martes, 20 de agosto de 2019

[A VUELAPLUMA] El mar



Fotografía de Manuel Bruque para El Mundo


El mar es ese lugar en el que un hombre o una mujer amplían la nostalgia de sí mismos contemplando el horizonte de espaldas a lo vivo, escribe el poeta y periodista Antonio Lucas.

En algún lugar, comienza diciendo Lucas, lo dejamos escrito: "Cuando un hombre observa el mar amplía la nostalgia de sí mismo". El mar es una conciencia individual y cada sujeto se adentra en él a su manera, haciendo con el pecho una frontera de agua. Es difícil tener una sola idea del mar, y esa falta de dogma se nota. En la orilla hemos visto naufragar olas, hemos levantado promesas, hemos gozado amores que juramos guardar toda la vida, sin saber aún qué era la vida más allá del perímetro de esta bahía. Al mar uno llegaba para inundarse con un apetito lúdico de desalmado.

Con la edad las células del cuerpo se sobrecargan y degeneran, pero algo permanece en lo hondo del cerebro más allá del desengaño de envejecer: los días acumulados en ese mismo mar lleno de música y tiempo, lento de oficio y querencia, quieto de mar y regresos donde fundaste una parte de tu existencia y a donde cada año vuelves para desenterrar al muchacho que creíste ser con el corazón un poco apache.

En el mar se concentra también el desafío de verte como ya nunca serás. Un día fuiste cualquiera de esos niños que hoy combaten las olas entregados al hermoso oficio de mantenerse en pie. Entonces no había más amenaza en el mundo que la vida adulta de la orilla, donde se daban órdenes que sólo el agua podía alisar y resbalaban por la piel como un excedente que desobedecer. Dentro del mar, la primera lección era la grandeza de la adversidad o la promesa de la aventura. Sucede así cuando el mar es la otra boya de tu biografía. La bandera azul de una buena porción de lo vivido. Los pequeños triunfos. Los fracasos. La calma. La inquietud. La soledad. Algunos ratos memorables en buena compañía. La lección del mar es sentirse vivo. Y a lo mejor por eso no hay concepto más preciso que una playa ni ceremonia más inconcreta que el mar.

A cierta edad la memoria y la imaginación son la misma cosa. Si ahora pienso en aquellos veranos de Mazarrón sé que hay algo en lo recordado que probablemente no viví. Pero es tan intenso como lo otro, pues recordar consiste en tenerlo todo ya inventado. Cuanto sucede en el mar se revive siempre por acumulación, como si algo de aquel mundo perdido fuese a resucitar de nuevo con un resplandor que contradice tanta vida aperreada. Así pasan los años, con una playa del otro lado del invierno esperando a concretarse cada verano. Ahí donde un hombre o una mujer amplían la nostalgia de sí mismos contemplando el horizonte de espaldas a lo vivo. Ahí donde un niño desconoce el miedo y aún es inmortal.





La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




Entrada núm. 5175
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[ARCHIVO DEL BLOG] Mujeres



Cartel de Amnistía Internacional contra la lapidación


Un hermoso artículo de Mario Vargas Llosa en El País de hoy, lleno de elogios por la actriz británica y activista pro-derechos civiles, Vanessa Redgrave, por la que comparto con Vargas mi admiración, me ha hecho recapacitar sobre el enorme privilegio de vivir, a pesar de todos los "tsunamis" financieros que se nos vengan encima, en este acorralado puerto a la defensiva que llamamos Occidente. Y no digamos si encima se es mujer.

Me parece terrible y de una crueldad inusitada la pasmosa indolencia con que en este Occidente del que presumimos como eje de la civilización se ha recibido y reaccionado ante la lapidación de una joven somalí de 23 años años, de la que sólo sabemos su nombre, Aisha. Ni una palabra del Secretario General de las Naciones Unidas, ni del Papa, ni de los candidatos a presidir los Estados Unidos, ni del presidente de Rusia, ni del Dalai Lama, ni de los líderes musulmanes moderados, ni de Dios..., De nadie, salvo de los familiares y unos cuantos vecinos y amigos de Aisha. Y unas descomprometidas palabras de condena del hipersensibilizado presidente de Francia y del de la Unión Europea. Y si no es por la corresponsal de El País en Ciudad del Cabo, Lali Cambra, ni nos enteramos los lectores españoles. De vergüenza. Amnistía Internacional sí da la cara a diario, y gracias a su labor se salvan muchas Aishas en el mundo. ¿Será posible ver el día en que las religiones y los dioses, y sus intérpretes varios, dejen de jodernos a los pequeños e insignificantes humanos y que podamos vivir, equivocarnos y morir en paz?

No recuerdo quien dijo que en Filosofía y Literatura, después de los clásicos griegos, todo era mera paráfrasis... Lo comparto plenamente. Será por eso que mis tres personajes femeninos preferidos de ficción, son producto de los trágicos griegos. Dos de ellos de Eurípides: Ifigenia, la inocente y desventurada hija de Agamenón y Clitemnestra, sacrificada a los dioses en aras de la victoria aquea sobre los troyanos; Medea, la repudiada y vengativa esposa de Jasón, inmisericorde ante la traición del amado; y la tercera, mi favorita, la decidida y heroica Antígona, de Sófocles, hija de Edipo y Yocoasta, que afronta con serenidad la condena a muerte que le es impuesta por rendir honores fúnebres a su hermano rebelde.

Y si tuviera que nombrar a únicamente tres mujeres contemporáneas a las que admiro profundamente, me quedo con la imagen de fragilidad y soledad de la actriz norteamericana Marilyn Monroe, de valentía y sensibilidad de la filósofa francesa Simone Weil, y de descarada independencia de juicio de la politóloga norteamericano-alemana Hannah Arendt. Estas dos últimas lúcidas críticas de su tiempo, ambas intelectuales de prestigio, y judías. ¿Será casualidad esto último?... No creo que ellas se hubieran callado... Vaya dicho en homenaje de todas las Aisha del mundo que nunca harán oír su voz ni subirán a los altares. HArendt



Vanessa Redgrave


"Vanessa Redgrave", por Mario Vargas Llosa

La actriz británica monologa en un escenario de Londres durante una hora y tres cuartos como un torero que se encierra con seis toros: jugándoselo todo. Su genio convierte la obra en algo mágico

Qué extraordinaria actriz es Vanessa Redgrave! Durante una hora y tres cuartos mantiene al público que repleta los asientos del Lyttelton Theatre, de Londres, en estado de trance, mientras, transformada en Joan Didion, evoca El año del pensamiento mágico, es decir, el año en el que la escritora y periodista norteamericana perdió a su marido de manera súbita el mismo día que su hija entraba en coma en un hospital neoyorquino víctima de una infección cerebral.

Nadie diría, oyendo su perfecto acento californiano, que es inglesa ni que es ya una actriz septuagenaria porque en el escenario su alta, imponente figura es la de una mujer sin edad, o, más bien, que tiene vivas en ella todas las edades por las que ha pasado, arreglándoselas siempre para ser en todas bellísima, edades que reaparecen en su persona cada vez que vuelve a ellas con la memoria para resucitar episodios, anécdotas, imágenes que compartió con aquellos dos seres queridos de los que ha sido privada de manera tan violenta. No hay en lo que dice, y sobre todo en la manera en que lo dice, asomo de autocompasión ni sentimentalismo, más bien una helada objetividad. Sin embargo, o acaso tal vez por eso mismo, el escenario se va poco a poco cargando de un dolor animal, de un desgarramiento desesperado e impotente que los espectadores sienten como propio porque es algo que, todos, alguna vez hemos padecido o intuido que padeceríamos, ya que forma parte de lo que somos como seres humanos el anticipar la muerte propia en la de los seres queridos que se nos adelantan en el viaje sin retorno.

No puedo imaginar a nadie capaz de hacer una interpretación más perfecta del personaje ni de sacarle más provecho dramático. El actor o la actriz que monologa por una hora y tres cuartos en un escenario hace algo parecido al torero que se encierra con los seis toros de la corrida: se la juega entero. Su exposición será extrema porque nadie más estará allí, para apoyarlo o contrarrestar sus fallas: por eso, su fracaso o su éxito serán también supremos. El de Vanessa Redgrave es un éxito superlativo. Ya lo fue, cuando estrenó la obra en Broadway, en marzo de este año, y lo ha sido luego en Salzburgo, Cheltenham, Bath, Dublín y lo es ahora en Londres donde encontrar entradas para verla en el Lyttelton es una especie de milagro.

The Year of Magical Thinking es una adaptación teatral, hecha por la propia Joan Didion de su libro autobiográfico del mismo nombre, con la ayuda del director de la puesta en escena, el dramaturgo y director inglés David Hare. El libro tuvo un enorme éxito en los Estados Unidos, lo que es sorprendente, pues, aunque Joan Didion es muy conocida por sus reportajes políticos y sociales, y sus novelas han sido bien consideradas por la crítica, esta memoria sobre la muerte de su esposo, el escritor John Gregory Dunne, con quien escribió algunos guiones de películas como The Panic in Neddle Park y A Star is born, y la de la hija de ambos, Quintana, está tan impregnada de sufrimiento, enfermedad, angustia y muerte que, se diría, se halla en las antípodas de esos libros fáciles, entretenidos e inocuos que suelen ser los best sellers. Sin embargo, millones de personas lo han leído, con avidez y cierto masoquismo. Sin ser una reflexión notable ni contar una historia extraordinaria, esta confesión hace vivir a los lectores de manera directa, creíble y lacerante, esa experiencia para la que ningún argumento lógico es suficiente ni religión alguna consuela del todo: la de la muerte de los seres queridos y la conciencia de la inevitable muerte propia.

Salí del teatro sobrecogido y esa misma noche leí de un tirón el texto adaptado por Joan Didion. Me llevé una sorpresa notable. En comparación con el espectáculo, no valía gran cosa, era repetitivo, previsible, con debilidades melodramáticas. Y, sin embargo, Vanessa Redgrave no había añadido ni quitado una coma a ese libreto al que su fulgurante interpretación había transformado, convirtiéndolo en una tragedia moderna, en una inmolación catártica en la que los grandes temas, la vida, la muerte, el amor, el conocimiento, el dolor aparecían en su desnudez máxima, encarnados en una pobre mujer desamparada que se defiende contra la desintegración contando al mundo lo que le ha ocurrido y como aquellas muertes de su marido y su hija también la están matando.

Sobriedad, austeridad, despojamiento, son las palabras que me vienen a la memoria cuando trato de resumir mi impresión sobre la puesta en escena de David Hare y la actuación de Vanesa Redgrave. Sólo hay una silla común y corriente sobre las tablas y un telón de fondo gris que, por dos veces en el curso de la obra -en dos momentos particularmente fronterizos de la evocación de aquellas muertes- cae de golpe y es sustituido por otros dos lienzos con matices de gris más oscuro que el primero. La luz es casi siempre mortecina, salvo en breves momentos en que el personaje, abandonándose a un recuerdo tierno o risueño, parece vivir paréntesis de paz en su convulso monólogo.

En verdad todo lo que ocurre tiene lugar en las manos, los ojos, la boca, el cuerpo y los movimientos -casi siempre mínimos y a menudo al borde de lo imper-ceptible- de la actriz. Las pocas veces que se levanta de la silla y los segundos que permanece de pie es como si un viento huracanado sacudiera la sala y fuera a arrastrar el teatro entero en un torbellino infernal. Pero, al instante, con un simple ademán silente y lento, la tempestad se calma y subsume en la voz de la mujer que prosigue, incansable, dando vueltas en ese remolino de desesperación del que, lo sabemos tan bien como ella, nunca más saldrá.

No sólo las palabras hablan por su boca; también las sílabas, las letras, los puntos y las comas. Y, sobre todo, los silencios son de una locuacidad extraordinaria y acaso cuando ella calla y clava su mirada en el vacío es cuando los espectadores se sienten más desamparados y nulos, convertidos ellos también en vacío.

Siempre me pareció Vanessa Redgrave una actriz fuera de serie, incluso en aquellas películas de segundo orden que hacía a veces, me imagino, más por razones alimenticias que vocacionales. Pero, a diferencia de otras actrices, es para mí imposible recordar una película u obra de teatro en que su actuación fuera mala o aun deficiente. Siempre enriqueció lo que hacía añadiendo con su actuación una hondura y verdad a personajes que eran anodinos y superficiales. En los años sesenta, la vi muy de cerca, en las manifestaciones contra la guerra de Vietnam que ella siempre encabezaba, con Tariq Alí, en el swinging Londres, embutida en unos pantalones vaqueros y con una cola de caballo que el viento mecía. Dentro de los grupos y grupúsculos de izquierda, ella tuvo el buen gusto de no ser nunca estalinista. Si no recuerdo mal, militaba en una secta trotskista que lideraba su hermano y tenía apenas un puñadito de militantes. Y en todos estos años ha seguido siendo fiel a sus convicciones de juventud, lo que le deparó a veces problemas, como su solidaridad con los palestinos, por los que alguna vez fue objeto de boicot en los Estados Unidos.

Hacía años que no la veía en un escenario y es notable lo joven que parece todavía, quiero decir lo insegura, vulnerable, vacilante que por momentos finge ser con tanta veracidad y fuerza contagiosa, para, unos instantes después, en función de los grandes vaivenes temporales y de ánimo a que la obliga su personaje, revelar su larga experiencia, su sabiduría, su seguridad, su dominio tan absoluto de ese espacio al que su genio, antes que el texto, vuelve mágico.

La literatura, la música, una exposición pueden enriquecer la vida, intensificándola y sensibilizándola de manera profunda, transportando a lectores, oyentes o espectadores a unos niveles de percepción y comprensión del mundo, de las relaciones humanas, de los sentimientos, que, además de hacerlos gozar, los vuelven más lúcidos respecto a las insuficiencias e imperfecciones de que están rodeados. Pero probablemente ninguna otra experiencia artística tenga un efecto tan poderoso sobre el ánimo y la conciencia del ser humano como una gran representación teatral. Porque éste es el mejor simulacro que existe de la vida, el que se le parece más, pues está hecho de seres de carne y hueso que, por el tiempo que dura esa otra vida que transcurre en el escenario, viven de verdad aquello que hacen y dicen, y lo viven, si tienen el talento y la destreza debidas, de una manera que nos fuerza a nosotros, los espectadores, a vivirlo con ellos, saliendo de nosotros mismos, para ser otros, también mágicamente, que es la mejor manera que se ha inventado para vernos mejor y saber cómo somos. Gracias, Vanessa Redgrave. (El País, 02/11/08)



Marilyn Monroe


"Lapidada por adúltera", por Lali Cambra

Aisha, de 23 años, fue enterrada hasta el cuello y apedreada hasta la muerte en Somalia - Un niño murió por fuego islamista. "Nuestra hermana Aisha pidió a la corte islámica ser juzgada y castigada por el crimen cometido", "admitió ser una adúltera", "se le pidió que revisara su confesión pero ella demandó la Sharia y el castigo que merecía". El líder islámico de la ciudad portuaria de Kismayo (sur de Somalia), el jeque Hayakallah, pronunció estas frases el pasado lunes ante la multitud que presenció la muerte de la adúltera por lapidación. Frases que justificaban "la práctica de un castigo inusual en la región, llevado a cabo por primera vez en Kismayo". Aisha Ibrahim Dhuhulow, de 23 años, fue enterrada hasta el cuello y, después, apedreada hasta la muerte por medio centenar de hombres. No fue la única en morir. Los guardias islamistas abrieron fuego cuando familiares de la joven pretendieron acercarse a ella y mataron a un niño.

La supuesta docilidad de Aisha no fue tal, según explicaron los testigos a Reuters. La mujer, arrastrada a la plaza atada de pies y manos, fue metida en el agujero entre gritos de protesta que el saco negro que cubría su cabeza no ahogó. Fue entonces cuando sus familiares rompieron filas de entre la multitud, para encontrarse con los disparos de los islamistas. La lapidación, que un millar de personas observaron, fue lenta. Según los testigos, el apedreamiento se interrumpió hasta tres veces para comprobar si la joven había fallecido. Si los islamistas justificaron nuevamente su acción en la radio por la supuesta voluntad de la joven a aceptar la Sharia, (ley islámica), también se disculparon por disparar a la multitud. "Lamentamos la muerte del niño. Prometemos que detendremos y juzgaremos al que abrió fuego", dijo Hayakallah a una emisora local. Los islamistas, que controlan la ciudad de Kismayo desde el pasado mes de agosto, no permitieron a los cámaras de televisión o a fotógrafos asistir a la lapidación, pero sí consintieron la entrada de medios impresos y radios. Posteriormente, en una entrevista a Efe, Hayakallah aseguró que la mujer había confesado haberse casado con dos hombres y reiteró que ella había pedido la aplicación de la pena.

Los familiares de la joven se mostraron furiosos y negaron que Aisha hubiera confesado la comisión de adulterio. "Y desde luego no pidió que la lapidaran". Una de sus hermanas consideró la ejecución "contraria a la religión y a la lógica" y aseguró que para matar a una adúltera al menos debe haber cuatro testigos de la relación y la confesión del hombre. Los familiares reclamaron a la comunidad internacional que "detenga y castigue a los responsables".

La última vez que los islamistas practicaron ejecuciones públicas fue en 2006, cuando controlaban parte del sur del país y la capital, Mogadiscio. Fuerzas militares somalíes y etíopes recuperaron una parte a finales de ese año, pero los señores de la guerra organizados en guerrillas están recuperando el territorio perdido. Si bien su presencia garantiza una cierta paz en la zona, con ellos llega la introducción de prácticas fundamentalistas y lecturas radicales del Islam.

No es la primera vez que en África se invoca la Sharia para justificar la lapidación de una mujer. Aisha Ibrahim Dhuhulow ha tenido la desgracia de vivir en un país sumido en el caos, sin gobierno, sin leyes más que las que dictan los señores de la guerra.

La nigeriana Amina Lawal tuvo más suerte. Su caso dio la vuelta al mundo en 2001 cuando fue condenada por un tribunal islámico (con inmenso poder en el norte del país africano) por haberse quedado embarazada fuera del matrimonio. Debía haber muerto también por lapidación, pero el apoyo de organizaciones de derechos humanos locales y una campaña mundial en su favor consiguió dar la vuelta a la sentencia. El pasado año se produjo la lapidación de una chica de 17 años de la secta yazidi, en Irak, por haberse enamorado y convertido al Islam. Unas 2.000 personas asistieron a su asesinato en Bashika, cerca de Mosul, al parecer, a manos de familiares que se oponían a su conversión.

La coalición de islamistas que gobierna Kismayo pertenece a la milicia de Al Shabab, considerada una organización terrorista por los Estados Unidos desde marzo. Se les considera afines a Al Qaeda, organización con la que varios de sus líderes se habrían entrenado, según dijo James Swan, vicesecretario de Estado para Asuntos Africanos del Gobierno de EE UU. "Han publicado documentos en los que vanaglorian a Osama Bin Laden e invitado a soldados extranjeros a ir a Somalia. Consideramos que son un peligro para los somalíes, puesto que sus ataques han afectado a la gente de Somalia y entorpecen el proceso de reconciliación en el país".

La presidencia de la Unión Europea condenó la lapidación de la joven, "que los insurgentes islamistas deliberadamente hicieron pública". Así lo declaró la presidencia horas después de que se conociera la ejecución de Aisha en Somalia, un país sin Gobierno central efectivo desde 1991. Ese año, el dictador Siad Barre fue derrocado y los señores de la guerra se hicieron con el control de sus diferentes regiones. En 2007, murieron al menos 6.000 personas y cientos de miles tuvieron que desplazarse, según Amnistía Internacional. (El País, 28/10/08)



El sultán de Brunei. Los ricos también lapidan



La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 5174
Publicada el 1 de noviembre de 2008
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy martes, 20 de agosto





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo escaso sentido del humor, así que aprecio la sonrisa ajena, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada, iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 5173
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 19 de agosto de 2019

[A VUELAPLUMA] Las hadas en la cocina



La Anunciación, de Fra Angélico. Museo del Prado, Madrid


Fra Angélico, como los grandes poetas, transmite a través de los tópicos de su tiempo una verdad esencial. Sus cuadros parecen pertenecer al reino de la fábula, pero con los ojos del que contempla cosas reales, comenta el escritor Gustavo Martín Garzo, en una hermosísima reseña del cuadro "La Anunciación" de Fra Angélico, del Museo del Prado de Madrid. Sin duda mi pintura favorita, junto a la "Eva" de Durero, de todo el museo. 

La pintura de Fra Angélico, comienza diciendo Martín Garzo, no puede comprenderse lejos del mundo agitado del primer Renacimiento. Un mundo en que el arte aspira a reflejar el mundo real y en que los pintores empiezan a no conformarse con la plasmación sugestiva de temas religiosos. Y es verdad que toda su obra gira sobre esos temas y es expresión de su sincero amor a las verdades de una religión en la que cree con fervor y cuyas historias no se cansa de escuchar y contar, pero no lo es menos que se acerca a ese mundo de una forma nueva, para celebrar, como otros pintores de entonces, la belleza y los dones de la vida. Tal vez por eso ningún otro tema fue más querido para él que el de la Anunciación, que pintaría varias veces a lo largo de su vida, y que tiene en el cuadro del Museo del Prado restaurado hace poco su expresión más admirable. Este tema resume su concepción del arte como vínculo entre lo divino y lo humano. Esa fue la respuesta que dio una vez a su amigo el papa Nicolás V cuando este le preguntó cuál era la cualidad que debía caracterizar a un buen pintor. “Debe tener la mirada con un ojo hacia el suelo y otro hacia el cielo”.

No hay nada de terrible en los ángeles dulces y temblorosos de Fra Angélico. En realidad, salvo por sus vestiduras y sus alas, sus rostros y actitudes son semejantes a las nuestras. Es verdad que desprenden luz, pero ¿no pasa eso mismo con todos los personajes de sus cuadros? En La Anunciación una paloma atraviesa, siguiendo la estela de un rayo de oro, el jardín del Edén hasta alcanzar el rostro y el pecho de María, que adopta una actitud de absorta entrega. Pero la luz de este cuadro no solo viene de ese rayo divino. Un tenue haz de luz dorada entra por la ventana del fondo y el propio ángel resplandece. En realidad está en cada cosa, como si la luz fuera la cualidad más íntima de todo cuanto existe, no solo de los seres vivos sino también de los objetos y las plantas.

Basta con mirar a María. Su cuerpo, su cabello y sus manos resplandecen, al igual que su vestido. Pero lo hace, no solo como si recibiera esa luz de algún punto invisible del exterior sino como si fuera ella misma quien la desprendiera. El mismo ángel parece sorprendido al verla, como si dudara de su misión o se asomara a través del gesto luminoso de María a una realidad más honda y conmovedora que la que representa él. Ese asentimiento, esa callada disponibilidad, esa mezcla de gratitud y de gracia, este mundo de luz que todo lo invade es la piedad. Y la piedad y la luz son los grandes protagonistas de toda la obra de Fra Angélico.

Las pinturas de Fra Angélico parecen pertenecer al reino de la fábula pero las pinta con los ojos del que se detiene a contemplar las cosas reales. Puede que una mirada así sea lo que hemos dado en llamar mirada poética, porque la poesía es el realismo supremo. Y todo el arte de Fra Angélico parece estar dominado en grado sumo por un apetito semejante de realidad. Eso significan las dos manos de María cruzadas sobre el pecho: “Quiero ser real”. Es curioso que el ángel y María realicen el mismo gesto. En realidad se recogen, se ovillan, forman un capullo: un capullo de seda.

Pero ¿no buscan eso todos los amantes, recogerse, transformarse en un capullo en las manos del otro? Y ¿qué dice María?: “Haré de mi cuerpo un capullo, una mandorla, el lugar de la aparición”. Y ¿qué le contesta el ángel?: “Quiero parecerme a ti”. Por eso se inclina como ella, por eso cruza sus manos e imita cada uno de sus gestos como si solo aspirara a ser su reflejo.

Puede que el arte de Fra Angélico alcance en este cuadro su momento más excelso, porque hace del corazón de la muchacha visitada por el ángel el verdadero centro de la escena encantada. Como si viniera a decirnos que el verdadero misterio no está en ese rayo de oro sino en el interior de la muchacha que lo recibe. Aun más, como si el ángel lo supiera y por eso se inclinara ante ella y guardara silencio. Como si eso que llamamos lo sagrado no fuera sino la cualidad más indefinible y honda de lo humano.

Y es verdad que desde un punto de vista estético esta Anunciación sigue siendo deudora del mundo de las miniaturas góticas, con su fijación por el oro, su sublime luminosidad y su atmósfera cortesana, pero su tono es muy diferente. En realidad todo el cuadro parece tener una cualidad mental, como si Fra Angélico no pintara una escena real, sino los pensamientos de los que la están viendo. No el mundo, sino nuestros pensamientos acerca del mundo. En realidad, en esta tabla María y el ángel han dejado de ser figuras alegóricas, que representan las ideas de la religión, para transformarse en los tiernos personajes de un hermoso y misterioso cuento.

Pero ni los cuentos ni la poesía han surgido para apartarnos de la realidad, sino para permitirnos adentrarnos más profundamente en ella. Eso representa este cuadro: el instante privilegiado en que la realidad y la verdad dejan de contradecirse. Claro que Fra Angélico, al pintarlo, no podía saber nada de esto y se limitaba a servir piadosamente a una historia en la que creía. Pero lo que hace inolvidable este cuadro es que más allá de las intenciones de su autor, ha llegado a nosotros flotando como un cofre en las aguas del tiempo. Un cofre que sigue conservando el poder de encantar a esos espectadores de hoy para los que los misterios de la religión apenas son otra cosa que un puñado de temas para las salas de los museos. ¿Cómo es posible que nos siga conmoviendo una escena tan maravillosamente pueril?

No es tan extraño si pensamos que lo que hace Fra Angélico, como todos los grandes poetas, es transmitirnos a través de los tópicos de su tiempo una verdad humana esencial. Porque aunque la idea de un ángel que visita la Tierra para anunciar a una muchacha que será la madre de un niño dios pueda parecernos a lo sumo un delicado cuento, algo nos dice que, como sucede con los verdaderos cuentos, oculta algo que no cabe desatender. Y nos bastará con detener nuestra mirada en esta Anunciación para darnos cuenta de lo que es, pues el misterio de la encarnación no es otro que el misterio del amor humano, y que es esa la razón de que un cuadro así nos siga fascinando.

A algo así se refiere Cocteau en su libro La bella y la bestia, diario de rodaje cuando, al comentar el trabajo en su película del gran fotógrafo Henri Alekan, escribe: “Alekan ha logrado un estilo sobrenatural dentro de los límites del realismo. Es la realidad de la infancia. El país de las hadas sin hadas”. Ese país es el que encontraremos al entrar en las salas de esta exposición, como si lo maravilloso no fuera algo que cuestiona lo que creemos ser, sino la cualidad más íntima y decisiva de lo que somos. O, dicho con otras palabras, como si ese anhelo permanente de lo maravilloso fuera el que nos hace de verdad humanos.





La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




Entrada núm. 5172
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[CLÁSICOS DE SIEMPRE] Hoy, con "La suegra", de Terencio




Mosaico latino representando una escena de La suegra, de Terencio


En la mitología griega Talía era una de las dos musas del teatro, la que inspiraba la comedia y la poesía bucólica o pastoril. Divinidad de carácter rural, se la representaba generalmente como una joven risueña, de aspecto vivaracho y mirada burlona, llevando en sus manos una máscara cómica como su principal atributo y, a veces, un cayado de pastor, una corona de hiedra en la cabeza como símbolo de la inmortalidad y calzada de borceguíes o sandalias. Era hija de Zeus y Mnemósine, y madre, con Apolo, de los Coribantes. 

Continúo con esta entrada la sección dedicada a las obras de autores grecolatinos, subiendo al blog la comedia La suegra, de Terencio, que pueden leer desde el enlace anterior y ver desde este otro, en vídeo, intepretada por alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires, Argentina. 

Publio Terencio Afro fue un autor de comedias durante la República romana. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, aunque Suetonio menciona que murió en 159 a. C. a la edad de treinta y cinco años. Esto da el año 194 a. C. como fecha de su nacimiento. Sus comedias se estrenaron entre 170 y 160 a. C. A lo largo de su vida escribió seis obras, todas conservadas. En comparación, su predecesor Plauto escribió alrededor de ciento treinta obras y actualmente solamente disponemos de los textos de veintiuna de ellas.

La suegra, cuyo título original es "Hecyra", probablemente sea una de las comedias más recordadas de Terencio por no haberla podido representar íntegra hasta el tercer intento. Se han conservado dos didascalias de esta obra, según las cuales, la obra se representó por primera vez siendo ediles curules Sexto Julio César y Gneo Cornelio Dolabela, (primeros de abril del año 165 a. C.). Según la didascalia transmitida por Α, conocido por códice de Bembino, la obra fue representada en los Juegos Megalenses, mientras que en la didascalia transmitida por Σ, conocido como «recensión caliopea», se dice que la obra se representó en los Juegos Romanos. La primera vez que se representó se hizo sin prólogo. No pudo ser representada íntegramente la primera vez. La segunda vez que se representó la obra fue durante el consulado de Gneo Octavio y Tito Manlio (año 164 a.C). Se volvió a representar en los Juegos Fúnebres en honor de Lucio Emilio Paulo. Repuesta por tercera vez siendo ediles curules Quinto Fulvio y Lucio Marcio (160 a.C). Según ambas didascalias, la música la compuso Flaco, un esclavo de Claudio. La comedia fue interpretada con flautas iguales. La acción transcurre en una calle de Atenas.

La obra se inicia cuando el esclavo Parmenón explica a dos amigas, la cortesana Filotis y a la anciana Sira, que su joven amo, Pánfilo, muy enamorado de la cortesana Báquide, cediendo a los ruegos de su padre, Laques, ha renunciado a ser su “protector” para casarse con Filúmena, hija de una vecina. Fiel a su primer amor, Pánfilo se abstiene de consumar su matrimonio, con la esperanza de que Filúmena, cansada de su desprecio, tome la iniciativa de deshacer la unión; pero, en vista de la paciencia y del tacto de la mujer y de la brusquedad con la que lo trata Báquide, celosa, Pánfilo se aparta de ésta y se enamora de su mujer. 

Mientras tanto ha muerto un pariente lejano y el joven tiene que emprender un largo viaje para recoger la herencia. En la ausencia, Filúmena vive sola con Sóstrata, la madre de Pánfilo, ya que Laques está en el campo trabajando; suegra y nuera han vivido en armonía, hasta que un día, nadie sabe por qué, Filúmena vuelve a casa de sus padres. La razón de la huida de Filúmena es la violación de la que fue víctima dos meses antes de casarse, y del embarazo de la misma. Protegida por su madre, la joven decide hacer desaparecer el fruto de su desgracia, pero Pánfilo, volviendo de su viaje, para en casa de sus suegros en ese mismo momento y huye indignado al comprender que el recién nacido no puede ser suyo. 

Mirrina le suplica que no descubra la infidelidad de su esposa, incluso propone anular el matrimonio. Ésta es la resolución que toma Pánfilo, ligado a su mujer, pero a la vez rechazando ser el segundo plato de Filúmena. Laques y Fidipo, los padres de la pareja, no comprenden la resistencia de Pánfilo, que se excusa con el respeto debido a su madre, pero aun así Sóstrata decide retirarse al campo para no interponerse en la reconciliación de la pareja. Pánfilo persiste en la negativa a pesar de estar entre acorralado entre los dos ancianos, pero comienza a dudar y parece inclinarse interiormente hacia lo que le pide el corazón. Pero Fidipo descubre el parto, salva a la criatura antes de que haya tiempo de exponerla y, mientras él y Laques, convencidos de que es hija de Pánfilo, lo van presionando cada vez más, éste se siente firmemente convencido de que debe romper el matrimonio, que le obligaría a adoptar el hijo de un desconocido. Los dos ancianos ya no ven otra explicación a su negativa que la sospecha en la que tienen que reprender a su viejo amor por Báquide, y Mirrina les hace creer más en esta sospecha. Los ancianos deciden alejar a Báquide de Pánfilo.

Finalmente esto provoca el desenlace, en el que Báquide sabe convencer al viajo Laques de su inocencia: Pánfilo la dejó de ver después de su boda y no ha vuelto a saber de él. Entonces, conviene que Báquide vaya a ver a Mirrina y a la muchacha, y les convenza, al menos a ellas, de que no es necesaria la disolución del matrimonio. Báquide accede, mostrando una generosidad inesperada, y va a ver a madre e hija, éstas reconocen en su dedo un anillo que el violador le robó a Filúmena. Báquide recuerda que el anillo se lo dio Pánfilo una noche que él iba ebrio después de violentar a una desconocida, y así se descubre que Pánfilo es el padre de la criatura, y el marido enamorado triunfa al ver desaparecer su desgracia imaginaria, y al sentirse obligado a una reconciliación que deseaba de corazón.







La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 5171
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy lunes, 19 de agosto





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo escaso sentido del humor, así que aprecio la sonrisa ajena, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada, iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 5170
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)