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viernes, 24 de mayo de 2019

[EUROPA] Votar sí que importa





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Votar sí que importa, señala el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker. La construcción de Europa es un proceso continuo y asentado en valores comunes. Las elecciones del domingo nos brindan la oportunidad de hacer oír nuestra voz, de defender aquello en lo que creemos.

En cuestión de días, comienza diciendo Juncker, los europeos serán llamados a las urnas en el mayor ejercicio democrático transnacional que existe en el mundo. Un total de 427 millones de personas en 28 países votarán a los miembros del Parlamento Europeo que les representarán. Al hacerlo, también determinarán la dirección de la política europea para los próximos cinco años.

Es cierto que, durante mucho tiempo, las elecciones al Parlamento Europeo han sido recibidas por los votantes con una gran dosis de apatía. A menudo, se oye a gente justificando su abstención porque “de todas maneras, ¿qué diferencia aportaría mi voto?”. Pero imaginemos que todos pensáramos así. Cada europeo debería emitir su voto pensando que todos los demás van a votar exactamente lo mismo que él y asumiendo la responsabilidad por las consecuencias de ese voto para nuestro continente.

Porque sí importa. Importa para nuestro planeta que votemos a personas que van a liderar la lucha contra el cambio climático. Importa para nuestros puestos de trabajo que votemos a personas que van a esforzarse por proteger los derechos de los trabajadores en la era digital. Importa para nuestra seguridad que votemos a personas que van a defender a los europeos en un mundo en el que hay fuerzas, nuevas y viejas, que han decidido ir por su cuenta o poner sus propias reglas. Europa está a tu servicio, no al revés. Votar es asegurar que así sea.

En todos los países habrá candidatos que clamarán que Europa nunca es la respuesta, que Europa atenta contra nuestra identidad nacional. No creo que esto sea cierto. Hay numerosos ámbitos en los que sencillamente las naciones europeas pueden hacer más juntas que separadas; por ejemplo, a la hora de hacer frente a los gigantes tecnológicos, asegurar nuestras fronteras exteriores, celebrar acuerdos comerciales o limpiar los océanos de plástico.

Así pues, tenemos que combatir a los populistas allí donde son débiles: con acciones, no con palabras; con esperanza, no con miedo; con unidad, no con división. Y con un plan claro para un futuro mejor, no con nostalgia de un pasado que nunca existió.

España es un país sólido, que ha sabido salir fortalecido de la crisis que vivimos en los últimos años, y en donde los ciudadanos conviven de manera natural con sus distintas identidades: nacional, regional, local y también europea. Ninguna de ellas es incompatible con las otras, sino que, al contrario, fortalece el ideal europeo de caminar todos juntos y unidos, sacando el máximo partido de nuestra diversidad y apuntalando nuestros valores comunes de democracia, paz, Estado de derecho, libertad, tolerancia, pluralismo, justicia, solidaridad, respeto a los derechos humanos e igualdad entre hombres y mujeres.

Cuando fui elegido presidente de la Comisión Europea, mi mandato fue claro: centrar la atención en las cosas que más importan a los europeos. Y esto es exactamente lo que hemos hecho. En este momento, 240 millones de europeos tienen trabajo, cifra más alta que nunca. El desempleo registra mínimos históricos en este siglo. Los salarios han subido un 5,7%. Hoy contamos con nuestra propia Guardia Europea de Fronteras y Costas para ayudarnos a proteger nuestras fronteras, aunque aún tenemos que culminar la labor que iniciamos en este contexto y alcanzar la cifra de 10.000 guardias de fronteras de la Unión. Hoy, cuando nos desplazamos a cualquier país de la Unión, podemos utilizar nuestros móviles sin recargo y usar los servicios de streaming que tengamos contratados. Nuestras empresas pueden comerciar con Japón y Canadá sin pagar aranceles, gracias a los mayores acuerdos comerciales del mundo.

Pero Europa no es solo cuestión de cifras y estadísticas: lo es de valores comunes. Son Europa los 120.000 jóvenes voluntarios que, a través del Cuerpo Europeo de Solidaridad, están ayudando a reconstruir las zonas afectadas por un terremoto en Italia. Son Europa los bomberos polacos recibidos como héroes en las calles de Suecia cuando fueron a luchar contra los incendios forestales. Son Europa los 30.000 jóvenes que viajan en tren por todo el continente gracias al programa DiscoverEU y los 10 millones de estudiantes de Erasmus que exploran nuevas culturas, historias y lenguas.

Por el camino, hemos sido sometidos a prueba de múltiples maneras. De cada una de las pruebas hemos salido más fuertes y más unidos. Logramos que Grecia permaneciera en el euro contra toda expectativa. Hemos reducido en un 90% el número de personas que llegan irregularmente a nuestras costas, pese a las voces que auguraban que la crisis migratoria sería imposible de gestionar. Y nos mantuvimos juntos cuando uno de los nuestros, el Reino Unido, decidió abandonar la Unión.

Siempre se puede hacer más y mejor. Pero todos esos desafíos han dado un nuevo impulso a nuestra Unión. Nos han recordado que nuestra Unión no puede darse por sentada, sino que exige un esfuerzo cotidiano. La opinión pública no ha sido tan favorable desde hace 27 años. En España, el 72% cree que ser miembro de la UE es positivo y el 74% votaría por permanecer en la Unión si mañana hubiera un referéndum.

Pero la construcción de Europa es un proceso continuo. No olvidemos que solo han transcurrido 30 años desde que cayó el telón de acero y el muro de Berlín quedó hecho añicos. Los europeos siempre han luchado por sus derechos, sus libertades, sus valores y su soberanía. Y hoy no tiene por qué ser distinto.

Las elecciones europeas del domingo nos brindan la oportunidad de hacer oír nuestra voz, de defender aquello en lo que creemos. Todos y cada uno de nosotros, solos ante nuestras papeletas de voto, sabemos que todos tenemos el mismo poder y la misma capacidad para influir en nuestro futuro común. Ese día todos somos Europa. Cada uno de nosotros tiene el destino en sus manos.







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

viernes, 17 de mayo de 2019

[EUROPA] La UE y las largatijas





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

La Unión es un sistema, como el capitalismo. Ambos se hacen más fuertes tras sufrir una crisis. Son como las lagartijas, escribe  Víctor Lapuente, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford y actualmente profesor en la Universidad de Gotemburgo.

Hace millones de años, una hecatombe extinguió a todos los dinosaurios, comienza diciendo. Pero muchas lagartijas sobrevivieron. Los reptiles más pequeños son más flexibles. Se adaptan mejor a los shocks. Los animales grandes fascinan. Los pequeños funcionan.

Lo mismo pasa con las instituciones políticas. Los intelectuales de la vanguardia eurófila sueñan, y los populistas de la retaguardia eurófoba tienen pesadillas, con una Europa gigantesca: económica, política, social y cultural. Una recreación secular de la Iglesia católica, apostólica y romana. Pero tan difícil es erigir una mega-UE como desmantelar la actual UE, un entramado de instituciones en red, con pocos puntos de contacto y, por tanto, pocos talones de Aquiles. Los productos de la UE (de la eurozona y el espacio Schengen a la PAC y los fondos de cohesión, pasando por las multas a Google) son el resultado de organismos distintos legitimados por coaliciones distintas de actores.

La UE es lo opuesto a la Estrella de la Muerte de Star Wars: un mole imponente, pero, si atacas su núcleo, salta por los aires. La UE no tiene centro. No tiene cabeza, por lo que no se le puede cortar el cuello.

La UE es un sistema, como el capitalismo. Ambos se hacen más fuertes tras sufrir una crisis. El capitalismo y la UE están tan enraizados en las realidades cotidianas de ciudadanos, empresas, grupos de interés y políticos que salen reforzados de cada traspiés. Los anticapitalistas y euroescépticos agitan ruidosamente sus banderas de vez en cuando. Pero sus gritos son señal de su impotencia. Los nacionalpopulistas pueden obtener unos excelentes resultados en estas elecciones europeas. Pero, más allá de darle un tono folclórico al Parlamento Europeo, que nadie espere una impronta populista en el futuro corpus legislativo de la UE. Los intereses creados en torno al mercado y las políticas comunitarias son tan poderosos que ni tan siquiera los políticos con las lenguas más viperinas podrán desmontarlos.

Uno de los padres fundadores de la UE, Jean Monnet, lo predijo hace décadas. La integración europea no avanzará mediante grandes consensos, sino a golpe de grandes crisis. Porque lo que une a los humanos no son los ideales nobles, sino los miedos mundanos a perder bienestar.

Dejemos pues de tener sueños y pesadillas con la UE. Porque, cuando despertemos, la lagartija todavía estará allí.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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martes, 14 de mayo de 2019

[EUROPA] ¿Qué quieren verdaderamente los europeos?





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

¿Qué quieren verdaderamente los europeos? Europa, hoy, está amenazada por una epidemia de nostalgia. Muchos votantes creen que el mundo pasado era mejor. Tienen miedo de que sus hijos vivan peor que ellos, pero no saben cómo impedirlo, escribe Ivan Krastev, columnista de opinión, presidente del Center for Liberal Strategies, investigador permanente en el Instituto de Ciencias Humanas Sciences de Viena. 

Dentro de dos semanas, comienza diciendo Krastev, los europeos depositarán sus votos para elegir al nuevo Parlamento Europeo. Quien lea los grandes periódicos y escuche a los dirigentes políticos del continente acabará creyendo que el electorado europeo está radicalmente polarizado y los votantes se disponen a hacer una elección trascendental. Estos comicios, nos dicen muchos, son una especie de referéndum. La extrema derecha cuenta con que sean un referéndum sobre la inmigración (o, mejor dicho, sobre la ineptitud de Bruselas para abordarla), mientras que los progresistas y europeístas las conciben como un plebiscito sobre la supervivencia de la Unión Europea. Los estrategas de extrema derecha confían en que las elecciones se parezcan a la victoria de Donald Trump en 2016, y los progresistas esperan que recuerden a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017 en Francia, cuando Emmanuel Macron derrotó a Marine Le Pen. Ambos bandos, al parecer, están de acuerdo en una cosa: nos encontramos ante una guerra tribal entre populistas-nacionalistas y europeístas comprometidos. Salvo que nada de todo esto es verdad.

Un sondeo electoral detallado de casi 50.000 personas en 14 de los Estados miembros más poblados de la Unión Europea, realizado por la empresa YouGov para el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, ha llegado a la conclusión de que existe una gran diferencia entre la descripción que hacen los medios de comunicación sobre el ánimo de los europeos en vísperas de las elecciones y la realidad.

Eso no quiere decir que la situación sea necesariamente más esperanzadora; sencillamente, es distinta. La idea de la extrema polarización de los votantes encaja en Polonia, donde la división entre el Gobierno nacionalista populista y la oposición es tal que cruzar la línea que los separa es tan improbable como desertar al bando enemigo en una guerra. En el resto de los países, sin embargo, el problema no es que no sea posible cambiar la opinión de los votantes; es que ellos no tienen claro qué opinión tienen.

A medida que se acercan las elecciones, he estado pensando en una frase humorística de un cuento absurdo que recuerdo de cuando era niño: “Lord Ronald no dijo nada; salió corriendo de la sala, montó de un salto sobre su caballo y se fue cabalgando como loco en todas direcciones”.

Una inmensa mayoría de europeos desea cambios, pero ese deseo puede manifestarse de formas muy distintas. En Holanda, por ejemplo, en las elecciones provinciales de marzo, los votantes apoyaron a un partido de extrema derecha y antiinmigración. Ese mismo mes, los eslovacos escogieron como presidenta a una liberal después de muchos años de que su país se considerase un bastión populista inquebrantable. Ambos fueron votos en contra del statu quo, pero ese statu quo, que en Holanda eran los partidos tradicionales, en Eslovaquia lo constituían los populistas.

Lo que está sucediendo no es que los votantes convencionales estén yéndose hacia los extremos, sino que se mueven en todas las direcciones, hacia la izquierda y la derecha, hacia los antisistemas y hacia los partidos tradicionales. El cruce constante de las fronteras ideológicas es una nueva versión de la crisis migratoria. Excepto que, en el caso de la migración de votantes, la tasa de retorno parece ser infinitamente más elevada. Más de la mitad de los que dicen que piensan votar a partidos nuevos dicen también que pueden cambiar su voto. En estas elecciones hay una incertidumbre casi total. De acuerdo con nuestra encuesta, la mitad de la población piensa abstenerse. Al menos el 15% no tiene todavía claro si va a votar. Y entre los que sí lo tienen claro, el 70% está indeciso. Es decir, hay 97 millones de votantes a los que los partidos aún tienen que captar. No obstante, sí puede haber quizá una cosa que une a los votantes de toda Europa.

En 1688, el médico suizo Johannes Hofer acuñó el término “nostalgia” para designar una nueva enfermedad. Su síntoma principal era un ánimo melancólico derivado del anhelo de regresar a la tierra natal. Los que la sufrían solían quejarse de que oían voces y veían fantasmas. Pues bien, Europa, hoy, está amenazada por una epidemia de nostalgia. Los votantes europeos están enfadados, confusos y nostálgicos. Muchos creen que el mundo pasado era mejor, pero no saben con certeza a qué pasado se refieren. Tienen miedo de que sus hijos vivan peor que ellos, pero no saben cómo impedirlo.

La paradoja europea es que sus ciudadanos comparten la convicción de que el mundo pasado era mejor, pero no se ponen de acuerdo en cuál fue esa edad de oro. Los partidos antiinmigración sueñan con la época de los Estados étnicamente homogéneos —como si alguna vez hubieran existido—, mientras que, en la izquierda, muchos tienen nostalgia del sentimiento de progreso que definió la integración europea.

Los electores europeos parecen vacilar entre su deseo de cambio y su nostalgia del pasado. Europa no se divide entre los que creen en Bruselas y los que creen en sus naciones-Estado —el grupo más numeroso es el de los que se muestran escépticos tanto sobre la Unión Europea como sobre la nación-Estado—, sino que está unida por los que tienen miedo de que el ayer haya sido mejor que el hoy y que el hoy sea mejor que el mañana.

Hay que preguntarse si las elecciones parlamentarias europeas van a reforzar la dolencia y a agravar el malestar nostálgico del continente o si van a representar la primera etapa de la recuperación y un giro hacia el futuro. Solo hay una certeza: la frontera entre los grandes partidos proeuropeos y los partidos antisistema euroescépticos es hoy la menos protegida de Europa. Estas semanas van a ser cruciales para hacer que el electorado decida dónde —a qué lado de esa frontera— van a refugiarse las mayorías.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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jueves, 9 de mayo de 2019

[HEMEROTECA DEL BLOG] 9 de mayo. Día de Europa



Bruselas. Sede de la Comisión Europea


Cuando en una agenda o en un calendario, junto a la fecha del 9 de mayo aparece la mención de "Día de Europa", quizá deberíamos preguntarnos que sucedió ese día y en qué año.

Muy pocos ciudadanos europeos saben que el 9 de mayo de 1950 nacía la Europa comunitaria, en un momento -es importante recordarlo- en el que la amenaza de una tercera guerra mundial se cernía sobre Europa.

En esa fecha, en París, se convocó a la prensa a las 6 de la tarde en el Salón del Reloj del Ministerio de Asuntos Exteriores, en el Quai d'Orsay, porque se iba a hacer pública una "comunicación de la mayor importancia". Las primeras líneas de la Declaración del 9 de mayo de 1950, redactada por Jean Monnet y comentada y leída ante la prensa por Robert Schuman, Ministro francés de Asuntos Exteriores, expresan claramente la ambiciosa magnitud de la propuesta.

"La paz mundial sólo puede salvaguardarse mediane esfuerzos creadores proporcionados a los peligros que la amenazan". "Con la puesta en común de las producciones de base y la creación de una Alta Autoridad cuyas decisiones vinculen a Francia, Alemania y los países que se adhieran a ella, esta propuesta establecerá los cimientos concretos de una federación europea indispensable para el mantenimiento de la paz".

Se proponía crear una institución europea supranacional encargada de administrar las materias primas que en aquella época eran la base de toda potencia militar: el carbón y el acero. Ahora bien, los países que iban a renunciar de esta forma a la propiedad estrictamente nacional de la "columna vertebral de la guerra" apenas acababan de salir de un espantoso conflicto bélico que había dejado tras de sí innumerables ruinas materiales y, sobre todo, morales: odios, rencores, prejuicios, etc.

Todo empezó ese día y, por eso, en la Cumbre de Milán de 1985 los Jefes de Estado y de gobierno decidieron celebrar el 9 de mayo como el "Día de Europa".

Todos los países que deciden democráticamenye adherirse a la Unión Europea adoptan los valores de paz y solidaridad que son la piedra angular de la construcción comunitaria.

Estos valores se hacen realidad a través del desarrollo económico y social y del equilibrio medioambiental y regional, únicos mecanismos capaces de garantizar un nivel de calidad de vida equitativo para todos los ciudadanos.

Europa, como conjunto de pueblos conscientes de pertenecer a una misma entidad y de tener culturas análogas o complementarias, existe desde hace siglos. Sin embargo, a falta de reglas o instituciones comunes, esta consciencia de ser una unidad fundamental nunca logró evitar los desastres. Incluso en nuestros días, algunos países que no forman parte de la Unión Europea siguen estando expuestos a espantosas tragedias.

Como cualquier obra humana de esta envergadura, la integración de Europa no puede conseguirse ni en un día ni en unas décadas. Hay todavía vacíos e imperfecciones evidentes. Es tan innovadora esta empresa esbozada nada más acabar la segunda guerra mundial! Las que en siglos pasados pudieran parecer tentativas de unión no eran en realidad sino el fruto de la victoria de unos sobre otros. Eran construcciones que no podían durar, porque los vencidos sólo tenían una única aspiración: recuperar su autonomía.

Ahora ambicionamos algo muy diferente: construir una Europa que respete la libertad y la identidad de cada uno de los pueblos que la integran, dirigida en común siguiendo el principio de "lo que puede hacerse mejor en común, debe hacerse así". Sólo la unión de los pueblos podrá garantizar a Europa el control de su destino y su proyección en el mundo entero.

La Unión Europea debe mantenerse a la escucha y al servicio de los ciudadanos y los ciudadanos, a la vez que conservan su especificidad, sus hábitos y costumbres y su idioma, deben sentirse "en casa" y poder circular con plena libertad por esta patria europea. 






Texto de la Declaración formulada por Robert Schuman, Ministro francés de Asuntos Exteriores, el 9 de mayo de 1950, y que dió origen a la creación de la Unión Europea: 

La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadoresequiparables a los peligros que la amenazan.

La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas. Francia, defensora desde hace más de veinte años de una Europa unida, ha tenido siempre como objetivo esencial servir a la paz. Europa no se construyó y hubo la guerra.

Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho. La agrupación de las naciones europeas exige que la oposición secular entre Francia y Alemania quede superada, por lo que la acción emprendida debe afectar en primer lugar a Francia y Alemania.

Con este fin, el Gobierno francés propone actuar de inmediato sobre un punto limitado, pero decisivo.

El Gobierno francés propone que se someta el conjunto de la producción franco-alemana de carbón y de acero a una Alta Autoridad común, en una organización abierta a los demás países de Europa.

La puesta en común de las producciones de carbón y de acero garantizará inmediatamente la creación de bases comunes de desarrollo económico, primera etapa de la federación europea, y cambiará el destino de esas regiones, que durante tanto tiempo se han dedicado a la fabricación de armas, de las que ellas mismas han sido las primeras víctimas.

La solidaridad de producción que así se cree pondrá de manifiesto que cualquier guerra entre Francia y Alemania no sólo resulta impensable, sino materialmente imposible. La creación de esa potente unidad de producción, abierta a todos los países que deseen participar en ella, proporcionará a todos los países a los que agrupe los elementos fundamentales de la producción industrial en las mismas condiciones y sentará los cimientos reales de su unificación económica.

Dicha producción se ofrecerá a todo el mundo sin distinción ni exclusión, para contribuir al aumento del nivel de vida y al progreso de las obras de paz. Europa podrá, con mayores medios, proseguir la realización de una de sus tareas esenciales: el desarrollo del continente africano. De este modo, se llevará a cabo la fusión de intereses indispensables para la creación de una comunidad económica y se introducirá el fermento de una comunidad más amplia y más profunda entre países que durante tanto tiempo se han enfrentado en divisiones sangrientas.

Mediante la puesta en común de las producciones básicas y la creación de una Alta Autoridad de nuevo cuño, cuyas decisiones obligarán a Francia, Alemania y los países que se adhieran, esta propuesta sentará las primeras bases concretas de una federación europea indispensable para la preservación de la paz.

Para proseguir la realización de tales objetivos, el Gobierno francés está dispuesto a iniciar negociaciones según las siguientes bases:

La misión encomendada a la Alta Autoridad común consistirá en garantizar, en el plazo más breve posible, la modernización de la producción y la mejora de su calidad; el suministro, en condiciones idénticas, del carbón y del acero en el mercado francés y en el mercado alemán, así como en los de los países adherentes; el desarrollo de la exportación común hacia los demás países; la equiparación y mejora de las condiciones de vida de los trabajadores de esas industrias.

Para alcanzar estos objetivos a partir de las dispares condiciones en que se encuentran actualmente las producciones de los países adherentes, deberán aplicarse con carácter transitorio determinadas disposiciones que establezcan la aplicación de un plan de producción y de inversiones, la creación de mecanismos de estabilidad de los precios y la creación de un fondo de reconversión que facilite la racionalización de la producción. La circulación del carbón y del acero entre los países adherentes quedará liberada inmediatamente de cualquier derecho de aduanas y no podrá verse afectada por tarifas de transporte diferenciales. Progresivamente se irán estableciendo las condiciones que garanticen espontáneamente una distribución más racional de la producción y el nivel de productividad más elevado.

La organización proyectada, al contrario que un cártel internacional tendente a la distribución y a la explotación de los mercados mediante prácticas restrictivas y el mantenimiento de grandes beneficios, garantizará la fusión de los mercados y la expansión de la producción.

Los principios y compromisos esenciales anteriormente expuestos serán objeto de un tratado firmado entre los Estados. Las negociaciones indispensables para precisar las normas de aplicación se llevarán a cabo con ayuda de un árbitro designado de común acuerdo, cuya misión consistirá en velar por que los acuerdos se ajusten a los principios y, en caso de desacuerdo insalvable, decidirá la solución que deba adoptarse.

La Alta Autoridad común, encargada del funcionamiento de todo el sistema, estará compuesta por personalidades independientes designadas sobre bases paritarias por los Gobiernos, quienes elegirán de común acuerdo un presidente. Las decisiones de la Alta Autoridad serán ejecutivas en Francia, en Alemania y en los demás países adherentes. Se adoptarán las disposiciones adecuadas para garantizar las vías de recurso necesarias contra las decisiones de la Alta Autoridad.

Un representante de las Naciones Unidas ante dicha autoridad se encargará de hacer, dos veces al año, un informe público a la ONU sobre el funcionamiento del nuevo organismo, en particular por lo que se refiere a la salvaguardia de sus fines pacíficos.

La creación de la Alta Autoridad no prejuzga en absoluto el régimen de propiedad de las empresas. En el ejercicio de su misión, la Alta Autoridad común tendrá en cuenta las facultades otorgadas a la autoridad internacional del Ruhr y las obligaciones de todo tipo impuestas a Alemania, mientras éstas subsistan.

En la siguiente dirección electrónica se puede acceder a un interesante documento de la Comisión Europea, titulado "El funcionamiento de la Unión Europea. Guía del ciudadano sobre las instituciones de la Unión Europea" (Julio, 2007).

Y en esta otra dirección electrónica una breve semblanza biográfica e histórica del político francés y estadista europeo, Robert Schuman. 



París. 9 de mayo de 1950


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 4886
Publicada originariamente el 9 de mayo de 2008
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viernes, 3 de mayo de 2019

[EUROPA] España, sola en el mundo





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

No sabemos qué piensan nuestros candidatos de las diferentes tendencias que se palpan en Europa en cuanto al futuro de la Unión Europea, escribe Olivia Muñoz-Rojas, investigadora independiente, doctora en Sociología por la London School of Economics, máster en Humanidades y Pensamiento Social por la New York University y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense. 

Mientras el futuro de Europa forma parte del debate nacional en muchos otros países europeos, comienza diciendo, en el nuestro, su ausencia en esta campaña —y, concretamente, en los dos principales debates electorales— asombra. Podría pensarse que es porque las elecciones europeas están a la vuelta de la esquina y existe una preferencia por reservar el tema europeo para esa campaña. O que no es relevante porque ninguno de los principales partidos promueve la salida de la Unión Europea (ni tan siquiera Vox). O que tenemos preocupaciones internas demasiado serias, como el conflicto territorial, que requieren nuestra atención plena. O que las encuestas sociológicas indican que la política exterior no es una prioridad para los ciudadanos. Sea como fuere, cualquiera que observara nuestra campaña desde fuera, podría llegar a la conclusión de que España está sola en el mundo. ¿Cuál es el papel de nuestro país en el Mediterráneo? ¿Cuál en la Unión Europea? ¿Qué papel puede jugar en tanto puente entre Europa y América Latina?

Salvo por la cuestión de la inmigración, es difícil saber la postura de cada partido respecto de las transformaciones políticas que se están viviendo en el mundo árabe, por ejemplo, y sus consecuencias para nuestro país y Europa en su conjunto. Tampoco sabemos qué piensan nuestros candidatos de las diferentes tendencias que se palpan en Europa en cuanto al futuro de la Unión, fundamentalmente, la tensión entre reforzar la soberanía nacional que defiende el Grupo de Visegrado, mantener el statu quo o avanzar hacia un modelo crecientemente federal. Es un asunto que, en la actual estructura de la UE —con un Ejecutivo (la Comisión) formado por representantes designados por los gobiernos de cada país y con mayores prerrogativas que el Parlamento Europeo— no se dirime sólo en las elecciones a este último, sino, e incluso más, en las elecciones generales de cada país.

Con alguna excepción y más allá de las referencias ideológicas a Venezuela —y México, tras la famosa carta de AMLO— ningún partido parece interesado en explicar cómo podría aprovechar mejor España su posición como interlocutor privilegiado entre Europa y más de la mitad del continente americano en un incierto mapa geopolítico y económico mundial.

Se trata de temas trascendentes que elevarían el nivel de nuestro debate, sin restarle importancia a las cuestiones internas, pues, al fin y al cabo, muy poco de lo que hoy nos sucede puede entenderse fuera de un contexto europeo y global. Se puede, como sucede en nuestro país vecino, debatir la crisis de los chalecos amarillos —asunto interno no menor— a la vez que se discute el papel de Francia en Europa y su proyección en otros continentes. Convendría que aquellos que defienden España como uno de los mejores países del mundo y se enorgullecen de su historia milenaria universal les recuerden también a los votantes que España no vive en una burbuja.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 4876
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martes, 30 de abril de 2019

[EUROPA] Populismo de derechas






Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Los votantes jóvenes están hartos de que estos partidos europeos ignoren el calentamiento global o la brecha social, comenta Bernhard Odehnal, periodista de investigación en el diario suizo Tages-Anzeiger.

Campaña electoral en un pequeño municipio suizo, comienza diciendo Odehnal. Roger Köppel, parlamentario nacional de la formación populista de derechas Partido Popular Suizo (SVP), habla ante un auditorio repleto. La sala del hostal es demasiado pequeña, así que los que llegan tarde se tienen que quedar de pie. Salta a la vista que el considerable número de oyentes enorgullece al orador. La media de edad, sin embargo, debería ser motivo de preocupación. Más o menos la mitad de la concurrencia supera los 70 años, mientras que a la otra mitad le falta poco para cumplirlos. A su lado, Köppel, que tiene 54, parece joven.

Sí, de acuerdo, a estos actos locales asiste gente de edad avanzada. Es lógico. También son los mayores a quienes más complace oír cómo los políticos de derechas prometen defender su pequeño paraíso terrenal de la invasión de extranjeros y la tutela de Bruselas. Pero, mientras tanto, el SVP se queda sin jóvenes en sus filas y, sobre todo, en las urnas, como se vio hace poco en varias elecciones regionales.

El SVP fue el primer partido populista de derechas de Europa que, con su política agresiva y xenófoba, dejó de ser minoritario y se catapultó a primera fuerza del país. ¿Y si ahora también estuviese anticipando una tendencia en el continente? ¿Y si su política del chivo expiatorio hubiese quedado superada? ¿Es posible que las jóvenes generaciones se estén apartando de ellos?

En todo caso, el problema del envejecimiento no es exclusivo de Suiza. En la década de 1990, Jörg Haider, la estrella del populismo de derechas austriaco, buscó para su equipo hombres más bien ajenos a la política, pero ambiciosos y muy jóvenes. Su “partido de los chavales” hizo temblar a los veteranos “partidos de los viejos”. Haider está muerto, y a sus chavales solo les siguen prestando atención, si acaso, los tribunales.

La actual dirección del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) ronda los 50 años, lleva toda la vida en la política y no se aparta del camino conocido. Fuera de “una nueva oleada de refugiados nos amenaza” y “el islam es un peligro para Europa”, nada sale de ellos.

Los únicos jóvenes que trataron de establecer un contacto más estrecho con el partido procedían del ultraderechista Movimiento Identitario, pero desde que se supo que el autor del atentado de Christchurch había hecho un donativo al jefe de la formación, el FPÖ ha tenido que distanciarse de sus retoños.

El partido no tiene a la vista otros sucesores con unas ideas más moderadas. Es evidente que ha perdido atractivo. No obstante, está en el Gobierno desde hace un año y medio, y el poder tapa de maravilla los problemas estructurales de los partidos. Lo único que tiene que hacer el FPÖ es no volver a perderlo.

Por el mismo motivo, el húngaro Fidesz, el gran modelo de todos los populistas de derechas europeos, está condenado a hundirse con el tiempo. Viktor Orbán empezó su carrera a finales de la década de 1980 como un revolucionario menos entrado en carnes que derrocó a los comunistas. Hoy en día ha engordado, es presidente del Gobierno y solo permite que un puñado de enchufados de su generación participen de su poder absoluto. No hay sitio para recién llegados. En su partido, los ministros y los funcionarios acaban volviéndose canosos y fosilizándose, igual que antes los funcionarios profesionales del Partido Comunista.

Llegará un momento en que la estructura esté tan decrépita que solo hará falta un joven revolucionario de fuera que, con una retórica brillante, haga que todo se derrumbe. Pero todavía puede faltar mucho hasta que eso ocurra.

En un futuro próximo, tanto en Hungría como en el resto de Europa, todo quedará más bien en pequeñas premoniciones. Tal vez los resultados electorales de los populistas de derechas, mal acostumbrados al éxito, acaben siendo menos brillantes de lo que esperaban. A lo mejor tienen que encajar alguna derrota, como ha sucedido en Suiza. Hay indicios de que, sobre todo sus votantes jóvenes, están hartos de que ignoren el calentamiento global o la brecha social.

Pero si el SVP, el FPÖ y demás amigos no reaccionan a las pequeñas premoniciones, pueden recibir un castigo tan duro como el que recibieron en el pasado los socialdemócratas que hicieron caso omiso del problema de la emigración. Solo que hoy en día a la derecha le cuesta tanto cambiar de rumbo como entonces a la izquierda.







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)