sábado, 28 de septiembre de 2024

Del poema de cada día. Hoy, A una joven rica, de Simone Weil (1909-1943)

 







A UNA JOVEN RICA


Climena, con el tiempo quiero ver en tus encantos

Cómo mana de día a día y brota el don de las lágrimas.

Tu belleza no es aún más que una armadura de orgullo,

Que los días transcurridos convertirán en ceniza;

No se te verá [más], exultante, descender,

Orgullosa y sin máscara en la noche del sepulcro.

¿Hacia qué destino prometido, en tu flor pasajera,

Te deslizas? ¿Hacia qué destino? ¿Qué gélida miseria

Vendrá a oprimir tu corazón hasta hacerle gritar?

Nada se elevará para salvar tanta gracia;

Los cielos permanecen mudos a la espera del día que borre

Las facciones puras, una tez dulce que un día se vio brillar.

Un día puede hacer palidecer tu rostro, un día puede retorcer

Tus flancos bajo un hambre punzante; un escalofrío muerde

Tu frágil carne, recién salida de las cavidades de la tibieza;

Un día y serás un espectro en ese corro exhausto

Que sin respiro por la prisión del mundo

Corre, corre, con el hambre en el vientre por motor.

La noche perseguida por los bancales como un rebaño,

¿Dónde encontrar en lo sucesivo tu mano fina y delicada,

Tu compostura, tu frente, tu boca con su gesto altivo?

El agua brilla. ¿Te estremeces? ¿Por qué esa mirada vacía?

Demasiado muerta para morir, queda pues, carne lívida,

¡Montón de andrajos postrados en el gris de la mañana!

La fábrica abre. ¿Irás tú a penar ante la cadena?

Renuncia al gesto lento de tu gracia de reina.

Deprisa. Más deprisa. ¡Vamos! Deprisa. Más deprisa.

Por la tarde al marchar, miradas apagadas, rodillas rotas, sumisa,

Sin una palabra; en tus labios humildes y pálidos se leen

La obediencia al duro orden y el esfuerzo sin esperanza.

¿Irás tú en las tardes, con los rumores de la ciudad,

A dejar mancillar por unos céntimos tu carne servil,

Tu carne muerta, transformada en piedra por el hambre?

Ella no se estremece más que cuando una mano la acaricia;

Los retrocesos, los sobresaltos han sido borrados de tu vida.

Las lágrimas son un lujo [allí] donde son aspiradas en vano.

Pero tú sonríes. Para ti las desgracias son fábulas.

Tranquila y lejos de la suerte de tus hermanas miserables,

No les otorgas siquiera el favor de una mirada.

Tú puedes, cerrados los ojos, prodigar las limosnas;

Tu sueño incluso se mantiene puro de estos lúgubres fantasmas

Y tus días transcurren claros bajo el abrigo de una fortaleza.

Trozos de papel más duros que las murallas te protegen.

Que se quemen, y tu corazón, tus entrañas,

Serán entonces golpeados hasta quebrar tu ser.

Mas este papel te asfixia, él esconde el cielo y la tierra,

Esconde a los mortales y a Dios. Sal de tu invernáculo,

Desnuda y temblorosa envuelta en los vientos de un universo

           helado.


Simone Weil (1909-1943)

Filósofa francesa

















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