Mañana se cumplen 28 años del intento de golpe de Estado conocido en España con el nombre de "23-F". A estas alturas, ya es historia. Los responsables fueron juzgados, condenados, cumplieron sus penas o fueron indultados cuando el Gobierno lo consideró conveniente. Pero es una fecha para el recuerdo. Recuerdo para el que yo no guardo ningún sentimiento especial salvo el de la enorme vergüenza que sentí aquella tarde-noche de 1981. Hasta que el Rey pudo leer su discurso por televisión. Como para muchos españoles, para mí, con él, terminaba la zozobra, pero la vergüenza persistiría por mucho tiempo. Mejor dicho, todavía persiste, porque aunque me resisto a ello, cuando ponen las imágenes de aquellos traidores a su patria, su rey, sus conciudadanos y su honor, asaltando a tiro limpio el Congreso de los Diputados, se me viene el rubor a las mejillas y la vergüenza me impide articular palabra.
Aquella tarde estaba esperando en la biblioteca del Centro Asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), en la calle Luis Doreste Silva, de Las Palmas, a que fuera la hora del coloquio programado de la asignatura de Geografía e Historia que correspondía aquel día. Un alumno llegó a la biblioteca y comentó que habían asaltado el Congreso en plena sesión de investidura de Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. Bajé enseguida al coche, que tenía aparcado en la puerta misma del Centro, y me puse a oír emisoras de radio. Ninguna era capaz de concretar nada, salvo que se había interrumpido la sesión en el Congreso ante la entrada de guardias civiles armados, que había habido disparos... Y poco más. Busqué un teléfono público y llamé a casa. No me contestó nadie, y entonces me acordé que aquella tarde mi mujer había quedado en visitar a algunos clientes con el director regional de la empresa para el que ella y yo trabajábamos en aquel entonces. Volví a casa tras recoger a nuestras hijas, de 12 y 2 años. Estaban su abuela, que vivía en nuestra misma calle, a unos cinco kilómetros como mucho de la universidad, en el extremo sur de la ciudad de Las Palmas, frente al mar. Mi mujer volvió poco después, no sabía nada sobre lo que había ocurrido, así que nos pusimos a oír la radio. Llamamos, sin problema en las líneas a mis padres y mis dos hermanos, que vivían en Madrid. Nos contaron que las calles estaban tranquilas, y la gente atenta en sus casas, pegadas a las radios en espera de noticias que no llegaban. No logro recordar que tipo de sentimientos me embargaban en ese momento. Desde luego no eran de temor, miedo o algo similar, a pesar de ser sindicalista en activo con responsabilidades de ámbito provincial en una de las federaciones de industria de la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato hermano del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el partido mayoritario de la oposición. Más bien de incredulidad, estupor y vergüenza; sí, mucha vergüenza, porque de nuevo España fuera protagonista de una asonada militar a lo siglo XIX. Lo había estudiado en profundidad por aquellas fechas en la universidad y el recuerdo era irremediable. La angustia y la incertidumbre duraron hasta el momento de ver al Rey por televisión. Después de verlo nos fuimos a dormir, agotados pero tranquilos. El golpe, o lo que intentara ser, estaba claro que había fracasado. A la mañana siguiente acudimos a nuestro trabajo, no como siempre de ánimo, pero acudimos. A medida que fueron transcurriendo las horas, el intento de golpe de Estado fue tomando el formato de un esperpento valleinclanesco. Ver salir por las ventanas del Congreso, arrojando sus armas al suelo, a numerosos guardias civiles de los que habían participado en el asalto, que se entregaban brazos en alto a las fuerzas de policía que rodeaban el edificio, era un espectáculo en el que uno, como espectador, no sabía muy bien si reír o llorar.
Hace unos días Televisión Española (TVE1) puso una mini serie de ficción de dos capítulos titulada "23-F: El día más difícil del rey", dirigida por Silvia Quer, que ha batido todos los récords de audiencia del país durante las dos jornadas en que se emitió. Aunque algunos medios la han tildado de oportunista y falta de rigor, a mi, personalmente, me gustó y me emocionó. Y por el número de espectadores que la vieron, parece que también interesó a bastantes españoles. Quiero suponer que sobre todos a los que por aquellos años teníamos ya edad suficiente para darnos cuenta de lo que pudo suponer.
¿Recuerdan ustedes que pensaron o sintieron durante esas horas entre el 23 y 24 de febrero de hace 28 años? Si quieren contarlo tienen esta página a su disposición. Sean felices. Tamaragua. HArendt
El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
viernes, 10 de febrero de 2023
jueves, 9 de febrero de 2023
De la vida intelectual
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del jurista José María Carabante, va de la vida intelectual. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
Elogio de la vida intelectual
Reseña de Pensativos. Los placeres ocultos de la vida intelectual
JOSÉ MARÍA CARABANTE
02 FEB 2023 - Revista de Libros
La gran paradoja de la sociedad de la información es que todo en ella se encuentra organizado con el propósito de boicotear su principal recurso, la inteligencia, signifique esto lo que signifique: atención, reflexión, pensamiento… Al menos desde Aristóteles muy pocos son los que ignoran que la sabiduría es una virtud escasa y, de hecho, uno de los más sublimes poetas del siglo XX, T. S. Eliot, tuvo a bien recordar a quienes lo pasaban por alto que la acumulación de datos -eso es, a fin de cuentas, la información- no es ni mucho menos lo mismo que el conocimiento.
Con la incapacidad para desprendernos de los mitos urdidos en torno a la Inteligencia Artificial, todo lo que propone Zena Hitz en Pensativos (Encuentros, Madrid, 2022) resulta indudablemente terapéutico. Catárquico, aunque solo sea porque sugiere que si abandonamos el pensamiento -o abdicamos de él, en favor de las máquinas- nos desprenderemos al tiempo de otros regalos que nos constituyen como animales racionales, como la admiración o la libertad. La advertencia no puede ser -confesémoslo- más oportuna pues ya ni siquiera en la universidad, aquel enclave en el que se mantenía vivo el culto a la teoría, alcanza uno a aprender que andamos necesitamos de bienes más altos -e inmateriales- de los que puede proporcionar una aplicación. Resumiendo: que, como seres humanos, comemos y buscamos esquinas para desprendernos de nuestros desechos, pero ansiamos a la vez levantar la mirada para idear soluciones al enigma de las estrellas.
Además, a diferencia de una computadora, sabemos leer entre líneas. Así, aunque hay cosas que, en su encendida y bella defensa de la vida intelectual que es Pensativos, Hitz no dice expresamente, el lector avezado se dará cuenta de que rehúye echar balones fuera, lo que quiere decir que no sucumbe a la fácil tentación de identificar al supuesto chivo expiatorio para explicar lo que nos pasa, endilgando, como hacen muchos, a instituciones, al cambio generacional o a la moda la tarea de acarrear con nuestra crisis de sentido. Todo lo contrario, ya que, aunque alude a las casi insalvables repercusiones que ha tenido tanto una concepción demasiado superficial de éxito como la adaptación de la carrera académica a los cánones industriales de productividad, ella afirma que ejercitar el pensamiento, o ahondar en el misterio, es una vocación personalísima, cuyo cumplimiento depende de cada uno, de nuestras opciones existenciales.
Pensativos es una manera de poner al día libros clásicos e inolvidables como La vida intelectual, de Sertillanges o El trabajo intelectual de Guitton, incluso El ocio y la vida intelectual, de J. Pieper, en los que muchos seguimos abrevando a fin de hallar sosiego. Al igual que los mencionados, Hitz no solo asume el encargo de conminarnos a cultivar una vida profunda, sino que nos sugiere los aperos que necesitamos para ello. Y es en este punto en el que sus páginas dispensan una lección antropológica de calado que tal vez nadie deje de suscribir, pero que no congenia -por desgracia- con el espíritu de nuestro tiempo: nuestro fin prioritario es comprender, no comprar o medrar. Ella intuyó esta verdad tan diáfana un día en que, como profesora de alto nivel, se dio cuenta de que era infeliz. Andaba haciendo equilibrios entre índices de impacto, clases maratonianas, emails y tutorías inútiles; lo que suscitaba su frustración era que lo que la rodeaba la obligaba irónicamente a dejar de lado la quietud y el gozo espiritual que acompaña al descubrimiento y la familiaridad con la verdad.
La decisión que tomó fue drástica -darse un largo respiro lejos de los campus, en un monasterio-, aunque no supuso, como pensaba al principio, dejar su vocación intelectual en barbecho. He aquí la moraleja de esta historia porque sin libros, sin grupos de investigación ni proyectos I+D, ni workshops, halló en la naturalidad e inocencia de la vida sencilla las huellas de una sabiduría olvidada. Tras su experiencia, y después de reflexionar mucho, descubrió que no hay que trasladarse a la ladera de una montaña para optar por una existencia auténtica, sino curarse del virus utilitarista que nos aqueja.
Hay un hilo muy fino -quebradizo- que conecta la reflexión sobre la labor profesional -cualquiera que sea- con la búsqueda intelectual. Lo vieron los griegos; lo heredó el cristianismo y lo intentó transmitir la cultura medieval, pero factores que no vienen al caso han desviado nuestra mirada. Cuando se recuerda -y con Hitz lo viene haciendo con sutileza e insistentemente ese filósofo mainstream que es Byung Chul-Han- que estamos llamados a la contemplación, al ocio, no a arrostrar, como bestias de carga, el fardo de la necesidad, uno puede darse cuenta de que descansar es algo más que descabezar un sueño mientras distraemos nuestra conciencia con los estrenos de Netflix. Nuestra humanidad -y todo lo que conlleva- crece o se marchita dependiendo de lo que hagamos en esas horas que transcurren desde que regresamos a casa hasta que fichamos de nuevo por la mañana en la oficina.
Pero Hitz va más allá, primero, porque, como hemos comentado, indica que la vocación a la vida espiritual no conoce de clases sociales ni de cocientes intelectuales, y bien puede uno ahondar en el significado de lo que somos tanto desentrañando la obra sesuda de filósofos ignotos, como esbozando en un papel los colores del amanecer. O acaso solo contemplándolo. De una manera u otra, el ocio humanizador no tiene nada que ver con un centro comercial; sí con sintonizar nuestro temple espiritual con lo profundo, para lo cual, afortunadamente, no se necesita mucha sofisticación. Lo sabe bien esta profesora americana que tropezó con más sabiduría entre los desnudos muros de un monasterio, en sus escuálidos huertos, que entre académicos empeñados en exhibir sus galones desde la tarima. En segundo lugar, la defensa de la vida intelectual que propone parte de una realidad: y es que los ejercicios espirituales resultan ser un compendio de los valores humanos por excelencia, como la gratuidad, el servicio, el cariño, la persistencia o la libertad.
La línea argumental de Pensativos resplandece como el mediodía en verano. En efecto, si estamos desquiciados por lo útil, lo cuantitativo, el rédito, nada mejor que embarcarnos en la aventura intelectual, que nos descubre bienes altos -y nobles y bellos-; fines en sí, pues, no medios ni puntales para otra cosa. La ascesis nos cincela, quitando lo que nos sobra y poniéndonos sobre la pista de lo que nos falta. Los clásicos dieron nombre a todo ese capital espiritual que se nos ha destinado y entendieron que necesitábamos del bien, la belleza y la verdad tanto como del agua. Puede que no apaguemos la sed con nada de lo que hallemos, pero en el camino que transitado para aproximarnos a esas fuentes espirituales tallamos lo que nos hace humanos, como muestra este libro con el ejemplo de novelas y anécdotas.
El estudio -afirmaba Simone Weil- es valioso en cuanto sirve para entrenar nuestra atención. Lo mismo ocurre con el silencio, que ayuda a captar latidos cósmicos. La distracción -ese mal del alma del que hablaba Pascal-, las pantallas y el ruido en el que vivimos son síntomas de nuestra necesidad de auxilio. Este libro muestra los viajes siderales que nos estamos perdiendo con nuestra superficialidad. Comprender, pensar, observar, no son hábitos o costumbres que nos encierran en nosotros mismos, sino que, en su más alto grado de desarrollo, repercuten en nuestro encuentro con los demás. La sabiduría, enseñaba San Agustín, sirve para afinar el amor.
«Lo que quiero es comprender» escribió H. Arendt en sus diarios. Se trata de un deseo que debe concernirnos y sacudirnos, siempre que la cultura ambiental no lo impida. Para atizar la llama de ese anhelo, nada mejor que acompañarse en el viaje por Hitz y aprender de ella esos placeres ocultos que nos brinda el ejercicio de la inteligencia.
[ARCHIVO DEL BLOG] En el lado oscuro. [Publicada el 21/04/2011]
El próximo 1 de julio se cumplen cincuenta años de la muerte del escritor francés Louis-Ferdinand Destouches (1894-1961), más conocido en el mundo de la literatura como "Céline". Para algunos, el más importante escritor en lengua francesa del siglo XX. El gobierno francés tenía preparado para la conmemoración una serie de actos oficiales en su homenaje, pero se han quedado en nada. La razón, la denuncia de organizaciones judías francesas que no le perdonan su pasado antisemita. La historia la traía a colación el diario El País del pasado 20 de febrero en un interesante reportaje titulado "¿Qué hacemos con los genios infames?", firmado por el periodista Javier Rodríguez Marcos. No dejen de leerlo porque realmente merece la pena
Hannah Arendt en su libro "Los orígenes del totalitarismo: I. Antisemitismo" (Alianza, Madrid, 1987) dice de Louis-Ferdinand 'Celine' cosas terribles. "Poseía una tesis sencilla e ingeniosa, que contenía toda la imaginación ideológica de que había carecido el más racional antisemitismo francés. Afirmaba que los judíos habían impedido que Europa evolucionara hasta formar una entidad política, habían provocado todas las guerras europeas desde el año 843 y habían conspirado para arruinar tanto a Francia como Alemania, incitando su hostilidad mutua. 'Celine' ofreció esta fantástica interpretación de la Historia en "L'École des Cadavres", escrita en la época del pacto de Munich y publicada durante los primeros meses de la guerra. Un folleto anterior sobre el mismo tema, "Bagatelle pour un massacre" (1938), aunque no incluía la nueva clave de la historia de Europa, resultaba notablemente moderno por su forma de abordar el tema: evitaba todas las diferenciaciones restrictivas entre judíos nativos y judíos extranjeros, entre judíos buenos y judíos malos, y no se molestaba en complejas propuestas legislativas (característica particular del antisemitismo francés), sino que iba derecho al fondo de la cuestión y pedía la matanza de todos los judíos".
Es cierto que el estallido de una guerra civil puede coger a cualquiera en el lado equivocado y en el momento más inoportuno. La II Guerra Mundial fue sin duda, la última gran contienda civil europea. Pero fue también y sobre todo una guerra ideológica, y cuando la adscripción a una ideología resulta previa y voluntaria al estallido de la misma, es mucho más complicado encontrarle justificación a esa caída en "el lado oscuro".
Para algunos, se dice en el reportaje, esa adscripción "fue un sarampión -Mies van der Rohe, Mircea Eliade, Günter Grass-; para otros -Giuseppe Terragni, Pierre Drieu La Rochelle o el Nobel noruego Knut Hamsun-, una enfermedad crónica. Eso en la versión fascista, porque la versión estalinista del sarampión afectó a medio Parnaso, de Pablo Neruda a Rafael Alberti, que en 1937, durante una visita a la URSS, quedó fascinado por Stalin, por "su bondad, su conocimiento de la gente, su deseo de verla feliz".
El caso de Knut Hamsun, el escritor noruego Premio Nobel de Literatura en 1920, del que escribí en mi entrada del 20 de diciembre de 2009 [v. "El caso Knut Hamsun"] resulta paradigmático al respecto. Considerado el escritor más influyente del siglo XX, al finalizar la contienda mundial fue procesado y condenado por los tribunales noruegos por colaboración con el régimen nazi de ocupación. Él nunca reconoció haber traicionado a su patria.
La cuestión como dice el autor del reportaje al final del mismo, es que el día que Céline nos resulte tan lejano como Quevedo algo se habrá ganado pero algo se habrá perdido. Significará que el horror que contribuyó a encender se ha vuelto para nosotros más ajeno que la belleza que él mismo consiguió crear. Entre tanto, habría que prescindir de la brocha gorda para asumir de una vez por todas que los buenos escritores son a veces malas personas. Y, de paso, asumir que para reconocer la grandeza de un artista no hace ir con flores a su tumba.
Solo he encontrado un vídeo en español sobre "Céline", titulado "Un diamante negro como el infierno", y lo he añadido como complemento a esta entrada del blog. Al enlazarlo podrán acceder si lo desean a otra serie de vídeos sobre él tanto en francés como en inglés. Espero que les resulten interesantes. ¡Ah, y Felices Pascuas a todos los creyentes y Felices Fiestas a los que no lo sean!, pero intenten ser felices en todo caso, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt
miércoles, 8 de febrero de 2023
Del bipartidismo
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del profesor Ignacio Sánchez-Cuenca, va del bipartidismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
La mala salud de hierro del bipartidismo
IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA
07 FEB 2023 - El País
Francia y España son los dos países de Europa occidental en los que se registra una confianza ciudadana en los partidos políticos más baja. Según los datos del Eurobarómetro, la encuesta que realiza periódicamente la Comisión Europea, menos del 10% de franceses y españoles confía en los partidos.
Resulta lógico que, con un nivel tan bajo de confianza, el sistema de partidos de la V República francesa haya saltado por los aires. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2022, la candidata socialista Anne Hidalgo obtuvo el 1,7% del voto y el candidato gaullista, Nicolas Dupont-Aignan, se quedó en el 2,1%. Los tres primeros candidatos fueron Emmanuel Macron, encabezando una plataforma personalista (La República en Marcha), Marine Le Pen (Agrupación Nacional) y Jean-Luc Mélenchon (Francia Insumisa).
En España, en cambio, con un desprestigio de los partidos similar al francés, las dos grandes formaciones, PSOE y PP, han resistido bastante mejor. Sin duda, han perdido cuota de voto, pero siguen siendo los dos primeros partidos y ninguno de los nuevos ha conseguido superarlos: a punto estuvieron de hacerlo Podemos con el PSOE en 2015 y Ciudadanos con el PP en abril de 2019. En medio de una mayor fragmentación, PP y PSOE no pueden gobernar en solitario, mas son las fuerzas dominantes en sus respectivos bloques ideológicos. En este sentido, los partidos nuevos han acabado adoptando una posición subalterna en el sistema.
¿Por qué en España, aun debilitados, resisten los dos grandes partidos, mientras que en Francia socialistas y gaullistas prácticamente han desaparecido? La pregunta, en realidad, no se limita a estos dos países, pues el fenómeno del que estamos hablando, la desestructuración de los sistemas tradicionales de partidos, está muy extendido. Hay algunos países en los que los partidos históricos han capeado el temporal político de los últimos quince años, pero hay otros en los que se ha producido una transformación profunda.
España se encuentra en una posición intermedia, no ha habido un colapso de PSOE y PP, pero sí un desgaste importante. En las elecciones de 2008, en los prolegómenos de la gran crisis, los dos partidos consiguieron la mayor concentración de voto desde 1977: juntos sumaron el 83,8% del voto. En noviembre de 2019 habían bajado al 48,8% (en las elecciones de abril de ese mismo año el porcentaje fue incluso menor, el 45,4%, el mínimo histórico). Se trata de una pérdida muy sustancial, pero que no compromete su supervivencia. Es más, todo indica que en las próximas elecciones PSOE y PP recuperarán una parte de la cuota perdida.
Una primera explicación de esta resistencia tiene que ver con la extraordinaria rapidez con la que los nuevos partidos han reproducido algunos de los vicios políticos de los antiguos, con la consiguiente decepción de sus seguidores. Llama la atención cómo en tan poco tiempo se han constituido en el seno de las nuevas organizaciones núcleos cerrados o camarillas de poder que anulan cualquier atisbo de disenso y que adoptan el mismo lenguaje acartonado, uniforme y rutinario que ha dominado la política española durante décadas. Los nuevos políticos hablan con las mismas frases hechas de siempre, obsesionados por colocar sus mensajes en los medios, a la defensiva, apuntalando la posición oficial contra viento y marea. Muchos de los potenciales votantes terminan cansándose, igual que se cansaron antes de los viejos partidos. Da la impresión de que los nuevos se adaptan con demasiada facilidad a las reglas del ecosistema político-mediático, si bien el coste a pagar consiste en romper amarras con la sociedad civil. La grieta entre la opinión pública y los partidos no para de ensancharse. Solo así se entiende que la aparición de tres nuevas fuerzas (Podemos, Ciudadanos y Vox) no haya conseguido aumentar la confianza política de la ciudadanía.
Con todo, creo que hay algo tan o más importante que el envejecimiento acelerado de las fuerzas jóvenes: el sistema electoral ha contribuido a que el PSOE y el PP salven el pellejo. Uno de los elementos clave de este sistema es el tamaño de los distritos electorales (que en España son las provincias). Hay grandes variaciones de población en las provincias y, por tanto, también en el número de diputados que se eligen en cada una. En Soria se elige solo dos diputados, mientras que, en Madrid, 37. En la práctica, como ha mostrado Alberto Penadés en sus trabajos sobre el tema, operan simultáneamente tres sistemas electorales: el de las provincias pequeñas (con circunscripciones con 5 o menos escaños), el de las provincias intermedias (de 6 a 9 escaños) y el de las provincias grandes (más de 10 escaños). En las provincias pequeñas el sistema es prácticamente mayoritario (es decir, casi todo se lo llevan los dos grandes partidos); en las grandes, es proporcional (cada partido recibe el porcentaje de escaños que corresponde a su porcentaje de votos); y en las intermedias tenemos proporcionalidad con un sesgo mayoritario.
Pues bien, la idea central se puede expresar brevemente: en las provincias pequeñas, el sistema electoral ha amortiguado considerablemente el castigo a los grandes partidos. Si se comparan los resultados electorales de noviembre de 2019 y de marzo de 2008, la concentración de escaños en manos de PP y PSOE se redujo en 24 puntos porcentuales en las provincias pequeñas (pasó del 97% en 2008 al 73% en 2019), mientras que en las grandes la pérdida equivalente fue de 41 puntos porcentuales (del 91% al 50%). Las pérdidas de voto, sin embargo, no fueron tan diferentes: 33 puntos porcentuales en las pequeñas y 38 puntos en las grandes (esta diferencia de 5 puntos, por cierto, no se debe a variaciones provinciales en la renta per cápita). Los escaños de las provincias pequeñas, por tanto, son menos sensibles (menos elásticos) al castigo electoral que los escaños de las provincias grandes. Si a esto se añade que en las provincias pequeñas hay un número considerable de votantes que renuncian a votar a los partidos nuevos porque saben de antemano que no van a obtener representación (voto útil), el premio del sistema electoral a los partidos tradicionales es considerablemente mayor.
Debido a la fuerte variación en la distribución provincial de escaños, en España no opera la lógica de los sistemas mayoritarios (fundamentalmente, los anglosajones), en los que, en lugar de nuevos partidos, surgen candidatos rompedores en el interior de los grandes partidos (como Donald Trump en el partido republicano, Bernie Sanders en el partido demócrata y Jeremy Corbin en el laborista), pero tampoco funciona plenamente la lógica proporcional, que se debilita en las provincias intermedias y se bloquea en las pequeñas. No cabe descartar que si el sistema hubiera sido más proporcional en el reparto de escaños, alguno de los nuevos partidos hubiese adelantado a su competidor directo, con las consecuencias políticas que eso podría haber tenido.
Al final, el viejo sistema electoral español, perfilado en la Ley para la reforma política de 1976, durante los estertores del franquismo, y que no ha sido modificado en lo sustancial desde entonces, ha contribuido a preservar el sistema de partidos en medio de las turbulencias políticas de nuestro tiempo. Algunos, quienes priman la estabilidad política, se sentirán aliviados; otros, sin embargo, los que creen prioritaria la renovación, lo lamentarán.
[ARCHIVO DEL BLOG] Hannah Arendt, de actualidad. [Publicada el 01/02/2013]
Resulta indudable que el pensamiento, la obra y la vida de la gran teórica-política estadounidense de origen judeo-alemán, Hannah Arendt, fallecida hace treinta y ocho años a los sesenta y nueve de edad en su casa de Nueva York, siguen de actualidad. De enorme actualidad diría yo. Aunque pudiera parecer redundante recalcar su condición de estadounidense, de su origen alemán y de su condición de judía, no es una cuestión baladí, y un repaso a su biografía lo atestigua fehacientemente.
La cineasta alemana Margarethe von Trotta estrena en estos días una película sobre Hannah Arendt, interpretada por la actriz Barbara Sukova. En una entrada del 13 de febrero del blog de Fernando Mires hay una reseña crítica de la película que vale por todo un tratado sobre la vida y la filosofía de Hannah Arendt. El filme se centra en el proceso de elaboración de uno de sus libros más famosos y polémicos, "Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal", publicado en 1963 y que escribió tomando como base los articulos que realizó para la revista "New Yorker" sobre el secuestro del exjerarca nazi Adolf Eichmann en Argentina por agentes del Mossad israelí, y su posterior proceso judicial, condena y ejecución en Israel. La película trata también aspectos fundamentales de la trayectoria vital e intelectual de esta original pensadora, quizá la más original y controvertida del siglo XX. Ya escribí sobre ello en una entrada anterior y a ella me remito, y la película ha sido objeto de un interesante reportaje publicado en "El País" del pasado 29 de enero por Javier Rodríguez Marcos con el sugerente título de "La banalidad del mal. 50 años después". También traté el asunto en otra entrada de mayo pasado titulada "Juicio y condena de Adolf Eichmann" que pueden ver aquí y que hace innecesario insistir más en el tema. Pueden ver un tráiler de la película de Margarethe von Trotta en este enlace.
Para quien se enfrente por vez primera al pensamiento y la obra de Hannah Arendt me tomaría el atrevimiento de sugerirle que lo hiciera no por sus grandes y monumentales construcciones teóricas, tales como "La condición humana", "Los orígenes del totalitarismo" o "Sobre la revolución", por citar solo algunas de ellas, todas editadas en español, sino por la anteriormente citada sobre el proceso de Eichmann o la titulada "Tiempos presentes" (Gedisa, Barcelona, 2002), editada por la profesora alemana Marie Luise Knott.
Leí esta última hace justamente diez años, en la primavera de 2003, y he vuelto a releerla en estos días con sumo placer. Se trata de una recopilación de ensayos, ocho en total, de extensión media (entre veinte o treinta páginas cada uno) publicados entre 1943 y 1979, que analizan fenómenos y acontecimientos políticos contemporáneos del momento en que se escriben, tales como "El problema alemán" (1943), la impresión recibida tras la vuelta a su país de origen al finalizar la guerra mundial en "Visita a Alemania" (1950), o el interesantísmo "El problema alemán no es ningún problema alemán (1945). Pero también "Europa y América" y "Little Rock" (1959), "Desobediencia civil" (1970) y "200 años de la revolución americana" (1975).
Sobre la actualidad de su pensamiento, un ejemplo tomado del ensayo "Desobediencia civil" antes citado. Dice en él: "Se ha demostrado suficientemente que las campañas de desobediencia civil, organizadas con habilidad, pueden ser muy efectivas y ocasionar cambios legales deseables". ¿Les suena la idea? Y este otro: "Por mucho que la resistencia (a la opresión) actúe movida por la idea de libertad, esta solo puede tomar forma allí donde los hombres se reúnen, se entienden y se tratan". O este texto, ciertamente premonitorio de los tiempos que vivimos, citado en "200 años de la revolución americana": "Es perfectamente posible que estemos en uno de esos puntos de de inflexión decisivos en la historia, uno de esos puntos que separan a épocas enteras las unas de las otras. Para nosotros, contemporáneos implicados en las inflexibles exigencias de la vida cotidiana, la línea divisoria entre una era y la siguiente apenas si es visible mientras la traspasamos; solo cuando el hombre las ha sobrepasado, las líneas se convierten en muros tras los que queda el pasado irrecuperable".
Para la profesora Marie Luise Knott, editora de "Tiempos presentes", cuando el libro se publica por vez primera (1986), Hannah Arendt no estaba políticamente tan en alza como lo estuvo después de la caída del Muro de Berlín (1989). Como bien dice era considerada por sus críticos como una escritora "hors catégorie" (inclasificable), a la que desde la izquierda consideraban una derechista, y desde la derecha una polemista temible a la que sus ensayos siempre resultaban incómodos. Y es que sus escritos constituyen siempre intentos de describir lo novedoso, lo "no-dicho" y lo "no-visto"; pensar apasionadamente para comprender la realidad.
Para Arendt no hay nada en la política que resulte obvio, sino que es algo que hay que discutir constantemente para que exista en un espacio público; un espacio público que necesita renovarse sin cesar para mantenerse. Los ensayos de Hannah Arendt, dice su editora, viven de la discusión, sobre la que quiere poner acentos propios al escribir. En lugar de definir y deducir despliega las reglas del juego jugándolo; intentando medir la trascendencia de una idea, palpar sus límites y sobrepasarlos. De ahí, su permanente actualidad.
El vídeo que acompaña la entrada, que ya he reproducido anteriormente, en un extenso reportaje televisivo sobre su vida y su obra, dentro del ciclo dedicado a los grandes pensadores del siglo XX. Ella, sin duda, lo fue. Y en este otro enlace pueden disfrutar de la entrevista, interesantísima, que la periodista Esther Andradi realizaba el pasado 8 de febrero para la revista argentina "Página 12" a la realizadora alemana Margarethe von Trotta, titulada "Un retrato para Hannah", con motivo del estreno mundial en Berlín de su película "Hannah Arentd", y que he tomado también del magnífico blog de Fernando Mires.
Espero que les resulte interesante. Y sean felices, por favor, a pesar del des-gobierno que padecemos. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": Nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
martes, 7 de febrero de 2023
De la perennidad sin enmienda
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Manuel Vicent, va de la perennidad sin enmienda. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
El vigilante
MANUEL VICENT
05 FEB 2023 - El País
“Piensa que cualquier cosa que firmes, un día estará en la mesa de tu peor enemigo en tu peor momento”. Esta fue la advertencia que le hizo el viejo director de una multinacional a un joven que acababa de acceder a un puesto ejecutivo en la empresa. Su aviso partía del conocimiento directo de lo más ruin del alma humana, algo que en estos tiempos en que la violencia y la banalidad cabalgan juntas, le puede servir de lección a quien aspire a sacar cabeza del anonimato. Lo primero que debe saber un político, un líder de opinión, un científico, un empresario, un artista famoso es que hay alguien que te vigila, que conoce tus puntos flacos, tus caídas, los errores que has cometido, lo que has dicho o escrito, incluso aquello tan humillante, que siempre has tratado de ocultar. Ese vigilante lo sabe todo de ti y guarda tu secreto con una labor de insecto en un cajón por si un día le puede servir para anularte. Será en tu peor momento o cuando a él le convenga. Hasta hace poco, durante los felices tiempos analógicos, este acecho desde la oscuridad no tenía tanto peligro, puesto que el papel o el micrófono que servían de soporte a cualquier grave desliz acababa por desaparecer podrido junto con los periódicos en el basurero y la voz de la radio al final se la llevaba el viento y ya no volvía. Pero en el mundo digital cualquier error que cometas, seguirá de forma perenne en la Red, como si lo estuvieras cometiendo siempre ahora mismo. De hecho, la Red te convierte en ese mosquito que fue atrapado por una gota de ámbar y permanece intacto desde hace un millón de años, solo que ahora cualquier pelanas puede devolverte a la actualidad, donde ya te espera un tribunal constituido por miles y miles de idiotas. Bastará con que un enemigo anónimo escriba tu nombre en el teclado y aparecerán en su pantalla todas tus caídas por las que serás una y otra vez sacrificado.
MANUEL VICENT
05 FEB 2023 - El País
“Piensa que cualquier cosa que firmes, un día estará en la mesa de tu peor enemigo en tu peor momento”. Esta fue la advertencia que le hizo el viejo director de una multinacional a un joven que acababa de acceder a un puesto ejecutivo en la empresa. Su aviso partía del conocimiento directo de lo más ruin del alma humana, algo que en estos tiempos en que la violencia y la banalidad cabalgan juntas, le puede servir de lección a quien aspire a sacar cabeza del anonimato. Lo primero que debe saber un político, un líder de opinión, un científico, un empresario, un artista famoso es que hay alguien que te vigila, que conoce tus puntos flacos, tus caídas, los errores que has cometido, lo que has dicho o escrito, incluso aquello tan humillante, que siempre has tratado de ocultar. Ese vigilante lo sabe todo de ti y guarda tu secreto con una labor de insecto en un cajón por si un día le puede servir para anularte. Será en tu peor momento o cuando a él le convenga. Hasta hace poco, durante los felices tiempos analógicos, este acecho desde la oscuridad no tenía tanto peligro, puesto que el papel o el micrófono que servían de soporte a cualquier grave desliz acababa por desaparecer podrido junto con los periódicos en el basurero y la voz de la radio al final se la llevaba el viento y ya no volvía. Pero en el mundo digital cualquier error que cometas, seguirá de forma perenne en la Red, como si lo estuvieras cometiendo siempre ahora mismo. De hecho, la Red te convierte en ese mosquito que fue atrapado por una gota de ámbar y permanece intacto desde hace un millón de años, solo que ahora cualquier pelanas puede devolverte a la actualidad, donde ya te espera un tribunal constituido por miles y miles de idiotas. Bastará con que un enemigo anónimo escriba tu nombre en el teclado y aparecerán en su pantalla todas tus caídas por las que serás una y otra vez sacrificado.
[ARCHIVO DEL BLOG] Retorno a Wittenberg. [Publicada el 05/01/2018]
Dotado de una fuerza visionaria, Lutero captó hace cinco siglos los apasionados anhelos religiosos de su tiempo. El Reformador era un hombre de pensamiento y oración, preocupado por el futuro de Alemania y de Europa, escribía hace unos días en El País el profesor y catedrático emérito de la UNED Manuel Fraijó, teólogo y filósofo español, discípulo y amigo de grandes pensadores en el ámbito de la teología y la filosofía, como Karl Rahner, Wolfhart Pannenberg, Hans Küng, Jürgen Moltmann y Johann Baptist Metz.
Con cierta impaciencia, comenzaba diciendo, debe estar contando Lutero las horas que faltan para que termine el año de su V centenario. Hay que imaginárselo contento, pero también algo exhausto a causa de tanta conmemoración. Con no poco asombro habrá tomado nota de la visita de los papas Benedicto XVI y Francisco a lugares emblemáticos del protestantismo; especial satisfacción le habrá producido escuchar sus himnos, una de sus mejores herencias, cantados en tantas iglesias católicas; y, como su corazón nunca dejó de ser del todo agustino, le habrá encantado la carta, tan serena y justa, que el prior general de los agustinos ha dirigido a la orden; y él, que tan agrios debates mantuvo con el cardenal Cayetano, habrá leído con asombro y honda satisfacción la excelente monografía que otro cardenal, Walter Kasper, le ha dedicado: Martín Lutero. Una perspectiva ecuménica; especial alegría debe haber sentido al leer el Acuerdo sobre la justificación, un documento ratificado oficialmente por ambas iglesias en el año 1999 que pone de manifiesto que el polémico concepto de justificación no es ya motivo de división; y, cómo no, se habrá interesado por otro documento, este del año 2017, titulado Del conflicto a la comunión. Conmemoración conjunta luterano-católico-romana de la Reforma en 2017. Es la primera vez que luteranos y católicos conmemoran juntos lo que ocurrió hace 500 años.
Con no poco agrado habrá tomado nota de la paulatina desaparición de la leyenda de las 95 tesis clavadas por él en la puerta de la iglesia de Wittenberg. En realidad, las envió el 31 de octubre de 1517 a Alberto de Brandemburgo y a algunos obispos. Al no recibir respuesta, las envió a “hombres eruditos”. Fueron ellos quienes las difundieron. Lutero lo lamentó, ya que “no van destinadas al gran público”. Pidió disculpas al Papa, asegurándole que no las retiraba porque ya no estaba en su mano.
Pero tal vez la mayor sorpresa se la habrá dado quien le haya informado de que hace ya más de 60 años los católicos celebramos un concilio, el Vaticano II, en el que se aprobaron algunos temas por los que él tan denodadamente luchó: el sacerdocio general de todos los fieles; el uso de la lengua vernácula en la liturgia; la comunión bajo las dos especies; el protagonismo de los laicos en la Iglesia; la importancia de las comunidades locales; la Biblia como alma del cristianismo y de la teología. No sin cierta melancolía, Lutero habrá recordado su insistencia en la celebración de un concilio que Roma solo convocó en 1545, cuando ya no era posible la concordia. El concilio de Trento llegó demasiado tarde.
Y algo atónito se habrá quedado al leer los elogios que un dominico, Y. Congar, le ha dedicado: “Lutero es uno de los mayores genios religiosos de la historia”. Y sabiamente añade: “Lutero no es el Evangelio. Lo importante es ir hacia el Evangelio juntamente con él”. Por suerte, los insultos de ayer han hecho sitio a los elogios de hoy. Y bien que lo necesita el Reformador. En sus últimos años sufrió notables desengaños y decepciones. Tuvo que ver, por ejemplo, cómo algunos protestantes abusaban de la justificación por la fe para entregarse a la pereza.
Con todo, su principal fuente de preocupación fue la Reforma misma. En sus horas de reflexión y soledad debió recordar cómo en 1483, año de su nacimiento, toda Europa era católica; en 1546, fecha de su muerte, casi la mitad del continente se había separado de Roma. Algo que, como sabemos, no ocurrió sin feroces enfrentamientos y abundante derramamiento de sangre. A Lutero le preocupaba el futuro de Alemania y Europa. Él sabía que no era el único responsable de lo ocurrido: fue decisivo el apoyo de los príncipes alemanes, cansados de las injerencias de Roma y de sus exigencias financieras. Pero sin la fuerza religiosa y visionaria del Reformador nada de lo que ocurrió hace 500 años habría sido posible. Captó como nadie los apasionados anhelos religiosos de su tiempo. Lo que no supo fue encontrar un sucesor apropiado. Lutero, que se definía a sí mismo como “un sajón, un rústico y duro sajón”, terminó enfrentándose con muchos de los que habrían podido sucederle. Th. Mann dirá que el Reformador fue “un bárbaro de Dios con bovina cerviz”. De acuerdo, pero aquel bárbaro de Dios, hombre de pensamiento y oración, contemplaba con honda preocupación el resultado de su propia obra.
Y, probablemente, nada le atormentó tanto como su actuación en la rebelión de los campesinos. K. Marx la califica como “el hecho más radical de la historia alemana”. Los campesinos se sublevaron contra la opresión a la que les sometían la Iglesia y los nobles. En un primer momento contaron con el decisivo apoyo de Lutero, pero cuando este constató que también los campesinos se lanzaban al pillaje, al asesinato y a la destrucción de conventos e iglesias, cambió de bando y animó a los señores a sofocar la rebelión a sangre y fuego; sus arengas son de tenor irreproducible. Al frente de los campesinos iba Thomas Müntzer, llamado “místico con martillo” y “reformador sin iglesia”. A Müntzer no le bastaba la libertad interior que predicaba Lutero, quería libertades concretas, políticas y sociales. Fue ejecutado al fracasar la revuelta en la que perecieron unos 70.000 campesinos. Algunos historiadores afirman que el fracaso de esta revolución adormeció por un par de siglos la actitud del pueblo alemán ante los desmanes del poder. Y analistas políticos bienintencionados sostienen que, si Lutero se hubiese aliado con los campesinos, habría corrido su misma suerte y nos habríamos quedado sin Lutero, sin Müntzer, y sin la Reforma. Parece una hipótesis plausible.
A partir de 1525, fecha de la derrota de los campesinos, Lutero entró en una crisis de la que ya nunca se repuso. Su prestigio declinó rápidamente. También su boda, celebrada en el mismo año 1525, sirvió de mofa para sus enemigos y de disgusto para sus amigos. Se había iniciado el declive del Reformador. El hombre que entre 1500 y 1530 publicó el 20% de los textos editados en Alemania se fue quedando sin inspiración. “Culpable” fue también el cuidado de sus seis hijos.
El final le llegó en la noche del 17 de febrero de 1546. Ocurrió en su pueblo, en Eisleben. Fue la muerte serena de un gran creyente cristiano. En realidad, Lutero deseaba ya el final: “He vivido mi vida, ya es hora de que me reencuentre con mis mayores”. Durante sus últimos años no podía andar, lo trasladaban en un pequeño carro. Su cadáver fue trasladado de Eisleben a Wittenberg donde se le tributaron impresionantes honras fúnebres. Melanchthon, su discípulo más fiel e inteligente, pronunció una emocionada oración fúnebre. La concluyó con estas palabras: “Se ha ido el carro y el auriga de Israel”. Después de este agitado 2017, el “auriga” retornará a su silencio de Wittenberg en espera del próximo centenario.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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