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jueves, 2 de julio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Justicia. Publicada el 30 de marzo de 2010




Los inculpados del caso Gurtel



Las democracias padecen servidumbres que las autocracias no conocen. Por ejemplo, el respeto a los derechos de las personas y el acatamiento estricto a la ley. Por eso los críticos y detractores de las democracias las acusan siempre de debilidad frente a sus enemigos. Se equivocan; esas presuntas debilidades y servidumbres son, precisamente, su mayor fortaleza.

Ya he dicho muchas veces en este blog que no creo en la Justicia. Ni con mayúscula ni con minúscula. Por lo menos, en la que aplica el sistema judicial español. Como conceptos, creo más en el Derecho que en la Justicia. Y no voy a entrar en disquisiciones al respecto, pero quería comentar mi extrañeza por la escasa relevancia informativa que se le ha dado a la anulación de las escuchas policiales del caso Gürtel por parte del Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Lo poco que he leído y escuchado al respecto se limitaba a criticar al Tribunal y ver su decisión como una especia de "vendetta" personal contra el juez Baltasar Garzón, y por otra parte a jalear a favor de los inculpados y mofarse del juez de instrucción del caso.

No comparto ninguna de las dos posiciones, pero por una vez y sin que sirva de precedente, si comparto plenamente la decisión del Tribunal aunque no conozca los razonamientos estrictos de su resolución. Y es que a fin de cuentas, estamos hablando del derecho fundamental de todo detenido a comunicarse con su abogado dentro de la más absoluta confidencialidad. Ni siquiera la "razón de Estado", de existir, puede saltarse ese principio. Tan fundamental, y tan manipulado, como el de la presunción de inocencia, que todo el mundo alega única y exclusivamente en función  de como le vaya saliendo la misa, pero que ese mismo mundo se pasa por la entrepierna cuando no es él el afectado.

No se si alguien más habrá escrito al respecto, pero sólo conozco el artículo publicado por el profesor Xosé Luis Barreiro Rivas en la Voz de Galicia. Creo que no se puede decir ni más alto ni más claro: aunque la anulación de las pruebas pueda dejar en la calle a unos chorizos declarados, por muy engominados y de Armani que se vistan, con esta decisión judicial hemos ganado todos. Sobre todo, los demócratas, aunque los beneficiados por ella no se lo merezcan. Pueden leer el artículo de Barreiro Rivas más adelante. HArendt




El juez Baltasar Garzón



"EL CASO GÜRTEL Y LAS ESCUCHAS A LOS ABOGADOS", por X.L. Barreiro
LA VOZ DE GALICIA - Sábado, 27 de marzo de 2010

Para los que creemos que la defensa jurídica es un derecho absoluto e inalienable, que condiciona sin matices el alcance de cualquier legislación democrática, la decisión de anular todas las escuchas practicadas a los abogados del caso Gürtel es indiscutible y necesaria, y constituye una bocanada de aire fresco en la maltrecha cultura procesal española. Pero para los que creen que ese derecho puede ceder ante el empuje de la ley positiva, por motivos de terrorismo o de cualquier crimen que despierte una especial sensibilidad social, el problema planteado al Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) resulta imposible de resolver, y siempre les dejará la amarga sensación de que el criminal se les puede escurrir entre las fisuras del proceso.

Personalmente creo, para que me entiendan, que si tuviésemos la posibilidad de juzgar a Hitler, actuando Himmler como abogado defensor, las conversaciones celebradas en la cárcel entre ambas figuras no podrían ser violadas, y, en el caso de serlo, también deberían anular las pruebas obtenidas por este procedimiento. Y no lo digo por hacer un juicio técnico-jurídico sobre la legislación que regula esta cuestión en España, sino por reivindicar el principio de que los derechos absolutos solo se pueden preservar en términos absolutos, y que la más mínima excepción a esa regla convierte lo absoluto en relativo y abre la cascada de la cesión indefinida.

El terrorismo, que solo cosecha éxitos en la merma de la presunción de inocencia y del garantismo procesal de los códigos democráticos, también puede relativizar entre nosotros el derecho inviolable a la defensa. Y por eso es cada vez más fácil que lo que empezó a utilizarse para penetrar en las organizaciones terroristas, acabe aplicándose a un simple caso de corrupción económica, a un abogado que tomó aceitunas en una herriko taberna , o al defensor que, invirtiendo la técnica, es imputado para hacerle las escuchas.

Nadie puede estar más molesto que yo porque el PP se haya zafado del caso Naseiro, y pueda librarse también del Gürtel, por un pinchazo mal hecho. Pero en el derecho democrático avanzado son mucho más importantes las garantías procesales que la eficacia punitiva, y por eso no tengo ninguna duda de que, si hay que escoger entre cazar a Correa con un procedimiento retorcido, o evitar que se pueda espiar a los defensores dentro de las cárceles del Estado, el demócrata solo puede estar de un lado, y felicitar de corazón -y cabeza- a los jueces que se han atrevido a frenar esta orgía procesal eficientista. Porque es más soportable que el señor Crespo se marche riendo a su casa, que el que cualquier acusado tenga miedo a que una conversación con su abogado sea la prueba que lo condene 




El profesor Xosé Luis Barreiro


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jueves, 27 de febrero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] La ratonera. (Publicada el 20 de agosto de 2009)



Soldados de la OTAN en Afganistán, 2009


Afganistán vota hoy en unas elecciones presidenciales que casi con toda probabilidad no van a resolver nada ni van a servir para dar estabilidad a ese desgarrado país. Como para el Imperio británico en el siglo XIX y para el soviético en el XX, Afganistán se ha convertido hoy para la ONU y las fuerzas de la OTAN en una auténtica ratonera de la que es casi imposible escapar.

Mi amiga Ana me enviaba el lunes pasado desde Ámsterdam el artículo de la Voz de Galicia que más adelante reproduzco. Se titula "Los infiernos que vamos creando", y está escrito por Xosé Luis Barreiro, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago.

Su lectura me produjo un evidente desasosiego, porque la tesis del profesor Barreiro, que comparten muchas otras personas de izquierdas y de derechas y auténticamente demócratas, es que ni en Iraq, antes, ni en Afganistán, ahora, pintamos los occidentales y las fuerzas de la OTAN absolutamente nada. Y no creo que ambos casos sean equiparables.

La guerra iniciada por el presidente Bush (hijo) en 2003, fue, aparte de otras muchas cosas, una inmensa chapuza. No había ninguna razón para esa guerra, y las consecuencias se van a padecer durante muchos años. Eso es evidente. Afganistán es otra cosa. Mucho más grave. Porque si Afganistán cae en manos de los talibanes de nuevo, le seguirá casi indefectiblemente Paquistán. Y tras Paquistán está la India. Y arriba de la IndiaChina. Y la ratonera se convertiría en avispero.

Cuando la primera Guerra del Golfo, en 1991, declarada contra el Iraq de Sadam Hussein por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas tras la invasión y ocupación por éste del emirato de Kuwait, muchas voces de personas de ideología izquierdista se levantaron contra la guerra. Pero hubo voces discordantes, entre ellas, recuerdo el escándalo que produjo en España y buena parte de Europa que entre los que apoyaron la Guerra del Golfo de 1991 decididamente estuvieran algunos conocidos y declarados confesos izquierdistas como Yves Montand o Jorge Semprún.

En su libro "Guerras justas e injustas. Un razonamiento moral con ejemplos históricos" (Paidós Ibérica, Barcelonaa, 2001), el profesor de Filosofía Política de la Universidad de Princeton, Michael Walzer, decía que en nuestros días, el lenguaje de la teoría de la guerra justa se utiliza prácticamente en todas partes, y que lo mismo está en boca de los gobernantes legítimos que en la de los ilegítimos, siendo difícil de imaginar una intervención militar que no reciba el apoyo de sus promotores. Pero a pesar de ello, añadía, únicamente en los Estados democráticos pueden los ciudadanos unirse a la polémica con libertad y sentido crítico.

Desde esa libertad y sentido crítico, lamento no compartir el criterio de mi admirado profesor Xosé Luis Barreiro, y defender que sigamos en Afganistán, aunque sus dirigentes actuales, con toda seguridad, no se lo merezcan. Y es que como dijo también el novelista británico, militante socialista y ferviente demócrata, George Orwell (1903-1950), que sabía bastante de guerras y persecuciones políticas, es una verdad elemental y simple que la democracia es siempre mejor que el totalitarismo, aunque muchas veces no nos lo creamos ni nosotros mismos, añado yo. Les dejo con el artículo de Barreiro. HArendt




La ministra española de Defensa en Afganistán, 2009


"LOS INFIERNOS QUE VAMOS CREANDO", por Xosé Luis Barreiro
LA VOZ DE GALICIA - Lunes, 17 de agosto de 2009

Irak y Afganistán, las dos naciones que fuimos a salvar sin que nadie nos lo pidiese, son dos infiernos. La situación en la que viven sus ciudadanos no es mejor -salvo para los que comulgan con ruedas de molino- que antes de las invasiones, y las ficciones democráticas que estamos creando en una y otra parte, sometidas a la aprobación de las coaliciones militares antes que a la voluntad de sus ciudadanos, no son más legítimas de lo que eran sus anteriores dictadores. Y por eso hay que contar como un tributo a la nada, y como un gesto de satisfacción ante la engolada prepotencia de los aliados, los cientos de miles de muertos -la mayor parte civiles y unos pocos militares- y la siembra de miseria y corrupción generalizadas que hemos hecho con nuestras intervenciones.

Fuimos allí, no lo olvidemos, a impulsos de un presidente americano que quería hacer grandes negocios y pasar a la historia como el héroe de la lucha contra el terror. Y seguimos allí después de haber fracasado política y militarmente, cuando ya todo el mundo admite que aquello fue una locura y un abuso intolerable. Pero, a lo que se ve, nadie quiere hacer balance de los hechos, y, mucho menos aún, entonar el mea culpa que sería necesario para aprender algo de tan vergonzoso episodio. Y por eso, para no dar el brazo a torcer, seguimos definiendo el mundo a nuestra conveniencia, viendo terroristas donde nos hacen falta, y héroes inmaculados que siempre coinciden con nuestros intereses y estrategias. Y, en el colmo de la injusticia y la locura, pretendemos dejarles en herencia democracias de juguete que, asentadas sobre montones de cadáveres inexplicados, deben de acatar nuestra visión del mundo para justificar las armas que los protegen y sin las que no podrían durar ni un día.

Mientras damos lecciones de democracia a todo el mundo, y denunciamos sin rubor a todas las dictaduras, Guantánamo sigue sin cerrar, los sucesos de Kandahar y Abú Graib siguen sin aclarar, los que aquí han ordenado genocidios dan conferencias sobre la mala gestión de la crisis que hicieron Brown y Zapatero, y todos los ciudadanos nos vemos sometidos a una ofensiva mediática que trata de convencernos de que hemos ido a Irak y a Afganistán a implantar democracias por las que ahora nos estamos desviviendo.

Porque la gente tiene poca memoria, es inútil tratar de mantener la conciencia social del daño que hemos hecho. Pero quizá podamos evitar que nos cuenten la mentira de las democracias surgidas en jardines desolados, abonados con proyectiles de uranio y misiles de última generación. Porque la triste verdad es que llevamos muchos años metidos en todos los conflictos sin alumbrar ni proteger una sola democracia homologable.




El presidente de Afganistán, Ahmid Karzai (2009)



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sábado, 24 de agosto de 2019

[A VUELAPLUMA] Por fin, estoy de acuerdo con todos



Sánchez y Rivera


No suelo tratar en mis "A vuelapluma" asuntos de la actualidad política, pero el artículo del profesor, filósofo y politólogo Xosé Luís Barreiro Rivas que subo hoy al blog merece una excepción por la ironía gallega, rozando el sarcasmo, que destila. Les dejo con él.

Estoy de acuerdo con Sánchez, comienza diciendo Barreiro, en que un Gobierno de coalición con Unidas Podemos sería como meter la legislatura en un banco de arenas movedizas. También creo, con Yolanda Díaz, que con 123 escaños, y un diputado cántabro, no se puede gobernar. Y hasta le doy la razón a Rivera cuando dice que, a estas alturas de la película, contemplando el «histórico» de sus relaciones con Pedro Sánchez, ya no es posible que la mejor de las soluciones -una coalición PSOE-Ciudadanos- se materialice y opere en tan amolado contexto. Me parece lógico que el PP de Casado se sitúe en un «no» absoluto a Sánchez, sin más matices que esas puñeteras verónicas, disfrazadas de «acuerdos de Estado», que hacen a puerta gayola. Y hasta consiento con Torra y Puigdemont en que unos independentistas de pro -cantamañanas, populistas, supremacistas y absolutamente ineficaces-, no necesitan más palabras que el «no a todo» para desarrollar sus actividades en el Congreso. Mi generoso acuerdo alcanza también al PNV, que está convencido de que, cuando se puede hacer la puñeta al país, para obtener ventajas pírricas, no queda más remedio que actuar con indecencia. E incluso apoyo a Iglesias cuando dice que, si un partido tiene la llave del poder, no tiene más remedio que entrar en el cielo y okupar varios apartamentos. Y, siendo coherente conmigo mismo, no me opongo a que el pueblo vote como le da la gana, repita su bloqueo esencial en cada elección, y comente en la taberna que «nós xa fixemos os nosos deberes, e agora tócalle falar aos políticos». Escuchando las simplezas que dicen los empresarios, los obispos, los tertulianos, los millones de politólogos que brotan en toda España como las setas, los científicos y los camareros de temporada, no me atrevo a quitarle la razón a nadie, ni a insistir en que todo lo que estamos haciendo con el sistema -la fragmentación de los partidos, el chalaneo con los nacionalistas, el ascenso de los populismos, el germen de ingobernabilidad que hemos sembrado concellos y autonomías, y la creencia en que la indignación y la corrupción justifican todas las chuminadas-, constituye una muestra de como uno de los pueblos más felices del mundo anda buscando «o pau para o lombo», convencido que el caos es el principio fundante del cosmos.

¡Somos demócratas, y hacemos lo que nos da la gana! Pero el resultado que estamos obteniendo es que el país lleva cuatro años desgobernado; que estemos perdiendo inercias y ocasiones de oro para dar el salto a un orden económico y social envidiable; que estemos acercando al borde del abismo el modelo sanitario y el sistema de pensiones; que las finanzas públicas se vuelvan a teñir de rojo, y que el orden social da síntomas de grave agrietamiento. Porque este es el desorden y el bloqueo del que algunos hemos advertido siempre, ante el enfado de los demás. Pero, si es cierto que «sarna con gusto no pica», debemos mantener el rumbo y convocar nuevas elecciones. Para conseguir que un cuarto bloqueo, consecutivo, nos haga inmensamente felices.





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sábado, 18 de mayo de 2019

[HEMEROTECA DEL BLOG] A contracorriente




Sala de audiencias (Sevilla)


Se que puedo dar la impresión de que la tengo tomada con la Justicia (o lo que queda de ella en este país nuestro), pero no es así. No tengo ninguna queja personal al respecto. Simplemente, me dan miedo muchas de las resoluciones -o la falta de ellas- que se adoptan en los juzgados y tribunales españoles y la indiferencia o jaleo (de jalear) con que se acogen, según de quién vengan o a quién se refieran... No acabo de entender muy bien si van por ahí "los tiros" del artículo [Si la sal se torna insípida, 12/5/2008] que publica en La Voz de Galicia, José Luis Barreiro, pero en fin... 




Etarras encapuchados


Más allá del problema terrorista, comienza diciendo Barreiro, la presencia obsesiva de ETA en los discursos políticos ha servido de coartada para cuatro cosas muy graves: para que nadie advirtiese el crecimiento de la violencia organizada; para que los jueces perdiesen el sentido garantista de su profesión y de las normas procesales; para que las fuerzas de orden público sean casi inmunes a la crítica social y a sus controles internos; y para que los ministros del Interior obtengan un sobresaliente sin necesidad de demostrar su eficiencia. Y así se asentó entre nosotros la idea de que un discurso de Otegi es más grave que la corrupción de un juez o de un policía; o de que la presentación de una moción de censura en Mondragón beneficia más a España que la lucha contra las bandas armadas que operan en Málaga o Madrid.

Hace unos meses comenté con excepcional desagrado la leve sentencia que cayó sobre un grupo de guardias civiles que apalearon hasta la muerte a un gitano que había entrado en el cuartel para solicitar protección. No hace más de dos semanas llamaba la atención sobre el desprecio de la ley que demostraban los policías municipales que, sin más objetivo que el de reivindicar mejoras laborales, colapsan sus propios servicios con bajas médicas fraudulentas. En la misma línea me he pronunciado contra las leves sanciones impuestas a ciertos jueces que abusan criminalmente de su autoridad a favor o en contra de los presos, que mantienen connivencia con mafias criminales o especulativas, o que imponen sus prejuicios morales al margen de la ley. Y ahora llega el caso de la policía municipal de Coslada, donde el sheriff Ginés aterrorizó a la población durante veinte años, al puro estilo de los thrillers americanos, sin que hubiese saltado ningún control judicial, policial o político.

Si la sal se torna sosa ya no hay con qué salarla, y «no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres» (Mateo, 5,13). Y eso es lo que sucede en una democracia cuando la policía o los jueces se corrompen, porque ellos son la sal de nuestra libertad. Cuando el terrorista asesina, o el mafioso extorsiona y roba, o el proxeneta trafica, o el machista viola y mata, el Estado tiene respuesta, y toda la sociedad está preparada para defenderse desde la legalidad y sin que el orden social se derrumbe. Pero cuando la Justicia se hace injusta, o la policía ladrona, todo el Estado queda herido, y debe ser restaurado con un enorme rigor y con urgencia. Aunque tengo la impresión de que, bajo la influencia de ETA, hemos perdido el sentido de lo que es prioritario e importante en materia de justicia, paz social y orden público. Como si la sal se nos estuviese volviendo insípida. 




Xosé Luis Barreiro



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Publicada originariamente el 12/5/2008
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martes, 31 de enero de 2017

[A vuelapluma] El PSOE, camino de la irrelevancia política





Decía Norberto Bobbio en Derecha e Izquierda que las elecciones se ganan en el centro del espectro político. Creo que tenía razón, y el PSOE las ha ganado solo cuando ha girado al centro, desde la izquierda, sí, pero mirando al centro y no más a su izquierda. Con una hipotética victoria de Sánchez en las primarias el PSOE va de cabeza a la irrelevancia política. Y con López a la división y la guerra civil dentro del partido. ¿Mejor con Díaz?: Tampoco, nunca lo ha sido, al menos para mí. Observen donde están los laboristas con Corbyn. Y los socialistas franceses, ahora, sin Valls. Todos camino del populismo más rancio, lugar que entre nosotros ocupa Podemos, que no deja hueco para nadie más después de laminar a Izquierda Unida con la complicidad del inefable Garzón.

Yo creía en las primarias. Ya no. Las primarias funcionan en un régimen de tipo presidencialista en el que los cargos, todos los cargos, son elegidos por los electores, no solo por los afiliados, y en los que los elegidos deben su puesto a esos electores, no a los aparatos de los partidos. No es nuestro caso, no en un régimen parlamentario. Y por supuesto, los elegidos aquí piensan más en sus leales y en sus amigos que en los ciudadanos, sean del partido que sean. Camino del exilio interior me refugio en mi familia, mis amigos y mis libros sin esperanza alguna de que el PSOE recupere la cordura. "Alea iacta est". Por desgracia.

El profesor Xosé Luis Barreiro publica hoy en La Voz de Galicia un interesante artículo que titula, premonitoriamente, Sánchez inicia la revolución pendiente. Dice en él que "convencido de que el PSOE es una unidad de destino en lo universal, que no puede abdicar del socialismo izquierdista y anticapitalista del siglo XIX; imbuido de la idea modernista (principios del siglo XX) de que España solo tiene futuro como república popular, laica, multinacional, desmilitarizada y obrera; y sintiéndose el líder providencial que está llamado a limpiar el partido de traidores, mencheviques, jacobinos y burgueses agazapados, el gran Pedro Sánchez, de triste y aciaga memoria, acaba de asumir el reto de culminar la revolución pendiente. Con el «Grito de Dos Hermanas» -eco melancólico del Grito de Yara-, cuyo resumen ideológico es: «Será un honor liderar vuestro proyecto colectivo», Pedro Sánchez le traspasó a la militancia la iniciativa y las responsabilidades de su audaz regreso, para abocar al PSOE a un delirio populista y cortoplacista en el que todos los intereses del partido y de España, y el futuro del partido, quedan supeditados al romanticismo militante, a darle gusto a una parroquia desencantada e indignada, y a impedir -¡como sea!- el Gobierno de Rajoy. Yo comprendo este regreso vengativo y enrabietado. Porque, cuando uno se da a conocer empecinándose en el error, acaba confundiendo la dignidad con la contumacia, y prefiere ser despedazado por estupidez antes que ser salvado por las dulces caricias de la rectificación. También es cierto que si yo fuese amigo de Pedro, le aconsejaría que buscase trabajo, abandonase la política durante una década, y se hiciese un hombre de provecho. Pero todas estas reflexiones ya son inútiles, porque Pedro se ha convertido en un héroe de tragedia cuya desmesura generó su fatalidad: «Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco». El daño ya está hecho. Y todas las ansias de un congreso catártico, que diese al PSOE unidad y liderazgo, ya están muertas. Y no solo porque el enfrentamiento entre el currículo de López y el «no es no» de Pedro Sánchez aboca a los militantes a una fragmentación estéril, sino porque Susana Díaz ya no puede ser aclamada ni tiene clara su victoria, y porque, en el supuesto de que un puñado de votos le permitiesen cubrir el expediente, ya no es posible crear el «partido ganador» -unificado en un fuerte liderazgo y ansioso de recuperar el modelo político y de Estado nacido de la transición- en el que la presidenta andaluza está resumiendo todo su programa, toda su ideología, y toda su enferruxada ilusión.Pedro Sánchez solo puede hundirse, más aún, en el pozo de su ofuscación. Pero no tengo ninguna duda de que los militantes aún le pueden dar el poder que necesita para destruir al PSOE, llevar al límite la crisis política de España y salvar a Podemos de las arenas movedizas. Porque ese es, me temo, el destino del antihéroe que inició hace tres días su revolución pendiente". Yo, también.


Pedro Sánchez



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lunes, 29 de agosto de 2016

[A vuelapluma] El paripé de la investidura





No tengo muy claro si me molesta más el que intenten tomarme el pelo o el que me quieran hacer comulgar con ruedas de molino... Lo digo por el paripé que se traen PP y Ciudadanos en torno a sus pactos sobre programas de gobierno que faciliten la investidura de Mariano Rajoy como presidente. 

Que ellos se lo crean (cosa que no me creo), me parece bien. La política es ante todo y sobre todo representación, espectáculo. Y me hace gracia ver lo serios que se ponen ambos, Rajoy y Rivera, escenificando sus encuentros. Hasta amagan con enfadarse y todo, y se hacen mohines sobre quién de ellos quiere más a España. Puro espectáculo.

Pero no cuela. Como dice el periodista Fernando Garea en su artículo Los Toros de GuisandoMariano Rajoy se arrepentirá de haber ridiculizado en marzo un pacto como el de PSOE y Ciudadanos que era insuficiente para sacar adelante una investidura. Igual que estos días se habrá, añade, arrepentido de las duras críticas al anterior presidente del Congreso por demorar la investidura de Pedro Sánchez o por convocar el debate con un formato diseñado a mayor gloria del candidato, es decir, por hacer lo mismo que ahora ha hecho su fiel Ana Pastor. 

No tengo empacho alguno en confesar que mi segunda opción de voto, a poca distancia de mi preferida, es la de Ciudadanos. Me cae mejor su partido que su líder. A pesar de ello me causa desazón la acerba crítica, creo que justificada, que de Albert Rivera hace el escritor Julio Llamazares en su artículo El pichón. En el argot ajedrecístico, dice Llamazares, se conoce como pichón al jugador falto de experiencia, presa fácil de sus competidores. La negociación que pretende llevar a cabo con ese buitre viejo que es el incombustible Rajoy confirma ese pensamiento y le hace merecedor del apodo, por inocente y falto de toda malicia. Las condiciones que ha puesto para apoyar a aquel en su investidura, añade, las hubiera aceptado cualquiera, hasta un Bárcenas que volviera al PP. ¿Quién no va a estar de acuerdo con que los imputados no ocupen cargos públicos, con que se termine con los aforamientos, con que se cree una comisión que investigue la financiación ilegal del PP, con que se terminen los indultos a condenados por corrupción, con limitar los mandatos de los presidentes del Gobierno a ocho años o dos legislaturas y hasta con la reforma de la ley electoral? Yo digo que sí ahora y ya veremos, le debió de decir Rajoy mirándolo con ternura, termina diciendo. 

Pero también me resulta bastante deprimente, a pesar del buen humor con que intento asistir al espectáculo, aunque solo sea para que los actores se ganen su sueldo, el papel que está jugando Pedro Sánchez en la representación. Evidentemente le doy toda la razón en negarse a dar los votos de su partido a un candidato al que detesta (como yo) por corrupto, cínico e incompetente, y algunos adjetivos más gruesos que me guardo por un elemental sentido de educación que no me gustaría perder definitivamente. Pero no me resulta de recibo la noticia de que aunque el PP cambiara de candidato en la investidura, el PSOE no se replantearía su "no". Me parece que eso es ponerse puertas a uno mismo, pero en fin, él sabrá lo que hace mejor que yo.

Con fina ironía gallega, tan distinta del sarcasmo de que hace gala su paisano, escribía también hace días un delicioso artículo el profesor Xosé Luis Barreiro. Lleva el título de Reciclando obviedades. El problema de Rivera, dice Barreiro, es que creyó que podía situarse en el centro de la política, y convertir al PP en variable dependiente. Y tales fueron su osadía e inexperiencia al ponerle condiciones a Rajoy, que acabó convertido en un sándwich listo para ser devorado. Cosa que está diciendo muchas más gente pero que Rivera y Ciudadanos no parecen querer ver. A estas alturas de la película, añade Barreiro, solo hay dos opciones: hacer cualquier cosa para que no haya elecciones, o hacer elecciones para que no haya cualquier cosa. Y yo -mayor de edad, con mucha experiencia y alguna ciencia, y con todos los sentidos conservados- elijo la segunda, añade.  Me apunto yo también a ella.

Me gustaría comentar en último lugar un reciente artículo firmado por el catedrático de Derecho Constitucional Jorge de Esteban titulado El ejemplo de Suárez. Y lo cito porque pienso que ilustra muy bien, a mi juicio, la razón por la que tantos españoles de mi quinta, esa que ronda ya la edad del paso a la eternidad, echamos de menos a pesar de sus innegables carencias a un político como Adolfo Suárez. Sería deseable, dice el profesor De Esteban, que no entrásemos en otro periodo electoral aceptando que la solución mejor para España fuera que Rajoy, siguiendo el ejemplo de Suárez, dimitiera. Pero si fracasa en la segunda votación de investidura, añade, debería presentar su renuncia, porque esa decisión sí que desbloquearía definitivamente el corsé que nos tiene agarrotados. Únicamente sería necesario entonces que con toda urgencia el PP eligiese, como sucedió en el caso de Calvo-Sotelo, un candidato para la Presidencia del Gobierno. Si esa persona fuera más abierta al cambio que Rajoy, podría volver a barajarse un Gobierno de coalición de los tres partidos constitucionalistas, única manera de llevar a cabo las reformas, incluidas las constitucionales, que necesita España, que mientras Rajoy siga en el cargo son prácticamente imposibles. ¿Se lo plantearía el PP llegado el caso? ¿Se repensaría su abstención el PSOE en esa circunstancia? ¿Tiene Rajoy sentido de Estado suficiente para entender que él es ya más obstáculo que solución? Me gustaría creer que sí pero tengo mis dudas. La representación comienza en unos horas. Disfrútenla, y ¡arriba el telón!


Adolfo Suárez (Caricatura de Jorge Arévalo)



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jueves, 6 de febrero de 2014

Golfus de Hispania (I): Políticos




http://www.elpais.com/recorte/20090211elpepunac_4/XLCO/Ies/20090211elpepunac_4.jpg
Igualito que ahora, para no variar...



Hace cinco años, en febrero de 2009, el partido popular ni soñaba aun con alcanzar el poder. Bueno, soñar quizá soñaran..., pero lo tenían bastante crudo. Más tarde, la crisis que no existía (o no veía) se la jugó a Zapatero y junto a sus propios errores de bulto pasó lo que pasó. Pero volvamos a febrero de 2009... 

Una amiga gallega que lleva muchos años viviendo en el norte de Europa me enviaba -y sigue enviando- las crónicas que en la prensa de su Galicia natal escribe Xosé Luis Barreiro, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de
Santiago de Compostela, y ex consejero de Presidencia del gobierno gallego (1982-1986) con el partido popular, y por aquellas fechas me envió la que reproduzco más adelante, que resulta una premonición cierta de muchas de las actitudes que los "populares" han acrecentado desde entonces: estulticia, mentira, desfachatez, desvergüenza... Se me acaban los sustantivos pero pienso que con los citados queda suficientemente claro lo que pretendo decir.

A mí me da grima hablar de política, y sobre todo de los políticos. Pero hay ocasiones en que los resortes le saltan a uno, aun sin querer. Una de ellas fue la del esperpéntico espectáculo del líder del partido popular (y en aquellos momentos de la oposición), Mariano Rajoy, rodeado de todos sus acólitos, clamando al cielo y proclamando a voz en grito la inocencia de su partido ante las acusaciones de corrupción. Inocencia que nadie ponía en duda ni entonces ni ahora porque los que delinquen son las personas, no los partidos.

Como soy de Letras y leído, la imagen me trajo casi instántaneamente a la cabeza la famosa escena del Tenorio, en la que don Juan, tras seducir a doña Inés y matar al Comendador, decide poner tierra por medio y huir a Italia. Como buen sinvergüenza, don Juan culpa a los demás de sus problemas y hace responsable al cielo de sus desmanes: "Llamé al cielo y no me oyó, y pues sus puertas me cierra, de mis actos en la tierra, responda el cielo, y no yo". ("Don Juan Tenorio", de José Zorrilla (1844). Escena X, Acto IV, Parte I). Patético...

El profesor Barreiro, le sacaba al asunto su punto de ironía y socarronería gallega. Les dejo con su artículo, titulado "Ese partido que nunca rompió un plato". Para más sarcasmo publicado el "Día de los Enamorados"... Disfrútenlo. 

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




"Ese partido que nunca rompió un plato", por Xosé Luis Barreiro
(La Voz de Galicia, 14/02/09)

"Viendo el enfado de Federico Trillo, o contemplando la fúnebre foto -¡vaya onomatopeya!- del acto en el que Mariano Rajoy, rodeado de todos sus escuderos y de los que esperan un buen momento para darle la puñalada trapera, le declaró la guerra al Ministerio de Justicia, cualquiera diría que el PP jamás se fue de cacería para arreglar pequeños asuntillos, o que no utilizó la justicia para deshacerse de sus enemigos, o que no mantiene prietas las filas a los que integran su finca privada del Poder Judicial, o que no son los inspiradores de la expeditiva ley de partidos que, mediante el democrático sistema de la deducción concatenada y falaz, es capaz de ilegalizar a María Santísima.

Para quien no les conozca como yo los conozco, hasta podría parecer que jamás han roto un plato en los juzgados, o que nunca han cenado con un juez para inspirarle una sentencia, o que nada de lo sucedido en los aledaños del urbanismo mediterráneo -donde dominan el ránking de imputados en proporción 9 a 1- tiene que ver con su partido ni afecta lo más mínimo a su reputación política.

Por eso me parece intolerable que, quienes presumen en toda hora de acatar los pronunciamientos de la Justicia, y quienes no necesitan más que una citación o un rumor para abrir las compuertas de su ira y pedir que dimita el sursum corda, se permitan insultar a Garzón a caño abierto, y transmitir a la ciudadanía la extraña sensación de que la Justicia no tiene ninguna garantía de independencia cuando el ministro del ramo se propone hacer una marrullería.

La idea de que aquí no ha pasado nada, y de que todo es una conspiración arbitraria urdida en pareja de hecho por Bermejo y Garzón, es una obscenidad imperdonable, que en modo alguno puede quedar justificada por la imprudente fiesta cinegética protagonizada por los ahora despellejados. Mi opinión es que, partiendo de la idea de que la cultura política e institucional depende en gran manera del comportamiento de nuestras autoridades y personalidades públicas, no debería salir tan barato insultar a un determinado juez o ministro al¡ amparo de las inmunidades creadas para preservar la libre opinión y el control riguroso del poder.

Si a cualquier ratero que robó un jamón le multan por desacato al segundo estornudo, no tiene sentido que un diputado -y profesional del derecho- se pueda despachar a gusto haciendo entender que Garzón se inventa un caso en beneficio del PSOE, que vive en prevaricación continuada, y que el ministro le va a pagar los servicios en especie. Y por eso creo que Rajoy tiene que intervenir y poner orden. Porque, si todos percibimos que no sabe gobernar este galimatías, menos nos vamos a creer que puede gobernar el país".





Escena del "Don Juan Tenorio"



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miércoles, 29 de febrero de 2012

Manuel Fraga: ¿ángel o demonio? Una anécdota personal






Manuel Fraga





El malogrado historiador británico Tony Judt, sobre el que ya he escrito varias veces en el blog en estos meses, decía en uno de sus últimos libros ("Algo va mal". Taurus, Madrid, 2010) que hay que tener mucho cuidado con las palabras que utilizamos para calificar los hechos y los personajes políticos, si es que queremos darnos a entender y que nos entiendan correctamente. En ese sentido, y en referencia a la figura del recientemente fallecido Manuel Fraga Irirbarne, fundador del Partido Popular, expresidente del gobierno gallego, ministro con Franco y en el primer gobierno de la monarquía, profesor universitario, triunfante opositor de todo a lo que se presentó salvo la presidencia del Gobierno de España, creo que se han dicho muchas cosas de él, a favor y en contra, de evidente exageración, cuando no falsedad.

No voy a hacer un panegírico en su memoria, pues nunca fue santo de mi devoción, pero tampoco denostarlo con calificaciones como las de fascista que le han atribuido desde la extrema izquierda. En mi opinión fue un político conservador y autoritario a la vieja usanza, más del periodo de entreguerras, que de la segunda mitad del siglo XX, con un concepto bastante restringido del liberalismo y de la democracia, arisco y prepotente en lo personal, pero en un ningún caso un extremista de derechas y mucho menos un político fascista. Se ha dicho de él, como un elogio, que tenía el Estado en la cabeza; otros, con intención contraria, han dicho que lo que tenía era la obsesión del poder. En resumen, y parodiando el título de la deleznable novela de Dan Brown, no fue ángel, pero tampoco demonio.

De entre todo lo que he leído sobre él a raíz de su muerte, los dos artículos que más me han gustado y que pienso que mejor reflejan su personalidad y trayectoria política, son los escritos en el diario La Voz de Galicia por el que fuera su vicepresidente en el gobierno gallego, primero, y adversario político después, el profesor Xosé Luis Barreiro.   

En el primero de ellos: "El día en que Manuel Fraga perdió el poder", dice de él que fue un hombre más devoto del poder que de la política, al que le sobraba autoridad, y le faltaban sosiego, humanidad y estética. En el segundo, publicado unos días después en el mismo períódico: "Manuel Fraga: sinfonía de poder en cuatro tiempos", traza un pormenorizado análisis de la trayectoria política vital de Manuel Fraga durante el franquismo, la transición, el periodo ya plenamente constitucional, y finalmente, el de su vuelta a Galicia como presidente del gobierno autónomo, periodo este del que dice que fue para Fraga lo mismo que la isla de Elba para Napoleón: un imperio chiquitito en el que podía jugar a lo que quiso ser; un acelerador de nostalgias más potente que el acelerador de partículas del CERN; y un lugar para preparar el regreso hacia una España y una Europa que padecía los mismos desenfoques que la Francia y la Europa a la que quiso volver Napoleón. La única diferencia es que Fraga, al contrario de Napoleón, percibió muy pronto la irreversibilidad de su último destino, y por eso pudo evitar su Waterloo.

Conocí a Manuel Fraga, el todopoderoso ministro de Información y Turismo del régimen, en el verano de 1963, durante mis vacaciones escolares. Yo tenía 17 años recién cumplidos y bastantes pájaros en la cabeza, lo que me llevó a escribirle una carta pidiéndole una bandera de España. No recuerdo muy bien que alegaba en mi misiva para justificar la petición. En todo caso, sabía que mis padres no me la iban a comprar si se la pedía y que yo no tenía dinero para ello. 

El caso es que casi a vuelta de correo, recibí un escrito de la Secretaría del Ministro en el que se me comunicaba que había accedido a mi petición y que pasara por el ministerio en una fecha y hora determinada para hacerme entrega de la bandera. Y allí me fui, hasta el inmenso edificio del Ministerio de Información y Turismo en el Paseo de la Castellana, muy cerca de la Plaza de Castilla, y a pocos minutos a pie de la casa de mis padres. 

No espero que se imaginen la cara de pasmo que pusieron los funcionarios del Ministerio cuando vieron acudir al despacho del Ministro a un crio con una carta en que se le citaba para una entrevista con el Sr. Ministro; supongo que la misma que se me puso a mí cuando su secretario me hizo pasar al despacho del Ministro. Y allí estaba todo sonriente y jovial el Sr. Fraga Iribarne; recuerdo que me saludó con efusión, me preguntó por mis estudios y mis padres, y eso sí, me despachó con celeridad una vez que pidió me trajeran la bandera y me la entregara. A decir verdad, me llevé una decepción, porque la bandera, que yo esperaba bordada en seda y con el escudo nacional era en realidad una banderola de esas que se ponían, y ponen, aún hoy, en las calles cuando hay alguna festividad, de dos en dos, sobre las farolas. No tenía escudo alguno y el mástil era un rústico palo pintado de blanco.

En todo caso. aun con cierta innegable decepción, recogí mi bandera y enrollada en su mástil (palo) volví orgulloso hasta mi casa para colocarla en mi habitación. Allí estuvo hasta que me vine a vivir a Canarias, cuatro años más tarde, y en Canarias sigue, en un cajón donde guardo algunos otros recuerdos de épocas pasadas, quizá demasiados recuerdos, pero es que uno, en el fondo, es un sentimental.

El vídeo que he puesto acompañando la entrada de hoy es el del famoso baño del ministro Fraga y del embajador de los Estados Unidos de América en la playa de Palomares, en 1966, a raíz del desafortunado accidente en el que varias bombas nucleares cayeron al mar, sin explotar, en dicha playa andaluza.

Sean felices, por favor, a pesar del Gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt





Fraga y Carrillo: respeto mutuo




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Entrada núm. 1453
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