domingo, 7 de febrero de 2010

Y la desesperanza se hizo verbo, y...





Rosa Díez, diputada de UPD




Y la desesperanza se hizo verbo, y habitó entre nosotros... Casi dos semanas sin atreverme a comentar nada, cualquier noticia o acontecimiento interesante, en el blog. De nuevo esa sequía que atenaza la voluntad escribidora cuando todo parece derrumbarse alrededor de uno. ¿Merece la pena y el esfuerzo el comentar lo que ya está en boca de todos?: la crisis está consumiendo no sólo al gobierno, sino lo que es peor, al país. La desesperanza se ha hecho verbo (palabra) y ha encarnado entre nosotros. La Bolsa se hunde, algo que a mi particularmente me la trae floja. Las encuestas dan por ganador a un PP, que no ha presentado ni una sola propuesta económica, política o social para salir de la crisis, en unas hipotéticas elecciones anticipadas que no se van a convocar. Los españoles suspenden a Zapatero, pero más a Rajoy. Aznar echando gasolina para apagar el incendio. Los nacionalistas, a lo suyo, mirándose el ombligo. Y el líder político más valorado es Rosa Díez (UPD), una populista de radicalismo más aparente que real. Mejor ponerse a leer a los clásicos. Es lo que estoy haciendo. Sigo con Michel de Montaigne como libro de cabecera (aunque yo le llamaría de guagua, pues no leo en la cama, pero sí en casi cualquier otra ocasión) y releo con fruición a Heródoto y su "Historia" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1996) y "Las ciudades" (Alianza, Madrid, 1982), de Pío Baroja. Tres épocas, tres estilos, tres autores. Los tres juntos, pero no revueltos. Según las horas del día y el estado de ánimo. Es muy reconfortante.

A pesar de todo, sigo convencido que vamos a salir de ésta, todos juntos. A pesar del PP, la Bolsa, los nacionalistas, y los disparates del gobierno. A pesar del ruido mediático. Una democracia tiene recursos suficientes para afrontar cualquier crisis cuando esa crisis se plantea a los ciudadanos con veracidad, realismo, honestidad y sin demagogias.

Algunas voces se escuchan ya serenando ánimos. Sí, de acuerdo, con palabras solo no paliamos ni resolvemos la angustiosa situación de los parados, las familias sin medios económicos, las pequeñas empresas abocadas al cierre. Yo, desde luego, no tengo receta alguna que ofrecer. Pero me niego a perder la esperanza en la capacidad de los españoles para encauzar la crisis y, finalmente, resolverla.

José Luis Leal, que fue ministro de Economía con UCD en el gobierno de Adolfo Suárez y luego presidente de la AEB (Asociación Española de Banca) escribe ayer en El País un artículo ("Un toque de histeria") serenando los ánimos. Con cifras, que es como se miden las cosas, considera excesivo y carente de base real el castigo que los valores españoles están sufriendo en la Bolsa, no comparte la similitud de la situación española con la griega, portuguesa o italiana (propiciada por un sector de la prensa anglosajona) y compara el déficit comercial y el endeudamiento del sector público en relación con el PIB de España y de Gran Bretaña y resulta que España está mucho mejor, o bastante menos mal, que los británicos. Sí, de nuevo, está la cuestión del paro. Pero al menos paremos la histeria colectiva, nos dice, y pongámonos a trabajar. Todos. Sin ponernos zancadillas.

La cuestión política es harina de otro costal. Aquí parece que ya no hay cura, cuidados paliativos ni árnica posible. Si los españoles desconfían de la capacidad del gobierno para sacarnos de la crisis (con bastante razón), tampoco parece que la oposición merezca confianza alguna. La desconexión entre ciudadanía y clase política es ya casi absoluta. Nadie, salvo ella misma, cree que está a la altura de las circunstancias. Ni por asomo. Y la verdad es que esa desconfianza está justificada.

Víctor Pérez Díaz, sociólogo, profesor de universidad, y presidente de "Analistas Socio-Políticos", escribía en El País del pasado día 4 ("La desconexión") lo siguiente: "No es fácil aprender de la experiencia. En estos años pasados, era evidente que el país tenía una política económica de dejarse llevar, vivía en la irrelevancia de su papel internacional, se dividía cada día un poco más, no acometía reforma alguna y, en definitiva, estaba yendo a ninguna parte. Pero como cada uno iba a lo suyo, y lo suyo iba en la dirección del viento, pocos creían que fuera cosa de aguzar la mirada y dejar de darse buenas noticias. El poder disfrutaba del poder, la oposición tampoco sufría tanto en la oposición, las clases dirigentes representaban su papel en la feria de los discretos, todos se quejaban un poco pero marchaban en línea recta, y el país de a pie funcionaba. En ese ambiente, que la casa común se quedara pequeña pasó de ser evidente a ser invisible. Era como si, a fuerza de cortedad de miras (sobre los asuntos comunes, no los propios) de unos y otros, se hubieran quedado todos ciegos, y, en consecuencia, como si la habitación de lo común se hubiera quedado a oscuras". Pero ante ello, añade, "deberíamos adoptar una actitud de prudente optimismo, porque aunque es dudoso que aprendamos de la experiencia, en cambio es seguro que podemos aprender de ella". Y salir de ella también.

Más pesimista sobre la crisis política que se está gestando a causa de la económica se muestra Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla ("Crisis política") también en El País de ayer sábado. "Tengo la impresión -dice- de que nos estamos aproximando a un punto crítico, en el que la acumulación de problemas desborde la capacidad del sistema político para hacerles frente, sobre todo porque no se vislumbra en el horizonte la posibilidad de que los distintos partidos, por un lado, y los distintos niveles de gobierno previstos en nuestra Constitución, por otro, estén dispuestos a ponerse de acuerdo en un programa mínimo para hacer frente a una situación de emergencia como la que estamos atravesando, que, insisto, no es más grave que otras por las que hemos pasado, pero que nunca nos ha encontrado tan desunidos como estamos ahora". De nuevo la misma crítica, justificada, a la cortedad de miras de la clase política española.

Espero que les resulte interesante la lectura de los artículos citados. Los reproduzco íntegramente más adelante. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt




José Luis Leal, ex ministro de Economía con UCD




"UN TOQUE DE HISTERIA", por José Luis Leal
EL PAÍS - Opinión - 06-02-2010

El castigo que están sufriendo en la Bolsa los valores de nuestro país es, a mi juicio, excesivo, y carece de base real. Es cierto que los mercados sufren de tiempo en tiempo accesos de histeria, pero esta vez parece que ésta ha ido más lejos de lo que suele ser habitual, incluso en los tiempos agitados que corren.

Desde hace algún tiempo, la prensa anglosajona nos ha incluido en el despectivamente llamado grupo de los pigs (Portugal, Italia, Grecia y España) y ha tratado de asimilar estrechamente nuestra situación económica a la griega. Sería absurdo negar algunas similitudes, pero lo que no es aceptable es que los problemas económicos actuales se circunscriban de manera prioritaria a los países europeos que bordean el Mediterráneo.

Algunos observadores, con más tino, hablan de los países periféricos (se supone que al centro de la Europa continental), entre los que se encuentran Irlanda y, sobre todo, Inglaterra. Nuestra situación económica de parecerse a alguna otra, se acerca más a la inglesa que a la griega.

Tanto Inglaterra como España han sufrido el choque simultáneo de dos crisis: la financiera y la de la construcción residencial. Inglaterra sufrió más el impacto de la crisis financiera y nosotros nos vimos más afectados por la crisis de la construcción, pero el resultado final ha sido parecido en los dos casos, ya que hemos sufrido un fuerte deterioro de las finanzas públicas que ha venido a añadirse al persistente desequilibrio exterior que ya venía produciéndo-se desde hace años; en el caso inglés desde el inicio del descenso en la producción petrolífera de los yacimientos del Mar del Norte.

El que Inglaterra no pertenezca a la zona del euro no cambia sustancialmente la situación. Su independencia le ha dado más capacidad de maniobra en esta crisis, pero no la ha eximido del ajuste. En realidad, basta con observar las previsiones de los organismos internacionales para comprobar que, a pesar de la devaluación de la libra, la corrección del déficit comercial con el resto del mundo en los próximos años será menor que la de España.

La Comisión Económica de la Unión Europea prevé para nuestro país una caída del déficit comercial en relación con el PIB, entre 2008 y 2011, del 7,9% al 3,2%, mientras que las cifras correspondientes para Inglaterra son, respectivamente, del 6,5% y el 5,2%. Es cierto que Inglaterra exporta muchos servicios y que su déficit por cuenta corriente será menor que el nuestro en los próximos años, pero el abandono de la base industrial inglesa tal vez no sea el mejor camino a largo plazo para superar la crisis, tanto más cuanto que no sabemos de qué estará hecho el mañana de los servicios financieros, de los que vive Londres y una buena parte de Inglaterra.

A lo largo de esta crisis, tras el descalabro de algunos grandes bancos ingleses, el Banco de Inglaterra se ha lanzado con desmesurado entusiasmo al ahora llamado Quantitative Easing, que consiste pura y simplemente en lo que antaño se llamaba "mone-tización de la deuda pública", término con el que se descalificaba a los bancos emisoresque la practicaban. Aún con el indiscutible saber hacer en materia financiera de los ingleses, está aún por ver cómo regresará a la normalidad su sistema financiero.

En dos aspectos clave para la sostenibilidad de las finanzas públicas, Inglaterra se sitúa a medio camino entre España y Grecia. Me refiero al endeudamiento del Sector Público en 2008 (99,2% del PIB en Grecia, 52% en Inglaterra y 39,7% en España) y a la tasa de ahorro nacional de la economía (7,2% del PIB en Grecia, 15,2% en Inglaterra y 19,8% en España). Es bastante obvio que las perspectivas de un país con un sector público fuertemente endeudado y con una baja tasa de ahorro no son las mismas, desde el punto de vista financiero, que las de otro con un Sector Público relativamente poco endeudado y con una elevada tasa de ahorro interno.

Afortunadamente estamos en el segundo caso, si bien el margen del Gobierno es bastante estrecho, especialmente porque pesa sobre nosotros el drama del desempleo, terreno en el que desgraciadamente superamos a todos los países de nuestro entorno. Los cuatro millones de parados que nos ha dejado hasta ahora la crisis requieren un esfuerzo importante para aliviar su situación y poderles ofrecer alguna perspectiva de futuro.

La crisis por la que atravesamos es la más dura desde la que tuvo lugar en 1929 y por ahora podemos decir, al menos, que las consecuencias serán bastante más limitadas que las que ocurrieron en aquellos lejanos años. Es una consideración que conviene tener en cuenta, lo cual no nos exime, ni a nosotros, ni a los ingleses, ni a nadie, de poner orden en la economía.

Si nuestras autoridades fueran capaces de enfrentarse de verdad con los problemas que tenemos planteados, si fueran capaces de explicar las cosas con claridad y aprovechar el momento difícil por el que atravesamos para llevar a cabo las reformas que nuestro país necesita, la confianza podría iniciar el camino de retorno y podríamos ver con algo más de esperanza el porvenir de España. El documento que el Gobierno ha enviado a Bruselas sobre el ajuste de la economía contiene elementos interesantes que requerirían algún comentario oficial como, por ejemplo, el cierre presupuestario del pasado año y las perspectivas para éste que acaba de comenzar.

Con un poco de suerte y un mucho de explicaciones razonables, los mercados podrían abandonar la histeria actual y considerar con más calma los condicionantes de fondo de nuestra economía que, a pesar de todo, son más sólidos de lo que los vaivenes de las bolsas parecen indicar.




Víctor Pérez Díaz, sociólogo




"LA DESCONEXIÓN", por Víctor Pérez Díaz
EL PAÍS - Opinión - 04-02-2010


La sociedad española está confusa porque, aunque comprende algunos problemas, no entiende la dirección de la marcha ante la crisis. Es necesario pensar en el grave divorcio actual entre los políticos y la ciudadanía.

La crisis actual va a afectar a la sociedad española de un modo tan profundo y duradero que no puede por menos que suscitar esperanza. La crisis puede traernos una repetición de aquella experiencia de 13 años de los ochenta a mediados de los noventa, con su media de 18% de tasa de paro y su agitada retórica del cambio. También puede situar a España en una larga senda de crecimiento insuficiente, proporcionado al modesto nivel (logrado tras 30 años de turnos de izquierdas y derechas) de su competitividad, su innovación tecnológica, su educación superior, su unidad interna y su influencia geoestratégica. Ante ello, deberíamos adoptar una actitud de prudente optimismo. Porque aunque es dudoso que aprendamos de la experiencia, en cambio es seguro que podemos aprender de ella.

No es fácil aprender de la experiencia. En estos años pasados, era evidente que el país tenía una política económica de dejarse llevar, vivía en la irrelevancia de su papel internacional, se dividía cada día un poco más, no acometía reforma alguna y, en definitiva, estaba yendo a ninguna parte. Pero como cada uno iba a lo suyo, y lo suyo iba en la dirección del viento, pocos creían que fuera cosa de aguzar la mirada y dejar de darse buenas noticias. El poder disfrutaba del poder, la oposición tampoco sufría tanto en la oposición, las clases dirigentes representaban su papel en la feria de los discretos, todos se quejaban un poco pero marchaban en línea recta, y el país de a pie funcionaba. En ese ambiente, que la casa común se quedara pequeña pasó de ser evidente a ser invisible. Era como si, a fuerza de cortedad de miras (sobre los asuntos comunes, no los propios) de unos y otros, se hubieran quedado todos ciegos, y, en consecuencia, como si la habitación de lo común se hubiera quedado a oscuras.

Cuando un país es como una habitación a oscuras, nadie ve nada, nadie escucha nada, y los consejos se los lleva el viento. Si son los que las gentes quieren oír, no hacen falta; y si no los quieren oír, es obvio que no los oyen y tampoco son necesarios. Pero lo que los consejos no consiguen, lo hace a veces la realidad misma. Puede suceder que una ventana se abra, o que la realidad rompa la pared, por el hueco entre un raudal de luz, y la habitación se ilumine sin remedio. A veces, la ocasión de que esto ocurra es un asunto menor, casi una anécdota. Por ejemplo, llega el momento en el que a España le toca la presidencia europea, todos imaginan que será un periodo de vino y rosas, y, sorpresa, sorpresa, un extranjero se atreve a decir que "el rey está desnudo" como en el cuento de Andersen. La crítica parece insólita porque no encaja con las maneras de la corte. Pero ahí queda.

A veces la realidad irrumpe en la habitación bajo la forma de una encuesta; por ejemplo, una reciente que acabo de analizar junto con Juan Carlos Rodríguez (La travesía del desierto, Cuadernos de Información Económica Española, diciembre 2009). En ella se observa una sociedad atenta, que quizá considera todavía la crisis cosa de parados e inmigrantes, es decir, de otros; pero la ve crecer con preocupación creciente. En parte, porque apenas confía en la clase política. Sólo un 20% cree que el Gobierno la afronta bien; un 30% espera que el PP la afronte mejor; el 43% no confía en ninguno de los dos. Lo del Gobierno parece más grave, porque se le juzga por el poder que tiene hoy, y no por los gestos y las palabras de quienes quizá lleguen al poder (o no) en dos años. Además, el 68% piensa que el Gobierno ha informado de la crisis tarde y mal, y sólo un 44% cree que siquiera entiende sus causas. Confía tan poco el público en lo que le dicen los políticos que parece no reparar en lo que le cuentan del pacto social para luchar contra la crisis. Un 56% declara no haber oído hablar de él, y, entre quienes sí han oído hablar, sólo el 41% cree que se firmará, aunque le conceden poca importancia. El público trata la información sobre el pacto social como si fuera un ruido, al que no atiende. Tampoco al público le entusiasma lo que los políticos hacen con el sistema financiero; bastantes no ven razón para salvarlo, ni creen que el hacerlo resuelva muchas cosas. Cierto que el asunto es intrincado, y actitudes similares se encuentran en otros países; pero aquí la desconfianza forma parte de un síndrome general de desconexión entre ciudadanía y clase política del que hay más ejemplos; como las críticas que se hacen a la insuficiencia del fomento de la innovación tecnológica, o al exceso de dinero fácil, de crédito a la construcción y la compra de viviendas, y de dependencia energética. Políticas (o ausencia de ellas) de muchos años, que parecen comunes a políticos de distintos colores. Ello debería hacerles más humildes y comprensivos los unos con los otros. Pero he aquí que no: que se echan la culpa como si unos fueran muy buenos y otros muy malos. Fatiga verles jugar eternamente este juego infantil, con el que evidentemente ellos disfrutan muchísimo. Pero el público no disfruta tanto; y lo dice: el 68% piensa que los dos grandes partidos se tratan como auténticos enemigos y no como meros adversarios. Obviamente, entre enemigos no puede haber sino odios disimulados, compromisos inestables y deslealtades a la primera ocasión. Ello sugiere no una comunidad política sino una contienda civil latente, y a la larga contribuye a desmoralizar una sociedad de la que poco menos de un tercio suele interesarse en la política, y poco más de un tercio suele confiar en los demás.

La sociedad está confusa porque, aunque comprende algunos problemas, no entiende la dirección de la marcha. Ni le ayudan a entenderla unos medios de comunicación que el 69% de la sociedad ve poco objetivos, y que, atentos a sus agendas, a la larga la dejan ni más sabia ni más ecuánime, y sí más expuesta al espíritu partidista y al eslogan de turno. Así las cosas, la sociedad se obceca con problemas como, por ejemplo, el de la reforma laboral, porque se ofusca con la palabra "abaratamiento" y no centra su atención en la dualidad escandalosa del mercado de trabajo, ni ve que la creación de trabajo es un proceso temporal en el que hay que fijarse en los incentivos de hoy para conseguir los resultados mañana, y a veces se deja impresionar por apelaciones a manifestaciones de lucha contra el paro que recuerdan las rogativas de antaño clamando por la lluvia.

Por su parte, la opinión experta, bien intencionada y capaz, avanza algunos pasos pero aún le falta aliento y acierto para la tarea pedagógica que tiene por delante, y sus consejos se pierden en el ruido ambiente antes de llegar al personal. Es curioso que al cabo de 33 años de democracia nos encontremos en esta situación. Recuerda otros tiempos. Si lo pensamos bien, España ha tenido dos periodos de orden más o menos liberal democrático y capitalista, que duraron entre 30 y 40 años. Uno, el periodo liberal que arranca con la primera guerra carlista y acaba en el caos del cantonalismo y la tercera guerra carlista, allá por los años setenta del siglo XIX. Otro va desde la Restauración hasta la crisis de los años siguientes a la Primera Guerra Mundial y la dictadura. En ambos tuvo lugar un proceso de desconexión entre la clase política y la ciudadanía, de desafección general, a veces de radicalización de minorías de sentimientos intensos, de debilidad del sentido cívico de las élites económicas, de pérdida de calidad del liderazgo político, de aumento de las divisiones internas y de marginación o irrelevancia del país en la escena mundial.

Por supuesto que la historia no se repite siempre; a veces ni siquiera se repite, sino que continúa. Pero en todo caso, ahora que estamos a 33 años del comienzo de una nueva aventura democrática no sería ocioso pensar en estas cosas, aprovechando la crisis. Podríamos pensar en la desconexión entre clase política y ciudadanía; que es, tampoco lo olvidemos, responsabilidad de ambas. Pensar en ello podría darnos una inyección de optimismo, y poner a prueba si tenemos cabeza y corazón para enfrentarnos con la realidad.




Javier Pérez Royo, profesor de Derecho Constitucional




"CRISIS POLÍTICA", por Javier Pérez Royo
EL PAÍS - España - 06-02-2010

Sin remontarnos más allá de los comienzos de la transición, es una evidencia que, desde entonces hasta hoy, hemos pasado por varias crisis económicas de no pequeña intensidad y de variada duración. La transición a la democracia se hizo en medio de la crisis desatada por el encarecimiento brutal del precio del petróleo, que llevó a unas tasas de inflación de dos dígitos en todos los países industrializados y en España de hasta el 30%, crisis que puso en cuestión el propio desarrollo del proceso constituyente y a la que hubo que hacer frente con un pacto político de enorme amplitud, como fueron los Pactos de la Moncloa. A pesar de las medidas adoptadas en dichos Pactos, la crisis se mantuvo algo más allá de la primera mitad de los años ochenta. Eran crisis, además, como recordaba recientemente Jordi Pujol en una entrevista en Informe Semanal, de un país pobre, que disponía de muy pocos instrumentos para luchar contra ellas, entre otros, de una muy baja cobertura frente al desempleo.

De esas crisis se salió, de la misma manera que se volvería a salir de la crisis de la primera mitad de los noventa, en la que la tasa de paro llegó a alcanzar casi el 24% de una población activa mucho menor que la actual. Y se salió bien, con una economía más abierta y un aumento de renta que nos aproximó a los países de la Unión Europea, no a la de los Veintisiete, sino a los de antes de la ampliación.

A lo largo de estos algo más de 30 años, el sistema político español ha pasado la prueba de hacer frente a situaciones de crisis, siendo capaz de adoptar las medidas que fueran necesarias para salir de ellas. Y para salir de ellas no de cualquier manera, sino para salir mejor de lo que se entró. Ha habido momentos de tensión política muy alta, pero, a pesar de ello, se hizo lo que se tenía que hacer. No ha habido una crisis política que se superpusiera a la crisis económica cuando ésta hacía acto de presencia. Los ciudadanos han confiado razonablemente en que sus instituciones representativas iban a actuar de manera adecuada y no se han visto defraudados en esa confianza.

Lo que diferencia a la crisis actual es que sí se está produciendo la coincidencia de una crisis económica con otra de naturaleza política. Hace unas semanas, un estudio de opinión en Cataluña ponía de manifiesto una desconfianza bastante generalizada de los ciudadanos hacia sus dirigentes políticos. Pocos días después llegaba a la misma conclusión el barómetro de IESA para Andalucía. Y el pasado jueves se dio a conocer el estudio del CIS, en el que se pone de manifiesto que esa desconfianza es general en toda España. Un porcentaje altísimo de ciudadanos cree que quien está en el Gobierno no ha hecho bien los deberes en el inmediato pasado y tampoco confía en que los vaya a hacer bien en el presente e inmediato futuro. Pero el mismo porcentaje muestra la misma desconfianza en quien ocupa la oposición con posibilidades de convertirse en Gobierno.

La imagen que dibujan estos estudios es desconsoladora, sobre todo porque un día sí y otro también van apareciendo noticias sobre prácticas corruptas, de naturaleza económica, como las asociadas al caso Gürtel o al caso Palma Arena, o de naturaleza política, como las del espionaje a Cobo o las intrigas de Esperanza Aguirre para controlar Caja Madrid, o la maniobra de Núñez Feijóo para controlar el proceso de fusión de cajas de ahorro gallegas mediante la aprobación de una ley a toda velocidad, que parece que tiene problemas muy serios de constitucionalidad en opinión del Consejo de Estado, que no pueden hacer otra cosa que dinamitar la confianza de los ciudadanos en sus representantes.

Y eso dejando de lado lo que está ocurriendo con el recurso de inconstitucionalidad contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que lleva ya más de tres años en vigor, sin que todavía el Tribunal Constitucional haya sido capaz de resolverlo y que, dependiendo de cómo lo resuelva, puede introducir un elemento adicional de desconfianza no ya en los políticos, sino en la propia estructura del Estado.

Tengo la impresión de que nos estamos aproximando a un punto crítico, en el que la acumulación de problemas desborde la capacidad del sistema político para hacerles frente, sobre todo porque no se vislumbra en el horizonte la posibilidad de que los distintos partidos, por un lado, y los distintos niveles de gobierno previstos en nuestra Constitución, por otro, estén dispuestos a ponerse de acuerdo en un programa mínimo para hacer frente a una situación de emergencia como la que estamos atravesando, que, insisto, no es más grave que otras por las que hemos pasado, pero que nunca nos ha encontrado tan desunidos como estamos ahora.




José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno




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sábado, 23 de enero de 2010

El Prado, la Monarquía y la República




Fachada este del Museo del Prado (Madrid)





Fue el propio Manuel Azaña, presidente de la república española quien convenció al del Gobierno, Juan Negrín. Él, personalmente, le dijo: "El Museo del Prado es más importante para España que la Monarquía y la República juntas". Y en febrero de 1939, primero en camiones hasta Perpiñán, vía Valencia y Barcelona, y luego en tren hasta Ginebra, las obras más importantes del madrileño Museo del Prado, entre ellas Las Meninas, viajan hasta la ciudad suiza para quedar bajo protección de la Sociedad de Naciones hasta el término de la guerra. No fue una estancia larga, apenas dos meses después, fueron devueltas a España.

El Consejo de Ministros de ayer viernes acordó conceder a los nueve museos de todo el mundo que conformaron el Comité encargado de la organización y traslado de los cuadros (el Louvre de París, la National Gallery, el Tate, y la Wallace Collection de Londres, el Museo de Arte e Historia de Ginebra, el Rijkmuseum de Ámsterdam, el Metropolitan de Nueva York, los Museos Reales de Bellas Artes de Bruselas y los Museos Nacionales Franceses), la Orden de las Artes y las Letras en agradecimiento a esa gestión, que permitió salvar para la Humanidad un patrimonio cultural y artístico de incalculable valor..

Es una hermosa noticia que me confirma en mi sentimiento de que es el Arte y la Cultura lo que nos hace más genuinamente humanos, sin acepciones de raza, nacionalidad, ideología o creencias,

Les recomiendo la lectura del reportaje que en El País de hoy publica al respecto Jesús Ruiz Mantilla, que reproduzco más adelante, y que abran las fotos que se reseñan en las Notas. Espero que lo disfruen. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt



Notas:
(1) http://www.elpais.com/fotografia/cultura/meninas/durante/estancia/Valencia/elpfotcul/20100123elpepicul_1/Ies/
(2) http://www.elpais.com/fotogaleria/Obras/maestras/salvadas/bombas/elpgal/20100122elpepucul_2/Zes/1





Las Meninas, de Velázquez





"TRIBUTO A LOS RESCATADORES DEL PRADO"
, por Jesús Ruiz Mantila
EL PAÍS - Cultura - 23-01-2010

El Gobierno español salda su deuda con los museos que salvaron de la guerra los tesoros de la pinacoteca - Les condecora con la Orden de las Artes y las Letras..

La deuda tiene siete décadas. La contrajo una nación con un puñado de decididos héroes fanáticos del arte, poco dados a pensar que el genio tiene que ver con las nacionalidades o los pasaportes. Doce responsables de nueve museos de todo el mundo, después de días de lucha, negociación y tensión, lograron hacer trasladar en 71 camiones las obras maestras del Museo del Prado por la frontera con Francia para cargarlas en un tren desde Perpiñán hasta Ginebra. Fue en febrero de 1939.

La pinacoteca madrileña conserva hoy lo que lleva dentro, de Las Meninas a La carga de los mamelucos, entre otras cosas, por la acción de un comité internacional compuesto por representantes de nueve museos de todo el mundo que, alentados desde París por José María Sert, lograron que una colección que había emprendido una fuga nómada al principio del conflicto quedase a salvo en la Sociedad de Naciones de Ginebra.

Este lunes, en un homenaje con representantes de aquellos museos -Louvre, National Gallery, Tate, Wallace Collection de Londres, Museo de Arte e Historia de Ginebra, Rijkmuseum de Ámsterdam, Metropolitan de Nueva York, Museos Reales de Bellas Artes de Bruselas y Museos Nacionales Franceses-, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, les impondrá la Orden de las Artes y las Letras, otorgada ayer en el Consejo de Ministros. Después se inaugurará la exposición Arte salvado en plena calle y por la tarde dará comienzo el congreso internacional Patrimonio, guerra civil y posguerra, dirigido por Arturo Colorado, experto de la Universidad Complutense, y organizado por la Sociedad Española de Conmemoraciones Culturales (SECC).

Fue un éxodo con final incierto. Un viaje sin rumbo fijo que terminó con la misión cumplida: salvar de los bombardeos y el saqueo las obras maestras, entre las que había 525 cuadros, 180 dibujos y las joyas del Tesoro del Delfín. El Gobierno de la República encargó en un principio la misión de sacar todo de allí a María Teresa León, esposa de Rafael Alberti. "Pero si hay un protagonista de principio a fin en toda esta historia ése es Timoteo Pérez Rubio, responsable de la Junta del Tesoro Artístico", comenta Colorado. Su labor desde el principio fue la que acabó implicando al comité: "Ellos vinieron a avalar internacionalmente el trabajo que realizaron en España los responsables de la Junta y que produjo el milagro de que hoy conservemos estas obras maestras", afirma Miguel Zugaza, director del Prado.

Las obras no podían ser guardadas en los sótanos del museo ni en los del Banco de España porque se había demostrado que la humedad las dañaba. La determinación del Gobierno fue fundamental. "Se hizo muy bien. Hay que actuar con la cabeza fría en esas circunstancias", asegura Judith Ara, coordinadora de conservación del Prado. El propio Manuel Azaña se ocupaba personalmente y tenía las obras bajo custodia. Él mismo dijo a Juan Negrín: "El Museo del Prado es más importante para España que la Monarquía y la República juntas".

Los tesoros viajaron primero hacia Valencia. De ahí a Barcelona y de la capital catalana a Figueres. "Allí se guardaron en tres lugares: el castillo de Perelada, el de San Fernando y en la mina de Talco", relata Colorado, que ha investigado el tema en su libro Éxodo y exilio del arte (Cátedra). Apenas sufrieron daños. "Tan sólo Los fusilamientos del 2 de mayo, que fue rasgado por un balcón a su paso por un pueblo. Son sus heridas de guerra", declara Zugaza.

Pero no siempre el compromiso internacional fue decisivo. De hecho, María Teresa León ataca duramente a los responsables de pinacotecas europeas por desentenderse al principio de la guerra. "Es en 1939 cuando se produce el cambio. Fueron los responsables de los museos a título personal y poniendo dinero de sus bolsillos los que finalmente negociaron con el Gobierno de la República en retirada la necesidad de trasladar las obras a Ginebra. Eso les da todavía mucho más mérito", asegura Colorado.

El 3 de febrero de 1939 se firmó el acuerdo. Había que conseguir camiones. Los franceses no los proporcionaban. "No sé cómo, el Gobierno se hizo con ellos dentro de España, desalojando soldados y ciudadanos en retirada en circunstancias dramáticas", relata Colorado. Durante cuatro días seguidos, los 71 vehículos partieron hacia Perpiñán, donde se cargarían en un tren hasta Ginebra para pasar a custodia de la Sociedad de Naciones. Quedaron depositadas allí con la condición de no ser devueltas hasta que terminara el conflicto.

La acción marca un precedente histórico. "El del concepto de Patrimonio de la Humanidad. Es la primera vez que representantes de varios países se ponen en marcha coordinadamente para salvar algo que consideran un bien universal", aduce Colorado. "Fue fundamental para el resto de conflictos bélicos", agrega Zugaza. "Los métodos fueron novedosos y sirvieron después para legislar en ese sentido", cree Judith Ara.

Pero todo tiene sus sombras. El acuerdo finalmente no se respetó. "No, porque el Gobierno de Franco reclamó las obras en marzo y le fueron entregadas en 28 de ese mes, días antes del final", comenta Colorado. Varios cuadros no salieron hasta meses más tarde. Los nacionales acordaron con el cantón de Ginebra que podían realizar una exposición. Se hizo entre junio y agosto aunque la mayoría de las obras fue regresando hacia Madrid. Fue un éxito: 400.000 personas visitaron la muestra y Hitler quiso hacer con ellas una similar en Berlín. Pero cuando se recuperó el tesoro no hubo cuentas a pagar. "Sert escribió insistentemente al Gobierno de Franco para que se abonaran los gastos de traslado al menos al comité. Para él era una deuda moral", según Colorado.

Pero Francisco Franco, que consideraba a ese comité de salvación colaboracionista con los republicanos, no hizo ni caso. El 7 de septiembre regresaron las obras a Madrid. Las conducía un tren que de noche llevaba las luces apagadas para no ser atacado. Se salvaron así de otro conflicto. Justo una semana antes, el primero de septiembre, había comenzado la II Guerra Mundial.





La Anunciación, de Fray Angélico (para mí, la Joya del Prado)




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martes, 19 de enero de 2010

Desasosiegos





Portada de "Blanco sobre negro", de Rubén Gallego




En la primavera de 2006 la página electrónica de "Escuela de Escritores" (aquí) lanzó una convocatoria a través de Internet para proponer a los lectores que eligieran por mayoría la palabra más bella del castellano. Veinte y pico mil internautas propusieron 7130 palabras. Ganó "amor", seguida de "libertad". Dos docenas de personas propusieron "desasosiego"; yo, entre ellas, alegando en su favor el que me parecía una expresión hermosísima para explicar un estado de ánimo que encontraba muy generalizado en el hombre urbano de nuestro tiempo.

Hace muy pocos días una amiga me ha escrito sobre mi entrada en el Blog del pasado viernes ("Banalización de la tragedia", 15/01/2010) para comentarme sus impresiones sobre la frase final del artículo: "Hoy no quiero pedirles que sean felices, aunque tampoco se si aspirar a serlo nos hace peores, o insensibles al dolor ajeno. No me atrevería a juzgar a nadie por ello...", que me dice compartir y haberle hecho reflexionar sobre la banalización del sufrimiento y dolor ajeno que aspirar a ser felices conlleva, como si uno no tuviera derecho a buscar mecanismos de defensa en forma de burbuja para no estremecerse ante el horror... Su respuesta me ha provocado un cierto desasosiego: falta de quietud, tranquilidad, serenidad ("Diccionario de la Lengua Española", 22a. edic.) y me ha hecho recordar una frase cuya autoría no puedo precisar: "la felicidad no es más que la ausencia de dolor". Y pienso que no puede ser malo aspirar a la felicidad, en ninguna circunstancia.

Otra amiga muy querida también me ha regalado por Navidad un pequeño librito cuya lectura me ha dejado bastante desestructurado el ánimo: "Blanco sobre negro" (Punto de Lectura, Madrid, 2004), del escritor ruso de origen español Rubén Gallego (aquí). Nieto del dirigente del PCE Ignacio Gallego, nació en 1968 con parálisis cerebral en una clínica de Moscú. Con un año y medio de edad fue separado de su madre, a la que le dijeron que había muerto, y comenzó un interminable periplo de traslados por hospitales, orfanatos y asilos que duró 20 años, hasta que con la desaparición de la Unión Soviética, pudo escapar y buscar sus raíces familiares, que desconocía por completo.

"Blanco sobre negro" es un relato autobiográfico de sus recuerdos de esos veinte años de oscuridad, estructurado en pequeños capítulos que relatan escenas que dejan el ánimo en suspenso sobre el periplo vital de una persona que a fuerza de voluntad logra sobrevivir en un mundo de horrores escondidos a la vista del resto de la humanidad para no desmerecer ni deteriorar la imagen de un "paraíso" en donde todo el mundo tenía la "obligación" de ser feliz. Y todo ello, sin una sola palabra de rencor, odio ni desprecio hacia nadie ni hacia nada. Con una salvedad, quizá, la del capítulo que lleva por título "Volga" (páginas 142-148), que dedica a la memoria de su abuelo: "Pero entonces habría podido llamar. Podría haber llamado al director de nuestra casa de niños por un teléfono secreto. El director de nuestra escuela era comunista, y los comunistas siempre se ayudan entre ellos. Me habrían llamado a su despacho y me habrían contado con gran sigilo sobre mi abuelo, el mejor abuelo del mundo. Y yo lo hubiera entendido todo. Yo era un niño inteligente. Todo lo que yo necesito saber es que él está en alguna parte, saber que realiza una misión secreta y que no puede venir a verme. Yo habría creído que él me quería y que vendría algún día. Y lo hubiera querido incluso sin el salchichón. O a lo mejor el no había tenido miedo de que lo descubrieran. ¿Y si a lo mejor él había comprendido que los espías americanos rara vez se asoman a nuestra pequeña ciudad de provincias y a mi me hubieran dejado contar todo sobre mi abuelo secreto? Contar sólo un poquito. Mi vida habría sido completamente distinta. Dejarían de llamarme negro de mierda, las niñeras dejarían de gritarme. Y cuando mis maestros me alababan por mis buenas notas, ahora comprenderían que no soy simplemente el mejor alumno de la escuela, sino que soy el mejor, como mi heroico abuelo. Y yo me habría convencido de que después de acabar la escuela no me llevarían para dejarme morir. Me vendría a buscar mi abuelo y me llevaría. Todo habría cambiado para mi. Dejaría de ser un huérfano. Si una persona tiene parientes, no es huérfana, es una persona normal, una persona como las demás. Pero Ignacio no vino. Ignacio no escribió. Ignacio no llamó. Yo no lo entendía. No lo entiendo. Nunca lo entenderé".

Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





El escritor ruso-español Rubén Gallego




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lunes, 18 de enero de 2010

RBC





Sala del Museo Canario (Las Palmas, Canarias)





Hacía ya bastante tiempo que no comentaba nada sobre la idílica vida que soportamos los ciudadanos de la RBC (República Bananera de Canarias) bajo el mandato de ATI-CC y sus palanganeros del PP. De la situación del Museo Canario (ver aquí), la más importante de las instituciones científico-culturales (privadas) de Canarias, abocada al cierre por la desidia de "todas" las instituciones públicas implicadas: Ayuntamiento de Las Palmas (gobernado por el PSC), Cabildo de Gran Canaria (gobernado por el PSC y NC), y Gobierno de Canarias (des-gobernado por ATI-CC y PP), no voy a hablar hoy porque ya lo he hecho en ocasiones anteriores y tampoco es cuestión de estar lloriqueando por las esquinas todos los días. Total, ¿para qué? Sólo es una institución centenaria y emblemática... Tenemos tantas y tan importantes que por una que se vaya al traste...

No. Hoy quiero dejar constancia de la ralea que gobierna esta maravillosa y desventurada tierra. Y lo hago trayendo a colación sólo una pequeña anécdota, protagonizada por un individuo (por llamarle algo), don Hilario Rodríguez, concejal de Seguridad Ciudadana por ATI-CC en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, co-capital del arhcipiélago, que ha amenazado públicamente con darles una pedrada a los manifestantes "godo-españoles" (es decir, canarios de origen peninsular), que se opongan al Plan General de Ordenación Urbana de la capital tinerfeña.

Si viniera de alguien inteligente, la cosa sería preocupante, pero viniendo de quién viene, la verdad es que sólo llama al llanto, de risa o de pena. Elijan ustedes. Y sean felices, por favor. Don Hilario Rodríguez sólo hay uno, y por fortuna está en la isla de enfrente. Tamaragua, amigos. HArendt





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"UNA PEDRADA POR GODO"
LA PROVINCIA / DLP
Lunes, 18/01/2010
Daniel Millet / Santa Cruz de Tenerife

Hilario Rodríguez, concejal de Seguridad Ciudadana del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, dijo el pasado viernes durante una tertulia en un programa radiofónico local que le lanzaría una pedrada a un manifestante por "ser español", por ser "godo".

"Me sorprendió el otro día cuando intervino en las puertas del Ayuntamiento un español, con acento... pronunciando las ces y las zetas. Si yo estoy en una manifestación e interviene un español como aquél, a manipularla, porque aquél era un godo, aquél era un godo, el tenicazo [pedrada] que le doy, primo..." Éstas fueron las palabras textuales del concejal de Seguridad santacrucero, entre las risas de quienes compartían micrófono con él.

Pero Hilario Rodríguez fue más allá al criticar al responsable del Centro de la Cultura Popular Canaria, César Rodríguez Placeres, y a la emisora que dirige, Radio San Borondón, que ha dedicado horas de programación especial contra el PGO de Santa Cruz. "El de la radio esa cultural, San Borondín, o algo de eso", dijo despectivamente, para luego señalar que le gustaría encontrárselo un día para "repetir lo de Ofra", porque "tengo muy malas pulgas". El concejal se refería a un incidente que él mismo protagonizó en 2007 al encararse con un manifestante que protestaba por una acción de la Unipol, el cuerpo especial de la Policía Local de la capital. Rodríguez llegó a decirle a una de las personas concentradas en aquella ocasión en el barrio santacrucero: "Si no estuviéramos aquí, te metía un piñazo por mentiroso..."

La Plataforma Ciudadana contra el PGO considera "gravísimas" las declaraciones de Hilario Rodríguez y su abogado, Felipe Campos, anunció una querella.




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viernes, 15 de enero de 2010

Banalizar la tragedia




Tragedia en Haití




Fue mi admirada filósofa y teórica de la política, Hannah Arendt (1906-1975), una de las primeras voces que desde su condición de judía, y con motivo del juicio llevado a cabo en Jerusalén contra Adolf Heichmann (1961) habló y escribió sobre la banalización del mal a base de reiterar noticias que no profundizaban en la verdadera dimensión de la tragedia humana que supuso el holocausto del pueblo judío a manos del régimen nazi.

No quiero caer en esa banalización yo también al escribir sobre la terrible tragedia que acaba de asolar a Haití. Me niego a ello, simplemente por pudor. Y por impotencia. Y por respeto a las víctimas.

He elegido tres crónicas de entre las muchas que se están escribiendo entre ayer y hoy, que desde distintos puntos de vista, alertan acerca de la posibilidad de caer en una banalización de la tragedia haitiana a fuerza de repetir hechos y tópicos en una interminable sucesión de imágenes y comentarios que parece no tener fin. Decidan ustedes cual se aproxima más a los sentimientos que les embargan en estos momentos y párense unos instantes a reflexionar sobre el desamparo de la condición humana. .

La primera es del profesor y periodista Xosé Luis Barreiro, publicada en La Voz de Galicia, ayer jueves; "¡No más voluntarios! ¡No más solidaridad emotiva y generosa! -clama, no se muy bien si al cielo, o a quién-. Si los terremotos son una plaga periódica que exige respuestas inmediatas, -dice-, creemos una agencia en la ONU, especializada en acumular recursos económicos, sanitarios y de salvamento de alta movilidad, y gestionemos con eficiencia estas catástrofes".

La segunda del también periodista y escritor, Juan Cruz, de hoy viernes, que la escribe estremecido por las declaraciones del nuevo obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, para el que es mucho más terrible la falta de espiritualidad de la sociedad española que la tragedia humana que asola a los haitianos, que según parece, deberían dar gracias a Dios -desde luego ese dios no es el mio- por haberles llevado hasta Él.

La última, del escritor David Trueba, también de hoy, denuncia esa banalización de la tragedia de la que hablábamos hace unos momentos. Dice Trueba: "Es un oficio complejo el de informar, cuya virtud reside en la medida exacta. No se trata de ordeñar la vaca del dolor ajeno provocando un chaparrón emotivo, sino de excitar aquella neurona que nos hace más conscientes del lugar que el ser humano ocupa en el universo. Nos deja más tristes, pero mejor informados".

Hoy no quiero pedirles que sean felices, aunque tampoco se si aspirar a serlo nos hace peores, o insensibles al dolor ajeno. No me atrevería a juzgar a nadie por ello.

En la Sección "Vídeos" del Blog, en la columna de la derecha, pueden ver dos series de vídeos sobre Hannah Arendt: en español, y en francés (subtitulada en castellano). Espero que les resulten interesantes. Tamaragua, amigos. HArendt





El profesor Xosé Luis Barreiro




EL HAITÍ DE LOS SIETE ÁNGELES", por Xosé Luis Barreiro
A TORRE VIXÍA - LA VOZ DE GALICIA - 14/01/2010

La crónica de Haití -terrible y desesperada- está escrita en el Apocalipsis (16,1): «Y oí una fuerte voz que desde el Santuario decía a los Siete Ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas del furor de Dios». Sobre una superficie similar a la de Galicia se acumulan 9 millones de habitantes, el 70 % pobres y el 48 % analfabetos. El PIB per cápita, calculado en 791 dólares anuales -equivalente al 2,24 % del PIB per cápita de España- sitúa a Haití entre los 25 países más pobres del mundo, en los que se concentran la miseria, la enfermedad y la dictadura.

Sobre ese país, creado por los esclavos en 1804, pesó el largo acoso del imperialismo europeo, una durísima invasión y expolio americano, la dictadura de los Duvalier, la tremenda inestabilidad del régimen constitucional establecido en 1987, los facciosos enfrentamientos que siguieron a la caída de Aristide, y un rosario de temblores, vientos y riadas que culminaron en el famoso huracán Jeanne , que en el año 2004 dejó un rastro de 2.410 personas muertas o desaparecidas, y enormes extensiones de cultivos arrasados.

Y la «séptima copa del furor de Dios» la vertió el Ángel en la tarde del pasado martes, cuando un enorme terremoto arrasó Puerto Príncipe y sembró miseria sobre la miseria, dolor sobre el dolor y muerte sobre la muerte.

La crónica verdadera es esa: «miseria sobre la miseria, dolor sobre el dolor y muerte sobre la muerte». Y eso hace que, a la hora de enfrentarse a tan inconmensurable tragedia, la comunidad internacional no puede limitarse a mostrar su solidaridad, más o menos ensayada, sobre una catástrofe natural, imprevista y sin culpables. Porque la tragedia de Haití se agranda con una historia de injusticia, expolio y despotismo que es, antes que nada, una horrible herencia de los ricos.

Si no se aprovecha esta «séptima copa de furor» para reconstruir el país y cambiar su historia, no se hará justicia. Y esa es la tarea que los ciudadanos del Occidente poderoso debemos exigir -porque solo costaría unas migajas- a Gobiernos como los nuestros que, todavía ayer tarde, seguían obscenamente preocupados por la crisis.

Y también es buen momento para insistir en mi reivindicación posterior a todos los tsunamis y terremotos: ¡No más voluntarios! ¡No más solidaridad emotiva y generosa! Si los terremotos son una plaga periódica que exige respuestas inmediatas, creemos una agencia en la ONU, especializada en acumular recursos económicos, sanitarios y de salvamento de alta movilidad, y gestionemos con eficiencia estas catástrofes. Porque la tierra ya se encargará, por desgracia, de que no caduquen los recursos ni se agarroten los equipos, y de distribuir -con equidad insobornable- sus beneficios.





El escritor Juan Cruz




"LLORA Y SE PONE A LLAMAR A JESÚS", por Juan Cruz
Del Blog "Mira que te lo tengo dicho"
15/01/2010

En su estremecedora crónica de hoy desde Haití, Pablo Ordaz cuenta que alguien llora y se pone a llamar a Jesús; y si Jesús acudiera sería la primera vez en la historia que ese pueblo perdido por la desgracia y por el terremoto recibe semejante visita. La historia, una más entre las muchas que Pablo resume en ese texto escrito en medio del rumor horroroso de la muerte, cae a plomo sobre la desafortunada comparación que ayer hizo en la radio el nuevo obispo de San Sebastián, Munilla. El obispo puso en el mismo nivel el horror de Haití y el desamparo espiritual en el que dice que vivimos los seres humanos de este mundo. Que es tan trágico no estar en Dios que estar muerto en Haití, o incluso es peor, decía el sacerdote, vivir en el descreímiento que haber sucumbido bajo las piedras enloquecidas de ese seísmo. La arrogancia de la Iglesia tiene estos rescoldos, estos representantes que esparcen falta de compasión y basan este desdén por el dolor real, tangible, por la muerte de los seres humanos, en nombre de su arbitraria interpretación de lo que ellos consideran lo espiritual. Andan por la vida como si el catecismo fuera de acero, lo llevan en la mano para arrojarlo sobre las cabezas de los descreídos, y en nombre de su creencia ignorar el sufrimiento orque no son capaces de padecer. De Munilla se esperaba cualquier cosa, pero ha madrugado, y ahí está ya, regalando a los oídos de la infamia una comparación que ha puesto los pelos de punta a sus propios correligionarios.





El escritor David Trueba





"HAITÍ", por David Trueba
EL PAÍS - 15/01/2010

Qué difícil es sentarse a escribir de algo cuando suceden catástrofes como las de Haití. Qué ridículas todas las querellas, cuando la naturaleza golpea con tal fuerza y nos recuerda lo poco que somos. Y sin embargo, el periódico sale y cada uno cumple con su minúscula labor, ésa es nuestra defensa contra el horror. Desde que llegaron las primeras noticias del terremoto, las agencias de prensa y los medios de comunicación han tratado de representar la desgracia humana, han peleado por acercarla, por hacerla nuestra. Así, la lejanía del lugar, la pobreza de las víctimas, toda esa distancia emocional puede ser pulverizada por la información. Los noticiarios de ayer y de hoy traen un reguero de imágenes asombrosas que convierten la tragedia, por qué no decirlo, en un fenómeno doloroso pero fotogénico.

A menudo, la gente se pregunta cómo un fotógrafo o un reportero pueden abstraerse de lo que retratan y salir indemnes de aquello que captan con su cámara. Se parecen a esos cirujanos que operan un corazón abierto tratando de esmerarse en la técnica, sin dejar que los sentimientos infecten su profesionalidad. Para muchos es cruel, pero es sencillamente el oficio de acercar a los que están más lejos la realidad cotidiana del desastre. Son imprescindibles.

El peligro que corremos tras la torrentera de imágenes es el de la banalización, el efectismo sin sustancia, el abuso de la emoción, hasta degenerar en la indiferencia. Hay demasiadas pantallas, demasiadas ventanas, para que cualquier suceso no pase a ser carnaza, alimento del morbo y finalmente una vulgaridad. La repetición, la carencia de contexto, pueden pervertir una imagen hasta su vaciado. Ayer se emitían, en bucles sin fin, imágenes demoledoras a espaldas del locutor o la presentadora, como un forillo, un relleno, convirtiendo el horror en un mero elemento decorativo. Esas imágenes, algunas espectaculares, deben tratarse con mimo y cuando no cumplen la función básica para la que fueron tomadas preservarse como un tesoro. Es un oficio complejo el de informar, cuya virtud reside en la medida exacta. No se trata de ordeñar la vaca del dolor ajeno provocando un chaparrón emotivo, sino de excitar aquella neurona que nos hace más conscientes del lugar que el ser humano ocupa en el universo. Nos deja más tristes, pero mejor informados.




La filósofa política Hannah Arendt




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martes, 12 de enero de 2010

Política y ciudadanía





El profesor Fernando Vallespín




El pasado 26 de diciembre publicaba El País un artículo del profesor Fernando Vallespín, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, titulado "¿Quiénes son peores, nuestros políticos o los ciudadanos?", que reproduzco más adelante. El comentario del profesor Vallespín, se centra en el análisis del barómetro de noviembre del Centro de Investigaciones Sociólogicas, en el cual aparece, en tercer lugar entre los principales problemas que más preocupan a los españoles, la actuación de la clase política y de los partidos políticos. Pueden acceder a la encuesta del CIS pinchando en este enlace.

He aprovechado el relativo descanso de las vacaciones navideñas para pensar en lo que supone esa creciente desafección ciudadana por los políticos, la clase política en su conjunto, y lo que es más grave, por la política en general, partiendo de los datos que se reflejan en la encuesta del CIS y del atinado comentario del profesor Vallespín. Les confieso no haber llegado a conclusión alguna, pero me ha impulsado a retomar algunas lecturas, pasadas unas y recientes otras, que me han resultado muy interesantes.

Entre las más recientes, encuentro una lapidaria frase del profesor Alfonso Ruíz Miguel, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, en su artículo "El libro de los hilos que se entrecruzan" (Revista de Libros, núm. 157, enero 2010), comentando el libro del escritor mexicano Jesús Silva-Herzog, titulado "La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política" (Fondo de Cultura Económica, México, 2009). Dice así: "En política, la búsqueda de la perfección, la utopía de una convicencia humana más allá del conflicto, es no sólo una ilusión vana, sino también dañina, como lo han demostrado los totalitarismos del siglo XX". Ese comentario parece coincidir en gran manera con el pensamiento sobre la función de la "política" de uno de los grandes filósofos políticos del pasado siglo, el norteamericano Richard Rorty (1931-2007), cuyo libro "Pragmatismo y política" (Paidós-UAB, Barcelona, 1998) ha sido, casualmente, una de las relecturas conque me entretuve en las pasadas fiestas navideñas.

En uno de los artículos que recopila el libro citado ("Trotsky y las orquídeas silvestres"), dice Rorty: "Si uno enseña filosofía, como yo, se supone que debe contar a los jóvenes que su sociedad no es sólo una de las mejores inventadas hasta el momento, sino la que personifica la Verdad y la Razón. Negarse a decir tales cosas se considera una traición, una abdicación de la responsabilidad moral y profesional. Sin embargo, -añade- mi perspectiva filosófica, me impide decir esas cosas". A pesar de ello, en un párrafo anterior, ha dejado explícita confesión -que comparto con él- de "que pese a sus vicios y atrocidades pasadas y presentes, y pese a su continua ansiedad por elegir tontos y truhanes para altos cargos, su país, (Estados Unidos, pero yo añadiría que cualquier sociedad liberal-democrática occidental) es un buen ejemplo del mejor tipo de sociedad inventada hasta el momento".

En la introducción del libro, el también profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Rafael del Águila, ha dejado escrito que "aunque no nos sea posible demostrar la superioridad racional o la universalidad de los valores que ligamos a la verdad o la justicia de la democracia, puede que merezca la pena luchar por esos principios y mostrarles una fuerte adhesión y un profundo compromiso". La estrategia rortyana ante las críticas a la sociedad liberal-democrática, dice el profesor del Águila, se condensa en una sola pregunta: "¿Se le ocurre a usted algo mejor?, discutámoslo".

Termino mis alusiones al libro de Rorty reproduciendo el párrafo inicial del artículo citado ("Trotsky y las orquídeas silvestres"): "Si hay algo de verdad en la idea de que la mejor posición intelectual es aquella atacada con igual vigor por izquierda y derecha, entonces estoy en buena forma". Dicho lo cual, aclaro, Richard Rorty estaba convencido de que "la utopía socialdemócrata de tolerancia e igualdad, de reformismo y Estado de bienestar, pese a sus enormes complicaciones contemporáneas, es la única que se sostiene ante la pérdida generalizada de referencias de la era posmoderna, transmoderna, metamoderna, o como queramos denominarla".

O lo que es lo mismo, que no es indiferente "ser" de izquierdas o de derechas. Y eso me lleva a mi segunda relectura navideña, con el también filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio (1909-2004), que en su libro "Derecha e izquierda" (Taurus, Madrid, 1998), comenta con lucidez que aquellos que dicen que "no son de izquierdas ni de derechas, son siempre de derechas". Y aunque el idioma español distinga entre los verbos "ser" y "estar", creo que Bobbio tiene toda la razón. Así que, a pesar de mis múltiples contradicciones, no se me equivoquen, "soy de izquierdas" y "estoy a la izquierda". Lo cual implica mi profunda confianza en que la política tiene que servir para resolver los problemas de la sociedad de nuestro tiempo y mi profundo rechazo, también, a los que entienden la política como una simple estrategia para conquistar y perpetuarse en el poder.

Y es que como cuenta el profesor del Águila de la religiosidad de los indios de la región de Chiapas (México), lo importante para éstos respecto de sus creencias religiosas no es si son "verdaderas", sino si son "buenas", es decir, si les "sirven". Algo que también podríamos aplicar a las ideas y creencias políticas. Pues eso... Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





El filósofo político Richard Rorty




"¿QUIÉNES SON PEORES, NUESTROS POLÍTICOS O LOS CIUDADANOS?", por Fernando Vallespín
EL PAÍS - España - 26-12-2009

Seguramente a nadie le ha sorprendido que entre los principales problemas de España que recogía el barómetro de noviembre del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) figurara, en tercer lugar, la "clase política, los partidos políticos". Se veía venir, después de tantos años de crispación, de los nuevos desvelamientos de casos de corrupción y de su falta de unidad ante la mayor crisis económica que hemos sufrido en décadas. Esta desafección no deja de llamar la atención, porque los políticos, lejos de tratarnos mal a los ciudadanos, se relacionan siempre con nosotros con extremado cuidado, como si fuésemos niños malcriados a los que no se les puede negar nada.

Como los padres de hoy con sus hijos, piensan que perderán el favor de sus gobernados si no están siempre pendientes de cada uno de los caprichos. Además, su gestión la presentan siempre en positivo, como si el más ligero reconocimiento de sus faltas fuera a provocar nuestra ira y, sobre todo, beneficiar al adversario. Algunos llaman a esta forma de proceder "gobernar con las encuestas", y es la actitud que ha suplantado al más tradicional "liderazgo".

No parece, sin embargo, que tanta desconsideración hacia los políticos obedezca a que los ciudadanos echen en falta más liderazgo; lo que ahora se añora es la unidad. Su reproche va más bien en la línea de que parecen preocuparse más por sus intereses partidistas que por el bienestar general. Y que esa persecución del interés propio, paradójicamente, ha acabado por objetivarles dentro de una "clase" o "casta" con atributos comunes a todos ellos. Lo primero sería el interés del partido, luego ya los intereses generales. Se da así la curiosa contradicción de que aquéllos que supuestamente están encargados de resolver los problemas de todos son vistos a su vez como un problema. El colmo.

Mal lo tenemos, porque la confianza, como bien sabemos por los sociólogos, es la sustancia que sirve para cohesionar las sociedades y para hacerlas más capaces de facilitar la convivencia y de encontrar soluciones a cualesquiera que sean las dificultades. Capital social se llama. Y se refiere tanto a la confianza entre las personas y grupos sociales como a la que se tiene hacia los gobernantes y las instituciones. En todo ello nos ubicamos siempre en la parte baja de la tabla de las democracias avanzadas. Si esto es así, no sólo tenemos un problema en la política, sino también en la propia sociedad. Uno de los rasgos de la cultura política española estriba, precisamente, en nuestra poca implicación en lo colectivo, en el escaso sentido comunitario, en el desinterés por todo cuanto huela a política. Pero, también, en nuestro tozudo sectarismo. ¿Cómo explicar si no que puedan salir reelegidos candidatos acusados de corrupción?

Lo fácil en las sociedades donde existe un exiguo arraigo de la responsabilidad individual es echarles siempre las culpas a los dirigentes cuando las cosas nos van mal. A nadie se le ocurre hacerse la reciente reflexión de Barack Obama, parafraseando un discurso de Kennedy, "no te preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país". Cuestión difícil, porque, para empezar, no todos entendemos lo mismo por "país"; para algunos es su propia Comunidad Autónoma, sea o no "nación", y para otros es España.

Pero no hace falta ir a la comunidad más amplia, nuestro poco aprecio por lo público se manifiesta también al nivel más local. Si las virtudes de la ciudadanía se miden por la predisposición hacia los intereses generales, nuestros privatizados conciudadanos -sólo atentos a la política cuando alguna decisión que viene de ésta puede afectar alguno de sus intereses privados-, no desmerecen de lo que ellos mismos opinan de sus políticos.

Es indudable que gran parte de las imputaciones que se dirigen hacia los políticos tienen un importante sustento en los hechos. Pero debemos considerar también las dificultades de gobernar una sociedad tan plural, corporativa y fragmentada como lo es la nuestra. Antes de proceder a descalificaciones generales convendría hacer un esfuerzo por discriminar entre unos y otros y por identificar con claridad cuáles son las causas de nuestro desapego y nuestra propia responsabilidad en este estado de cosas. Es difícil que haya políticos de baja calidad en una sociedad de ciudadanos exigentes. Exigentes no sólo para lo propio, claro, sino para la realización de aquellos valores en los que nos reconocemos todos, como la libertad, la seguridad la estabilidad. Sí, el famoso interés general, algo sobre lo que ya apenas se habla.





El filósofo político Norberto Bobbio




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domingo, 3 de enero de 2010

Desde la presidencia de la Unión





Bandera de la Unión




Al menos en el plano institucional, buen comienzo de la presidencia semestral española del Consejo de la Unión el hecho de este primer Mensaje conjunto del presidente del Gobierno español y del presidente del Consejo Europeo.

Contra la opinión de algunos, quiero suponer que bienintencionada, no son cargos institucionales que se superpongan ni interfieran entre sí. La función del presidente del Consejo Europeo, el señor Van Rompuy, está definida perfectamente en el Tratado. Su equivalente sería el de la presidencia de una Jefatura de Estado colegiada, y sus funciones, entre otras, las de representar a la Unión e impulsar y coordinar las tareas del Consejo Europeo.

Al Gobierno español, colegiadamente, y a sus ministros de manera individual, le corresponde la presidencia durante este semestre del Consejo (de Ministros) de la Unión en sus diferentes áreas y el impulso y dirección de cuantas funciones legislativas y presupuestarias le corresponden en plano de igualdad con el Parlamento europeo.

No hay "choque" institucional entre ambas figuras. No debería haber fricciones en su funcionamiento ordinario. Este mensaje conjunto es una buena forma de comenzar a trabajar. Al menos, esa es mi esperanza. Por el bien de todos los europeos. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt






Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo




"2010, UN BUEN AÑO PARA LA UNIÓN", por José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Consejo de la Unión, y Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo.
EL PAÍS - Opinión - 03-01-2010

2010 debe ser un buen año y el principio de una buena década para Europa. La entrada en vigor, el pasado 1 de diciembre, del Tratado de Lisboa abre una nueva etapa para la Unión, para este proyecto de convivencia, único en su género, de 27 países y 500 millones de personas, construido sobre los grandes valores irrenunciables de la libertad y la dignidad humana, de la tolerancia y la solidaridad.

España, que celebrará el mes de junio los 25 años de la firma del Tratado de Adhesión, es un país con una nítida vocación europeísta, evidenciada en no pocas ocasiones a lo largo de este tiempo. Con el nuevo semestre, con el nuevo Tratado, va a tener una singular oportunidad para reafirmarla. Y no la va a desaprovechar.

Como presidentes del Consejo Europeo y del Gobierno de la Presidencia rotatoria, queremos que la aplicación fundacional del Tratado de Lisboa sea lo más diligente y rigurosa posible. Con plena lealtad y espíritu de cooperación, vamos a impulsar la consolidación del nuevo orden institucional de la Unión para, desde él, resolver los problemas concretos que nos preocupan a todos.

Las nuevas autoridades son bien conscientes de la responsabilidad que han adquirido en esta nueva etapa. También lo es la Presidencia española del papel que le corresponde desempeñar como Presidencia de la transición, facilitando las cosas, prestando su colaboración, asumiendo los compromisos de la ambiciosa agenda del semestre. Juntos, vamos a abordar las prioridades establecidas en el Programa de la Presidencia.

La primera de ellas es la plena aplicación del Tratado, porque será a partir de ella, sirviéndonos de los instrumentos y de las posibilidades que la propia norma contiene, como podremos perseguir los demás objetivos que ambicionamos: avanzar en la coordinación de las políticas económicas nacionales para afianzar la recuperación, contribuir a que Europa hable de manera unida y fuerte en el mundo en defensa de sus valores e intereses, y hacer de la Unión una realidad más cercana y útil a todos los ciudadanos europeos.

En Maastricht, pusimos en marcha una Unión Económica y Monetaria. Hemos alcanzado la unión monetaria, y disponemos de un mercado único, pero aún estamos lejos de haber configurado una unión económica, cuya necesidad creciente, sin embargo, ha puesto sobradamente de relieve la crisis. En efecto, hay que intensificar la coordinación para impulsar la reactivación económica, y también paramsentar las bases de un crecimiento sostenible. Sostenible, desde el punto de vista económico, lo que significa más competitivo, más fundamentado en la educación, en la formación y en la I+D+i; consecuente con el principio de estabilidad presupuestaria, y dotado de una mejor supervisión financiera. Sostenible, asimismo, medioambiental y socialmente, esto es, con capacidad de seguir ejerciendo el liderazgo en la lucha contra el cambio climático -y de sacar partido de ello-, así como de velar por la cohesión social y el mmantenimiento del sistema de la seguridad social. En definitiva, un modelo de crecimiento, europeo, que sea tan fiel a sus actuales señas de identidad como a la necesidad de adaptarse a un entorno y a un futuro irreversiblemente globalizados.

Este será el objeto de la Estrategia de Crecimiento y Empleo que hemos de aprobar en uno de los Consejos más importantes de la Presidencia española, el destinado a renovar la Agenda de Lisboa.

En segundo lugar, después de la Cumbre de Copenhague sobre Cambio Climático, la Unión debe afirmar su papel de liderazgo en un mundo multipolar abocado a ser multilateral, que sea un referente seguro de democracia, derechos humanos y progreso social en todo el planeta. En las figuras del Presidente del Consejo y de la Alta Representante Ashton, y con el concurso de los Estados miembros, Europa tendrá ahora una voz más fuerte, visible y unida en el exterior. Una presencia que se verá, sin duda, reforzada con el lanzamiento del Servicio Europeo de Acción Exterior, un auténtico servicio diplomático europeo al servicio de los ciudadanos de la UE en todo el mundo.

La entrada en vigor del Tratado nos da también la oportunidad de que los ciudadanos europeos sientan realmente que la Unión es relevante para su vida diaria, para sus libertades, para su seguridad. Un primer paso en esta dirección ha sido la integración de la Carta de Derechos Fundamentales en el propio Tratado de Lisboa. Continuando por esta senda, promoveremos también la adhesión de la UE al Convenio Europeo de Derechos Humanos e impulsaremos el Plan de Igualdad entre mujeres y hombres de la UE para el período 2011-2015, con una dimensión europea en la lucha contra la violencia de género.

Asimismo, pondremos en marcha la Iniciativa Legislativa Popular europea, que dará voz a los ciudadanos en el proceso legislativo de la Unión a través de la Comisión. Aprobaremos el Plan
de Acción del Programa de Estocolmo, un logro de la Presidencia sueca sobre el Espacio Europeo de Libertad, Seguridad y Justicia, con medidas de impacto para la protección de nuestros conciudadanos. Y seguiremos haciendo de la gestión común de la inmigración una prioridad estratégica.

Son, todos ellos, nuevos impulsos para una Europa renovada, los primeros pasos de un largo camino que comienza en este primer semestre de 2010, y que vamos a recorrer juntos.






José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Consejo de la Unión





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jueves, 31 de diciembre de 2009

2009: Un annus horribilis





Francois Mitterand, ex-presidente francés




Fue la reina Isabel II de la Gran Bretaña quien pronunció una frase referida al año 1992 que se hizo famosa: la de que había sido para ella un "Annus Horribilis". Seguro que este 2009 que hoy concluye su existencia también habrá merecido el apodo de "Annus Horribilis" para muchos cientos de miles de personas que han visto perder sus trabajos y sus ahorros a causa de una crisis financiera de la que nadie se ha hecho responsable.

¿Nadie?... Parece haber un consenso mayoritario en que la gran banca internacional, estadounidense y europea principalmente, tienen una indiscutible responsabilidad directa en la gestación y desarrollo de la crisis, crisis que gracias a la inyección de ingentes cantidades de miles de millones de dólares y euros de dinero público, es decir, de todos, en esas propias entidades financieras que la habían propiciado, se ha podido detener y suavizar aun a costa de gravísimos daños colaterales que como es uso y costumbre han pagado otros, los más débiles, los de siempre.

Cuando el presidente Mitterand accedió al poder en Francia, en la primavera de 1981, anunció que una de las primeras medidas de su gobierno sería la nacionalización de la banca francesa. El 9 de septiembre de ese mismo año el Consejo de Ministros aprobó la medida. La reacción de los medios económicos franceses fue inmediata y unánime calificando la decisión de "inhabitual, torpe, inicua y anunciadora de desorden». La nacionalización no prosperó.

La cuestión es que esas ingentes cantidades de dinero público inyectado a los bancos privados en este año que acaba ha salvado a la gran banca pero no ha servido para nada más. ¿Merecían la salvación? No lo tengo muy claro. Hay voces que creen que no. Y que si se han salvado con dinero público, de todos, tienen que responder de su gestión no ante sus accionistas sino ante quienes les han salvado.

Otro tópico usual es el de que una banca pública, es decir nacionalizada, nunca será tan eficiente como una banca privada. Es posible, pero la cuestión a dilucidar es que consideramos como "eficiente" a efectos globales. Y eso, visto lo visto en 2009, no parece tan claro, ni los gestores privados especialmente eficientes; más bien todo lo contrario...

Enrique Gil Calvo, profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, publicaba ayer un interesante artículo ("La privatización del keynesianismo", El País, 30/12/09) en el que plantea y desarrolla algunas de las cuestiones que he esbozado en mi comentario. Espero que les guste. Feliz Año Nuevo. Tamaragua, amigos. Nos vemos el próximo año. HArendt






El economista John Maynard Keynes




"LA PRIVATIZACIÓN DEL KEYNESIANISMO", por Enrique Gil Calvo
EL PAÍS - Opinión - 30-12-2009

Si el año pasado estuvo marcado de principio a fin por el ominoso estallido de la crisis económica, cuya evidente inminencia tantos negacionistas se empeñaban en acallar, este año que ahora termina ha estado presidido por la lucha contra la crisis. Una lucha que finalmente parece haberse visto coronada por el éxito, a juzgar por el rally alcista de las bolsas, que cierran el ejercicio con subidas estratosféricas desde los mínimos de marzo. Por lo tanto, si semejante interpretación fuera acertada, éste sería el mejor momento para empezar a pedir cuentas, exigiendo responsabilidades tanto a quienes permitieron que la crisis se formase como a los que se han beneficiado de su presunta resolución. El diagnóstico dominante en los medios sostiene que la crisis se formó porque, en ausencia de supervisión y control estatal, la irracional desregulación de los mercados financieros los condujo al desastre. Y en ese punto de inflexión, cuando la burbuja especulativa pinchó y los capitales huyeron en estampida presos de un ataque colectivo de pánico, la única solución posible fue regresar al viejo keynesianismo interventor, pasando los mercados a ser controlados directamente por los Estados, que para poder salvarlos tuvieron que inundarlos con masivas inyecciones de gasto público deficitario.

En suma, el neoliberalismo sería el gran culpable, o al menos el principal causante, y el ya casi olvidado keynesianismo, teóricamente superado por aquél, habría sido la única salvación. Pero si esta interpretación oficial resulta paradójica, mucho más lo parece su traducción política. Pues ¿cómo se entiende, entonces, que los representantes socialdemócratas del keynesianismo pierdan todas las elecciones, saliendo derrotados como los grandes perdedores de la crisis, mientras los representantes conservadores del neoliberalismo quedan victoriosos, imponiendo por doquier su virtual hegemonía?

Una posible explicación es que el keynesianismo aplicado hoy ya no es aquel keynesianismo público, progresivo y reformista que presidió la edad de oro de la socialdemocracia en los años sesenta, sino que se trata de un keynesianismo completamente distinto, por su carácter a la vez privado, conservador y reaccionario. Un keynesianismo de derechas, para entendernos, pues no beneficia a las rentas del trabajo sino a las rentas del capital. De ahí que haya logrado imponer una salida de la crisis de tipo restaurador, de acuerdo al célebre efecto Lampedusa: es preciso que todo cambie para que todo siga igual. Es la única conclusión que puede extraerse de la práctica de un keynesianismo estatal que privatiza los beneficios y socializa las pérdidas, contribuyendo no a reformar sino a restaurar la financiarización de la economía. Pero esta práctica derechista del keynesianismo privatizado, restaurador de la tasa de beneficios del gran capital, no es nueva en absoluto, pues ya la acometió mucho antes Hitler en los años treinta, y luego Reagan en los ochenta, que es precisamente cuando se sentaron las bases de la actual dominación financiera. Pues más allá del keynesianismo militarista que hoy inspira a Bush y también a Obama, haciendo del gasto en defensa el gran motor de la demanda agregada, la clave real de este nuevo keynesianismo financiero es hinchar la demanda mediante el endeudamiento crediticio.

Como se sabe por lo menos desde Marx, la causa última de las crisis cíclicas del capitalismo es la sobreproducción, dado el exceso de capacidad instalada para la que no hay suficiente demanda natural o espontánea. Para enfrentarse a este exceso de producción, o a esta escasez de demanda, la solución keynesiana pública, puesta en práctica por la socialdemocracia en los sesenta, fue estimular fiscalmente la demanda agregada tanto por medio del gasto estatal como mediante una política de rentas que elevó sustancialmente el poder adquisitivo de las clases medias y asalariadas. La consecuencia fue la gran inflación, de la que se salió con la derrota política de la socialdemocracia y el ascenso imparable del neoliberalismo. Pero contra lo que parece, este último método de política económica también recurrió al keynesianismo, aunque ya no público sino privado. En efecto, para estimular la demanda agregada, en vez de recurrirse a la subvención estatal se recurrió al endeudamiento crediticio gestionado por la banca privada, y ello además con recortes salariales del poder adquisitivo, haciendo a las clases trabajadoras y medias muy dependientes del crédito bancario. Y el colmo de este keynesianismo privado llevado hasta sus últimas consecuencias por reducción al absurdo ha sido el caso de las hipotecas basura, catalizador en España o EE UU de la crisis actual: la última por el momento, hasta que se forme la próxima, dentro de una larga cadena de crisis crónicas (por parafrasear el título de mi último libro).

El truco es bien conocido: se conceden créditos a los asalariados más insolventes (entre los que destacan los inmigrantes) y luego esos créditos se venden a los propietarios más solventes (los inversores especulativos), logrando que los capitalistas privados subvencionen la demanda agregada de los trabajadores hipotecados como deudores. Esta práctica de rizar el rizo fue la que formó la burbuja especulativa del endeudamiento insolvente, pues la liquidez así generada iba fluyendo a través de las redes financieras hacia los depósitos bancarios, donde se embalsaba en forma de enormes pantanos de créditos acumulados procedentes de sus cuencas hidrográficas. Pero cuando la masa crediticia empezó a rebosar, las presas de los pantanos no pudieron soportar la presión y comenzaron a resquebrajarse hasta que reventaron. En ese momento, toda la liquidez acumulada se precipitó al vacío, y en su caída libre los créditos acumulados se convirtieron en deudas imposibles de cobrar. Así fue como la avalancha de endeudamiento lo arrasó todo a su paso, inundando súbitamente los valles de la economía real, que quedaron asolados e improductivos durante mucho tiempo. Es entonces cuando la autoridad pública se vio obligada a intervenir al modo keynesiano, insuflando a fondo perdido liquidez estatal para tratar de suplir la sequía derivada del vaciado de los pantanos financieros. Pero de este modo, el insolvente endeudamiento privado se tradujo en una hipertrofia del deficitario endeudamiento público. De ahí que, en cuanto las presas bancarias han podido ser reconstruidas gracias al rescate estatal, el estímulo keynesiano ha comenzado a reducirse hasta cesar a corto plazo. Con lo cual se demuestra su naturaleza exclusivamente privada, puesto que sólo se ha dispuesto al servicio del capital bancario, abandonando a su suerte a las víctimas reales de la rotura de los pantanos: las pequeñas y medianas empresas, los autónomos, los desempleados...

Y este carácter derechista, conservador y reaccionario del actual keynesianismo privatizado se demuestra también en su naturaleza procíclica, amplificadora de las desviaciones de la estabilidad, que en las fases alcistas del ciclo actúa como impulsora del auge desmedido, incentivando la exuberancia irracional de los mercados, mientras que con la llegada de la crisis sólo sabe impulsar el pánico colectivo. Así, las autoridades públicas han actuado en realidad como desestabilizadores automáticos, que primero no supieron evitar la formación de la crisis, luego la negaron cuando ya se estaba iniciando y finalmente la precipitaron y agudizaron con sus medidas de choque, extendiéndola y generalizándola por todo el conjunto de la economía real, penosamente gravada con el coste tributario de la deuda pública acumulada. De donde se deduce que la salida de la crisis actual también puede significar el inicio diferido de la próxima, cuando la economía se recupere y los créditos vuelvan a fluir hasta embalsarse como futura deuda insolvente.





El sociólogo Enrique Gil Galvo




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viernes, 25 de diciembre de 2009

El Mensaje del Rey








En los regímenes parlamentarios, es decir en aquellos ya sean repúblicas o monarquías en que la Jefatura del Estado está separada de la del Gobierno, y ésta última responde de su gestión ante el Parlamento, el Jefe del Estado goza de inviolabilidad e irresponsabilidad política; es un órgano neutral del Estado, no fuera ni por encima de él, sino fuera de los avatares, luchas y controversias políticas consustanciales con la democracia. De ahí el respeto que merece su persona a sus conciudadanos. Menos en España. Lo cual no dice mucho en favor de los españoles, al menos de su clase política, pero eso es lo que tenemos y ésto no da para más.

Es precisamente el de Navidad, el único discurso que el rey pronuncia bajo su propia responsabilidad. Todos los demás están supervisados por el Gobierno y lo que el rey dice lo dice, en realidad, el Gobierno. Por eso merece la pena escuchar en Navidad al rey, porque es la única vez que lo hace con libertad.

Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt









Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey
Palacio de La Zarzuela. Madrid, 24 de diciembre de 2009


¡Buenas noches! Mis primeras palabras en esta Nochebuena me salen del corazón para expresar mi afecto y mi mayor felicitación a todos los españoles. Quiero compartir con vosotros ideas y sentimientos sobre España, sobre nuestro presente y nuestro futuro.

Unas ideas que buscan el bien de nuestro país, como gran Nación europea de larga historia e inmenso patrimonio. Un país que no puede comprenderse sin esa rica diversidad consustancial al mismo ser de España. Con este espíritu, mis reflexiones de esta noche se dirigen a pediros que, juntos, acometamos tres tareas fundamentales:

En primer lugar, superar tensiones y divisiones, sobre la base de los principios y valores que alimentan lo mejor de nuestra convivencia e inspiran nuestra Constitución.

En segundo lugar, sumar voluntades en torno a los grandes temas de Estado, reforzando nuestra cohesión interna y nuestra proyección exterior.

Y, finalmente, redoblar esfuerzos para que España vuelva a crecer y a crear empleo. Cuanto antes, y de forma sostenible.

Vivimos tiempos complejos y difíciles. El Siglo Veintiuno va a cumplir su primera década. El mundo es más global en sus posibilidades -gracias a las comunicaciones y a los avances tecnológicos-. Más global también en sus desafíos -que desbordan las fronteras nacionales-. Desafíos que van desde la lacra del terrorismo, la crisis económica o el cambio climático, hasta las pandemias o el narcotráfico. Todos ellos requieren de la acción conjunta de los Estados.

Es mucho lo que nos jugamos en los próximos años. El futuro impone decisiones estratégicas de gran calado, tanto a nivel interno, como a escala europea e internacional. Decisiones en materia económica y financiera, energética, medioambiental, educativa o tecnológica. Todas ellas esenciales para no perder el tren del progreso, defender el futuro de nuestro Planeta, y asegurar el mejor porvenir a las nuevas generaciones.

Decisiones que deben tener visión anticipatoria y estar a la altura de los retos planteados. Para afrontar estos retos, es preciso desplegar nuestras mayores capacidades, con una España sólida y cohesionada, en una Europa dinámica y solidaria.

Los tiempos actuales nos reclaman tesón y fortaleza. Fortaleza como país que a todos nos proporciona libertad, estabilidad y progreso.

Fortaleza como ciudadanos más preparados y competentes, promoviendo la educación y la igualdad de oportunidades.

Fortaleza en el plano económico y social, con un tejido productivo cada vez más innovador, competitivo y activo en el mundo, capaz de mantener y elevar nuestro bienestar social.

Esa mayor fortaleza requiere el más amplio entendimiento y solidaridad entre todos los españoles, entre todas y cada una de nuestras Comunidades Autónomas. No nos podemos permitir que las legítimas diferencias ideológicas resten energías al logro de los consensos que piden nuestros ciudadanos.

Sabemos cuál es el camino a seguir. En las últimas décadas hemos sido capaces de resolver grandes problemas, contando con el esfuerzo de todos, la voluntad de acuerdo y el liderazgo responsable de nuestros dirigentes políticos, económicos y sociales. La experiencia nos demuestra que todos somos necesarios para culminar con éxito esa tarea.

Sirvamos al interés general. Para ello necesitamos actuar con inteligencia y generosidad, y aplicar la fuerza de la unidad, del diálogo y del compromiso, en el marco del respeto a nuestra Constitución.

La Constitución garantiza un amplio abanico de derechos y libertades, fundamenta una avanzada articulación de nuestra rica diversidad territorial, y nos dota de instituciones que son claves para la estabilidad y convivencia democráticas, y el buen funcionamiento del conjunto de España. Unas instituciones independientes para el mejor y más justo ejercicio de sus responsabilidades, por lo que todos debemos preservar esa independencia en aras de la confianza que los ciudadanos tienen depositada en ellas.

En 2009 la grave crisis económica ha llevado a que el desempleo sea la principal preocupación de las familias españolas. Afecta a varios millones de personas, angustiadas no sólo por la pérdida de ingresos, sino por la falta de horizontes en sus vidas laborales y personales.

Las dificultades han afectado y afectan a muchos trabajadores y empresas en los diferentes sectores productivos, desde la agricultura y la pesca hasta la industria, pasando por la construcción y los servicios. Volver a crecer es el reto más apremiante para poner fin al desempleo, garantizando la más alta protección social a quienes lo padecen. Debemos atender también las legítimas expectativas de nuestros jóvenes, apoyarles e ilusionarles, pues en ello nos va el futuro.

Se han tomado medidas a escala internacional, europea y nacional para detener la crisis y paliar sus efectos. Son muchos los esfuerzos y sacrificios desplegados a todos los niveles. Pero queda mucho por hacer, es preciso seguir adelante. Como ya dije el año pasado, la solución de la crisis exige trabajar juntos en la misma dirección.

Es pues necesario seguir adoptando medidas, lograr acuerdos entre nuestras fuerzas políticas, económicas y sociales, que permitan, por un lado, asegurar la mayor solidaridad y, por otro, acometer las reformas precisas, a fin de lograr una pronta recuperación en un clima de seguridad y confianza.

Urge asimismo -como vengo insistiendo desde hace tiempo- sellar -hoy mejor que mañana- un gran acuerdo nacional en materia de educación e incentivar aún más la innovación. Se trata de dos factores fundamentales que, junto al trabajo sacrificado de todos, permitirán aumentar nuestra competitividad y productividad y, por ello mismo, nuestro progreso y bienestar.

Tampoco podemos escatimar esfuerzos a favor de la igualdad de oportunidades, de los más pobres, vulnerables y desfavorecidos, ni en la lucha contra la exclusión y la marginación social. A favor de quienes viven problemas que a todos nos incumben, como la discapacidad, las graves enfermedades, la drogadicción, o la inaceptable violencia de género.

En estas fechas tan entrañables, recuerdo con especial emoción -junto a mi Familia- a todas las víctimas del terrorismo y a sus familiares, que cuentan con nuestro apoyo, solidaridad y afecto, así como de toda la sociedad española.

Acabar con el terrorismo -desde el imperio de la Ley, la acción de la Justicia, la sacrificada entrega de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, y la cooperación internacional- es un objetivo de todos los demócratas en defensa de la libertad y de los más elementales derechos humanos.

Los avances en la lucha contra el terrorismo nos animan a redoblar esfuerzos. Se trata de una prioridad irrenunciable. Una lucha que se extiende al terrorismo internacional, que tan inmenso dolor ya ha causado, y que ha secuestrado de forma intolerable a varios compatriotas -volcados en nuestra Cooperación al desarrollo-, cuya libertad exigimos.

La paz y la seguridad de España no pueden desligarse del resto del mundo. De ahí que quiera volver a subrayar el reconocimiento de la sociedad española a quienes sirven a nuestro país en el exterior. Especial mención merecen los miembros de nuestras Fuerzas Armadas que arriesgan sus vidas en misiones internacionales, incluida la vigilancia frente a acciones delictivas tan inaceptables como la piratería marítima.

Y es que nuestra seguridad, nuestro progreso y bienestar, dependen cada vez más de una eficaz protección y promoción de nuestros intereses en el mundo. Lo palpamos a diario. Por ello, importa consensuar y coordinar al máximo el papel internacional de España.

En este marco, dentro de unos días España asumirá por cuarta vez la Presidencia de la Unión Europea, en un momento en que la Unión debe tomar medidas de vital importancia para su futuro. Tras la puesta en marcha del Tratado de Lisboa, resulta prioritario lograr una Europa más unida, dinámica y presente en el mundo.

Son muchos los retos y también las esperanzas que marcan este fin de año. El porvenir al que aspiramos no llegará sólo. Tenemos que moldearlo juntos desde ahora, con profunda confianza en España y en los españoles, aplicando mucho sentido de Estado, tanto a la hora de gobernar, como de ejercer la oposición.

Como he dicho tantas veces, la España de hoy es capaz de grandes empresas. Con empeño y determinación, se puede ganar la batalla contra la crisis y conseguir cuantos objetivos nos fijemos. Sigamos trabajando para que prime la fraternidad sobre las desavenencias, la confianza sobre el recelo, el bien colectivo sobre los egoísmos particulares, y para que la honradez sea regla inexcusable de conducta.

La Corona tiene como norte el servicio a España y a todos los españoles. Éste es y seguirá siendo mi compromiso diario con todos vosotros. Una tarea con la que el Príncipe de Asturias también está plenamente comprometido.

Para concluir, quiero reiterar -junto a la Reina y toda mi Familia- nuestro afecto a todos los españoles y a cuantos extranjeros residen en nuestra tierra.

Queremos expresaros los mejores deseos para el Año Nuevo que esperamos lleno de felicidad para cada uno de vosotros y para vuestras familias. ¡Que sea para todos un Año cargado de paz, concordia, recuperación económica y más empleo! ¡Os lo deseo de todo corazón!

Buenas noches.




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jueves, 24 de diciembre de 2009

¡¡¡Felicidades!!!








A vosotros, los que creéis en el mensaje de Cristo; a los que creéis en otros mensajes; a los que creéis en algo o en alguien pero no sabéis en qué ni en quién; a los que no creéis en nada; a los animistas, politeístas, panteístas y paganos en general; a los agnósticos y a los ateos; a todos los hombres de buena voluntad:

¡Feliz Navidad!,
¡Feliz Solsticio de Invierno!,
¡Felicidades!...

Que la diosa Fortuna os traiga Paz, Felicidad, Amor, y si es posible, Trabajo y Dinero. Sean felices, por favor; no dejen que nada ni nadie les amargue el día de hoy. Tamaragua, amigos. HArendt




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