jueves, 18 de julio de 2019

[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy jueves, 18 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 
























Los artículos con firma reproducidos en este blog no implica que se comparta su contenido, pero sí, y en todo caso, su interés y relevancia. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

viernes, 12 de julio de 2019

[PERSONAL] Cerrado por descanso del personal





***

NOS VEMOS DE NUEVO
EL 
JUEVES
18 DE JULIO

DISCULPEN LAS MOLESTIAS


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Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[A VUELAPLUMA] Las letras y la vida





Temer a la muerte no es aconsejable, y cuando nos asalta, suele ser por la muerte de otros, no la nuestra, escribe Félix de Azúa. Solía Malraux definir la muerte como “lo irreparable”, comienza diciendo Azúa, y quizás sea ese su carácter más helador. Temer a la muerte no es aconsejable y cuando nos asalta suele ser por la muerte de otros, no la nuestra. Es el rastro que deja la muerte lo que agobia. En un poema muy cursi decía Tagore que lo inconcebible era que tras su muerte los pájaros siguieran cantando. Y sin embargo, esa es la parte buena de la muerte: que sin duda aquellos a quienes los muertos abandonan seguirán cantando. Tardarán meses, años, pero cantarán de nuevo.

Lo irreparable va por otra senda, más oscura, más augusta. Quienes seguimos en vida tras una muerte cercana sabemos que ya no volveremos a compartir nada con el desaparecido. Eso es lo irreparable. Rafael Sánchez Ferlosio nos dejó en abril. Este mes de julio nos hemos reunido unos amigos, espoleados por Fernando Savater, para compartir a Ferlosio en la revista Claves que él dirige. A todos cuantos hemos escrito sobre Ferlosio nos ha parecido que de ese modo aún estaba presente. Así que cambiábamos una proposición, un verbo, un adjetivo para que le gustara más. Si te paras a pensar, es absurdo, es imperdonable, es espiritismo. Sin embargo, los que hemos contribuido teníamos la certeza de que Rafael nos estaba vigilando por encima del hombro.

Es uno de los más insolubles enigmas de la literatura: que da vida. No es una metáfora, es verdad literal. La literatura da vida a los humanos como el agua se la da a las plantas. Y aquellos que no se alimentan con la literatura, se agostan. ¿Cómo es posible semejante disparate? Lo explica Ferlosio en uno de sus pecios, recogido en la revista: “En el silencio de mi noche ardiente, las letras, locas, gesticulan voces”. Es que siguen cantando, Rafael, siguen cantando.



Rafael Sánchez Ferlosio en Roma, en 2005



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[DE LIBROS Y LECTURAS] El sentido del estilo, de Steven Pinker





Francisco García Olmedo, miembro de la Real Academia de Ingeniería y del Colegio Libre de Eméritos, y catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Politécnica de Madrid hasta 2008, publica una reseña en Revista de Libros de la más reciente obra de Steven Pinker, El sentido del estilo. La guía de escritura del pensador del siglo XXI (Madrid, Capitán Swing, 2019). 

De Steven Arthur Pinker, un psicólogo experimental, científico cognitivo, lingüista y escritor canadiense, profesor en el  Departamento de Psicología de la Universidad de Harvard, poco más hay que añadir salvo que es conocido por su defensa enérgica y de gran alcance de la psicología evolucionista y de la teoría computacional de la mente y por la polémica que todos sus libros suelen levantar.

Su cuidada melena, amplia y vigorosa, ya encanecida, resaltaba en la penumbra de las primeras filas en aquel salón del palacio ducal veneciano, comienza diciendo García Olmedo. El acto inaugural iba a empezar en breve. Por unos momentos pensé que estaba ante un Casanova reencarnado. Hacía poco que Steven Pinker, cuya cabellera «ha sido objeto de admiración, y envidia, e intenso estudio», había sido elegido por aclamación como primer miembro del «Club del pelo fluyente y lujuriante para científicos» . Lo he fabulado en esta misma revista. Durante los tres días de convivencia que compartimos en el convento-isla de San Giorgio Maggiore, el último gran monumento palladiano, adquirí el convencimiento de que Pinker era un hombre a la captura de un estilo. En la estela de su último libro hasta aquel momento, La tabla rasa, el título de su conferencia era El nicho cognitivo: «Las palabras de su texto van apareciendo en pantalla según se pronuncian, como si un artificio electrónico conectara por vía umbilical al orador con el proyector o como si este aparato capturara sincrónicamente las ondas sonoras para transformarlas en escritura proyectable». Había algo en el rígido dispositivo de comunicación y en la muy cuidada indumentaria de Pinker que dejaba traslucir su esfuerzo y, hasta cierto punto, su fracaso en la perpetua búsqueda de un gran estilo.

Una década después de las anteriores escenas recibo con interés su último libro, El sentido del estilo. La guía de escritura del pensador del siglo XXI, y desde la propia portada me asalta ya una duda sobre la que volveré más adelante: ¿puede el conocimiento objetivo guiarnos en la búsqueda del estilo? Antes de concluir sobre este asunto, glosemos brevemente el contenido del libro.

En los tres primeros capítulos, Pinker se refiere a cuestiones generales, tales como la necesidad de tener siempre presente al lector, de dirigir la mirada a algo del mundo real y de evitar a toda costa la escritura críptica, buscando ejemplos concretos y aportando viñetas elocuentes cuando se trata de ilustrar ideas abstractas. Entre sus bestias negras destacan «las ideologías académicas relativistas tales como el posmodernismo, el posestructuralismo y el marxismo literario». Un mal estilo puede ser fruto de la pereza o de la mala influencia de la comunicación electrónica. Pero puede ser también deliberado. Quizá porque quiere aparentarse una arcana sabiduría o, incluso, porque existe el propósito deliberado de confundir al lector. Sin embargo, para el autor, el principal factor contrario a un buen estilo es la incapacidad del escritor de ponerse en el lugar del lector, de imaginar lo que éste ignora, de aquello que da por sobreentendido.

En el capítulo cuarto se ocupa de la sintaxis, que no debe ser ni enrevesada ni ambigua. El escritor, según Pinker, debe tratar de «codificar una red de ideas en una cadena de palabras usando un árbol de frases» y necesita entender la función dual de la sintaxis: como código de información para ordenar ideas y como una secuencia de procesamiento de acontecimientos en la mente del lector. Es aquí donde se enmarca la recomendación de eliminar palabras superfluas, aquellas cuya supresión no resten significado a lo escrito, aquellas que en muchos manuales de escritura científica se llaman «palabras basura».

En el capítulo quinto se desarrolla la idea de que la escritura involucra desde los aspectos más superficiales del lenguaje a los más profundos del razonamiento. Es el «hambre de coherencia», según el autor, el motor del proceso de comprender el lenguaje. En otras palabras, el propósito de quien escribe es asegurarse de que los lectores entiendan lo que se les cuenta, capten el asunto, sigan la pista a los actores y perciban que a una idea le sigue otra. La coherencia debe impregnar no sólo cada frase, sino todas las ramas del árbol discursivo. Además, tanto quien escribe como quien lee deben tener claro desde el principio cuál es el propósito del texto. Hay autores que se resisten a cumplir con ese requisito, que según las instrucciones para autores de las revistas científicas es de obligado cumplimiento.

El meollo del libro está en su sexto y último capítulo, al que dedica casi un centenar de páginas, frente a los dos centenares que componen los cinco primeros. Se titula «Hablar bien diciéndolo mal» y trata de cómo dar sentido a las reglas de una gramática correcta, así como a la elección de palabras y a la puntuación. Pinker está a favor de una simplicidad clásica, así como de unas reglas cuyo conocimiento sea obligado, aunque no tengan que cumplirse necesariamente. Lo correcto no parece ser necesariamente lo mejor, se diría. Pinker se mueve entre el prescriptivismo de la autoridad y el populismo descriptivo de considerar que todo uso común a mucha gente tiene que ser necesariamente correcto. A propósito de esta postura flexible, David Marsh, autor de The Guardian Style Guide, ha publicado en su periódico 10 grammar rules you can forget: how to stop worrying and write proper. La lista viene acompañada de otra titulada The sounds of syntax: what pop music can tell us about how to build a sentence, lista que pone en evidencia cómo las letras de la música popular, desde los Beatles a Simon & Garfunkel, contravienen (¿justificadamente?) las mencionadas reglas.

La gramática, la sintaxis, el uso de las palabras y la puntuación son componentes del estilo que pueden estar y están sujetos a ciertas reglas, pero el estilo en sí mismo se despliega en un territorio libre de ellas, al menos por el momento, ya que las investigaciones neurológicas o las lingüísticas todavía no las han revelado, en caso de que existan. Un discurso por completo correcto puede ser plúmbeo o, por el contrario, uno no por completo correcto puede llevarnos a las más sublimes alturas. Hay programas de ordenador para valorar el estilo que se basan en las normas gramaticales y poco más, pero que nada nos dicen de la elegancia o de la gracia estética de un texto. Si se somete a uno de estos correctores un buen texto final de una revista científica de elite, éste saldrá pésimamente valorado, acusado de abusar de la voz reflexiva, pero resulta que esta voz está considerada obligatoria en dicho tipo de revistas: «se pesaron» en lugar de «pesamos», por ejemplo.

Steven Pinker, en realidad, habla casi en exclusiva de las piedras del basamento de ese gran monumento que puede llegar a ser el estilo, pero apenas roza verdaderamente el corazón del tema que se enuncia en el título del libro. La especialidad de Pinker es la Psicolingüística, por lo que, al escribir sobre el estilo, el autor navega por mares ajenos, algo a lo que ya nos tiene acostumbrados y que yo encuentro útil y deseable. No milito entre sus detractores, aquellos que, en palabras de Manuel Arias Maldonado, han creado un curioso subgénero que podría denominarse «desprecio de Pinker» . Este libro, tal vez por lo enrevesado del tema, no es ciertamente de los más fáciles de leer entre los que ha publicado su autor y ha debido de ser particularmente ardua la labor de traducción, ya que tanto los ejemplos como las viñetas que ilustran los conceptos y reglas que se discuten se refieren necesariamente al idioma inglés y no al español.

Pinker aspira a sustituir con su libro al venerado The Elements of Style, de William Strunk y E. B. White, por considerarlo superado por la evolución de la gramática. Esta aspiración suena más ambiciosa de lo que en realidad es, ya que, de William Shakespeare a William Faulkner, no parece que los grandes escritores hayan respetado las reglas de la buena escritura, enseñándonos más bien hasta dónde podemos llegar sin ellas. A juzgar por el éxito de sus libros, Steven Pinker debe de estar en posesión de un estilo eficaz, aunque no me parece que responda al ideal de «simplicidad clásica» que predica.







Los artículos con firma reproducidos en este blog no implica que se comparta su contenido, pero sí, y en todo caso, su interés y relevancia. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy viernes, 12 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 






















Los artículos con firma reproducidos en este blog no implica que se comparta su contenido, pero sí, y en todo caso, su interés y relevancia. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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jueves, 11 de julio de 2019

[A VUELAPLUMA] Tocarnos sin miedo





Cuando fui a ver Jauría, comenta la escritora Lara Moreno,  salí con la reforzada convicción de que nuestra educación sexual es condenable y peligrosa. Empecé viendo a Rocky Balboa, comienza diciendo, con sus ojos de vaca casi tiernos y su ingenua crítica social asociada a un chándal gris y a una triste novia de barrio. Intenté acostumbrarme sin éxito a los esteroides de Schwarzenegger o de Jean-Claude Van Damme, los cabeza de buey, los rompe cráneos. Masa humana inflada golpeando. Bebedores de leucocitos. Pasé miedo con Freddy Krueger, un miedo completamente exento de empatía. Aquello estaba hecho para ser mirado, pero a mí me costaba mirar. Todo esto acabó; aunque tarde, llegaron los años en los que podía decidir por mí misma. La violencia audiovisual ¿empezó a ser otra cosa? Recuerdo los debates que tuve con amigos sobre Irreversible, la película de Gaspar Noé, donde se filma una violación desde el suelo, con un plano fijo, durante más minutos de lo establecido (fuera del porno, claro). Esa violación estaba exenta de erotismo y había que sostenerle el pulso a la pantalla. Yo tuve que quitar el sonido, y aun así no conseguí mantener los ojos abiertos. Aquello tenía un mensaje, decíamos. Igual que Funny Games, de Haneke: ¿no era esa mirada a cámara del depravado protagonista, esa sonrisa, el guiño que confirmaba la condición de crítica a través del arte? La violencia siempre debería incomodar. Estremecer. La violencia siempre debería resultar repulsiva. Pero el entretenimiento, parque de atracciones del capitalismo, está por encima del bien y del mal. Y quién no ha disfrutado con el capítulo de Juego de tronos donde se apuñala a una embarazada en el vientre. Sangre sofisticada.

Cuando fui a ver Jauría, la obra de teatro de Miguel del Arco sobre el juicio de La Manada, salí con la reforzada convicción de que nuestra educación sexual (y por lo tanto emocional), la de todos, que viene directamente de la industria pornográfica y de siglos de machismo y patriarcado aderezados con restos de una losa católica, es condenable. Es peligrosa. Los gestos, la bravuconería, la violencia, el uso y la anulación y la destrucción del otro, de la otra, de todas las otras: urge empezar de nuevo. Y cuidado: no mezclemos el amor en la educación sexual y emocional, el amor no es algo que nos vaya a caer del cielo para salvarnos. El amor es un sentimiento, no una posición. Solo nos queda mirar al otro con respeto y desde la igualdad. Entonces podremos empezar a tocarnos sin miedo. 



Una escena de la obra de teatro 'Jauría'



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[ARCHIVO - 2008] Adolfo Suárez. Un reconocimiento merecido



Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos


Es noticia destacada en la prensa la visita que ayer realizaron los reyes al expresidente Adolfo Suárez en su casa para entregarle personalmente el Gran Collar de la Orden del Toisón de Oro, la condecoración nobiliaria más importante del mundo, de la que el rey de España es su Gran Maestre, y que le había sido otorgado por el Gobierno el pasado año.

Es un reconocimiento absolutamente merecido para quien fuera presidente del gobierno entre 1976 y 1981, impulsor de la Ley de Reforma Política que puso fin al régimen franquista, y del proceso constituyente posterior que culminaría con la aprobación de la Constitución de 1978.

Hablé con Adolfo Suárez personalmente en una sola ocasión, poco después de ser designado presidente del gobierno por el rey, en mi condición de secretario general en Las Palmas de la Unión del Pueblo Español (UDPE), una de las "asociaciones políticas" que él impulsaba desde la secretaría general del Movimiento. Me pareció, como han dicho de él otras personas con mucho más conocimiento de causa que yo, un auténtico animal político, un encantador de serpientes, al que no se le puede escatimar elogio alguno por lo que consiguió y por como lo consiguió... No le seguí en su creación de la UCD, tras el reconocimiento legal de los partidos políticos, y volví a la vida universitaria, porque nunca no me he sentido a gusto del todo como hombre de partido aunque siga militando en ellos, pero jamás ha dejado de interesarme la política, como ciencia y como instancia teórica.

Pienso que se merece, aunque resulte tardío, ese reconocimiento que el pueblo, el gobierno y el rey le otorgan con esta distinción. Y reconozco no haber podido dominar del todo la emoción que me ha embargado al ver la entrañable foto de un Adolfo Suárez incapaz de recordar quién es, quién fue y qué hizo, paseando junto al rey de los españoles...





Los Reyes visitaron ayer al mediodía al ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez (de 75 años, nacido en la localidad abulense de Cebreros). Don Juan Carlos quería desde hace tiempo entregar personalmente al político, aquejado de Alzheimer, el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro, en reconocimiento al trabajo del primer presidente de la democracia. Fue un acto sencillo, familiar. Así lo ha contado a EL PAÍS su hijo mayor, Adolfo Suárez Illana. "Mi padre ha estado en los últimos meses con cosas propias de su enfermedad y el Rey de España tiene una agenda muy apretada. Pero nos dijo a la familia que antes de marcharse de vacaciones quería venir a casa". "Cuando se despidió de nosotros, el Rey nos preguntó que cuándo podía venir".

Todos los hijos de Suárez, a excepción de Sonsoles, estaban en el domicilio familiar cuando llegaron los Reyes. "Estuvieron muy cariñosos, como son ellos. Mi padre no conoció al Rey. No conoce a nadie, pero sí agradece el cariño y don Juan Carlos fue muy cariñoso con mi padre y estaba encantado con la visita", ha contado Suárez Illiana.

El Rey y el hijo mayor del ex presidente prepararon una foto para mostrar públicamente el encuentro. "La hice yo mismo en el jardín de la casa. Es una foto de dos personas que han vivido muchas cosas juntas y han llegado al final de camino. Es también una foto en la que se ve el cariño del Rey hacia mi padre, un cariño y una lealtad que mi padre durante muchos años le demostró a Su Majestad."

La última vez que el Rey visitó a Suárez fue con motivo de la muerte de la hija mayor del ex presidente, Marian. En la foto difundida hoy se muestra al Rey con el brazo sobre el hombro de Suárez paseando por los jardines del domicilio del ex presidente.

El Gobierno español aprobó en junio de 2007 el real decreto por el que el Rey le otorgaba el Collar, días antes de cumplirse el 30 aniversario de las primeras elecciones democráticas, que ganó la Unión de Centro Democrático (UCD), el partido político que entonces encabezaba Suárez.

El día en que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aprobó la distinción, la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, explicó que la decisión de "rendir homenaje" al primer jefe del Ejecutivo tras la dictadura se tomó "con ilusión". "El tiempo siempre hace justicia, especialmente con los líderes que lucharon para cambiar el ritmo de la sociedad", declaró entonces De la Vega.

"Suárez actuó como un político de palabra y como un ciudadano lleno de esperanza" en años "cruciales" para la historia española, dijo De la Vega, quien añadió: "Si el rumbo no se desvió, si conseguimos avanzar a un sistema democrático fue gracias a personas como Adolfo Suárez que pudieron personificar todo el coraje y toda la valentía con que los españoles estaban empujando la transición de la dictadura a la democracia".

La Orden del Toisón de Oro se fundó en Brujas (Bélgica) en 1429 por Felipe el Bueno, duque de Borgoña, y es la más alta distinción que concede la Casa del Rey. Sólo otras diecisiete personalidades, entre ellas el Príncipe de Asturias, la han recibido en los últimos treinta años.

La insignia del Toisón consiste en un gran collar de oro, con las armas del duque de Borgoña, compuesto de eslabones dobles en forma de B, entrelazados con pedernales echando llamas.

Adolfo Suárez Illana, hijo del ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez, aquejado de álzheimer, declaró el 31 de mayo de 2005 que su padre no recordaba "que fue presidente del Gobierno" y que no conocía "a nadie". Suárez Illana lo dijo en un programa de TVE en el que contó que el ex presidente supo, "hasta la pérdida casi completa de sus facultades mentales", dos años atrás, "de la enfermedad que padecía, y que trató siempre de disimularla" para evitarles sufrimiento. (Mábel Galaz. El País, 18/07/08) 




El Gran Collar del Toison de Oro


"¿Quién es?", preguntó. "El Rey", le contestó su hijo Adolfo. "Ah", añadió él por todo comentario, y miró a Su Majestad sin añadir palabra. Adolfo Suárez se ha olvidado de casi todo, pero no de ser cortés y educado. Y amable. Y cariñoso. Sigue observando a los pocos que acuden a verle con esa mirada profunda, directamente a los ojos, diciendo infinidad de cosas con los suyos, cosas que ni él mismo es capaz ya de relatar en palabras comprensibles, pero que hacen que los pocos que tienen el privilegio de estar a su lado sientan por él un cariño especial y mucha nostalgia. El Rey no podía ser menos y se fundió en un abrazo y esta crónica no puede confirmarlo pero, seguramente, más de una lágrima se asomaría a sus pupilas... A ciertas edades es fácil emocionarse con cualquier cosa, pero más todavía ante alguien a quien el propio Monarca le debe tanto. Los dos siguen formando parte de la Historia viva de España, con la diferencia de que uno tiene memoria para saberlo, y el otro guarda en su memoria recuerdos que ya nunca saldrán de ella.

El encuentro era todo emoción. A Adolfo lo acompañaban sus hijos y su cuidador. El Rey y la Reina querían demostrarle un cariño que en sus manos y en sus palabras representaba el cariño de toda España hacia el hombre que hizo posible el sueño de un país libre y pacífico. Cuando Suárez dudó de Su Majestad sin saber identificarle, Don Juan Carlos le regaló una sonrisa y con los ojos venció su resistencia. Y Suárez se dejó. Confió. Hacía casi dos años que no se veían, pero tampoco en esa ocasión el presidente había reconocido al Monarca. El encuentro del jueves, sin embargo, tuvo una magia especial. El Rey echó su brazo al hombro de Suárez, ambos se dieron la vuelta, y dando la espalda a todos salieron al jardín. Suárez Illana, consciente de la transcendencia del momento, buscó una cámara de fotos y salió detrás de ellos. La instantánea forma parte ya, desde ayer, del templo de recuerdos de una época que nunca debe olvidarse. Estuvieron casi una hora. Nunca se sabrá de qué hablaron, ni si hablaron, pero las palabras sobraban porque el gesto encerraba toda una lección para las generaciones presentes y futuras.

Don Juan Carlos y Doña Sofía se habían acercado hasta el domicilio particular de Adolfo Suárez en La Florida para llevarle la máxima distinción que el Rey puede otorgar, el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro. Don Juan Carlos llevaba tiempo queriendo hacerlo, y el jueves, por fin, pudo poner su mano sobre el hombro del hombre a quien él mismo encargó que llevara a cabo la Transición de la dictadura a la democracia, del hombre que trajo a España la libertad y que dio al mundo un ejemplo de fe en la democracia liberal, en la capacidad de diálogo y de consenso, en el respeto a la pluralidad... Ambos habían recorrido un largo camino juntos, y casi treinta años después de que los españoles ratificaran aquel enorme esfuerzo de generosidad, volvían a encontrarse en circunstancias muy especiales, y muy diferentes a aquellas. A la memoria del Rey vendría el día aquel en que Suárez, siendo príncipe Don Juan Carlos y en vida de Franco, le escribió en un papel como creía que debía ser la Transición. Y aquel otro, unos años después, en junio de 1976 cuando lo llamó a La Zarzuela y entregándole ese mismo pedazo de papel le dijo: "Es el momento de llevarlo a cabo".

La sintonía entre ambos, la amistad entre el Rey y aquel al que la Historia confirmará como el más fiel de sus vasallos, había surgido mucho antes. Siempre se entendieron y entre ellos hubo palabras que nunca nadie le hubiera dicho al Monarca y que nunca nadie escucharía de los labios de Don Juan Carlos. A esa amistad se unió el cariño y la admiración que por Suárez y por su mujer, Amparo Illana, sintió, desde el primer momento, la Reina Sofía. No podía ser de otra manera, y por eso el jueves, cuando le cogió entre sus manos, la Reina solo pudo decirle una palabra: "Guapo". Suárez sonrió. Había entendido el piropo y aunque no conocía el rostro ni el linaje de quien se lo acababa de decir, si fue capaz de percibir la trascendencia. El Rey y la Reina sintieron que ofrecían a Suárez el abrazo de todos los españoles, por eso Don Juan Carlos, antes de irse, pidió volver: "Me voy muy contento porque veo a tu padre feliz", le dijo antes de despedirse a Adolfo hijo. Se había hecho, una vez más, justicia con la memoria de nuestra reciente historia, y con un alcance en el gesto que todavía habrá tiempo para valorar. Suárez es hoy el resumen de una pasión colectiva por la libertad, y más que nunca este es el tiempo en el que conviene traerlo a la memoria. ("Que nunca caiga en el olvido", Federico Quevedo. El Confidencial, 19/07/08)




Adolfo Suárez se enfrenta a los golpistas. Madrid, 23/2/1981


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Entrada núm. 5063
Publicada originariamente el 19/7/2008
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