sábado, 28 de marzo de 2020

[SONRÍA, POR FAVOR] Es sábado, 28 de marzo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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viernes, 27 de marzo de 2020

[NUESTRA EUROPA] ¡Responde, Europa!



Roma, hoy


"Me preocupa Europa. De hecho, me preocupa el mundo entero; no hay refugios que estén a salvo de la tormenta económica mundial. Pero la situación de Europa me preocupa todavía más que la de EE UU.", decía hace justamente once años ["¿Qué le pasa a Europa?". El Pais, 22/3/2009] el premio Nobel de Economía en 2008, Paul Krugman. 

Once años después de esa pregunta ["Europa no responde". El País, 16/3/2020] Gianluca di Feo, subdirector del diario italiano La Repubblica, se queja de la respuesta europea a la crisis provocada por el Covid-19 que asola el continente y especialmente a Italia y España:  "Mascarillas, guantes de goma, gafas de plástico. Eso fue lo primero que Italia le pidió a Europa: invocó ayuda para levantar la más sencilla de las barreras contra el coronavirus. Sin obtener respuesta, Francia y Alemania cerraron las fronteras a estos productos, prohibiendo su exportación, y nos enviaron una siniestra señal: desde Bruselas no llegaría ningún apoyo concreto, ni siquiera las cosas más pequeñas".

Desde esta página de la Comisión Europea, permanentemente actualizada, se puede acceder a los planes y decisiones de la Unión para hacer frente a la  crisis. 



La presidenta de la Comisión Europa, Ursula von der Leyen



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es viernes, 27 de marzo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















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jueves, 26 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Emociones





Harían mal los responsables políticos en no llamar a la puerta de las humanidades en tiempos de pandemia, pues la batalla no es solo contra el virus, sino contra las metáforas de la enfermedad, afirma en el A vuelapluma de hoy ["Contagio emocional". ABC, 24/3/2020] el filósofo Javier Moscoso. 

"En uno de los cuentos más emblemáticos de Edgar A. Poe, -comienza diciendo Moscoso- el detective Dupin resuelve el misterio de un chantaje, no mediante la aplicación del razonamiento lógico, sino a través de la identificación empática. En «la carta robada», que así se llama este maravilloso cuento, Poe defiende que, para averiguar los pensamientos de otros, no hay nada como comenzar por acomodar nuestras expresiones faciales a las suyas, y esperar a que los mismos sentimientos afloren en nuestro corazón. Por boca del avezado Dupin, el escritor se pregunta si los grandes moralistas, desde Maquiavelo a La Bruyère, no fueron tal vez más que personas dotadas con esa capacidad de hacer brotar en su interior los pensamientos y sentimientos de otros. Tiempo antes de que el filósofo Adam Smith estableciera que la simpatía era el fundamento de la sociedad civil, el suizo Albrecht von Haller, fundador de la fisiología moderna, le había cortado la cabeza a un buey para estudiar sus movimientos post-mortem. Cuando vio brotar una lágrima del ojo del animal, juró que jamás repetiría experimento semejante.

En los tiempos que corren, habría que reconocer que el drama de la nueva pandemia posee una dimensión psicológica y emocional que no puede desatenderse. Las medidas de distanciamiento social, que no son sino una forma suave de llamar al confinamiento, producen un efecto similar al del náufrago atrapado en su isla, aislado y, sin embargo, responsable de mantener sus rutinas cotidianas, sus valores morales y sus virtudes económicas. La circunstancia de que Defoe escribiera tanto un libro sobre la soledad de un náufrago como un diario de la peste nos hace ver hasta qué punto la relación entre el aislamiento y la pandemia, entre los individuos y sus referentes emocionales, no pueden olvidarse en tiempos de tragedia. Dentro de poco seremos capaces de derrotar la enfermedad, pero tal vez pasemos por alto lo que podíamos haber aprendido de nosotros mismos. Hay que recordar que, desde los tiempos de Tucídides, o incluso desde que Apolo castigara a los griegos con la peste, las grandes visitaciones, como se llamaba a estos episodios, nos han puesto en la necesidad de movilizar no solo nuestros conocimientos, sino nuestros recursos emocionales. Nada extraño por otra parte, puesto que no hay relatos sin emociones ni enfermedad humana sin relato. Así que, a medida que avanza la enfermedad, también afloran los sentimientos. Y no todos son bienvenidos ni carecen de consecuencias. Harían mal los responsables políticos en no llamar a la puerta de las humanidades en tiempos de pandemia, pues la batalla no es solo contra el virus, sino contra las metáforas de la enfermedad, de las cuales la historia nos proporciona innumerables ejemplos.

Para empezar, nuestra situación presente puede parecernos única, pero no lo es en absoluto. La gran pandemia de este año, como la peste de 1665, como cualquier otra, no distingue fronteras. Por el contrario, es un fenómeno propio de la globalización que algunos juzgarán cosa de ahora, pero que en realidad ha sido cosa de siempre. Por muy extraño que les parezca a algunos, nunca hemos estado solos. De ahí que hayamos tenido siempre la tentación de pensar que la enfermedad viene de lejos. Al describir la peste que asoló Atenas en el siglo V antes de Cristo, el historiador Tucídides explicaba que la epidemia había surgido en Etiopía, más allá de Egipto. De los valles del Nilo había llegado a Libia, desde donde se extendió por el Peloponeso. Tampoco innovamos demasiado en las soluciones. En la peste de Florencia de 1348, que dio lugar al Decameron, Boccaccio explicaba cómo, para combatir la enfermedad, algunos ciudadanos prefirieron apartarse de cualquier otro ser humano y encerrarse en sus casas; otros optaron por la satisfacción de sus más diversos apetitos y hubo también quien, ante la rapiña y el desorden, prefirió abandonar sus posesiones, buscando refugio en el campo. Como en la peste de Londres de 1665, sobre la que escribió Defoe en 1722, la llegada de la epidemia propiciaba, antes como ahora, una nueva relación de los ciudadanos con la autoridad, así como una forma de enfrentar de manera individual y colectiva la experiencia de la tragedia. Tampoco faltan, en cualquier acontecimiento que cuestione o suspenda provisionalmente el orden social, las acusaciones veladas o explícitas. Fuera de la lógica del castigo divino, con la que Apolo castigó a las griegos en la Ilíada, la naturalización de cualquier fenómeno disruptivo ha pasado, históricamente, por el señalamiento del otro, hasta el punto de que el drama de la pandemia ha servido muchas veces de abrevadero del odio y del fanatismo. La historia de la xenofobia y de la peste se han encontrado muchas veces, aunque no siempre bajo la bandera de la discriminación racial. Baste recordar que en los comienzos de la epidemia de sida, tampoco faltaron voces dispuestas a explicar la desgracia por la orientación sexual de los enfermos.

Puesto que la visitación supone una ruptura del universo normativo, es lógico que afloren los sentimientos de pertenencia grupal, ya estén animados por el amor o por el odio. Los aplausos y las caceroladas que se escucharon hace unos días en algunas ciudades de España tienen orientación política muy diferente, desde luego, pero ambos fenómenos obedecen a la misma necesidad, la de construir un orden emocional que sostenga el espectáculo de la tragedia. Ya sea como reconocimiento o como señalamiento, el gesto subraya la urgencia de aunar los vínculos de pertenencia grupal, mediante la movilización de pasiones, incluso contradictorias.

Al contrario que Robinson Crusoe, que tenía que hacer esfuerzos por mantener viva la civilización, aun estando solo, los protagonistas del año de la peste deben intentar no sucumbir a las pasiones ficticias, ni a las emociones inmoderadas. Es decir, deben evitar convertirse en salvajes, aun estando juntos. El alegato de Defoe a favor de las medidas impopulares que sirvieron, en lo posible, para contener la epidemia, forman parte de la lógica británica del «Keep calm and carry on» (mantenga la calma y siga adelante) que tan buenos resultados produjo durante los bombardeos de Londres en 1940. Bajo la forma de lo que los psicólogos denominan «contagio emocional», que los antiguos llamaban «ósmosis» y los modernos «simpatía», los seres humanos reconocemos nuestro carácter gregario, hasta en condiciones de confinamiento. Ahora bien, el contagio emocional en tiempos de epidemia, que nos lleva a arrojarnos sin control sobre los rollos de papel higiénico, es tan peligroso como el contagio viral, pero al contrario que este último, puede ser modulado. No es una imposición de la naturaleza, sino un factor humano que puede y debe regularse".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Por qué dormía Europa? (Publicada el 22 de septiembre de 2009)






En el verano de 1940, cuando hacía justamente nueve meses que había estallado la guerra en Europa, un joven y brillante estudiante de la Universidad de Harvard leía su tesis de graduación en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Se titulaba "Appeasement in Munich", y analizaba en ella las razones que llevaron al gobierno británico a una suicida política de contemporización y apaciguamiento a toda costa con el cada vez más creciente belicismo de Hitler, y a firmar con él los vergonzantes acuerdos de Munich que darían rienda suelta al expansionismo nazi. Obtiene la calificación de "Sobresaliente Cum Laude" y un mes después se publica como libro con el título de "Por qué dormía Inglaterra", convirtiéndose en un auténtico "superventas" que gana el prestigioso Premio Pulitzer de ese mismo año. Veinte años más tarde, ese joven estudiante, John F. Kennedy, sería elegido presidente de los Estados Unidos de América.

"Por qué dormia Inglaterra" se publica en España por la editorial barcelonesa Plaza &.Janés en 1965, supongo que a raíz de la conmoción mundial que produce el asesinato del presidente Kennedy. Yo la leo ese mismo año en una edición de bolsillo que aún conservo y que, casualmente, ojeaba hace unos días. Ya he dejado constancia en este blog de mi juvenil apasionamiento por la figura de Kennedy. Su trágica muerte dio lugar a uno de los días que más imborrable impresión han dejado en mi vida, y que puedo relatar minuto a minuto con exactitud. Su lectura me emociono. Lo leí con fervor y apasionamiento y, en cierto modo, encaminó mi recién iniciada vida académica hacia la Historia y la Ciencia Política.

No tengo muy claro que tipo de asociación de ideas me ha llevado a recordar el libro citado, ¿quizá su título?, al leer el artículo que en el diario "El País" de ayer publicaba el profesor de Ciencias Políticas de la UNED, José Ignacio Torreblanca, titulado "Completar Europa". ¿Quizá el dramático llamamiento que formula en el mismo a enderezar el tortuoso momento que vive la Unión Europea y que la reelección de Durao Barroso como presidente de la Comisión no ayuda, precisamente, a despejar? Pudiera ser, aunque también pudiera haberlo provocado la apelación final del articulista a que los europeos, con Barroso a la cabeza, completemos de una vez por todas el mapa de la Unión y luchemos por consolidarla en el concierto mundial.

La verdad es que no me gustaría que ninguno de mis nietos obtuviera su grado académico dentro de veinte años con una tesis que se preguntara y explicara "¿Por qué dormía Europa?"... Precisamente, cuando más necesitábamos de ella. HArendt




John F. Kennedy



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es jueves, 26 de marzo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















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miércoles, 25 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Privacidad



Mujer en Los Ángeles, Calfornia. Foto AFP


Las medidas más eficaces contra la pandemia no pasan por apps que afectan a nuestros derechos ["La privacidad en tiempos de coronavirus". El País, 24/3/2020], aforma la filósofa e investigadora española en el Uehiro Centre for Practical Ethics y el Wellcome Centre for Ethics and Humanities de la Universidad de Oxford, Carissa Véliz.

"En una pandemia la prioridad es contener la infección -comienza diciendo Véliz-. La pandemia de 1918 mató a entre 50 y 100 millones de personas. Para ponerlo en perspectiva, en la Segunda Guerra Mundial murieron entre 70 y 85 millones de personas. Hay mucho en juego con el coronavirus. En estas circunstancias es necesario poner en pausa algunos derechos, como el de asociación. ¿Es la privacidad uno de ellos? No está claro.

Las telecos en España están ofreciendo al Gobierno controlar los movimientos de las personas que están en cuarentena. Algunas comunidades ya han sacado páginas o apps relacionadas con el virus. La experta en privacidad Gemma Galdón ha ofrecido algunas críticas en Twitter. Coronamadrid, por ejemplo, apunta Galdón, no permite uso anónimo, no pide consentimiento, no establece periodo de retención de datos, no minimiza datos, y comparte datos médicos sin anonimización.

En China el Gobierno tomó medidas tecnológicas extremadamente intrusivas. En Corea del Sur, además de hacer más pruebas de coronavirus que en ningún otro país, han publicado detalles muy específicos sobre individuos infectados. Israel se plantea usar al servicio secreto para vigilar a los ciudadanos a través de sus móviles. En Estados Unidos, el Gobierno discute con las grandes tecnológicas desarrollar medidas que podrían ser similares.

¿Es necesario entregar nuestra privacidad a una app para frenar al coronavirus? No es evidente. Las medidas más efectivas no parecen pasar por ninguna app.

En Wuhan la medida más efectiva fue la cuarentena generalizada. Pero la cuarentena generalizada es una opción económicamente cara, y la economía importa porque una crisis también causa estragos y muertes. Las medidas menos generalizadas buscan identificar focos de infección para contenerlos, dejando al resto de la población libre para trabajar normalmente. Hay dos formas de identificar focos de infección: haciendo pruebas a toda la población, o usando la tecnología para inferir quién puede ser un riesgo.

En el pueblo de Vò, donde se sufrió la primera muerte por coronavirus en Italia, hicieron un estudio. La Universidad de Padua les hizo pruebas a todos los habitantes. Descubrieron que la gente infectada pero asintomática juega un rol fundamental en el contagio de la enfermedad. Encontraron 66 casos positivos a quienes aislaron durante 14 días. Después de las dos semanas, seis casos seguían dando positivo al virus, por lo que tuvieron que aislarse más días. Infección totalmente bajo control. No ha habido casos nuevos. No hizo falta ninguna app.

La opción de recurrir a apps no solo es más invasiva desde el punto de vista de la privacidad, sino también mucho menos precisa y efectiva. Si solo se hacen pruebas a gente hospitalizada, la app podrá contactar a personas que hayan estado en contacto con las personas infectadas y pedirles que se aíslen. Pero no todo el que haya estado en contacto con alguien infectado se contagiará. Y quienes ya están infectados habrán contagiado a otros, que a su vez habrán contagiado a otros a quienes la app no contactará por estar demasiado lejos en la cadena, y todos esos casos seguirán asintomáticos mientras el virus se incuba. Con este tipo de método habrá mucha gente quedándose en casa que no tendría por qué quedarse, y habrá gente pululando por ahí que tendría que estar aislada.

Ninguna app, por más sofisticada que sea, y por más datos que tenga, puede sustituir a una prueba de coronavirus. La tecnología digital no es magia, no resuelve todos los problemas, y no siempre es la mejor opción. Didier Raoult, especialista francés en enfermedades infecciosas, defiende que hay que hacer pruebas a toda la población y priorizar el diagnóstico. Haciendo pruebas solamente a quienes terminan en el hospital habrá una mayoría de gente infectada que se detecta demasiado tarde, ya con síntomas y habiendo contagiado a otros. Si hacemos pruebas a todo el mundo, podemos confinar exactamente a la gente que hace falta aislar. Ni más ni menos. El resto puede seguir con su vida normal y reanimar la economía.

Lo que hacen falta no son más apps intrusivas sino más pruebas. ¿Por qué no estamos produciendo más pruebas de coronavirus? ¿Por qué no está siendo esa la prioridad? Hacer pruebas a toda la población sería caro, sí. Pero mucho menos caro que una cuarentena generalizada alargada o que una pandemia fuera de control.

Además de controlar la pandemia, tenemos que pensar en el mundo que quedará después de la tormenta, el que estamos construyendo con cada decisión. La privacidad es importante porque le da poder a la ciudadanía. Hay que defenderla. Demasiadas veces las medidas temporales tomadas en momentos de emergencia llegan para quedarse. Todos tenemos que vigilar la democracia. Las agencias de protección de datos en especial deben montar guardia y asegurarse de que no hay ningún abuso a nuestros datos.

El coronavirus se ha llevado ya y se llevará a muchos seres queridos. Nos ha robado el sueño, está dañando nuestra economía, nos ha arrebatado nuestros planes. No podemos dejar que nos robe también nuestros derechos. Hay que cuidar la privacidad, incluso en tiempos de pandemia".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[HISTORIA] Los años 30





¡Vaya década! Un estallido de locura horrorosa que de pronto se convierte en una pesadilla, una espectacular vía de tren que termina en una cámara de tortura, escribía George Orwell el 25 de abril de 1940 en el New English Weekly, reseñando el libro de Malcolm Muggeridge "The Thirties" [Letras Libres, 9/3/2020].

"El “mensaje” de Malcolm Muggeridge, comienza diciendo Orwell, –porque es un mensaje, aunque negativo– no ha cambiado desde que escribió Winter in Moscow. Se resume en un simple escepticismo acerca de la capacidad de los seres humanos para construir una sociedad perfecta o incluso tolerable en la tierra. En esencia, es Eclesiastés sin los incisos devotos.

No hay duda de que todo el mundo está familiarizado con esta línea de pensamiento. Vanidad de vanidades, todo es vanidad. El reino de la tierra está siempre fuera de nuestro alcance. Todo intento de establecer la libertad conduce directamente a la tiranía. Un tirano sucede a otro, el magnate industrial al barón ladrón, el caudillo nazi al magnate industrial, la espada cede paso al talonario y el talonario a la ametralladora, la Torre de Babel sube y baja eternamente. Es el pesimismo cristiano, pero con una diferencia importante: que en la visión cristiana el Reino de los Cielos está ahí para restaurar el equilibrio.

Jerusalén, mi hogar feliz,

Ojalá Dios estuviera en ti.

Ojalá Dios mis penas terminasen

Y tus glorias pudiera ver.

Y, después de todo, hasta tus “penas” terrenales no importan tanto, si de verdad “crees”. La vida es corta y ni siquiera el Purgatorio dura para siempre, así que estarás en Jerusalén antes de que pase mucho tiempo. Muggeridge, no hace falta decirlo, rechaza este consuelo. No da más pruebas de creer en Dios que de confiar en el Hombre. Nada está a su alcance, por tanto, salvo un indiscriminado martilleo de todas las actividades humanas. Pero como historiador social esto no lo invalida por completo, porque la época en la que vivimos invita a algo así. Es una época en la que toda actitud positiva ha resultado ser un fracaso. Credos, partidos, programas de todo tipo han fracasado uno tras otro. El único “ismo” que se justifica es el pesimismo. Por tanto en este momento pueden escribirse buenos libros desde el ángulo de Tersites, pero probablemente no muchos.

No creo que la historia de Muggeridge de los treinta sea estrictamente verdadera, pero creo que está más cerca de la verdad esencial que cualquier perspectiva “constructiva”. Solo mira el lado oscuro, pero es dudoso que haya ningún lado brillante que mirar. ¡Vaya década! Un estallido de locura horrorosa que de pronto se convierte en una pesadilla, una espectacular vía de tren que termina en una cámara de tortura. Comienza con la resaca de la era “ilustrada” de la posguerra, con Ramsay Macdonald hablando gelatinosamente en el micrófono y la Liga de Naciones moviendo unas vagas alas en segundo plano, y acaba con veinte mil bombarderos oscureciendo el cielo y el verdugo enmascarado de Himmler decapitando mujeres en un bloque prestado del museo de Núremberg.

En medio están la política del paraguas y la granada de mano. El gobierno nacional que llega para “salvar la libra”, Macdonald desvaneciéndose como el Gato de Cheshire, Baldwin ganando una elección con la promesa del desarme para rearmarse (¡y luego no logrando el rearme!), la purga de junio, las purgas rusas, el pegajoso disparate de la abdicación, la confusión ideológica de la Guerra Civil española, los comunistas ondeando Union Jacks, los diputados conservadores celebrando que hubieran bombardeado barcos británicos, el papa bendiciendo a Franco, dignatarios anglicanos sonriendo ante las iglesias destruidas de Barcelona, Chamberlain bajando de su avión de Múnich con una cita equivocada de Shakespeare, lord Rothermere elogiando a Hitler como “un gran caballero”, las sirenas antieaéreas de Londres lanzando una falsa alarma cuando las bombas caen en Varsovia.

Muggeridge, que no es amado en los círculos de “izquierda”, es a menudo calificado de “reaccionario” o incluso “fascista”, pero no conozco a ningún escritor de izquierda que haya atacado a Macdonald, Baldwin o Chamberlain con igual ferocidad. Mezcladas con el rumor de las conferencias y el estruendo de las balas están las imbecilidades cotidianas de la prensa sensacionalista. Astrología, crímenes de baúl, grupos de Oxford con su “compartir” y sus baterías de rezos, el párroco de Stiffkey (un gran favorito de Muggeridge: aparece varias veces) fotografiado con algunas amigas desnudas, hambriento en un tonel y finalmente devorado por leones, James Douglas y su perro Bunch, Godfrey Winn con un perro todavía más vomitivo y sus reflexiones políticas (“Dios y el señor Chamberlain: no veo blasfemia en comparar esos nombres”), espiritualismo, la Chica Moderna, nudismo, carreras de perros, Shirley Temple, olor corporal, halitosis, hambre nocturna, ¿debería contarlo un médico?

El libro termina con una nota de derrotismo extremo. La paz que no es una paz cae en en una guerra que no es una guerra. Los acontecimientos épicos que todo el mundo esperaba no se producen, el letargo extendido por todas partes continúa igual que antes. “Contorno sin forma, tono sin color, fuerza paralizada, gesto sin movimiento”. Lo que Muggeridge parece querer decir es que los ingleses son impotentes frente a sus nuevos adversarios porque ya no hay nada en lo que crean con suficiente firmeza como para sacrificarse. Es la lucha de la gente que no tiene fe contra la gente que tiene fe en dioses falsos. ¿Tiene razón, me pregunto? La verdad es que es imposible descubrir lo que sienten y piensan los ingleses sobre la guerra o cualquier otra cosa. Ha sido imposible en los años críticos. Yo no creo que tenga razón. Pero uno no puede estar seguro hasta que algo de una naturaleza bastante inconfundible –algún gran desastre, probablemente– hace a entender a la masa de la gente en qué tipo de mundo viven.

Los capítulos finales son, para mí, profundamente conmovedores, y aún más porque la desesperación y el derrotismo que expresan no son en general sinceros. Detrás de la aparente aceptación del desastre que se ve en Muggeridge está el dato no confesado de que después de todo cree en algo: en Inglaterra. No quiere que Inglaterra sea conquistada por Alemania, aunque si lo juzgamos solo por los primeros capítulos podríamos preguntarnos qué importancia tendría.

Me cuentan que hace unos años dejó el ministerio de información para unirse al ejército, algo que ninguno de los exbelicistas de la izquierda ha hecho, creo. Y sé muy bien lo que subyace en esos capítulos finales. Es la emoción del hombre de clase media, criado en la tradición militar, que descubre en un momento de crisis que después de todo es un patriota. Está muy bien ser “avanzado” e “ilustrado”, desdeñar al coronel Blimp y proclamar tu emancipación de todas las lealtades tradicionales, pero llega un momento en el que la arena del desierto está empapada y roja y ¿qué hecho por ti, Inglaterra, mi Inglaterra? Como yo también me crié en esta tradición la puedo reconocer bajo extraños disfraces, y también simpatizar con ella, porque incluso en su versión más estúpida y sentimental resulta más hermosa que la superficial superioridad moral de la inteligencia de izquierdas".



El escritor George Orwell



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