viernes, 15 de diciembre de 2023

Del discurso de Estrasburgo

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura para hoy, del director de la Fundación Alternativas, Vicente Palacio, va del discurso de Estrasburgo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












El discurso de Estrasburgo
VICENTE PALACIO
11 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Las elecciones en España empezaron el 23-J. El resultado ha sido una mayoría parlamentaria endiablada, con las derechas aupadas a la ola antiamnistía y en pie de guerra en Bruselas. Pero nuestra democracia funciona a doble vuelta: todo depende también de qué pase en Europa. A Pedro Sánchez, la presidencia española del Consejo de la UE le ha servido para reforzarse internamente y preparar el camino de unas elecciones al Parlamento Europeo en junio de 2024 que abrirán un nuevo ciclo político. Sánchez comparece en la Eurocámara en el último minuto. ¿Para qué?
El discurso de Estrasburgo deja atados los destinos de España y de la UE para esta legislatura, más estrechamente aún que en los periodos de Felipe González (los fondos de cohesión) o de José Luis Rodríguez Zapatero (la crisis de la eurozona). Todo pasa por Bruselas: nuevos fondos, presupuesto y reglas fiscales; la autoafirmación del Estado de derecho; el medio ambiente o la igualdad de género; la superampliación al Este y los Balcanes; las guerras europeas en Ucrania y Oriente Próximo, o la industria y la tecnología europeas frente a EE UU y China. Sánchez va a jugar la carta europea a fondo porque es la última que le queda para recuperar espacio en casa. Parece haber aceptado el envite de las derechas: hacer de Europa una caja de resonancia democrática y el test de la política nacional.
Esta huida a Europa es muy arriesgada. España va a depender más que nunca de lo que pase en Europa. Y posiblemente en Europa habrá más España: de la mejor (iniciativas), pero también de la peor (bronca y cainismo). Para muchos españoles, las elecciones europeas serán un plebiscito acerca de la amnistía. La varita mágica del presidente tratará de convertirlas en un debate sobre el futuro común de Europa y también en un plebiscito acerca de los diversos pactos entre conservadores y ultraderecha en España, Italia, Finlandia, Suecia, Eslovaquia, Hungría o Países Bajos.
¿Con qué Europa se encontrará el presidente Sánchez en 2024? Posiblemente, una más fragmentada, donde el cordón sanitario al nacionalpopulismo se ha roto por abajo, en la sociedad —empezando por la Francia de Macron y la Alemania de Scholz—. El nacionalpopulismo le ha tomado la medida a la UE jugando al ratón y el gato, y de tanto tocar poder en ayuntamientos, regiones o ministerios en toda Europa ha acabado por renunciar a su exitmanía. Y el centroderecha, como Fausto, vende su alma al diablo según la ocasión. Los progresistas se enfrentan a una rara avis política que los descoloca y los pone a la defensiva en inmigración o derechos. Además, entenderse con otras fuerzas afines no será fácil: ¿socialdemócratas nórdicos antinmigración o verdes alemanes belicistas? En Polonia, si la Plataforma Cívica de Donald Tusk encabeza un Gobierno estable se abriría una oportunidad para sacar adelante reformas importantes en el Consejo Europeo o acordar un plan respecto a Ucrania. ¿Solución? No hay. Una situación así te obliga a jugar a varias bandas, según el momento, con populares, liberales, verdes o el grupo de la Izquierda, con europeístas y euroescépticos, y todo eso sin renunciar a tu ideología y al federalismo.
El discurso de Estrasburgo resitúa el eje central de la política española en Europa. ¿Qué consecuencias tendrá este movimiento? Posiblemente, en esta legislatura veremos grandes debates en el Parlamento español que replicarán los del Parlamento Europeo y viceversa; prepárense para un trasiego constante entre Bruselas, Madrid y las capitales. En un entorno dominado por las derechas, el presidente buscará afirmarse en Madrid con ayuda de la impopular Bruselas. En el Consejo Europeo, Sánchez será el único gran líder socialista del continente, y necesita rodearse de aliados en las instituciones: por ejemplo, el Banco Europeo de Inversiones (Nadia Calviño) o la Comisión Europea. Pero no está claro que Ursula von der Leyen, si repite en el cargo, pueda hacer de muro de contención frente a una alianza de populares y los euroescépticos del ECR de Giorgia Meloni. En política exterior, con la retirada del alto representante Josep Borrell España perderá un importante asidero. Nuestra diplomacia tendrá que jugar bien sus cartas en un terreno resbaladizo entre la OTAN y el sur global —donde se ubican América Latina o la vecindad sur— y más si el trumpismo retorna a EE UU. Pero donde el discurso de Estrasburgo puede tener un mayor impacto es en reforzar al Parlamento Europeo, que se convertirá en un foro político al rojo vivo. Sánchez necesitará apoyarse en un grupo socialdemócrata muy sólido, dinámico, muy atento a sus circunscripciones nacionales y capaz de liderar las propuestas de reforma institucional y presupuestaria que necesita la Unión.
El PP debería participar algo del discurso de Estrasburgo. La hostilidad mutua en las instituciones europeas —sobre los fondos, la separación de poderes o la honorabilidad— resulta insostenible para España. A Pedro Sánchez le convendría rebajar los decibelios con los conservadores. Nuestra democracia debería fijar un marco estable de diálogo sobre Europa entre presidente y jefe de la oposición. Eso sería parte de un consenso de Estrasburgo.





























[ARCHIVO DEL BLOG] La caricatura. [Publicada el 16/08/2019]









Lo contrario del humor no es la seriedad, sino la tristeza. Porque la risa amenaza a lo sagrado y frente a lo sagrado, si no se permite el humor, solo queda bajar la cabeza y callar, señala el escritor y cineasta español David Trueba. 
Hay una expresión, comienza diciendo Trueba, que resulta chocante: prensa seria. Llamamos prensa seria a la prensa. En otro lugar quedarían la prensa amarilla, la prensa del corazón, la prensa deportiva o el periodismo ciudadano, que son escalones más o menos establecidos en el negocio desde hace tiempo. La prensa autodenominada seria comete el error de confundir el rictus de la cara con la inteligencia que transporta su cerebro, y sobre todo la que se transparenta en sus contenidos. Todo el mundo sabe que la seriedad siempre ha tenido mucho más prestigio que lo risueño. A la hora de engañar a los demás uno se pone serio. También suele posar con seriedad quien se dispone a mentir. Y se usa la expresión “seamos serios” cuando se quiere desacreditar la propuesta del rival sin ser capaz de discutirla. Así que la prensa seria hace tiempo que no es más que una máscara. A raíz de los asesinatos planificados por extremistas religiosos contra autores satíricos de viñetas de prensa nació una solidaridad universal hacia las revistas de humor. Como siempre sucede, la solidaridad es el preámbulo de la extinción. Porque la solidaridad es un esfuerzo moral y para preservar cualquier especie no funciona nada más que el equilibrio natural, la supervivencia por medios propios. Todo lo forzado termina por ser desactivado.
Se veía venir cuando el apoyo a los viñetistas asesinados incluía una coda que decía que debían evitar ofender gratuitamente. La ofensa se convirtió en la madre del asunto, pues el rasero por el cual un colectivo se considera ofendido no ha hecho más que descender en estos años. Ofenden letras de canciones y personajes de ficción, cuadros y esculturas en una deriva aberrante. Si uno revisa el humor desde un siglo a esta fecha lo que va a encontrar es una desaceleración y una regresión de las libertades. Pero no patrocinada por la censura directa y la prohibición legislativa, sino a partir de la exacerbación de la sensibilidad. En un mundo hipersensible todo termina por ser cosmético. Vivimos en la era de las cremas epidérmicas y por lo tanto el humor también ha sido sometido a esa ley de protección de pieles finas. Tiene que ser insípido, incoloro y gratificante. Y si alguien osa traspasar la raya, de inmediato se le afea la conducta y se le amenaza de modo sutil con la expresión “a ver si te atreves a meterte con los musulmanes”.
Asistíamos a esa degradación del humor cuando llegaron noticias de supresión de viñetas en prensa norteamericana y canadiense. En The New York Times, la dirección del periódico decidió suprimir las viñetas tras un conflicto por una caricatura que se consideró erróneamente antisemita. Obviamente, es más complicado burlarse de los aliados que de los enemigos. La conclusión que sacan es que en la prensa seria, si ese es su nombre, ya no puede haber sitio para el humor. La caricatura es un reflejo esquemático, una exacerbación de los detalles más característicos para ofrecer un retrato exagerado y hasta grotesco de la realidad. No admitirlo es negar un arte. Nos hemos cargado el código de un oficio. Vamos a provocar un daño irreparable. Incapaces de admitir que la prensa no es perfecta, nos empeñamos en combatir las noticias falsas y las presiones interesadas con un aire de pureza del que carecemos. El periodismo no es conventual ni sus ejecutores monjitas de la caridad. Tiene filo, sesgo, uñas, colmillos y riesgo. Lo contrario del humor no es la seriedad, sino la tristeza. Porque la risa amenaza a lo sagrado y frente a lo sagrado, si no se permite el humor, solo queda bajar la cabeza y callar. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












jueves, 14 de diciembre de 2023

Del espíritu de las leyes

 






El espíritu de las leyes
JOSÉ LUIS PARDO
13 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Es muy probable que el Tribunal Constitucional tenga que pronunciarse sobre la ley de amnistía recientemente presentada por el grupo socialista en el Congreso para lograr los votos que necesitaba su candidato para ser presidente del Gobierno. También lo es que, si dicho tribunal avala la citada ley, sus defensores lo celebren como un éxito. Y no lo es menos que esa sería una pésima noticia para nuestro país. En un Estado de derecho como España, la legalidad es la máxima instancia de legitimación del poder público; pero la separación de los poderes teorizada por Montesquieu es el espíritu de esa legalidad, que privada de él puede ponerse al servicio de fines espurios. Quienes transitamos desde una ley autocrática (el Fuero de los Españoles) a una ley democrática (la Constitución de 1978) a través de la ley (La Ley para la Reforma Política, de Adolfo Suárez) somos muy conscientes de que (afortunadamente) se pueden hacer cosas asombrosas sin quebrantar la letra de la ley, incluida (desgraciadamente) la Transición inversa.
No es ilegal que un gobernante, en el ejercicio de su cargo, se asocie con aquellos con quienes había prometido durante la campaña electoral no asociarse nunca, ni que indulte, de acuerdo con la potestad que la ley le otorga, a quienes atentaron contra la Constitución; ni que, de acuerdo con los apoyos parlamentarios de los que legítimamente dispone, reforme el Código Penal para minimizar los delitos de sedición y de malversación de fondos públicos cometidos por dirigentes políticos o intente neutralizar al poder judicial. Y sabemos que, en tanto que un tribunal no lo declare ilegal, tampoco lo es amnistiar a quienes delinquieron contra el Estado y fueron condenados por ello, ni reconocer como naciones a ciertas regiones del Estado y concederles un trato de privilegio en términos jurídicos, económicos y sociales, ni someter a escrutinio parlamentario las actuaciones judiciales, siempre que lo respalde el número de diputados normativamente requerido.
Pero ello no impide que todas esas decisiones sean contrarias a la moralidad pública en la que se encarna el espíritu de las leyes. Aunque las infracciones morales no pueden recurrirse ante los tribunales, la moralidad pública, como indica su nombre, remite a principios colectivamente compartidos de manera tácita e implícitamente presupuestos en las normas de derecho positivo, empezando por la Constitución de la que todas ellas emanan. Estos principios inspiran las leyes y dibujan la imagen del contrato social en el que idealmente se sustenta el vínculo que une a todos los ciudadanos de un Estado social y democrático de derecho. Y, aunque por sí mismos no quitan ni otorgan validez a las leyes ni a las acciones, determinan los márgenes de plausibilidad de las normas jurídicas y de las decisiones políticas. Y precisamente porque no puede ser tipificado como ilegal, el abandono de estos márgenes de moralidad puede tener consecuencias aún más graves que las infracciones explícitas de la ley, porque cuando un país está atravesado por un conflicto moral situado más allá de la jurisdicción de los tribunales, el tejido institucional tiende a vaciarse de sentido (pues se revela inútil para resolverlo) y a ser sustituido por la humillación, la vergüenza (o la falta de ella), el revanchismo y las consignas, lo cual suele ser el preludio de una decadencia generalizada en los terrenos político, jurídico, económico y social.
Ciertamente, el pueblo no es una deidad metafísica y su voluntad puede variar (por eso hay elecciones cada cuatro años), y asimismo puede cambiar el consenso implícito en el que se apoya la legalidad y amparar decisiones que antes de ese cambio parecían inverosímiles. ¿No podría suceder que la imagen del contrato social se haya modificado y que ahora legitime medidas como las recién comentadas? Todos los populistas de la historia reciente han apelado a la conexión mágica de sus líderes carismáticos con esas mutaciones de la voluntad popular para minar o suspender la separación de poderes. También los nacionalismos han invocado siempre una identidad étnica (tradúzcase “étnica” por genética o por cultural, según convenga) anterior y superior al plebeyo espíritu de las leyes, ese invento de los menesterosos sin pedigrí. Fue precisamente la separación de poderes lo que indignó en 2010 a los nacionalistas catalanes cuando el tribunal encargado de interpretar el espíritu de las leyes derogó parcialmente un Estatuto de Autonomía votado en referéndum regional; y fue ese mismo mecanismo del Estado de derecho lo que llevó a los mismos nacionalistas —en ese momento ya abiertamente separatistas— a incendiar las calles en 2019 para protestar contra el atrevimiento del Tribunal Supremo, que negó toda legitimidad a su “desconexión” del Estado español de 2017 y condenó penalmente a sus responsables. En 2021, la “mayoría progresista” tildó de extravagancia —si no de extralimitación— la declaración de inconstitucionalidad de los estados de alarma decretados por el Gobierno en 2020; y en 2022 consideró también intolerable la suspensión de la tramitación ilegal en el Senado de dos enmiendas a sendas leyes, puesto que a sus ojos el espíritu de la Constitución no podía “interrumpir” la actividad de las Cortes, aunque fuese ilegal. Para entonces, Podemos había invocado repetidamente una “voluntad popular” extrainstitucional que superaba y desbordaba el consenso constitucional de 1978, y descalificaba al poder judicial como esbirro de las fuerzas oscuras. ¿Son razonables todos esos recursos a una voluntad popular renovada para justificar la contravención de la separación de poderes y del espíritu de las leyes?
Sin duda, fue también apelando a un cambio en la voluntad popular como se llevó a cabo la transición democrática de la que nació el nuevo contrato social que ha estado vigente hasta ahora. Pero, como para quienes no creemos en la magia propiciatoria la voluntad del pueblo solo se manifiesta empíricamente a través del voto, para verificar ese cambio es preciso acudir a las urnas: no en vano la citada Ley para la Reforma Política fue sometida al voto de todos los españoles antes de aplicarse. Puede que Montesquieu (que ya llevaba tiempo gravemente enfermo) haya muerto definitivamente, y que Franco no lo haya hecho hasta 2023, para disgusto de una minoría ultraderechista que no quiere digerir su derrota parlamentaria. También puede que no sea así, en cuyo caso lo que habremos perdido, no una minoría sino todos, será algo más —y mucho más grave— que una votación. Por eso, cuando no solo se actúa contra la moralidad pública, sino que se pretende cambiar radicalmente ese marco de plausibilidad (como sucede con la ley de amnistía y los pactos con los secesionistas), saltarse ese pequeño requisito de verificación podría provocar unas leyes en las que solo alentasen el rencor, el afán de venganza y la cruda ambición de poder. Y eso, aunque todos los tribunales del mundo lo declarasen legal, sería una inmoralidad pública de consecuencias imprevisibles. Recuerde el lector que el doctor Frankenstein murió atormentado por el monstruo que había engendrado y que no fue capaz de destruir cuando se volvió contra él. José Luis Pardo es filósofo.













De los derechos humanos





 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura para hoy, del poeta Luis García Montero, va de los derechos humanos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Humanos
LUIS GARCÍA MONTERO
11 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Ayer domingo se cumplieron 75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea de las Naciones Unidas un viernes, 10 de diciembre de 1948. Se consideraba entonces que la familia humana tenía derecho a la libertad, la justicia y la paz, y que el desconocimiento de los derechos humanos origina actos de barbarie ultrajantes para la conciencia. Aunque se ha traducido ya a más de 500 idiomas, no son buenos tiempos para la lírica. La celebración del 75º aniversario coincide con la fiesta televisada de sus violaciones y el veto a un alto el fuego.
Estamos muy advertidos de cómo las redes sociales invaden nuestra privacidad y nos convierten en datos manipulables. Lo que quizá se nos escapa es hasta qué punto la corrosión de la privacidad supone el camino directo a la degradación de lo público, el impudor de personajes y de infamias que invaden nuestro mundo. Cuando Maquiavelo justificó la política moderna hablando de razones de Estado, el peso medieval de nuestro Baltasar Gracián argumentó que se trataba de razones de Establo. En el camino de vuelta a la servidumbre, eso es hoy la política internacional, una razón de establo en la que los intereses económicos e identitarios valen más que los derechos humanos.
Con los ojos habituados a Facebook, veo las noticias bajo la óptica de personas a las que quizá conozca. Pues sí, entre las víctimas hay alguna persona conocida, pero abundan las personas que merecían ser respetadas sin distinción de raza, sexo, color o religión. Una declaración universal defiende los derechos de los seres humanos que no conocemos. No son buenos tiempos para las celebraciones. Pero me niego a otra de las dinámicas actuales: el cinismo narcisista del nada tiene arreglo, todos son iguales y sálvese quien pueda. Necesito denunciar a los responsables del mal. Necesito aplaudir a los que siguen creyendo en los Derechos Humanos.



































[ARCHIVO DEL BLOG] El frufrú de las togas. [Publicada el 26/02/2011]













Durante más de 150 años aproximadamente, desde el pronunciamiento de Riego en 1820 hasta el golpe de estado del 23-F en 1981, los españoles -permítaseme la metáfora- hemos vivido bajo el síndrome del perpetuo "ruido de sables" que salía de las salas de banderas de nuestros cuarteles. Hoy, el ejército español es, junto a la Corona, la institución política más y mejor valorada por el conjunto de la sociedad..
¿Tendremos que esperar otros 150 años para que los nietos de nuestros nietos puedan decir lo mismo de la justicia? Parece difícil; casi imposible, diría yo, la consecución de tal "aggiornamento" en el seno de la institución peor valorada, con mucho, de la democracia española. Por culpas ajenas, sin duda, pero también por méritos propios. Un cáncer [v. mi entrada: "El cáncer de la democracia española"] que quizá solo pueda enfrentarse con éxito a una cierta posibilidad de salvación extirpando de raíz todo cuanto tiene de enfermo y podrido.
Sonroja la complacencia mostrada por la cúpula judicial española sobre el funcionamiento de sí misma, si bien es cierto que cada vez son más la voces que desde dentro del propio poder judicial se alzan contra tal estado de cosas. Por citar solo tres ejemplos recientes, a los que remito: "La cara poco humana de la justicia", un reportaje de Pere Ríos en El País del 24 de febrero pasado; el artículo "Un juicio al tribunal supremo", del ex fiscal jefe de la Fiscalía Anticorrupción, Carlos Jiménez Villarejotambién en El País del día anterior; o el blog "Reinventemos la Justicia", de la exjueza Manuela Carmena, cofundadora de Jueces para la Democracia.
Si comencé esta entrada de hoy con la metáfora del ya extinto "ruido de sables" que se oía en las salas de oficiales, permítaseme concluirla  con una onomatopeya que es toda una aspiración: la del "frufrú" de las togas que, al escucharse en las salas de vistas de nuestros tribunales, nos hagan ponernos en pie, respetuosamente, porque ahora sí, estamos ante la personificación de la Justicia. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














miércoles, 13 de diciembre de 2023

De los nuevos reaccionarios

 






Los nuevos reaccionarios
CLARA RAMAS
13 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

“Quien no quiera hablar de capitalismo debe callar también sobre el fascismo”, escribió Horkheimer. Actualizando ese lema, podríamos afirmar que quien no quiera hablar de neoliberalismo, debe callar también sobre los nuevos reaccionarios. Si liberalismo y democracia enlazaron sus destinos en algún momento, no es hoy. Un capitalismo más global que nunca acoge en su seno involuciones políticas y retrocesos de derechos que encogerían el corazón a Locke y Montesquieu.
El rostro de estos nuevos reaccionarios es enigmático. Jueces conservadores derogan el derecho al aborto mientras autodenominados liberales defienden la venta de órganos. Se acusa a la izquierda de antisistema, pero derechistas disfrazados de bisontes asaltan el Capitolio. En España, basta con mirar a Ferraz. Moral tradicional y asalto al orden. Comunitaristas y trolls, cristianos y anarcocapitalistas, supremacistas y conspiranoicos en una misma trinchera.
Los estudiosos contextualizan el auge de estos nuevos reaccionarios en el deterioro de las condiciones de la clase media y trabajadora en la crisis de 2008. Desde que Schumpeter, leyendo a Marx, utilizara el término “destrucción creativa” para referirse a la tendencia intrínseca del capitalismo a revolucionarse, autodestruirse y reinventarse siempre en nuevas formas, hemos tenido ocasión de comprobar también sus efectos políticos. Estos desbordan el análisis tradicional, pues el neoliberalismo ha mezclado en su coctelera de “destrucción creativa” dos ingredientes aparentemente incompatibles y que se enmascaran mutuamente: lo (neo)conservador y lo nihilista, lo (pseudo)tradicional y lo posmoderno.
Neoliberalismo, nos recuerda el estupendo volumen Neoliberalismo mutante, significa mucho más que “libre mercado”. Se trata de un proyecto de gobernanza económica, intelectual y política que produce tanto mercancías como afectos, sensibilidades y normatividades. ¿Cómo se enraízan en él las nuevas fuerzas reaccionarias? Ellas, se argumenta en esta obra, no son las sepultureras del neoliberalismo, sino su progenie mutante: nuevas formas de vida adaptadas a nuevas circunstancias, igual que el fascismo se adaptó al capitalismo industrial.
Ya en tiempos de Thatcher, las recetas neoliberales de desregulación, privatización y libre mercado se aliaron con una exaltación de valores morales tradicionales, como analizó Melinda Cooper en Family Values. Hasta aquí, tenemos una explicación de cómo la moral neoconservadora es funcional al neoliberalismo: relega el trabajo de cuidados al ámbito privado, apuntala la división sexual del trabajo, impone agendas judiciales conservadoras y afianza una identidad masculina en torno a la ética extrema de los mercados financieros.
Pero esta moral tradicional se encabalga hoy (quizás siempre lo hizo) con su aparente opuesto: un nihilismo desatado. Si queremos comprender a Trump y a Milei, nos sugiere Wendy Brown, debemos leer a Nietzsche y a Weber. Ambos diagnosticaron, con matices diferentes, una “desvalorización de los valores”: Dios ha muerto y los valores supremos pierden su valor. Esto, añade Brown, no significa que los valores hayan desaparecido; lo que ha desaparecido es su carácter incuestionable. Hoy, los valores están más presentes que nunca, pero en disputa. Son armas arrojadizas. Todo se convierte en objeto de lucha política e identitaria: cómo vestimos, qué comemos, cómo viajamos, cómo nos emparejamos. Frente al diagnóstico de los reaccionarios, que confunden el efecto con la causa, debemos afirmar que emprender, siquiera verbalizar, una “guerra por los valores” significa que los valores estaban ya en crisis. Los nihilistas se disfrazan de conservadores, pero si hay que defender la nación, la religión o la masculinidad es porque ni la nación, ni la religión ni la masculinidad van ya de suyo. Las “guerras culturales”, la polarización, la ausencia de una normatividad compartida, el conflicto social, la hiperpolitización, no son causas, sino efectos del nihilismo.
Solo esta categoría nos permite comprender el carácter híbrido, crepuscular, de estos fenómenos que surgen en nuestro “interregno”, a decir de Gramsci. Desvalorización de valores significa también que los que fueron históricamente dominantes pierden su privilegio. Ello genera un resentimiento del que se nutre la nueva reacción. Pues lo propio del poder es creerse con derecho a ejercerlo. Cuando este se cuestiona, lo que se lesiona es la certeza de merecer el poder. Nace así un particular tipo de agravio por el que los poderosos pueden sentirse más víctimas que los dominados: el agravio del destronado. Es este agravio el que encontramos hoy en los estallidos de rabia misógina de la masculinidad herida. Pero no nos confundamos: no solo los John Wayne, sino hasta los últimos de la fila, los perdedores en la jerarquía masculina tradicional, se sienten agraviados. En su sufrimiento bulle el resentimiento narcisista y el rencor. La máscara es la furia nihilista, pero subyace una fiera creencia en el derecho al privilegio.
La pérdida y el desarraigo producen, por último, el espejismo de una mítica edad dorada en la que se poseía todo lo que ahora se siente perdido. Nace la tentación de volver atrás, de vivir como vivían nuestros padres, sin reparar en que no se puede recuperar el tiempo perdido, en el que éramos felices precisamente porque lo hemos perdido.
La izquierda habrá claudicado de antemano si renuncia a comprender este rostro jánico de la nueva reacción. Debemos recuperar el talento para descifrar máscaras. Clara Ramas San Miguel es filósofa. 














De Zara y la inoportunidad del pasado

 






Qué inoportuno, el pasado
MANUEL JABOIS
13 DIC 2023 - El País -harendt.blogspot.com

Hace unos días, Zara publicó las imágenes de una campaña en las que se veían las habituales postales inverosímiles de una modelo (sigan en redes la cuenta Modelos con Ciática @MCiática) mostrando una colección nueva de la firma. La sesión fue realizada en septiembre en el estudio de un escultor, por lo que se pueden ver materiales de embalaje, maderas, ayudantes con petos y demás: lo que viene siendo un taller. En ese escenario, elegido como homenaje a la sastrería antigua, se ve a la modelo posando, por ejemplo, con un objeto largo envuelto en papel blanco al hombro que podía tratarse desde un perchero a una balda; lo que sería raro pensar es que la modelo sostiene el cadáver de un palestino. Pero se ha pensado.
Un mes después de esa sesión, el 7 de octubre, los terroristas de Hamás atacaron Israel e Israel atacó (sigue atacando) Gaza. Las imágenes de la campaña de Zara recién publicadas tenían ya para mucha gente un significado distinto (burlas a los entierros palestinos, imágenes parodiando las ruinas de sus ciudades convertidas en escombros, frivolidad, provocación) que el que hubieran tenido en otro contexto. La pregunta es: ¿qué contexto? O, ¿hasta dónde llega el contexto? Hay otra aún más inquietante: ¿qué ha pasado en el mundo para que mucha gente se crea que una empresa cree buena idea vender sus prendas imitando entierros de víctimas de crímenes de guerra?
El debate es impresionante por muchas razones, entre ellas esta: ante la amenaza de boicot de los internautas, Inditex ha pedido disculpas “por el malentendido” y retirado las fotos. Lo ha hecho sabiendo que no es culpable. No es nuevo. En España, Movistar+ pidió perdón porque fue víctima de un bulo. Un colaborador de La Resistencia hizo una broma sobre colegios y modelos educativos; días después una niña murió atropellada en la puerta de un colegio y empezó a circular rápidamente, Vox mediante, un montaje que situaba el gag realizado a propósito de esa muerte. Movistar+ lamentó “profundamente” el tratamiento “de un asunto que ha herido extraordinariamente la sensibilidad de numerosas personas”. Y mostró “su pesar”. Esto, la víctima del bulo. Cuanto más grande es la compañía, con más celeridad se ofrecen disculpas que no se tienen que pedir; en el caso de Zara, seguramente porque el gasto de la campaña es irrelevante si se compara con un boicoteo en sus tiendas árabes. Da igual la verdad: si la mentira amenaza con funcionar, no nos defendemos, nos retiramos.
Hace años, en Colombia, un escritor alabó con entusiasmo a otro que, antes de la emisión de la entrevista, fue acusado por varias mujeres de ser víctimas suyas de abusos sexuales. Tanto el medio de comunicación como el autor coincidieron en eliminar ese pasaje: una vez conocidas y detalladas las acusaciones, el entusiasmo del escritor podría interpretarse como un respaldo a su figura. ¿Imaginan el titular con sus elogios dos días después de las denuncias?
En los grises está lo interesante. Y el futuro a menudo condiciona el pasado, inculpando o exculpando, sin razón o con ella; mueve el marco de manera estrepitosa. ¿Hasta qué punto nuestras acciones pueden ser juzgadas en base a aquello que no conocemos, pero conoceremos? ¿Por qué es responsable Zara no solo de algo que no sabía, sino de que eso que no sabía iba a interpretarse así? ¡Qué inoportuno, el pasado! El formidable poder del condicional: en asuntos de piel de la opinión pública, si existe la posibilidad, es como si hubiese existido ya. Manuel Jabois es escritor.