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domingo, 8 de mayo de 2016

[Reedición] Y París fue una fiesta...




Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789)


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente, conservan su título, fecha y numeración original, y no cuentan en el cómputo general de entradas del blog. Disfrútenla de nuevo si lo desean. 

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Hoy hace justamente treinta y tres años que estaba en París con mi mujer, mis dos hijas pequeñas y una sobrina que nos acompañó desde Las Palmas. Por la mañana habíamos paseado por los Campos Elíseos, preparados para el desfile conmemorativo del 14 de julio, y un poco más tarde visitando el Louvre, en el que nos colamos, sin pagar entrada por una puerta lateral. No fue algo premeditado, estaba abierta, había mucha cola esperando en la puerta principal, nos acercamos a ver, y, como no había nadie, pasamos... Así de sencillo. Y por la noche, o más bien al atardecer, vimos desde el Trocadero el espectáculo de fuegos artificiales y comimos unos impresionantes bocadillos de embutidos en "baguettes"... Por cierto, nos ilusionamos con comprarnos un apartamento en la Place Vendôme, pero la economía familiar no daba para ello. A pesar de lo cual, París, aquel día, fue una fiesta...

Como lo fue exactamente tal día como hoy de hace 225 años, con el asalto del pueblo a la prisión real de La Bastilla, que significó el inicio de la Revolución Francesa y el colapso del Antiguo Régimen. No voy a hacer ningún panegírico de ella. Solo sé que su divisa de "Libertad, Igualdad, Fraternidad", ha alumbrado e incendiado desde entonces los corazones de miles de hombres que vieron en ella la redención de siglos de opresión.

Si la Revolución Americana, de la que escribí hace unos días en el blog, producida trece años antes, alumbró el derecho de los pueblos a vivir conforme a las leyes que ellos mismos se otorgaran libremente, la Revolución Francesa promulgó ese mismo año de 1789 la primera declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano con pretensiones de validez universal. La Revolución Francesa trajo muerte, destrucción, terror... Pero también una esperanza para los pueblos de esta vieja y cansada Europa.

Les dejo con ese monumento al racionalismo político universal que fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, adoptada por la Asamblea Constituyente francesa entre el 20 y el 26 de agosto de 1789, y aceptada por el rey de Francia, Luis XVI, el 5 de octubre de ese mismo año. Dice así: 

"Los representantes del pueblo francés, que han formado una Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, la negligencia o el desprecio de los derechos humanos son las únicas causas de calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne estos derechos naturales, imprescriptibles e inalienables; para que, estando esta declaración continuamente presente en la mente de los miembros de la corporación social, puedan mostrarse siempre atentos a sus derechos y a sus deberes; para que los actos de los poderes legislativo y ejecutivo del gobierno, pudiendo ser confrontados en todo momento para los fines de las instituciones políticas, puedan ser más respetados, y también para que las aspiraciones futuras de los ciudadanos, al ser dirigidas por principios sencillos e incontestables, puedan tender siempre a mantener la Constitución y la felicidad general.

Por estas razones, la Asamblea Nacional, en presencia del Ser Supremo y con la esperanza de su bendición y favor, reconoce y declara los siguientes sagrados derechos del hombre y del ciudadano:

Articulo 1
Los hombres han nacido, y continúan siendo, libres e iguales en cuanto a sus derechos. Por lo tanto, las distinciones civiles sólo podrán fundarse en la utilidad pública.

Articulo 2
La finalidad de todas las asociaciones políticas es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre; y esos derechos son libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión.

Articulo 3
La nación es esencialmente la fuente de toda soberanía; ningún individuo ni ninguna corporación pueden ser revestidos de autoridad alguna que no emane directamente de ella.

Articulo 4
La libertad política consiste en poder hacer todo aquéllo que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros límites que los necesarios para garantizar a cualquier otro hombre el libre ejercicio de los mismos derechos; y estos límites sólo pueden ser determinados por la ley.

Articulo 5
La ley sólo debe prohibir las acciones que son perjudiciales a la sociedad. Lo que no está prohibido por la ley no debe ser estorbado. Nadie debe verse obligado a aquello que la ley no ordena.

Articulo 6
La ley es expresión de la voluntad de la comunidad. Todos los ciudadanos tienen derecho a colaborar en su formación, sea personalmente, sea por medio de sus representantes. Debe ser igual para todos, sea para castigar o para premiar; y siendo todos iguales ante ella, todos son igualmente elegibles para todos los honores, colocaciones y empleos, conforme a sus distintas capacidades, sin ninguna otra distinción que la creada por sus virtudes y conocimientos.

Articulo 7
Ningún hombre puede ser acusado, arrestado y mantenido en confinamiento, excepto en los casos determinados por la ley, y de acuerdo con las formas por ésta prescritas. Todo aquél que promueva, solicite, ejecute o haga que sean ejecutadas órdenes arbitrarias, debe ser castigado, y todo ciudadano requerido o aprehendido por virtud de la ley debe obedecer inmediatamente, y se hace culpable si ofrece resistencia.

Articulo 8
La ley no debe imponer otras penas que aquéllas que son evidentemente necesarias; y nadie debe ser castigado sino en virtud de una ley promulgada con anterioridad a la ofensa y legalmente aplicada.

Articulo 9
Todo hombre es considerado inocente hasta que ha sido convicto. Por lo tanto, siempre que su detención se haga indispensable, se ha de evitar por la ley cualquier rigor mayor del indispensable para asegurar su persona.

Articulo 10
Ningún hombre debe ser molestado por razón de sus opiniones, ni aun por sus ideas religiosas, siempre que al manifestarlas no se causen trastornos del orden público establecido por la ley.

Articulo 11
Puesto que la comunicación sin trabas de los pensamientos y opiniones es uno de los más valiosos derechos del hombre, todo ciudadano puede hablar, escribir y publicar libremente, teniendo en cuenta que es responsable de los abusos de esta libertad en los casos determinados por la ley.

Articulo 12
Siendo necesaria una fuerza pública para dar protección a los derechos del hombre y del ciudadano, se constituirá esta fuerza en beneficio de la comunidad, y no para el provecho particular de las personas por quienes está constituida.

Articulo 13
Siendo necesaria, para sostener la fuerza pública y subvenir a los demás gastos del gobierno, una contribución común, ésta debe ser distribuida equitativamente entre los miembros de la comunidad, de acuerdo con sus facultades.

Articulo 14
Todo ciudadano tiene derecho, ya por sí mismo o por su representante, a emitir voto libremente para determinar la necesidad de las contribuciones públicas, su adjudicación y su cuantía, modo de amillaramiento y duración.

Articulo 15
Toda comunidad tiene derecho a pedir a todos sus agentes cuentas de su conducta.

Articulo 16
Toda comunidad en la que no esté estipulada la separación de poderes y la seguridad de derechos necesita una Constitución.

Articulo 17
Siendo inviolable y sagrado el derecho de propiedad, nadie deberá ser privado de él, excepto en los casos de necesidad pública evidente, legalmente comprobada, y en condiciones de una indemnización previa y justa".

Sean felices, por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



Litografía de la prisión de La Bastilla (París, 1789)


Entrada núm. 2104
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
Publicada originariamente con fecha 14 de julio de 2014

sábado, 7 de mayo de 2016

[Reedición] La justicia en España



Palacio de las Salesas Reales. Sede del Tribunal Supremo (Madrid)


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A mis amigas, y letradas, Ana, Cristina, Juana, Lourdes y Syra

Hace unos días veía por televisión una película canadiense en la que los progenitores de un menor, de padre negro y madre blanca, litigaban por la custodia de su hijo ante los tribunales. Casi al final de la película el abogado de la madre le comunica a ésta que el Tribunal Supremo de Canadá, compuesto por nueve jueces, y que no ve más de setenta u ochenta casos al año, acepta tratar el mismo. La resolución del alto tribunal canadiense da igual y no viene ahora a cuento. La cuestión está en que el número de casos que el tribunal acepta tramitar y resolver cada año no llega al centenar. El hecho me llamó la atención y me puse a investigar en las memorias de los Tribunales Supremos de otros países sobre el número de resoluciones que adoptan de media al año.

Por ejemplo, la Corte Suprema de los Estados Unidos de América, compuesta de nueve miembros, no acepta ni resuelve más de un centenar de casos anuales. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea, compuesto de veintiocho jueces y nueve abogados generales acepta y resuelve una media de quinientos casos al año. El Tribunal Supremo de España, compuesto por cinco salas con un total de ochenta magistrados, resolvió el año 2012 la friolera de 22.050 asuntos. El Tribunal Constitucional de España, compuesto de doce miembros, resolvió ese mismo año 8.041 asuntos.

Evidentemente, y sin entrar en mayores detalles, algo funciona mal, pero que muy mal, al menos organizativamente en la justicia ordinaria española y no digamos en la constitucional, cuando las resoluciones adoptadas por los dos más altos tribunales españoles pasan anualmente de 30.000 asuntos. 

Hace unos años escribí una entrada en el blog sobre la designación por el presidente Obama de la puertorriqueña Sonia Sotomayor, en aquel entonces de 54 años de edad, como miembro de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América, lo que la convertía en la primera mujer de origen hispano en sentarse en el más exclusivo de los ámbitos judiciales del mundo, dado que conservan sus cargos de por vida mientras observen buena conducta o no dimitan voluntariamente. 

Pero si la revisión del funcionamiento del sistema judicial español requiere algo más que el cosmético, inútil y desafortunado proyecto propiciado por el ministro de Justicia, el señor Gallardón, para si no solucionar al menos paliar el desastre organizativo del mismo, lo del Tribunal Constitucional clama al cielo.

Si hay algo que caracteriza al sistema político norteamericano no es la estructura federal del poder, el presidencialismo, la estricta división de poderes, la libertad religiosa, o el derecho de los ciudadanos a portar armas. No, la característica más peculiar de dicho sistema es la instauración por vez primera en la historia de la facultad de revisión por el Poder Judicial, La Corte Suprema, de todos los actos y leyes contrarios a la Constitución. 

Era algo que estaba latente en la Constitución aunque nada dice sobre ello su artículo III, Sección II, pero que sí se proponía en "El Federalista" (Fondo de Cultura Económica, México, 1994). Lo hacía Alexander Hamilton, uno de sus primeros comentaristas y promotores, en su famoso artículo LXXVIII, escrito en abril de 1788, al decir que "no hay proposición que se apoye sobre principios más claros que la que afirma que todo acto de una autoridad delegada, contrario a los términos del mandato con arreglo al cual se ejerce, es nulo. Por lo tanto, -añade-, ningún acto legislativo contrario a la Constitución puede ser válido. Negar esto, afirma Hamilton, equivaldría a afirmar que el mandatario es superior al mandante, que el servidor es más que su amo, que los representantes del pueblo son superiores al pueblo mismo y que los hombres que obran en virtud de determinados poderes pueden hacer no sólo lo que éstos no permiten, sino incluso lo que prohíben". Solo hacía falta que un jurista del prestigio del juez Marshall, presidente de la Corte Suprema de 1801 a 1835, lo desarrollara y aplicara en el famoso caso Marbury versus Madison, para que la "judicial review" se convirtiera en el rasgo más distintivo del sistema constitucional norteamericano. 

Yo no sé si en el sistema judicial español faltan o sobran jueces; seguramente, faltan. Pero de lo que no me cabe la menor duda es que la organización judicial española, vista en su conjunto, es un desastre sin paliativos. Desastre, desde luego, del que los jueces no tienen la culpa.  Y sobre la ley que regula el funcionamiento del Tribunal Constitucional, pues más de lo mismo, o peor. Al Tribunal Constitucional le sobran competencias y debería limitarse a la única labor para la que fue creado: interpretar la Constitución como última y definitiva instancia. Y todo lo demás, le sobra. Así que, señoras y señores del gobierno, señoras y señores diputados y senadores, señoras y señores integrantes del Consejo General del Poder Judicial, pónganse las pilas, y al tajo, que esto no da para más y va proa al marisco, como dicen por mi tierra.

Les recomiendo la lectura del soberbio artículo del profesor de Derecho Administrativo de la UNED, Enrique Linde Paniagua, titulado: La reforma de la administración de justicia en España. Las claves de su crisis, publicado en Revista de Libros. 


Sean felices, por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



Tribunal Constitucional (Madrid, España)




Entrada núm. 2106
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
Publicada originariamente con fecha 15 de julio de 2014

viernes, 6 de mayo de 2016

[Reedición] La Luna, 45 años después



Neil Amstrong en la Luna (1969)


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"Houston, aquí Base Tranquilidad. El Águila ha alunizado". Eran exactamente las 20:17:40 UTC (hora de Canarias) del día 20 de julio de 1969. El módulo lunar del Apolo 11, tripulado por Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, se había posado en la Luna. A las 2.59 (hora canaria) del 21 de julio, Amstrong pisa la Luna. Poco después le sigue Aldrin. A la hora del regreso dejan sobre la superficie lunar una placa en inglés que dice: "Aquí, unos hombres procedentes del planeta Tierra, pisaron por vez primera la Luna en julio de 1969. Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad".

Hace 45 años. Yo lo ví por televisión. Me pasé la noche sentado junto a mi madre en el suelo de la sala de estar de su casa en Madrid. No dormimos ninguno de los dos esa noche. A las 9 de la mañana entraba de guardia en el Palacio de Buenavista, en la plaza de Cibeles, en Madrid, sede del Ministerio del Ejército en aquel entonces y ahora del Cuartel General del Ejército, donde cumplía mi servicio militar. 

Nunca olvidaré esa noche... No dejen de ver las fotos y videos que se reproducen en los enlaces externos de la página electrónica que reseño más arriba. Yo, esa noche mágica de julio, fui feliz hasta el llanto...


Y la Luna, cuarenta cinco años después de la visita pues sigue donde está desde hace unos cuantos millones de años: en el firmamento... Igual de solitaria aunque con un poco más de basura terrestre... Igual de hermosa en su pleniluinio... Igual de enigmática para el común de los mortales, aunque haya perdido un cierto aura... 

La estación espacial de Maspalomas, en Gran Canaria, el lugar donde vivo y desde donde escribo, jugó un papel fundamental en esa hazaña. Y el diario "La Provincia" de Las Palmas de ayer, lo relataba en un interesante reportaje que pueden leer aquí.

Sean felices, por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



Luna llena sobre el cielo de Canarias



Entrada núm. 2115
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
Publicada originariamente con fecha 21 de julio de 2014

jueves, 5 de mayo de 2016

[Reedición] Ateos y creyentes. Para comenzar, respeto mutuo




El sacrificio de Ifigenia, de B. Flemal (1614-1675) 




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Creo que ya he comentado anteriormente que mis dos personajes favoritos de ficción, ambos femeninos, ambas griegas, son la inocente Ifigenia de Eurípides y la valerosa Antígona de Sófocles. Y los masculinos, también de ficción, ambos españoles, el pícaro a la fuerza Lázaro de Tormes de Alfonso de Valdés y el idealista Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes. En cuanto a personajes de la vida real, entre mis contemporáneos más admirados, citaría dos mujeres, la politóloga norteamericana Hannah Arendt y la filósofa francesa Simone Weil, ambas judías, ambas ateas, y dos hombres, el teólogo suizo Hans Küng y el paleontólogo y filósofo francés Teilhard de Chardin, ambos sacerdotes católicos. 

De Hannah Arendt me impresionó sobre todo su libro Los orígenes del totalitarismo, aunque he leído casi toda su obra; de Simone Weil, su Carta a un religioso, me dejó una huella profundísima. Y de Teilhard de Chardin, del que también he leído varios de sus libros, el que me produjo más impacto fue sin duda El fenómeno humano. Pero hoy quería hablar sobre todo de la vida y la obra del controvertido teólogo católico Hans Küng. 

De Küng lo último que he leído con inmensa curiosidad y placer ha sido el segundo tomo de sus memorias: Verdad controvertida. Memorias, que abarca el periodo 1968-2007, con episodios tan relevantes como su enfrentamiento con el Santo Oficio romano (la Inquisición actual), la prohibición de enseñar dictada contra él por el papa Juan Pablo II, y las relaciones primero amistosas y luego tirantes, pero siempre respetuosas, con su ex-compañero de cátedra en la Universidad de Tubinga, Josep Ratzinger, el anterior papa Benedicto XVI.

No estoy intentando crear un paralelismo entre ellos, pero si el personaje de Lázaro es el ejemplo perfecto del trepa para sobrevivir, e Ifigenia cautiva por su inocente voluntad de entrega a los dioses hasta el sacrificio, los de Antígona, Don Quijote, Arendt, Weil, Teilhard de Chardin y Küng, son paradigmas de la voluntad de defender contra todos y frente a todos, su libertad de criterio y opinión, en búsqueda de la verdad. Al menos de su verdad.

Mi primera lectura de Küng fue su monumental Ser cristiano (1974), hace cuarenta años, que devoré durante unas vacaciones familiares en Mallorca. Luego, más tarde, seguirían ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo (1978), Proyecto de una ética mundial (1990), El judaísmo. Pasado, presente, futuro (1991), El cristianismo. Esencia e historia (1994), Libertad conquistada. Memorias (2002), Credo. El símbolo de los apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo (2007), y algunas otras más que no cito para no resultar cansino. También durante muchos años estuve suscrito y fui lector fiel de la edición española de la revista internacional de teología "Concilium", fundada por él.

Ninguna de estas lecturas, ni de otras muchas sobre el cristianismo y las religiones de la tierra, ha hecho tambalear mi falta de fe en dios o en la vida eterna. Sigo sin creer ni en uno ni en la otra, pero que nadie confunda falta de fe con falta de respeto por el fenómeno religioso, que no sólo no me es ajeno, sino que me sigue interesando profundamente. Creo que todos saldríamos ganando, ateos y creyentes, si aprendiéramos a respetarnos y no inmiscuirnos en las creencias o no creencias ajenas. Respeto mutuo y cada uno a lo suyo. 

Al mes justo de la muerte de su autor el teólogo español Casiano Floristán, compañero de Hans Küng en la Universidad de Tubinga, la revista El Ciervo publicaba un hermoso artículo de homenaje a su colega suizo, titulado "Hans Küng, un teólogo muy generoso", que es un estupendo resumen de las vicisitudes teológicas, personales y vitales del gran teólogo católico. Me ha resultado imposible encontrar el enlace en línea a dicho artículo, así que lo reproduzco literalmente. Les dejo con él:

"Vi por primera vez a Hans Küng en junio de 1960, en el patio del seminario católico Wilhelmstift de Tubinga con su pelo ondulado, tupé rubio, gafas “Truman”, tez curtida por los aires y soles del montañismo y la natación, mirada socarrona, sonriente y apuesto. Iba con sandalias sin calcetines, más parecido a un franciscano de Asís que a un jesuita de Roma. Sospecho que sus zapatos los dejó en el Colegium Germanicum et Hungaricum de Roma, donde cursó tres años de filosofía y cuatro de teología (1948-1955). Llamativo contraste: mientras que algunos españoles subíamos a Alemania a estudiar teología, un suizo-alemán bajaba a cursarla en la Gregoriana de Roma. Dice Küng en sus memorias con ironía: “La Roma católica me convirtió en un católico frente a la Roma de la curia”. Ejemplar conversión.

Hans se ordenó sacerdote diocesano el 9 de mayo de 1955 y celebró su primera misa en la cripta de San Pedro, debajo de la cúpula vaticana, sin que se conmovieran sus cimientos. Sin duda, hubo amigos y familiares sólidamente cristianos que rezaron para que el misacantano saliese airoso de sus futuros combates con los responsables de la curia romana. Ese día le rodearon sus padres y hermanos. Todos han hecho piña a su alrededor cuando ha recibido un premio académico o un monitum de la Congregación de la Doctrina de la Fe, otrora Santo Oficio, vigilado por los cardenales, Ottaviani primero, y Ratzinger después.

Al volver de estudiar en Roma y pasar por su casa familiar de Sursee, pueblo suizo donde había nacido en 1928, camino de París para obtener su doctorado, se puso unos zapatos ecuménicos del almacén de su padre, comerciante de calzados, con cuya compraventa se ganaba el pan y las salchichas para su familia numerosa.

En los dos años de París redactó brillantemente su tesis sobre la justificación en Karl Barth, teólogo protestante suizo, con quien trabó gran amistad. La publicación de su trabajo causó sensación, tanto en los medios teológicos católicos como en los protestantes. Empezó a ser conocido en toda Europa, a repensar la teología de arriba abajo y a ser vigilado por monseñores germanos y romanos. Los guardias suizos del Vaticano –por respeto a su paisano– quedaron al margen.

Entonces recibió la llamada de la Universidad de Tubinga. Se hizo cargo a sus 32 años de la cátedra de teología fundamental en la Facultad de Teología Católica. Justamente en enero de 1959, un año antes, había convocado Juan XXIII el Vaticano II. Casualmente yo había aprobado en diciembre de 1959 mi tesis sobre las relaciones entre la pastoral alemana y la sociología religiosa francesa, bajo la dirección del pastoralista Arnold. Por Arnold supe que el claustro de la Facultad católica de Tubinga había aceptado en 1959 a Hans Küng como catedrático en lugar de Urs von Balthasar, exquisito teólogo de la estética, la dramática y la música celestial.

Por cierto, yo regresé de Tubinga a mi diócesis de Pamplona con mi doctorado en pastoral. Al parecer era el primero que obtenía este título en España. Un cura navarro guasón, amigo mío, me presentó a los sacerdotes diocesanos así: este es Casiano, primer pastoralista de España y quinto de Alemania.

Volvamos a Tubinga. Los profesores Küng y Ratzinger, de la misma edad, coincidieron amigablemente tres años en la Facultad de Teología de esa preciosa ciudad, de 1965 a 1968. La revuelta estudiantil del 68 ahuyentó a Ratzinger de la Tubinga liberal a la Baviera conservadora y afianzó a Küng en su cátedra, tapizada de libertad y de verdad. Uno llegó a ser el vigilante de la fe y otro el vigilado. Ratzinger se apuntó a las decisiones inquisitoriales y Küng a las preguntas inquisitivas.

En poco tiempo se hizo Hans con el dominio de las principales lenguas europeas. Lo pude comprobar anualmente en las reuniones de la revista internacional Concilium, durante la semana de Pentecostés, a lo largo de dieciocho años, a partir de 1973, en cuyo consejo editorial ingresé con Gustavo Gutiérrez. La revista Concilium había sido fundada en 1964 por los teólogos Rahner, Congar, Schillebeeckx y Küng. Las discusiones de Küng con los colegas germanos, franceses y angloamericanos sobre cualquier tema, en cualquier idioma, eran admirables. En 1975 fui a la reunión anual de Concilium, aquel año en Nimega, con la encomienda –por parte de unos curas de Vallecas– de traer una buena suma de marcos o dólares para pagar las homilías multadas de aquellos clérigos inquietos y ayudar a los curas que estaban en la cárcel concordataria de Zamora jugando al mus. Pasé la gorra y obtuve el equivalente de lo que entonces costaba un Seat 600. No sólo fue Küng el más generoso, sino que me dijo: “Si no basta, me lo dices”.

Al final del encuentro nos predicaban Rahner o Congar –uno sordo y otro en silla de ruedas–, pero maestros espirituales indiscutibles de la eucaristía final, celebrada en gregoriano y en latín. Menos mal que nunca se asomó por allí un grupo de progres del 68 para increparnos de reaccionarios. Definitivamente quedé admirado de aquellos grandes teólogos: eran piadosos y cantaban bien el gregoriano. Hans Küng sabía más latín que los demás, ya que lo había perfeccionado en Roma a base de silogismos.

Soy testigo del cambio que, por influencia de Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff, hicieron los teólogos de Concilium respecto de la teología de la liberación, reconocida con magnanimidad. Hubo quienes aprendieron castellano para leer directamente los textos básicos latinoamericanos, editados en España, que yo me encargué de que recibieran.

Las críticas de Küng sin pelos en la lengua a la curia romana han sido siempre claras y contundentes. “La nueva teología conciliar y posconciliar –afirma– apenas ha entrado en la curia”, en la que “se mantienen los privilegios y prerrogativas romanos usuales desde la Edad Media”. No cede Hans a los chantajes, huye de los aduladores y no se considera un “lobo solitario” ni un teólogo con “afecto antirromano”.

Nombrado en 1962 por Juan XXIII “perito conciliar”, trabajó activamente en el Vaticano II. Vivió paso a paso las cuatro sesiones conciliares, examinó los esquemas y los juzgó con lucidez singular. Como sabía escribir muy bien en latín, redactó muchas propuestas para que los obispos amigos renovadores las llevasen al aula conciliar. “No pongas mi intervención en un latín demasiado culto –le dijo una vez el cardenal belga Suenens– porque los obispos del Concilio no lo entienden. Hazlo en un latín macarrónico”.

Küng reconoce que el Concilio aceptó una serie de propósitos reformadores centrales. “A pesar de todas las decepciones –afirma–, el Concilio ha merecido la pena”.

Describe en el primer tomo de sus memorias los rasgos de los papas Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI con vigor y sin acritud, con seriedad y una buena dosis de humor. Esperamos su juicio sobre Juan Pablo II en el segundo tomo. Retrata a los grandes teólogos que ha conocido, valora y pondera sus contribuciones, admira a los exégetas seriamente documentados y muestra sintonía con los métodos histórico-críticos, que conoce y utiliza. Perito oficial del Vaticano II, ha sido discutido por sus escritos. Propuesto en una consulta popular como candidato al obispado de Basilea, la Congregación de la Doctrina de la Fe le retiró en 1979 la misión canónica de enseñar en la Facultad de Teología de Tubinga. No podía ser considerado teólogo católico. Pienso que esto le ocurrió, no sólo por sus consideraciones teológicas, sino por sus desconsideraciones respecto del Papa y del Opus.

No obstante, siguió en esta prestigiosa universidad estatal como profesor interfacultativo de teología ecuménica por decisión del rectorado. Su lema es “decir una palabra clara, con franqueza cristiana, sin miedo a los tronos de los prelados”. Cuando le dicen “siempre fue así”, contesta: “¿Fue siempre así? ¿Y tiene que ser siempre así?” Le han acusado de que ha hecho todo “demasiado pronto”, como si esto fuera un desvarío. “Los teólogos –sentenció en una ocasión– no producen las crisis; simplemente las señalan”.

Al acabar la segunda sesión del Vaticano II en 1963, fue retirado de la circulación un libro suyo sobre el Concilio. Al terminar el Vaticano II provocaron muchas discusiones sus obras sobre la Iglesia y sus estructuras. En 1970 levantó una gran polvareda su reflexión sobre la infalibilidad. Son incisivos sus últimos libros sobre la Iglesia Católica y sobre la mujer. Permanentemente crítico frente al “sistema romano", ha mantenido con coraje su pertenencia activa a la Iglesia o –como él mismo señala–, a su “terruño espiritual”, que es el cristianismo.

Hans conoce los problemas culturales de nuestra época, la tradición cristiana, la situación espiritual de cada momento, el presente de las Iglesias y las grandes religiones hoy activas. Es maestro como expositor, tiene antenas para captar la modernidad y la posmodernidad, sintetiza investigaciones exegéticas e históricas y acuña brillantemente nuevas interpretaciones teológicas. Ha dado la vuelta al mundo por lo menos dos veces. Por eso escribe –como lo recalca él mismo– desde un “horizonte universal”.

Uno de los grandes temas que ha tratado Hans Küng es la esencia del cristianismo. Su respuesta es contundente: “No hay cristianismo sin Cristo”. Por eso el cristianismo como religión no es meramente una idea (justicia o amor, por ejemplo), ni unos dogmas (cristológicos o trinitarios), ni una cosmovisión (frente a visiones ateas), sino la persona de Cristo Jesús. Jesucristo es la figura básica viviente de los cristianos, el centro del cristianismo. Sin Jesucristo no hay historia del cristianismo, ni reunión de cristianos.

Creó la Fundación Ética Mundial, de la que es director desde 1995, dedicada al fomento del diálogo interreligioso sobre postulados éticos. Ha logrado en poco tiempo que su Proyecto de ética mundial se extienda por todo el mundo, traducido a quince idiomas.

Vino a Madrid en la primavera de 1957 a estudiar español, vivió en la Mutual del Clero y asistió a una corrida de toros y decidió no volver más. Como a mí me gustan los toros y estamos en España, me atrevo a decirle a Hans que sabe torear divinamente astados escolásticos, brinda desde el centro del ruedo a un gentío universal sentado democráticamente en la plaza, pone banderillas a miuras que saben latín, da naturales con la izquierda a victorinos curialistas y ejecuta la suerte de matar a la primera, después de haber recibido algunas volteretas y cornadas clericales. Al final, ovación, dos orejas, vuelta al ruedo y salida a hombros por la puerta grande conciliar".


"Hans Küng, un teólogo muy generoso"
Casiano Floristán

Sean felices, por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



El teólogo Hans Küng






Entrada núm. 2109
elblogdeharendt@gmail.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
Publicada originariamente el 17 de julio de 2014

miércoles, 4 de mayo de 2016

[Reedición] La Historia como ciencia de la verdad. La controversia sobre los orígenes de Al-Andalus



La batalla del río Guadalete (711 d.C.)



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 A la memoria de mi profesor en la UNED,
Antonio Antelo Iglesias, que me enseñó 
a amar la Historia Medieval de España 

"Ni el pasado ha muerto ni está el mañana ni el ayer escrito", dice uno de los versos más famosos de Antonio Machado. Parece que estuviera hablando de la Historia. Una ciencia que en su busca de la verdad, nunca acaba de estar escrita del todo. Nuestro gran filósofo José Ortega y Gasset dijo sobre ella: "Los historiadores son los notarios del pasado. [...] Cuando se escribe historia o se hace literatura, o se hace precisión, o se calla uno". Y en su famoso prólogo a las Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal de Hegel, dice: "Tener ideas es cosa de filósofos. El historiador debe huir de ellas. La idea histórica es la certificación de un hecho o la comprensión de su influjo sobre otros hechos. Nada más, nada menos".

El pasado mes de junio Revista de Libros publicó un artículo del profesor del Pomona College de Claremont (California), Kenneth Baxter Wolf, titulado La conquista islámica. "Negacionar" el negacionismo, en el que se realizaba una reseña crítica del libro La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado: Del catastrófismo al negacionismo (Marcial Pons, Madrid, 2013), del profesor de Historia Medieval en la Universidad de Huelva, Alejandro García Sanjuán. 

El propio profesor García Sanjuán expone en su libro que la tarea del historiador profesional tiene tres dimensiones que no pueden separarse una de la otra: 1) la elaboración del conocimiento histórico; 2) su transmisión a la sociedad; y 3) su preservación a todo intento de tergiversación y manipulación cualquiera que sea su procedencia.

La idea fuerza del libro del profesor Sanjuán -dice el reseñador- es una llamada a las armas contra la tergiversación del pasado en forma de dos mitos relacionados con la conquista de la península Ibérica el año 711. El primero de esos mitos la idea de que la presencia musulmana fue algo ajeno, una catástrofe que puso a la "España cristiana" bajo dominación musulmana. El segundo mito, por el contrario, sostiene que esa conquista nunca llegó a producirse y que en los cambios que se produjeron en la Península a partir de ese año los árabes y los musulmanes solo jugaron un papel secundario.

Para el profesor Baster Wolf si el libro del profesor Sanjuán hubiera hecho suyas las tres tareas definitorias de la profesión histórica expuestas más arriba, debería haberse preguntado, sin repartir etiquetas previas de "catastrofistas" o "negacionistas", que pasó realmente el año 711, conduciendo al lector a la inevitable conclusión de que esa fecha fue testigo de algún tipo de cambio de régimen en el que se vieron involucrados auténticos musulmanes, que ese cambio no fue muy contestado por los habitantes nativos de la Península, y que a largo plazo ese cambio supuso el primer paso hacia una transformación lingüística y religiosa de la mayor parte de sus pobladores.

Un mes más tarde, en el número de julio de Revista de Libros, el profesor García Sanjuán respondía a la reseña de su libro por el profesor Baxter Wolf con un extenso artículo títulado La tergiversación del pasado y la función social del conocimiento histórico. Una réplica a Kenneth B. Wolf

La discusión, para disfrute de historiadores, está servida. Pueden leer ambos artículos en los enlaces de más arriba. Como en la antigua y no finiquitada controversia sobre la identidad de España que a mediados del pasado siglo mantuvieron los historiadores Claudio Sánchez Albornoz: "España es un producto de la cristiandad medieval", y Américo Castro: "España es el producto de un mestizaje de siglos de judíos, moros y cristianos", en la que yo tomo partido inequívoco por el segundo de los citados, creo sinceramente que la razón está de parte de los que piensan que lo que ocurrió el año 711 d.C. en la Península, fue más una invasión que una conquista pero también "algo más". Y en ese algo más es donde está la clave sobre los orígenes de Al-Andalus.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



La rendición de Granada (1492 d.C.)


Entrada núm. 2121
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
Publicada originariamente con fecha 26 de julio de 2014

domingo, 1 de mayo de 2016

[Reedición] El placer de la conversación



El Salón de Madame de Rambouillet


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente, conservan su título, fecha y numeración original, y no cuentan en el cómputo general de entradas del blog. Disfrútenla de nuevo si lo desean. 

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"Reivindico la pausa, el silencio y la soledad. Necesitamos más pensamiento, sostiene la profesora Victoria Camps en una entrevista que publica hoy domingo el diario El País. Vamos tan acelerados en todo, dice, que lo difícil es tomarnos un tiempo para reflexionar, discutir, escuchar a los demás y contrastar las opiniones antes de tomar una decisión". Gracias, amiga Ana, por sugerirme su lectura.

Creo que tiene razón la profesora Camps: hemos olvidado el placer de conversar. Preferimos discutir a hablar; insultamos, en vez de discrepar; le damos más valor a las opiniones que a las personas. Y sobre todo: no es lo mismo conversar mirando a los ojos de nuestro interlocutor, o vernos reflejados en su mirada, que hacerlo frente a un teclado o la pantalla de nuestro ordenador. ¡Hemos llegado al extremo de comunicarnos por "watsapps" con la persona que tenemos justamente al lado! ¡El colmo del ridículo! 

Hace justamente diez años este mes de agosto, en el verano de 2004, a raíz de una reseña aparecida en mi entrañable e imprescindible Revista de Libros, saqué de la Biblioteca Insular de Gran Canaria el libro titulado La cultura de la conversación (Siruela, Madrid, 2003), escrito por la profesora italiana Benedetta Craveri. Es uno de los ensayos más hermosos que he leído nunca. De él, dice el autor de la reseña, que es el libro de una vida: la autobiografía encubierta de una civilización -la de las afinidades electivas, la del ingenio y el inconformismo, la del amor a la lectura- acaso irremediablemente perdida.

El libro es un recorrido apasionante sobre el siglo XVII francés, centrado en las actividades de los "salones literarios", salones organizados por algunas damas de la aristocracia parisina, y más en concreto, las de la llamada "Estancia Azul", auspiciado, dirigido y mantenido por Madame de Rambouillet (1588-1665) en su casa junto al Louvre, que propiciando el intercambio de ideas y la mezcla de personas de diversos estratos sociales, mediante el filtro del espíritu, el ingenio y el brillo mundano, dieron origen a un amplio movimiento de oposición al absolutismo, como hizo, por otros cauces, el mundo de Port Royal, con el que el salón de Madame de Rambouillet mantuvo siempre estrecho contacto.  Espero que se animen a buscar y leer el libro de la profesora Craveri, y por supuesto, los enlaces que he dejado más arriba. Creo sinceramente que disfrutarán de los mismos.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



Benedetta Craveri


Entrada núm. 2137
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri
Publicada originariamente con fecha 10 de agosto de 2014

sábado, 30 de abril de 2016

[Reedición] Populismo



Pablo Iglesias ¿populismo de izquierdas?



"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente, conservan su título, fecha y numeración original, y no cuentan en el cómputo general de entradas del blog. Disfrútenla de nuevo si lo desean. 

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El "Diccionario de Política" (Siglo XXI, Madrid, 1994) dirigido por Norberto Bobbio le dedica nada menos que once páginas de apretado texto a dos columnas a la voz "populismo", que define como aquella fórmula política por la cual el pueblo, considerado como conjunto social "homogéneo" y como depositario "exclusivo" de valores positivos "específicos" y "permanentes", es fuente principal de inspiración y objeto constante de referencias. Para el populismo, dice más adelante, el pueblo es asumido como mito más allá de una definición terminológica, a nivel lírico y emotivo. El llamado a la fuerza regenerante del mito, y el mito del pueblo es el más fascinante y el más oscuro y al mismo tiempo el más funcional en la lucha por el poder político, concluye la entrada, está latente aun en la sociedad más "articulada" y "compleja", más allá del orden pluralista, listo para materializarse en los momentos de "crisis". Los entrecomillados son míos. 

Así pues, los populismos de derecha y los populismos de izquierda, apelan ambos al pueblo como algo homogéneo y sin fisuras ideológicas. El primero, apelando a una superioridad moral de valores del conjunto de ese pueblo personificado en una nación real o imaginaria. El segundo, apelando a esa misma superioridad moral, real o supuesta, en esta caso de una clase, la trabajadora, que por el mero hecho de serlo asume todo el protagonismo político. 

En las entradas que dediqué hace unos días al pensamiento del filósofo italiano Norberto Bobbio, reproducía su argumentación de que las posiciones políticas de extrema derecha empujan a la derecha política clásica hacia el centro político. Y que por la misma razón, las posiciones políticas de extrema izquierda, empujan hacia el centro político a la izquierda clásica, resultando pues, para Bobbio, que es en el centro político (de izquierdas o de derechas), donde se hace posible el ejercicio de la política democrática.

En España, ahora mismo, el problema de la derecha, representada por el partido popular, es que no tiene a nadie más a su derecha que le empuje hacia el centro; a su derecha solo se abre el abismo de grupúsculos políticos sin la menor relevancia social o política. El problema de la izquierda española, representada por el partido socialista e izquierda unida, es que a su izquierda sí existe una izquierda populista y una izquierda nacionalista que, exacerbando el mito de la clase o el mito de la nación (supuesta, inventada o real) empuja a la izquierda posible hacia el lado contrario al de su ubicación natural, el centro-izquierda político, en la creencia de que es ahí donde se encuentra su electorado potencial. Creo que se equivoca. Y esa es la ecuación que la izquierda española tiene que resolver si quiere volver a ser opción de gobierno: decidir si están por el populismo, es decir, por el mito de la clase o el mito de la nación como algo homogéneo, o por el pueblo real como conjunto de ciudadanos, que conforman una sociedad plural con legítimas opciones diversas e ideologías diferentes que buscan vivir y crecer unidos en paz y armonía, incluso con lo que no piensan, también legítimamente, como ellos. 

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Esperanza Aguirre, ¿populismo de derechas?


Entrada núm. 2149
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri
Publicada originariamente el 28 de agosto de 2014

viernes, 29 de abril de 2016

[Reedición] Gran Canaria, la triple vergüenza y el 29 de abril



Real Sitio de Ansite (Gran Canaria)


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Con la rendición del último reducto de resistencia indígena que se había hecho fuerte en el Sitio de Ansite, y la entrega a los castellanos de las princesas Abenohara, Matsequera y Tenesoya, el 29 de abril de 1483 se daba por concluida en el Real de Las Palmas la conquista y pacificación de Gran Canaria por la Corona castellana. Era una derrota en toda regla de la población aborigen, que desde 1478 había defendido con valentía e indomable coraje la independencia de su isla.

Durante 500 años el 29 de abril y el 8 de septiembre (Festividad de Nuestra Señora del Pino, patrona de la isla) fueron las festividades mayores de la isla de Gran Canaria. Civil y patriótica, la primera; religiosa y popular, la segunda. Restaurada la democracia, la primera dejó de celebrarse con la complicidad de una derecha oligárquica a la que le recordaba su vinculación con los fastos del franquismo, de una izquierda que se avergonzaba de "celebrar" una derrota, y de un nacionalismo bananero que repudiaba, y sigue repudiando, todo aquello que le relacione con España.

Allá ellos. Me da igual que me consideren un reaccionario o un pseudoprogre. Será por la condición natural de mi familia, formada por descendientes de judíos conversos, castellanos viejos, canarios de origen e italianos de la diáspora, que la pureza de sangre me la refanfinfla. Para mi, el 29 de abril seguirá siendo la fecha en que Gran Canaria entró por la puerta grande en la Historia. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt



Bandera de Gran Canaria, Las Palmas G.C.



Entrada núm. 1140
Publicada originariamente con fecha 29 de abril de 2009