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sábado, 18 de enero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] La mujer del césar. (Publicada el 22 de junio de 2009)



La viuda y los hijos de Eduardo Puelles. 20/6/2009


Llevo varios días de absoluta sequía anímica para enfrentarme a la pantalla en blanco del portátil. Un poco antes del asesinato del inspector de policía Eduardo Puelles por esa pandilla de mafiosos que conforman ETA, tenía medio esbozado un comentario que se iba a titular "¿Por qué detesto el nacionalismo?". Ya no voy a escribirlo. No deseo que nadie piense que presupongo una relación causal entre el nacionalismo vasco, -en este caso-, y ETA. Me niego rotundamente a hacerle el juego a ninguno de los dos. ETA no es más que una organización mafiosa sin más objetivo que sojuzgar al pueblo vasco, al nacionalista y al no-nacionalista, en su propio interés, que confieso ignorar cual pueda ser. Pero saben, aun siendo despreciables los mafiosos etarras, me merecen mucho más desprecio quiénes les jalean y apoyan desde las instituciones, las urnas, las pancartas, las manifestaciones, los insultos y las amenazas. Estos últimos son doblemente cobardes porque se aprovechan de las libertades que les otorga una democracia en la que no creen. Pero no lo conseguirán. Como ha dicho con enorme entereza y valentía la mujer del policía asesinado, lo único que han conseguido es dejar a dos hijos huérfanos y a una mujer viuda. Y no van a conseguir nada más.

Irán es otra de las cuestiones que me tiene ensimismado. De niño, en Madrid, vivía muy cerca de la Embajada Imperial del Irán, en la avenida de Pío XII. Eran los tiempos del Sah y sus encantadoras esposas, y de los fastos de la coronación en Persépolis. Que el Sah era un sátrapa a la antigua usanza lo supe mucho más tarde. Pero también es cierto que llevó a su país a unas cotas de modernización que no había conocido nunca antes, aunque no seré yo quien se atreva a sugerir que todo tiempo pasado fue mejor. Desde mi inocencia, mantenía una curiosa relación de amistad y buena vecindad con el personal de la Embajada, incluyendo al embajador y su familia, que me regalaban libros, cuentos y folletos turísticos de su país en cada visita que les hacía . Es agua pasada, claro está, pero estos días recuerdo aquellos momentos con cariño, y estoy convencido de que la ola de libertad que se ha levantado en Irán es el prólogo irreversible del principio del fin del régimen teocrático impuesto por los imanes y que el pueblo iraní, más pronto que tarde, recuperará la libertad que sin duda merece.

En El País de hoy el escritor Julio Llamazares ha publicado un artículo: "Lectura estética de las últimas elecciones", que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior, y que no se como calificar, si como irónico o como sarcástico, sobre la utilización del resultado de las mismas por parte del PP del Sr. Rajoy, -¿hay otro PP que no sea el del Sr. Rajoy?-, como salvoconducto de prácticas corruptas. Sin librar de crítica al partido del gobierno ni a toda la clase política española en su conjunto. A mi, lo digo con toda sinceridad, más miedo que el PP del Sr. Rajoy, muchísimo más, me dan sus votantes de Madrid, Valencia, o Canarias.

Casualmente, el sábado pasado me dio por ojear un viejo y estupendo libro del sociólogo norteamericano V.O. Key: "Política, partidos y grupos de presión" (Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1962) , que había leído hace al menos treinta años. Apenas iniciado, en las primeras líneas de su capítulo preliminar, afirma Key con rotundidad: "La Política no es más que la lucha por el poder". Una verdad que solemos olvidar, presos de la ingenuidad.

Dice un antiguo adagio que "la mujer del César no sólo tiene que ser honesta sino parecerlo". No creo que esa sea la situación actual en nuestro país. Para mí, la clase política española, salvo excepciones personales concretas, cada vez se parece más a un decadente prostíbulo lleno de viejas putas, dicho con todo el respeto debido a las putas, ya sean éstas viejas o jóvenes. HArendt



Ruinas de Persépolis, Irán


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viernes, 4 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Encuentros posibles



Imagen de 'Zubiak' (Los puentes), de Sistiaga y Cortés-Cavanillas


Hay encuentros posibles. El dolor y la memoria conviven con la generosidad y la esperanza, afirma la escritora Edurne Portela sobre la historia de violencia en el País Vasco. 

Hace unos años, comienza diciendo, escribí un ensayo sobre la violencia en Euskadi cuyo último capítulo se titulaba Encuentros posibles. En él hablaba de mis conversaciones, sentada a la mesa de una cocina, con una persona que había pertenecido al entorno de ETA y había estado en la cárcel por colaboración. En aquel 2015 en el que finalizaba el ensayo, mencionaba a esa persona y el aprendizaje que supuso para mí conocerla, pero no me atreví a contar su historia que, pensé, debía quedarse en el espacio protegido y de confianza de la cocina de su casa. Creía que todavía no se podían hacer públicas esas conversaciones: “Existen encuentros posibles, pero muchos se dan en la intimidad de nuestras cocinas. Todavía estamos lejos de un cambio imaginativo real a nivel colectivo que nos permita conocer ‘el conflicto’ en sus dimensiones más intricadas, las que tienen que ver con los afectos que nos unen. Y los que nos desunen”. En estos cuatro años han cambiado muchas cosas y lo constato felizmente en ‘Zubiak’ (Los puentes), el primer capítulo de la serie documental ETA, el final del silencio, de Jon Sistiaga y Alfonso Cortés-Cavanillas.

Maixabel Lasa, viuda de Juan Mari Jauregi, asesinado por ETA en 2000. Ibon Etxezarreta, miembro del comando que lo asesinó. Sentados uno frente a otro en la cocina de la sociedad Bilkoin. Maixabel ha cocinado. Ibon trae el vino y el pan, que corta en ese momento porque, como dice Maixabel, si te lo cortan en la tienda, luego se seca. El camino de Ibon para llegar a esa mesa ha sido largo: 18 años de reflexión, autocrítica y cárcel. El camino de Maixabel, desde esa mañana en la que Juan Mari le dijo: “Hoy he soñado que me mataban”, y nunca volvió a casa, imagínense. En los minutos anteriores a esa comida, a la que asistimos como testigos, se entrelazan voces conocidas y autorizadas que añaden un contexto indispensable para saber quién era Jauregi y entender el proceso de Ibon y otros presos disidentes de ETA. Es un contexto que no minimiza la crudeza del asesinato y sus secuelas terribles, evidentes en Maria, la hija que recuerda al padre.

Maixabel e Ibon ya han hablado mucho, hay confianza, cariño y, sobre todo, respeto. Les cuesta nombrar lo más doloroso, cada uno por sus motivos, y ambos miden con tiento las palabras, respetan los silencios. Ibon le dice a Maixabel: “Para ti es importante recordar, para mí es importante olvidar”. Lo dice, pero sigue recordando con ella porque sabe que es su deber. Su postura ética es estar a disposición de la víctima. Maixabel, al acabar la comida, le prepara a Ibon un táper con las sobras para que las coma en la cárcel (tiene que regresar a dormir). Un gesto profundo, el de Ibon; uno cotidiano pero cargado de significado, el de Maixabel. Ambos gestos remiten a la imagen metafórica del documental: un puente viejo que aparece en varios momentos, mostrando pequeños desprendimientos y una gran grieta. Como dice Ibon, sus destinos están unidos por la herida que él causó. A partir de esa unión traumática han construido un puente que, pese a su grieta, su cicatriz, es fuerte y sólido.

Salgo de esa cocina conmovida por la lucidez de Ibon ante el daño y los límites de la reparación; admirada por la generosidad y empatía de Maixabel. Acompaño a Ibon de vuelta a la cárcel, con la voz de fondo de Maria defendiendo la empatía y el diálogo como herramientas para seguir construyendo puentes. Su voz, de nuevo, se quiebra. Una última constatación: el dolor y la memoria conviven con la generosidad y la esperanza.






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miércoles, 16 de mayo de 2018

[A VUELAPLUMA] Pesadilla en Barcelona





¿Representa el señor Torra, con su xenofobia salvaje, al independentismo actual? ¿Esto es lo que había detrás del nacionalismo tolerante, transversal, abierto e integrador que el catalanismo predicaba en Cataluña?, se pregunta en el diario El País el escritor catalán Javier Cercas. Me sumo a su petición final: Ya no sé si merece la pena pedir ayuda a un Gobierno español que ni siquiera ha sido capaz de explicar a la opinión pública europea qué es lo que está pasando en Cataluña; se la pido al Estado democrático, a los europeos, a los españoles y a los catalanes de buena fe —incluidos los separatistas catalanes de buena fe—: hay que parar esta pesadilla. 

Repitámoslo una vez más, comienza diciendo Cercas, a ver si repitiéndolo acabamos de creerlo: Joaquim Torra, flamante presidente de la Generalitat, es un entusiasta de Estat Català, un partido fascista o parafascista y separatista que en los años treinta organizó milicias violentas con el fin de lanzarlas a la lucha armada; también es un entusiasta de sus líderes, en particular de los célebres hermanos Badia, dos terroristas y torturadores a quienes, como recordaba Xavier Vidal-Folch en este periódico, el señor Torra calificó como “los mejores ejemplos del independentismo”. La palabra “entusiasta” no es, como se ve, exagerada. Hace apenas cuatro años, en un artículo titulado Pioneros de la independencia y publicado en el diario El Punt Avui, el señor Torra escribía refiriéndose a Estat Català y a Nosaltres Sols!, una corriente de Estat Català nacida en torno a una red paramilitar clandestina: “Y hoy que el país ha abrazado lo que ellos defendían desde hace tantos años, me parece de justicia recordarlos y agradecerles tantos años de lucha solitaria. ¡Qué lección, qué bellísima lección!”.

Todo lo anterior es más o menos conocido; no lo es tanto, en cambio, que el partido venerado por el señor Torra sobrevivió a la Guerra Civil y el franquismo y revivió durante la Transición. Así, la hemeroteca de la Universidad Autónoma de Barcelona conserva un cuaderno firmado por Nosaltres Sols! que, según el historiador Enric Ucelay-Da Cal, se publicó en torno a 1980. Está escrito en catalán, consta de ocho páginas mecanografiadas, se titula Fundamentos científicos del racismo y concluye de esta forma: “Por todo esto tenemos que considerar que la configuración racial catalana es más puramente blanca que la española y por tanto el catalán es superior al español en el aspecto racial”. Cambiando “alemán” por “catalán” y “español” por “judío”, estas palabras las hubiera firmado cualquier ideólogo nazi de pacotilla: ¿son ellas la lección, la bellísima lección que, según el señor Torra, debemos aprender los catalanes de sus admirados pioneros independentistas? La respuesta sólo puede ser sí, al menos a juzgar por los artículos y tuits que el señor Torra ha escrito en los últimos años y que hemos conocido con incredulidad estos últimos días, en los que los españoles aparecen sin falta como seres indeseables, candidatos a ser expulsados de Cataluña (“Aquí no cabe todo el mundo”, escribió en 2010, refiriéndose a dos socialistas catalanes con apellidos españoles).

En su primera entrevista como candidato, el señor Torra declaró sobre esas porquerías xenófobas: “Pido disculpas si alguien las ha entendido como una ofensa”. ¡Pero, hombre de Dios, cómo se le ocurre! ¿Quién en su sano juicio consideraría una ofensa que se le califique de sucio, fascista, violento y expoliador, como hace usted en sus textos con millones de personas? Y ahora la pregunta se impone: ¿representa el señor Torra, con su xenofobia salvaje, al independentismo actual? ¿Esto es lo que había detrás del nacionalismo tolerante, transversal, abierto e integrador que el catalanismo predicaba en Cataluña y que tantos nos creímos durante años (aunque no fuéramos nacionalistas)?

Uno entiende muy bien que el señor Puigdemont y tres o cuatro insensatos como él compartan las ideas del señor Torra, pero ¿las comparte también el PDeCAT, la antigua Convergència de Pujol y Roca y Mas? ¿Las comparten ERC y la CUP, partidos que dicen ser de izquierdas? Y, si no las comparten, ¿cómo es posible que hayan permitido con sus votos que este señor sea presidente de Cataluña? Porque no es que el señor Torra no merezca ser presidente de la Generalitat; es que no merece ser representante político de nadie, y los partidos catalanes que conservan un mínimo de cordura y dignidad hubieran debido exigir su inmediata dimisión como parlamentario. ¿Cuánto hubiera durado en su escaño un diputado de cualquier parlamento español que hubiera escrito sobre los catalanes las brutalidades que ha escrito este señor sobre los españoles y hubiera expresado hace cuatro días su entusiasmo por Falange, el equivalente español de Estat Català?

Hasta aquí, el asco y la vergüenza; ahora viene el miedo. Porque el señor Torra ha prometido en el Parlamento catalán hacer exactamente lo mismo que, en nombre de la democracia y sin el más mínimo respeto por la democracia, hizo su antecesor en la presidencia de la Generalitat, lo mismo que en otoño pasado llevó a Cataluña, tras el golpe desencadenado el 6 y 7 de septiembre, a vivir dos meses de locos durante los cuales el país se partió por la mitad y quedó al borde del enfrentamiento civil y la ruina económica (una ruina que algunos economistas consideran en voz baja difícil de evitar: una muerte lenta). Por supuesto, este xenófobo entusiasta de un partido fascista o parafascista y violento se halla en condiciones de cumplir su ominosa promesa, porque a partir de su toma de posesión tendrá en sus manos un cuerpo armado compuesto por 17.000 hombres, unos medios de comunicación potentísimos, un presupuesto de miles de millones de euros y todos los medios ingentes que la democracia española cedió al Gobierno autónomo catalán, además de cosas como la educación de decenas de miles de niños. Dicho lo anterior, sólo puedo añadir que me sentiría mucho más tranquilo si el presidente de la Generalitat fuera un paciente escapado del manicomio de Sant Boi con una sierra eléctrica en las manos.

A veces la historia no se repite como comedia, según creía Marx, sino como pesadilla; es lo que está ocurriendo ahora mismo en Cataluña. El señor Torra lleva razón en una cosa: de un tiempo a esta parte, todo el nacionalismo catalán y dos millones de catalanes parecen haber abrazado las ideas que en los años treinta defendían Estat Català y Nosaltres Sols!; la mayoría de los separatistas no lo saben, claro está, pero eso explica que nuestro nuevo presidente sea el señor Torra. O dicho de otro modo: ayer tomaron el poder en Cataluña aquellos a quienes la mayor parte del nacionalismo catalán, desde los años treinta hasta hace muy poco, consideraba extremistas peligrosos, cuando no directamente descerebrados. En estas circunstancias, no sé si merece ya la pena pedir ayuda a un Gobierno español que ni siquiera ha sido capaz de explicar a la opinión pública europea qué es lo que está pasando en Cataluña; se la pido al Estado democrático, a los europeos, a los españoles y a los catalanes de buena fe —incluidos los separatistas catalanes de buena fe—: hay que parar esta pesadilla.



Dibujo de Raquel Marín para El País


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Estoy cansado de que me habléis del bien y la justicia; por favor, enseñadme, de una vez para siempre, a realizarlos (G.W.F. Hegel)

viernes, 16 de marzo de 2018

[A VUELAPLUMA] Entre la libertad y la seguridad





El eterno e insoluble debate entre la libertad y la seguridad, es propio de las sociedades democráticas. España es uno de los países más seguros del mundo, escribe en El Mundo el profesor Andrés Betancor, catedrático de Derecho administrativo de la Universidad Pompeu Fabra, y sin embargo, la seguridad es objeto de una encendida polémica. 

Una de las dimensiones del bienestar, comienza diciendo Betancor, según todas las clasificaciones al uso, es la relativa a la seguridad. En el reciente trabajo de Herrero, Villar y Soler (Las facetas del bienestar, Fundación BBVA, 2018), en la categoría seguridad, España está por encima de la media de la OCDE. La sensación de seguridad es superior, por ejemplo, a la de Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Países Bajos y Portugal. No hay, por lo tanto, un problema de «inseguridad». Es otro. La seguridad es considerada una «amenaza» a la libertad. Y, sin embargo, España disfruta de una «democracia plena», según el Democracy Index 2017, la clasificación de la Unidad de Inteligencia de The Economist. 

La relación seguridad y libertad siempre ha sido conflictiva. La repetida frase de Benjamin Franklin («Aquellos que renunciarían a una libertad esencial para comprar un poco de seguridad momentánea, no merecen ni libertad ni seguridad y acabarán perdiendo ambas») se suele citar para expresar ese conflicto. En realidad, se refiere a la tensión entre lo esencial (libertad) y lo no esencial, en tanto que momentáneo (seguridad). Lo esencial no puede sacrificarse en el altar de lo fugaz; lo eterno no puede inmolarse a cambio de lo efímero. ¿Es la seguridad insubstancial? Entre nosotros, se afirma que «la protección de la seguridad ciudadana y el ejercicio de las libertades públicas constituyen un binomio inseparable, y ambos conceptos son requisitos básicos de la convivencia en una sociedad democrática». Así se proclamaba en la Exposición de motivos de la primera ley de seguridad ciudadana de la democracia, la Ley de 1992 (Gobierno socialista). En la vigente, de 2015 (Gobierno popular), se repite que «la seguridad ciudadana es la garantía de que los derechos y libertades reconocidos y amparados por las constituciones democráticas puedan ser ejercidos libremente por la ciudadanía y no meras declaraciones formales carentes de eficacia jurídica». La seguridad ciudadana [es] uno de los elementos esenciales del Estado de Derecho».

Una unanimidad formal que no puede ocultar la intensidad de la polémica política. No conseguimos enterrar al dictador. La seguridad se convierte en orden y el orden en tiranía. Su muerte en la cama parece arrastrarnos a sufrir una culpa permanente. Freud hablaba de matar al padre como requisito de madurez; en la España actual, algunos no han superado esa fase infantil; se empeñan en matar al tirano como camino de su «maduración» política. Un empeño vano: el tirano está muerto y el querer matarlo lo «revive». Se crea un bucle que conduce a la melancolía, a la inmadurez y a la estupidez. David Runciman habla de los «peligros de la paz». El Estado es una invención para conjurar la violencia; su éxito ha sido tal que la política ha sido marginalizada. La estabilidad produce desafección. «Los ciudadanos protegidos de las amenazas más terribles que entraña la violencia, empiezan a perder interés en la política, un mero ruido de fondo en la vida». Hasta que despiertan. La seguridad es el terreno propio para movilizar, para espabilar, para acabar con el sesteo,... A tal fin, la comunicación política es esencial. Los ciudadanos sólo digieren mensajes muy simples. El debate sobre la seguridad ciudadana se convierte en el atropello a las libertades que representa la «mordaza» o la «patada a la puerta». La Ley de seguridad es la Ley mordaza o la de la patada a la puerta. Es secundaria la certeza o la corrección de esa afirmación. Es el terreno propicio para la demagogia y el sectarismo: el populismo. La Ley orgánica 5/2011 de seguridad ciudadana ha alcanzado notoriedad política y social por la tabla de infracciones y sanciones que incluye. Enumera 44 tipos de infracciones que, a su vez, pueden desglosarse en otras. El resultado es un elenco muy importante de conductas que podrían ser merecedoras de sanciones que van desde los 100 euros hasta los 600.000 euros. 

Es razonable que, en una sociedad democrática, se discutan cuáles deberían ser las conductas merecedoras de castigo. Son las prohibidas y que, por lo tanto, delimitan la libertad. Ahora bien, ¿forma parte de la libertad «el consumo o la tenencia ilícitos de drogas tóxicas, estupefacientes o sustancias psicotrópicas, ..., en lugares, vías, establecimientos públicos o transportes colectivos»? Éste es uno de los tipos infractores más sancionados. En el año 2016, según el último informe publicado por el Ministerio del Interior, el importe total de las sanciones impuestas por este concepto fue de más de 61 millones, sobre un total de 89 millones. Por lo tanto, si nos atenemos a los datos, la Ley mordaza debería llamarse Ley contra el consumo de drogas en lugares públicos. Sin embargo, lo que realmente molesta, no es la «restricción» a la libertad en relación con el consumo público de drogas, sino las infracciones a la autoridad. 

Es notable el error cometido por el legislador. Se ha querido proteger a los agentes de la policía incorporando un elenco de tipos que han provocado la irritación ciudadana, provocando un cuestionamiento general de la Ley. La desobediencia o la resistencia a la autoridad o sus agentes, y la negativa a identificarse (infracción grave), así como la falta de respeto y consideración (infracción leve), suman, según los datos que comento, sanciones por importe de 10,5 millones. Es el cuarto rubro más importante, casi empatado con el de las sanciones en materia de armas y explosivos. El trato a los agentes de la autoridad es tan peligroso como las armas y explosivos. Esta podría ser otra conclusión, por lo demás, indeseable. No me parece mal que se tipifiquen estas conductas; ahora bien, el que tengan la importancia cuantitativa que indico, es la demostración de que algo falla. Algo que está más allá del Derecho. O bien los agentes están extremando su celo bajo el amparo de estos tipos infractores o bien los ciudadanos no son conscientes (ni responsables) de la importancia del papel que desarrollan. Tampoco es descartable que las dos afirmaciones sean ciertas e, incluso, se retroalimentan. 

Una de las enmiendas que Unidos Podemos ha presentado contra la Ley de Seguridad Ciudadana es la mejor demostración de la demagogia sectaria que comento. La enmienda consiste en obligar a la policía a advertir, utilizando un megáfono, de la inminencia del uso de la fuerza para proceder a la disolución de la concentración ilegal. Nos dicen que es una mejora técnica y, además, en la dirección de reforzar la protección de los derechos de los ciudadanos. la ley de orden público de la República (1933) incluía los toques de atención que la ley franquista (1959) mantuvo como requisito de intimación antes de pasar a usar la fuerza para disolver las concentraciones o manifestaciones. En el Reglamento orgánico de la Policía Gubernativa de 1930 (art. 539) se regulaba que se hacía a «toque de corneta». La ley de 1992 pasó a un recatado «aviso» (art. 17), que en la vigente ley se mantiene e, incluso, se dispone que se puede hacer de manera verbal si la urgencia de la situación lo hiciera imprescindible (art. 23). Ahora se nos dice que lo moderno (y respetuoso con los derechos) es el megáfono. Es, según parece, una solución tecnológicamente más avanzada que la corneta, pero, menos artística. La poética de la carga policial a golpe de corneta se debe substituir por el megáfono. Aunque podrían alegar que la substitución consigue conjurar el riesgo de que, si las «unidades actuantes» no contasen con el «artista» capacitado, la concentración acabase por el «desafino».

En el plano de lo transcendente, como argumentara Amartya Sen, es muy difícil alcanzar un acuerdo. Sen lo refería a la justicia, pero es aplicable a otros valores como la seguridad. «El carácter absoluto de lo transcendentalmente correcto... no ayuda a la elección entre políticas alternativas». No ayuda a encontrar soluciones. Lo transcendente jerarquiza; es lo de lo categórico; lo que debe primar sobre todo lo demás. O Seguridad o Libertad; o papá o mamá. Así expuesto, no hay solución posible. Resulta llamativo que en un ámbito en el que la necesidad es indudable (salvo para aquellos que creen en el buen salvaje y en las libertades naturales), no se pueda alcanzar consensos que sirvan para administrar, conforme a los principios básicos de la razonabilidad y la proporcionalidad, las prohibiciones, incluidas las merecedoras de castigo, para la adecuada garantía de los derechos. En nuestro país, uno de los más seguros del mundo, llamar al sentido común y a la sensatez en materia de seguridad ciudadana es, lamentablemente, revolucionario pero imprescindible.



Dibujo de Sean Macaoui para El Mundo


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sábado, 10 de marzo de 2018

[A VUELAPLUMA] Desinformación, democracia y seguridad





Las 'fake news' buscan desestabilizar, sembrar dudas o crear un determinado clima de opinión social, escribía hace unas semanas en El País Miguel Ángel Aguirre, director general de la empresa internacional de de comunicaciones y relaciones públicas Edelman.

Entre los acontecimientos de 2018, comenzaba diciendo, me gustaría destacar uno que probablemente no figure en las agendas oficiales y al que, sin embargo, animaría a prestar algo de atención. Hace 90 años apareció el libro Propaganda, de Edward Bernays, considerado como el primer manual teórico sobre la manipulación de masas.

Bernays, sobrino de Sigmund Freud, aplicó las teorías psicológicas de su tío al mundo real y las puso al servicio de gobiernos y corporaciones. Célebres son algunas de las estrategias que puso en marcha con notable éxito, como la normalización y extensión del consumo de tabaco entre las mujeres, denominando a los cigarrillos como “antorchas de libertad”, la asociación entre automóvil y la masculinidad o la popularización del uso del reloj de pulsera. En la parte política, Bernays asesoró a presidentes como Wilson o Eisenhower.

Edward Bernays entendía la propaganda como “el brazo ejecutivo del gobierno invisible” y asoció, sin complejos, la manipulación como una parte de la democracia: “La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizadas de las masas son un elemento importante en una sociedad democrática”. Para Bernays, quienes posean los mandos de este “mecanismo no visible de la sociedad” son los que realmente tienen el poder.

Bernays estaría hoy feliz en esta época de bulos y fake news. Su visión sobre la capacidad de moldear y activar el comportamiento de los individuos sigue plenamente vigente nueve décadas después. La lista de casos es interminable y no creo que resulte necesario extenderse en ello. Con seguir la actualidad política nacional e internacional es suficiente.

Traigo esto a colación por un asunto de relevancia para España, como ha sido la aprobación de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional 2017 por parte del Gobierno de Mariano Rajoy; un documento que supone un importante avance con respecto a la anterior ESN, que data de 2013, y donde la comunicación y todo lo que le rodea a este amplio concepto ocupa un papel central.

Para empezar, la ESN-2017 eleva la desinformación y la propaganda a la categoría de amenaza para nuestra seguridad. Se trata de un fenómeno que, como hemos visto con Bernays, no es nuevo y, sin embargo, ha adquirido un enorme protagonismo en los últimos tiempos.

Buena parte del éxito se lo debemos a la tecnología. Plataformas y redes sociales tienen una extraordinaria capacidad de expansión y amplificación a través de los denominados “espacios comunes globales”, como es el ciberespacio, de alta vulnerabilidad.

De hecho, la ESN-2017 alerta de “la utilización del ciberespacio como medio para la realización de actividades ilícitas, acciones de desinformación, propaganda o financiación terrorista y actividades de crimen organizado” y de su impacto en la seguridad nacional. Este nuevo espacio amplifica “la complejidad y la incertidumbre” y pone en riesgo “la propia privacidad de los ciudadanos”.

El hecho de incorporar la desinformación y propaganda en un primer bloque de amenazas supone un salto cualitativo y una verdadera toma de conciencia sobre la importancia de determinados métodos de manipulación e injerencia, como las fake news, cuyo principal objetivo es desestabilizar, sembrar dudas o crear un determinado clima de opinión social. Esto es, influir en el comportamiento de los individuos.

La Estrategia de Seguridad Nacional 2017 incluye, además, otras interesantes propuestas ligadas a la comunicación estratégica (en los ámbitos de la protección y la promoción), que merecen ser destacadas.

La primera de ellas descansa en el objetivo de desarrollar el modelo integral de gestión de crisis e integrarlo en el marco del Sistema de Seguridad Nacional, con el fin de “proporcionar respuestas eficaces y oportunas a las amenazas y desafíos del panorama actual”. Entre ellos se cita la amenaza terrorista o las amenazas de naturaleza híbrida, que requieren “un trabajo constante de análisis, intercambio de información y compartición de mejores prácticas”.

En este contexto, la ESN-2017 rompe una lanza por la comunicación: “La comunicación estratégica es una de las dimensiones críticas ante este tipo de situaciones, con el objetivo de transmitir a la sociedad una información veraz, ajustada y oportuna”.

La segunda propuesta, presente también en el capítulo 5 del documento, es promover una cultura de seguridad nacional. La ESN-2017 resalta la importancia de “acercar la política de seguridad nacional a la sociedad”, dado que nadie es hoy “sujeto pasivo” de la seguridad. “Una sociedad conocedora de las amenazas y desafíos para la seguridad es una sociedad mejor preparada y con mayor capacidad de sobreponerse ante las crisis a las que tenga que enfrentarse”. Para ello se plantea la creación y desarrollo de un Plan Integral de Cultura de Seguridad.

Y la tercera propuesta ligada a la comunicación es fortalecer la proyección internacional de España al entender la ESN-2017 que “proteger los intereses de España en el exterior es clave para la seguridad nacional”. Para ello, se reclama “una exigente reflexión estratégica sobre el posicionamiento” de España en los organismos internacionales en los que forma parte y “un compromiso y una participación proactiva para garantizar la mejor defensa de los intereses nacionales y de la seguridad y prosperidad del Estado y la sociedad española”.

La Estrategia de Seguridad Nacional 2017 es un documento oportuno y ambicioso. Coincido con el General Miguel Ángel Ballesteros, Director del Instituto Español de Estudios Estratégicos, en que “el éxito de la ESN-2017 no reside tanto en lo que dice como en la capacidad de movilización de los niveles inferiores para que estos aborden todas y cada una de las líneas de acción establecidas”.

Por tanto, alcanzar objetivos de la ESN-2017 requerirá altas dosis de coordinación, determinación y compromiso de todos los agentes implicados: Gobierno, instituciones públicas, empresas privadas, medios de comunicación y sociedad. A fin de cuentas, y con el permiso de Edward Bernays, es un “proyecto compartido de todos y para todos”.



Sede del Instituto Nacional de Ciberseguridad (León, España)



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jueves, 25 de enero de 2018

[A VUELAPLUMA] El crimen perfecto de ETA





¿Es posible la paz en sociedades traumatizadas por la violencia terrorista? ¿Por ejemplo en Irlanda del Norte, el País Vasco o Colombia, por citar solo las más próximas en el tiempo? ¿A costa del olvido? ¿En eso consiste el perdón? ¿En un borrón y cuenta nueva? No tengo la respuesta, pero me permito recomendarles la lectura de Patria, la novela revelación de Fernando Aramburu. Quizá les permita vislumbrar algunas claves al respecto. Por mi parte al menos, para ETA y sus cómplices, ni olvido ni perdón. Los demás que hagan lo que les plazca.

Los nacionalistas y secesionistas juegan la batalla de las palabras, de imponer su marco desde hace décadas, porque las palabras son fundamentales para la transformación cultural, política y del poder con mayúsculas, comentaba en el diario El Mundo hace unos días la europarlamentaria de Unión, Progreso y Democracia Maite Pagazaurtundúa. En el constitucionalismo democrático, comienza diciendo, se minusvaloró su importancia, por lo que los partidos tradicionales sufren una debilidad extrema en el País Vasco, Navarra o Cataluña. Son las ideas, estúpido, podríamos decirles, pero no parecen conscientes en el Gobierno popular del destrozo que les viene si sigue su embeleco con el Partido Nacionalista Vasco.

Al grano. El llamado desarme de ETA se celebró en el País Vasco francés a comienzos de abril del año pasado. Interesa poner el oído sobre lo que indicó Arnaldo Otegi. Señaló que había concluido una fase, "pero no los objetivos". Para aclarar un poco el sentido de las palabras, en el estrado de las personalidades, Jesús María Zabarte, asesino múltiple, contestó a un periodista: "Yo no he asesinado a nadie. Yo he ejecutado. No me arrepiento y no sé el nombre de las víctimas".

Otegi indicaba en Bayona: "Pondremos desde mañana encima de la mesa los temas que quedan pendientes: los presos, el reconocimiento de las víctimas y la desmilitarización del país". Esto en argot sólo significa un juego de palabras para acercar a los presos de ETA al País Vasco. Lo demás, retórica. Si el Gobierno del Estado llega a traspasar la competencia de prisiones al Gobierno vasco, como desea el PNV, se facilitará el sendero hacia el crimen perfecto, porque las instituciones regionales llevan varios años fabricando una memoria que mezcla todo tipo de victimizaciones. El objetivo: que la responsabilidad de los etarras resulte menos visible, para borrar pistas de lo que el nacionalismo gobernante no hizo cuando perseguían a muerte a sus adversarios políticos y ellos seguían negociando cupos y privilegios con el Gobierno central.La legalización del partido político de ETA se realizó con bastantes triquiñuelas que superan el espacio útil de estas líneas. Estaban vencidos operativamente, pero no se les obligó a la deslegitimación del terror y de su historia. Lo mollar desde el punto de vista de las ideas es que se aceptaba la condena de la violencia sobre el futuro, pero se aceptaba que no asumieran la condena política, ni responsabilidad social, histórica y política sobre décadas de acoso, extorsión y asesinatos. Porque no debe olvidar quien lea esto que el asesinato fue la punta del iceberg. Lo más escalofriante fue la expansión de la red de chivatos, cómplices y seguidores a cada rincón de la comunidad vasca y navarra generando silencio y miedo en todo el tejido social durante más de dos generaciones. En algunos espacios sociales o municipios, el control social de este mundo no se interrumpió ni con la ilegalización, que nunca llegó a ser completa.

El Gobierno popular ha ganado tiempo desde 2011 y ha impulsado tímidamente un memorial, un plan piloto de testimonios de víctimas en algunos centros escolares. Pero son instrumentos absolutamente insuficientes porque hace falta política, con dirigentes que no confundan su fatiga moral -comprensible en los políticos vascos y navarros- con el pragmatismo o con la generosidad.

El secretario general del PP de Guipúzcoa aún creía posible que los lobistas de ETA firmaran con el resto de grupos políticos de Zarauz un comunicado indicando que fue injusto y que no debió ocurrir el asesinato del joven concejal popular de la localidad Ramón Iruretagoyena hace 20 años. No lo hicieron, por supuesto. Como consumados artistas de la manipulación, toman el pulso al ambiente sobre qué podrían sacar para los presos de ETA si "reconocen el daño causado" en el vacío, porque mantienen expectativas objetivas de poder terminar expandiendo entre la mayoría de vascos y navarros del futuro la misma retórica exculpatoria que el IRA coló en Irlanda del Norte. Así son. La piel de cordero encaja mal a estos lobos. Un año antes de ser asesinado, Fernando Buesa habló en el Parlamento Vasco aludiendo a lo que entonces era la recién estrenada perversión del lenguaje por parte de Batasuna: un proceso de paz para remitir "el sufrimiento". Con serenidad, Buesa indicó que lo que estaban haciendo era defender los derechos de ETA y les indicó que el verdadero conflicto vasco era la violencia contra los que no pensaban como ellos. El socialista finalizó su intervención señalando que "las víctimas deben ser nuestra preocupación porque la paz no se construye sobre el olvido".

Fue uno de los más íntegros y valientes políticos de los últimos 40 años. Aquellas palabras siguen siendo de utilidad en los primeros compases del posterrorismo etarra. A los nacionalistas vascos no se les cae la palabra "sufrimiento" de la comisura de los labios para tapar a los perpetradores, para que no tengan que afrontar cabalmente la deslegitimación del terrorismo y de toda la estrategia de control social y acoso. En el País Vasco se precisa afrontar con rigor el significado de lo sucedido, analizar lo pendiente para la reparación efectiva, erradicar el germen de la violencia que padecimos... Pero esto no será aceptado por Batasuna mientras al PNV le interese suavizar la memoria del pasado y mientras la Audiencia Nacional permita homenajes a los presos etarras, reforzando la codicia del largo plazo, no sólo de minimización de su responsabilidad, sino de imposición de su relato, su mirada, su justificación.

Hay gente que me suele preguntar cada año por qué tanta gente acudía a las manifestaciones pidiendo que nos mataran, cuando ETA asesinaba, y por qué los mismos -y algunos otros por coyuntura o despiste- piden ahora el acercamiento de los presos etarras a las cárceles del País Vasco. Suelo contestar que los políticos que les guiaron a cometer delitos tienen la obligación de ser lobistas, claro. Están los miles que pedían a ETA durante décadas que asesinara, y que ahora piden impunidad ya que necesitan tranquilizar su mala conciencia por embarcar a otros -que cumplen cárcel- en la maquinaria de acoso y asesinato. Y están los no pocos miles que actuaron como chivatos de ETA para señalar asesinatos, que nunca fueron detenidos. Éstos también piden para sí mismos, porque ellos sí saben lo que hicieron. Hay cientos de asesinos que nunca fueron detenidos o condenados. Éstos es posible que vayan a las manifestaciones con mayor motivo. Y están los amigos y familiares de los anteriores y de los presos etarras.

En sociedades postraumáticas, la apelación a recordar el pasado es constante. Pero, en realidad, desde los poderes regionales se pretende evocar un pasado vacío, atiborrado de historia, para tapar la historia de ETA, porque es lo que conviene a todo el nacionalismo vasco. Por eso la televisión pública vasca ofrece ahora un documental sobre los hijos de los etarras presos sin contar qué hicieron sus padres y no habla de los 20 niños que asesinó sin piedad la banda terrorista ni cuenta cuántos miles vivieron aterrorizados en casas cuartel, por ejemplo. La emoción compasiva tiene un objetivo político, que tal vez Moncloa no tiene tiempo de evaluar.

Los asesinos siguen siendo considerados héroes por una parte de la sociedad vasca y para los herederos políticos de ETA esto es lo más estratégico. De momento, le sirve la política del PNV según la cual todas las formas de victimación colectiva son comparables en el daño sufrido, en tanto que se omite la causa, para privatizar a la víctima de ETA, la gran coartada.

La exposición itinerante de los poderes vascos recordaba víctimas de la Guerra Civil y franquismo, violencia policial, GAL, ETA, sin voluntad de enmarcar y explicar. "Todo es nada y todos es nadie", dijo Arregi en un artículo. El olvido no significa reconciliación, ni la memoria significa necesariamente venganza. La convivencia no es amnesia del pasado, sino lectura crítica del mismo, en palabras de Echeburúa. Coincido con él. Desde la trampa y mentira de los lobistas de ETA y el oportunismo siempre electoral del Gobierno vasco seguirá podrido el pasado, serán sarcasmo las palabras melosas.



Dibujo de Sean Mackaoui para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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martes, 5 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] Las raíces de la violencia





Las raíces de la violencia en las agresiones de género, el terrorismo supremacista y los ataques yihadistas son un problema cultural y estructural. En el fondo laten las relaciones de poder que separan a hombres y mujeres, a blancos y negros, y a occidentales y musulmanes, dice en un reciente artículo en El País el profesor Enrique Gil Calvo, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

Ahora está casi olvidado porque la onda expansiva del atentado de Barcelona ha tapado cualquier acontecimiento anterior, comienza diciendo. Pero este mismo verano se han sucedido varios fenómenos relativos a la violencia íntimamente asociados. El precedente inmediato fue el atentado de Charlottesville, cuyo asesino empleó idéntico modus operandi que el perpetrado en las Ramblas. Y no era un yihadista musulmán sino un cristiano supremacista blanco. Aquello desató un vendaval mediático provocado por la increíble tolerancia mostrada por Trump. Pero aunque a menor escala local, otro parecido escándalo se produjo en España una semana antes, cuando el presidente canario Fernando Clavijo declaró, al hilo del enésimo feminicidio, que “la violencia machista es un problema de personas individuales”. Pues bien, al margen de la utilización política de esos crímenes por parte de las autoridades, ya sean los gobiernos español y catalán o los presidentes estadounidense y canario, aquí destacaré el hilo conductor de naturaleza sistémica o estructural que vincula entre sí a los tres tipos de terrorismo machista, racista o yihadista.

Lo más corriente es atribuir su causa al fanatismo cultural o al perfil psicológico de autores o víctimas, prescindiendo de otros factores sociales más profundos, entre los que destaca un elemento casi siempre olvidado, como son las relaciones subyacentes de poder. Lo cual equivale a poner la carreta delante de los bueyes, invirtiendo la relación entre causas y consecuencias. Pues estos crímenes no deben explicarse tan solo por los factores individuales o culturales que manifiestan sino por sus raíces estructurales o sistémicas. La causa determinante en última instancia es siempre la insuperable fractura derivada de la desigualdad estructural, en términos de relaciones de poder, que separa a hombres y mujeres, a blancos y negros (o morenos) y a occidentales y musulmanes, por los cuales estos (mujeres, negros y moros) están dominados por aquellos (hombres blancos occidentales).

Analicemos el caso de la pandemia feminicida. Para Clavijo, los crímenes misóginos no tienen causas sociales pues sólo serían una fortuita coincidencia de casos singulares desconectados entre sí. Ahora bien, si esta errónea presunción resulta preocupante es porque inspira no sólo a ciertos cargos públicos como el citado sino a las demás instituciones encargadas de perseguir la violencia criminal. Así ocurre con el Ministerio del Interior, que ha patrocinado oficialmente una macroinvestigación universitaria sobre la violencia de género dirigida por catedráticos masculinos de criminología que sólo utilizan el individualismo metodológico como perspectiva investigadora. Y este reduccionismo criminológico no sólo es ineficaz para explicar la prevalencia de las epidemias sociales sino que además contradice la filosofía sistémica que inspira la vigente Ley contra la Violencia de Género de 2004, expresamente confirmada por el Tribunal Constitucional.

Pero en el caso de la violencia supremacista o yihadista ocurre lo mismo. Los asesinos matan como agentes individuales y lo hacen movidos por razones personales, como no podía ser de otro modo. Es decir, que quien mata no es la misoginia, la xenofobia ni el islam sino los machistas, los racistas, los misóginos. Pero para explicar las causas y la prevalencia de sus crímenes hay que elevarse por encima del reduccionismo individual, buscando factores sociales más amplios. La violencia de género y el terrorismo supremacista o yihadista son un problema no sólo individual sino además cultural y estructural. Por tanto, para contenerla no basta con procesar y tratar a sus agentes individuales, los machistas xenófobos y fanáticos. Eso es condición necesaria pero no suficiente, pues además hace falta intervenir sobre la realidad social, combatiendo tanto los prejuicios culturales como sobre todo la injusta desigualdad institucional.

Si racistas y misóginos matan es en defensa de su propia supremacía que creen amenazada por la progresiva emancipación de las mujeres o las minorías raciales sometidas a su poder. Los hombres acosan, maltratan, violan y matan porque pueden y se creen con derecho a ello, ya que ocupan posiciones revestidas de poder sobre mujeres y migrantes. Víctimas estas que a su vez son acosadas, excluidas, maltratadas, violadas y asesinadas porque no tienen más alternativa que adaptarse a un sistema que las discrimina y las segrega, asignándolas a posiciones inferiores sometidas al poder institucional de los hombres que las rodean. Y en el caso del yihadismo ocurre lo mismo pero a la inversa, pues los muyahidines atentan, masacran y se suicidan para dar testimonio de la barrera excluyente que los segrega y discrimina, en contra de los sagrados valores de libertad igualdad y fraternidad que los occidentales profesamos de boquilla pero contradecimos en la práctica, al mantener y reforzar esas barreras del apartheid supremacista occidental encargado a nuestras instituciones (la doble red público/privada escolar, sanitaria y laboral) o a sus élites neocoloniales subalternas (las monarquías feudales y las dictaduras militares a nuestro servicio) que nos protegen de su presunta amenaza.

Por eso de poco sirve la judicialización individual del problema mientras no se toquen las causas estructurales e institucionales que lo hacen posible. Esa es la razón principal que explica el fracaso de la ley de Violencia de Género de 2004, que si bien en su preámbulo reconoce que se trata de un problema sistémico y estructural, sin embargo en su tratamiento lo reduce a un enfoque judicial y criminológico. Un encuadre individualizador condicionado además a la previa denuncia de las víctimas, lo que en la práctica implica responsabilizarlas de su propia victimación. Y esto, unido a la exclusiva tipificación de los crímenes de pareja (el uxoricidio) como la única violencia de género reconocida, dejando fuera de la ley a todas las demás formas de agresión contra la mujer (acoso, violación, trata, prostitución, etc.), determinó el frustrante desarrollo de la ley. Menos mal que ahora se ha logrado un cierto consenso en torno a la necesidad de reformarla, dando lugar al reciente Pacto de Estado aprobado en el Congreso.

Pero no sin problemas, incluidos los semánticos. Ante todo, se perpetúa la discriminación entre dos formas de violencia contra la mujer, según haya relación de pareja, o no, entre víctima y perpetrador. Contra esta injusta discriminación resulta urgente ampliar el tipo penal para que proteja no sólo a las mujeres privatizadas, propiedad de sus parejas actuales o pasadas, sino también a las mujeres libres y emancipadas sin emparejar, a las que la ley actual ignora dejándolas a su suerte. Y además hay que mantener el concepto de violencia de género frente al eufemismo de violencia machista, para subrayar que estamos ante un problema no tanto cultural como estructural. Pues lo que mata no es el machismo (como tampoco mata el racismo o el islam) sino el género: es decir, la exclusión por sistema de la mujer (o del moro, el negro o el moreno) por el simple hecho de serlo, concluye diciendo.



Dibujo de Eva Vázquez para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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