domingo, 15 de octubre de 2017

[A vuelapluma] Nomenclátor urbano, estulticia e hipocresía





Las actuales sociedades pretenden ser impolutas y que lo sea su callejero, lo cual es imposible mientras se sigan utilizando nombres de personas, dice el escritor Javier Marías (1951) en su artículo de ayer en El País Semanal, titulado Jueces de los difuntos. No puedo más que darle la razón. La revisión del nomenclátor de las calles de nuestros pueblos y ciudades más parece en la mayor parte de las ocasiones un ejercicio de estulticia e hipocresía que de homenaje a los propuestos. 

Parece que los políticos no tengan otra cosa que hacer que cambiar los nombres de las calles y retirar estatuas, placas y monumentos, comienza diciendo Marías. Mientras algunas ciudades se degradan día a día (el centro de Madrid está aún más asqueroso que bajo Gallardón y Botella, que ya es decir), los munícipes y sus asesores las desatienden y se entretienen con ociosidades diversivas, es decir, maniobras llamativas con las que disimulan sus gestiones pésimas y sus frecuentes cacicadas. En España hay larga tradición con este juego. Durante la República se cambiaron nombres, más aún durante la Guerra, el franquismo fue una apoteosis (hasta se cargó los cines y cafeterías “extranjerizantes”, el Royalty pasó a ser el Colón, etc), y durante la Transición, más discretamente, se recuperaron algunas antiguas denominaciones (por fortuna, Príncipe de Vergara volvió a ser esa calle y no la del nefasto General Mola, conspicuo compinche de Franco).

Pero ahora, sin que haya variado el régimen democrático, a ciertos políticos y a ciertas gentes les ha dado un ataque de pureza con el asunto, y no sólo aquí, sino en los Estados Unidos y en Francia, y no digamos en Sabadell, donde un pseudohistoriador considera a todo español impuro y ha propuesto suprimir del callejero a Machado, Quevedo, Calderón, Lope, Larra y no sé cuántos impostores más, a unos por “franquistas”, a otros por “anticatalanes” y a otros simplemente por “castellanos”. Huelga decir que entre los primeros, con anacrónico rigor, contaba a Góngora, Lope y Quevedo. Pero, más allá de este lerdo y xenófobo individuo y de su lerdo y xenófobo Ayuntamiento que le encargó el proyecto, hemos entrado en una dinámica tan absurda como imparable. Las actuales sociedades pretenden ser impolutas (cuando no lo son en modo alguno) y que lo sea su callejero, lo cual es imposible mientras se sigan utilizando nombres de personas. Una cosa es que haya calles y plazas dedicadas a asesinos como Franco y sus generales, Hitler y sus secuaces o Stalin y los suyos. Se trata de individuos que lo único notable que hicieron fue sus crímenes. Pero hay otra mucha gente compleja o ambigua, imperfecta, a la que se rinde homenaje por lo bueno que hizo y a pesar de lo malo. Se tiende estúpidamente, además, a juzgar todas las épocas por los criterios de hoy, como si los muertos de pasados siglos hubieran debido tener la clarividencia de saber qué sería lo justo y correcto en el XXI. Alguien que en el XVII o en el XVIII poseía esclavos no era por fuerza un desalmado absoluto, como sí lo es quien hoy los posee o los que pregonan la esclavitud, el Daesh. ¿Que en el XVIII había ya algunos abolicionistas (Laurence Sterne uno de ellos)? Sí, pero se los contaba con los dedos de las manos. En Francia se habla de retirarle todo honor a Colbert, que cometió pecados, pero también fue un Ministro extraordinario y un valedor de las artes y las ciencias. Si nos pusiéramos a analizar con minucia las vidas de cada cual (no ya de políticos y militares, sino de escritores y artistas, en principio más sosegados), nunca encontraríamos a nadie sin tacha. Téngase en cuenta, además, que desde hace décadas el hobby de los biógrafos es “descubrir” lacras, escándalos y turbiedades en sus biografiados. Este era machista, aquel abandonó a su mujer, el otro maltrató o acomplejó a sus hijos; Neruda y Alberti escribieron loas a Stalin, D’Annunzio fue mussoliniano una época, Lampedusa era aristócrata, Heidegger simpatizó con el nazismo, Ridruejo fue falangista, Cortázar y Vargas Llosa apoyaron la dictadura de Castro un tiempo, García Márquez hasta su último día, Sartre no se inmutó ante los asesinatos en masa de Mao, Pla y Cunqueiro estuvieron conformes con Franco. Pero si todos esos escritores tienen calles en algún sitio, no es por esos lamparones, sino pese a ellos y porque además lograron buenos versos o prosas o filosofías. Y algunos rectificaron a tiempo y abjuraron de sus errores.

Si se hurga en lo personal, estamos perdidos. Quizá el mejor poeta del siglo XX, T. S. Eliot, se portó dudosamente con su primera mujer, Vivien. No digamos el detestado Ted Hughes con las dos suyas. Si alguien los homenajea no elogia esos comportamientos, sino sus respectivas grandes obras y el bien que con ellas han hecho. En mi viejo libro Vidas escritas recorría brevemente las de veintitantos autores, entre ellos Faulkner, Conan Doyle, Conrad y Stevenson, Emily Brontë, Mann, Joyce, Rimbaud, Henry James, Lowry y Nabokov. La mayoría fueron calamitosos, algunos desaprensivos, muchos egoístas y unos cuantos fatuos hasta decir basta. ¿Y qué? No se los honra por eso. Si uno observa al microscopio a los benefactores de la humanidad, como Fleming, probablemente encontrará alguna mancha. Como la tienen, a buen seguro, cuantos hoy, erigidos en arrogantes jueces de los difuntos, se empeñan en “limpiar” sus callejeros y sus estatuas. Desde que tengo memoria, no recuerdo una sociedad tan hipócrita y puritana como la actual, ni tan sesgada. Más vale que recurra a los números para distinguir las calles, o a la antigua usanza inofensiva: Cedaceros, Curtidores, Milaneses, ya saben. Éstas, en Madrid, aún existen, concluye diciendo.



Puerta del Sol, Madrid



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[Tribuna de prensa] Lo mejor de la semana. Octubre, 2017 (II)





Les dejo con los Tribuna de prensa que durante esta semana pasada he ido subiendo a Desde el trópico de Cáncer. Espero que les resulten interesantes, y que como decía Hannah Arendt les inviten a pensar para comprender y comprender para actuar. La vida, a fin de cuentas, no va de otra cosa que de eso. Se los recomiendo encarecidamente. Son estos:

Domingo, 8 de octubre
Cuando caen las mentiras, por Javier Ayuso
La ley de hierro, por José María Ridao
Quién quiere ser un "it boy", por Álex Grijelmo

Lunes, 9 de octubre
Miedo, odio y Constitución, por John Carlin
España no es Suiza, por David Hesse
Dragones, por Ana Merino

Martes, 10 de octubre
El triángulo azul de los republicanos, por Juan Cruz
Y los españoles de a pie rescataron la senyera, por Jorge Marirrodriga
La comunidad implícita, por Pablo Simón

Miércoles, 11 de octubre
El trágico modelo esloveno, por Xavier Vidal-Foch
Independencia con marcha atrás, por Rubén Amón
Las leyes de quita y pon de Puigdemont, por Berna González Harbour

Jueves, 12 de octubre
La izquierda y España, por José Ignacio Torreblanca
Gila en Nueva York, por Luz Sánchez-Mellado
Los verbos catalanes hacen cosas, por Irene Lozano

Viernes, 13 de octubre
La fuerza de las reglas, por Alberto Penadés
Sí pero no, no pero sí, por Fernando Vallespín
Otoño del 59, verano del 66, por Juan Marsé
Socialistas con la Constitución, por Javier Ayuso
Traidores para el diálogo, por Jorge Galindo
Tiempo, por Jorge M. Reverte
¿Y tú qué crees que va a pasar?, por Rubén Amón

Sábado, 14 de octubre
Sintaxis, por Julio Llamazares
Representaciones paralelas, por Máriam Martínez-Bascuñán
Europa nada y guarda la ropa, por Francisco G. Basterra
La resaca de la crisis, por Íñigo Calvo Sotomayor
El artificio del relato catalán, por Domènico Chiappe
Aspirar a un gran pasado, por Teodoro León Gross
Fin de semana de reflexión, por Javier Ayuso
Puigdemont en su laberinto, por Jorge de Esteban
La independencia era esto, por Manuel Arias Maldonado
Más chutes no, por Jorge Bustos
Puigdemont y el atrio del poder, por Lucía Méndez

Y desde los enlaces de más abajo pueden acceder a algunos de los diarios y revistas más relevantes de España y del mundo, actualizados continuamente. Espero que los disfruten:

The Washington Post (EUA)
El País (España)
Le Monde (Francia)
The New York Times (EUA)
The Times (Gran Bretaña)
Le Nouvel Observateur (Francia)
Chicago Tribune (EUA)
El Mundo (España)
La Vanguardia (España)
Los Angeles Times (EUA)
Canarias7 (España)
El Universal (México)
Clarín (Argentina)
L'Osservatore Romano (Vaticano)
La Voz de Galicia (España)
NRC (Países Bajos)
La Stampa (Italia)
Frankfurter Allgemeine Zeitung (Alemania)
Le Figaro (Francia)
Tages Anzeiger (Suiza)
Komsomolskaya Pravda (Rusia)
Excelsior (México)
Die Welt (Alemania)
El Nuevo Herald (EUA)
Revista de Libros (España)
Letras Libres (España)
Claves de Razón Práctica (España)
Cuadernos para el diálogo (España)
Litoral (España)
Jot Down (España)
Real Instituto Elcano (España)
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (España)
Der Spiegel (Alemania)
The New Yorker (EUA)
Política Exterior (España)
Cidob (España)
Concilium (España)
Le Monde Diplomatique (Francia)
Le Nouvel Afrique (Bélgica)
Time (EUA)
Life (EUA)
Revista Española de Ciencia Política (España)
Cambio16 (España)
Jeune Afrique (Francia)
Tiempo (España)
Historia y Política (España)
Newsweek (Estados Unidos)
Nature (Estados Unidos)
Historia National Geographic (España)
Paris Match (Francia)
Instituto Nacional de Estadística (España)
Para terminar, les dejo con los reportajes de El País con las mejores imágenes del 2016, las treinta fotos más representativas de los 40 años de vida del periódico, las fotos ganadoras del World Press Photo 2017, y las 12 fotos del año de National Geographic. Y como siempre, las mejores fotos de la semana que termina en El País. 




Banderas catalanas y españolas en Madrid, España




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy domingo, 15 de octubre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 14 de octubre de 2017

[A vuelapluma] La república que duró 46 segundos





Si no fuera por su extrema gravedad, lo ocurrido en el Parlamento de la comunidad autónoma española de Cataluña el pasado 10 de octubre no pasaría de la condición de sainete o esperpento: la solemne y efímera proclamación de una república independiente catalana que duró exactamente 46 segundos. Es todo un progreso en cuanto a las tres anteriores, pues no hubo víctimas mortales ni daños colaterales apreciables...,  de momento.

La primera república catalana duró seis días, exactamente entre el 17 y el 23 de enero de 1641,y acabó con la sumisión y entrega de la república al rey de Francia. La segunda tuvo una vida de tres días, entre el 14 y el 17 de abril de 1931, y acabo con todos sus dirigentes en la cárcel de Carabanchel en Madrid. Y la tercera no llegó a las diez horas de existencia entre el 6 y el 7 de octubre de 1934, y acabó a cañonazos. Las tres generaron numerosas víctimas. 

A quien piense que intento hacerme el gracioso le aseguro que se equivoca. Al contrario, me duele en el alma ver adonde han llevado a Cataluña unas autoridades autonómicas desvergonzadas y ensimismadas en sus propias mentiras, y un sistema educativo nazi-estalinista y sectario a varias generaciones de niños catalanes educados en el odio a España y en la consideración de Cataluña como el ombligo del mundo. Como decía hace unos días un eminente catalán, los "independentistas" catalanes tienen un ego excesivamente exacerbado. Creo que se queda corto en la apreciación.

No se producirá la independencia de Cataluña, comenta en el diario El Mundo el eminente profesor y jurista Santiago Muñoz Machado, catedrático de Derecho Administrativo y miembro de las Reales Academias Española y de Ciencias Morales y Políticas.  Quiero decir, señala, que una declaración de independencia no llevará a la creación de un Estado republicano separado de España, con soberanía propia y revestido de las atribuciones correspondientes, reconocido por los Estados más importantes del mundo. No ocurrirá porque no se dan las condiciones y porque en Europa, desde la Paz de Westfalia para acá, no se han variado nunca las fronteras, salvo acuerdo voluntario, sino en el marco o como consecuencia de confrontaciones bélicas. Y no parece que haya nadie que esté dispuesto a llevar el conflicto a ese terreno ni que ningún Gobierno responsable vaya a dar facilidades para la demolición de la unidad constitucional y la fragmentación de España. No se producirá, por tanto, si las instituciones del Estado no se conforman con las declaraciones de los sublevados y se aprestan a evitar las consecuencias. No conviene, sin embargo, dejarse llevar por la idea de que, en este contexto, la declaración de independencia no será mucho más que un desahogo de los nacionalistas, con meros efectos simbólicos. El Gobierno catalán, todas las instituciones que están bajo su control y muchos ayuntamientos de Cataluña pueden tomarse en serio la representación y continuar por la senda abierta de hacer desaparecer el Estado español de aquel territorio.

El Estado lleva años diluyéndose allí, física y jurídicamente. Lo primero porque no tiene ni infraestructuras en las que refugiarse, como ha mostrado dramáticamente el reciente vagabundeo de las fuerzas de seguridad por los hoteles de la costa y los barcos de turismo usados como alojamientos subsidiarios. Lo segundo porque, desde hace también mucho tiempo, las resoluciones que adopta el Estado en materias de su competencia se cumplen o no según la libérrima voluntad del Gobierno de la Generalitat; lo mismo da que la fuente de la decisión sea el Tribunal Constitucional o que la resolución provenga de un modesto juzgado de instancia.

Pero en este punto exacto, en que se hace preciso optar por dos legalidades en conflicto, radica el problema y la elección de las medidas que tengan que usarse para resolverlo. El Estado, para funcionar adecuadamente, no puede prescindir de dos instrumentos que lo han acompañado durante toda su Historia, y que ahora funcionan en los términos que establecen las constituciones de todos los Estados de derecho del mundo. Esas dos herramientas imprescindibles son, por un lado, que las decisiones de una autoridad pública tienen que ser inmediatamente cumplidas por sus destinatarios; y, por otro, que si no son cumplidos voluntariamente pueda el órgano que los dictó imponer su cumplimiento usando medios coactivos que las leyes ponen a su disposición.

Las decisiones ejecutivas pueden proceder de órganos gubernativos o administrativos o consistir en sentencias y otras resoluciones de los jueces y tribunales. Si se incumplen o se resisten a cumplirlas los obligados a acatarlas, la ejecución forzosa se puede llevar a cabo por diferentes vías (de sustitución del responsable, económicas, sancionadoras o de coacción física) que de una u otra manera, en caso de resistencia recalcitrante no superable por otros medios, necesitan finalmente la concurrencia de las fuerzas encargadas de asegurar el orden y la paz jurídica.

Si la coacción legítima del Estado no se pone en duda, la arquitectura del sistema institucional en que se apoya nuestra convivencia no se resentirá. Si se ofrece resistencia y el Estado no se impone, quedará abatido en las zonas de su territorio donde esto ocurra. Estaremos en tal caso ante la emergencia de otro soberano.

La aceptación de un nuevo soberano, nacido del interior del único Estado soberano contemplado por la Constitución y concurrente con él, supone reconocer a aquél, si hay aquietamiento, poderes de acción y de resistencia equivalentes. El conflicto se transforma en una confrontación entre un Estado legítimo y otro impostado, que se envuelve en una legalidad de ocasión y que cuenta con su propia Policía para imponerse. Ésta es la transformación de la realidad constitucional que están imponiendo el Gobierno y el Parlamento de Cataluña.

La declaración de independencia no es cuestión indiferente, por las razones que acaban de indicarse, aunque consistiese en un mero desahogo de los nacionalistas sin consecuencias internacionales. Soberano, en una situación convulsa de este género, será quien sea capaz de imponer la legitimidad de su origen y cuente con fuerzas bastantes para ello. Quien pueda invocar los poderes de excepción, los aplique y supere, ejerciéndolos, el intento de demoler el orden establecido.

A pesar de que los especialistas han recordado con cierta frecuencia la disputa de hace un siglo entre Kelsen y Carl Schmitt acerca de quién debe ser el defensor de la Constitución, estamos nosotros en otra época y esa cuestión aparece en el texto de nuestra Ley fundamental resuelta y bastante depurada. Es este documento jurídico el que hay que consultar. La Constitución compromete en la tarea a todas las instituciones del Estado. No es preciso que justifique mucho esta afirmación. Basta con acercarse a los diferentes artículos que proclaman la unidad e indivisibilidad de la nación española, el papel de las Fuerzas Armadas, las atribuciones del Rey, los poderes de excepción con que cuenta el Gobierno, con intervención del Congreso, para la declaración de estados de excepción y sitio; la participación del Senado en la habilitación de poderes especiales para evitar la vulneración del interés general por una Comunidad Autónoma, las funciones de los tribunales, el papel del Tribunal Constitucional, o el poder de reforma constitucional que pone en manos de las instituciones del Estado la competencia de la competencia, es decir, la potestad de revisar el reparto del poder establecido en cada momento.

El Gobierno ha canalizado la defensa de la Constitución hasta ahora exclusivamente a través de la Justicia, incitando su protección por los tribunales penales y el Tribunal Constitucional. Los resultados no han sido espectaculares porque la Justicia siempre cuece las respuestas a fuego lento. Pero serán efectivos. Algunos hubieran preferido la utilización de vías más rápidas que permitieran descabezar inmediatamente la revuelta. Lo primero que debe hacerse, en caso de levantamiento, es apartar a los líderes, como los imperantes han hecho siempre a lo largo de la Historia. De aquí la apelación continua al artículo 155 de la Constitución donde se cree que residen todos los remedios. No me detengo en la exposición de las posibilidades que ofrece este precepto tan popular (mi portero me despide por las mañanas preguntándome cuándo se va a aplicar por fin) porque se ha convertido en un mito de tanto invocarlo y todo el mundo le atribuye virtudes inacabables, incluidas las que no contiene.

No soy por mi parte tan crítico con que el Gobierno, como se dice mucho, se haya escondido detrás de las togas de los magistrados. Considerando que interesa a los insurgentes que el Estado español ofrezca la imagen internacional de represor e intolerante con el ejercicio de las libertades, tiene mejor presentación y es más difícil de tergiversar que sean los tribunales, y mejor aún que sea el Tribunal Constitucional, los autores de las decisiones más serias, adoptadas en el marco del procedimiento debido y acompañado de todas las garantías. Esta preferencia no deja, sin embargo, al Gobierno libre de obligaciones. Las decisiones de los Tribunales tienen que cumplirse y si, como está ocurriendo con las del Tribunal Constitucional, no se atienden e incluso son motivo de burla y escarnio por parte de los más atrevidos, el Gobierno tiene que poner la fuerza al servicio de la constitucionalidad y la legalidad. También él es garante de la Constitución y el único poder del Estado que controla la coacción legítima aplicada a través de las fuerzas del orden.

Hay problemas que los tribunales no pueden resolver. El que acabo de señalar es uno. Otro la resistencia utilizando o manipulando medios de fuerza propios del incumplidor. Pero los que más difícilmente pueden dejarse a la exclusiva responsabilidad de los tribunales son los que implican a grupos amplios de ciudadanos. Las actuaciones en masa. El Estado tiene que habilitar en tal caso los medios de que dispone, que forman, a mi juicio, en dos grupos bien definidos. Primero, las medidas de intervención, sustitución de dirigentes, redistribución y avocación de competencias: los tribunales pueden suspender y condenar a los responsables de la insurgencia; también adoptar todas las medidas necesarias para asegurar el cumplimiento de sus decisiones. El Gobierno, por la vía ejecutiva, con apoyo del Senado, puede dar instrucciones y, en su caso, sustituir a los jefes de las instituciones catalanas, asumir el mando de las fuerzas de seguridad dependientes de la Generalitat que han dado muestras de deslealtad, y cambiar temporalmente el reparto de competencias entre el Estado y la Comunidad autónoma. A todo ello da cobertura el artículo 155 de la Constitución.

Segundo, las medidas que aseguren la eficacia y ejecutividad de las decisiones anteriores y el mantenimiento del orden: son el control total de las fuerzas y cuerpos de seguridad, y la aplicación de todas las previsiones de la Ley de Seguridad Nacional de 2015 y, en su caso, con intervención del Congreso, las que habilita la Ley de los estados de alarma, excepción y sitio de 1981. Todas estas vías suponen, como mínimo, que todos los agentes y funcionarios de las Administraciones públicas del territorio, incluidos los Ayuntamientos, quedan a las órdenes de una autoridad única designada por el Gobierno.Y, mientras tanto, restablecido el orden constitucional, será ineludible celebrar, en cuanto sea posible, unas elecciones autonómicas ajustadas a la legalidad que permitan conocer bien la voluntad del pueblo de Cataluña. Naturalmente, también es imprescindible poner sobre la mesa propuestas inteligentes en las que basar un nuevo pacto que asegure una relación pacífica y estable de Cataluña con el Estado. Las mías siguen siendo las que figuran en Cataluña y las demás Españas (Crítica, 2014). A este libro me remito, concluye diciendo el profesor Muñoz Machado. Por cierto, hoy cumpliría 111 de edad mi admirada Hannah Arendt.

Con el mismo título del artículo del profesor Muñoz Machado ("¿Cataluña independiente?") se publicará, a primeros de la próxima semana, un número especial de la revista El Cronista del Estado de Derecho, que él dirige. Incluye 40 colaboraciones de los mejores constitucionalistas y administrativistas del país sobre el referéndum del 1-O y la independencia de Cataluña. El artículo anterior resume algunas ideas del autor que se contienen en su contribución a la indicada revista.



Dibujo de Javier Olivares para El Mundo



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[Galdós en su salsa] Hoy, con "La sombra", "Celín", "Tropiquillos", y "Theros"



Estatua de Galdós (Pablo Serrano, Las Palmas GC)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que van a cumplirse 174 años, he ido subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa, que comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió. 

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912. 

Subo hoy al blog, conjuntamente, sus novelas breves La sombra, Celín, Tropiquillos y Theros, publicadas en Madrid en 1890 por la Imprenta La Guirnalda. La edición que reproduzco es la existente en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de Alicante.

La sombra fue escrita entre 1866 y 1867, y publicada como libro en 1871, tras haber ido apareciendo por entregas a partir de noviembre de 1870, en La Revista de España. La sombra estuvo esperando años a que Galdós tuviera otras obras de parecida categoría que le animaran a publicarla como libro. Fue con la llegada de Celín, Tropiquillos y Theros cuando esto se produjo. Destaca el carácter fantástico de las cuatro composiciones tratándose de un autor más bien aficionado al realismo.







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 14 de octubre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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