario nacido en Europa.
Los kibutz, que nada tienen que ver con los asentamientos de colonos organizados por diferentes gobiernos del moderno Israel, surgen del anhelo de judíos orientales europeos durante los siglos diecinueve y veinte por una vida comunitaria en el cuidado y la crianza del campo. No necesariamente fueron movimientos nacionalistas. Este anhelo no procedía de escuchar las arengas del periodista Theodor Herzl, muy alejado del interés agrícola, sino de leer a León Tolstói, valedor del campo y los campesinos, la solidaridad, la humildad, el pacifismo y la compasión tan poco en boga hoy.
Tolstói (no fue su intención) dejó una huella profunda en el pensamiento anarquista y socialista judeoriental europeo que sentó las bases del kibutz en la región palestina; donde ya convivían, desde hacía siglos, judíos, cristianos y musulmanes, en diferente número. La región llevaba siglos bajo dominio imperial otomano cuando se establecieron, y crecieron bajo el colonial británico de entreguerras.
Por cierto, no pocos de los que abrazaron los ideales de Tolstói y levantaron los kibutz, también lucharon en las filas de la CNT-FAI en España. No deseaban un Estado propio o dividido, sino la convivencia entre comunidades. Intereses geoestratégicos (no sólo sionistas) lo impidieron. La madeja se fue enredando.
Hoy, tras los atentados y la ola de antisemitismo visible como consecuencia de la reacción política del Estado de Israel, el despertar a la identidad judía de muchos ciudadanos del mundo es indicador de que atravesamos tiempos funestos. Por no hablar del estado de complejidad y fragilidad en el que se encuentran los árabes israelíes, o la vida de los refugiados palestinos bajo las bombas, cuya situación es la más trágica.
La posibilidad democrática de que Israel evolucione hacia un Estado que no aspire a ser hogar nacional de todos los judíos parece de imposible realización mientras haya antisemitismo, sin embargo este no cesa de aumentar. Asimismo, pensar que el antisemitismo viene solo de las acciones del Estado de Israel es no conocer al enemigo que llevamos dentro.
En un momento de encrucijada política como es el actual, el hecho de que cambiemos el entretenimiento fácil por un contenido que oriente nuestro sentido crítico puede ser decisivo. En Cuánta tierra necesita un hombre León Tolstói plantea una importante metáfora para pensar los límites y las consecuencias de nuestras acciones. Un cuento que nos interpela a todos, ahora más que nunca, porque, vaya usted a saber a qué altura está ahora mismo el sol. Berta Ares es investigadora cultural.













Del azar

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura para hoy, del periodista José Luis Sastre, va del azar. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







El azar
JOSÉ LUIS SASTRE
06 DIC 2023 - El Pais - harendt.blogspot.com

Por muchos años, y aun ahora, la idea de la libertad provocó interminables debates entre filósofos acerca de si podemos ser libres del todo o estaremos siempre sujetos a las más variadas servidumbres. Para empezar, las que son propias de la condición humana. Luego llegaron otras discusiones, interesadas y de vuelo corto, que trataron de pervertir el término, aunque a algunas palabras les pasa que nunca perderán del todo el alcance de lo que significan. Ocurre con la libertad, que quizá se deje a ratos malear entre eslóganes fugaces pero que, al cabo, recobrará su forma original en la que nadie comprenderá del todo el trasfondo de su sentido. Con ella, por la que se han batido generaciones enteras en nombre de un ideal, arrastramos el dilema de si existe de verdad o si cualquiera, hasta el más poderoso, tiene limitado su poder. O sea, su capacidad de decisión.
A la libertad se la asocia en los libros con los sistemas políticos, que la promueven o la coartan; con los sistemas económicos y sociales y, en fin, con la vida en general. Pero lo cierto es que nunca decidimos nosotros del todo: que hasta los que más deciden no pueden decidirlo todo. Lo cierto es que la libertad guarda con el azar una relación estrecha que se menciona poco, que determina si nacemos en un lugar o en otro, si la ciudad que habitamos está entre las que recibe un ataque terrorista o un bombardeo o una invasión o una catástrofe de otra ralea.
La verdad más sencilla es la más obvia: que somos aquello que hemos decidido y a lo que hemos renunciado, pero no solo. Somos el resultado de aquello que quisimos ser y por lo que nos obstinamos, pero no solo. Somos también, y de manera irremediable, el fruto de una suerte que nadie resuelve y que nos ha puesto en esta parte del mundo, en la que podemos escoger lo que miramos y lo que dejamos de mirar. Otros carecen de esa libertad, porque eso que nosotros ignoramos es su mundo. Donde crecieron y de donde no pueden salir. Hay solo una diferencia fundamental entre nuestros hijos y los hijos que ahora mismo, a no tantos kilómetros, entierran a sus hermanos y a sus padres cubiertos de frío y de espanto: el lugar donde nacieron.
En torno a la libertad perviven encendidos debates teóricos que tienen que ver con las pocas manos que controlan el mundo y que manejan el mercado de los datos, que predicen nuestros impulsos e incluso los suplantan con la inteligencia artificial. De la libertad se habla cuando se documenta cómo mueren las democracias ante la emergencia de un poder tan nuevo que George Orwell ya lo describió hace décadas en sus novelas. En cambio, se habla apenas de las vueltas inesperadas de la historia y del azar, del que tantas veces depende que seamos los protagonistas o los espectadores de un telediario. Esa fragilidad tan caprichosa y tan ajena a nuestras manos, que nos da la dimensión exacta de lo que somos, determinará nuestra fortuna o nuestra desgracia, por muy sólida que sea la escala de valores en que creamos vivir.
































[ARCHIVO DEL BLOG] Limpieza de sangre: La herencia maldita de Castilla. [Publicada el 06/02/2011]











No es frecuente. Sin embargo, en ocasiones un libro nos obliga a replantear muy a fondo formas de entender aspectos del pasado que parecían bien explicados en sus líneas generales. Este es el caso de una reciente contribución de María Elena Martínez, profesora de la University of Southern California, un estudio fundamental acerca de las consecuencias que la exportación de los estatutos de limpieza de sangre tuvo en la formación histórica de las sociedades coloniales en la América española. La autora cuenta divertida cómo, en su primer viaje para investigar en los archivos españoles, los historiadores del lugar le mostraron su extrañeza por el tema que quería estudiar. A su buen entender, la elección carecía por completo de sentido, puesto que aquel instrumento de depuración de un catolicismo histérico no había sido exportado a los dominios de la monarquía al otro lado del océano. Los venerables legajos del Archivo de Indias, sin embargo, demostraban lo contrario con generosidad. El libro que comentamos es el resultado de aquella empresa de restituir la dimensión real a una cuestión que sólo desde la ignorancia puede ser considerada como incidental.
Es cierto, no es frecuente que la lectura de un solo párrafo desencadene en mí tal cantidad de sensaciones contrapuestas, pero así ha sido. Me ha costado mucho esfuerzo escribir esta entrada sobre esa herencia maldita de Castilla, la "limpieza de sangre", que sus conquistadores, sacerdotes, misioneros y colonizadores llevaron desde la península a tierras americanas después de ensayarla y hacerla fructificar, desgraciadamente, en la España europea.  Como descendiente de conversos que soy, esta entrada no puede ser entendida en sus justos términos sin una remisión obligada a dos anteriores mías publicadas en el blog bajo los títulos de "La Noche de los Cristales" y "Genética española", que pueden leerse en los enlaces reseñados. A ellas me remito. 
El párrafo en cuestión corresponde a las primeras líneas del artículo titulado "Una herencia que nadie reclama", escrito por el profesor Josep M. Fradera, catedrático de Historia Contemporánea e investigador ICREA en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, y que es una recensión crítica del libro "Genealogical fictions. Limpieza de sangre, religion, and gender in colonial Mexico" (Stanford University Press, Stanford, CA., 2010) de la profesora de la University of Southern California, María Elena Martínez. Lo publica en abierto Revista de Libros, en su número de febrero de este año, y pueden acceder al contenido del mismo en el enlace que he puesto más arriba.
En todo caso, como comentó el insigne historiador y filólogo español Américo Castro, el concepto de "limpieza de sangre" no fue un invento español, ni siquiera castellano o cristiano, sino judío, y por las razones de autodefensa que más adelante expone. Pero fueron esencialmente los castellanos quienes lo desarrollaron a lo largo de la edad media y lo condujeron a su plenitud en los siglos posteriores. Su paroxismo, sin embargo, llegaría en pleno siglo XX, bien es cierto que con otras connotaciones, de las manos del régimen nacional-socialista alemán. Dice Castro en su libro "España en su historia. Cristianos, moros y judíos" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1988): "No se encuentra en los cristianos medievales la inquietud por lo que después se llamaría limpieza de sangre. [.../...] Quienes realmente sentían el escrúpulo de la limpieza de sangre eran los judíos. [.../...] El judío minoritario vivió a la defensiva frente al cristiano dominador, que lo incitaba o forzaba a conversiones en las que se desvanecía la personalidad de su casta. De ahí su exclusivismo religioso, que el cristiano no sentía antes del siglo XV, si bien már tarde llegó a convertirse en una obsesión colectiva. [.../...] Para el cristiano medieval no fue problema de primera magnitud mantener incontaminadas su fe y su raza, sino vencer al moro y utilizar al judío." (págs. 519/520). "La limpieza de sangre fue réplica de una cristiandad judaizada al hermetismo racial del hebreo" (pág. 524). 
Antes de dejarles con la interesantísima lectura del artículo del profesor Fradera, una última digresión muy personal que tiene que ver con la anécdota sobre la extrañeza de los historiadores españoles ante el interés de la profesora Martínez por investigar un tema que a ellos les resultaba tan ajeno. Cuando terminé mis estudios de licenciatura en Geografía e Historia en la UNED, me planteé realizar mi tesis doctoral sobre las repercusiones que las noticias sobre los sucesos que dieron origen a las primeras luchas por su independencia de las repúblicas hispanoamericanas habían tenido en las islas Canarias. No podía creerme en aquel entonces, y sigo sin creérmelo ahora, que en Canarias, escala obligada de los navíos españoles en su travesía del Atlántico, y cuya población había contribuido tan generosamente a la colonización de los nuevos territorios, no se recibieran y percibieran con un cierto grado de expectación y excitación tales sucesos y echara germen la idea de independencia del archipiélago, al menos en la parte más "ilustrada" de su población -me remito al respecto a lo que pensaban los diputados peninsulares de las Cortes de Cádiz (1810-1812) sobre tal proceso en mi entrada de abril del pasado año titulada "La independencia de América"-. 
Para mi estupor y sorpresa, cuando le trasladé mi pretensión a un ilustre historiador y catedrático grancanario, pidiéndole que aceptara la dirección de la tesis, su respuesta fue que me olvidara del tema, que la burguesía ilustrada canaria, evidentemente la única capaz de haber acometido tal empresa, "nunca jamás" había sentido ni tenido tal pretensión y había sido "siempre fiel" a la corona española. Desgraciadamente para mí, no tuve los arrestos que tuvo la profesora María Elena Martínez para persistir en su empeño investigador. Y ahí se quedó el intento. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt 













martes, 12 de diciembre de 2023

Del feminismo de la igualdad

 






Sobre Amelia Valcárcel
CLARA SERRA
12 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Este artículo forma parte del número de diciembre de la revista TintaLibre, disponible en quioscos y para sus suscriptores. A finales de los años ochenta la filósofa Celia Amorós puso en marcha en la Universidad Complutense de Madrid un seminario que llevaba por título Feminismo e Ilustración y que tendría importantes consecuencias de cara a la emergencia de un feminismo propiamente español. Se trató de empezar a poner las piezas de una teoría feminista bien armada que estuviera en condiciones de intervenir en los debates académicos del momento y de confrontar algunas de las perspectivas feministas que se abrían paso en el contexto europeo. Vigente desde 1987 hasta 1994, este seminario permanente se convertiría en una de las primeras rendijas por la que esa cosa llamada “feminismo” irrumpiría en una academia española postfranquista que vivía completamente de espaldas a lo que las mujeres tenían que plantear no solo en el terreno social y político sino también en el ámbito del pensamiento científico. Por él pasaron Ana de Miguel, Rosa Cobo, Alicia H Puleo, María Luisa Femenías, Concha Roldán y otras muchas importantes feministas que, tras formarse con Amorós, recogerían su testigo y seguirían su ejemplo para mantener viva lo que, sin lugar a dudas, ha sido una escuela de pensamiento. Para las feministas de las siguientes generaciones, las que nos instruimos leyendo los libros que ellas escribían y nos formamos asistiendo a las clases que ellas impartían, el “feminismo de la igualdad” supuso nada menos que la puerta de entrada al feminismo. Muchas cosas han pasado desde el comienzo de aquel seminario en el que Celia Amorós nos animó a disputar las teorías de Platón, Descartes o Rousseau y a apropiarnos de las ideas de la historia del pensamiento incluso contra sus propios autores. La historia reciente del feminismo en nuestro país no se entendería sin hacernos cargo de la hegemonía que ha tenido una corriente de pensamiento que ha ocupado durante décadas posiciones clave en la universidad española, que, a través del mundo editorial, ha exportado muchas ideas al contexto latinoamericano y que, desde los alrededores intelectuales del Partido Socialista, ha llegado a alcanzar una importante influencia política e institucional.
Si hay una figura especialmente paradigmática de este feminismo es Amelia Valcárcel, la más importante de las discípulas de Celia Amorós. Doctorada en 1982, el mismo año en el que Felipe González gana sus primeras elecciones generales, Valcárcel es una filósofa y una académica. Pero ha sido también consejera de Educación, Cultura, Deportes y Juventud en el Gobierno asturiano a principios de los años noventa, como ha sido consejera de Estado durante más de 20 años. Representa, mejor aún que su mentora intelectual, el estatuto tanto teórico como político de un feminismo que, durante décadas, gobernó no solo en el naciente ámbito de los “estudios de género” que hoy pueblan las universidades sino que ha influido en los gobiernos y en las leyes.
El trabajo teórico de Valcárcel tiene como uno de sus principales rasgos distintivos la crítica al esencialismo. Continúa así con la tarea emprendida por Celia Amorós de poner en cuestión toda identidad fuerte de “las mujeres”. Lo que Amorós revindica, frente a esa identidad genérica en la que siempre el patriarcado nos inscribe —y que nos vuelve seriales, indiferenciables e indiscernibles— es nuestro derecho a la individuación. Adquirir el estatuto de sujetos para las mujeres pasa por conquistar nuestro derecho a la diferencia, entendida ésta como una diferencia no con respecto a los hombres sino con respecto nosotras mismas. Es precisamente este espíritu anti esencialista lo que llevó al feminismo de la igualdad a constituirse en contraposición a unos feminismos de la diferencia, muy presentes tanto en el contexto francés como en Italia. Amorós desconfió siempre de que la noción de lo femenino —propia de los feminismos en diálogo con el psicoanálisis— abriera caminos emancipatorios y discutió con vehemencia los feminismos italianos que hacían de una especificidad femenina vinculada al cuerpo y a lo biológico la condición de partida sobre la cual edificar un proyecto político feminista. A su juicio los feminismos empeñados en identificar a las mujeres como sujeto político a partir de la diferencia sexual acababan restaurando el biologicismo, idealizando la maternidad, la relación de las mujeres con la naturaleza o los famosos cuidados femeninos. Consideró que el feminismo y la posmodernidad implicaban una liaison dangereuse y que en esa promesa de superar la Modernidad y esa reivindicación de la diferencia como algo ahora deseable, se hacía de la necesidad virtud vendiéndonos como rebeldía femenina lo que sigue siendo nuestra vieja exclusión del orden político y social.
Este espíritu antiesencialista adquiere en manos de Valcárcel expresiones y desarrollos propios, como lo es su brillante reivindicación del derecho al mal de las mujeres. Suponer una superioridad moral femenina, afirmar que las mujeres son buenas o que son mejores que los hombres —digamos, por ejemplo más pacíficas o más cuidadosas, menos competitivas o violentas, más solidarias o generosas— puede ser el modo de encubrir lo que más bien es la viejísima prescripción de excelencia moral que una sociedad patriarcal siempre les ha hecho a las mujeres. Valcárcel afirmará que, lejos de ello, el feminismo tiene que impugnar todo deber de las mujeres de demostrar que son buenas para poder acceder a sus derechos y libertades y, por lo tanto, que defender la igualdad pasa también por defender el derecho a la mediocridad, al error y a la maldad de las mujeres.
Si algo me parece evidente es que esta vacuna crítica contra el esencialismo era tan necesaria entonces como sigue siendo necesaria hoy. Cuando la propia izquierda defiende el acceso de las mujeres a cargos políticos y listas electorales prometiendo así una política buena, me parece que el discurso feminista más radical es aquel que recuerda que, incluso pudiendo ser malas, al menos tan malas como los hombres, tenemos derecho al poder en igualdad de condiciones que los hombres. Cuando los discursos sobre la sexualidad defienden en derecho de las mujeres al deseo y parecen hacen descansar en ello la promesa de un sexo bueno, quizás convenga recordar que no tenemos derecho al sexo (al menos el mismo derecho que los hombres) solo bajo la condición de tener deseos bellos y buenos.
Para quienes nos incorporamos al feminismo a través de los libros de Amorós y de Valcárcel la actual deriva del feminismo de la igualdad, al menos la de una buena parte de sus representantes, no deja de tener algo de destino trágico. Si en un tiempo fue justamente ese feminismo el que nos armó de herramientas críticas para desconfiar del esencialismo con el que siempre se envuelve el concepto de “la mujer”, si fue justamente ese feminismo el que nos previno de todo recurso a la biología, hoy parece no quedar mucho de todo eso. En La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias la propia Celia Amorós le reconocía a Butler su acierto en la constatación de que “la categoría “mujeres” plantea sin duda problemas” y que “ello debería llevarnos a asumir el carácter siempre revisable de la definición de la categoría y su problematicidad”[1]. Es decir, más vale que el feminismo nunca crea tener completamente claro lo que es “ser una mujer”. Hoy, quienes nos advirtieron contra las definiciones fuertes, en un extraño reencuentro feliz con el biologicismo, asisten a manifestaciones con carteles que rezan “las mujeres gestan” o “las mujeres menstrúan”.
Una de las grandes apuestas filosóficas del feminismo ilustrado de la igualdad fue rescatar para el feminismo algunas de las filosofías dualistas que peor prensa tenían en el pensamiento contemporáneo de los noventa. Contra todo pronóstico, Amorós reivindicará las potencialidades feministas de la filosofía cartesiana o kantiana y afirmará que es precisamente la separación del alma y del cuerpo lo que abre la puerta a la irrelevancia del sexo biológico y, por lo tanto, al combate de las mujeres contra un orden social edificado sobre esa diferencia. Sin duda tiene mucho de trágico ver cómo hoy quienes nos alertaron contra el peligro que supone deducir del cuerpo una manera de estar en el mundo agitan discursos del pánico contra las mujeres trans y sostienen que permitir entrar en nuestros baños a personas con pene supone un evidente peligro sexual para nosotras. Una diferencia sexual que en otro tiempo fue sometida a sospecha es ahora recuperada, resignificada, fortificada en su versión más biologicista y determinista e investida como condición sine qua non de la autenticidad y la viabilidad política del feminismo.
En el verano de 2019 Amelia Valcárcel, fundadora de la Escuela Feminista Rosario Acuña, reunió como anfitriona a las principales voces del feminismo de la igualdad para poner en común una preocupación. Los marcos teóricos de la teoría queer, la agenda del movimiento trans y la demanda del cambio de sexo registral fuera del marco de la enfermedad mental supondrían un peligro para el feminismo. Por primera vez de forma clara se expresó allí la acusación que este feminismo lanza no sólo contra lo que llaman el “generismo queer” sino contra la existencia de misma de las personas trans: su identificación con un modo masculino o femenino de habitar el mundo reificaría el sexismo y su reclamación de que esta adscripción de género sea validada y reconocida por la ley trabajaría contra la agenda del feminismo y su horizonte de abolir el género.
En efecto, es cierto que todas las feministas aspiramos a abolir el género, tan cierto como que, en el mientras tanto, todas nosotras los habitamos y lo reproducimos. También Amelia Valcárcel se viste cada día de mujer por mucho que lleve tacones de tres y no de 20 centímetros. Por supuesto, tendremos que combatir la obligación de llevar tacones o de ser madres o de llevar velo o ser femeninas pero eso es muy distinto que combatir a las mujeres que se ponen tacones o son madres o a quienes se ponen un velo o son femeninas. Se trata de no confundir al enemigo y, por tanto, de combatir una estructura social y no a los sujetos de esa estructura. Si ser mujeres es un obstáculo para tener determinados derechos también lo es en el mundo que hoy existe no encarnar claramente un género, o no como la sociedad lo espera, lo que para algunas personas puede suponer un lugar inhóspito e inhabitable. Quienes reivindican poder ser hombres o mujeres en un mundo donde todos lo somos no reproducen más el género de lo que todos los demás lo hacemos. ¿Qué derecho tenemos, quienes somos comprensibles en los términos que gobiernan nuestra sociedad, a exigirles a otros que batallen por defender su incomprensibilidad? ¿Por qué se acusa de perpetuar el género a quienes más sufren las consecuencias de su existencia? ¿Con qué legitimidad se señala como colaboradores del sistema patriarcal a quienes reclaman el derecho no ser violentados, humillados o excluidos por una sociedad donde existe el género y de la que todos y todas formamos parte? ¿Acaso tendrían que convertir su propio cuerpo y su existencia cotidiana en un frente de lucha por la abolición del género? Para quienes nos instruimos en la reivindicación de nuestro derecho al mal y aprendimos a rechazar cualquier exigencia de virtud, excelencia o bondad especial para las mujeres no es aceptable esta exigencia de heroísmo militante que parece hacérsele a las personas trans.
El peligro que amenaza siempre al feminismo de la igualdad es que la Ilustración se torne despotismo ilustrado. Es justamente ese salto el que emprenden muchas de las feministas de la igualdad cuando inscriben a los sujetos políticos cuyas luchas impugnan —sean trabajadoras sexuales que se organizan en sindicatos, mujeres feministas que llevan velo o personas trans que demandan derechos— en el reino de la falsa conciencia. Decía Celia Amorós, en la mejor de las tradiciones ilustradas, que un sujeto que demanda más libertad es un sujeto que ya siempre es en algún sentido libre. Y por eso tiene sin duda un carácter trágico la deriva despótica de un feminismo que parece entenderse a sí mismo como una vanguardia iluminada y que se siente asistido por la verdad y la razón para emprender una guerra contra quienes considera esclavos que reivindican sus cadenas.
Tiene sentido reflexionar sobre si este tipo de soberbia, potencialmente dogmática y reaccionaria, es una característica consustancial al feminismo de la igualdad o si es una cualidad de sus defensoras. Amelia Valcárcel, que ha protagonizado numerosas intervenciones públicas refiriéndose a políticas e intelectuales trans como “personas con genitales masculinos” o “con nombre de vedette” o que ha llegado a felicitar a Núñez Feijóo por su defensa honesta del feminismo, parece encarnar hoy mejor que nadie una preocupante deriva conservadora. Ahora bien, Valcárcel, como pensadora erudita, incisiva y brillante, representa, al mismo tiempo, lo mejor que ha producido ese feminismo. Aunque este artículo se llame Sobre Valcárcel no es mi interés examinar ni criticar ningún aspecto concreto de una persona de la que, en un sentido particular, no pretendo decir absolutamente nada. De lo que se trata en una discusión pública es de discutir de las ideas. Nos interesa aquí no la persona que es Valcárcel sino si, más allá de sí misma, su figura es capaz decir algo sobre un feminismo que llegó al poder y que ha tenido efectos ideológica y políticamente relevantes. Sobre si el feminismo de la igualdad tiene un desenlace necesariamente conservador, excluyente y despótico es sobre lo que creo que a otras nos toca pensar.
Yo optaría más bien por recordar que toda buena teoría hace que desde el interior de sus propios términos se abran disputas posibles y que esa es precisamente la osadía a la que Celia Amorós nos invitó a hacer a las feministas con la historia del pensamiento y con las ideas. Quizás la figura de Valcárcel evidencie que es necesario reivindicar hoy lo mejor del feminismo ilustrado de la igualdad y que es más necesario que nunca disputarlo para salvarlo de sus derivas trágicas. Clara Serra es filósofa.