miércoles, 21 de mayo de 2008

Y el opio del pueblo se llama...




Seminaristas católicos


A las nueve menos cuarto de una mañana de finales de mayo de 2008 había dejado a mi hija en su trabajo, en Telde, y esperaba leyendo el periódico en el aparcamiento de ALCAMPO a que abrieran el comercio para hacer unas compras. A las nueve en punto escucho en el boletín de noticias de la SER los gritos de algunas personas llamando traidores a Rajoy y Gallardón y pidiéndoles que se marchen del PP... Unos momentos antes había leído dos artículos en El País: "Identidad", de la escritora Elvira Lindo, y "El Dos de Mayo y la nación", del insigne catedrático emérito de Historia Económica de la Universidad de Alcalá, Gabriel Tortellá. Con esos mimbres, no me costó mucho hilvanar la digresión de aquel día...

Creo que fue en el prólogo de su "Crítica a la Filosofía del Derecho", de G.W.F. Hegel, donde Karl Marx deslizó esa frase suya, que ha hecho fortuna, acusando a la religión de ser "el opio del pueblo". Aunque descreído total, no me atrevería yo a tanto. Sí, en cambio, a estas alturas del siglo XXI, cada vez estoy más convencido que el "opio del pueblo" de esta época que nos ha tocado vivir es algo muy parecido a lo que hoy representa el nacionalismo; de cualquier tipo. O lo que es lo mismo, todo aquello que ponga la patria, la nación, el estado o el partido por encima de las personas y los ciudadanos, añado yo para no confundir.

Hay una frase en el artículo de Elvira Lindo que suscribo plenamente, la que dice que "los furiosos defensores de lo identitario sostienen que sólo aquellos que aman a su país más que a sí mismos pueden opinar sobre estos asuntos. Los demás, los que no tenemos esa tendencia romántica (el nacionalismo, la identidad racial o lingüística o de patria, esto es mio), estamos desligitimados." Para aclararnos, Elvira Lindo está criticando el análisis del presidente del gobierno vasco, Juan José Ibarretxe, cuando dice lamentarse "del terrible daño que hacen los terroristas con cada acto criminal a aquellos que desean profundizar en la identidad vasca". Es decir, que para él, el asunto principal es la identidad vasca (o catalana, o canaria, o española); y el muerto es lo anecdótico...

El artículo del profesor Tortellá analiza el proceso de formación del nacionalismo español a partir de las efemérides de la Guerra de Independencia, cuyo bicentenario estamos conmemorando. Comparto con él que "una nación es algo convencional cuya existencia debe obedecer a consideraciones racionales". No se si eso quiere decir lo mismo que ese "patriotismo constitucional" al que apelaba en su primera investidura el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, tomándolo prestado del concepto de "republicanismo cívico" elaborado por Philip Pettit. Pero si no lo es, se le parece bastante.

Dice el profesor Tortellá que para los revolucionarios americanos (1776) y los franceses (1789) el concepto "nación" no tenía connotaciones identitarias y mucho menos territoriales. "Nación", para ellos, significaba lo que hoy identificamos como "democracia, pueblo o ciudadanía".

Lo mismo pensaban los españoles que redactaron y aprobaron en 1812 la Constitución de Cádiz, al decir en su artículo primero: "La Nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios". Y con ello la hacían entrar por la puerta grande en la modernidad y la convertían por vez primera en sujeto de la Historia. Luego vendrían tiempos peores, pero esa es otra historia... Sean felices. HArendt




Elvira Lindo


"Identidad", por Elvira Lindo

Un hombre, Juan Manuel Piñuel, muere asesinado por una bomba de ETA, y otro hombre, Juan José Ibarretxe, la máxima autoridad política de la tierra en que este hombre pierde la vida, analiza el asesinato lamentándose del terrible daño que hacen los terroristas con cada acto criminal a aquellos que desean profundizar en la identidad vasca. Leo semejante análisis en Internet, desde este otro país en el que vivo, y esas palabras se me representan como lo que son, una expresión impúdica de inhumanidad. Los furiosos defensores de lo identitario sostienen que sólo aquellos que aman a su país más que a sí mismos pueden opinar sobre estos asuntos. Los demás, los que no tenemos esa tendencia romántica, estamos deslegitimados. Mentira. No hay nada más sano que alejarse para contemplar el nubarrón de tufo ideológico. Conviene irse a Málaga, por ejemplo, la ciudad a la que llegó el cadáver del guardia civil que trabajaba duro en otra tierra para volver a esta suya algún día; conviene leer la frase, por ejemplo, en el barrio de El Palo para darse cuenta de lo que significa que un responsable político analice una muerte en relación a la pérdida o ganancia que supone para su maldito proyecto. Conviene mirar la frase desde lejos, analizarla sin que esté adornada por todos los delirios locales. La frase sola, en crudo. A ver quién es capaz de digerirla. Pero nos puede la costumbre. La frase es una de tantas. El muerto, un guardia civil. No es ese atentado contra el político o el periodista que saca a un pueblo entero a la calle. Cierto es que, como dijo el otro día el guardia civil Leoncio Sanz, del desamparo que sufrieron antaño a los funerales de ahora hay un trecho. Pero aún queda un largo camino. Queda que el pueblo que rodea al lehendakari le afee su frase, que le deje claro que la única identidad sagrada es la de la vida. 
(El País, 21/05/08)




Gabriel Tortellá


"El Dos de Mayo y la nación", por Gabriel Tortellá

Con sentimientos encontrados se está celebrando el segundo centenario del Dos de Mayo; los sentimientos son encontrados porque mientras los que lo celebran en general lo hacen atribuyéndole el origen del sentimiento nacional español, otros no lo celebran precisamente por esa razón: porque les parece que el nacionalismo español no es digno de encomio sino de execración. A las personas que, como yo, que creen que una nación es algo convencional cuya existencia debe obedecer a consideraciones racionales, tales celebraciones les parecerán deseables si estiman conveniente la existencia de tal nación. Conversamente, a las que no les parece conveniente no compartirán el júbilo de tales conmemoraciones.

En mi modesta opinión, los españoles que no se sienten tales y que quieren demoler o trocear el país son como los pasajeros de un barco que quisieran desguazar la nave en plena travesía y construirse ellos otra a su gusto con los materiales del desguace y con total indiferencia acerca de la suerte de sus compañeros de travesía, alegando con insuperable frivolidad que "no se sienten cómodos" en el navío que los transporta. Y los que los dejan hacer para no ser llamados centralistas, o para no herir susceptibilidades, se me antojan dignos tripulantes de "la nave de los locos".

Todo ello no es óbice para que en ocasiones las manifestaciones que se hacen sobre la nación española y el Dos de Mayo me parezcan desorbitadas y algo pueblerinas. A menudo se habla y se escribe como si el único nacionalismo que hubiera aparecido sobre la faz de la Tierra a principios del siglo XIX fuera el español. En realidad se trata de un fenómeno universal, o casi. El término "nación" es utilizado por los revolucionarios franceses en un sentido muy diferente del que hoy se le concede: los revolucionarios contrastan "la nación" como conjunto de ciudadanos libres e iguales frente a la monarquía del Antiguo Régimen cuyos componentes eran súbditos no libres, sino sometidos a la voluntad de un monarca. El término "nación" de los revolucionarios franceses se asimilaba más al actual de "democracia" o de "ciudadanía" o de "pueblo" en el sentido de la Constitución de Estados Unidos (We, the People) que a la acepción tribal o comarcal, cuando no racista, que adquirió más tarde y que casi siempre tiene ahora.

Lo original del Dos de Mayo español y del alzamiento en armas que siguió fue que se luchó contra el invasor francés haciendo uso de los conceptos y la retórica que la Revolución Francesa había alumbrado. Cierto es que en el alzamiento hubo diferentes idearios, y que en unos dominó la xenofobia, el apego a la monarquía y la religión tradicional, mientras que para otros la nación española significaba un país moderno y constitucional de ciudadanos libres e iguales. Pero contradicciones hubo en todas partes: los propios franceses eran una mezcla de súbditos imperiales y republicanos jacobinos, y muchos de los que vitoreaban al Emperador poco después aceptaron de buen grado ser siervos de la monarquía restaurada. Lo mismo ocurrió en toda Europa: la simpatía hacia el igualitarismo y la libertad proclamados por la revolución se mezclaban con el odio al invasor y al héroe tornado déspota: recordemos que Beethoven dudó si dedicar o no su Sinfonía Heroica a Napoleón.

El Estado-nación es producto de la gran revolución moderna que se inicia en Holanda e Inglaterra en el siglo XVII y que se generaliza un siglo más tarde con la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, que, en realidad, es una Revolución Europea. Todo esto ya lo establecieron hace medio siglo Louis Gottschalk y Jacques Godechot, entre otros. Lo interesante del caso español no me parece ser su pugna por ser una nación moderna en el siglo XIX. Eso les ocurre a todas, empezando por Francia, e incluyendo a las anglosajonas, donde también hay una larga y compleja pugna por la modernidad.

La originalidad española estriba en que, siendo un país atrasado económica e intelectualmente a comienzos del siglo XIX, lucha con una gallardía extraordinaria por preservar su identidad a la vez que se esfuerza por adoptar y adaptar lo mejor del programa revolucionario: el parlamentarismo, la Constitución, la soberanía popular, las libertades básicas. Lo que España logra en ausencia de Fernando VII y en nombre de ese "rey felón" es algo que se antoja muy por encima de sus flacas fuerzas económicas, sociales y militares: combatir a la potencia hegemónica con sus mismas armas intelectuales y políticas. Que la hazaña estaba por encima de su fuerza real lo prueba la dificultad con la que a lo largo del siglo XIX se alcanzó el ideal político de las Cortes de Cádiz, el continuo tejer y destejer constitucional y la propensión al golpe de Estado. La lentitud del progreso económico llevó consigo el estancamiento social y político.

La paradoja absurda es que hoy, alcanzada la madurez social y económica, contemplemos con indiferencia cómo se intenta derrocar piedra a piedra un edificio tan trabajosamente construido.
(El País, 21/05/08)




Constitución de 1812




martes, 20 de mayo de 2008

Probabilidades estadísticas




Escena hospitalaria


¿Sabían ustedes que la probabilidad de sufrir un accidente aéreo es de 1 entre 4.000.000? ¿Sabían ustedes que la probabilidad de sufrir un error clínico grave si está internado en un hospital es de 7 entre 100? ¿Sabían ustedes que una revisión de historias clínicas en los hospitales de Nueva York demostró que 4 de cada 100 pacientes fueron objeto de errores clínicos registrados y que esos errores causaron la muerte de 14 de cada 100 pacientes afectados? ¿Sabían ustedes que cada año 300.000 personas desarrollan infecciones adquiridas en los hospitales españoles? Sí, seguramente si lo sabíamos, o lo intuíamos, pero preferimos ignorarlo. Entrar en un hospital es hacer oposiciones a contraer una enfermedad más grave de aquella con la que entra... Es como para echarse a temblar. Lo comenta hoy en El País el doctor Jesús Villar, miembro de la Red de Investigación Translacional en Disfunción Orgánica del Hospital Universitario Dr. Negrín de Las Palmas.

Una de las causas principales de estas infecciones son responsabilidad directa de los médicos, enfermeras y del personas sanitario de los hospitales por no cumplir con las normas de esterilidad previstas... Nuestra casa en Las Palmas está a escasos quinientos metros de dos de los principales centros hospitalarios de la isla: el Hospital General Universitario de Gran Canaria (el Hospital Insular) y el Hospital Materno-Infantil de Gran Canaria. Cada día decenas de médicos, enfermeros, personal sanitario, limpiadoras, administrativos, bedeles y el sursumcorda, aparcan sus coches en las calles de nuestro barrio y bajan hasta los hospitales citados con sus batas blancas y verdes, sus monos de trabajo, y sus zuecos puestos, los mismos con los que van a atender a los pacientes, enfermos y visitantes de los centros sanitarios. Y al finalizar su jornada de trabajo, vuelta al coche, arrastrando todos los virus y bacterias a su domicilio particular... Y así, hasta el día siguiente, y vuelta a empezar. A nadie parece preocuparle. A esos irresponsables menos que a nadie. Los muertos no protestan, claro... Sean felices. Y procuren no ponerse enfermos. HArendt




Complejo hospitalario en Cono Sur (Las Palmas de Gran Canaria)



"Ir al hospital como se sube al avión", por Jesús Villar


"Señoras y señores, bienvenidos a bordo del vuelo 999 de Hispania Airlines con destino Madrid. Les habla el comandante. En pocos minutos cerraremos las puertas de embarque. La duración del vuelo será de dos horas. Tengo el placer de informarles de que tenemos un 96% de probabilidades de alcanzar nuestro destino sin que se produzcan grandes daños durante el vuelo y que la posibilidad de cometer un error grave, tanto si se lesionan o no, es de sólo un 7%. Abróchense los cinturones de seguridad y disfruten del vuelo. El personal de cabina les informará de las dudas que tengan. El tiempo en Madrid es soleado".

¿Se quedarían ustedes en el avión? Lo dudo. Por suerte, las estadísticas sobre seguridad de las compañías aéreas son muchísimo mejores que estos datos. Desde 1990 las líneas aéreas de EE UU y de la UE sólo han tenido un accidente por cada cuatro millones de aviones que despegan, pese al aumento del tráfico aéreo y a la complejidad de los sistemas de vuelo. Un pasajero tendría que volar continuamente durante 20.000 años para tener un 50% de probabilidades de sufrir un accidente aéreo.

La asistencia sanitaria es una historia muy diferente. La complejidad de la medicina moderna se asocia con riesgos que asustan. Un estudio reciente en dos de los mejores hospitales de EE UU demostró que se producían errores graves o potencialmente graves en 7 de cada 100 pacientes. Una revisión de más de 30.000 historias clínicas en Nueva York encontró que cerca del 4% de los pacientes desarrollaron complicaciones durante su hospitalización: más de la mitad eran evitables y el 14% causaron la muerte.

Si estas cifras se extrapolaran al sistema sanitario español, más de 17.000 personas morirían cada año por errores evitables. Es verdad que existen riesgos por el hecho de estar encamado en un hospital, pero si además el paciente está en coma o necesita respiración artificial, el riesgo de complicaciones es mayor. Hace unos años, médicos de Israel publicaron que en pacientes muy graves se realizaban unas 180 acciones cada día (auscultar, dar una medicación, cambiar las sábanas, extraer sangre, insertar un catéter intravenoso o aspirar secreciones traqueales), cada una de ellas con sus riesgos. Descubrieron que los profesionales sanitarios cometían una media de un error por cada 100 actos; esto es, cerca de dos errores diarios por paciente.

Estos datos están empezando a llamar la atención de profesionales y gestores sanitarios en todo el mundo para reformar y evaluar con rigor los cuidados sanitarios y hacerlos mucho más seguros. Entre las acciones propuestas se incluyen la formación continuada de todos los empleados de centros sanitarios y la implantación de normas obligatorias de cuidados, programas de vigilancia y sanciones. Estudios científicos en psicología de organizaciones han dejado claro que en empresas complejas como los hospitales, la seguridad no depende de la persuasión sino del diseño apropiado de los equipos, de los trabajos, de los sistemas de apoyo y de la propia organización. Si queremos una asistencia sanitaria más segura tendremos que diseñar programas y sistemas de cuidados más seguros. Cada año, unas 300.000 personas desarrollan infecciones adquiridas en los hospitales españoles, algunas de ellas causadas por bacterias tan letales como el Acinetobacter que podría haber causado cientos de muertos por neumonía y sepsis en los últimos tres años. Las especies de esta bacteria son resistentes a muchos antibióticos y capaces de sobrevivir en cualquier sitio de un hospital, como se ha visto en el reciente brote del hospital 12 de Octubre de Madrid.

En respuesta a este problema, la Secretaría para la Salud en Gran Bretaña ha puesto en marcha una serie de medidas para reducir el riesgo de transmisión de infecciones. La clave no está en nuevos descubrimientos ni en mejores diagnósticos, sino en la limpieza aséptica y celosamente controlada de las camas y aparatos que se usan en pacientes (pies de sueros, sillas de ruedas, bombas de infusión, estetoscopio) y en el lavado de manos antes y después de cada vez que el personal sanitario atienda a un paciente. Por lo general, los médicos y profesionales de enfermería no suelen limpiar o desinfectar el estetoscopio que llevan alegremente al cuello o asomando por los bolsillos de la bata o del pantalón. Los hospitales británicos exigirán que sus profesionales sanitarios cumplan con rigor las normas de esterilidad en todos los procedimientos invasivos, así como ciertas normas de disciplina en el vestido y en el uso de uniformes dentro y fuera del hospital. No se permitirá el uso de ninguna prenda o accesorio que cubra o se ponga en los brazos por debajo de los codos ya que las mangas, relojes, pulseras y anillos están contaminados. Es el adiós a la clásica bata blanca y al uso de la corbata a la cabecera del paciente. ¿Quiénes lavan regularmente su corbata? Todos los hospitales deberán controlar cualquier violación de estas medidas y hacer pública su incidencia global de infecciones.

Decía Aristóteles que "nos convertimos en lo que hacemos; así pues, la excelencia es más un hábito que una virtud". Los pacientes demandan que los profesionales sanitarios tengan los mismos hábitos de seguridad que percibimos cuando subimos a un avión. (El País, 20/05/08)




Organización Mundial de la Salud





lunes, 19 de mayo de 2008

Humo, máscaras, personas





Gente caminando


"Prosopon" es palabra griega y con ella se designaba a la máscara que los actores usaban en el escenario para representar un personaje en las tragedias clásicas. De allí pasó al etrusco como "phersu", y de éste al latín, ya convertido en "persona". Es decir, que los antiguos ya tenían claro que ser persona lo que significa es representar un papel en la vida. Nada más, o nada menos..., según se mire.

Leo en el número de mayo-junio de "La Luna del Cuyás", la excelente revista bimensual del teatro Cuyás en Las Palmas, una reseña de una de las obras programadas para los días finales de este mes de mayo: "Humo", de Juan Carlos Rubio. No se quien la ha escrito pero me parece que merece la pena reproducir sus primeros párrafos porque se pueden aplicar al ámbito general de la vida, y no sólo al del teatro.

Dice así: "El escenario es un ámbito mágico donde se descubren dimensiones escondidas de la existencia: sueños pesadillas, ilusiones, anhelos, recuerdos, deseos ocultos, esperanzas y temores... El enigma de la vida, que se escapa tantas veces a los argumentos de la razón, se muestra en el escenario con toda su grandeza.

En ese gigantesco espejo tratamos de reconocernos y, al actuar, sentimos que existimos. Lo mismo hace cada ser desde que nace hasta que muere; repetir concienzudamente su papel durante toda su vida.

Apariencia y simulacro, eso es "Humo". Si alguna vez llegamos a comunicarnos con los demás es sólo por azar. La máscara es la existencia posible. Sin ella los tigres del pasado que esconden nuestra conciencia nos comerían por dentro. Sólo si nos alejamos de nosotros mismos podemos ver, y burlarnos, como representamos ante el mundo nuestro absurdo y tonto papel.

Algunos incidentes aparentemente triviales marcan nuestro destino, nos guste o no, y después dedicamos el resto de nuestra vida a defendernos como víctimas, haciendo el papel de culpables, ante el gran jurado del mundo. La única forma de sobrevivir sin caer en la locura es reirnos de nosotros mismo." O escribirlo, pienso yo... aunque sólo lo leamos nosotros... Sean felices. Hoy me ha resuelto el día la reseña. HArendt



Máscaras teatrales





domingo, 18 de mayo de 2008

Ensoñaciones





Cartel electoral




Dice el escritor Manuel Vicent en la "Última" de El País de hoy que "muchos no comprenden todavía por qué vota a la derecha la gente de los suburbios de las grandes ciudades que se levanta a las seis de la mañana a trabajar hasta dejarse la piel sin más horizonte que seguir así hasta el final de sus días". Con sinceridad, yo tampoco. Puedo entender y me parece normal que vote por la derecha la buena clase dirigente de la industria o el comercio que vive en el barrio de Salamanca de Madrid. ¿Pero el obrero industrial o el empleado o administrativo residente en Delicias o el Puente de Vallecas? ¿O el estudiante universitario de familia humilde o clase media media de la complutense? No lo entiendo, pero esa es la realidad. Y debería tener una explicación racional. ¿La qué aduce Vicent? Pues no lo se... He citado a Madrid sin intención dolosa alguna. Podemos hacerlo con Italia... ¿Cómo puede ser que un mafioso declarado y confeso como Silvio Berlusconi, un Jesús Gil en guapo y con más dinero, obtenga de nuevo la mayoría absoluta en Italia? ¿A qué tipo de ensoñación somete la derecha a sus votantes para conseguir una obnubilación tan radical de sus mentes? Sean felices a pesar de todo. HArendt






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La modelo Alicia Silverstone



"Estafa", por Manuel Vicent

A la clase obrera hoy le basta con cerrar los ojos para soñar con el paraíso en la tierra. Al instante, en mitad de la frente comienzan a cimbrearse las palmeras de una playa de los mares del sur, la misma que aparece en un calendario editado por cualquier fábrica de embutidos. Muchos no comprenden todavía por qué vota a la derecha la gente de los suburbios de las grandes ciudades que se levanta a las seis de la mañana a trabajar hasta dejarse la piel sin más horizonte que seguir así hasta el final de sus días. Los autobuses, el metro y los cinco carriles de las autopistas vierten en el corazón de todas las urbes de Occidente un aluvión humano indefenso. A esa hora, recién salido del sueño, el cerebro se halla muy blando todavía y da entrada franca a todos los mensajes con los que es bombardeado de forma inmisericorde. Sobre la multitud de cabezas desamparadas en los andenes del suburbano resplandecen los paneles publicitarios. La marca de una crema se desliza por la piel de un cuerpo desnudo de belleza inaccesible que, no obstante, parece estar al alcance de la mano. Desde los vertederos industriales de las afueras se elevan sobre la extensión de coches atascados unas vallas con un rostro femenino en actitud de entrega cuyos labios entreabiertos ofrecen al automovilista la vaga promesa de huir con él un día al salir del trabajo. En la parada del autobús una chica de piernas largas o un joven de mandíbula cuadrada con los pectorales muy marcados se quedan siempre en tierra, pero desde el diorama acompañan al viajero con una mirada seductora hasta la primera curva y le mandan un mensaje a través de la ventanilla: si hoy trabajas muy duro, todo cambiará mañana. Esfumado el valor de la solidaridad, mucha gente, que se mata para salir adelante con una agonía tenaz, vota a la derecha porque espera ser como ella y su cerebro crea un horizonte de felicidad no muy distinto de las ofertas excitantes que emanan de los paneles publicitarios. En ellos cada promesa es un reto, una meta. Donde antes había ideas ahora sólo hay marcas. Donde antes había sentimientos ahora sólo hay sensaciones. La izquierda ha quedado en una difusa conciencia de rebelión colectiva frente a esa estafa. (El País, 18/05/08).







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 Manuel Vicent




miércoles, 14 de mayo de 2008

Con Mayúsculas






Siempre he tenido miedo de la gente que habla con mayúsculas. Y no me refiero a las que hablan o escriben en alemán, que hace uso profuso de ellas... Me refiero a aquellos a los que no se les cae de la boca, la pluma o el teclado palabras como Dios, Patria, Libertad, Justicia, Estado, Nación, Derecha, Izquierda, Religión y todo el largo etcétera que ustedes quieran. Me mosquean muchísimo porque suelen ser -hay pocas excepciones a la Regla (con mayúscula)- los que uso más torticero hacen de esos valores que dicen, de boquilla, defender.

Frente a la generalizada apelación a los "Valores" (con mayúscula) no vendría mal un poco más de prosaico interés en la defensa de los derechos y libertades individuales consagrados constitucionalmente y cada vez más restringidos en esta España y Europa nuestra de los "Valores" (de nuevo con mayúsculas).

Es la tesis que mantiene Daniel Innerarity, profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza, en un artículo de El País de hoy titulado "Cuidado con los valores", que comienza con una anécdota que dice que "cuando un profesor de Oxford se refiere a la decadencia de Occidente, en realidad está pensando en lo malo que es el servicio doméstico." ¿Una butade de otro insigne profesor universitario? Me temo que no. Porque como dice en su artículo, "a lo largo de la historia, los seres humanos hemos justificado hasta lo menos justificable apelando a los valores morales. Pero habría que preguntarse si con la actual inflacción de discursos morales no se está poniendo de manifiesto algo más ideológico e inquietante para las democracias contemporáneas ../.. un cuestionamiento de la prioridad que en una sociedad democrática le corresponde a los derechos, el consentimiento, las garantías y las libertades individuales ../.. reduciendo el espacio de la política, no para fundar los derechos sino para ponerlos en cuestión"... Espero que lo disfruten. Sean felices. HArendt



No se puede mostrar la imagen “http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/a/a7/Eug%C3%A8ne_Delacroix_-_La_libert%C3%A9_guidant_le_peuple.jpg/400px-Eug%C3%A8ne_Delacroix_-_La_libert%C3%A9_guidant_le_peuple.jpg” porque contiene errores.
"La Libertad guiando al pueblo", de Eugene Delacroix



"Cuidado con los valores", por Daniel Innerarity

Alguien dijo una vez que cuando un profesor de Oxford se refería a la decadencia de Occidente, en realidad estaba pensando en lo malo que era el servicio doméstico. La apelación a los valores sirve para llamar la atención sobre realidades valiosas, pero también para otras muchas cosas, algunas de muy poco valor en sí, pero de gran utilidad para quien lo realiza, como obtener alguna ventaja particular o para esquivar el punto de vista de los derechos, siempre más comprometido. La causa principal de que el recurso a los valores sea hoy tan recurrente probablemente haya que buscarla en una huida frente a la complejidad. Quien no se aclara, alivia su incomodidad instalándose en alguna evidencia que sea poco discutible. La queja moral apunta a una situación general de pérdida de valores, relativismo, consumismo, desorientación, insolidaridad, hedonismo, deslealtad, tradiciones que se abandonan. En todas partes parecen quebrarse estructuras, consensos y autoridades. Las clases sociales se difuminan y la sociedad pierde cohesión, las empresas se volatilizan en tramas virtuales, el poder del Estado se debilita, los electores son de poco fiar.

Ahora bien, el público que escucha con agrado los diagnósticos sobre la crisis de valores suele estar afectado de una carencia de conciencia histórica. Una opinión bastante extendida tiende a suponer que vivimos en un tiempo de cuestionamiento y crisis. Nuestro presente sería algo así como un momento crítico, entre el ya no y el todavía no. Ya no creemos las grandes representaciones del pasado, pero todavía no hemos conseguido sustituirlas por otras. El presente sería una especie de tierra de nadie entre las seguridades tranquilizadoras del pasado y las que sólo podemos esperar del futuro. Creo que este análisis es completamente ilusorio; responde a una ilusión que, por cierto, no es un invento nuestro, sino probablemente una característica más o menos común a todo tipo de presente.

Lo cierto es que desde hace algún tiempo, los principales partidos de nuestras sociedades democráticas, sean conservadores o progresistas, parecen tentados por volver a dar un lugar central a la defensa de los "valores morales". Esta apelación jugó un papel determinante en la reelección de Bush en noviembre de 2004, pero tampoco se trata de una peculiaridad norteamericana, pues hace tiempo que los valores morales ocupan también un lugar central en las campañas electorales europeas.

Este fenómeno de "moralización" de la vida pública se puede observar en manifestaciones muy diferentes, y cualquiera podría añadir otras muchas a las pocas que voy a mencionar aquí. Las pastorales de los obispos declinan una cruzada contra un supuesto relativismo moral y ofrecen unas orientaciones que en su literalidad no reflejan más que lugares comunes y en su contexto funcionan como tomas de partido. Por otro lado, la creciente judicialización de la política no tiene su origen en la garantía de los derechos y libertades, sino en la protección de unos valores que son entendidos de manera que precariza tales derechos y libertades.

También el fallido Tratado Constitucional de la Unión Europea apelaba a los valores comunes, concitando en torno a ellos la aprobación tanto de sus partidarios como de sus detractores. De esta manera, parecía darse a Europa una suerte de identidad sentimental más allá de los intereses económicos y de las abstracciones jurídico-políticas. Debió parecer más afectivo que el lenguaje frío de los derechos y los principios, más fácil de comprender y susceptible de generar la adhesión.

Este énfasis en los ideales y valores sobre las reglas y derechos no deja de ser significativo. En estos y otros ejemplos se advierte cómo el recurso a la moral debilita otros puntos de vista y otros niveles de realidad que son muy importantes, como la política o el derecho, cuya lógica específica no se acierta a respetar.

Pero tampoco en el inventario de los valores preferidos están todos los que son. De entrada, lo que en estos debates se llaman "valores morales" suelen ser aquellos que conciben tradicionalmente los conservadores y del modo como los conciben (familia, patria, vida, seguridad, mérito, orden, autoridad...), pero no otros que están más bien en el campo contrario y que no parecen menos importantes, como servicio público, universalidad, libre consentimiento, responsabilidad o solidaridad. Probablemente, el hecho de que la agenda pública del debate acerca de los valores se centre más en los primeros que en los segundos sea una concesión intelectual de los progresistas a los conservadores, una de las más flagrantes, ni la primera ni la única.

Mientras no se revisen esta y otras concesiones, el espacio de la discusión política seguirá sembrado de esas ventajas y desigualdades en materia de reputación que dificultan enormemente una confrontación equilibrada. No es tanto la abstención lo que perjudica a la izquierda, como suele decirse, sino la selectividad con la que se definen las prioridades morales.

Hay quien sólo verá en esta apelación generalizada a los valores un ejercicio de oportunismo y, si esta interpretación fuera la correcta, no tendríamos demasiados motivos para preocuparnos. A lo largo de la historia, los seres humanos hemos justificado hasta lo menos justificable apelando a los valores morales. Pero habría que preguntarse si con la actual inflación de discursos morales no se está poniendo de manifiesto algo más ideológico e inquietante para las democracias contemporáneas. Y es que el discurso de los valores puede ser la expresión de un cuestionamiento de la prioridad que en una sociedad democrática le corresponde a los derechos, el consentimiento, las garantías y las libertades individuales. Cuando hay una cultura política débil, la apelación a los valores en general, incluso aunque esté aparentemente destinada a fundar los derechos y libertades, acaba paradójicamente en el resultado opuesto: contestando los derechos y fragilizando las libertades individuales. El lenguaje de los valores es utilizado para reducir el espacio de la política, no para fundar los derechos sino para ponerlos en cuestión, como es el caso, por ejemplo, de la apelación a la familia, al trabajo o a la seguridad.

Tal vez no sea moralmente correcto llamar la atención sobre la falta de evidencia de unos valores a los que se apela como realidades incontrovertibles, o advertir que el acuerdo sólo durará lo que tardemos en abandonar la generalidad de los principios y descender al áspero terreno de las concreciones. Se arriesga uno a pasar por alguien de convicciones escasas. Pero si hay que tener cuidado con los valores no es porque no existan, sino porque hay demasiados, es decir, en competencia, necesitados de concreción y equilibrio.


El cuidado con los valores es la mejor prueba de que se los aprecia y respeta. En la anécdota maliciosa que contaba al principio, el profesor de Oxford estaba pensando en otra cosa cuando hablaba de crisis de valores; nuestros actuales orientadores en materia moral están pensando en cómo recortar algún derecho o en cómo introducir un punto de vista particular y discutible como si fuera una verdad evidente. Se olvidan interesadamente de que hay un debate sobre el "valor de los valores", e incluso un uso expresamente ideológico del lenguaje moral frente a la lógica de los derechos y deberes. No respetan a quien discrepa porque tampoco respetan la riqueza y complejidad de esos valores bajo cuya protección se encuentran siempre instalados con tanta comodidad. (El País, 14/05/08)





El profesor Daniel Innerarity



martes, 13 de mayo de 2008

La insoportable levedad del ser



Dante leyendo su "Comedia"


Leo en "Tu rostro mañana. Fiebre y lanza", de Javier Marías (Suma de Letras, Madrid, 2004; página 143) el comentario que el autor pone en boca de uno de los personajes de la novela sobre el sentimiento de pánico que los humanos sentimos cuando "nel mezzo del cammin di nostra vita" (Dante: Comedia, I, 1) decidimos hacer balance de situación: "Porque al final de cualquier vida más o menos larga, por monótona que haya sido, y anodina, y gris, y sin vuelcos, habrá siempre demasiados recuerdos y demasiadas contradicciones, demasiadas renuncias y omisiones y cambios, muchas marcha atrás, mucho arriar banderas, y también demasiadas deslealtades, eso es seguro. Y no es fácil ordenar todo eso, ni siquiera para contárselo a uno mismo."

No es fácil, desde luego. Y si se hace sinceramente, el resultado suele ser doloroso. ¿Por qué?, me pregunto. Si no hay más vida que ésta, ¿merece la pena el esfuerzo?... No lo se... Me quedé dándoles vueltas, tampoco en exceso, a la frase. Recordaba haber leído algo parecido en las "Meditaciones" de Marco Aurelio (Temas de Hoy, Madrid, 1994), el emperador filósofo del siglo II, que tan mal parado sale (muere asesinado por su hijo Cómodo) en "Gladiator" (una licencia histórica de Ridley Scott que no venía a cuento pero le daba dramatismo a la película). La he encontrado justo al final del Libro XII-32, y dice así: "¡Qué minúscula parte del tiempo infinito, insondable, se ha asignado a cada hombre, pues en un instante se desvanecerá! ¡Qué minúscula parte de la sustancia universal! ¡Qué minúscula parte del alma universal! ¡Qué minúscula la porción de la tierra universal sobre la que te arrastras! Ponderando todo esto, sólo tiene valor actuar siguiendo la guía de tu propia naturaleza y sufrir lo que trae la naturaleza universal."

Perdonen las molestias, aunque tampoco creo que haya sido para tanto, ¿verdad? Sean felices. HArendt



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La expulsión del Paraiso, por Miguel Ángel





Sensualidad




Museo Rodin, París


La fundación Mapfre abre mañana en Madrid una interesantísima exposición dedicada al gran escultor francés Auguste Rodin. No se si es la misma que yo tuve ocasión de ver, hace justamente seis años por estas fechas en Gran Canaria, organizada en aquella ocasión por la Fundación La Caixa. Supongo que sí. Si no es la misma fue muy parecida, pues casi las mismas obras que recalan ahora en Madrid las vi yo entonces en la Sala de Exposiciones de La Regenta en Las Palmas. Recuerdo que me impresionó en gran manera la reproducción a escala, del mismo Rodin, del impresionante y magnífico grupo escultórico titulado "Los burgueses de Calais". En todo caso, la estrella de la exposición era, como supongo que ocurrirá ahora en Madrid, "El beso". Para mi, sin duda, la más sensual escultura de la historia. La habrá más bellas, mejores, más impresionantes, pero no más sensuales...

Ángeles García, en su artículo de hoy en El País, comenta la apertura de la exposición madrileña y señala al inicio del mismo el erotismo de alto voltaje que sacudía Europa en el último tercio del siglo XIX, desde la psicología del subconsciente de Freud, hasta el arte del mismo Rodín, Klimt o el también pintor realista francés, Gustave Courbet, pintor de campesinos y obreros, pero también autor de una de las obras más provocadoras de la pintura europea: "El origen del mundo", que pueden ver más abajo. Por cierto, que el escritor chileno Jorge Edwards, tomando como eje central de su trama el parecido del torso desnudo de la protagonista de su novela homónima con la pintura de Courbet escribió hace unos años una deliciosa y divertida historia que les recomiendo encarecidamente: "El origen del mundo" (Tusquets, Barcelona, 1996). Disfruten de la exposición, de la novela, de la vida: no tenemos otra... Y sean felices. HArendt



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El beso, por Auguste Rodin


"La revolución erótica de Auguste Rodin", por Ángeles García

Una exposición muestra el lado más sensual de la obra del artista. Todo parecía estar teñido de sexo en la Europa de finales del XIX y comienzos del XX. De erotismo de alto voltaje. En aquel tiempo y en este lugar arrasaban las teorías del inconsciente de Sigmund Freud; todos miraban embobados a las mujeres de Gustav Klimt y sus compañeros vieneses y Courbet escandalizaba con su más que explícito Origen del mundo. Es en ese entorno de transgresión permanente donde Auguste Rodin (1840-1917) se embarca en la radical transformación de la escultura como se conocía hasta entonces. Rompe con los cánones clásicos y propone todo un mundo marcado por, lo han adivinado... el sexo. Esta tendencia se acentúa en los últimos años de su actividad creativa. La Fundación Mapfre (www.fundacionmapfre.com) abre mañana al público una retrospectiva en la que por primera vez se pueden ver en Madrid 33 esculturas (12 bronces, 3 mármoles y 18 yesos) y 90 dibujos pertenecientes a las colecciones del Museo Rodin de París. La edad de bronce, El beso, Manos de amantes, La avaricia y la lujuria o Balzac son algunas de las piezas más impresionantes y justamente célebres. La exposición se centra en la obra del escultor dedicada expresamente al cuerpo desnudo. Pablo Giménez Burillo, comisario de la exposición, explica que con su trabajo ha pretendido mostrar dos discursos paralelos: uno relatado a través de las esculturas y otro a partir de los dibujos. "Son dos historias diferentes, inevitablemente conectadas, que cuentan cómo un gran artista transformó para siempre la representación del cuerpo humano". Los dibujos, aclara, pertenecen a los últimos años de la vida del creador. "No son bocetos preparatorios de sus esculturas, como podría pensarse. Están hechos de una manera muy rápida, mirando directamente a la modelo y no al papel. Después los calca, los siluetea y los colorea. Hizo muchísimos y son piezas muy delicadas. Es también la forma de expresión en la que se habla del erotismo de una manera más explícita".

El desnudo titulado La edad de bronce (1877) recibe al visitante. La humanidad del cuerpo masculino es tal, que Rodin tuvo problemas para convencer a la crítica de que era un trabajo tomado del natural y no un molde realizado a partir de una persona. "Eliminó todas las referencias hacia lo que hasta entonces había sido algo indiscutible: el canon clásico. Con Rodin, las esculturas pasan a ser de carne y hueso, se humanizan", explica el comisario.

En origen, el escultor presentó esta pieza sin título, como si rehusase bautizarla. A lo cual, la crítica también puso pegas. Un periodista escribió que se asemejaba a la figura de alguien a punto de terminar con su vida y la bautizó como El suicida. No le hizo demasiada gracia a Rodin, a juzgar por el hecho de que la tituló inmediatamente La edad de bronce.

Tras esta embriagadora experiencia aguarda Manos de amantes, obra de 1904. Esculpidas en mármol blanco, las dos manos se acarician con gran sensualidad. Con ellas, Rodin alcanza la máxima depuración formal. Las manos eran uno de los temas favoritos del artista. Cuentan que tenía montones de ellas en su taller. De todos los tamaños y de ambos sexos. En esta escultura se puede apreciar la influencia de Miguel Ángel en el tipo de bases que utiliza para sus piezas. Son soportes que dan una idea de inacabado. "Es", dice el comisario, "una forma de decir: ahí lo dejo. No lo acabo porque el mundo termina cuando yo lo decido". El non finito de Miguel Ángel es especialmente evidente en Fugit amor, una obra en la que un hombre y una mujer están fundidos en un abrazo. Una escultura que es necesario rodear totalmente para poder aprehenderla en todos sus detalles.

Desde el territorio confortable de la escultura, la exposición propone un salto al lado más oculto de Rodin. Es en sus dibujos donde volcó sus mayores obsesiones sexuales. La Europa oficial desarrollaba campañas contra el amor extraconyugal, la prostitución y la pornografía, las madres solteras y todo lo que escapase a la moral más estricta. Pero Rodin nunca se ahorró la expresión de sus pasiones. Sus muchísimas modelos se convierten en amantes ocasionales. Amigo de Gustav Klimt, podían haber rivalizado en número de hijos ilegítimos. Aunque si el austriaco accedía a cederles su apellido, Rodin nunca lo hizo. Ya se sabe que insaciable apetito sexual no suele corresponderse con la responsabilidad.

Todas esas modelos le inspiraron obras que saben ser tórridas al mismo tiempo que delicadas. Las protagonistas parecen a veces en poses relajadas, como de celebración, y otras, con rostros tan dramáticos que recuerdan a los de Egon Schiele o Edvard Munch. Todas ellas son mujeres desnudas de cuerpo y alma. (El País, 13/05/08)



http://www.danieltubau.com/museo/images/origendelmundocourbet.jpg
El origen del mundo, por Gustave Courbet



lunes, 12 de mayo de 2008

A contracorriente




Sala de audiencias (Sevilla)


Se que puedo dar la impresión de que la tengo tomada con la Justicia (o lo que queda de ella en este país nuestro), pero no es así. No tengo ninguna queja personal al respecto. Simplemente, me dan miedo muchas de las resoluciones -o la falta de ellas- que se adoptan en los juzgados y tribunales españoles y la indiferencia o jaleo (de jalear) con que se acogen, según de quién vengan o a quién se refieran...

No acabo de entender muy bien si van por ahí "los tiros" del artículo que hoy publica en La Voz de Galicia, José Luis Barreiro, pero en fin... HArendt




Etarras encapuchados


"Si la sal se torna insípida", por José Luis Barreiro

Más allá del problema terrorista, la presencia obsesiva de ETA en los discursos políticos ha servido de coartada para cuatro cosas muy graves: para que nadie advirtiese el crecimiento de la violencia organizada; para que los jueces perdiesen el sentido garantista de su profesión y de las normas procesales; para que las fuerzas de orden público sean casi inmunes a la crítica social y a sus controles internos; y para que los ministros del Interior obtengan un sobresaliente sin necesidad de demostrar su eficiencia. Y así se asentó entre nosotros la idea de que un discurso de Otegi es más grave que la corrupción de un juez o de un policía; o de que la presentación de una moción de censura en Mondragón beneficia más a España que la lucha contra las bandas armadas que operan en Málaga o Madrid.

Hace unos meses comenté con excepcional desagrado la leve sentencia que cayó sobre un grupo de guardias civiles que apalearon hasta la muerte a un gitano que había entrado en el cuartel para solicitar protección. No hace más de dos semanas llamaba la atención sobre el desprecio de la ley que demostraban los policías municipales que, sin más objetivo que el de reivindicar mejoras laborales, colapsan sus propios servicios con bajas médicas fraudulentas. En la misma línea me he pronunciado contra las leves sanciones impuestas a ciertos jueces que abusan criminalmente de su autoridad a favor o en contra de los presos, que mantienen connivencia con mafias criminales o especulativas, o que imponen sus prejuicios morales al margen de la ley. Y ahora llega el caso de la policía municipal de Coslada, donde el sheriff Ginés aterrorizó a la población durante veinte años, al puro estilo de los thrillers americanos, sin que hubiese saltado ningún control judicial, policial o político.

Si la sal se torna sosa ya no hay con qué salarla, y «no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres» (Mateo, 5,13). Y eso es lo que sucede en una democracia cuando la policía o los jueces se corrompen, porque ellos son la sal de nuestra libertad. Cuando el terrorista asesina, o el mafioso extorsiona y roba, o el proxeneta trafica, o el machista viola y mata, el Estado tiene respuesta, y toda la sociedad está preparada para defenderse desde la legalidad y sin que el orden social se derrumbe. Pero cuando la Justicia se hace injusta, o la policía ladrona, todo el Estado queda herido, y debe ser restaurado con un enorme rigor y con urgencia. Aunque tengo la impresión de que, bajo la influencia de ETA, hemos perdido el sentido de lo que Xoprioritario e importante en materia de justicia, paz social y orden público. Como si la sal se nos estuviese volviendo insípida. (La Voz de Galicia, 12/05/08)




Xosé Luis Barreiro





Leopoldo




Leopoldo Calvo Sotelo



El pasado 4 de mayo publiqué un sentido comentario de homenaje al expresidente del gobierno de España don Leopoldo Calvo Sotelo en mi anterior y, de momento, comatoso blog "Desde el Trópico de Cáncer" (Primera época). Hoy, desde Ámsterdam, mi querida amiga Ana, me envía el que en la página electrónica de El Confidencial publicó el sábado pasado el anónimo articulista conocido por el seudónimo de Incitato (Incitato era el nombre del famoso caballo del emperador Calígula elevado a la condición de senador por su dueño). Me parece una deliciosa historia, por lo qué dice y por cómo lo dice, sobre el buen humor que caracterizaba al expresidente fallecido. Y no me resisto a compartirla con ustedes. Disfrútenla. Y sean felices. HArendt




Catafalco con los restos mortales de Calvo Sotelo




"Vete en paz, don Leo, escritor", por Incitato
(El Confidencial, 10/5/2008)

No me alcanzó el valor, don Leo querido, para ir a tu funeral y menos a tu entierro en Ribadeo. No me gustan esas cosas. Ni siquiera en Ribadeo, que ya es decir. Estoy tan harto de entierros que no pienso asistir ni siquiera al mío. Es lo que decía el gran Luis Sánchez Polack, o sea Tip: "El día en que me muera / quiero estar vivo / para ver si a mi entierro / van mis amigos". Yo no fui al tuyo, buen don Leo, aunque te quería de verdad, y me limité a ver por la tele el impresionante funeralazo que te preparó el presidente Zapatero (fue él, y no Aznar, como se ha dicho por ahí, quien encargó y supervisó, en todos sus detalles, la ceremonia), tu féretro larguirucho envuelto en la bandera nacional, las salvas de ordenanza, las músicas, el desfile y aquello de los militares entrando en el Congreso contigo a hombros. Lo que te habrás reído, no me digas que no. Según eras. Unos militares zarrapastrosos, cutres y antiespañoles estuvieron a punto de truncar, en aquel infausto día de febrero de 1981, tu investidura como presidente del Gobierno (y con ello la voluntad y el futuro de este país), y otros militares, ahí está el asunto, don Leo; muy otros militares, éstos dignos, abnegados, civilizados y constitucionales, te volvieron a meter en el hemiciclo del Congreso por última vez, a paso fúnebre y con todos los honores. El soneto que habrías escrito para descollonarte de la paradoja.

Porque ahí es donde quiero ir, amigo mío. Tú has sido un hombre de vocación frustrada. Triunfaste en casi todas tus empresas, como deseaba el sabio proverbio romano, pero pocos te aplaudimos con auténtica sinceridad en el empeño en que más deseas¬te, aunque fuese casi a escondidas, el reconocimiento: la Literatura. Te lo dije, recuérdalo, aquella noche de febrero de 2006 en que nos encontramos (no nos encontramos, coño; yo fui a buscarte) en la cena que te daban en un hotel de Madrid:

–Presidente, qué pedazo de escritor se ha perdido este país por culpa de la puñetera política, de la banca, de la Renfe, de los explosivos y hasta de las Comunidades Europeas.

–Hombre, Inci… Que tengo tres libros publicados…

–Treinta habías de tener. Y de ellos, seis de poesía burlesca.

–Bah. Yo creo que no lo he hecho tan mal, caramba.

–Sin duda. Es la primera vez en la historia que España disfruta de un jefe de Gobierno capaz de crear sonetos tan magníficamente envenenados que habrían puesto pálido de envidia a Quevedo.

–Venga, venga. Exageras, senador.

–Tú sabes bien que no.

Y claro que lo sabías. Yo acababa de recitar, de memoria y mirándote a los ojos, delante de un centenar de encorbatadísimos ejecutivos (muchos eran antiguos alumnos de la universidad de Yale), una obra maestra absoluta de la poesía satírica en español: aquel soneto que tú, Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo, clavaste, como una estocada impecable, en la testuz de cierto chisgarabís que fue compañero tuyo en uno de los Gobiernos que presidió Adolfo Suárez, y que comienza así: "Ayer, en su cacatio matutina / que tan píos sermones nos reserva…" No lo reproduzco entero porque no debo repetirme, que a veces se me escapan anécdotas ya relatadas y luego me riñen: esta historia ya la conté aquí hace dos años largos. Y, además, el chisgarabís está vivo, aunque muy mayor y muy pocho, y no es nada agradable hacer sangre (tú nunca la hubieras hecho) de gente que no está en condiciones de, a su vez, desenvainar. Por edad, por circunstancias de la vida… o por falta de talento. Tú, don Leo, te podías comparar a Quevedo, pero el chisgarabís jamás fue Góngora, pobrecito. ¿Meterse ahora con él? "Qué error, qué inmenso error".

Pero no fue sólo aquel soneto magistral. Es que tú, Leopoldo, te lo habías leído todo, caramba, y además lo recordabas. Eso se notaba siempre. Martirizabas a tus amigos y colaboradores, los que te preparaban en Moncloa aquellos que tú llamabas "papeles" sobre los que se habían de construir tus intervenciones públicas. Es que no eras físicamente capaz de no corregir, escolar y puntillosamente, acentos, puntos, comas, puntos y comas y los dos puntos. Una de tus varas de medir a los seres humanos (vara que yo comparto con fervoroso entusiasmo) era la ortografía, y otra, más alta y más dura aún, el dominio de la sintaxis. Fritos tenías a quienes trabajaban en tu Gabinete, y esa fritura logró que varios de ellos escriban hoy como los ángeles y dominen la Preceptiva bastante mejor que el padrenuestro.

El resultado no podía ser otro: tu colección de discursos e intervenciones públicas, que editó la Secretaría de Estado para la Información hace veintiséis años y que me regaló el otro día uno de tus más fieles amigos, es una valiosísima joya no ya política, sino literaria.

Y luego están, no faltaba más, tus libros. Ahora que te has muerto se puede decir esto sin vacilación: el primero de ellos, Memoria viva de la Transición (Plaza y Janés, 1990), es, sin comparación posible, el mejor libro de memorias políticas publicado en España durante todo el siglo XX. Por lo que contaste y, esto sobre todo, por cómo lo contaste. Y mira que los hay buenos, ¿eh? Pero Fraga, que anota cosas importantísimas, hace nada más que eso: anotarlas con una sintaxis y un estilo que te hacen sentir, al leerlo, más o menos como te sentirías tras deglutir tres latas de fabada. Uno de tus más perversos judas, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, escribió una larguísima y muy bien redactada autoexculpación que recuerda mucho al Libro de los Muertos de los egipcios, porque lo único que intenta es convencer al lector de que las cosas sucedieron de un modo totalmente distinto a como en realidad pasaron, y de que él era, hay que ver, más o menos un entrevero de Santa Gema Galgani y Sandokán, pero con gafas muy gordas. Suárez no escribió sus memorias. Aznar no cuenta, porque se las escribieron. A Carrillo le salió una cosa muy interesante pero que parece redactada en tetragramas de canto gregoriano. Guerra lo hizo francamente bien, pero la verdad es que no te alcanza.

Sólo un escritor, un verdadero escritor con una sabiduría, una honestidad y un sentido del humor que muy pocos te reconocen hoy, podía ser capaz de escribir en sus memorias (además del soneto inmortal al chisgarabís) frases como estas: "Me acuso de vanidad, porque pensé durante algunos años que había entendido a Pío Cabanillas". "Me acuso de ser Calvo-Sotelo los lunes, miércoles y viernes, y Bustelo los martes, jueves y sábados, como dijo Alfonso Osorio; y de no haber trabajado bastante los domingos". Otra: "Me acuso de no haber sabido reponer con demagogia los votos que perdía haciendo lo que tenía que hacer". Y la última, last but not least: "Me acuso de haber creído que Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a decir sencillamente, claramente, sí o no a todos… menos a algunos democratacristianos".

Los otros dos libros, Papeles de un cesante (Galaxia Gutenberg, 1999) y Pláticas de familia (La Esfera, 2003) son apenas una muestra luminosa de lo que pudiste regalar a los lectores de no haber sido, como una vez me dijiste (fue en mayo del año pasado), "un escritor frustrado que durante muchos años distrajo su frustración trabajando con rigor en otras cosas". Y qué cosas. Poner en marcha el juicio del 23-F, recurrir la sentencia del Tribunal Militar (que parecía redactada por las madres de los procesados) ante la mucho más dura y honesta Justicia civil, lo cual disolvió como un azucarillo en agua el por entonces temible "ruido de sables" que a todos nos quitaba el sueño; bregar como nadie lo ha hecho por encajar a nuestra difícil y montaraz España de entonces no sólo en la OTAN, trabajo que terminaron los desasnados socialistas mordiéndose el rabo que llevaban entre las piernas, sino sobre todo en aquella Europa adolescente en la que tanto mandaba aquel cabrón con pintas (dicho sea desde el punto de vista español) a quien tú llamabas el emperador Giscard…

Sí, querido Leopoldo, no lo hiciste "tan mal", como tú decías. Qué narices. Fuiste, en mi opinión, un espléndido, decisivo, trascendental gobernante de nuestro país, a pesar del poco tiempo que tuviste para tratar de sosegarlo. Como presidente, fuiste casi tan bueno como escritor hubieras sido de haberle echado más tiempo a los sonetos y a los epigramas. Pero la leyenda urbana eso no lo sabe. Aun hoy te tienen por un tipo gris, soso, cenizo, medio gafe y antipático. Un gilipollas con micrófono episcopal se ha creído que decía una cosa graciosísima cuando te rebautizó, no hace mucho, como "Leotelo Caldo Sopolvo", lo cual da la medida exacta del ingenio de ese innoble bruto salvapatrias. Muy pocos han oído hablar del Leopoldo nocturno, del consumado experto (teórico y nada más, desde luego, porque ahí estaba tu Pili, a la que adorabas con toda tu alma) en señoras de buen ver; del impenitente contador de chistes por completo impublicables, del Calvo-Sotelo aficionado a tascas y tabernas, comedor de cangrejos con los dedos, bailón de salsa. Es que hay que jo…, don Leo, con las leyendas urbanas.

Tú diciéndole al presidente de no sé qué banco (no lo recuerdo bien ahora, o no quiero hacerlo), que te estaba contratando, que no te esperase para trabajar a las ocho y media de la mañana, como a todo el mundo, sino a las nueve y media, porque a ti te sentaba fatal madrugar. Tú de chaval, monárquico juanista apasionado, dándote de leches, en pleno paseo de la Castellana, domingo tras domingo, con los falangistillos del SEU. Tú tirándole los tejos a una chica preciosa nada menos que en el despacho de su señor padre, que era el ministro de Educación, José Ibáñez Martín, que te quería mandar a la cárcel desde allí mismo por montarle huelgas en la Escuela de Caminos (y cuatro años después te casaste con ella, con Pilar). Tú, presidente en visita oficial, comiéndote, supongo que sin respirar, el incalificable mono asado que te hizo servir en Malabo el déspota de Guinea, Obiang, que olía a corrompido desde el pasillo que llevaba al comedor (me refiero al mono) (también). Tú, ya viejo, asegurando, con una socarronería galaica sencillamente genial, que Aznar te parecía muy bien, ¡muy centrista!, pero que de ninguna manera te pensabas apuntar a su partido, que hasta ahí podía llegar la riada.

Y tú, al fin, tumbado, acarreado por los nuevos militares españoles que pisaban, tempo di marcia fúnebre, las alfombras del Congreso que deshonraron Tejero y sus cuatreros vestidos de verde. Sin duda sonreías dentro del cajón. De haberte visto, qué soneto habrías escrito, escritor. Me imagino el principio: "De Tejero los ríspidos bigotes, /antiestéticas cerdas antiguallas, / cenizos cual escoria de fornallas, / negros y bastos como calabrotes, / se quedaron en tristes monigotes / que el tiempo ya olvidó; hoy las batallas…"

Pero no. No voy a seguir. Yo no soy capaz de escribir un soneto ni remotamente comparable a los tuyos, don Leo. Es mejor dejarlo aquí y pasar el tiempo releyendo tus páginas sabias, perfectas, llenas de humor y, a veces, de algo que pudiera parecerse a la melancolía.

Vete en paz, querido amigo. Hiciste bien, muy bien, el trabajo que te tocó hacer en tu larga vida. Es llegada la hora, la medianoche en punto, y tienes derecho al descanso.

Te será leve la tierra oscura de Ribadeo.


Parte tranquilo, hombre bueno. Tu memoria está bien custodiada. Vete en paz. 




La Moncloa (Madrid). Sede de la presidencia del gobierno de España




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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)