domingo, 23 de junio de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] Prensa y democracia. [Publicada el 04/07/2017]












La democracia requiere hechos, escribía el director del diario El País, Antonio Caño, en su periódico hace unos días (publicando un extracto del discurso pronunciado en la inauguración de los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco), y el periodismo, añadía, está siendo sustituido por “el relato” que crea una narración de los hechos al gusto del consumidor. Eliminada la función crítica de la prensa se puede deformar la realidad, exagerar los problemas y prometer paraísos inexistentes.
El periodismo es imprescindible para la convivencia en una sociedad libre, seguía diciendo, para el equilibrio de poder necesario en una democracia. Sin el periodismo desaparecería la crítica ordenada, y sin la crítica caeríamos en el imperio de la arbitrariedad y el miedo. Los abusos de poder no son monopolio de los regímenes autoritarios; se dan también en las democracias, y aunque el periodismo independiente no los puede evitar, la denuncia de esos abusos cumple en sí misma una función extraordinariamente valiosa.
La prensa ha cometido muchos errores, añadía; eso es indudable. Aunque la prensa ha sido un componente esencial de las democracias liberales desde su nacimiento, también es cierto que, sobre todo en las últimas décadas, el periodismo ha vivido en ocasiones en un pedestal de éxito, se ha separado en exceso de la sociedad a la que se dirigía y ha utilizado de forma algo arrogante el enorme poder del que ha gozado.
Esa arrogancia, decía, es muy visible hoy en algunos entornos dominados por periodistas que pontifican, toman partido y dan lecciones de moral en cualquier plató, a todas las horas del día y sobre cualquier asunto que se tercie. Pero el problema principal al que hacemos frente hoy es el intento de eliminación del periodismo, es la sustitución del periodismo por lo que ahora se llama “el relato”, es la sustitución del esfuerzo serio, profesional de la enumeración de los hechos, por la imposición de una narración creada al gusto del consumidor.
A este fenómeno se le ha llamado de distintas formas, señalaba. La más difundida últimamente es la de posverdad. La posverdad se corresponde con el nacimiento de una era en la que la verdad, como todo, es relativo y todo depende del cristal ideológico con el que se mire y el propósito que se busque con su difusión.
La posverdad es peor que la mentira, , aseguraba más adelante, en el sentido de que la mentira puede llegar a descubrirse, pero la posverdad es incuestionable en la medida en que no necesita ser corroborada con hechos. Los responsables de comunicación de la Casa Blanca le han llamado también “hechos alternativos”, como si lo ocurrido se pudiera manipular como plastilina para darle la forma que más convenga a los intereses que se defienden. Tradicionalmente, a todo esto se le ha llamado así: manipulación. Y la función de la moderna posverdad es la misma que la de la vieja manipulación: impedir que los ciudadanos estén bien informados, que conozcan la verdad, que sean auténticamente libres.
Estamos, pues, decía a continuación, ante un fenómeno, que lejos de ser anecdótico o pasajero, tiene una gran profundidad. Como advierte Timothy Snyder: “Abandonar los hechos es renunciar a la libertad. La posverdad es el prefascismo”. Estamos, probablemente, ante la mayor amenaza que existe contra las democracias en estos momentos. Porque la negación de los hechos, la manipulación de los hechos o la creación de relatos que satisfacen los prejuicios y el sectarismo no es una actividad inocente, tiene un propósito que siempre está ligado con el control del poder.
Eliminada la función crítica de la prensa, añadía, se puede deformar la realidad al capricho del consumidor. Exagerar los problemas, torcer los datos y prometer soluciones fáciles y paraísos inexistentes. Vivimos tiempos en que lo emocional lo invade todo, lo justifica todo. Yo “siento” que las cosas van mal, luego van mal. Yo “creo” que las cosas ocurrieron así, luego ocurrieron así. Es la demagogia del “todas las opiniones merecen respeto”, ya sea la de un profesional como la de un iletrado. Tanto vale mi impresión como una estadística. Tanto vale una emoción como un dato.
En parte esto se debe al desgaste de las instituciones, señalaba más adelante, de todas las instituciones, por culpas propias y ajenas. En parte esto se debe al desprestigio de la autoridad, de toda autoridad. Es lo que Moisés Naím llama “el fin del poder”. Hay muchos ángulos positivos de este deterioro del poder en su concepción tradicional. El mundo se ha democratizado extraordinariamente. La iniciativa individual, el emprendimiento, la solidaridad encuentran hoy canales muy accesibles por los que desarrollarse. Google, Facebook… la revolución tecnológica nos ha permitido saber más, saberlo antes, comunicarnos mejor, más rápidamente. Viajamos más, conocemos a más gente, tenemos acceso a más puntos de vista.
Junto a la magnífica erupción de oportunidades, seguía diciendo, la revolución tecnológica ha traído también una proliferación de nichos ideológicos, de sectarismo que actúa como caldo de cultivo del odio, la xenofobia y el racismo. Desgraciadamente, es muy frecuente que los usuarios de las redes sociales no las usen para acceder al extraordinario mundo de conocimiento que ofrecen, sino para interactuar entre el reducido círculo de los que son como yo, de forma que los prejuicios se retroalimentan y adquieren categoría de doctrina incuestionable.
Algo similar ocurre con muchas de las páginas web, blogs y confidenciales que circulan en nuestro entorno, comentaba más adelante. Como periodista, entiendo como una oportunidad magnífica la de poder poner en marcha un periódico sin apenas recursos económicos y una tecnología básica y al alcance de cualquiera.
No hay duda de que todos tenemos que felicitarnos de las enormes posibilidades de pluralismo que esto representa, afirmaba después. Pero también tenemos que admitir que muchos de esos confidenciales se han convertido en armas de destrucción de los rivales políticos o económicos, en propagadores de rumores, medias verdades o rotundas mentiras con propósitos espurios.
Bienvenidos sean los nuevos medios, seguía diciendo, bienvenidos sean al periodismo todos aquellos que puedan contribuir a la diversidad y al pluralismo. Pero, bienvenidos al periodismo, con sus normas y sus reglas y su código deontológico, no a la selva de demagogia y calumnias en la que algunos están convirtiendo el panorama de la información.
El periodismo no solo no está muerto sino que se encuentra ante un gran momento y una gran oportunidad, afirmaba. Pero el buen periodismo es caro, muy caro. Contar bien una historia exige desplazarse hasta el lugar de los hechos, hablar con una diversidad de fuentes que frecuentemente no quieren hablar, corroborar los datos obtenidos, someterlos a una edición rigurosa. Cumplir con ese deber es más necesario que nunca, pero también es más difícil que nunca.
La amenaza a la libertad de expresión y al periodismo de calidad, concluía diciendo, no se produce en sí mismo por las nuevas tecnologías. El periodismo de calidad y la libertad de expresión están amenazados porque algunos políticos han descubierto que quizá la nueva política se puede hacer mejor y con mucho más éxito sin periodismo exigente. Y porque algunos políticos prefieren periódicos que les den razón y no los sometan a la investigación y la crítica. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













El poema de cada día. Hoy, Ensueño, de Emily Dickinson (1830-1886)

 








ENSUEÑO

Para fugarnos de la tierra
un libro es el mejor bajel;
y se viaja mejor en el poema
que en el más brioso y rápido corcel

Aun el más pobre puede hacerlo,
nada por ello ha de pagar:
el alma en el transporte de su sueño
se nutre sólo de silencio y paz.

Emily Dickinson, 1830-1886











Las viñetas de cada día

 























sábado, 22 de junio de 2024

Sobre para que servía el solsticio de verano. Especial 1 de hoy sábado, 22 de junio

 









Para esto servía el solsticio de verano
JAVIER SAMPEDRO
22 JUN 2024 - El País

Vivimos un tiempo muy especial, conocido y celebrado desde la noche de los tiempos, explicado por los astrónomos y cantado por los poetas, fuente de inspiración y delirio, júbilo y confusión, repetido cada año con tozudez astronómica desde 4.500 millones de años antes de que nuestra especie se asomara al mundo. Y eso es más o menos un tercio de la edad del universo, así que pocas bromas. Es el solsticio de verano, amigo. Ayer viernes fue el día más largo del año en el hemisferio norte, esa pequeña parcela del cosmos desde la que te escribo. ¿Y sabes qué tiene que ver el solsticio de verano con la vida en la Tierra? Llámalo clickbait y sigue leyendo.
Lo que ahora llamamos hogueras de San Juan o nit de foc era una fiesta pagana del solsticio miles de años antes de que San Juan bautizara a Cristo. El cristianismo, como otras religiones y tradiciones, no ha hecho más que inmatricularse las fiestas astronómicas de la prehistoria para apuntarse un punto ventajista. Las navidades y el solsticio de invierno son otro ejemplo clásico. El mérito de estas fechas señaladas corresponde al Sol radiante y a la inclinación de la Tierra respecto a él. En estos días los rayos solares nos pegan directos en el hemisferio norte, sobre todo en el trópico de Cáncer. Algunas de las celebraciones más antiguas provienen de Suecia y Finlandia, lo que es muy comprensible en unas latitudes en que la luz solar es oblicua y endeble casi siempre. Para los antiguos agricultores nórdicos, el solsticio de verano debía ser una auténtica bendición.
Pero la tradición es mucho más amplia que eso. Desde los orígenes del neolítico, hace unos 10.000 años, los humanos construyeron monumentos alineados con el Sol naciente del solsticio en Europa, Oriente Próximo, Asia y América. Hay toda una disciplina llamada arqueoastronomía que se ocupa de estas investigaciones. Stonehenge, la estructura megalítica de Wiltshire, Inglaterra, es un caso muy conocido, construido hace unos 5.000 años y cada vez más venerado por los visitantes.
La celebración del solsticio, según acabamos de saber, es mucho más antigua aún en el mundo vegetal. Millones de hayas en latitudes tan norteñas como las suecas y tan sureñas como las mediterráneas generan estos días todas las semillas que van a producir en el año. Solo en unos pocos días alrededor del solsticio. Otros árboles muestran una sincronización de ese estilo, pero las hayas son espectaculares por su asombrosa coordinación de norte a sur y de este a oeste del subcontinente europeo. Ninguna señal química ni hormona vegetal puede viajar toda esa distancia en solo unos pocos días. ¿Cómo lo hacen entonces?
Usan un “pistoletazo de salida celestial”, como dicen con cierta chunga los ecólogos polacos que han investigado el fenómeno durante 60 años. Las hayas no se comunican entre sí para sincronizarse. Simplemente, se guían por el solsticio de verano, según publican los científicos en Nature Plants. Las pruebas son indirectas, basadas en la observación precisa de muchos árboles un solsticio tras otro. La correlación de la generación de semillas con el día más largo es muy elocuente. Ahora hay que meterse en las tripas moleculares de las hayas —los genes que responden a la longitud del día, los sistemas celulares que construyen— para entender el fenómeno a fondo y regularlo en caso necesario. La conservación de los bosques no siempre consiste en sentarse a observarlos. A veces hay que actuar, como acabamos de ver con el lince ibérico.
La vida ha evolucionado en un planeta sometido a los mismos ritmos de noche y día, de invierno y verano y otros de mayor periodo durante 4.000 millones de años. Esos ritmos están íntimamente integrados en nuestra naturaleza más profunda. Recuérdalo mientras saltas la hoguera de San Juan. Javier Sampedro es genetista.









Del zorro y el león

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Solo el presidente francés sabe qué busca, comenta en la primera de las entradas de hoy el politólogo Fernando Vallespí, pero no es descartable que haya introducido en la ecuación una posible victoria de RN y esté anticipando una cohabitación con Bardella; "qui le sait"... En la segunda, un archivo del blog de agosto de 2016, el filósofo Javier Gomá nos habla de la dignidad y la felicidad humana. Y el poema de hoy va de los amigos y está escrito, nada menos, que por Julio Cortazar. Y como colofón, las viñetas de cada día. Espero que todo ello sea de su interés. Y sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Macron, el zorro y el león
FERNANDO VALLESPÍN
16 JUN 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Los países donde más ha avanzado la extrema derecha después de las últimas elecciones europeas son los seis que firmaron el Tratado de Roma, los que más tiempo llevan entrelazados. Exceptuando a los sospechosos habituales del Este, que sea precisamente allí donde las pulsiones nacionalistas tengan más eco es un signo preocupante. Sobre todo, porque entre ellos se encuentra el poderoso eje franco-alemán, y a nadie se le escapa que lo que a partir de ahora se dibuje en la política interior de estos dos países repercutirá de forma decisiva sobre el devenir de la Unión. La sacudida provocada en Francia ya ha encontrado su expresión en la convocatoria de elecciones para la Asamblea Nacional; en Alemania, su impacto se irá cociendo a fuego más lento, pero también tendrá importantes secuelas.
Por lo pronto, Macron consiguió que su foto prevaleciera en los titulares de todos los medios internacionales a medida que fue avanzando el escrutinio. No es poco: unas elecciones en 27 Estados y se le escoge a él. Es el rostro de un perdedor, aunque lo que le llevó a las portadas fue la convocatoria de las legislativas. Toda Europa se pregunta si fue un gesto de astucia o una temeridad.
Las razones que viene dando es que es necesario clarificar la voluntad de los electores franceses e impulsar la “unión contra los extremos”. Puede conseguir lo contrario, que su partido quede aplastado en un sándwich entre el recién instituido Frente Popular y la extrema derecha liderada por el partido de Le Pen, Reagrupamiento Nacional (RN). El trípode sobre el que se venía sosteniendo la política francesa puede acabar en un bibloquismo polarizado similar al nuestro. Los sondeos no le son nada propicios, y aunque es posible que acabe atrayendo a votantes de Los Republicanos, un partido en pleno proceso de autodestrucción, o a otros de centroizquierda que desconfíen de un heterogéneo Frente Popular, nada le asegura que la operación vaya a salirle bien.
Solo Macron sabe exactamente qué es lo que busca, pero no es descartable que haya introducido en la ecuación una posible victoria de RN y esté anticipando ya una cohabitación con su candidato, Jordan Bardella. Bien pensado, no es ningún disparate si aquello a lo que de verdad aspira es evitar que gane Le Pen las próximas presidenciales. De entrada, porque el partido de ultraderecha perdería aquello que constituye, como en otros del mismo signo, su rasgo más característico y le dota de allure: presentarse como “antisistémico”. Si gana, tendría que sujetarse a la prueba de la gestión y exhibir lo que es capaz de dar de sí. Una cosa son los discursos y otra bien distinta es enfrentarse a una realidad marcada, precisamente, por el system management. Por otro lado, y dadas las competencias presidenciales en Francia, Macron podría hacer exhibición de una defensa numantina de los valores republicanos, erigirse en el contrapeso de la potencial deriva autoritaria y nacionalista. ¿Qué mejor ocasión para recuperar su popularidad perdida y poder pasar a la historia como quien acabó impidiendo el acceso de Le Pen a la presidencia?
Como es obvio, no son más que especulaciones, pero creo que esta aparente temeridad esconde la astucia del político de raza, el que se crece ante las adversidades. Como diría Maquiavelo con referencia al gobernante, “es necesario ser zorra para conocer las trampas y león para amedrentar a los lobos”. Con la convocatoria de elecciones, Macron ha actuado con la taimada habilidad del zorro; el papel de león se lo reserva para el combate de la cohabitación. Nadie puede asegurar que acabe teniendo éxito o cuál sea el resultado final. Fernando Vallespín es politólogo.















[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre la dignidad y la felicidad humanas. [Publicada el 01/08/2016]












Retomo la rutina cotidiana del blog después del paréntesis de julio recurriendo de nuevo a los filósofos, esos personajes extraños y extraordinarios que a veces remueven nuestras conciencias con sus ocurrencias. De ellos, suelo decir yo que hay que escucharlos siempre aunque sea para llevarles después la contraria. 
Lo hago hoy lunes, primero de agosto, trayendo hasta ustedes un reciente artículo publicado por Javier Gomá, escritor, filósofo, jurista y filólogo español titulado Que es la dignidad, noción filosófica influyente y transformadora, dice, que sin embargo, carece de un filósofo a la altura de su importancia pues ni siquiera el impresionante Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora, añade, le concede una entrada a lo largo de sus cuatro tomos.
La "dignidad" se usa con profusión en toda clase de contextos a guisa de fundamento teórico de tratados, organizaciones internacionales, Constituciones, declaraciones de derechos, leyes y resoluciones judiciales, sigue diciendo, pero invariablemente su esencia se presupone o su entendimiento se confía al buen sentido, quedando, por eso mismo, a la espalda y pendiente de definir. Incluso, ya en nuestro siglo, continúa, ha inspirado el movimiento social de los indignados sin que estos hayan sentido la necesidad de precisar antes, siquiera elementalmente, qué es aquello cuya ausencia enciende su ira y su protesta.
Kant distinguió, precisa, entre lo que tiene precio y lo que tiene dignidad. Tienen precio aquellas cosas que pueden ser sustituidas por algo equivalente, en tanto que aquello que trasciende todo precio y no admite nada equivalente, eso tiene dignidad. Solo el hombre posee con pleno derecho, incondicionalmente, esa cualidad de incanjeable, fin en sí mismo y nunca medio, aquello inexpropiable que hace al individuo resistente a todo, incluso al interés general y al bien común: el principio con el que nos oponemos a la razón de Estado, protegemos a las minorías frente a la tiranía de la mayoría y negamos al utilitarismo su ley de la felicidad del mayor número.
La dignidad, dice más tarde, es idea de larga genealogía intelectual, pero solo en la Ilustración se configura como propiedad inmanente de lo humano, sin más fundamento que la humanidad misma, a la luz del convencimiento, expresado por Tocqueville, de que ahora “nada sostiene ya al hombre por encima de sí mismo”. Somos los hombres quienes nos reconocemos unos a otros la dignidad; es decir, mutuamente nos concedemos por convención un valor incondicional… no sujeto a convenciones, pero ese concepto ilustrado de dignidad experimenta una mutación extraordinaria en el siglo XX a consecuencia de su democratización, porque en Kant la dignidad todavía conserva resabios aristocráticos al presentarla dependiente de nuestra racionalidad moral, que excluye en la práctica muchos casos, mientras que el concepto democrático obra una especie de universalización de esa distinción aristocrática a todo sujeto existente creando una aristocracia de masas.
La dignidad democrática, dice, se recibe por nacimiento y otorga a su titular derechos sin mérito moral alguno por su parte, válidos incluso aunque desmienta esa dignidad de origen con una odiosa indignidad de vida. Es irrenunciable, imprescriptible, inviolable, aquello que siendo inmerecido merece un respeto y coloca en cierto modo al resto de la humanidad en situación de deudora. Es única, universal, anónima y abstracta, por lo que prescinde de las determinaciones (cuna, sexo, patria, religión, cultura o raza) en las que se fundaban el surtido variado de las antiguas dignidades. Es, en fin, una dignidad cosmopolita, la misma por igual para todos los hombres y mujeres del planeta. Pues ahora nos parece una verdad evidente que nadie es más que nadie y que, como dijo Juan de Mairena, “por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”. Pero aunque inviolable, la dignidad sigue siendo hoy violada mil veces cada día, añade. La diferencia con otros tiempos estriba en que ahora, en este estadio democrático de la cultura, ya nadie puede hacerlo sin envilecerse. La repugnancia que nos inspiran los cotidianos atropellos nos despierta un sentimiento aún más vivo de nuestro propio valor. Y cuanto más seguros estamos de esa dignidad originaria, tanto más trágicamente tomamos conciencia de la mayor de las indignidades, la absoluta, esa que no es de naturaleza personal ni social, sino metafísica: la muerte. Qué paradójica condición la nuestra, dotada de dignidad de origen y abocada extrañamente a una indignidad de destino que afecta tanto al pobre como al rico, al ignorante como al sabio, al célebre como al anónimo, al afortunado tanto como al desventurado, todos igualmente agitados por este dramatismo universal de la doliente epopeya humana.
Demasiado conscientes de esta indignidad metafísica última, la felicidad como tal es una posibilidad que ha quedado clausurada para nosotros, los contemporáneos, concluye. Por encima de ser feliz está el ser individual. Siempre quedará a nuestro alcance, en cualquier circunstancia, por difícil que se presente, el obrar conforme a esa dignidad que ya hemos intuido y probado. Lo nuestro ya no es ser felices, sino ser dignos de ser felices, aunque de hecho no podamos serlo. Lo nuestro es dotar a nuestra vida individual de una forma insustituible, para que así nuestra muerte sea verdaderamente un atropello intolerable. Que resulte manifiesto para el mundo que nuestra muerte constituye una objetiva pérdida, una destrucción absurda y sin sentido, una visible injusticia. La máxima que debería guiar nuestras vidas a partir de ahora debería ser: “Compórtate de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta”. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













El poema de cada día. Hoy, Los amigos, de Julio Cortázar (1914-1984)

 







LOS AMIGOS

En el tabaco, en el café, en el vino,
al borde de la noche se levantan
como esas voces que a lo lejos cantan
sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino,
dióscuros, sombras pálidas, me espantan
las moscas de los hábitos, me aguantan
que siga a flote entre tanto remolino.

Los muertos hablan más pero al oído,
y los vivos son mano tibia y techo,
suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra,
de tanta ausencia abrigará mi pecho
esta antigua ternura que los nombra.

Julio Cortázar (1914-1984)
















Las viñetas de cada día

 


























viernes, 21 de junio de 2024

De como se destruye el Estado y la democracia

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 21 de junio. La ultraderecha cree que la tecnología creará un sistema capaz de ofrecernos la felicidad que el estado solo nos promete, pero la inmigración y el proteccionismo son cortinas de humo que ocultan el objetivo real de destruir al estado y la democracia, dice en la primera de las entradas de hoy el escritor Xavier Mas de Xaxàs. En la segunda, un archivo del blog de julio de 2017, el también escritor José Antonio Millán se preguntaba si era imprescindible tener un ordenador o un teléfono móvil, porque con ellos se puede conseguir prácticamente de todo sin colas y sin largas esperas y si hemos salido ganando cuando todo queda a un golpe de clic. En la tercera reproducimos hoy el poema Cuando cesan los sueños, del poeta paraguayo William Baecker. Y cerramos el día con las viñetas de hoy. Espero que todas ellas sean de su interés. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com   











Cómo se destruye el estado y la democracia
XAVIER MAS DE XAXÀS
15/06/2024 - La Vanguardia

La ultraderecha cree que la tecnología creará un sistema capaz de ofrecernos la felicidad que el estado solo nos promete. La inmigración y el proteccionismo son cortinas de humo que ocultan el objetivo de destruir al estado y la democracia.
La extrema derecha libra una batalla cultural por la identidad y los valores, y por eso, cada vez que habla de inmigración y proteccionismo, gana peso parlamentario, como hemos visto en las últimas elecciones europeas. Sin embargo, esta batalla por la pureza y la grandeza del estado nación no es más que una cortina de humo que oculta su verdadera ambición: reducir a la irrelevancia al mismo estado nación que tanto dice amar.
Las máquinas la ayudan. Por un lado, las redes sociales crean el estado de opinión óptimo y, por el otro, la inteligencia artificial y toda la tecnología que deriva de ella, alumbra un nuevo orden basado en el individualismo radical y la supremacía del mercado.
Esta estrategia descansa sobre la convicción de que la tecnología de producción privada creará un sistema infalible capaz de afrontar los retos que el estado no puede porque, precisamente, forma parte del problema, no de la solución.
“El gobierno es el problema” nos repiten los líderes populistas a través de las redes. “Es el problema porque roba el dinero y la libertad del ciudadano”. “Cuanto más grande es, más perjuicio crea a la propiedad y la iniciativa privada”. “Los impuestos y las regulaciones ahogan la libertad del individuo”. El asalto del 6 de enero del 2021 al Capitolio de Estados Unidos fue legítimo porque “devolvimos al Gobierno lo que éste nos había hecho”.
El partido republicano y muchos empresarios del sector tecnológico, empezando por Elon Musk, avalan este punto de vista. Cualquier regulación que frene la innovación es un golpe a su poderío industrial y político.
Ayn Rand, filósofa del libertarismo, es uno de sus referentes. A principios de los años noventa, La rebelión de Atlas , novela que escribió en 1957, era el segundo libro más influyente en Estados Unidos, según un estudio de la biblioteca del Congreso. El primero era la Biblia. La obra defiende que cada hombre debe buscar su propio interés personal porque el bien común no es nada más que la suma de los bienes privados. El pueblo no existe, es una abstracción. Solo existen los individuos y su felicidad depende de su egoísmo. El altruismo no es un principio organizativo de nuestra sociedad. Nadie debe sacrificarse por nadie y nadie debe estar bajo ningún control.
Ayn Rand murió sola y olvidada en 1981, pero sus ideas revivieron en California pocos años después. Los pioneros de Silicon Valley llamaban a sus hijas Ayn y Rand. Anticipaban un mañana de individuos conectados en un orden cibernético que potenciaría sus capacidades personales. No habría un control central y tampoco anarquía porque los algoritmos harían converger los intereses particulares en el bien común.
Las máquinas, por ejemplo, crearon modelos matemáticos que controlaron el riesgo financiero y la economía se disparó. El mercado económico, como decía el economista libertario Milton Friedman, proporcionaba más libertad que el mercado político. La democracia estaba sobrevalorada.
La democracia, entendida como un mercado político, permite la promoción y venta de todo tipo de productos. La satisfacción del consumidor-elector baja cuando la opción política que había comprado no satisface sus demandas. Este individuo defraudado cree que puede proteger mejor sus intereses si adquiere un producto más radical. Está convencido de su libertad y su razón. Nadie puede hacerle callar. Es un héroe que grita a todas horas y las redes lo escuchan y lo animan, lo entretienen y convencen. Se divierte tanto que no se entera cuando le chupan la energía y la personalidad, cuando lo convierten en otra cosa, en un producto hiperemocional, sobre excitado y radicalizado, en carne de cañón de una estrategia para reducir el poder del estado. Ocurrió en los años noventa, cuando Wall Street y no la Casa Blanca dirigía la política exterior de Estados Unidos. Había que corregir los excesos de la “exuberancia irracional de los mercados”. Es decir, había que rescatar con fondos del FMI a los inversores estadounidenses atrapados en la debacle especulativa del sudeste asiático. Traía sin cuidado la suerte de Indonesia, Tailandia y Malasia, condenados a la pobreza.
Los mercados tuvieron entonces el mismo poder absoluto al que ahora aspiran las tecnológicas con ayuda de la derecha libertaria. Intentan debilitar al estado con el mito de que la inteligencia artificial aumentará las capacidades humanas e impulsará un crecimiento más inclusivo porque mejorará el funcionamiento de las empresas manufactureras, de las cadenas de suministros y de los mercados financieros, aparte de la educación, la sanidad, la seguridad y la biodiversidad. En el foro económico mundial de Davos se presentó la AI Governance Alliance, entidad que, sobre estas premisas, promete el mejor de los mundos sin pedir a cambio nada más que el poder de intentarlo.
El poder cambia de manos. Del estado liberal a los mercados financieros y de los mercados financieros a las corporaciones tecnológicas sin que nosotros, idiotizados en nuestro individualismo radical, entendamos el peligro. ¿A qué máquina y a qué magnate le pediremos cuentas cuando nuestra vida no sea tan larga, ni tan sana, ni tan estable y segura como habíamos previsto? ¿Quién nos devolverá la voz cuando las redes nos silencien?  Xavier Mas de Xaxàs
es escritor.








[ARCHIVO DEL BLOG] La gincana digital. [Publicada el 09/07/2017]











¿Es imprescindible tener un ordenador o un teléfono móvil, porque con ellos se puede conseguir prácticamente de todo sin colas y sin largas esperas? ¿Es esto cierto? ¿Hemos salido ganando cuando todo queda a un golpe de clic? Las preguntas anteriores se las formula en un reciente artículo de El País el ensayista y escritor especializado en cultura digital y lengua José Antonio Millán, autor del libro Tengo, tengo, tengo. Los ritmos de la lengua.
Bienvenido al futuro, a una era en la que podrá, sin moverse de su casa, comprar cosas, acceder a servicios y, en una palabra, conseguir prácticamente de todo, pero sin molestos desplazamientos y colas, dice al comienzo de su artículo José Antonio Millán. ¿Está dispuesto? Bien: lo primero que deberá hacer es comprar un ordenador o un teléfono móvil. Sí: es un desembolso, pero ya verá, ya… Luego, claro, deberá contratar un servicio de datos, con un coste mensual, si es que no quiere errar por cafeterías buscando un wifi gratis. ¿La electricidad? Claro: también deberá enchufar su ordenador y cargar su móvil: ¡no van a funcionar solos!
¿Tiene todo ello? Perfecto. Ahora viene la parte más divertida: para lograr estas cosas deberá participar cada vez en una gincana. Por ejemplo: entradas de teatro. En su sitio web nos informan de que debemos “registrarnos”. Piden el nombre, la dirección de correo… ¡Un momento! ¿No querrán luego enviar publicidad? Por fortuna, hay un enlace a “política de protección de datos”, donde unos párrafos farragosos no nos dirán gran cosa. Piden también una contraseña, y damos la de siempre: ¡bastantes líos tenemos para recordar una diferente en cada sitio!…
Entonces nos informan de que mandarán un correo. Con un poco de suerte (a veces no llega), ahí está: hacemos clic en su enlace y, aparentemente, ya estamos “registrados”. Ahora seleccionamos obra, fecha, función y por fin se nos presenta el esquema de un patio de butacas, para seleccionar las nuestras, pero ¡pronto!: si en pocos minutos no lo hacemos, deberemos empezar de nuevo. Hacemos clic sobre las localidades deseadas… ¿qué ocurre? ¡No se marcan! Miramos la página por todas partes: ¡ah! La aplicación está “optimizada” para un navegador que no es el que estamos usando. ¡Perdón, perdón! Abrimos otro navegador, rellenamos nuestros datos, y al llegar a las localidades, las que pretendíamos ya están cogidas. Bueeeeno… Tendremos que seleccionar otras.
A continuación entramos en el “sistema” del banco: ahora el responsable es el gestor de nuestro dinero, no el teatro; bueno: en realidad tampoco era el teatro, sino un intermediario que vende sus entradas. El banco nos pide contraseña: hay que meterla con todo cuidado porque, para “proteger nuestra confidencialidad”, al introducir sus caracteres lo que vemos en pantalla son asteriscos. Luego deberemos usar una clave que nos enviarán ¡por móvil! El ciudadano del futuro no solo tiene que tener ordenador o móvil, sino ambas cosas… Es un incordio, pero así estamos protegidos contra los ciberdelitos que —se nos repite constantemente— acechan por doquier. Claro, esto no impide que de vez en cuando los malos roben millones de datos.
Llega al móvil un mensaje de texto con cifras. Volvemos al ordenador: hay un cuadro de claves, pero como está mal diseñado tardamos un rato en saber si la clave pedida es la de la derecha o la de la izquierda de los números recibidos. Pulsamos el teclado, pero no ocurre nada. Ah, claro: ¡hay que introducirla con el ratón mediante un teclado en pantalla! Para descorazonar a posibles espías (y para prolongar el juego un poco más), los dígitos aparecen desordenados, por ejemplo así: 9 4 6 0 8 / 2 5 1 3 7.
¡La transacción ha funcionado! Nos preguntan si queremos imprimir las entradas o bien enviarlas al móvil. Como a estas alturas nos fiamos muy poco, decidimos imprimirlas. Claro: la impresora también la hemos tenido que comprar nosotros. Y el papel. Y ¿sabían ustedes que la tinta de impresora es más cara que la sangre? Pero hemos triunfado. El proceso entero solo nos ha llevado media hora, pero la próxima vez lo haremos mejor… si es que no han cambiado el sistema; para mejorarlo, claro.
Procesos similares nos esperan al comprar billetes de avión o un libro, al suscribirnos a una publicación, al reservar un hotel o alquilar un coche; al pagar un impuesto o la electricidad. Como no hay un sistema unificado de interacción en pantalla, cada una de estas páginas web tendrá las cosas en lugares diferentes, y funcionará de modo ligeramente distinto. Muchas, además, están sencillamente mal diseñadas, tanto en el aspecto gráfico y tipográfico como en su interactividad.
Cuando nos pidan nuestros datos nunca sabremos muy bien qué quieren: la contraseña deberá tener al menos ocho cifras. O seis. O mezclar letras y números; o además signos de puntuación. El número de nuestra tarjeta de crédito deberá incluir los espacios, o tal vez no. Del DNI pedirán los números, o también la letra, pero en minúscula, o en mayúscula. Todo ello lo descubriremos cuando nos rechacen el formulario, a veces con indicaciones incomprensibles, tipo “Error 479”. Cuando regresemos para rehacerlo, no es infrecuente que tengamos que volver a introducir de nuevo todos los datos.
En las aplicaciones móviles la cuestión puede ser aún más pintoresca, porque cada una puede ser completamente distinta, y la manipulación y la escritura en la pequeña pantalla del teléfono aumentará las posibilidades de error… En cualquiera de estas plataformas, la posibilidad de consultar dudas, o de comprobar si una transacción se ha cerrado efectivamente o queda en el limbo, es remota: en algunas páginas figura una dirección de correo (de resultados ignotos); en otras, la posibilidad de llamar a un teléfono de ayuda, lo que nos costará dinero, claro: ¡no lo van a pagar ellos! Y además nos meterá en el infierno de un call center. Pienso en la población española, cada vez más envejecida, con carencias visuales o cognitivas, debatiéndose en este universo siempre cambiante y que parece que ya no podemos eludir…
Dado que los costes de manipulación de datos se nos han trasladado a nosotros, que además pagamos dispositivos, energía y consumibles; dado que ahorran en taquilleras, agentes de viajes y vendedores, uno podría esperar que los precios de lo que compramos en línea hayan ido bajando. Pues no. Se nos ha intentado convencer de que consultar la factura en la web, en vez de recibirla en papel en casa, es más “ecológico”. Se nos ha dicho que las operaciones bancarias digitales son para nuestra comodidad, pero ya están anunciando que nos las van a cobrar aparte.
Yo, concluye diciendo Millán, como todos aquellos que vislumbramos una realidad en la que las interacciones digitales eran un elemento de progreso, me siento completamente estafado. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











El poema de cada día. Hoy, Cuando cesan los sueños, de William Baecker (1943)

 








CUANDO CESAN LOS SUEÑOS

Cuando cesan los sueños,        
cuando sus luces huyen de los ojos        
como pájaros sin rumbo;        
cuando regresa el agua al mar        
llevándose los rostros y los besos;    
cuando un viento incesante borra el nombre        
escrito en los abrazos que vivimos;        
cuando cesan los sueños,        
cuando llegan los días del insomnio        
y una lluvia de pétalos marchitos    
se incendia en la nostalgia,        
sólo queda el aroma del recuerdo        
fijado en esta rosa que te dejo.        

William Baecker (1943)