sábado, 25 de octubre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY SÁBADO, 25 DE OCTUBRE DE 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 25 de octubre de 2025. Un robot ha descubierto que uno de cada diez artículos científicos sobre cáncer ha sido creado por otro robot y es de escasa o nula calidad, se lee en la primera de las entradas del blog de hoy. En la segunda, un archivo del blog de hoy hace justamente once años, HArendt nos hablaba de la festividad de Todos los Santos en su infancia, una fiesta a la que sigue indisolublemente unida la noche de ese día, "Noche de Difuntos", ahora trivializada como tantas otras cosas para convertirla en fiesta de disfraces para niños y adultos infantilizados, como si de una celebración carnavalera anticipada se tratara. El poema del día, en la tercera, es de un famosísimo poeta británico, nacido a finales del siglo XVIII, y comienza con estos versos: Vivimos dos veces. El sueño encierra un mundo,/frontera entre las cosas mal llamadas/muerte y existencia: el sueño encierra un mundo,/y un vasto territorio de realidad indómita. Y la cuarta y última son las viñetas de humor. Volveremos a vernos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. Y como decía Sócrates: ἡμεῖς ἀπιοῦμεν. HArendt













TERMINATOR SE HACE BIBLIOTECARIO

 






Terminator’ se hace bibliotecario: Un robot ha descubierto que uno de cada diez artículos científicos ha sido creado por otro robot, escribe en El País [18/10/2025] el genetista y divulgador científico Javier Sampedro. Para empezar, dice Sampedro, uno de cada diez papers sobre cáncer es de escasa o nula calidad. No hablamos de artículos de prensa ni de redes sociales, sino de papers, es decir, de artículos científicos revisados por pares, que son el registro de resultados que consultan los investigadores profesionales. Constituyen la información más fiable que existe, y que uno de cada diez sea inútil o engañoso es ya lo bastante horrible. Pero la forma en que se ha llegado a esa conclusión resulta todavía más chocante, porque el descubridor de los textos basura ha sido un robot, y el autor ha sido otro. Se trata básicamente de un conflicto entre máquinas, solo que las víctimas colaterales somos los humanos.

Un fenómeno deplorable de la publicación científica actual es el de las paper mills, o factorías de artículos basura. Los investigadores fulleros inflan así sus currículos y, como pagan por publicar, la factoría de papers se convierte con facilidad en un negocio muy lucrativo. Muchos de estos artículos son repeticiones de trabajos anteriores. Para eludir los detectores de plagio que usan las editoriales y los sabuesos de la ética científica, la inteligencia artificial (IA) que escribe las copias sustituye las frases comunes por otras que resultan extravagantes, como “consciencia falsificada” (en lugar de inteligencia artificial) o “información colosal” (en lugar de big data).

El estadístico Adrian Barnett y sus colegas de la Universidad de Tecnología de Queensland, en Australia, han desarrollado un modelo grande de lenguaje (large language model, LLM, el sistema que subyace a ChatGPT) que detecta ese tipo de frases estrafalarias en cuestión de segundos. No necesita una lista de frases sospechosas, sino que, como hacen estos sistemas, infiere una categoría, o un concepto abstracto, que las engloba a todas. El robot se llama BERT y, tras analizar 2,6 millones de papers sobre cáncer publicados este siglo, ha identificado 261.245 como creaciones de paper mills. Eso es uno de cada diez. El trabajo no ha sido aún revisado por pares, y requiere que las conclusiones del robot sean validadas por algún humano.

La producción de papers basura ha crecido como la nata hirviendo. En los artículos publicados a principios de siglo, BERT solo ha marcado un 1% como productos de una factoría. Hacia 2020 ya eran un 15%, y en 2022 alcanzaron un pico del 17%. La práctica ha declinado ligeramente en los últimos dos años. En fin, he aquí un robot policía persiguiendo a un robot estafador, como en una versión bibliotecaria de Terminator. Pero los robots no tienen cáncer, y los únicos que podemos salir perdiendo en esta pendencia somos los seres de carne. Ni los médicos ni sus pacientes tendrán interés, supongo, en que el 10% de la literatura oncológica sea una bazofia. La práctica debe ser erradicada, y bienvenido sea BERT si contribuye a ello.

La presencia de la inteligencia artificial en la práctica científica ya es muy grande y está llamada a crecer en los próximos años, por no decir meses. La semana que viene se celebrará la primera conferencia en que todos los papers y todas las revisiones por pares serán obra de robots. Organizado por la Universidad de Stanford, el evento se llama Agents4Science 2025 y tendrá lugar online el miércoles 22 de octubre. Los participantes serán humanos, desde luego, pero los papers tienen que estar generados por una inteligencia artificial.

Por el momento, Agents4Science se plantea como un experimento para poner a prueba distintos protocolos de presentación de artículos y de revisión por pares. La expresión “por pares” se suele referir a otros científicos del mismo campo, pero esta vez serán robots, al igual que los autores. Las máquinas no pueden firmar papers por el momento, aunque tal vez esto no tarde en cambiar, como tantas otras cosas que hasta ahora eran nuestro coto privado.

Javier Sampedro es divulgador científico.



















DEL ARCHIVO DEL BLOG: NOCHE DE DIFUNTOS. PUBLICADO EL 25/10/2014

 






Dentro de unos días el mundo católico y algunos países cristianos de origen anglosajón celebran la festividad de Todos los Santos. Una fiesta a la que sigue indisolublemente unida la noche de ese día, "Noche de Difuntos", ahora trivializada como tantas otras cosas para convertirla en fiesta de disfraces para niños y adultos infantilizados, como si de una celebración carnavalera anticipada se tratara.

Hoy día la fiesta de Todos los Santos, unida a la Noche de Difuntos, la llaman en todo el mundo la fiesta de "Halloween", contracción de la frase en inglés "all hallow's eve" (víspera de todos los santos), una celebración de origen celta que se celebra en los países anglosajones la noche del 31 de octubre y que se ha extendido prácticamente a todo el mundo occidental perdiendo por completo su sentido originario.

Las cosas ya no son como eran. Si eso es para bien o para mal, no soy quién para decirlo..., pero a mi me gustaba más lo de antes. Cuando era niño, a inicios de los 50 del pasado siglo, la "Noche de Difuntos" era mágica ¡y terrible! para mí. Sentado al calor del brasero bajo la mesa camilla, oí junto a mi madre durante años la retransmisión radiofónica del Don Juan Tenorio de Zorrilla lleno de miedo, emoción y asombro. Me encantaba la escena de la seducción de doña Inés por don Juan, aquella de "¿No es verdad, ángel de amor...?"; o esa otra en que, a punto de huir de Sevilla, lanza su famoso "¡Llamé al cielo y no me oyó...!", pero cuando de verdad los pelos se me ponían de punta, literalmente, era cuando el espíritu del comendador, don Gonzalo de Ulloa, invitado sacrílegamente por don Juan en el cementerio a cenar aquella noche en su casa, se presenta a la misma con sus llamadas a las puertas de la casa que iban sonando cada vez más cercanas...

Durante años escuché el "Don Juan" con la cabeza apoyada sobre los brazos simulando dormir pero emocionado hasta los tuétanos; o ayudando a mi madre a separar a mano y una por una las lentejas, o desgranando las judías verdes, que ella cocinaría al día siguiente para todos nosotros; son cosas que no se olvidan... Mis hermanos mayores, sabedores de mis miedos y emociones, cuando llegaba la escena de la aparición del comendador golpeaban las puertas de nuestra casa para asustarme..., ¡y bien que lo conseguían, los muy c...! Esa noche me resultaba difícil conciliar el sueño, y cuando lo lograba era para ser presa de una especie de duermevela agitada que duraba hasta el alba, en la que los esqueletos de los difuntos salían de sus féretros, con sombreros de copa, y se ponían a bailar sobre las tumbas...

Yo sigo prefiriendo recordar esa noche el mito universal, y tan español, de "Don Juan". Quiza por eso, en estas fechas próximas a la noche mágica de Difuntos, o de "Halloween" si lo prefieren, intento releer y disfrutar una vez más el "Don Juan Tenorio" (1844), de José Zorrilla, o su antecedente directo, "El burlador de Sevilla" (1617), de Tirso de Molina. Pueden leer ambas obras en los enlaces de más arriba, pero si no tienen ganas de leer, esperen a la doce de la noche del 1 de noviembre y disfruten de este vídeo, rescatado de los archivos de RTVE, con la representación del "Don Juan Tenorio" de Zorrilla en un "Estudio 1" de 1966, dirigido por Gustavo Pérez Puig, con el actor Francisco Rabal en el papel de don Juan y la actriz Concha Velasco en el de doña Inés. Es un auténtico lujo, se lo aseguro. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, EL SUEÑO, DE LORD BYRON

 







EL SUEÑO


I


Vivimos dos veces. El sueño encierra un mundo,

frontera entre las cosas mal llamadas

muerte y existencia: el sueño encierra un mundo,

y un vasto territorio de realidad indómita,

y mientras se construye tiene vida,

y llantos, y suplicios, y una incierta alegría.

Aflige con su peso la reflexión diurna,

despoja de su peso a nuestro diurno errar,

divide nuestro ser, y se convierte

en parte de nosotros y de nuestros instantes,

semejante a un heraldo de la eternidad.

Los sueños son espectros del pasado, hablan

como sibilas del futuro. Es ese su poder:

tiranos del placer y del dolor, nos muestran

no tal y como somos, sino a su voluntad,

turbándonos entre visiones del ayer.

Amenazas de sombras del pasado: ¿es eso lo que son?

¿No es el pasado sombra? ¿Qué serán?

¿Creaciones de la mente? La mente puede crear

sustancia, y poblar planetas de su propia invención

con seres tan radiantes como nunca se vieron,

y dar aliento a formas ajenas a la carne.

Quiero contar ahora una visión que tuve

casualmente en un sueño: pues en él una idea,

una imagen soñada, puede abarcar un siglo,

y plasmar una vida en una sola hora.


II


Veía un par de seres en plena juventud,

allá en una colina, una colina suave,

verde y poco empinada, la última de todas,

como si fuera el cabo de un macizo de alcores,

solo que ningún mar lamía allí su base,

sino una geografía pletórica de vida: el ondear

de bosques y maizales, las moradas del hombre

dispersas a intervalos, y el rizado humo

que se alzaba de tan rústicos techos. La colina

tenía por corona una curiosa diadema

de árboles en formación elíptica, dispuestos

no por un natural capricho, sino por el del hombre:

los dos, una chica y un joven, se habían detenido,

la una a mirar cuanto había allá abajo,

radiante como ella; a ella, en cambio, la contemplaba el chico.

Ambos eran muy jóvenes, y una era hermosa;

ambos eran muy jóvenes, pero no igual de jóvenes.

Como la dulce luna que besa el horizonte,

en la muchacha alboreaban las formas de mujer.

El chico no tenía aún tantos abriles, pero su corazón

había envejecido más allá de sus años, y a sus ojos

no había más que un rostro adorado en el mundo,

y ese rostro brillaba para él: lo había mirado

tanto que apenas veía ya otra cosa.

No tenía aliento, ni vida, sino en ella.

Ella era su voz. No se atrevía a hablarla,

y aun le hacía temblar cada palabra suya: ella era sus ojos,

pues miraba con ella cuanto ella miraba,

objetos que teñía de algún nuevo color. Había dejado

de vivir en sí mismo: ella era su vida,

un mar para el río de sus pensamientos,

allí donde todo finalmente acababa. A su voz,

a un roce suyo, refluía su sangre,

y ardían sus mejillas apasionadamente. Su alma

ignoraba el motivo de semejante agonía.

Pero ella era ajena a sentimientos tan tiernos:

sus miradas no iban dirigidas a él. Para ella era

poco más que un hermano, y ya era mucho,

pues carecía de hermanos, salvo por aquel nombre

con que le había obsequiado en su infantil amistad:

última descendiente que quedaba

de una estirpe de largo abolengo. Era un nombre

que a él le agradaba y a la vez disgustaba. ¿Y por qué?

El tiempo le enseñó la respuesta precisa cuando ella amó

a otro; en ese mismo instante ella amaba ya a otro,

y en la cumbre de aquella colina se afanaba

en mirar a lo lejos, cual si el corcel de su amante

respondiera a sus ansias, y acudiera al galope.


III


Un cambio sobrevino al espíritu de mi sueño.

Había una mansión antigua, y un corcel

engualdrapado delante de sus muros:

en un viejo oratorio se encontraba

el chico del que he hablado; estaba solo,

y pálido, y andaba de un lado para otro. De improviso

tomó asiento, cogió una pluma, y escribió

palabras que no pude distinguir; luego inclinó

la abatida cabeza entre las manos, agitado

como por una convulsión. Se alzó de nuevo,

y con dientes y manos temblorosas desgarró

aquello que había escrito, mas sin romper en llanto;

imponiéndose calma, relajó su semblante

en algo parecido a la paz, y al recobrarse,

allí reapareció la dama de su amor.

Estaba sonriente y serena, y aun así

no ignoraba el amor que él sentía por ella. No ignoraba,

pues tal conocimiento llega aprisa, que el alma

de su amigo la eclipsaba su sombra, y veía

lo mucho que sufría, aunque no lo vio todo.

Se puso el chico en pie, y con tacto frío y dulce

la tomó de la mano; por un instante le asomaron al rostro,

como en una tablilla, palabras indecibles,

desleyéndose al punto, tal y como surgieron.

Dejó caer la mano, y con pasos pausados

se marchó, mas no como si aquello fuese una despedida,

pues con mutuas sonrisas ambos se separaron. Atrás dejaba

el sólido portón de aquella vieja sala,

y a lomos del corcel emprendió su camino.

y nunca más cruzó aquel vetusto umbral.


IV


Un cambio sobrevino al espíritu de mi sueño.

El chico ya era un hombre. En lo más fiero

de climas implacables construyó su hogar,

y el alma hizo abrevar en los rayos del sol: adquirió

unos rasgos extraños y atezados. Ya no era

el mismo que había sido. En el océano

y en tierra firme era un peregrino.

Hubo una mezcolanza de innúmeras imágenes

alzándose ante mí como las olas, pero él

formaba parte de ellas, y en la última

reposaba del ardiente resol del mediodía,

reclinado entre columnas caídas, a la sombra

de derruidos muros que habían sobrevivido

a los nombres de quienes los alzaron: dormido,

a su lado pastaban los camellos, y soberbios corceles

se hallaban atados al lado de una fuente; y un hombre

envuelto en amplias ropas vigilaba entretanto,

en tanto dormitaban los otros de su tribu.

Les servía de palio la bóveda celeste,

tan prístina, tan limpia, tan puramente hermosa,

que a Dios se hubiera visto allá en el Paraíso.


V


Un cambio sobrevino al espíritu de mi sueño.

La dama de su amor casó con alguien

que no la amaba tanto; en su hogar,

a mil leguas de él, su hogar nativo,

vivía rodeada de numerosos niños,

hijos de la Belleza, ¡mas mirad!

En su rostro se advierte un atisbo de dolor,

la sombra ya continua de una lucha interior,

y una intranquila pesadez en sus párpados,

cual si llevase en ellos sus reprimidas lágrimas.

¿Qué podía afligirla? Tenía cuanto amaba,

y aquel que la adoró no estaba junto a ella

para turbar con torvos deseos o esperanzas,

o mal guardado afecto, sus puros pensamientos.

¿Qué podía afligirla? Ella nunca lo amó,

ni le dio una razón para creerse amado,

ni podía ser parte de aquello que su mente

había trastornado: no era sino un espectro del pasado.


VI


Un cambio sobrevino al espíritu de mi sueño.

Había regresado el peregrino. Le vi en pie

ante un altar, junto a una novia hidalga.

Era blanca su tez, mas no era el mismo rostro

que fue como una estrella en su niñez; incluso ahora,

erguido ante el altar, vinieron a su frente

idénticas arrugas y el temblor agitado

que en el viejo oratorio convulsionó

su pecho solitario; y otra vez,

como entonces, le asomaron al rostro,

cual en una tablilla, palabras indecibles,

desleyéndose al punto, tal y como surgieron.

Sosegado y tranquilo, pronunció

los votos oportunos, mas no se oyó decirlos,

y todo daba vueltas, y vueltas. No veía

ni lo que había, ni lo que debería haber,

sino la vieja casa. Y el familiar salón,

las recordadas cámaras, el sitio,

el día y hora, la luz del sol, la sombra,

todo cuanto asociaba al lugar y el momento

y a aquélla que era su destino, regresaron

a interponerse ahora entre él y la luz:

¿qué les traía allí, justo en aquella hora?


VII


Un cambio sobrevino al espíritu de mi sueño.

La dama de su amor, ¡oh!, había cambiado

como enferma del alma. La cordura

había abandonado su morada, y sus ojos

ya no tenían el lustre acostumbrado, sino un aire

que no es de nuestro mundo. Se había convertido

en princesa de un reino de la imaginación: sus ideas

eran combinaciones de cosas inconexas,

y formas impalpables e invisibles

a los ojos ajenos se hicieron familiares a los suyos.

Y a esto el mundo lo llama desvarío… Pero al sabio

lo aflige una locura mucho más profunda, y la mirada

de la melancolía es un don tenebroso:

¿qué es sino el telescopio de la verdad,

que desmonta la distancia de sus fantasías,

y acerca la vida en su desnudez más pura,volviendo la fría realidad aún más real?


VIII


Un cambio sobrevino al espíritu de mi sueño.

El peregrino se hallaba tan solo como siempre,

los seres que le habían rodeado ya no estaban,

o bien se habían alzado contra él. Era la marca

de lo infecto y la desolación. Se le evitaba

con desprecio y calumnias. El dolor se mezclaba

en todo cuanto le era ofrecido, hasta que igual

que el póntico rey de los siglos pasados,

se nutrió de venenos, que ya no poseían

más poder que no fuera el servir de alimento. Vivió

lo que hubiera sido la muerte para muchos,

y trabó amistad con las montañas: con los astros

y el alígero Espíritu del Cosmos

mantuvo sus diálogos. Compartieron

con él su magia y sus misterios. Para él

se abrió de par en par el libro de la noche,

y las voces del abismo profundo revelaron

una maravilla y un secreto. Que así sea.


IX


Pasó mi sueño; ya no hubo más cambios.

Es ciertamente extraño que el destino

de esas dos criaturas se resolviera así,

casi como una realidad: ella

terminó en la locura, ambos en la desgracia.




GEORGE GORDON BYRON, LORD BYRON (1788-1824)

poeta británico