sábado, 2 de noviembre de 2024

De la verdad, la mentira y la hipocresía

 







El circo mediático que se está formando con el caso Errejón, que no entro a valorar porque no tengo interés alguno en él, me ha hecho pensar en dos conceptos muy boca de todo el mundo: el de la verdad y el de la hipocresía. Eso de que la verdad nos hará libres es una mentira como una catedral, lo diga San Pedro o el párroco de Santa Clara. La verdad puede hacer mucho más daño que beneficio, y cuando el daño se inflige a personas concretas convendría pensárselo dos veces antes de comenzar a soltar verdades como si fueran puñetazos. El otro, es de la hipocresía. Y es lo mismo, si hace daño a personas concretas puede ser malo, pero también hay que pensar que si ayuda a la paz, a lo mejor conviene ser un poco hipócrita, porque a fin de cuenta, como dijo no sé quién, la hipocresía es el fundamento de la buena educación..., ¿no?... 

El pedagogo austriaco Karl-Thomas Naue (Innsbruck, 1887-1972) afirmó en una de sus célebres e irónicas conferencias del Círculo Didáctico Vienés: Suprimid la verdad y dejaréis de tener problemas con la mentira, comenta en El País [Cartografía de la mentira, 29/10/2024] el escritor Fernando Aramburu. Hay una propensión extendida, sigue diciendo Aramburu, a considerar que en principio todo acto del lenguaje expresa aquello que el emisor sabe, piensa o siente y que, acto seguido, puede que eso no sea así, no sea exactamente así o no sea en absoluto así. Prueba de la condición natural del fingimiento es que ha sido observado en la conducta de simios, de mamíferos diversos e incluso de cuervos, urracas y pulpos, si bien todo apunta a que nunca ha existido una especie más embustera que la humana. Se puede mentir por muchas razones: por compasión, para proteger y protegerse, para ilusionar, para inferir un daño, etc. En todos los casos prevalece un criterio de eficacia conducente a que el receptor no se percate de que se le está mintiendo. El consumo deliberado de mentiras, llamadas también ficciones, incentiva la afición al arte. Todo esto viene a cuento porque tiempo atrás un cargo público relevante, no importa si mujer o varón, cercana la boca a un micrófono, el gesto decoroso, el atuendo impecable, hizo una afirmación que, según sus opositores, no se correspondía con ciertos datos luego verificados y, según sus adeptos, era la pura verdad, puesto que los adversarios también mienten. Alguien sostuvo en cierta ocasión que la verdad es poética y la mentira política. Sucede que otro día el mencionado cargo público afirmó lo contrario de lo que había dicho con anterioridad, lo cual constituía para unos la demostración de que había mentido antes o después, mientras que para los correligionarios lo demostrado era que antes o después se había esforzado en decir la verdad, de donde cabía deducir un firme compromiso con la honradez. Me pregunto, concluye diciendo Aramburu, qué habría opinado al respecto Karl-Thomas Naue en el caso de haber existido.














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