lunes, 6 de febrero de 2023

De la cultura de la cancelación

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filósofa Rosa María Rodríguez Magda, va de la cultura de la cancelación. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Sobrevivir a la cultura de la cancelación
ROSA MARÍA RODRÍGUEZ MAGDA
04 FEB 2023 - El País

Hay una parte del mundo, la nuestra, donde no tanto el poder sino la propia sensibilidad del individuo genera un orden despótico y una reescritura de la realidad. Lo novedoso, en las sociedades democráticas estables, es que ya no se lucha de manera violenta e incluso sangrienta para cambiar una realidad impuesta a los sujetos —como en otros tantos puntos del planeta—, sino que se borra esa realidad y se la resetea y reformula para adecuarla a una blanda sensibilidad indignada. Todo lo que no encaja con esa hipersensibilidad de la ofensa vestida de exigencia moral es denunciado, perseguido, hecho desaparecer, cancelado.
Aunque abundan en el mundo gobiernos tiránicos, sin embargo, en las democracias occidentales el poder busca adoptar una faz suave, no desea mostrarse como Leviatán dominador. Y mientras los gobiernos intentan sibilinamente disfrazar su autoritarismo, lo vemos crecer donde residía la esperanza de la rebelión: en los individuos.
Durante mucho tiempo se consideraron dos polos opuestos: por un lado, los individuos; por otro, el poder que los anulaba. Con posterioridad se ha profundizado en la manera inconsciente en que los humanos introyectan ese poder y obedecen a las normas sin percatarse de ello, con la vana ilusión de ser libres.
Han sido las dictaduras las que, habitualmente, han impuesto la represión, aun cuando, en buena medida, las reglas pudieran ser asumidas por los sujetos, en una “servidumbre voluntaria”. La represión (no solo sexual) se ha sublimado con justificaciones morales, religiosas o sociales: pareciera, pues, que una desublimación debería llevarnos a una verdadera libertad. Pero ya Herbert Marcuse acuñó el término “desublimación represiva” para mostrar cómo bajo el rostro de la supuesta libertad anidaba la coerción asumida. La hipersexualización festiva no nos libera de la normatividad —hoy diversa, deseante e inclusiva— con la que se dibuja el mapa de su verdad.
El famoso panfleto ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, el 15-M, incluso el gesto huraño de Greta Thunberg proponían un levantamiento frente a un mundo adverso, injusto, depredador…, todo ello parece diluirse en un narcisismo ofendido plagado de censura, persecución y ferocidad, en el que la emoción sustituye a la razón.
Tomar la Bastilla o conquistar el Palacio de Invierno se han convertido en viejos símbolos de ese derrocamiento del absolutismo, fueron objeto de revoluciones, alimentadas por teorías (la Ilustración, el marxismo). Actualmente, la sentimentalidad sustituye al andamiaje teórico, no se busca un cambio social sino un resarcimiento de la identidad herida. No se pretende modificar la realidad, sino inventarla, corregirla también retrospectivamente, y forzar el asentimiento público y legal de esa depuración: la nueva normalidad como psicosis colectiva de la corrección política.
La cultura woke realiza la siguiente traslación: me siento ofendido, luego hay una verdadera ofensa (salto del sentimiento a la objetividad), toda disensión es una muestra de odio (se rechaza la argumentación), luego quienes así me ofenden merecen ser cancelados (yo no odio, reparo la injusticia, se dice el cancelador).
Asistimos a una omnipotencia del deseo que borra a quien no demuestra la corrección requerida, y, por otro lado, a una manipulación de la culpa. Nunca podremos estar a la altura de quien pertenece a un colectivo oprimido —o intenta mostrarse como tal—, su herencia de humillación hace que cualquier palabra pueda reabrir la herida, no cabe hablar, razonar, sino solidarizarse con su opresión, hacernos perdonar el pertenecer al grupo de los opresores.
Además de los dramas personales que pueden sufrir los “cancelados”, me parece importante señalar una consecuencia sustancial: la cultura cancelada, y, más allá de ello, la cultura falseada. Todos aquellos libros y películas que dejan de recomendarse porque contienen elementos ahora prohibidos. Y aún más: por ejemplo, no solo HBO quita de su catálogo Lo que el viento se llevó, sino que, traicionando la historia, elige una actriz negra como Ana Bolena en su miniserie del mismo título, similar afán el de Garth Davis en su filme María Magdalena al convertir a San Pedro en un hombre de color. ¿Es ese el camino efectivo para superar el racismo? Y ante cualquier otra incorrección, ¿ocultaremos obras artísticas?, ¿resucitaremos el índice de libros prohibidos o solo reescribiremos algunos párrafos? ¿Por qué no la contextualización crítica en vez de la censura?
Lo real no importa, es imperfecto, mi deseo debe imponerse —piensa el nuevo narciso censor—. Cambiamos el pasado, los cuerpos, la naturaleza. El sentimiento genera derechos, leyes, realidad. Ese es el trasfondo de lo woke, inscrito en lo que Michel Foucault denominó el “régimen de verdad” —o de ficción— de nuestra época.
Estamos perdiendo la realidad, la historia, y convirtiendo la cultura en un cuento para niños temerosos y malcriados que no soportan el menor rasguño, pero pueden empujar a la nada a quienes no comparten su visión. Debemos prepararnos para sobrevivir a los puñales envueltos entre algodones.





















[ARCHIVO DEL BLOG] Sortu y el Digesto de Justiniano. [Publicada el 10/04/2011]










Después de mi entrada del pasado 7 de febrero, "Servidumbre y grandeza de la democracia", que concluía con una apelación a esperar la resolución final de los jueces, no tenía la menor intención de volver a escribir sobre el asunto de Sortu, el grupo político de la izquierda radical vasca al que la ha sido denegada por el Tribunal Supremo su inscripción como partido y con ello la posibilidad de presentarse a las elecciones locales del próximo mes de mayo. Un hecho reciente, la manifestación de ayer sábado en Madrid de diversas asociaciones de víctimas del terrorismo contra toda posible legalización de Sortu, me anima a plantear de nuevo algunas consideraciones al respecto. 
Sobre la manifestación de ayer quisiera dejar constancia de mi respeto por las asociaciones convocantes de la misma pero también de mi desasosiego por los insultos al gobierno, que no por esperados y reiterativos, dejan de ser preocupantes por lo que tienen de demagógicos y sobre todo de falsedad al acusarle de complicidad con los terroristas. Que lo digan los manifestantes, puede admitirse porque forma parte del guión; que lo piense y lo diga el partido que aspira a sustituir al gobierno de la nación en 2012 resulta desvorgonzado pero sobre todo clarificador sobre el concepto de democracia que manejan algunos dirigentes del PP. 
Desde mis profundas convicciones federalistas siento una animadversión rayana en el desprecio por el nacionalismo radical e independentista, pero ese juicio moral (o prejucio, si lo prefieren así) por mi parte, no puede ser óbice para reafirmarme en los criterios que exponía en la entrada citada del blog. Me gustaría reproducir una frase del político frances Georges Clemencau, pronunciada a finales del siglo XIX en relación con el afer Dreyfus: "Cuando se infringen los derechos de uno se infringen los derechos de todos". ¿Esa afirmación presupone por mi parte reconocer a Sortu su derecho a participar en política siempre que respete  la legalidad vigente? Por supuesto que sí. Me remonto al Derecho Romano, y en concreto al Digesto (Aranzadi, Pamplona, 1968) de Justiniano, publicado el año 533 d.C., base y fundamento del derecho civil occidental, en el que se recoge el famoso aforismo "In dubio pro reo" (Digesto: L, 17, 155), obviado por el Tribunal Supremo en su sentencia a juicio de siete de los dieciséis magistrados de la Sala 61 que ha dictado la resolución denegando la inscripción de Sortu en el registro de partidos políticos. 
No voy a entrar en el análisis material del contenido de la sentencia mayoritaria ni del voto particular de los magistrados discrepantes de la misma. De cualquier modo se trata de una resolución de indudable importancia jurídica porque es la primera vez que una minoría de nada menos que un 44% de los magistrados de una Sala del Tribunal Supremo anteponen la primacía de los derechos fundamentales reconocidos por la Constitución a los ciudadanos, entre ellos el de participar en política mediante la formación de partidos, a cualquier otra consideración legal o de oportunismo político.
Les confieso con cierto pudor que el desencadenante, trivial y anecdótico, que me ha empujado definitivamente a publicar este entrada tan políticamente incorrecta ha sido una película vista esta misma tarde por televisión: "Cinco minutos de gloria", un film del año 2009 del cineasta alemán Oliver Hirschbiegel, interpretado por Liam Neeson y James Nebit, sobre la violencia  política y terrorista que asolaba Irlanda del Norte hace una treintena de años, pero también, conseguida la paz, sobre la necesidad del perdón y del olvido. Sino somos capaces de entender algo tan sencillo como esto es que no hemos entendido nada... 
Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











domingo, 5 de febrero de 2023

De las voces de las mujeres afganas

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Asne Seiesrstad , va de las voces de las mujeres afganas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Una tenaza mortal en Afganistán
ÅSNE SEIERSTAD
03 FEB 2023 - El País

El día de Nochebuena, a las seis en punto de la mañana, me despertó el sonido de mi teléfono móvil. “¿Has oído los rumores de que no van a permitir trabajar a las mujeres?”. El mensaje de texto venía de Kabul. Era de una joven a la que conocí en Afganistán cuando estuve allí para documentar el primer año del regreso de los talibanes al poder. Me había hablado de su infancia feliz, su ambiciosa época universitaria, su cruel caída y, ahora, un futuro anulado. Soñaba con ser jueza y era una de las mejores de su promoción de Derecho. Ariana era una de las afganas que amaban Estados Unidos; tenía Netflix en el móvil y a Beyoncé en los oídos y aguardaba con ilusión las oportunidades que podía darle una buena educación. Una de las chicas a las que Occidente celebraba como parte de su idea de la evolución de Afganistán hacia la democracia —con ayuda occidental—, hasta que los talibanes destrozaron sus sueños y Occidente la abandonó.
“Esto va a acabar con nuestra vida. Mi corazón no puede más”, dijo.
Hacía cuatro días que los talibanes habían anunciado que se impediría el acceso de las mujeres a las universidades del país, con efecto inmediato. Otro mazazo más. Como de costumbre, los talibanes les echaron la culpa a ellas. “Hemos ordenado a las jóvenes que lleven hiyab, pero no han obedecido. Iban vestidas como si fueran a una boda”, declaró el ministro de Educación Superior, Neda Mohammad Nadeem, a la televisión estatal, dirigida por los talibanes. Los gobiernos occidentales, los dirigentes musulmanes y la ONU protestaron. Los talibanes se encogieron de hombros.
El rumor que había oído Ariana resultó cierto. Ese mismo día de Nochebuena, me envió el decreto que prohibía a las mujeres trabajar en organizaciones nacionales e internacionales. Luego envió un mensaje de voz. Tuve que reproducirlo varias veces para entender lo que decía entre sollozos. “No valemos nada en este mundo. No tenemos derechos. Ni siquiera puedo llamarme ser humano”, dijo llorando. “Tenemos que casarnos con un hombre que nos elige alguien y vivir bajo las reglas que fijan otros. Poder trabajar era la única razón que tenía para vivir”.
Unos talibanes divididos
Durante las Navidades, los ministros de Asuntos Exteriores de todo el mundo enviaron nuevas protestas a los talibanes, apenas unos días después de las anteriores. Su jefe designado, el emir Haibatullah Ajundzada, guardó silencio, mientras su portavoz señalaba la ley islámica.
El líder supremo tiene un lema que puede resumirse así: “Hacemos exactamente lo que queremos”. O, para ser más precisos, “hacemos lo que yo quiero”. Conocer la estructura de poder de los talibanes es importante para comprender el trasfondo de todo lo que ha sucedido desde que se adueñaron del país en agosto de 2021. En Kandahar, al sur del país, Haibatullah se rodea de un estrecho círculo de consejeros teológicos. Cuando toma una decisión, se envían los decretos. Y los decretos se parecen cada vez más a la forma que tenían los talibanes de gobernar en los años noventa, hasta que quedaron diezmados por los ataques aéreos estadounidenses después del 11 de septiembre.
Más al Norte, en Kabul, está la sede del Gobierno. Ahora, por primera vez, varios ministros se han atrevido a expresar su descontento con las nuevas políticas, es decir, con su líder. Uno de los que se han encarado con el emir es el ministro de Asuntos Exteriores, Amir Jan Muttaqi, que prometió educación para las niñas después de volar a Oslo en un jet privado para una serie de reuniones en enero del año pasado. Otro es el hombre responsable de los ataques más letales contra las tropas occidentales durante el régimen anterior, el poderoso ministro del Interior, Sirajuddin Haqqani, que figura en la lista de los más buscados del FBI. El ministro de Defensa, Mohammad Yaqood, hijo del antiguo emir, el mulá Omar, también ha criticado las restricciones.
No es que estos hombres sean moderados precisamente, pero sí son más pragmáticos y mejores estrategas que los clérigos de Kandahar. Quieren que Afganistán tenga reconocimiento internacional e influencia en la región y se dan cuenta de que las nuevas restricciones deterioran la reputación del país y agravan su aislamiento. En la actualidad hay tal tensión entre estos ministros de Kabul y lo que llaman “la milicia de Kandahar” que los dos bandos han empezado a movilizarse. Tanto el ministro del Interior como el de Defensa disponen, cada uno, de varios miles de combatientes leales y acceso a grandes cantidades de material militar que las Fuerzas Armadas estadounidenses dejaron atrás.
Oportunidades desaprovechadas
Cuando los talibanes recuperaron el poder en 2021, dieron la impresión de haber cambiado desde su periodo anterior en el Gobierno. Occidente se mostró dispuesto a ser paciente, aunque nos irritó que no hubiera mujeres en el Ejecutivo y que apenas hubiera representación de minorías étnicas o de grupos políticos distintos de los talibanes. Una parte importante de los activos del Tesoro afgano, que el entonces presidente, apoyado por Occidente, Ashraf Ghani, había depositado en bancos estadounidenses, quedaron congelados. Ese iba a ser nuestro instrumento de presión.
Pero, en realidad, se lo pusimos casi demasiado fácil a los talibanes. Con que hubieran incluido a unos cuantos opositores políticos, hubieran cumplido las promesas hechas en las negociaciones de Doha del año anterior de no llevar a cabo atentados ni proteger a grupos terroristas y hubieran abierto escuelas secundarias para niñas, podrían haberse encaminado hacia el reconocimiento político.
Pero lo que sucedió fue que el Ministerio de la Mujer se convirtió en el Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio. La educación se segregó, las clases infantiles se dividieron por sexos y en las universidades se pusieron entradas y aulas separadas para hombres y mujeres. Los alumnos, tanto niños como jóvenes, solo podían tener como enseñante a alguien de su propio sexo o a un mulá de más edad. Y el primer gran mazazo llegó en marzo del año pasado, cuando no se abrieron los centros de enseñanza secundaria para niñas como se había anunciado.
La realidad acabó siendo peor que los decretos. Los guardias de a pie campaban a sus anchas. Si las estudiantes se sentaban en un banco, las azotaban. Al mínimo mechón de pelo que mostraran, las golpeaban. Amenazaban a las chicas que rebasaban las pocas horas que les permitían estar en el campus universitario antes de que llegaran los chicos, que disponían del resto del día. De quienes terminaron la carrera en el primer semestre del año pasado, solo obtuvieron el título los chicos. A las chicas les dejaron claro que lo recibirían cuando Occidente levante las sanciones.
Ariana era una de esas jóvenes.
El verano pasado se impusieron nuevas restricciones sobre la vestimenta y la forma de cubrir el rostro. Hubo nuevas restricciones en el transporte y, desde entonces, las mujeres tienen que viajar acompañadas de un familiar varón en los recorridos largos. En otoño se prohibió a las mujeres entrar en parques, recintos feriales, gimnasios y baños públicos. En Adviento, los talibanes llevaron a cabo su primera ejecución pública y en diciembre, en varias provincias, mandaron azotar a cientos de afganos por comportamiento inmoral.
En el momento de escribir este artículo, varias organizaciones internacionales, incluidas algunas pertenecientes a la ONU, han detenido temporalmente sus actividades en protesta por la prohibición a las mujeres de trabajar. Las organizaciones humanitarias han declarado que nunca sustituirán a las mujeres que trabajan en ellas por hombres y que las necesitan para llevar a cabo su misión. Por el contrario, la ONU presiona a algunas organizaciones para que sigan adelante con sus proyectos exclusivamente con hombres. Ya se han plantado las semillas; ¿hay que dejar que se echen a perder si no se permite que las mujeres vuelvan a trabajar?
¿Unas medidas más enérgicas?
El mundo lleva año y medio siendo paciente. La pregunta es: ¿qué fuerza tenemos frente a nuestro viejo enemigo, un antiguo grupo terrorista con todo el tiempo del mundo?
Durante 20 años se inyectaron enormes sumas de dinero en Afganistán, destinadas al desarrollo y la educación, a la construcción del Estado y a que las fuerzas militares de la OTAN entrenaran y equiparan al Ejército Nacional Afgano. Casi tres cuartas partes del presupuesto del Gobierno anterior procedían de Occidente. Gran parte de ese dinero desapareció. Los criados infieles perfeccionaron el arte del robo. Los generales afganos inflaron las cifras del ejército y se embolsaron los sueldos de soldados imaginarios. Solo en el último año antes de que los talibanes recuperaran el poder, salieron de un país cada vez más pobre casi mil millones de dólares en efectivo.
Los talibanes tienen menos dinero que el régimen anterior, pero reciben una cuantiosa ayuda de Occidente. El sector de la sanidad está financiado en su mayor parte por el Banco Mundial. Esa ayuda sí llega a la gente, pero ¿qué tipo de vida y qué sociedad estamos ayudando a sostener?
También puede resultar peligroso aislar a los talibanes. La última vez que se hizo, el resultado fue una guerra civil, campos de entrenamiento de Al Qaeda y la aparición de Bin Laden. Occidente cree en el diálogo; lo malo es que los líderes talibanes, cuando asisten a reuniones diplomáticas, asienten y hablan, acaban haciendo lo que les da la gana. ¿Podemos aumentar la presión? ¿Podemos tomar medidas más enérgicas? ¿Podemos retener fondos, incluso la ayuda de emergencia, si no respetan los derechos humanos básicos?
A los afganos que están plantando cara a los talibanes les aguarda una tarea abrumadora. Jamila Afgani, exministra del Gobierno de Ashraf Gani y activista en favor de las mujeres, cuya vida describo en mi libro The Afghans, de próxima publicación, pide que haya una estrategia común y un mayor compromiso de la comunidad internacional. Quiere una postura más firme y tajante sobre la participación de las mujeres en Afganistán y nos pide que exijamos la anulación inmediata de los últimos decretos.
Un problema es la falta de unidad internacional. China acaba de firmar un importantísimo acuerdo petrolero con los talibanes. Se cree que Afganistán tiene unos recursos minerales y energéticos sin explotar por valor de más de un billón de dólares. Otros países como Turquía también están pensando en invertir en el sector energético afgano.
Las sanciones de Occidente no han conseguido que cambie nada. Ahora el dilema es si servirá de algo aumentar la presión económica y si podemos aceptar las penalidades que eso provocará. Tenemos que reconocer que, después de 20 años de guerra, Occidente tiene poca capacidad de influir en los talibanes. Una posibilidad sería presionar a los países musulmanes para que ellos presionen a los talibanes. Necesitamos tener una postura más unida.
Radicalización
La guerra lleva inevitablemente a la radicalización. Mientras Ariana aprendía por su cuenta las letras de Naughty Girl y Single Ladies, de Beyoncé, en los pueblos, los chicos de su generación, nacidos alrededor del cambio de siglo, aprendían de memoria otros textos en las madrasas —escuelas islámicas— de los talibanes o de la red Haqqani. Muchos de los jóvenes soldados talibanes son analfabetos, pero dominan dos cosas: su Kaláshnikov y su Corán. Entre los combatientes que he conocido en este último año, los más jóvenes eran los más extremistas. Su visión del mundo me recordaba más al ISIS, con su objetivo de la yihad global, que a las tradiciones pastunes, más patriarcales y provincianas, de los talibanes.
En los últimos tiempos han empezado a afilar los cuchillos varios grupos yihadistas. La sección afgana del Estado Islámico, el ISIS-K, ha sido la mayor amenaza para la seguridad de los talibanes en 2022, con ataques o atentados suicidas cada semana. El grupo considera que los talibanes son apóstatas y marionetas de Occidente.
Los jóvenes soldados talibanes con los que estuve cuando recogía material para mi libro pensaban que el ISIS-K es su enemigo más temible, pese a que no están muy alejados desde el punto de vista ideológico. Les gustaba ver vídeos de sus misiones suicidas y estaban deseando enseñarme en el móvil sus cuerpos reventados. Yo sentía escalofríos. No por la sangre ni por los cuerpos deformados, sino cuando veía sus rostros. Eran todos lamentablemente jóvenes. Parecían nacidos durante la presencia de la OTAN en su país. Y ese no es un buen presagio.
Hay que levantarse
Con el extremismo de las nuevas medidas, el silencio está a punto de romperse. Ha sido como si se hubiera instalado un trauma y hubiera callado a los políticos que antes decían algo. ¿Quizá porque fracasaron estrepitosamente? Pensaron que podían librar una guerra con una mano y construir el país con la otra, mientras hacían la vista gorda ante la corrupción que despojó al régimen de su legitimidad. Es como si se hubieran olvidado estos 20 años.
Occidente dejó de animar a chicas como Ariana. Al fin y al cabo, lo único que hacen es estar sentadas ahí, en silencio.
Me llama con frecuencia. Me contó que una mañana su padre había ido a la mezquita del barrio. Un hombre se levantó después del rezo y gritó: “¿Quién dice que las niñas no deben aprender? ¿Quién se atreve a impedir que nuestras hijas y hermanas vayan a la escuela? ¿Por qué estamos todos callados?”
“¡Dios es grande!”, replicó un hombre en solidaridad. “¡Allahu Akbar!”, resonó.
“Estoy dispuesto a morir por el derecho de mis hijas a la educación”, continuó el hombre, de pie en medio de la congregación. “Negársela es el mayor pecado. Quienes estéis de acuerdo conmigo, ¡levantaos!”.
En ese momento, me dijo Ariana, llegaron unos soldados talibanes para apresarlo. Pero entonces los asistentes se levantaron, uno tras otro. Hasta que todos en pie, incluido el padre de Ariana, gritaron a los soldados: “¡Arrestadnos a todos! ¡Si os lleváis a uno tendréis que llevarnos a todos!”.
No es posible crear un Afganistán más justo sin que las mujeres luchen por sus derechos. Y tampoco se logrará la justicia sin que los hombres las apoyen. Pero necesitan que el resto del mundo acompañe sus exigencias con todo el peso de su poder. Debemos debatir sobre la forma de encontrar el equilibrio entre la presión y la ayuda ininterrumpida. ¿Quién será el primero en levantarse?



















[ARCHIVO DEL BLOG] Entender la política. [Publicada el 12/03/2016]









El antecedente inmediato de este "A vuelapluma" de hoy está relatado en mi entrada del pasado 6 de febrero titulada ¿Por qué nos frustra la política?, así que a ella remito a los interesados.
Dejaba allí expuesto el comentario, crítica o reseña (no tengo muy clara la diferencia entre una cosa y otra), que el abogado, profesor y ensayista que es José María Ruiz Soroa hacía en Revista de Libros del texto del también como él profesor en la Universidad del País Vasco, Daniel Innerarity, La política en tiempos de indignación (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015). 
Cita Innerarity en la introducción del libro a Hannah Arendt y su ¿Qué es la política?, tan reiteradamente mencionado por mí en el blog, y su afirmación de "que quien quiera hoy hablar acerca de la política ha de comenzar con todos los prejuicios que se tienen contra ella". Y no otra parece ser la intención del profesor Innerarity en La política en tiempos de indignación; un libro interesantísimo que creo va a pasar a ser, junto al de Hannah Arendt, uno de mis textos de cabecera. Absolutamente necesario para entender de qué va eso que llamamos política.
Más adelante, al inicio del capítulo quinto de su libro, titulado "El tiempo político", el profesor Innerarity plantea algunas cuestiones previas que son absolutamente necesarias para intentar entender la forma de hacer política en estos tiempos convulsos que nos ha tocado vivir.
La contingencia es la sombra inevitable de la política, dice, una propiedad en virtud de la cual todo lo presente está atravesado por la duda de lo posible. Pensar y actuar políticamente es adentrarse en un espacio en el que domina la sensación de que las cosas podrían haber sido de otra manera y haberse decidido de otro modo, o demasiado pronto, sin razones suficientes, o con las necesarias, pero cuando ya era demasiado tarde. En el torbellino de la vida política, sigue diciendo, agobiados por lo inmediato y constreñidos por los grandes factores que entran en juego, quienes intervienen en ella como algo más que meros espectadores experimentan una intensa incertidumbre. Al mismo tiempo que los principales protagonistas hacen historia son juzgados por sus contemporáneos, y este doble juicio -el de los historiadores y el de los votantes- raras veces coincide, lo que suele obligarles a tener que optar por la aprobación de unos sabiendo que así se ganan las iras de los otros.
No entender, continúa diciendo, esta peculiaridad del oficio político -la incertidumbre que caracteriza y que rebela también la naturaleza de nuestra condición política, con independencia del grado de compromiso con el que nos dediquemos a ella- nos impide entender de qué va, condición para que podamos juzgarla con la severidad que se merezca. Los ciudadanos deberíamos hacer el esfuerzo de criticar a nuestros representantes con toda la dureza que sea oportuna, pero sin que esa crítica se lleve por delante a la política como tal, algo que pasa siempre que les juzgamos sin haber comprendido para qué sirve la política y cuáles son sus condiciones. Me temo -añade- que el actual linchamiento hacia una dedicación tan necesaria, aunque se justifique por la indignación que provocan los casos de corrupción o de especial incompetencia, pone de manifiesto que no hemos comprendido bien hasta que punto es necesaria la política en una sociedad democrática y cuáles son las limitaciones que proceden no tanto de la clase política como de nuestra condición políticaEspero haber suscitado su interés y que ellos les lleve a la lectura de los enlaces y textos mencionados en la entrada. 
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt









sábado, 4 de febrero de 2023

De las trampas de la derecha

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Carmen Domingo, va de las trampas de la derecha. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Hitchcock y las trampas de la derecha
CARMEN DOMINGO
01 FEB 2023 - El País

Fue el director británico Alfred Hitchcock quien, a comienzos del siglo XX, popularizó la palabra McGuffin tratando de explicar algunos de los secretos de los guiones de sus películas. El concepto era simple: crear un elemento de suspense que hace avanzar la trama, aunque en realidad no tenga la mayor relevancia en ella. Por resumir: una excusa, una distracción, que, aunque puede ser vital para los personajes, no la tiene para el desenlace narrativo. Dicho de otro modo, una estratagema de la que se valía como director para desconcertar al espectador y darle un giro inesperado a la trama. Humo.
Pero no solo se utiliza en el cine. Poco tardó el marketing en apropiárselo y, algo más tarde, la política —que quizás también tenga algo de marketing, dicho sea de paso—. Y, la verdad, mentira me parece que, utilizando un recurso que en realidad existe desde que la humanidad empezó a contar historias, todavía logren colárnosla.
Pero vayamos por partes y busquemos McGuffins patrios. ¿A qué obedece que Alberto Núñez Feijóo se despierte un día y proponga que gobiernen las listas más votadas de los ayuntamientos, tan solo cuatro meses antes de los próximos comicios, a sabiendas de que, obvio, no existe viabilidad legislativa alguna para hacerlo posible, y que, incluso, sería una mala política en muchos lugares donde ellos gobiernan gracias al apoyo de otros partidos sin ser los más votados? ¿No será que quieren distraer nuestra atención llevando el debate político a un campo estéril e imposible legislativamente, donde intentan presentarse como los más democráticos y centrados, intentando expulsar del poder cualquier opción diferente del bipartidismo? O sea, humo.
¿Por qué Juan García-Gallardo, de la formación ultraderechista Vox en el Gobierno de la Junta de Castilla y León, ha salido estos días con la idea peregrina de obligar a los médicos a ofrecer a las mujeres embarazadas que estén pensando en interrumpir el embarazo una ecografía en 4D y además oír el latido fetal, sabiendo —quiero pensar que tienen unos conocimientos aunque sean mínimos de la legalidad sanitaria— que no pueden obligar a un facultativo a realizar pruebas diagnósticas que no considere necesarias clínicamente? Por no hablar de que no pueden quitarles a las mujeres el derecho a acogerse a la ley de la interrupción legal del embarazo, y que tampoco puedes obligar a una persona a someterse a una prueba no clínica y menos desde la Administración autonómica. ¿No será que así olvidamos hablar de pacientes de esa comunidad que recorren kilómetros en una ambulancia para poder recibir un tratamiento de quimioterapia para cuya administración, en realidad, se tardan pocos minutos; o que no diga nada del difícil acceso a la sanidad pública en muchos de los pueblos de esa comunidad? ¿O quizá, intentaban marcar distancias con el PP, a sabiendas de que proponían algo inviable? De nuevo, humo.
La lista es tan larga como de recorrido inútil: Isabel Díaz Ayuso proponiendo en 2019 la surrealista idea de que “el concebido no nacido sea considerado como un miembro más de la unidad familiar”, o solicitando el pasado año la retirada de los centros educativos de determinados textos, algo que sabía no es de su competencia.
¿Recuerdan a Santiago Abascal en 2019 con su peregrina propuesta de que los “españoles de bien” pudieran llevar armas para defenderse de los delincuentes? Humo y más humo.
Promesas hechas para despistar y mover el foco de atención de lo importante a lo anecdótico, pero que, siendo absurdas e inviables, parecen calar en la opinión pública sin cuestionamiento. El mundo es un gran escenario y, cómo no, el poder debe buscar un hueco en la escena. Ya lo decía Noam Chomsky: “El sistema sabe más sobre los individuos que los propios individuos sobre sí mismos”. Y ese conocimiento se puede usar para manipularnos. Atentos.
Una diría, sin miedo a equivocarse, que estas actitudes, bufonas y ridículas en no pocas ocasiones, tienen también un poco de demagogia, entendida como una de las formas de estimular ambiciones y sentimientos de la población a través de sus líderes. Porque demagogo es el que presume de lo que no tiene o de lo que puede hacer sin ser cierto, o exagera el valor de lo que tiene, o pide lo que sabe que es imposible conseguir. Ya lo decían los griegos, la demagogia es una estrategia utilizada para alcanzar el poder político que consiste en apelar a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público —los votantes— para ganar apoyo popular mediante el uso de la retórica y, atentos, la desinformación.
El problema, sin embargo, no es que los políticos intenten distraernos, engañarnos con falsos mensajes. Ni siquiera que los medios les sigan el juego, se agradecería un poco de rigor en muchos de ellos. El problema es que nosotros, ciudadanos, no nos detengamos a reflexionar si todos los mensajes que recibimos merecen nuestra atención por creíbles, porque, de hacerlo, a buen seguro no nos colarían tantos goles. Caso de no hacerlo, de no pararnos a reflexionar, podemos tropezar. No olvidemos a Voltaire: “Aquellos que te hacen creer en absurdos pueden hacer que cometas atrocidades”.
 


















[ARCHIVO DEL BLOG] El placer de la conversación. [Publicada el 10/08/2014]









"Reivindico la pausa, el silencio y la soledad. Necesitamos más pensamiento, sostiene la profesora Victoria Camps en una entrevista que publica hoy domingo el diario El País. Vamos tan acelerados en todo, dice, que lo difícil es tomarnos un tiempo para reflexionar, discutir, escuchar a los demás y contrastar las opiniones antes de tomar una decisión". Gracias, amiga Ana, por sugerirme su lectura. 
Creo que tiene razón la profesora Camps: hemos olvidado el placer de conversar. Preferimos discutir a hablar; insultamos, en vez de discrepar; le damos más valor a las opiniones que a las personas. Y sobre todo: no es lo mismo conversar mirando a los ojos de nuestro interlocutor, o vernos reflejados en su mirada, que hacerlo frente a un teclado o la pantalla de nuestro ordenador. ¡Hemos llegado al extremo de comunicarnos por "watch chat" con la persona que tenemos justamente al lado! ¡El colmo del ridículo! 
Hace justamente diez años este mes de agosto, en el verano de 2004, a raíz de una reseña aparecida en mi entrañable e imprescindible Revista de Libros, saqué de la Biblioteca Insular de Gran Canaria el libro titulado "La cultura de la conversación" (Siruela, Madrid, 2003), escrito por la profesora italiana Benedetta Craveri. Es uno de los ensayos más hermosos que he leído. De él, dice el autor de la reseña, que es el libro de una vida. La autobiografía encubierta de una civilización -la de las afinidades electivas, la del ingenio y el inconformismo, la del amor a la lectura- acaso irremediablemente perdida.
El libro es un recorrido apasionante sobre el siglo XVII francés, centrado en las actividades de los "salones literarios", salones organizados por algunas damas de la aristocracia parisina, y más en concreto, las de la llamada "Estancia Azul", auspiciado, dirigido y mantenido por Madame de Rambouillet en su casa junto al Louvre, que propiciando el intercambio de ideas y la mezcla de personas de diversos estratos sociales, mediante el filtro del espíritu, el ingenio y el brillo mundano, dieron origen a un amplio movimiento de oposición al absolutismo, como hizo, por otros cauces, el mundo de Port Royal, con el que el salón de Madame de Rambouillet mantuvo siempre estrecho contacto.  Espero que se animen a buscar y leer el libro de la profesora Craveri, y por supuesto, los enlaces que he dejado más arriba. Creo sinceramente que disfrutarán de los mismos.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt














viernes, 3 de febrero de 2023

De la natalidad como esperanza del mundo

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la socióloga Olivia Muñoz-Rojas, va de la natalidad como esperanza del mundo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









Matilda y Pinocho
OLIVIA MUÑOZ-ROJAS
31 ENE 2023 - El País

“Dice mamá que soy un milagro”. Con esta frase cantada en off y la imagen de un bebé de pocos días en su cuna abre la versión cinematográfica del musical Matilda, adaptado a su vez del famoso libro homónimo de Roald Dahl. Un milagro es también Pinocho, el muñeco de madera que cobra vida en el último largometraje de animación fotograma a fotograma de Guillermo del Toro, recientemente galardonado con un Globo de Oro y que se inspira en la clásica novela de Carlo Collodi. Con cada nacimiento, pensaba Hannah Arendt, hay un nuevo comienzo, una nueva posibilidad de acción sobre la esfera humana. Escribía Arendt en La condición humana: “El milagro que salva al mundo (…) de su ruina normal y ‘natural’ es en último término el hecho de la natalidad”. Y concluía: “Esta fe y esperanza en el mundo encontró tal vez su más gloriosa y sucinta expresión en las pocas palabras que en los evangelios anuncian la gran alegría: ‘Os ha nacido hoy un niño”. No hace tanto que celebrábamos la Navidad y, sin embargo, en estos momentos de pesimismo generalizado en los que llega incluso a cuestionarse el sentido de continuar procreándonos, sugerir que cada nacimiento implica un nuevo inicio y con ello la posibilidad de cambiar el mundo constituye casi una expresión política radical.
Si Matilda nos cuenta la historia de una niña de prodigiosa inteligencia y creatividad a quien sus padres consideran todo menos un milagro, Pinocho, esculpido por un Geppetto ebrio, desde el dolor y la rabia por la pérdida de su adorado hijo Carlo, nos habla de ese abrupto llegar al mundo, aprender sus reglas… y desobedecerlas cuando su fin es aplastarnos. No es casualidad que tanto Dahl en su novela original como Del Toro en su adaptación de la novela de Collodi sitúen sus historias en lugares y tiempos evocadores de los fascismos del siglo XX. El colegio Crunchem Hall (un juego de palabras que en inglés significa “Aplastémoslos a todos”) al que acuden Matilda y sus compañeros no es tan distinto del campo de entrenamiento militar de las Juventudes Fascistas al que el oficial Podestà (personaje inventado por Del Toro) lleva a su hijo Polilla junto con Pinocho y otros chiquillos. A través de la disciplina y la violencia física, ambas instituciones están diseñadas para someter a los niños, destruyendo aquello que los hace únicos a cada uno y diversos como grupo. Nos recuerda el filósofo de la educación Jan Masschelein que Arendt, en su famoso estudio sobre el totalitarismo, planteaba “que existe una conexión entre el terror totalitario y la destrucción de la novedad y la alteridad contenidas en el nacimiento”.
Pues la voz del infante, paradójicamente, el que no habla, es la voz inocente de quien observa el mundo por primera vez, libre de prejuicios. Si Pinocho simboliza al niño que aprende a través del ensayo y el error, la experiencia en suma, Matilda, que parece educarse sola, representa una suerte de infancia ilustrada. Es su ávida lectura la que le abre las puertas a mundos que ni sus padres conocen (lo que hace que la desprecien aún más). Sea por la vía de la vivencia o del conocimiento, tanto Pinocho como Matilda concluyen que las reglas que rigen la esfera humana no siempre son justas y que, en ocasiones, lo justo es desobedecerlas. “A veces hay que ser un poco más que traviesa”, canta Matilda, utilizando todo su ingenio y sus capacidades especiales (la telequinesis) para poner en evidencia a sus padres y resistir a la señorita Trunchbull. Del ingenio y del humor, se sirve también Pinocho para inventarse su propio guion el día en que el mismísimo Mussolini —Il Duce, a quien Pinocho llama Il Dolce y Sua Excremenza— acude a ver la representación de marionetas del conde Volpe que el muñeco humano protagoniza. Que la desobediencia tome formas lúdicas no quiere decir que no pueda tener consecuencias trágicas, pues si hay algo que no entiende el poder tiránico es precisamente el humor. Tras la función, Il Dolce ordena disparar a Pinocho, que muere una vez más… para volver a resucitar tras su obligado paso por los aposentos del Hada de la Muerte.
Justamente a ella es a quien Pinocho más adelante pide poder romper las reglas, ya no de la esfera humana, sino la del más allá. Cuando, buscándolo, Geppetto está a punto de ahogarse en el mar, Pinocho le pide al Hada que le deje regresar al mundo antes del tiempo que marca el reloj de arena para poder salvarlo. El Hada accede finalmente, apremiándole: “Haz que merezca la pena”. En la noción de una desobediencia responsable, un romper las reglas que no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar algo que se considera justo, consistiría la maduración de la rebeldía. Es así como Matilda y Pinocho nos invitan a visualizar y reflexionar sobre la fuerza política de la infancia.