Este artículo es una reseña del libro La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia, de Eva Illouz. Madrid, Katz, 2023) publicado por el politólogo Iván Garzón Vallejo en Revista de Libros el 25/09/2024.
Un lúcido ajuste de cuentas con su identidad israelí: así podría resumirse el último trabajo de Eva Illouz, La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia (Madrid: Katz, 2023), un libro tan oportuno como demoledor. Oportuno, porque aunque se terminó de escribir unos meses antes del feroz ataque de la organización terrorista Hamás en suelo israelí el 7 de octubre de 2023 (tanto la editorial Suhrkamp como Katz Editores lo publicaron el mismo año), dicho acontecimiento no le ha quitado vigencia a ninguna de sus páginas. Y demoledor, porque disecciona el modo como la derecha israelí en general y Benjamín Netanyahu en particular han envenenado las pasiones políticas de su pueblo frente a los árabes instrumentalizando la identidad judía y atizando un conflicto que cada día se antoja más interminable.
El gusano del fascismo en la manzana de la democracia. El libro se enmarca en la abundante literatura reciente que advierte sobre la configuración de un nuevo fascismo en los países occidentales a partir del reciente ascenso de partidos, movimientos y líderes de ultraderecha. En este sentido, Illouz recupera la admonición formulada por Theodor W. Adorno en 1967 de que aunque oficialmente el fascismo colapsó con el fin de la Segunda Guerra Mundial, «las condiciones para los movimientos fascistas (…) seguían activas en la sociedad» (p. 11). Para uno de los fundadores de la Escuela de Frankfurt, la culpable de ello era la tendencia a la concentración de capital, lo que genera a su vez desclasamiento y degradación de unas capas sociales burguesas. Así las cosas, concluye Illouz, el fascismo no es un accidente de la historia ni una aberración, sino que funciona dentro de la democracia y es contiguo a ella: es como un gusano metido en la manzana que pudre la fruta desde adentro y es invisible al ojo desnudo, una suerte de pulsión colectiva, no un régimen político únicamente.
Sin embargo, el objeto del libro no es el fascismo. sino el populismo, entendido como vector de emociones tribales y como preludio del fascismo. Y aunque la radiografía política de «Bibi» Netanyahu es contundente, este no es un libro sobre Netanyahu: en cierto sentido, el líder del Likud es el pretexto que utiliza Illouz para advertir del modus discursandi de sus homólogos Trump, Orbán, Le Pen y compañía, y que a un lector agudo le servirá también de marco hermenéutico de gobernantes del otro polo del espectro político. En este contexto, las emociones son entendidas como antídoto de problemas reales pero también como placebo de imaginarios sociales creados por las élites. El caso de Israel lo ilustra, y por ello su estudio contiene una dosis de universalismo. «El argumento de este libro utiliza el tríptico de (Dani) Filc como punto de partida; no pretende tanto explicar el populismo, sino más bien describirlo a través del prisma de las emociones. Sostiene que el autoritarismo y el nacionalismo conservador descansan sobre cuatro emociones: el autoritarismo se legitima a través del miedo, y el nacionalismo conservador (una visión de la nación basada en las tradiciones y el rechazo al extraño) se apoya en el asco, el resentimiento y un amor cuidadosamente cultivado por el propio país» (p. 28).
Israel, laboratorio de una democracia populista. Entre las muchas bondades de este trabajo quisiera destacar acá tres de ellas.
Primero, el caso de estudio. La reflexión sobre las emociones políticas arrastra la sospecha de ser imprecisa o antojadiza. Al fin y al cabo, una explicación de la ira, el miedo o el amor –por mencionar algunas–, no puede presumir del detalle empírico de los estudios conductuales o de las teorías de la acción racional o colectiva. Por eso, el enfoque de Illouz es muy ilustrativo del potencial comparativo del estudio de las emociones, pues al tomar como caso de estudio un país concreto y el modo como cuatro emociones se han instalado en el discurso político, las prácticas sociales y las creencias de actores sociales (según el testimonio de rabinos, colonos y activistas a los que entrevistó), esta socióloga nacida en Marruecos, de nacionalidad franco-israelí y residente en Jerusalén, está sugiriendo también una ruta a seguir: rastrear las emociones tal y como las experimentan los líderes políticos, religiosos y sociales. Al mismo tiempo, aterriza las emociones poniéndolas en un plano explicativo tan relevante como las ideas y los comportamientos, destacando, como no podría ser de otro modo, su potencial explosivo, pues «solo las emociones tienen el poder multiforme de negar la evidencia empírica, dar forma a la motivación, desbordar el propio interés y responder a situaciones sociales concretas» (p. 17).
Segundo, el método. Los estudios de caso ponen de relieve las circunstancias particulares de su unidad de análisis y permiten hacer comparaciones con objetos análogos. La autora toma Israel como laboratorio del populismo contemporáneo y describe las disfuncionalidades de su democracia desde su nacimiento como Estado en 1948 ―la relación hostil con sus vecinos, su excesivo aparato militar, el compromiso militarista de sus ciudadanos, el discurso securitista de sus élites, su «estado de emergencia» constitucional mantenido desde su creación― así como la forma en que estas estructuras, instituciones y dimensiones materiales son moldeadas por una cultura política dirigida por sus élites políticas, especialmente por el partido Likud. «Los sentimientos analizados en este libro tienen varias cosas en común: todos son el resultado de la manipulación de los políticos, de la explotación del miedo, la desconfianza, la ira y el ressentiment de la gente corriente en favor de los objetivos y estrategias de actores políticos sin escrúpulos» (p. 175). Hay que decir que si bien Illouz dedica un capítulo a cada emoción, el miedo tiene un notorio predominio en la retórica populista del país, toda vez que «el miedo, tanto imaginado como real, es una potente herramienta política […] Es el comandante en jefe de todas las emociones. Por lo tanto, quien domina el miedo con credibilidad será capaz de dominar la arena política» (p. 51). Particular mención merece el modo como a través de testimonios de israelíes se evidencia el asco que estos sienten hacia los palestinos por considerarlos sucios y malolientes.
Y tercero, la crítica. Aunque Eva Illouz proviene de la tradición marxista, en este libro se ubica en un liberalismo igualitario que, bebiendo de la herencia filosófica rawlsiana, reivindica políticas que morigeren las desigualdades y promuevan una vida digna para todos. La propuesta sobre la fraternidad y la compasión como emociones características de una sociedad decente es buen ejemplo de ello, y si bien guarda algunos paralelismos con los trabajos de Martha Nussbaum sobre las emociones (aunque Illouz toma distancia de su lectura del amor), se enmarca en una tradición intelectual enriquecida por Hannah Arendt, Leo Strauss, Eric Voegelin y Michael Walzer entre otros, judíos liberales ―de izquierda o de derecha― que han hecho un significativo aporte a la teoría política contemporánea. A mediados del siglo XX, estos autores y otros como George Sabine y Sheldon Wolin, no solo contribuyeron a la rehabilitación de la reflexión filosófico política cuando la soberbia de los enfoques conductistas y cuantitativos habían decretado su prematura «muerte» o cuando menos su inutilidad epistémica, sino que desarrollaron un acervo imprescindible para comprender la democracia, la política, el Estado, la igualdad, la moral pública y la libertad. Hoy en día, cuando este último concepto y la teoría del liberalismo político y económico han sido progresivamente monopolizados por un sector político e intelectual que lo utiliza como parapeto doctrinal de intereses gremiales, reaccionarios o filofascistas, es refrescante encontrar una lectura igualitaria, reformista y mordaz como la de Eva Illouz, que reivindica lo mejor del espíritu humanista y cosmopolita de la tradición liberal.
En este sentido, no es casualidad que a la crítica del populismo de Netanyahu, del nacionalismo judío y del sionismo ―por haber pasado de ser un movimiento emancipador a convertirse en una ideología nacionalista instrumentalizada por el Estado― subyazca una profunda sensibilidad moral liberal: «Nuestras sociedades tienen víctimas reales (refugiados, pobres, víctimas del racismo, niños y mujeres sujetos a una violencia cotidiana). Pero si las principales reivindicaciones morales del liberalismo son utilizadas y recuperadas por los enemigos del liberalismo, parece que este lenguaje se ha vaciado y que ya no puede representar eficazmente a los oprimidos» (p. 134). Finalmente, aunque Illouz explica y documenta el modo como el miedo, el asco, el resentimiento y el amor han intoxicado la vida pública de Israel, su propuesta es anteponer a los mismos unas emociones políticas de otro signo, que reflejen una sensibilidad moral liberal: «La compasión y la fraternidad son candidatos mucho mejores para las emociones constitutivas de una buena sociedad civil, porque ambas emociones presuponen la extrañeza y diversidad radical de aquellos a quienes tienen como objeto» (p. 180).
En síntesis, La vida emocional del populismo es una guía certera para identificar las emociones políticas que envenenan nuestra convivencia cívica y democrática. Pero es también un manifiesto por una sociedad decente, más necesario que nunca si se quiere comprender de qué se alimenta el voraz Leviatán militar que día a día descarga su poderío sobre Gaza. Iván Garzón Vallejo es profesor universitario y escritor. Su último libro es El pasado entrometido. La memoria histórica como campo de batalla, Crítica 2022/Ril editores 2023.
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