domingo, 27 de octubre de 2024

Del miedo

 







En última instancia, el consejo del miedo es una u otra forma de subordinación, pues solo reclama soberanía personal quien ha vencido la tentación de vivir aterrado, abierta o secretamente, se comenta en la revista Ethic [La niebla del miedo, 22/10/2024] citando el libro ‘Frente al miedo’ (Página Indómita, 2024), del filósofo Antonio Escohotado. De ahí que no sea realista esperar ni de la propaganda ni de los gobernantes recetas eficaces contra la hipocondría y el recelo. Mientras pagamos a tanto traficante de seguridad, como rebaños de ovejas custodiados por lobos, podríamos atender un momento a lo substancial del asunto. Jünger nos lo explica: «Librar del miedo al ser humano es mucho más importante que proporcionarle armas o proveerle de medicamentos. El poder y la salud están en quien no siente miedo».

Al sobreentender nosotros que las amenazas preceden siempre a los temores, dejamos que el miedo campe consentidamente por sus respetos, multiplicando vigilantes a un ritmo que carece de proporción alguna con el crecimiento demográfico. Por mucha riqueza que haya, no se divisa un término a la insolidaridad promotora del crimen, ni mejor seguro que seguir fortaleciendo mecanismos de control y punición. Según parece, el evidente progreso en muchos órdenes no compensa desfases en socialización, crisis económicas, incultura popular, espantosas megápolis y causas análogas.

Sin perjuicio de todo esto, Jünger trata de ir más al fondo, proponiendo que ningún rearme podrá mitigar las causas del miedo. El temor inconcreto y omnipresente «solo podrá disminuir cuando el individuo encuentre un nuevo acceso a la libertad». Nos quedamos algo perplejos, pensando qué implicará ese nuevo acceso a la libertad, expuesto por un hombre vigoroso y creativo a un lustro escaso de su centenario. Pero lo cierto es que Jünger ha sido muy explícito en cuanto a las condiciones de tal acceso. A caballo entre la metáfora y una crónica textual de su propia vida, ofrece a nuestra consideración la figura del Emboscado.

Si preguntamos quién es tal sujeto, la respuesta dice: alguien que siente y actúa como persona singular soberana. Suena extraño a primera vista, no menos quizá que vago y hasta arriesgado. Para ser exactos, suena a muy probablemente delictivo, considerando que nadie llega al Bosque sin «reservarse la decisión» en ciertos campos, campos donde la propaganda urge con gran vehemencia a delegar dicha decisión. Concretamente, uno no será un emboscado mientras decidan por él en medicina, ética y acatamiento a las leyes; tampoco lo será mientras no plantee como cuestión exclusivamente suya su propiedad y el modo de afirmarla. De los protectores y vigilantes institucionales el Emboscado exige algo sencillo en extremo: recurrir a su ayuda cuando lo crea conveniente él, no cuando lo crean ellos conveniente. […]

El Emboscado decide no solo en medicina, sino en ética y acatamiento a las leyes. Cabría pensar que esto olvida a «los demás» y la «totalidad», si no fuera porque supone justamente lo contrario. Reservarse la decisión es exigir que esta les sea reservada a los demás y a la totalidad, sin otros posibles perjudicados que el armador Leviatán y su crucero de lujo, el segurísimo Titánic, que imponen condiciones discutibles al paisaje. El Emboscado no quiere salir de la coacción como quien se opone a una en nombre de otra, como quien huye hacia algún desierto o como quien anda poseído de misantropía. El Bosque no es un lugar geográfico determinado, ni nada finalmente distinto del punto donde pernocta un corazón reñido con cualquier forma de crueldad. También puede decirse que el Emboscado jura odio eterno a la crueldad en general, fuere cual fuere su objeto.

Ahora bien, ¿qué se ve desde la emboscadura? Junto con la necesidad de desoír toda norma impuesta por violencia, la de aprender a hacerlo evitando una fulminación definitiva. Este texto es un fragmento de ‘Frente al miedo’ (Página Indómita, 2024), del filósofo Antonio Escohotado. 












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