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viernes, 16 de febrero de 2018

[A VUELAPLUMA] La mujer no es solo un cuerpo





La mujer no es solo un cuerpo, escribe en El País Catherine Millet, escritora y crítica de arte francesa. “No todas reaccionan de la misma forma a las agresiones masculinas”: la escritora, una de las 100 firmantes del manifiesto publicado en enero en ‘Le Monde’, responde a las críticas que sufrió tras la publicación del texto.

El pasado 10 de enero, comienza diciendo Millet, el periódico Le Monde publicó una tribuna titulada Mujeres liberan otra voz, firmada por otras cuatro escritoras (Sarah Chiche, Catherine Robbe-Grillet, Peggy Sastre y Abnousse Shalmani) y yo. De inmediato, más de un centenar de mujeres —artistas e intelectuales, pero no solo— aceptaron firmar el texto, entre ellas Catherine Deneuve. En los días sucesivos, los principales diarios de todo el mundo nos pidieron entrevistas. De pronto empezaron a oírse otras voces además de la única que estaba alzándose hasta entonces, la que reclamaba “denunciar a tu cerdo” y alimentaba el tsunami del #metoo.

La idea de publicar nuestra tribuna nació tras el comentario de un editor de que, en el clima actual, ya ninguno de sus colegas se habría atrevido a publicar mi libro La vida sexual de Catherine M. La observación nos sorprendió y nos inquietó. El libro, editado en 2001, había tenido un enorme éxito nacional e internacional. Durante la polémica suscitada por la publicación de nuestro manifiesto, me han reprochado varias veces una declaración mía en el sentido de que casi lamento no haber sufrido yo una violación, para demostrar con mi ejemplo que es posible superar el trauma. No es una declaración hecha ayer, sino algo que he dicho a menudo, en entrevistas y actos públicos, y, por supuesto, siempre hablaba en mi propio nombre, en el de Catherine M., es decir, a partir de la experiencia de la sexualidad que yo tenía y que había narrado en mi libro. Por eso no está de más que recuerde su contenido.

He tenido muchas parejas; algunos han sido amigos míos durante años, otros eran desconocidos y han seguido siéndolos, hombres que me encontré por casualidad y a los que apenas entreví el rostro. De aquella forma de vivir guardo el recuerdo de momentos excitantes, alegres, felices. Por supuesto, una vez comenzada la relación sexual, alguna pareja resultó decepcionante o desagradable e incluso repugnante. En esos casos, el hombre solo tenía acceso a mi cuerpo, porque mi espíritu se mantenía apartado y no conservaba ninguna huella que pudiera atormentarlo. ¿Qué mujer no ha experimentado esa disociación de cuerpo y espíritu? ¿Quién no se ha rendido a su marido o su amante mientras tenía la cabeza llena de preocupaciones cotidianas? ¿Quién, al contacto entre su piel y la de un hombre torpe, no se ha dejado llevar por el sueño de estar con otro? Yo incluso tengo una pequeña teoría al respecto: creo que la mujer (o el hombre) que recibe la penetración dispone de esa facultad más que quien penetra.

Si me hubiera visto forzada brutalmente a mantener una relación sexual con un agresor o varios agresores, no habría opuesto resistencia, pensando en que la satisfacción del impulso aplacaría el instinto violento. Por más repugnancia que sintiera, o miedo a otro tipo de violencia —la amenaza de un arma—, me atrevo a pensar que habría aceptado que mi cuerpo se sometiera, consciente de que mi espíritu seguiría siendo independiente, que mantendría su integridad y me ayudaría a relativizar la posesión de mi cuerpo. ¿Acaso no es el mismo tipo de protección mental al que recurren las prostitutas, que no escogen a sus clientes?

Ya que estoy expresándome a título personal, debo añadir que, en mi opinión, esta actitud se debe a un trasfondo católico que nunca me ha abandonado del todo y que me enseñó que el alma prevalecía sobre el cuerpo. Hace mucho tiempo que dejé de creer en Dios, y nunca utilizo la palabra “alma”, pero sigo estando totalmente convencida de que mi persona no es lo mismo que mi cuerpo, sino que reside en una consciencia (y en un inconsciente, pero ese es otro tema) que tiene cierto poder sobre el cuerpo. Hay un texto sobre estas cuestiones que puede ser útil leer, un fragmento de La ciudad de Dios de San Agustín. Este Padre de la Iglesia toma el ejemplo de Lucrecia, la mujer de la antigua Roma que prefirió suicidarse antes que sobrevivir a una violación, y escribe: “Este ataque [se refiere a la violación] no arrebata al alma la pureza que defiende”. También dice que quienes “matan el cuerpo no pueden matar el alma”.

Luego va más allá e incluso supone que, “víctima de una violencia irresistible”, Lucrecia tal vez “se dejó arrastrar por el placer”. Pero no la condena. San Agustín no era uno de esos burdos misóginos que, hasta hace no demasiado tiempo, sospechaban que las mujeres violadas, en realidad, habían sido consentidoras secretas. Más bien, encuentro un eco de su pensamiento en la opinión que dio recientemente el filósofo Raphaël Enthoven en la emisora Europe 1 a propósito de una frase que causó gran escándalo de la antigua actriz porno Brigitte Lahaie, hoy presentadora de radio y firmante de nuestra carta: “Siempre se puede disfrutar de una violación”. Enthoven recordó que, en efecto, “técnicamente, se puede experimentar un orgasmo durante una violación, lo cual no significa que la víctima dé su consentimiento”, y que es un error ocultar esa realidad, porque el trauma puede agravarse por el sentimiento de culpa. También dio la razón a otra frase de Lahaie: que “el cuerpo y el espíritu no siempre coinciden”. Dicen que es frecuente que las víctimas de violación tarden en denunciar la agresión por vergüenza. Esta disociación podría ayudarlas a superarla.

Nuestra tribuna no aspiraba más que a recordar que no todas las mujeres reaccionan de la misma forma a las agresiones masculinas. Que, si bien la violación es un crimen y el acoso es un delito —condenados por la ley, es decir, por todas y todos—, no percibimos de la misma forma los gestos y actos sexuales, porque no existe nada más individual ni que diferencie de manera más íntima y profunda a cada persona que la relación que tiene con su propio cuerpo y la moral sexual que se forja a lo largo de la vida.

No se nos puede reducir a un cuerpo, y me sorprende que se haya utilizado tan poco en los recientes debates la palabra resiliencia. La resiliencia es la capacidad del ser humano de recuperarse después de un trauma. Los juicios por violación suelen ser largos y muy difíciles para las víctimas porque, hasta llegar a que se haga justicia, las obligan a remover sus recuerdos más dolorosos. Por eso me parece tan importante decir y repetir que existen otros modelos aparte de los que atan la psique y el cuerpo, y que dichos modelos pueden ayudar a las mujeres encerradas en su sufrimiento. Nuestro manifiesto recogió numerosas firmas, muchas de ellas acompañadas de testimonios espontáneos de mujeres que habían sufrido agresiones sexuales pero que se alegran de haber podido superarlas, a veces incluso olvidarlas, para vivir hoy una vida amorosa y sexual equilibrada. Esas mujeres son un ejemplo digno de seguir. ¿Había que negarles la palabra de la que se quiso hacer eco nuestra carta?



Dibujo de Raquel Marín para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 1 de febrero de 2018

[A VUELAPLUMA] Una no, las dos





El telón se ha levantado porque la vergüenza ya no carga en las espaldas de las mujeres como antes. Muchas han cogido gusto a la libertad, que también consiste en que no te importunen, y han decidido creer en ella, escribe en El País Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED y miembro del Consejo de Estado.

Uno de los cuentos de Las mil y una noches, creo recordar, relata cómo un jovenzuelo quería acostarse con las dos esposas de su padre, comienza diciendo Valcárcel. Por muchos motivos ellas no estaban de acuerdo. Así que ideó una estratagema. Un día que marchaba con él de casa consiguió que el viejo saliera sin babuchas. Tenían que ir lejos, de manera que se ofreció para ir a buscárselas. Entró en la casa y les dijo a las dos esposas que venía de parte de su padre a cumplir el encargo de cogerlas (se entienda lo dicho en español de México). No le creían, de modo que, saliendo a la puerta, gritó: “Padre, qué cojo... ¿una o las dos?”. A lo que, desde el asno, se recibió la orden: “Las dos, imbécil”. El resto de la historia es fácil de imaginar y sólo tiene un colofón: que desde entonces lo siguió haciendo amenazando a cada una de ellas por separado con contarlo.

Venimos de un mundo, y parte del planeta vive todavía en él, en el que “contarlo” es amenaza más que suficiente para repetirlo. Eso nos da una idea de la magnitud del secreto. “Contarlo”, fuera verdad o mentira, la tumba era de la buena fama de la contada, la cual, por su parte no añadía detalles ni tampoco lo podría negar. El crédito viril era moneda aceptada. Cierto que, a fin de no alentar a los bocazas, se tenían previstas algunas acciones para el caso de calumnia. Pero mejor no llegar a que se diera el caso, porque era la reputación cosa tan de cristal que ya el querer limpiarla la podría manchar.

Como en el mundo los crímenes de honor distan bastante de desaparecer, concédase que no es preciso entrar en mayores entendederas. Si alguna padecía no lo contaba, por su propio interés. Y menos si se daba el caso de no haber ofrecido resistencia heroica. El silencio de ellas corría parejas con la fama de ellos, que algunos la tenían y además la cultivaban, de no dejar que en sus aledaños ninguna conservara su joya si a mano se les ponía. Aquí te pillo, aquí te marco. Porque ellas eran “piezas cobradas” con las que montar el álbum del éxito galante. A esta, a esa y a aquellas cincuenta más. El éxito era conforme si no había por el medio pago, que nadie es tan tonto como para pensar que haya cazador con fama que lo que atrapa sale de las carnicerías. Tema estable, relieves acotados, la figura donjuanesca perfilada. Y con ella se han hecho altares en cantidad.

Las que revolotean, caen. Quien se acerca a uno de estos ya sabe a qué se expone. Marcaje y tanto para el cazador. Muesca en el bastón y a contarlo... si se quiere. Como se decía hace cuarenta años en Francia, “sabemos cuando ha habido cosa entre dos; si es que todavía no, él la mira a ella todo el rato, si es que sí, ella le mira a él...” con esa bendita expresión ovejuna que el informante remedaba sin falsos pudores. De nuevo, las reglas claras y los síntomas a disposición del público.

Empero, desde que las mujeres, y no todas, sólo por aquí, por estas sociedades nuestras, hacen ensayos de libertad, el terreno se ha llenado de baches. La manera en que en los buenos tiempos se defendía un violador, por ejemplo, era simplemente afirmando que ella quería, pero que cambió de opinión en el último momento. Atada quedaba la mosca por el rabo. Porque ya ni la resistencia heroica servía de prueba en contra. Hubo resistencia porque hubo cambio de tendencia, culpable, porque todo el mundo sabe que, cuando se llega a determinados asuntos y niveles ya no es cosa de dar marcha atrás. Casquivanas, idos con cuidado que cuando se rompe la presa se acaba la paciencia. En resumen, que no podía estar mejor armado el tabladillo porque todo era poner un pie en él y caer sin remedio en la trampa. Y te aguantas. Eran aquellos tiempos en los que el “no es no” no había comenzado la carrera.

El teatrillo anda ahora caduco por varias partes tanto que tiembla a la menor. Resulta que son ellas quienes amenazan con contarlo. Dos cosas siempre provocaron la carcajada de nuestros ancestros: que los ratones quisieran ponerle un cascabel al gato y que las mujeres quisieran gobernar, aunque solo fuera sus vidas. Pero es bien cierto que del “contarlo” se siguen en el nuevo escenario consecuencias algo distintas de las pasadas. Para ellas el silencio era la mejor inversión y, sin embargo, ya no lo es. O no se lo creen, que viene a ser lo mismo a efectos prácticos. Primero porque algunas lo intentan contar en el mismo tono que ellos lo hacían, lo que sin duda demuestra una casi completa pérdida de vergüenza. Y porque, añadido a esto, no sólo alardean de no poseer el antiguo cinturón, sino que lo abren o lo cierran con liberal independencia.

La cosa es simple y se llama autonomía. La entendemos relativamente bien si los ejemplos son del campo de la cartera: “No le di el dinero; me lo cogió”, que hace la diferencia entre la dadivosidad y el robo. Pareciera que cuesta más si de sexo se trata. Debe ser porque las mujeres no violan. Recuerdo el caso de un mormón que acusó a una de tal cosa, pero admitamos que no es frecuente. Para el caso del sexo somos “seres situados”, esto es, la capacidad y el género de la acción no es simétrico. Pues bien, del mismo modo que habían de preverse señales y topes que impidieran la calumnia en el viejo orden, ahora habrá de apuntalarse otro tanto en el nuevo. La presunción de inocencia no ha decaído de nuestro ordenamiento, sino que goza de buena salud. La credulidad no nos ciega. Podemos preguntar, indagar y establecer bastante en ese campo. Porque la confianza ha de darse a quien la merece. Cuando un tipo se ha hecho una fama debe saber que ya no vive en el mundo que le permita disfrutarla. Es más, que se le puede volver en contra. Las otrora pacientes han llegado, eso parece, al punto de saturación. El telón se ha levantado porque la vergüenza ya no carga en sus espaldas como antes. Y muchas mujeres han sentido esa pérdida de peso como una enorme liberación. En realidad están hartas, soberanamente, de obedecer al viejo que habla desde el asno y tolerar al matón que exige silencio. Han cogido gusto a la libertad, que también consiste en que no te importunen, y han decidido creer en ella.

Quienes se asustan lo hacen, en algún que otro caso, porque con su larga vista ven perfectamente llegar el final del juego. Un juego perverso que ha producido sin embargo algunas satisfacciones subjetivas y un cierto monto de lo que llamamos cultura universal. O sea, que el mundo es una barca, como dijo Calderón de la... En fin, que la autonomía puede sin duda dar alas a la calumnia, que espero que sepamos tratar, pero tiene muchos mejores resultados, en cualquier caso, que el mantener el orden viejo y asnal con sus perversos y callados mandatos. Se ha levantado el telón y puede que definitivamente. Ahora lo que da vergüenza es aguantarse.



Dibujo de Raquel Marín para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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Entrada núm. 4247
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lunes, 25 de noviembre de 2013

Día Internacional contra la Violencia Machista


Hoy, 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, expresión esta que no refleja con exactitud la inmensidad de esta lacra social, quiero dedicaros la entrada a vosotras y para vosotras: las mujeres del mundo, con todo mi respeto y admiración profunda. Y con ella, la más hermosa pintura de mujer del Museo Thyssen-Bornemisza, de Madrid: "El retrato de Giovanna Tornabuoni", de Domenico Ghirlandaio (1449-1494). Y lo hago sin comentarios innecesarios; tan solo, con la reproducción de la genial viñeta que Forges hiciera con este mismo motivo en tal fecha como hoy de 2009. 

Sed felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigas. HArendt


Entrada núm. 1999
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)