La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial.
Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos.
Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? Ustedes deciden.
Continúo hoy la serie Píldoras literarias con el relato titulado El cordero de Dios, de Jaime Valdivieso (1929), profesor de Literatura y escritor chileno, titulado del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Trabajó durante cuatro años en el Instituto de Investigaciones Filológicas de las Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y ejerció la cátedra de Literatura Hispanoamericana durante diez años en la Universidad de Houston, Texas.
Su relato, incluido en la obra Brevísima relación del cuento breve de Chile, de Juan Armando Epple, consta de veintitrés palabras y dice así:
EL CORDERO DE DIOS
- ¿Por qué vas a matarme?
¿No sabes acaso que soy el Cordero de Dios
que quita los pecados del mundo?
-Precisamente por eso.
Jaime Valdivieso
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)