miércoles, 22 de abril de 2020

[SONRÍA, POR FAVOR] Es miércoles, 22 de abril





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 21 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] La quinta columna



La diputada de Vox, Macarena Olona, en el Congreso. EFE


Un puñado de políticos y opinadores sermonean y actúan como quintacolumnistas, como si no estuviésemos ante una catástrofe global, afirma en el A vuelapluma de hoy [Quintacolumnistas. El País, 18/4/2020] el profesor y ensayista Jordi Gracia. 

"Para la inmensa mayoría del país, -comienza diciendo Gracia- esta es la guerra que nunca vivimos y que nunca creímos que íbamos a vivir. A todas las casas llegan las noticias angustiosas de infectados lejanos o cercanos en una red que nos conecta a todos como víctimas potenciales del virus. Pese a ello, la ferocidad crítica de algunos columnistas y políticos induce a pensar o bien que no han interiorizado la naturaleza de un estado de guerra o bien que han confundido al enemigo con los poderes que gestionan hoy esta salvaje emergencia sanitaria y la crisis social y económica que se abate ya sobre todos a escala global.

El estado de alarma e hibernación decretados por el Gobierno reconocen ese estado de guerra sanitaria contra una pandemia galopante y mortífera. Es una guerra enteramente nueva incluso para los más viejos del lugar, sin memoria de nada semejante, pero como en todas las guerras, también en esta las cifras de los expertos colisionan y se abren discusiones sobre medidas concretas o índices relativos de mortalidad aquí o allá, mientras la plaga se extiende por inmensas zonas del planeta con Estados débiles, como en América Latina, o sin servicios universales de salud pública, como en Estados Unidos.

Al enemigo esta vez no se le pudo someter a la vigilancia de los servicios secretos, ni el Estado pudo sabotear la acción del sotobosque golpista. Al revés, tuvo que afrontar en cuestión de días una sobredimensión de compras de material sanitario que nadie pudo anticipar, y las redes y los medios discuten en directo la movilización de todas las instituciones del Estado para afrontar una agresión desconocida sin otras víctimas potenciales que la población entera.

Lo que cuesta más de entender es la insolidaridad siquiera cautelar de algunos con el descomunal repertorio de decisiones que los Gobiernos, y el nuestro también, han tenido que adoptar. No me siento en malas manos con este Gobierno y, desde luego, confío más en ellos que en cualesquiera de los otros posibles (o incluso imposibles hoy) para afrontar las descomunales consecuencias sociales y económicas de esta monstruosidad. Pero este o aquel político o columnista despacha con cuatro tópicos y una puntilla con chispa el inmenso paquete de medidas (las que sean), como si todo siguiera igual, o como si la clásica permisividad ante el toreo de salón y el lado turbio de la política siguiesen incólumes. En el único y cada vez más remoto referente de esta guerra —la crisis de 2008—, el enemigo estuvo identificado en grandes bancos y aseguradoras que llevaron temerariamente al límite sus operaciones e hicieron de la frivolidad mercantil un argumento de futuro. Europa optó entonces por políticas de austeridad incluso para países dramáticamente vulnerables a la crisis, incluido el nuestro, pero hoy el remedio no puede parecerse a un castigo por padecer el virus mientras los Estados compiten para combatir la pandemia y su expansión.

Un puñado de políticos y opinadores prefieren actuar como si no estuviésemos ante una catástrofe con víctimas objetivamente inocentes e incesantes. Pero la guerra y su devastación no llegan ni han llegado nunca de un día para otro, ni la vida cambia como cambiamos el horario de primavera. Solo en el frente de guerra y la primera línea de combate —como sucede hoy en los hospitales de cemento y en los de campaña— la vida salta por los aires sin remedio y de forma inhumana, inmediata e irreversible: ya nada es igual ahí, y es ahí donde día a día identifican la excepcionalidad absoluta que vivimos. Lejos de ese frente, a la conciencia de guerra se va entrando poco a poco, a medida que el infectado no ha resistido ya más y ha muerto, a medida que el siguiente infectado es un poco más próximo y menos desdibujado. Solo entonces se entiende el significado de una trinchera y el lugar que escoge cada cual. Hoy el enemigo no está sentado en el Consejo de Ministros, ni es portavoz del centro de coordinación sanitaria, ni ofrece ruedas de prensa desde La Moncloa. La excepcionalidad misma del estado de guerra, hoy y siempre, provoca la incredulidad y la resistencia a vivirlo como nuevo clima moral cuando en realidad ya está ahí, y los antiguos ritos y las prácticas acostumbradas de debate político o mediático quedan de golpe trasnochados, fuera de lugar.

Los cálculos políticos de algunos partidos, de algún Gobierno autonómico o de algún gabinete de comunicación parecen seguir en sus viejas aventuras, como si viviésemos solo bajo el engorro de prescindir del pan caliente y el pescado fresco de cada día. Demasiados púlpitos siguen instalados en la vida de ayer, y el político, el columnista o el tertuliano posturea, perora y sermonea sin saber que el pasado se ha ido, se ha evaporado, ya no existe. Cuando el virus esté bajo control será difícil releer el mezquino puñado de declaraciones que algunos han dejado en columnas, tribunas y redes. Parecen quintacolumnistas con la cabeza puesta todavía en su campaña electoral o sumergida en la nata agria del narcisismo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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[ARCHIVO DEL BLOG] Verdad, historia, justicia. Publicada el 22 de octubre de 2009




El juez Baltasar Garzón



He escrito "historia y justicia", a propósito, con minúsculas. "Verdad", no; por simple coherencia gramatical, al ser palabra inicial de escrito. Y las escribo con minúscula por no contradecirme a mí mismo, que soy bastante relativista en asuntos políticos, y de eso hablamos, de "política" (con minúscula), cuando nos enfrentamos a decisiones tan extravagantes como la de procesar a un juez que quiere saber la "verdad"...

Buscar la "Verdad" (con mayúscula) es labor de los historiadores; al menos intentarlo. También debería ser misión de los jueces, pero quizá eso sea pedir peras al olmo, pues bastante hacen si son capaces de aplicar la ley sin caer en el absurdo. Dejar la "Justicia" a cargo de un hipotético dios en una hipotética vida futura, resulta lo más cómodo para todos; sobre todo para los jueces. Así pués, me quedo con la "Historia", aunque sólo sea por deformación profesional.

Si de vez en cuando pongo por escrito una digresión de esas que el subconsciente me dice que debería contar hasta diez antes de escribirla, ésta es una de ellas; pero en fin, cada uno es cada uno, y yo soy como soy... Y todo, desencadenado por la entrada del Blog "Del alfiler al elefante" que hoy publica en El País [Katyn sin Auschwitz. El País, 22/10/2009] mi admirado periodista y analista internacional Lluís Bassets sobre las "verdades" implícitas en las "historias" de Katyn y Auschwitz, y en esas otras "historias" españolas que, algunos jueces, se empeñan en desvelar y, otros, en ocultar... Cosas veredes, Sancho... HArendt




Las fosas de Katyn, Rusia. 1940


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[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 21 de abril





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





















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lunes, 20 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Concesiones



Control policial en Madrid. Europa Press


Un simulacro de sentido común naturaliza lo que parecía intolerable: no nos hemos inmunizado contra ese otro virus, sino que lo hemos convertido en parte de nosotros, y al final, el poder que cedes es poder que concedes, comenta en el A vuelapluma de este lunes [El poder que cedes es poder que concedes. El País, 18/4/2020] el escritor Daniel Gascón. 

"La pandemia permite que aceptemos una intervención del Estado en nuestras vidas que no habríamos tolerado en condiciones normales. Cumplimos las restricciones y hablamos de pasaportes biológicos, de geolocalización, de cooperación entre empresas y Gobiernos para seguir nuestros movimientos. A fin de cuentas, es por nuestro bien. Es comprensible, pero no está de más cierta cautela. El poder es invasivo y siempre asegura tener buenas intenciones: a veces hasta se lo cree. La autoridad en problemas busca cortinas de humo y chivos expiatorios. Se extiende: eso no aumenta su eficacia, pero le da cierta ilusión de control (y, con una alarma, también los ciudadanos suelen pedir más control).

En una emergencia, la autoridad puede proseguir su lucha sectaria con argumentos más persuasivos e instrumentos más contundentes. La excepcionalidad facilita suspender mecanismos de fiscalización y profundizar en la degradación institucional: se paraliza la ley de transparencia, hay opacidad en las contrataciones. Discutimos sobre los bulos: un debate importante sobre información, libertad de expresión y transformación comunicativa se utiliza como maniobra de distracción con tintes iliberales. Un ministro firma una denuncia contra un partido por calumnias, injurias e incitación al odio hacia otro partido. El CIS, que ha dilapidado su prestigio, plantea posibilidades anticonstitucionales e introduce escenarios que impulsan la agenda del Gobierno. Se ha sancionado a gente por hacer cosas que no están prohibidas por la ley. El ministro del Interior ha anunciado la monitorización de las redes sociales para buscar discursos peligrosos y la investigación de un expresidente por saltarse el confinamiento. Según una directriz ministerial, los ciudadanos deben aceptar las denuncias por infringir las reglas del encierro con actitud resignada: “La mera inobservancia de las disposiciones del Gobierno” sería desobediencia. Entretanto, Pablo Iglesias propaga bulos en Twitter el martes, y el jueves pide medidas contra las fake news (de los otros) en televisión.

El poder que cedes es poder que concedes, dice el politólogo John Keane, y el poder al que renuncias no se recupera con facilidad. Lo que se admite en una situación excepcional se convierte en una nueva normalidad. Al final, un simulacro de sentido común naturaliza lo que parecía intolerable: no nos hemos inmunizado contra ese otro virus, sino que lo hemos convertido en parte de nosotros". 

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[SONRÍA, POR FAVOR] Es lunes, 20 de abril





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...



















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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domingo, 19 de abril de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Miedo



Dibujo de Raquel Marín para El País


El poder ha buscado controlar el temor, pero normalmente se le ha ido de las manos. La política y la civilidad de la democracia por lo común consiguen atarlo; soltarlo o jugar con él es de irresponsables, dice en el Especial de hoy domingo [Miedo al  miedo. El País, 16/4/2020] la filósofa Amelia Valcárcel. 

"La pintura El triunfo de la muerte de Brueghel que guarda el Museo del Prado  -comienza escribiendo Valcárcel- es un auténtico paisaje mental del pasado, pero sigue siendo motivo de una extraña atracción hoy para sus admirados visitantes. Pasan un tiempo mucho mayor ante ella que ante otras obras de la misma sala. A Rafael Sánchez Ferlosio le fascinaba. Poco misterio tiene porque sólo pinta una cosa, el miedo. Desde hace muy poco ya no nos resulta difícil ponernos en el cuerpo de quienes vivían, por ejemplo, en medio de una de las grandes pestes. En ese cuadro los ejércitos de esqueletos avanzan sobre gentes que no saben ni cómo oponerse a ellos ni adónde escapar. Ha llegado la Gran Niveladora y asistimos a su triunfo.

Bocaccio sitúa el inicio de su Decamerón en la feliz y aliviada reunión de afortunados que han logrado escapar de ella en un entorno paradisiaco: un fresco y vivo jardín. Los diez afortunados se burlan y la burlan contando historias a la hora de la fresca siesta. Por el contrario, en la pintura de Brueghel se nos muestran hombres que caen derrumbados en el segundo que tardan en echar los dados sobre la mesa. Se han puesto a beber y jugar para olvidar, y allí mismo, en un instante, se les siegan sus vidas. El banquete se ha interrumpido de modo abrupto, igual que el juego. Los naipes caen bajo la mesa. Un esqueleto trae el siguiente plato: porta en una bandeja una calavera. Un caballero intenta en vano desenvainar la espada: con la muerte no se puede luchar. Mientras hilan o mientras trabajan, mientras cantan… la muerte a todos empuja hacia un ataúd inmenso al cual todos acabarán por entrar. Sonaron las trompetas y no hay piedad.

El mundo que nos ha precedido tenía buenos motivos de miedo, por eso lo conocía bien, lo dividía en tipos y también los clasificaba por su orden. Está el simple miedo, pero con él coexisten el miedo pánico, el espanto, el temor, el terror, el pavor, el horror. Cada uno posee su campo semántico propio por buenas razones. El miedo que angustia no es el que hace verter lágrimas, ni tampoco el que deja petrificado es el mismo miedo que hace temblar. No es el mismo el miedo súbito que el que se mete fría y lentamente por los huesos.

El mundo que emerge de la Baja Edad Media es un mundo lleno de fuentes de fundado temor. La vida no estaba asegurada, la muerte era un fenómeno visible y constante, la enfermedad raramente se curaba, los desastres de fortuna acechaban en forma de incendios, robos, asaltos, inundaciones, rayos... y, por si esto fuera poco, la guerra era siempre de esperar. La guerra era sin duda lo peor porque todo lo juntaba. Sus aliados, la pérdida de cosechas, la carestía, el hambre y la peste campaban. Era el infierno en la tierra. Y abría sus puertas cada poco tiempo de tal modo que prácticamente ninguna generación humana se libraba de conocerla durante sus años de vida. Ha sido la compañera inevitable de la vida humana.

En realidad, el mundo ha dejado de ser apocalíptico hace bien poco, si es que verdaderamente lo ha dejado y no se trata tan sólo, esta nuestra larga paz, de una suspensión temporal de usos y costumbres. Las gentes que nos precedieron en la Edad Moderna vivían administrando prudentemente el miedo. Se educaban en él y lo conocían bien. Y la misma política era, y quizá aún no lo ha dejado de ser, un diestro manejo de él: el arte de mezclar amor, temor y disuasión. Todos padecían el miedo propio y se burlaban del ajeno. Disfrutaban con lo que pone los pelos de punta. Se divertían con la crueldad. Se parapetaron en murallas que adornaban con los trozos de cadáveres de cuya ejecución pública habían gozado. El miedo es lo que brilla tanto en las torres como en los garfios que frecuentemente las adornan. No eran para colgar dorados pendones.

El miedo presidía también las relaciones religiosas y los movimientos populares, sobre todo cuando, inopinadamente, se salía de su cauce. Hubo épocas de “gran miedo”. Nos avisa Montaigne de que el miedo trastorna el juicio, vuelve insensata a la persona más prudente y llega incluso a provocar alucinaciones. Momentos ha habido en que se ha apoderado de las gentes sin que ni los más bajos ni tampoco sus señores pudieran evitarlo ni ponerle coto. Se ha presentado y echado de la escena a todo lo demás. Cuando se ha vuelto la emoción prevalente, como en las grandes pestes, las guerras de religión, las hambrunas y los desastres, entonces ha buscado además chivos expiatorios. La dinámica es conocida: se instala el rumor, crece, se embola, adviene el miedo, se pierde el camino y comienza la búsqueda del responsable que ha de pagar por todo. Estalla la persecución de las víctimas que han de sufrir la hecatombe. Hay víctimas con muchos más boletos que otras: aquellas que se supongan siempre en la parte exterior del propio grupo, o que allí se las pueda colocar. Son los señalados como parte de la quinta columna de Satanás. Siempre son los mismos, los diferentes y las mujeres.

Un historiador enorme, Jean Delumeau, nos enseña casi todo lo que hay que saber sobre el miedo y cómo Occidente cayó bajo su dominio, el del diablo y su corte, en más de una señalada ocasión, al menos hasta los tiempos ilustrados, que nunca lo fueron tanto como nos parecen. Y los tiempos posteriores a Las Luces tampoco le han sido inmunes. Él se ha especializado en estudiarlo en una obra magistral, El miedo en Occidente. En realidad, nos dice, conocemos que existe el miedo de dos maneras: por su expresión visible y masiva y porque aparezca el señalamiento de víctimas. Si aparece un grupo al que se culpa de desastres odiosos, sepamos que es el miedo quien está ocupando la escena.

A veces el miedo es inoculado adrede y con crueldad para desviar la atención. A veces campa por su propia fuerza. En todos los casos es poderoso y él mismo temible. El poder ha buscado su manejo, asunto difícil porque normalmente se le ha ido de las manos. El miedo no es un perrillo obediente, es un lobo. Gustave Le Bon sabía bastante de esto. Las masas son ante todo sugestionables y harán cosas que los individuos que las componen ni osarían ni aprobarían. Cuando aparece, la emoción se contagia rápidamente. Al miedo nada le asombra aunque todo le desconcierta. Suspende cualquier reflexión. Es una respuesta que ha sido colocada demasiado dentro de nosotros. Vive agazapado por si resultara necesaria una respuesta extrema a la supervivencia. Es primo carnal de Argos. Hay que andarse con pies de plomo para no despertarlo.

Nada más sensato que detenerlo. La política y la civilidad de la democracia por lo común consiguen atarlo. Soltarlo o jugar con él es de irresponsables. Hay que tener miedo al miedo. Mantenerlo a raya. No darle canal. No señalar ni ayudar a que otros señalen. Es mucho más fácil despertarlo y que eche a correr sin freno que hacerlo regresar a su sitio y atarlo. Eso lo tienen que tener siempre escrito en letras de bronce tanto quienes nos gobiernan como aquellos que pretendan hacerlo. Cave canem".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.




La filósofa Amelia Valcárcel


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