domingo, 13 de abril de 2014

¿Dios somos nosotros? Reflexiones en Domingo de Ramos





Pantocrátor de San Clemente de Tahull (Lérida)



Escribo esta entrada un Domingo de Ramos, después de asistir con mi mujer, mis hijas y mis nietos a las procesiones del día en el barrio de Triana, de la ciudad de Las Palmas (Canarias), donde vivimos. No soy creyente, pero no tengo ninguna animadversión al fenómeno religioso ni a las religiones. Fui religioso en su momento, pero eso no viene ahora a cuento. Mi realidad actual es que no necesito la existencia de ningún dios para dar sentido a mi vida ni dotarla de espiritualidad. Y sin embargo, me apasionan la religión y la historia de las religiones. ¿Cómo he llegado a eso? No tengo una respuesta clara...

La primera lectura seria que recuerdo sobre ello fue "Cristo y las religiones de la tierra. Manual de historia de las religiones", la monumental obra de Franz König. Luego le seguirían casi todas las del teólogo suizo Hans Küng, entre ellas y principalmente, "Ser cristiano", "¿Existe Dios?", "El cristianismo. Esencia e historia", y "El judaísmo. Pasado, presente, futuro". Más adelante leí el "Tratado de historia de las religiones", del antropólogo rumano Mircea Eliade, y la "Carta a un religioso", de la filósofa francesa Simone Weil. También me causó profunda impresión "Por qué no soy cristiano", del filósofo británico Bertrand Russell. Y, por supuesto, las lecturas , también, de teólogos católicos como Rahner, Schillibeeckx y Tamayo, o del protestante Karl Barth.

Quizá, sólo quizá, mi mayor aproximación a la posible aceptación de una idea de la divinidad la haya encontrado en la formulada por el filósofo portugués de origen sefardita Baruch Spinoza, en la Ámsterdam del siglo XVII. A día de hoy, pienso sinceramente que la neurobiología permite radicar y explicar la idea de dios como una creación del cerebro humano. Es lo que vino a decir Javier Sampedro, doctor en Genética y Biología Molecular, en un interesante artículo titulado "Dios habita en el cerebro", o como me gustaría decir a mí, siguiendo a Spinoza: que Dios somos nosotros.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




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Baruch Spinoza (Ámsterdam)




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lunes, 31 de marzo de 2014

La Guerra Civil, 75 años después.




Soldados republicanos pasando a Francia (abril, 1939)



Los españoles que cumplieron 18 años de edad el 1 de abril de 1939 y sigan con vida celebrarán mañana su 93 cumpleaños; no creo que queden muchos para hacerlo: en todo caso, felicidades. Mañana, 1 de abril, se cumplirán también 75 años del final de la más cruel de las numerosas guerras civiles que los españoles hemos afrontado en nuestra historia. Ninguna produjo tan alto número de muertos, heridos, desaparecidos y exiliados. Ninguna paz fue tan sanguinaria como la que siguió a esa guerra. Me gustaría pensar que nos hemos vacunado para siempre de este virus mortal, pero hay ocasiones, viendo y oyendo las cosas que nos decimos, en que me vence el escepticismo. Espero que sí, que los anticuerpos han hecho su efecto. No es día para conmemoraciones pero sí para el recuerdo.

Les recomiendo al respecto el artículo del profesor de Filosofía y Doctor en Historia, Rafael Núñez Florencio, piblicado en Revista de Libros bajo el título de "No solo miedo: las zonas grises del franquismo". Pienso que les resultará interesante.

El diario El País de hace cinco años, en el 70º aniversario de aquella fecha, publicó una crónica de la periodista Natalia Junquera, "El último pedazo de la II República", en el que se recreaba lo sucedido aquel día en el puerto de Alicante donde se amontonaban miles de republicanos y sus familias en espera de unos barcos que les llevaran al exilio pero que nunca llegaron. Solo lo hizo un pequeño carbonero inglés, el "Stanbrook", que desobedeciendo las órdenes de su patrón recogió a 3000 hombres, mujeres y niños y los trasladó hasta Orán, en Argelia. La he recogido como un hecho histórico, aislado y concreto, de los muchos que pasaron ese día.

Me gustaría que esta entrada del blog se viera como lo que pretende ser: un emocionado recuerdo y homenaje a todos los que murieron y padecieron la injusticia de unos españoles contra otros. Sólo sabiendo la verdad de lo ocurrido podemos liberarnos del odio y el rencor. Pero dejémosle esa tarea a los historiadores y no la usemos más como un arma arrojadiza entre nosotros. 

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




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El "Stanbrook" partiendo del puerto de Alicante (01/04/39)



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viernes, 28 de marzo de 2014

Memoria para el olvido: Del blog Pensando en la estación







Cuando era pequeño su diversión era aprender las paradas de metro de Madrid, cada vez que iba a visistar a sus abuelos. Empezó con la línea 9 que iba de Pavones a Herrera Oria, luego el tramo de la línea 2 que comprendía entre Príncipe de Vergara hasta Sol y al final la línea 5 que era la que llevaba hasta el Zoológico. Todas las navidades cuando llegaba a la ciudad las recitaba de una en una siguiendo su orden exacto, era un juego fantástico que no admitía error. Luego llegaron los números de teléfono de toda la familia, incluidos los prefijos de las distintas provincias, y así siguieron las fechas de cumpleaños y hasta los aniversarios de boda. Estaba orgulloso de su memoria y le encantaba tenerla... (sigue aquí).




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lunes, 24 de marzo de 2014

El aura de la universidad






Portada de "Errata. El examen de una vida"




Resulta desolador que un país como el nuestro, España, que ocupa el puesto número 13 en el ranking mundial por su Producto Interior Bruto, no cuente con una sola universidad entre las 100 más prestigiosas del mundo, y entre las cien siguientes solo esté la Pompeu Fabra, de Barcelona, y esta en el puesto 186.

El escritor Rafael Argullol declaraba hace unos días en El País, en un artículo titulado "La cultura enclaustrada", que el repliegue de la universidad sobre sí misma es una consecuencia del antiintelectualísmo rampante que impera en la misma que ha renunciado a la creatividad y el riesgo, para centrarse en la publicación de "Papers" que solo leen entre los integrantes del gremio respectivo. 

Detenerse en el análisis de las causas de esta situación sería muy complejo y escapa por completo a la intención de este comentario. No puede ser solo cuestión de dinero, aunque ello sea significativo. Un ejemplo, la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, para un total de 21500 estudiantes (la mitad de ellos de doctorado) tiene un presupuesto de 2208 millones anuales de euros. El conjunto de todas las universidades públicas españolas, para un total de 1561000 estudiantes, alcanzan un presupuesto global de 8730 millones de euros. Otro problema es el incestuoso sistema (incestuoso, sí, más que endogámico) de selección del profesorado en las universidades españolas. En Estados Unidos ninguna universidad contrata como profesor a un graduado o doctorado de la misma sin experiencia académica acreditada en otra universidad distinta. No está escrito en ningún sitio, pero es algo aceptado tácitamente por todas ellas.

Sobre las "claves del fracaso de la universidad y la ciencia en España y sus posibles vías de solución", hay un libro de título homónimo (Madriud, Gadir, 2013) escrito por la profesora de Historia Económica de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) y ex directora general de universidades de la comunidad autónoma madrileña Clara Eugenia Núñez. La reseña del mismo, muy crítica con algunos de los planteamientos del libro sobre financiación pública o privada de las universidades, la promoción de la competencia entre ellas por atraerse alumnos o invertir en investigaciones al servicio de intereses privados, puede leerse en el artículo titulado "Crónica de un fracaso", publicado en Revista de Libros por el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid Julio Carabaña. Pueden leerla en este enlace.

Hay un viejo aforismo latino en la Universidad de Salamanca que reza así: "Quod natura non dat, Salmantica non praestat". No hace falta ser Virgilio ni Cicerón para entenderlo: "Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga". A pesar de ello, reconozco que para un joven cualquiera, eso sí, despierto y animoso, el paso por la universidad, cualquier universidad, puede resultar algo mágico.

Sobre la magia de la vida universitaria una de las personas que más y mejor ha escrito ha sido George Steiner. De él se pueden decir muchas cosas pero yo voy a señalar únicamente dos: que es uno de los más importantes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, y que toda su obra viene caracterizada por una insaciable búsqueda de la "excelencia". Excelencia humanística, literaria, académica, y vital. No es extraño, pues, que el crítico literario Martín Schifino titulara el comentario de una de sus obras: "Los libros que nunca he escrito" (Siruela, Madrid, 2008), como "Utopías de la excelencia". 

Nacido en París, en 1929, en el seno de una familia judía austriaca emigrada a causa del nazismo, en 1940 se traslada a Estados Unidos con su familia, obteniendo su licenciatura por la Universidad de Chicago, el MA (Master of Arts) por Harvard y el doctorado por Oxford. Ha sido profesor en Princeton, en Innsbruck, en Cambridge, en Ginebra, en Oxford y en Harvard. En 2001 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Por mi parte hará quince años que leí por vez primera su magnífico "Errata: El examen de una vida" (Siruela, Madrid, 1998). Un excepcional libro autobiográfico que me impresionó profundamente y al que vuelvo a menudo en busca de inspiración. Llegué a él, como en tantas otras ocasiones, a través de un artículo en Revista de Libros, en este caso, el titulado "El pensamiento como vocación", del escritor Ángel García Galiano.

De mi emocionada lectura de "Errata" recuerdo con especial intensidad los capítulos que hacen referencia a la enseñanza universitaria y a su propia experiencia académica, como alumno, primero, y como profesor después, siempre en busca de esa "excelencia" que caracteriza toda su obra. 

"Una universidad digna -dice en él- es sencillamente aquella que propicia el contacto personal con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y escuchar. La institución, sobre todo si está consagrada a la enseñanza de las humanidades, no debe ser demasiado grande. El académico, el profesor, deberían ser perfectamente visibles. Cruzarse a diario en nuestro camino". Y continúa más adelante: "En la masa crítica de la comunidad académica exitosa, las órbitas de las obsesiones individuales se cruzarán incesantemente. Una vez entra en colisión con ellas, el estudiante no podrá sustraerse ni a su luminosidad ni al desafío que lanzan a la complacencia. Ello no ha de ser necesariamente (aunque puede serlo) un acicate para la imitación. El estudiante puede rechazar la disciplina en cuestión, la ideología propuesta (…) No importa. Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, “huelen” la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío."

¡Qué envidia!... Si encuentran algún parecido entre esa "experiencia" y la de nuestras masificadas universidades actuales, será por una excepcional casualidad. No la desaprovechen, porque es difícil que se repita... Espero que disfruten con estas lecturas que les propongo.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt






George Steiner





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domingo, 23 de marzo de 2014

Adolfo Suárez: "In memoriam"





Adolfo Suárez



Gracias, Señor Presidente, por habernos devuelto la libertad, la democracia y la dignidad a todos los españoles. Como solemos hacer por estas tierras le pagamos el gesto con desprecio, arrogancia y mucha ignorancia. Da lo mismo; ya no debe preocuparle nada de lo que envidiosos, mezquinos y rencorosos, que en España son legión, digan sobre usted. Señor Presidente, usted ya ocupa el lugar de honor que se merece en la Historia y en el corazón de los españoles. ¡Qué la tierra le sea leve! 

Post Scriptum: Desde este enlace pueden ustedes acceder al "Especial" que el el diario El País viene dedicando a la figura del expresidente Adolfo Suárez desde el mismo día de su fallecimiento, que se actualiza día a día con nuevos artículos y testimonios. Se lo recomiendo encarecidamente. Les aseguro que merece la pena.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt






Adolfo Suárez con el Rey (2008)


   



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sábado, 22 de marzo de 2014

George Santayana: el filósofo existencial




Portada de "Platonismo y vida espiritual"



En mi entrada de ayer citaba una frase de todos conocida: "Aquellos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo". Seguramente lo que no saben muchos, por no decir casi nadie, es a quién se debe esa frase que tanta fortuna ha tenido. La frase es de un filósofo español, George Santayana, del que el pasado año se cumplieron los 150 años de su nacimiento. Efeméride que como es habitual en estos pagos pasó desapercibida para las instancias oficiales y académicas, siempre tan prosaicas y centradas en lo único que cuenta: la "pela", como se decía antes del euro.  

De George Santayana (1863-1952) ya escribí hace un tiempo en el blog. Un artículo de hace unos días en El País del filósofo e historiador Manuel Ruiz Zamora, titulado "Santayana y la sabiduría de la distancia", que pueden leer en el enlace anterior, dice de él que fue un "crítico implacable de las irresolubles paradojas que laten en el núcleo del liberalismo". Su lectura me ha animado a recuperar y actualizar algunas de las cosas que decía en la entrada citada sobre este español universal.  

Las vacaciones son un momento ideal para la lectura... Yo, desde que me jubilé, no había vuelto a disfrutar de vacaciones. No me pidan que se lo explique, pero es así. Antes de jubilarme tenía tiempo para todo: el trabajo, la familia, los estudios, las lecturas, la política, la actividad sindical, y hasta para los amigos (más las amigas que los amigos, lo confieso). Ahora, ocho años después, tengo mi tiempo ocupado totalmente; en servicio permanente de alerta, como los bomberos, la policía o los médicos de guardia. Ni la menor oportunidad de aburrimiento. Y sin vacaciones...

En los estertores del verano de 2008 pasé unos días en Punta Umbría (Andalucía). Como hacía siempre que iba a la Península, fuera la causa del viaje la que fuera, me llevé varios libros. Entre ellos, dos que terminé allí de leer: el segundo tomo de la trilogía de "Tu rostro mañana" (De Bolsillo, Barcelona, 2008), de Javier Marías, y "Platonismo y vida espiritual" (Trotta, Madrid, 2006), de George Santayana, ambos adquiridos en quien aquella época era mi librero habitual, la Librería Beatriz, de Madrid, que la crisis se llevó por delante inmisericorde.

Javier Marías era ya para entonces uno de mis autores favoritos (y sigue siéndolo), pero de George Santayana, un filósofo español al que muchos califican de "excéntrico", no había leído absolutamente nada hasta que un artículo en el número de junio de ese año en Revista de Libros, titulado "Fuego pálido", y escrito por el profesor de Filosofía de la UNED Ramón del Castillo, me animó a ello; y así llegué hasta su "Platonismo y vida espiritual" citado. 

No voy a entretenerles con mis pensamientos sobre Platón. Sobre la vida espiritual, tampoco, pero aprovecho la ocasión para defender una vez más algo que muchas personas de buena voluntad no acaban de entender: que no es necesario ser creyente de religión alguna para gozar de una vida espiritual digna y satisfactoria. Al menos esa es mi experiencia propia, y por citar una sola opinión similar de autoridad, también la de la filósofa francesa Simone Weil (1909-1943) tantas veces mencionada en este blog.

El insomnio provoca acciones inesperadas, así que en una madrugada del año 2011 encendí el portátil y me puse a ojear, al azar, la edición electrónica de Revista de Libros y me encontré con otro artículo del profesor Del Castillo también sobre Santayana, "El americano accidental", de abril de 2004, que no recordaba haber leído (y tengo buena memoria para las lecturas). Solo puedo decir que me encantó y me aclaró bastantes lagunas  que tenía sobre la vida y la obra de uno de los filósofos y pensadores más originales del siglo XX, y además español, aunque toda su vida académica transcurriera prácticamente fuera de España. 

Estoy convencido de que por poco interés que la filosofía despierte en ustedes los artículos de los profesores Ruiz Zamora y Ramón del Castillo que he citado les van a resultar interesantes. Les animo a leerlos, y ya me contarán, si lo desean: están en su casa. Me he impuesto la obligación de no traspasar -si es posible- el límite de las setenta y cinco líneas por entrada, así pues, concluyo ya.

Les hablaba ayer de mi fobia antinacionalista, la única que me reconozco. A excepción de la repugnancia que me provoca la impúdica exhibición de ignorancia trufada de fanatismo de muchas personas. Termino con una lapidaria frase de nuestro insigne filósofo protagonista de la entrada de hoy: "El nacionalismo es la indignidad de tener un alma controlada por la geografía". Ni más ni menos.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El filósofo George Santayana




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viernes, 21 de marzo de 2014

Naciones, nacionalismos y nacionalistas





Sede de Naciones Unidas (Nueva York)



Parece que se consuma, contra toda legalidad constitucional e internacional, un nuevo fruto del nacionalismo identitario e irredento: me refiero, a Crimea, hasta ayer provincia ucraniana y hoy, de momento, rusa. Pasó igual con los Sudetes y Austria mediado el pasado siglo: falló la diplomacia y ya sabemos como acabó la historia. No pretendo comparar sino recordar. Ya saben: "Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo". Veremos que pasa con Escocia, y poco después con Cataluña. 

Hay una frase muy utilizada en política que cada vez que la oigo me deja bastante descolocado. Y es la de: "No comparto sus ideas, pero las respeto". ¿De dónde ha salido eso de que haya que respetar las ideas ajenas que no se comparten? De la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no, desde luego; y de la Constitución española, tampoco. En ambas está, y comparto su criterio, el inalienable derecho de las personas a expresar libremente su opiniones y sus ideas sin ser perseguido, sancionado o molestado por ellas. Pero eso es una cosa, y el que tengan que respetarse sus opiniones e ideas es otra cosa, muy distinta. Porque, a ver si lo aclaramos de una vez por todas: lo que merece respeto, siempre, es la persona; sus ideas y opiniones, no necesariamente.

Nuestro inmortal Miguel de Unamuno, en su "Vida de don Quijote y Sancho" (Espasa-Calpe, Madrid, 1981) dice sobre los que se niegan a entrar en batallas dialécticas (pág. 105): "¡Paz!, ¡paz!, ¡paz! Croan a coro todas las ranas y los renacuajos todos de nuestro charco. ¡Paz!, ¡paz!, ¡paz! Sí, sea, paz, pero sobre el triunfo de la sinceridad, sobre la derrota de la mentira. Paz, pero no una paz de compromiso, no un miserable convenio como el que negocian los políticos, sino paz de comprensión. [...] ¡Raza de víboras la de esos que piden paz! Piden paz para poder morder y roer y emponzoñar más a sus anchas".

No soy nacionalista; detesto el nacionalismo; y respeto a las naciones. El "Diccionario de Política" (Siglo XXI, Madrid, 1994, séptima edición), dirigido por Norberto Bobbio, Nicola Matteuci y Gianfranco Pasquino, dice en la entrada correspondiente a "nación" (tomo II, págs. 1022-1026): "La nación es normalmente concebida como un grupo de hombres unidos por un vínculo natural, y por lo tanto eterno -o cuando menos existente "ab inmemorabili"-, y que, en razón de este vínculo, constituye la base necesaria para la organización del poder político en la forma del estado nacional. Las dificultades comienzan cuando se trata de definir la naturaleza de este vínculo o incluso solamente especificar los criterios que permitan delimitar las varias individualidades nacionales, independientemente del vínculo que lo determina".

En ese sentido, no tengo ningún problema en reconocer la existencia de una nación canaria, castellano-manchega, catalana, gallega, madrileña, murciana, vasca, etcétera, etcétera, (las he citado por orden alfabético para evitar susceptibilidades), pero también española y europea. Y desde luego me parece correcto definir a España y Europa como naciones de naciones.

Los dos últimos párrafos de la entrada "nación" (óp. cit.) llevan el subtítulo de "La superación de las naciones", y dicen así: "Si la nación es la ideología del estado burocratizado centralizado, la superación de esta forma de organización del poder político implica la desmitificación de la idea de nación. La base práctica de esta desmitificación existe. Es un dato real que la actual evolución del modo de producir en la parte industrializada del mundo, después de haber llevado la dimensión "nacional" al ámbito de interdependencia entre las relaciones humanas, está ahora ampliándolas parcialmente más allá de las dimensiones de los actuales estados nacionales y hace aparecer con siempre más inmediata claridad la necesidad de organizar el poder político sobre espacios continentales y según los modelos federales.

Es entonces previsible que la historia de los estados nacionales está llegando a término y está por iniciar una fase en la cual el mundo estará organizado en grandes espacios políticos federales. Pero si el federalismo significa el fin de las naciones en el sentido ahora definido, ello significa también el renacimiento o la revigorización de las nacionalidades espontáneas que el estado nacional sofoca o reduce a instrumentos ideológicos al servicio del poder político y, por tanto, el retorno de aquellos auténticos valores comunitarios de los que la ideología nacional se ha apropiado transformándolos en sentimientos gregarios".

Espero haber aclarado, si alguna duda había al respecto, por qué digo en la presentación del mi blog eso de que me declaro hijo de la Ilustración y de sus valores universales, socialdemócrata, federalista, ¡y monárquico, para más inri!, no solo por lealtad sino por convencimiento. Y, además, tan ciudadano palmense como grancanario, canario, español y europeo.

El profesor César Molinas, matemático y economista, escribió hace unos años un provocador e interesante artículo titulado "España y la Historia (así, con mayúsculas)", que comenzaba con estas palabras: "España no es un Estado-nación, y nunca lo será. Lejos de ser un lastre, esto supone capacidad de adaptación, una gran ventaja para encarar los desafíos de la globalización y la posmodernidad." No podría decir que lo comparta plenamente, pero esta vez, y sin que sirva de precedente, no me importa decir que lo respeto.

En otro plano, mucho más académico, les invito a la lectura del artículo titulado "Las dos caras del nacionalismo", del catedrático emérito de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Alcalá, Gabriel Tortellá, publicado en Revista de Libros (2014). 

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




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El profesor César Molinas





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martes, 18 de marzo de 2014

La verdad de una mentira: Del blog Pensando en la estación








Ya tenía asumida la pérdida: no volver a saber a ti. Te eché de menos en mis dudas, en mis consuelos, en mis risas. Te busqué entre los mensajes y te esperé tras cada publicación, siempre pendiente de tu crítica y tus consejos. Me alentabas en los proyectos y me dabas la fuerza para explorar lo inalcanzable. A pesar de la lejanía siempres estabas ahí. Pero un día dejaste de escribir. Desaparecieron las respuestas, las risas, la complicidad y me quedé huérfana. Me extrañé y pensé que estarías cansado por el tratamiento como en otras ocasiones. El silencio esta vez fue más largo, pasaron las semanas y llegó la noticia. Te habías ido sin decir adiós, dejando un orfanato de amigos dependientes de ti. Hasta los que solo te conocían de poco, que ni sabían de tu enfermedad, te lloraron. Fuiste grande, sincero, divertido y crítico con todo y todos. Me costó despedirme por lo precipitado que fue todo y te borré de mis contactos pidiéndote perdón por ello en un último mensaje que no pudiste leer... (sigue aquí). 





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martes, 11 de marzo de 2014

Atentado terrorista en Madrid: 11 de marzo de 2004. "In memoriam"




Atentados terroristas en Madrid, 11 de marzo de 2004

Anotaciones en mi agenda del día 11 de marzo de 2004. Notas: 1. Atentado ¿islamista? en Madrid. 2. Curso de formación en FeS-UGT. 3. Llamadas a R. y demás familia en Madrid. Todos bien. Programación: 07:30=Atentados en Madrid-Atocha: 201 muertos. 08:00=A Las Palmas en guagua. 09:00=Curso para nuevos delegados: 13 alumnos. Lo damos MTB y yo. 12:00=Paro silencioso de 10 minutos en Primero de Mayo. 14:00=Fin del curso. A casa en guagua. 17:00=A casa en el Sur con P., M. y C. 19:00=Café en casa de J., Playa del Inglés. 21:00=En casa en Las Palmas".

Anotaciones en mi agenda, ayer, 10 de marzo de 2014: Notas para el blog: No hay terrorismo bueno ni terrorismo malo; no hay terrorismo de izquierdas ni terrorismo de derechas; no hay terrorismo justo ni terrorismo injusto; no hay terrorismo de Estado ni terrorismo civil... Hay terrorismo y terroristas a secas y todos son igualmente asesinos y despreciables. El diario El País del domingo pasado dedicó un especial al décimo aniversario de los atentados del 11 de marzo en Madrid. Puede leerse en este enlace, junto con este documental de más de 50 minutos de duración. 

Me sumo al homenaje de mis concuidadanos a las víctimas inocentes del fanatismo que murieron ese día. Estos son sus nombres, nacionalidad y edades, y este mi recuerdo. 

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Monumento a las víctimas del 11-M en Madrid



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jueves, 6 de marzo de 2014

Percepciones y realidades: la crisis económica como coartada



Euforia bursátil



El periodista y escritor Ángel Sánchez Harguindey escribe hoy en su blog "TV" un artículo titulado "Burbujas" que comienza con estas palabras: "Si algo puede mostrar la diferencia que existe entre la percepción que de la realidad tienen los ciudadanos y la que tiene la clase política es el barómetro del CIS. El que se realizó entre 2500 encuestados a primeros de febrero es demoledor: un 86,9% considera que la situación económica es mala o muy mala.Un 42% considera que el año que viene la situación económica será igual que este año y un 28,6% que será peor. Nada que ver con los cantos de sirena del Gobierno o de los banqueros y grandes empresarios. Y si de la economía se pasa a la política, los resultados son también terribles: un 82,02% declara que es mala o muy mala y un 80,3% considera que el próximo año será una situación igual o peor. Los grandes problemas, a juicio de los preguntados, no tienen discusión: el desempleo (un 81,1%), la corrupción (un 44,2%), los problemas de índole económica (28,3%) y los políticos y la política con un 24,2%. Con estos datos en la mano lo sorprendente es que a estas alturas todavía no se haya escuchado una sola autocrítica por parte de los protagonistas. Viven en una burbuja cuando no en pleno delirio"... Pueden leerlo completo en el enlace de más arriba.

Otro escritor (y miembro de la Academia), Antonio Múñoz Molina, en el libro que comentaba hace unos días en este mismo blog: "Todo lo que era sólido", decía con evidente sorna de los economistas que tienen un elevadísimo concepto de sí mismos al considerarse como científicos sociales, pero que en realidad, y a la vista de los resultados de sus análisis, no tienen nada de científicos y mucho menos de sociales. Criterios ambos que comparto desde mi ignorancia de las "leyes", por llamarles algo, que rigen la economía. 

Como lo mío son las citas de otros y no las glosas, termino la entrada de hoy con otra de un libro también mencionado en el blog hace pocas fechas: "Pensar el siglo XX", de los historiadores Tony Judt y Timothy Snyder. En la página 341, el profesor Snyder se pregunta si hoy en día los intelectuales no han perdido la voluntad y capacidad de formular qué es lo que realmente va mal en la economía y en la sociedad. La respuesta de Judt es contundente: "A finales de la década de los 50 ya se ha producido el autodistanciamento de los intelectuales con respecto a la preocupación por las injusticias claras y observables de la vida económica. Parecía como si esas injusticias observables estuvieran siendo bastante superadas, al menos en los lugares en los que los intelectuales vivían. El foco en "los desheredados de Londres y París" parecía casi una ingenuidad, ya sabes, "sí, sí, pero es más complicado que todo eso, las verdaderas injusticias son otras" y tal. O "la verdadera opresión está en la mente más que [en] una distribución injusta de la renta", o lo que fuera. De modo que los intelectuales de izquierda empezaron a aplicarse en encontrar la injusticia, y a interesarse menos por lo que se parecía al tipo de horror moral ante la simple desigualdad económica y el sufrimiento de la década de 1930, o si eran más históricamente conscientes, de la de 1890". 

"Desde finales de 1970 -dice más adelante- los intelectuales no se preguntan [sobre la economía] si algo está bien o mal sino si una política es eficaz o ineficaz. No se preguntan si una medida es buena o mala, sino si mejora o no la productividad. La razón por la que lo hacen no es necesariamente porque no estén interesados en la sociedad, sino porque han llegado a asumir de forma bastante acrítica, que el sentido de la política económica es generar recursos. Hasta que no se hayan generado recursos, viene a decir el estribillo, no tiene sentido hablar de distribuirlos. Desde mi punto de vista -sigue diciendo el profesor Judt-, esto se acerca mucho más a una especie de chantaje: ¿no vas a ser tan poco realista o tan espiritual o idealista como para establecer los objetivos antes que los medios, no?. Por tanto, se nos recomienda que todo parta de la economía. Pero este reduce a los intelectuales -no menos que a los trabajadores de los que están tratando- a ratones que corren sobre una rueda que no para de girar". Y sigue diciendo: "Cuando hablamos de aumentar la productividad o los recursos, ¿cómo sabemos cuándo parar? ¿En qué punto estamos suficientemente bien provistos de recursos para volver nuestra atención hacia la distribución de los bienes? ¿Cómo vamos a saber nunca cuándo ha llegado el momento de hablar de retribuciones y necesidades más que de resultados y eficacia?" Yo no tengo respuestas, pero si ustedes sí las tienen les invito a exponerlas...

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Violencia social




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domingo, 2 de marzo de 2014

Leer un libro; ver televisión. Manual de instrucciones para andar por casa





Portada de "Escenas de la vida rural", de Amos Oz



Tengo una peculiar manera de acercarme a la compra y lectura de un libro del que desconozca casi todo con la que no me ha ido nada mal hasta ahora. Desde luego la primera impresión cuenta, y es que los libros, como las personas, entran por los ojos: el libro en sí, independientemente de su contenido, tiene que resultar atractivo. Por su formato, encuadernación, composición de la portada, título... Espero que no se me tache de pueril; se que lo importante está dentro, pero ya llegaremos a ello. Ahora hablo del placer estético, físico, casi -o sin casi- sensual, que supone coger un libro en las manos. Los que leen todo en una pantalla de ordenador no saben lo que se pierden.

No suelo comprar libros ni novelas de los que no se nada previo: autor, contenido, temática, etc., etc., así que gracias a la contraportada, me hago una idea más sobre el "de qué va" y la vida y obra de su autor. Y luego el índice: da igual que esté al principio o al final del libro. Cumplidos los trámites anteriores, que pueden llevar desde unos cuantos segundos a cuatro o cinco minutos, comienzo a leerlo, de pie, al lado de la estantería, aunque el empleado de turno me mire con recelo... Leo siempre y de corrido, las dos o tres primeras páginas. Si se despierta en mi un interés manifiesto, muy manifiesto..., por él, lo más probable es que el libro en cuestión acabe en la cesta.

Nota al pie: Antes era un lector y comprador compulsivo de libros. Muchos por motivos académicos, y muchos más, por el mero placer de saberme poseedor de ellos. Ahora ya he aquilatado lo suficiente mi gusto estético como para saber que eso es una gilipollez, que los "super-ventas" de las grandes superficies comerciales suelen ser una pifia, y que los grandes premios (a lo Planeta) están concedidos de antemano en función de intereses editoriales, normalmente extra-literarios. Y por supuesto, que uno no puede "comprar" todo lo que se le pone delante, porque tampoco va a tener tiempo para leerlo, ni dinero para pagarlo.

Ya estamos con el libro en casa. Mejor por la tarde (aunque cualquier hora es buena, si las circunstancias son propicias: por ejemplo los trayectos en guagua, impensables sin un libro entre las manos), sentado cómodamente, sin ruidos que distraigan, aunque una agradable música a volumen adecuado ayuda bastante a disfrutar de su lectura. Es hora de comenzar. Releo esas primeras páginas que comenté. Si persiste el agrado, digamos que en las veinte primeras páginas, sigo con su lectura; si encuentro "algo" que me provoca rechazo, ojeo al azar algunas páginas centrales; si persiste el desagrado, me voy al final... Y ahí, se acabó la historia. Lo aparco hasta mejor ocasión; probablemente no llegue nunca a terminarlo...

No soy lector asiduo de ficción. Prefiero el ensayo (deformación profesional, supongo), pero no le hago ningún tipo de asco a la buena literatura: la de siempre, los clásicos, con preferencia, pero también la reciente, aunque me acerque a ella con suspicacia. Un ejemplo: en el pasado mes de febrero he leído diez libros. Seis de ensayo: historia, política, biografía..., y cuatro de ficción. Enumero solo estos últimos: El abuelo que saltó por la ventana y se largó, del sueco Jonas Jonasson; El enredo de la bolsa y la vida, del español Eduardo Mendoza; El cuerpo humano, del italiano Paolo Giordano; y Escenas de la vida rural, del israelí Amos Oz. Todos sacados de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas de Gran Canaria, en el parque de San Telmo. Tengo que decir que me han encantado, cada uno en su estilo. Divertidos los de Jonasson (hasta la carcajada) y Mendoza; serios los de Giordano y Oz. Este último, una serie de cuentos independientes que transcurren en un mismo pueblo del Israel rural contemporáneo. 

Sobre televisión me gustaría decir que no la frecuento, lo que no deja de ser una boutade por mi parte porque todo el mundo dice lo mismo aunque se pase cinco horas al día pegado a la pantalla. No es mi caso, palabra de honor: por no ver no veo ni los telediarios. Y las series que me apasionan las veo grabadas. Me encantó la primera temporada de "Homeland" y las sucesivas de "The Good Wife" (ignoro el porqué de mantener su nombre original cuando pueden ser traducidos directamente al español, pero en fin...). También me divierte "Castle", y en menor medida "Navy" o "El mentalista". Pero la verdad es que me gustan mucho más las europeas. No sé como explicarlo pero es así; es como si estuviera en casa..., aunque transcurran en Escandinavia o el Reino Unido. Ahora mismo estoy fascinado, literalmente, por dos de ellas, las dos se pueden ver en el canal AXN. La primera, "El puente", una coproducción sueco-danesa. Sí, dije fascinante, y lo es: una mujer aparece descuartizada en medio del puente que une Copenhague, en Dinamarca, y Malmoe, en Suecia. Dos inspectores de policía, uno danés, y otra sueca, se ven involucrados en la tarea de encontrar al asesino, que dicho sea de paso, no se conforma con ese primer muerto. La segunda serie es británica, y se titula "La caza". Y transcurre en la convulsa Belfast de Irlanda del Norte, con el larvado enfrentamiento entre católicos y protestantes, y un asesino en serie del que desde el primer capítulo los espectadores lo saben todo... Como ven, no solo escribo ni hablo de política, problemas sociales o alta cultura. También tengo mi corazoncito popular. Permítanme que se las recomienda ambas: lecturas y series.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Los protagonistas de "El puente"





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viernes, 28 de febrero de 2014

España merece la pena



Alegoría de España



"Nada es para siempre, nada ni nadie es de una sola pieza. Nuestra tradición no es solo la de la España Negra, ni lo ha sido nunca. Tuvimos el integrismo de los almorávides y los almohades, que quemaron las bibliotecas de Al-Ándalus mucho antes de que las quemaran los conquistadores cristianos, pero también la indulgencia cultivada de los sultanes omeyas, que no ponían demasiada insistencia en la ortodoxia islámica, coleccionaban traducciones de Aristóteles y no eran indiferentes a los placeres del vino ni a los saberes científicos de los griegos y los persas. El califa Abd al-Rahman III era nieto de una reina de Navarra. El alcazar de Sevilla se lo construyeron al rey cristiano Pedro I arquitectos y artesanos musulmanes venidos de Granada. En la Castilla medieval de la Reconquista tuvimos esas almas libres que fueron el Arcipreste de Hita y Fernando de Rojas. El siglo XVI de la Inquisición y la Contrarreforma es también el de Luis Vives y los erasmistas, el de las traducciones del hebreo de Fray Luis de León y Casiodoro de Reina, que le dio a la Biblia toda la belleza sensual y terrible del castellano de la Celestina

Tan parte de la historia de nuestro país son las matanzas de Pizarro y de Cortés como el universalismo ético del padre Bartolomé de las Casas, que se atrevió a pensar, incluso antes que Montaigne, lo que casi nadie pensaba entonces en Europa, que los nativos de las Indias eran tan humanos como los europeos. La sonrisa irónica y la irreverencia de Cervantes son tan liberadoras como la alegría de Montaigne, que tuvo una vida mucho menos ingrata, y que había nacido de una madre judía española. La Inquisición prohibió las novelas en los nuevos reinos de América, pero el primer libro que se imprimió en todo el continente fue una gramática náhuatl. El tenebrismo y los mártires y los eremitas de carnes castigadas por la penitencia en los cuadros de Zurbarán o Ribera no borra la luminosidad serena de Velázquez. La caricatura de los conquistadores y de los frailes ignorantes convirtiendo a la fuerza a los indios es menos verdadera que el trato humanitario en las misiones de los jesuitas. En el siglo XVIII las expediciones científicas de Jorge Juan y de Alejandro Malaspina son mucho menos conocidas que las del capitán Cook, pero no menos admirables en su ambición de aventuras ilustradas. El naturalista José Celestino Mutis dedicó su vida a estudiar las especies animales y vegetales de Colombia y mantuvo correspondencia de igual a igual con Linneo y con Humboldt. Jovellanos y Goya fueron dos de las grandes inteligencias generosas de la Ilustración europea: los dos amigos, los dos frustrados, los dos condenados al destierro.

La Constitución de Cádiz de 1812 no fue menos influyente en los movimientos liberadores de la primera mitad del siglo XIX que la constitución americana. No solo las palabras auto de fé o gran inquisidor o junta han pasado del español a otras lenguas: también la palabra liberal. En los primeros años de la II República española, Clara Campoamor logró que se reconociera el derecho a voto a la mujer antes que en la mayoría de los países europeos, y Victoria Kent ideó políticas penitenciarias de un humanitarismo ejemplar.

La pena de muerte fue abolida en España por la Constitución de 1978, antes que en Francia o que en el Reino Unido. Cuando en 2006 se aprobó el matrimonio homosexual el único país en el que ya existía era Holanda. No me jacto de los méritos de mi país ni busco en el pasado razones de orgullo: tan solo creo necesario decir que no todo ha sido sombrio o sanguinario o terrible en la historia de España, y que si no hubo nada de predestinación en nuestros infortunios del pasado tampoco es irremediable que se cumplan las peores posibilidades del porvenir". [...]

"Necesitamos discutir abiertamente, rigurosamente y sin miedo, y sin mirar de soslayo a ver si cae bien a los nuestros lo que tenemos que decir. Necesitamos información veraz sobre las cosas para sostener sobre ellas opiniones racionales y para saber que errores hace falta corregir y en qué aciertos podemos apoyarnos para buscar salidas en esta emergencia. La clase política ha dedicado más de treinta años a exagerar diferencias y a ahondar heridas, y a inventarlas cuando no existían. Ahora necesitamos llegar a acuerdos que nos ahorren el desgaste de la confrontación inútil y nos permitan unir fuerzas en los empeños necesarios. Nada de lo que es vital ahora mismo lo puede resolver una sola fuerza política. En 1930 los partidos democráticos se unieron en el Pacto de San Sebastián y pudieron traer la II República. En 1931 concurrieron juntos a las elecciones republicanos y socialistas y el resultado fueron más de dos años de política reformista común. En las elecciones de 1933 los socialistas y republicanos se presentaron por separado a las elecciones y lo que consiguieron con su división fue que ganaran las derechas. En los meses anteriores al comienzo de la Guerra Civil el Partido Socialista estaba roto tres facciones irreconciliables, y esa división fue una de las mayores debilidades del régimen republicano. En el verano de 1936, cada una de las fuerzas que habían sostenido a la República y que se habían beneficiado de ella, creyeron que el golpe de Estado de los militares les ofrecía la oportunidad de lograr sus fines singulares: los anarquistas, el comunismo libertario; los socialistas de Largo Caballero, el triunfo de su líder; los nacionalistas catalanes, la independencia de Cataluña; los nacionalistas vascos, la independencia de Euskadi: sin tanta desunión a Franco le habría costado bastante más derrotar a la República, y los que habían sido tan irresponsablemente incapaces de llegar a ningún acuerdo se encontraron juntos en el exilio y en la cárcel". [...]

"No se trata de renunciar a lo que uno es: es aceptar la parte en la que nos parecemos a otros, lo que tenemos en común que nos constituye tanto como lo que nos diferencia. Habrá que hacer ahora la pedagogía democrática aplazada de la aceptación verdadera del otro, la fraternidad objetiva de la ciudadanía por encima de la consanguinidad de la tribu. Aceptarnos no es claudicar de nuestros ideales, sino aceptar la realidad, y por lo tanto renunciar al delirio. El creyente tendrá que aceptar la existencia de los no creyentes y el republicano de los monárquicos. Los partidarios de la unidad de España tendrán que habituarse a la convivencia con los independentistas, y reconocer que si en algún momento obtienen una mayoría decisiva se les ofrecerá la posibilidad de marcharse. Y pase lo que pase, incluso después de ganada la independencia, no desaparecerán de la noche a la mañana del nuevo país los que todavía se sientan leales al país anterior, o los que no quieran elegir entre el uno y el otro. Es una vulgaridad decirlo, pero a veces da la impresión de que todavía no nos hemos enterado: estamos, literalmente, condenados a entendernos". [...]

"Tan solo unos años antes después de enfrentarse en la Segunda Guerra Mundial, los franceses y los alemanes fueron capaces de ponerse de acuerdo para crear el germen de la Unión Europea: no debería ser descabellado que los caciques de la clase política española y los sectores más politizados de la ciudadanía alcanzaran ciertos acuerdos fundamentales después de casi treinta y cinco años de democracia. Necesitamos en la misma medida cambios políticos y legales de gran escala y decisiones de estricta soberanía personal.

Quizá sería útil, para empezar, una rebaja general y limitada de las identidades, un tránsito de las firmezas rocosas a la ductilidad de los fluidos, de la pureza a la mezcla, del monolitismo al pluralismo. Una rebaja nada más, no una renuncia, ni mucho menos aún una apostasía: que todo el mundo acepte ser un poco menos de lo que ya es, quizá un veinte o veinticinco por ciento. No es preciso imitar al Sancho Panza de los tres dedos de enjundia de cristiano viejo. Con dos dedos, con un dedo, quizá también sería suficiente. A un partidario vehemente de la españolidad no le perjudicaría en nada ser un veinte por ciento menos español, y en cambio le permitiría entenderse con un vasco o un catalán que haya diluido en proporción semejante sus identidades respectivas. Por rebajar su izquierdismo en un veinte por ciento un militante de izquierdas no se convierte en traidor de clase, pero estará quizá más capacitado para llegar a un acuerdo práctico con quienes no piensan lo mismo que él. Incluso a cualquiera de los numerosos artistas o literatos geniales que abundan en nuestro país le sería saludable reducir en un veinte o veinticinco por ciento sus genialiadades respectivas". (Antonio Muñoz Molina: Todo lo que era sólido. Seix Barral, Barcelona, 2013. Págs. 216/218; 225/228).

Las palabras que han dado título a esta entrada de hoy no aparecen explícitamente en la larga cita que antecede, escrita por  Antonio Muñoz Molina: novelista, miembro de la Real Academía Española, dos veces Premio Nacional de Literatura y exdirector del Instituto Cervantes en Nueva York. Tampoco creo que sean una invención u ocurrencia del rey Juan Carlos o del príncipe Felipe, a quienes se les ha oído pronunciarlas con cierta asiduidad últimamente. Más bien creo que responden a un sentimiento difuso pero mayoritario entre los españoles, hartos de muchas cosas, y entre ellas de una clase política que no está a la altura de las circunstancias. Es cierto, no somos el ombligo del mundo, pero tampoco el culo del mismo. Tenemos problemas, gravísimos problemas, que podemos resolver si nos ponemos a ello todos juntos. "No está el mañana ni el ayer escrito", decía el poeta Antonio Machado en 1913. El fatalismo de que nada podrá arreglarse es tan infundado -dice Muñoz Molina en su libro- como el optimismo de que las cosas buenas, porque parecen sólidas, vayan necesariamente a durar. Yo no soy quién para proponer un programa de gobierno: ni sé, ni me apetece. Pero tengo todo el derecho del mundo a exigir a quienes nos mal-gobiernan y a quienes aspiran a sustituirlos, responsabilidad, decencia, altura de miras, verdad, generosidad, desprendimiento y capacidad de diálogo. Que sus intereses personales, ideológicos, de clase o partidistas no estén por encima ni frente a los intereses generales de los españoles. Y si no están dispuestos a ello, que se marchen; y si no se marchan, que les echemos.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt






El escritor Antonio Muñoz Molina



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