EMMY HENNINGS: UN CREPÚSCULO
Me acerqué a ella. De cierto, todo parecía pobre y gastado,
pero manso asimismo. La casita pequeña frente al paisaje,
sus ojos plenos de pequeñas arrugas…
Desde aquí no oí la guerra, pero sabía que muchos sufrían.
¿Alguien escapa al sufrir?
Dígame, Emmy, ¿no recuerda sus años de juventud
pese a la pobreza, a la dificultad, a la ocasional prostitución?
Acaso eso no debí decirlo.
Querido, yo lo digo. Yo misma. No se incomode.
¿Quiere más zumo de manzana?
No echo nada de menos. Todo se va y se rompe
empezando por nosotros mismos.
Somos ceniza en vientos salvajes.
Ball estudiaba el cristianismo primitivo.
Yo amo también a esos santos bizantinos que desdeñaban la vida.
¿Cielo, dice? A mis años me resulta ingenuo.
Mire cómo se va la luz, esos tonos morados hacia las montañas…
Éter, morfina, cabarés, lesbianas. La vida.
No me gusta recordar mis novelas, aunque
las trazaría de nuevo. Usted es joven, Luis, joven.
Yo solo espero deshacerme en Dios, ser nada en Dios.
Como no haber nacido.
Nadie sabe para qué sirven el dolor y la desdicha,
pero ya ve, querido, usted me ha buscado
porque yo sufrí, amé, gocé, malgasté, perdí,
y nunca dejé de ser excepcionalmente desdichada…
¿Tendrá algún mérito haber vivido?
Era malva todo: un paisaje de la Suiza italiana.
Luis Antonio de Villena (1951)
Poeta español
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