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miércoles, 24 de abril de 2019

[A VUELA PLUMA] Camino a la nada





En El camino hacia la no libertad (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2018), escribe Mira Milosevic, investigadora principal en el Real Instituto Elcano, Timothy Snyder, como en sus anteriores libros, reivindica la importancia del conocimiento y la comprensión de los hechos históricos para desconfiar de los relatos unilaterales del pasado y entender mejor el presente. Pero, a diferencia de los libros previos, algunos de ellos publicados en castellano por el mismo sello editorial ‒Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin (2011), El príncipe rojo. Las vidas secretas de un archiduque de Habsburgo (2014), Tierra negra. El Holocausto como historia y como advertencia (2015)‒, que tratan todos sobre la Segunda Guerra Mundial, el último libro del historiador norteamericano versa sobre una «historia del presente» (expresión que tomo prestada de otro historiador, el británico Timothy Garton Ash). 

El objetivo del libro de Snyder, dice Miloservic, que era analizar las raíces intelectuales y los fundamentos del autoritarismo moderno en Rusia y mostrar cómo ha extendido su influencia a otros países de Europa (anexión de Crimea y guerra de Ucrania, varios casos de desinformación e injerencia rusa en los procesos electorales, apoyo del Kremlin al Brexit) y a Estados Unidos (victoria de Donald Trump, el «candidato ruso» a las elecciones presidenciales de 2016), no se ha alcanzado del todo. El resultado, a pesar de la capacidad retórica y el incuestionable dominio de los conocimientos históricos que el autor aplica a los debates políticos contemporáneos concebidos como oposiciones de conceptos (individualismo versus totalitarismo, verdad versus mentiras, etc.), es desigual.

Si bien expone con detalle los acontecimientos que se han sucedido desde 2010, «la historia del presente» de Snyder se remonta al bienio 1989-1991, el momento del colapso del comunismo y del final de la Guerra Fría, cuando, a juicio del autor, se cometieron ciertos errores políticos e intelectuales. Para definir, analizar y, sobre todo, comprender dichos errores, el historiador apela a dos principios, la política de la inevitabilidad y la política de la eternidad, que estructuran la lectura y pretenden servir de puente entre la historia del pasado y la historia del presente.

Los defensores de la política de la inevitabilidad creen que «la Historia ha terminado», que no hay alternativas al sistema político y económico de la democracia liberal. La Historia avanza inexorablemente hacia un final claro. Quienes creen en la política de la eternidad no ven progreso, sino un ciclo interminable de humillación, muerte y renacimiento que se repite. Ambas posiciones se basan a menudo en iconografías religiosas y justifican la intolerancia hacia quienes no están de acuerdo con ellas. Snyder presenta al filósofo ruso Ivan Ilyin y a Vladímir Putin como paradigmas de la política de la eternidad.

Los principales errores que se cometieron después de la caída del Muro de Berlín se deberían a la política de la inevitabilidad, pues si creemos que el progreso es inevitable, no tenemos motivo alguno para preguntarnos qué debemos hacer como individuos o ciudadanos con la finalidad de promover un buen orden político. La política de la inevitabilidad suprime el sentido de responsabilidad e implica que las ideas han dejado de ser importantes. Si creemos que el futuro será como el presente, o aún mejor, no tenemos que preguntarnos qué es lo bueno en el presente. Esta despreocupación e irresponsabilidad contribuyen al regreso de las políticas de la eternidad. Snyder no explica por qué elige estos dos conceptos para describir la situación actual. Llama la atención que analice, por ejemplo, el marxismo, que, con su teoría de que el capitalismo desembocará fatalmente en el socialismo, serviría mucho más como ilustración de las políticas de la inevitabilidad que la tesis del «fin de la Historia» que construyó Francis Fukuyama a partir de Hegel y de la teoría de la obsolescencia de las ideologías, sostenida en Estados Unidos por Daniel Bell.

Snyder ofrece un análisis detallado y muy convincente de las ideas de Ivan Ilyin, impulsor «de un fascismo cristiano cuyo objetivo era vencer al bolchevismo». Ilyin es un filósofo ruso rehabilitado por Vladímir Putin desde 2006. Sus ideas son una mezcla extraña y tóxica de fascismo, religión y nociones del siglo XIX sobre la raza y la lucha por la supervivencia de un «ser puro e inocente como la nación rusa». Snyder afirma que Ilyin es el pensador clave para comprender las ideas de Vladímir Putin y la política de la eternidad que caracteriza al actual Gobierno ruso. Sin embargo, este análisis brillante y bien documentado de la historia de las ideas se desliza hacia la pura argumentación persuasiva cuando Snyder afirma que, entre 2006 y 2010, «Putin citaba habitualmente a Ilyin en sus discursos anuales [...], unos discursos importantes», pero no aporta pruebas de que Putin «en 2010 empezó a recurrir a Ilyin como fuente para explicar por qué Rusia tenía que debilitar el poder de la Unión Europea e invadir Ucrania». Es bastante obvio que las ideas de Ilyin pueden explicar las raíces del fascismo ruso frente al bolchevismo, así como que los conceptos de política exterior y de seguridad nacional del pensamiento tradicional estratégico de Rusia sirven para comprender el objetivo del Kremlin de debilitar y dividir a Occidente. Pero la afirmación de que Moscú «desde 2013 ha tomado la política de la inevitabilidad tanto estadounidense como europea y la ha impulsado hacia una política de la eternidad» no prueba que entre ellas exista relación alguna ni explica cómo la política de la eternidad se ha convertido en un instrumento estratégico para debilitar y dividir a Europa.

La tesis más provocadora del libro es la de la falsedad de la «fábula de la nación sabia» acerca de la integración de la Unión Europea. El núcleo de dicha «fábula» es la idea de que aunque el Estado-nación europeo tiene una larga existencia histórica, los Estados-nación aprendieron de la Segunda Guerra Mundial y eligieron sabiamente el camino de la integración. Snyder opone a esta fábula otra suya (pero tácitamente apoyada en Arno Mayer): la de que los Estados miembros de la Unión Europea más importantes de Europa Occidental no fueron nunca Estados-nación en el período moderno. Ninguno de ellos fue nunca una entidad soberana con fronteras definidas. Y, por tanto, Snyder sostiene que la integración europea ha consistido en un proceso de sustitución del imperialismo y colonialismo de los países europeos, que los sistemas educativos europeos tienden a ignorar en aras de la «fábula de la nación sabia». Los europeos cambiaron de camino tras perder el poder imperial y vieron la integración europea como una forma de sobreponerse a la desaparición de sus imperios. Aunque la tesis de que el Brexit es un salto hacia algo totalmente desconocido en la historia europea moderna ‒un Estado sin imperio y sin integración‒ resulte parcialmente cierta, Snyder olvida que, desde 1707, el Reino Unido fue un Estado-nación en posesión de un imperio, mientras que, como lo ha señalado Geoffrey Hosking, Rusia era un imperio y no un Estado-nación. Resulta aún más sorprendente que el autor descartase a Francia como un Estado-nación, cuando el concepto de nación se desarrolló en Francia a finales del siglo XII y principios del siglo XIII. El proceso de creación de Estados-nación modernos en Europa arrancó cerca del año 1648 (el año en que se firmó Paz de Westfalia) y ha ido madurando hasta la Revolución francesa de 1789. Francia es un paradigmático modelo europeo de Estado-nación.

El historiador se contradice a sí mismo cuando afirma que, en el siglo XX, los países de Europa Central y Oriental fueron Estados-nación en el período de entreguerras, a diferencia de Europa Occidental, ya que en su anterior libro (Tierra negra. El Holocausto como historia y como advertencia) demostraba precisamente lo contrario: entre 1939 y 1945, los países de Europa Central y Oriental constituyeron un inmenso agujero negro donde fueron masacrados millones de seres humanos, porque sus estructuras estatales eran débiles o inexistentes, mientras que los Estados de Europa Occidental persistieron pese a la ocupación alemana, lo que permitió que el número de los judíos que sobrevivieron en ellos al Holocausto fuera relativamente elevado. Fue la ausencia de una estructura sólida del Estado-nación en Europa Central y Oriental la que hizo posible el Holocausto.

Pese a todo ello, El camino hacia la no libertad es una llamada de atención sobre la gravedad de la crisis de la democracia liberal y una excelente prueba de que el conocimiento de la Historia es imprescindible para comprender las amenazas del presente. Snyder resulta muy convincente cuando analiza la historia de las ideas de una parte del actual pensamiento político ruso, pero no acaba de hacer creíble la tesis de que las ideas de la política de la eternidad de Ivan Ilyin hayan llegado a influir en la Unión Europea y en Estados Unidos a través de la acción política de Vladímir Putin. A pesar de que los hechos descritos por Snyder están bien documentados en lo que respecta a la guerra en Ucrania, el Brexit, las elecciones estadounidenses y la manera en que Rusia ha intentado aprovecharlos para debilitar a Occidente, resulta inverosímil que la política autocrática rusa de la eternidad haya utilizado la política de la inevitabilidad occidental para desmoronar el orden liberal.

Este último libro de Snyder revela la paradoja de los intelectuales occidentales, que recuerdan al protagonista de El doble, la novela de Fiódor Dostoievski. Su antihéroe acaba en un manicomio tras conocer a su doble, un hombre que se parece a él, habla como él, pero muestra todo el encanto y autoestima que él no posee. Cuando se trata de Rusia, Occidente se siente como el personaje de Dostoievski en presencia de su doble, si bien con una diferencia significativa: mientras que en la novela el doble encarna lo que el protagonista siempre quiso ser, Rusia personifica para Occidente aquello en lo que nunca querría convertirse.

En los años noventa del siglo XX, los occidentales consideraban a Rusia como una mezcla de fracaso y banalidad. En el XXI, Rusia se ha transformado en modelo del mundo venidero. El fantasma del pasado ha devenido en embajador del futuro. Según Snyder, lo que sucede en Rusia ya empieza a ocurrir en los países occidentales. Su ensayo desvela que lo que causa ansiedad en el Occidente liberal no es que Rusia dirija el mundo, sino que el mundo se parezca cada vez más a Rusia.




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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sábado, 10 de septiembre de 2016

]A vuelapluma] Verdad e historia: Memorias de políticos






Los españoles, al contrario de anglosajones y franceses, no somos excesivamente aficionados a la lectura de memorias, y menos aun si están escritas por políticos contemporáneos. Entre otras razones, porque la mayoría no saben escribir, aunque lo más probable es que tampoco las hayan escrito ellos. Hay excepciones, claro está, por ejemplo las de los dos presidentes de la II República española, Niceto Alcalá-Zamora y Manuel Azaña. 

Hace dos años hubo una verdadera epidemia "memorialista" por parte de nuestros más ilustres y cercanos, en el tiempo dirigentes políticos. Por centrarnos solo en los expresidentes del gobierno, lo hicieron casi simultáneamente Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Antes, con bastante ironía y mala leche, lo había hecho también Leopoldo Calvo-Sotelo. Y desgraciadamente resulta ya imposible de saber lo que hubiera podido contarnos Adolfo Suárez de propia mano. También me hubiera encantado hablar de las memorias de Mariano Rajoy, pero para eso habría hecho falta que lo hubiéramos jubilado. Pegado como está, como si fuera con Poxipol, a la silla, no parece que en un futuro próximo tengamos ocasión de hacerlo.

El blog Vitrinas, que se publica en Revista de Libros, publicó en febrero de 2014 las reseñas críticas de las "memorias" de GonzálezAznar y Zapatero. Ninguno de ellos sale bien parado por sus comentaristas respectivos. Normal... Pero no seré yo quien se atreva a criticarlas sin leerlas, algo, por otra parte, que veo difícil de hacer dado que mi grado de masoquismo no ha superado todavía el umbral de la insensibilidad. Pero sí me animo a invitarles a que lean los comentarios que han suscitado a quienes, como los prestigiosos articulistas de Revista de Libros, si lo hicieron.

Yo, por mi parte, leía por esas mismas fechas un libro fascinante del que he hablaba hace unos días en el blog: Pensar el siglo XX (Taurus, Madrid, 2012), del historiador británico Tony Judt, escrito al alimón con el también historiador Timothy Snyder. Pensar el siglo XX es, como indica Snyder en el prólogo, un libro de historia, una biografía y un tratado de ética. Una historia de las ideas políticas modernas: el poder y la justicia, tal y como las entendieron los intelectuales europeos y norteamericanos, de todas las ideologías, desde el liberalismo al fascismo, desde finales del siglo XIX a principios del XXI. Una reflexión sobre la necesidad de la perspectiva histórica y de las consideraciones morales en la transformación de nuestra sociedad. Y también un libro que no solo habla sobre el pasado sino sobre la clase de futuro al que deberíamos aspirar. La mejor crítica de este y otros libros de Tony Judt pueden leerla en el artículo titulado "El profesor Judt hace trasbordo", escrito por Geoffrey Wheatcroft y publicado Revista de Libros. 

Timothy Snyder, en el prólogo del mismo, se pronuncia sobre los diferentes tipos de "verdad" existentes. Algo que parece bastante pertinente cuando tratamos del género "memorialista" ya que, cada uno de los que escribe sobre sí mismo (y las "memorias" de los citados en el epígrafe lo dejan claramente de manifiesto a juicio de sus comentaristas), tiende a autojustificarse sin el más mínimo reconocimiento de error de juicio propio y cargando los mismos, si los hubiera habido, en las circunstancias o en los otros. Dice Snyder en él que la verdad del historiador no es la misma que la verdad del ensayista. El historiador puede y debe saber más de un momento del pasado de lo que el ensayista posiblemente puede saber sobre lo que está pasando hoy. El ensayista -sigue diciendo- está obligado a tener en cuenta los prejuicios de su tiempo, y de este modo exagerar en aras del énfasis. Para el historiador, la búsqueda de la verdad -añade más adelante- implica muchos tipos de búsqueda, y en eso consiste el "pluralismo" al que se debe: aceptar la realidad moral de diferentes tipos de verdad, pero rechazando la idea de que todas ellas puedan situarse en una misma escala y ser medidas por un mismo valor. Es decir, todo lo contrario de unas "memorias" autoexculpatorias y justificativas de lo injustificable.

En uno de los capítulos finales de su libro, y hablando de la diferencia existente entre memoria e historia, dice Tony Judt: "Permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso. Mientras que la historia adopta la forma de un registro continuamente reescrito y reevaluado a la luz de evidencias antiguas y nuevas, la memoria se asocia a unos propósito públicos, no intelectuales [...] Estas manifestaciones mnemónicas del pasado son inevitablemente parciales, insuficientes, selectivas; los encargados de elaborarlas ser ven antes o después obligados a contar verdades a medias o incluso mentiras descaradas, a veces con la mejor de las intenciones, otras veces no. En todo caso, no pueden sustituir a la historia".







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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martes, 30 de agosto de 2016

[A vuelapluma] Percepciones y realidades





El periodista y escritor Ángel Sánchez Harguindey escribía hace un tiempo en su blog "TV" un artículo titulado "Burbujas" que comenzaba con estas palabras: "Si algo puede mostrar la diferencia que existe entre la percepción que de la realidad tienen los ciudadanos y la que tiene la clase política es el barómetro del CIS. El que se realizó entre 2500 encuestados a primeros de febrero [se refiere al año 2014] es demoledor: un 86,9% considera que la situación económica es mala o muy mala. Un 42% considera que el año que viene la situación económica será igual que este año y un 28,6% que será peor. Nada que ver con los cantos de sirena del Gobierno o de los banqueros y grandes empresarios. Y si de la economía se pasa a la política, los resultados son también terribles: un 82,02% declara que es mala o muy mala y un 80,3% considera que el próximo año será una situación igual o peor. Los grandes problemas, a juicio de los preguntados, no tienen discusión: el desempleo (un 81,1%), la corrupción (un 44,2%), los problemas de índole económica (28,3%) y los políticos y la política con un 24,2%. Con estos datos en la mano lo sorprendente es que a estas alturas todavía no se haya escuchado una sola autocrítica por parte de los protagonistas. Viven en una burbuja cuando no en pleno delirio"... Pueden leerlo completo en el enlace de más arriba.

Otro escritor (y miembro de la Academia), Antonio Múñoz Molina, en un libro que comenté por aquellos mismos días de 2014 en el blog: "Todo lo que era sólido", decía con evidente sorna de los economistas que tienen un elevadísimo concepto de sí mismos al considerarse como científicos sociales, pero que en realidad, y a la vista de los resultados de sus análisis, no tienen nada de científicos y mucho menos de sociales. Criterios ambos que comparto desde mi ignorancia de las "leyes", por llamarles algo, que rigen la economía. Espero que mi buen amigo y buen economista, Mark Zabaleta, me perdone semejante osadía... 

Como lo mío son las citas y no tanto las glosas, termino la entrada de hoy con una de un libro también mencionado en el blog por aquellas fechas: Pensar el siglo XX, un incitante diálogo entre los historiadores Tony Judt y Timothy Snyder. Hacia el final del libro el profesor Snyder le pregunta al malogrado Tonty Judt si hoy en día los intelectuales no han perdido la voluntad y capacidad de formular qué es lo que realmente va mal en la economía y en la sociedad. La respuesta de Judt es contundente: A finales de la década de los 50, le responde, ya se ha producido el autodistanciamento de los intelectuales con respecto a la preocupación por las injusticias claras y observables de la vida económica. Parecía, sigue diciendo, como si esas injusticias observables estuvieran siendo bastante superadas, al menos en los lugares en los que los intelectuales vivían. El foco en "los desheredados de Londres y París", añade, parecía casi una ingenuidad; ya sabes, le dice: "sí, sí, pero es más complicado que todo eso, las verdaderas injusticias son otras" y tal; o "la verdadera opresión está en la mente más que [en] una distribución injusta de la renta", o lo que fuera. De modo que los intelectuales de izquierda empezaron a aplicarse en encontrar la injusticia, y a interesarse menos por lo que se parecía al tipo de horror moral ante la simple desigualdad económica y el sufrimiento de la década de 1930, o si eran más históricamente conscientes, de la de 1890, le responde.

Desde finales de 1970 -dice más adelante- los intelectuales no se preguntan [sobre la economía] si algo está bien o mal sino si una política es eficaz o ineficaz. No se preguntan si una medida es buena o mala, sino si mejora o no la productividad. La razón por la que lo hacen no es necesariamente porque no estén interesados en la sociedad, sino porque han llegado a asumir de forma bastante acrítica, que el sentido de la política económica es generar recursos. Hasta que no se hayan generado recursos, viene a decir el estribillo, no tiene sentido hablar de distribuirlos. Desde mi punto de vista -sigue diciendo el profesor Judt-, esto se acerca mucho más a una especie de chantaje: ¿no vas a ser tan poco realista o tan espiritual o idealista como para establecer los objetivos antes que los medios, no?. Por tanto, se nos recomienda que todo parta de la economía. Pero este reduce a los intelectuales -no menos que a los trabajadores de los que están tratando- a ratones que corren sobre una rueda que no para de girar. Y sigue diciendo: Cuando hablamos de aumentar la productividad o los recursos, ¿cómo sabemos cuándo parar? ¿En qué punto estamos suficientemente bien provistos de recursos para volver nuestra atención hacia la distribución de los bienes? ¿Cómo vamos a saber nunca cuándo ha llegado el momento de hablar de retribuciones y necesidades más que de resultados y eficacia? Yo no tengo respuestas, pero si ustedes sí las tienen les invito a exponerlas. Desde el trópico de Cáncer está a su disposición.



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Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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jueves, 6 de marzo de 2014

Percepciones y realidades: la crisis económica como coartada



Euforia bursátil



El periodista y escritor Ángel Sánchez Harguindey escribe hoy en su blog "TV" un artículo titulado "Burbujas" que comienza con estas palabras: "Si algo puede mostrar la diferencia que existe entre la percepción que de la realidad tienen los ciudadanos y la que tiene la clase política es el barómetro del CIS. El que se realizó entre 2500 encuestados a primeros de febrero es demoledor: un 86,9% considera que la situación económica es mala o muy mala.Un 42% considera que el año que viene la situación económica será igual que este año y un 28,6% que será peor. Nada que ver con los cantos de sirena del Gobierno o de los banqueros y grandes empresarios. Y si de la economía se pasa a la política, los resultados son también terribles: un 82,02% declara que es mala o muy mala y un 80,3% considera que el próximo año será una situación igual o peor. Los grandes problemas, a juicio de los preguntados, no tienen discusión: el desempleo (un 81,1%), la corrupción (un 44,2%), los problemas de índole económica (28,3%) y los políticos y la política con un 24,2%. Con estos datos en la mano lo sorprendente es que a estas alturas todavía no se haya escuchado una sola autocrítica por parte de los protagonistas. Viven en una burbuja cuando no en pleno delirio"... Pueden leerlo completo en el enlace de más arriba.

Otro escritor (y miembro de la Academia), Antonio Múñoz Molina, en el libro que comentaba hace unos días en este mismo blog: "Todo lo que era sólido", decía con evidente sorna de los economistas que tienen un elevadísimo concepto de sí mismos al considerarse como científicos sociales, pero que en realidad, y a la vista de los resultados de sus análisis, no tienen nada de científicos y mucho menos de sociales. Criterios ambos que comparto desde mi ignorancia de las "leyes", por llamarles algo, que rigen la economía. 

Como lo mío son las citas de otros y no las glosas, termino la entrada de hoy con otra de un libro también mencionado en el blog hace pocas fechas: "Pensar el siglo XX", de los historiadores Tony Judt y Timothy Snyder. En la página 341, el profesor Snyder se pregunta si hoy en día los intelectuales no han perdido la voluntad y capacidad de formular qué es lo que realmente va mal en la economía y en la sociedad. La respuesta de Judt es contundente: "A finales de la década de los 50 ya se ha producido el autodistanciamento de los intelectuales con respecto a la preocupación por las injusticias claras y observables de la vida económica. Parecía como si esas injusticias observables estuvieran siendo bastante superadas, al menos en los lugares en los que los intelectuales vivían. El foco en "los desheredados de Londres y París" parecía casi una ingenuidad, ya sabes, "sí, sí, pero es más complicado que todo eso, las verdaderas injusticias son otras" y tal. O "la verdadera opresión está en la mente más que [en] una distribución injusta de la renta", o lo que fuera. De modo que los intelectuales de izquierda empezaron a aplicarse en encontrar la injusticia, y a interesarse menos por lo que se parecía al tipo de horror moral ante la simple desigualdad económica y el sufrimiento de la década de 1930, o si eran más históricamente conscientes, de la de 1890". 

"Desde finales de 1970 -dice más adelante- los intelectuales no se preguntan [sobre la economía] si algo está bien o mal sino si una política es eficaz o ineficaz. No se preguntan si una medida es buena o mala, sino si mejora o no la productividad. La razón por la que lo hacen no es necesariamente porque no estén interesados en la sociedad, sino porque han llegado a asumir de forma bastante acrítica, que el sentido de la política económica es generar recursos. Hasta que no se hayan generado recursos, viene a decir el estribillo, no tiene sentido hablar de distribuirlos. Desde mi punto de vista -sigue diciendo el profesor Judt-, esto se acerca mucho más a una especie de chantaje: ¿no vas a ser tan poco realista o tan espiritual o idealista como para establecer los objetivos antes que los medios, no?. Por tanto, se nos recomienda que todo parta de la economía. Pero este reduce a los intelectuales -no menos que a los trabajadores de los que están tratando- a ratones que corren sobre una rueda que no para de girar". Y sigue diciendo: "Cuando hablamos de aumentar la productividad o los recursos, ¿cómo sabemos cuándo parar? ¿En qué punto estamos suficientemente bien provistos de recursos para volver nuestra atención hacia la distribución de los bienes? ¿Cómo vamos a saber nunca cuándo ha llegado el momento de hablar de retribuciones y necesidades más que de resultados y eficacia?" Yo no tengo respuestas, pero si ustedes sí las tienen les invito a exponerlas...

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 20 de febrero de 2014

Verdad e historia. Las memorias de González, Aznar y Zapatero




Los expresidentes González, Aznar y Zapatero



A María Rosa Casanovas, historiadora y amiga: In memoriam

Los españoles, al contrario de anglosajones y franceses, no somos excesivamente aficionados a la lectura de memorias, y menos aun si están escritas por políticos contemporáneos. Entre otras razones, porque la mayoría no saben escribir, aunque lo más probable es que tampoco las hayan escrito ellos. Hay excepciones, claro está, por ejemplo las de los dos presidentes de la II República española, Niceto Alcalá-Zamora y Manuel Azaña.

El pasado año ha habido una verdadera epidemia "memorialista" por parte de nuestros más ilustres y cercanos, en el tiempo, dirigentes políticos. Por centrarnos solo en los expresidentes del gobierno, lo han hecho casi simultáneamente Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Antes, con bastante ironía y mala leche, lo había hecho también Leopoldo Calvo-Sotelo. Y desgraciadamente resulta ya imposible de saber lo que hubiera podido contarnos Adolfo Suárez de propia mano.

El blog Vitrinas, que se publica en Revista de Libros, trae en este número de febrero las reseñas críticas de las "memorias" de González, Aznar y Zapatero. Ninguno de ellos sale bien parado por sus comentaristas respectivos. Normal... Pero no seré yo quien se atreva a criticarlas sin leerlas, algo, por otra parte, que veo difícil de hacer dado que mi grado de masoquismo no ha superado todavía el umbral de la insensibilidad. Pero sí me animo a invitarles a que lean los comentarios que han suscitado a quienes, como los prestigiosos articulistas de Revista de Libros, si las han leído.

Yo, por mi parte, estoy leyendo en estos momentos un libro fascinante, libro del que ya hablaba en una de las últimas entradas del blog: "Pensar el siglo XX" (Taurus, Madrid, 2012), escrito por el historiador británico Tony Judt con la colaboración del también historiador Timothy Snyder. "Pensar el siglo XX" es, como indica Snyder en el prólogo, un libro de historia, una biografía y un tratado de ética. Una historia de las ideas políticas modernas: el poder y la justicia, tal y como las entendieron los intelectuales europeos y norteamericanos, de todas las ideologías, desde el liberalismo al fascismo, desde finales del siglo XIX a principios del XXI. Una reflexión sobre la necesidad de la perspectiva histórica y de las consideraciones morales en la transformación de nuestra sociedad. Y también un libro que no solo habla sobre el pasado sino sobre la clase de futuro al que deberíamos aspirar.

La mejor crítica de este y otros libros de Tony Judt pueden leerla en el artículo titulado "El profesor Judt hace trasbordo", escrito por Geoffrey Wheatcroft, y publicado en julio de 2013 en Revista de Libros. 

Timothy Snyder, en el prólogo del libro citado, se pronucia sobre los diferentes tipos de "verdad" existentes. Algo que parece bastante pertinente cuando tratamos del género "memorialista" ya que, cada uno de los que escribe sobre sí mismo (y las "memorias" de los citados en el epígrafe lo dejan claramente de manifiesto a jucio de sus comentaristas), tiende a autojustificarse sin el más mínimo reconocimiento de error de juicio propio y cargando los mismos, si los hubiera habido, en las circunstancias o en los otros. Dice Snyder en él que la verdad del historiador no es la misma que la verdad del ensayista. El historiador puede y debe saber más de un momento del pasado de lo que el ensayista posiblemente puede saber sobre lo que está pasando hoy. El ensayista -sigue diciendo- está obligado a tener en cuenta los prejuicios de su tiempo, y de este modo exagerar en aras del énfasis. Para el historiador, la búsqueda de la verdad -añade más adelante- implica muchos tipos de búsqueda, y en eso consiste el "pluralismo" al que se debe: aceptar la realidad moral de diferentes tipos de verdad, pero rechazando la idea de que todas ellas puedan situarse en una misma escala y ser medidas por un mismo valor. Es decir, todo lo contrario de unas "memorias" autoexculpatorias y justificativas de lo injustificable.

En uno de los capítulos finales de su libro, y hablando de la diferencia existente entre memoria e historia, dice Tony Judt: "Permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso. Mientras que la historia adopta la forma de un registro continuamente reescrito y reevaluado a la luz de evidencias antiguas y nuevas, la memoria se asocia a unos propósito públicos, no intelectuales [...] Estas manifestaciones mnemónicas del pasado son inevitablemente parciales, insuficientes, selectivas; los encargados de elaborarlas ser ven antes o después obligados a contar verdades a medias o incluso mentiras descaradas, a veces con la mejor de las intenciones, otras veces no. En todo caso, no pueden sustituir a la historia".

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Portada de "Pensar el siglo XX"




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viernes, 14 de febrero de 2014

A vueltas con la reforma de la ley del aborto




Amnistía Internacional en defensa del derecho al aborto



El problema que le encuentro a escribir en las redes sociales es el de que, normalmente, solo nos leen nuestros amigos, conocidos, o aquellos que sin ser amigos o conocidos comparten una buena parte de nuestros criterios habituales. Y volviendo la oración por pasiva, igual ocurre con aquello que solemos leer nosotros: que solo nos detenemos a hacerlo con lo que escriben nuestros amigos, conocidos, o aquellos con los que compartimos opiniones. A veces es bueno darse una vuelta por lo que escriben y piensan aquellos que no son de nuestra cuerda. Por pura higiene mental...

En mi caso, por citar un ejemplo, por lo que escribe Álvaro Delgado-Gal, periodista, profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y director de la, para mí, magnífica e imprescindible "Revista de Libros". También, por añadir dos nombres más, los artículos de Mario Vargas Llosa o Fernando Savater son siempre una insuperable fuente de reflexión, aunque no comparta sus posiciones políticas ni, en todos los casos, sus opiniones. Y es que la "verdad" (yo la escribo siempre con minúscula) no es la misma para todos. Ninguno de los citados puede ser acusado justamente de veleidades izquierdistas, y sin embargo, a mí me encanta lo que dicen y como lo dicen, aunque no esté de acuerdo con ellos.

En el prólogo de su libro "Pensar el siglo XX" (Taurus, Madrid, 2012), escrito al alimón por los historiadores Tony Judt y Timothy Snyder, dice este último que la verdad es siempre plural; que el pluralismo no es sinónimo de relativismo, sino más bien un antónimo. El pluralismo, dice, acepta la realidad moral de diferentes tipos de verdad, pero rechaza la idea de que todas ellas puedan situarse en una sola escala, medida por un único valor.       

Pero vuelvo a lo que justifica esta entrada de hoy, traer hasta el blog la reflexión que el profesor Delgado-Gal ofrece a los lectores en su "Cartas del Director" del número de febrero de Revista de Libros sobre la propuesta de reforma de la ley del aborto que ha llevado al Parlamento el gobierno del partido popular. Reflexión que se inicia con este párrafo bastante clarificador: "Dos cosas se pueden decir con seguridad sobre la ley del aborto, conocida también como ley Gallardón. Uno: el Gobierno ha metido la pata. Dos: el estrépito formidable levantado por la ley en los medios de comunicación no ha producido, ni siquiera favorecido, un auténtico debate. Ni periodistas, ni políticos, ni progresistas, ni reaccinarios, han entrado en el fondo de la cuestión: la de si es lícito abortar o no, y si lo primero, por qué, y si lo segundo, también por qué. Rajoy -añade-, tardó pocos días en ponerse de perfil y pasar la patata caliente a los dirigentes regionales. Y la izquierda ha menudeado sobre todo gestos, los cuales no equivalen exactamente a argumentos. Cuando se cuenta con el apoyo de la platea, no es necesario razonar: se hinchan los carrillos, se hace "¡buuu!", y el contricante ya está perdido".

La ley que regula el derecho al aborto actualmente, dice, es una ley de plazos atemperada por una serie de supuestos. Pero es evidente que una ley de plazos no es ni significa lo mismo que una ley de supuestos. La primera reconoce a la madre libertad absoluta para abortar durante un periodo de tiempo determinado. La segunda, invita a comparar daños... y elegir el mal menor.

La ley que regula el derecho al aborto, añade más adelante, se viene enjuiciando desde tres perspectivas diferentes. Desde la "integrista" se defiende sin ambages que el huevo es una persona, lo que, evidentemente, no es. Desde la "libertaria": "yo mando en mi cuerpo" o "mi cuerpo es mio" (que el autor califica más como eslóganes que como argumentos) se obvia que aun reconociendo que el feto puede ser una "no-persona", excluir al padre potencial de todas las decisiones sobre el "nasciturus" se antoja excesivo, diga la ley lo que diga. Por último, sobre la tercera perspectiva en discordia, la que el profesor Delgado-Gal denomina "socialista" (¿la actualmente vigente?), dice que es una perspectiva "libertaria" que se detiene sin aplicarse hasta el final. Yo me inclinaría por una estricta ley de plazos, que es lo que parece que demanda mayoritariamente la sociedad española y lo que también mayoritariamente ha adoptado la legislación que regula el derecho al aborto en la Unión Europea. Pero quizá, mejor, dejarla como está. 

Una última digresión personalísima. Tengo la convicción de que el proyecto de ley de reforma del derecho al aborto no va a prosperar. Y no porque lo tumben los parlamentarios de la oposición o las justificadas críticas de la sociedad española, sino porque el propio gobierno y el partido que lo sustenta, una vez salvada la cara del impresentable proyecto y de su ministro proponente en las Cortes ante lo más integrista de sus votantes lo va a dejar languidecer hasta el término de la legislatura para que decaiga por sí solo. ¿Apostamos? En todo caso les recomiendo la lectura del artículo del profesor Delgado-Gal.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Álvaro Delgado-Val




Entrada núm. 2034
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)