Mostrando entradas con la etiqueta Solidaridad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Solidaridad. Mostrar todas las entradas

jueves, 23 de julio de 2020

[PENSAMIENTO] Filantropía





"Sabemos que «la caridad bien entendida empieza por uno mismo» [Filantropía, o la caridad bien entendida. Revista de Libros 1/7/2020], -escriben los economistas, y hermanos, Jose Antonio y Miguel Herce-. Nos lo han dicho muchas veces (ya tenemos una cierta edad) y hasta nosotros lo hemos dicho en más de una ocasión. Puede que hartos todos por los abusos de los «amigos del sable». Pero esto es todo lo que diremos sobre la caridad en esta entrada. Porque, de lo que queremos hablar es del amor a la humanidad. Entiéndasenos, amor desinteresado a nuestros semejantes, sin contrapartida, incluso en detrimento de uno mismo. Queremos hablar de la filantropía.

Piense el lector en el universo de posibilidades que traza la combinación dos a dos de estos cuatro elementos: (i) la iniciativa privada, (ii) la iniciativa pública, (iii) el bien privado y (iv) el bien público. En el par (i) – (iv) (iniciativa privada – bien público) es donde se sitúa la filantropía. La combinación de (i) y (iii) crea el ámbito de la empresa convencional o el del auto interés (eso de «la caridad bien entendida»). La combinación de (ii) – (iv) el de la acción del (buen) gobierno, con la provisión de «bienes públicos», mientras que la combinación de (ii) y (iii) nos remite a los (malos) gobiernos que favorecen el interés privado (grupos de presión, monopolios o, lisa y llanamente, corrupción). Esta última, no se crean, se da también en y con la iniciativa privada, no solo en la iniciativa pública.

No es fácil declararse un filántropo hoy en día. El imaginario colectivo está focalizado en los «grandes filántropos» («cienmillonarios» para arriba), y desconsidera la ingente tarea de los pequeños filántropos que llenan las asociaciones civiles de voluntarios. Para más inri, partes muy amplias del mismo imaginario colectivo aceptan dos hipótesis sin rechistar: la primera, que quienes donan cantidades masivas de dinero para el bien común lo hacen para lavar su mala conciencia por un «ellos-sabrán-qué» y, la segunda, que la acción pública es infinitamente superior a la acción privada para luchar contra la pobreza y la desigualdad. Lo segundo suele presuponer lo primero, a saber, que solo lo (exclusivamente) público está inspirado por criterios morales, creencia muy extendida en España.

Pero la filantropía es otra de las instituciones que caracterizan a una Buena Sociedad. Sus raíces son muy profundas y antiguas: nos da de ella noticia la mitología griega (de cuya lengua deriva la palabra), se reinventa en el bajo imperio romano y se moderniza en pleno renacimiento europeo.

En 1526, el humanista español Juan Luis Vives publicó en Brujas, donde vivía exiliado para huir de la Inquisición, un tratado sobre la lucha contra la pobreza que llevaba el elocuente título de De Subventione Pauperum (El socorro de los pobres), en el que ya avanzaba la novedosa idea de limitar (si no prohibir) la mendicidad mediante la ayuda organizada a los desfavorecidos por medio de las instituciones (municipales, en la época). Este tratado sentó las bases hasta el S. XIX, en los países más avanzados, de las posteriores (y no siempre afortunadas) «leyes de pobres». Todavía hoy se cita a Vives muy a menudo, y se reconoce su aportación a una visión moderna de la lucha contra la pobreza… en las sociedades anglosajonas.

En su obra Philanthropy Reconsidered (2009), George McCully, académico, inversor de impacto y divulgador de la cultura filantrópica, estableció una definición moderna y sintética de la filantropía: private initiatives for the public good, focusing on quality of life. Repárese ahora en la ubicación de esta definición en la taxonomía de agentes/objetivos propuesta en el párrafo segundo de esta entrada. Ahora, la filantropía es una institución que no solo tiene sentido en sí misma, sino que, lo que es más importante, da sentido a las restantes instituciones. Lo mismo que cada una de estas instituciones (sí, la corrupción también es una institución social, muy vieja, por cierto, ¿les suena eso de «hecha la ley, hecha la trampa»?) tiene sentido en sí misma y da sentido a las restantes. Como verán, la lista de «instituciones» (cada una distinta, no todas buenas) parece inagotable. Pero reparen en lo que sigue, puede que les intrigue.

La filantropía NO ES, ni el mercado, ni el estado, ni la corrupción. Y, fíjense hasta dónde podemos llegar, el estado NO ES el mercado, ni la filantropía ni la corrupción. El mercado NO ES el estado ni la filantropía, ni la corrupción. O, por fin, la corrupción (en el sentido amplio antes definida) NO ES el estado, ni el mercado ni, mucho menos, la filantropía.

¡Vaya hallazgo! Nos dirán ustedes. Y lo mismo decimos nosotros, ¿no, hermano? ¡Vaya hallazgo! Porque, resulta que mucha gente cree que el estado es la corrupción. Otros tantos creen que la corrupción es el mercado. Los hay, incluso, que creen que hasta la filantropía es la corrupción (será de las almas, digo yo). Quienes piensan que el estado, el mercado y hasta la filantropía, todo ello, es corrupción, parecen haberse extinguido hace tiempo.

La filantropía no consiste solo en donar dinero a una o más causas, también intervienen donaciones en especie, bien de tiempo dedicado a otros o de cualquier otro tipo de ayuda que no sea de las anteriores categorías («ayudar a otros» en lo que sigue). La filantropía de los «magnates», por otra parte, es enorme, pero la micro filantropía es increíblemente más masiva de lo que se piensa. Según la ONG Charities Aid Foundation, cuyo informe World Giving Index 2018 (datos de 2017) recoge datos muestrales (más de 160. 000 personas) de 146 países (más del 95% del PIB mundial), el 51,1% de la población mundial5 participa en actividades filantrópicas (ayudar a otros), el 29,1% dona dinero y el 21,1% dona su tiempo. Naturalmente, cualquier entrevistado puede reportar haber realizado varias de estas categorías de donación en el periodo captado en la encuesta (el mes precedente a la entrevista). Estas tasas son bastante estables en el tiempo, por cierto. La anatomía de estas donaciones es enormemente rica y variada, por género, edad, grado de desarrollo del país u otras características de la población. La micro filantropía es, pues, masiva en el mundo.

Como se mencionaba antes, los grandes filántropos constituyen la especie más mediáticamente destacada en este ecosistema. La UBS, un conglomerado bancario suizo, ha publicado recientemente el informe Global Philanthropy Report: Perspectives on the global foundation sector, elaborado por investigadores del Hauser Institute for Civil Society en la John F. Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard. En este informe se identifican más de 260 mil fundaciones en 39 países, tan solo una porción (se indica en el propio informe) del universo fundacional en el mundo. Entre estas fundaciones se encuentran todas las grandes fundaciones que normalmente se citan en los medios. Los activos totales de estas fundaciones, sobre cuya base se realizan sus donaciones y operaciones anuales, ascienden (en cifras redondas) a 1,5 billones de dólares USA (lo que equivale a 1,1 veces el PIB español) y el gasto anual de todas ellas puede estimarse en un 10%, es decir unos 150 mil millones de dólares (unos 135 mil millones de euros). Es sorprendente la variedad de tamaños de estas fundaciones, aunque solo el 1% de las tratadas en el informe superan los 100 millones de dólares de activos. Los EE. UU. y, bastante más atrás, Europa, dominan en la muestra analizada. No es posible decir a ciencia cierta qué porción del universo fundacional queda recogida en el informe.

Entre la macro filantropía, la de los «magnates», y la micro filantropía, la de los individuos anónimos, se encuentra pues un impresionante conjunto de actores capaces de mover voluntades y recursos de todo tipo. Muchos pensarán que el trabajo realizado por la filantropía de todo tipo nunca podría reemplazar al de los estados en su implementación de los grandes programas del bienestar: la sanidad, la educación, las pensiones, o la protección al empleo y el desempleo. Pero a nadie se le escapará, tampoco, que las actividades filantrópicas, esas «iniciativas privadas para el bien común», hacen que la vida de los menos favorecidos sea sensiblemente mejor de lo que sería en su ausencia. Pocos desearían que la filantropía no formase parte de la sociedad a la que aspiran.

La filantropía, desprovista del rebozo religioso que la ha acompañado durante muchos siglos, ha vuelto a entroncar con sus raíces civiles originarias gracias al humanismo. En el siglo XXI, leyendo a McCully y valorando la ya ingente evidencia sobre su función en la sociedad, debe reconsiderarse la filantropía como la pata civil e imprescindible de la Sociedad del Bienestar.

La filantropía, pues, para responder a la pregunta implícita que da título a esta entrada, no es la caridad. Menos aún es esa caridad-bien-entendida-que-empieza-por-uno-mismo. Ah y, si bucean en la literatura anglosajona, don’t get lost in translation, la voz inglesa charity no significa (salvo excepcionalmente) caridad".



El economista José Antonio Herce



La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






HArendt




Entrada núm. 6240
https://harendt.blogspot.com
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 22 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Solidaridad



El futbolista Keita Baldé


"Su padre, nacido en Senegal, llegó a mediados de los noventa -comienza escribiendo en el Avuelapluma de hoy [Una historia de nuestro tiempo. La Vanguardia, 16/7/2020] el filólogo y ensayista Jordi Amat-. Su peripecia, cruzándola con centenares como la suya, la hubiera aprovechado Francesc Candel si hubiera llegado a actualizar Los otros catalanes. Porque fue entonces, como otras veces, cuando la inmigración transformó de nuevo el país. Hace treinta años España era un país de oportunidades laborales, y él aterrizó en El Prat esperando salvar su vida trabajando y así podría traer a su mujer. Sin seguir una pauta, replicaba la dinámica de los progresos migratorios. Antes que él había venido su primo, que había encontrado trabajo en el Maresme, y él siguió sus pasos. Pero no se ganaría un sueldo en la agricultura sino que se dedicó a la construcción. El país que tenemos tampoco se entiende sin el cruce entre el boom de ese sector, con todas las consecuencias que tuvo a corto y está teniendo a medio plazo, y la llegada de la nueva inmigración. En cuanto tuvo un empleo pudo traer a su mujer, pudieron comprar un piso y aquí tendrían a sus hijos.

En 1995 Keita Baldé nació en Arbúcies. El verano en que el camerunés Eto’o fichó por el Barça, los padres de aquel niño aceptaron la propuesta del mismo club: Keita se marcharía de la comarca de la Selva e iría a ­vivir a la Masia. Los buscapromesas lo habían descubierto vistiendo la camiseta de los infantiles del Palautordera y, como todos los que lo veían jugar, quedaron asombrados de su fuerza al regatear y la determinación para marcar goles. Era el 2004 y apenas ­tenía nueve añitos. Durante las temporadas siguientes, que fueron las de la gloria ­blaugrana, el crío que tenía que madurar mirándose en las estrellas se hartó de marcar en las diversas categorías con las que iba jugando. En la prensa deportiva, que es donde encuentro la información para es­cribir este artículo, leo que sumó 300 goles durante cinco temporadas. Y en todos los artículos, también en su entrada en la Wikipedia, se destaca una anécdota que decantó su ­trayectoria.

Durante el verano de la temporada 2009-2010 el cadete A, que era el equipo con quien Baldé jugaba, participó en un torneo celebrado en Qatar. De aquí podría salir también una buena investigación. No solo porque fue entonces cuando la principal marca catalana de la globalización –el Barça– ató sus relaciones con el emirato. Este acuerdo seguramente sea el más significativo de muchas otras relaciones laborales y empresariales que se fueron estableciendo entre una cierta élite del país y algunos países de Oriente Medio. Esta también ha sido una de las caras de la globalización económica catalana. Pero no nos alejemos de la joven promesa que era un adolescente de quince años. Porque una noche llenó de cubitos la cama de un compañero y, como estar al quite del comportamiento de esos chicos es una de las responsabilidades del club, le hicieron ver que con esa gamberrada se había pasado de la raya. En la web del club hay una fotografía oficial de la plantilla del cadete A para la temporada 2010-2011. En la lista de 21 jugadores solo hay uno que al lado de su nombre tenga un paréntesis. Es Baldé. Allí se especifica que lo habían cedido. Jugaría en el Cornellà. Marcó 47 goles.

Cuando un año después fue el momento de volver al Barça, no duró ni cinco minutos. No parece que tuviera muchas ganas de pedir perdón, y había varios clubs con el talonario preparado. El Lazio puso 300.000 euros sobre la mesa, y se fue al club italiano. Triunfó en las categorías inferiores, no tardó en estrenarse con la camiseta de Senegal, y dejaría boquiabierta a la afición cuando hizo un hat-trick en solo cinco minutos en un partido de Primera contra el Palermo. Todo pasión, también era impulsivo y controvertido fuera del campo. Una madrugada empotró su Lamborghini de 180.000 euros en la pared de una calle de Roma. Tenía 19 años, afortunadamente salió ileso, pero el episodio también es revelador de un signo de nuestros tiempos: la entronización del futbolista presentado por los medios como ejemplo del triunfador por la naturalidad con que exhibe su fortuna. En el 2017 fichó por el Mónaco.

De Keita Baldé, hijo de Arbúcies, no había oído hablar hasta hace un mes y medio. Durante el confinamiento, atento a las redes, tomó conciencia de la problemática de los temporeros que recogen la fruta dulce. A los que desde Barcelona no vemos, si lo sabemos, lo olvidamos rápido tras ver las noticias de la temporada mientras se per­petúa una situación crítica que afecta a todas las Terres de Lleida. Hay un libro que, sin moralina banal sino en su complejidad hu­mana, lo explica: La pell de la frontera, de Francesc Serés. Baldé, conmovido, intentó hacer algo. Se comentaba que este año, con la Covid-19, la situación era potencialmente explosiva. A través de una profesora y ­activista quiso poner un remiendo: alo­jamiento, comida y ropa durante tres meses para 150 personas. No fue fácil. Había ­hoteles cerrados, algunos no querían ofrecer sus servicios a los temporeros. Pero no dejó de intentarlo hasta que lo consiguió. Saber dar respuestas a estas situaciones, que se ex­tenderán, será a partir de ahora una de las principales historias del nuevo país que empieza".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 6238
https://harendt.blogspot.com
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

domingo, 21 de junio de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Conductas



Dibujo de Enrique Flores para El País


La lógica de las normas nos deja una incontrastable verdad: que las medidas para combatir la pandemia fueron concebidas para una ciudadanía que ignora el autocontrol, proclive a la inconsciencia cuando no a la picaresca, y más amante de dar voces que de pensar, comenta en el Especial dominical de hoy [La lógica sutil de las normas. El País, 17/6/2020] el escritor y profesor de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, Jordi Ibáñez Fanés.

"Lo confieso: he sido un mal ciudadano -comienza diciendo Ibáñez Fanés-. Todavía en la fase cero, y en Barcelona, salí a la calle fuera del horario “del paseo” para los de mi franja de edad y me encontré por casualidad con un amigo y ahora vecino, al que saludé apartándome la mascarilla, para que pudiese ver mi sonrisa. Él hizo otro tanto. No sé si estuvimos a dos metros de distancia. Juraría que no. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que salía para ir a acompañar a otro amigo que sufrió una operación grave justo antes del estallido de la epidemia, y que se ha pasado toda la convalecencia confinado a solas en casa. Me pidió que lo acompañara a comprar tinta y papel, porque luego el regreso a su domicilio implicaba una larga subida, y temía no encontrarse bien. Lo hice encantado. Pero si me hubiese parado la policía, ¿qué les hubiese dicho? Pues que estaba siendo un mal ciudadano —según la lógica normativa del confinamiento— pero un buen amigo. He hecho más cosas prohibidas: no he dejado de visitar a mi madre, de 97 primaveras, durante todo el confinamiento, y eso que estaba bien acompañada por la chica que la ayuda, que se confinó con ella. Sé que me he arriesgado a contagiarla —a pesar de que desde que regresé de un viaje a Madrid los días 6 y 7 de marzo y, temiéndome ya lo peor, extremé todas las medidas de higiene y distancia en las visitas—. Pero también sé que para ella hubiese sido muy duro no verme. Tengo amigos que no han dejado de visitar a sus amores, a pesar de no ser “convivientes”. De haber podido, posiblemente yo también hubiese sido ahí un mal ciudadano en nombre del amor y del deseo.

Pero todo esto tiene una lógica muy endeble, ya lo sé, y encima me temo que hablo de pecados veniales. Es decir, no le tosí a la cara a ningún representante de la ley ni desafié al Gobierno desde las atalayas de la ideología infusa —espontánea, se decía antes— de la sabia intelectualidad libertaria. Pero qué importan los sentimientos del amigo, del hijo o del amante si de lo que se trata es de la “sociedad” o de la “comunidad”, o incluso del “rebaño”. Aunque las palabras importan, por cierto, y mucho. Y también importa distinguir las demandas ruidosas de libertad, en un contexto de pandemia y de elevadísimo riesgo de contagio, padecimiento y muerte, de los actos discretamente libres de este o aquel ciudadano.

Una lógica liberal llevada al extremo de la caricatura diría: “Yo asumo mis riesgos, yo soy dueño de mi vida”. En el tipo de infracciones discretas —o secretas— que he mencionado se pone en riesgo a una persona querida que acepta y comparte ese riesgo. En la elevación de las opciones y las decisiones libres a un discurso general ingresamos en aquel territorio consistente y a la vez disparatado que los kantianos conocen bien: la solidez formal de la ley se sostiene sobre su estricta racionalidad universal, no sobre la casuística sentimental o emocional de cada caso. Es consistente porque la lógica misma de la ley pide una razón libre, no atrapada en la narrativa de cada historia singular. Es disparatada porque sin un régimen de atenuantes o una capacidad de justificación moral ingresamos en una lógica inhumana o marciana: se delata al amigo ante los esbirros del tirano porque no se debe mentir, o se le devuelve el dinero al rico corrupto y malvado mientras se deja morir de hambre a los propios hijos, porque la ley dice que no debes apropiarte de lo que no te pertenece. Los dos son conocidos ejemplos de la razón práctica kantiana, tan sólida y exigente como en realidad impracticable.

Sería un descenso imperdonable de nivel que, por ejemplo, ahora dijese que la normativa de las mascarillas de uso obligado en el espacio público es también impracticable, además de incoherente, si los que potencialmente más contagian son los que hacen deporte, y ellos, lógicamente, quedan exentos de llevarlas. Esa lógica zigzagueante, fruto de una sobrerregulación tan torpe como necesaria, obliga al ciudadano a pensar por sí mismo —¡gran peligro!—, lo que implica en primer lugar ponerse siempre en el lugar de los demás, tanto de los congéneres que te cruzas por la calle como —incluso— de esos hombres y mujeres que han sido sorprendidos sentados en el Gobierno cuando lo que podía verse venir desde fuera los pilló dentro y a contrapié, dominados por esa visión peculiar de la realidad que da la gran responsabilidad mezclada con la lucha permanente por el poder. Podría llamársele el síndrome del fogonero: los que están en cubierta saben que el barco se va a pique si no se paran las máquinas. Pero el fogonero, metido en el vientre de la nave, con más datos que nadie en las manos, sólo piensa en lo que implica detener la caldera y dejar que se enfríe.

Las normas que hemos padecido más o menos estoicamente han sido pensadas por un fogonero que, después de parar la máquina posiblemente a regañadientes e in extremis, subió a cubierta y se llevó las manos a la cabeza al ver de golpe la dimensión de lo que se le venía encima. Hizo como pudo lo que hubiese podido hacer antes y mejor, pero descalificarlo por eso implica tener la seguridad de que los que lo atacan lo hubiesen hecho mejor. Eso, por experiencia histórica y mirando alrededor, es más que razonable ponerlo en duda. Además, las suyas han sido —están siendo, seguirán siendo y volverán a ser— normas pensadas para una ciudadanía que ignora el autocontrol, proclive a la inconsciencia cuando no a la picaresca, y más amante de dar voces que de pensar. Por eso son normas que, para asumirse, a menudo han exigido la coacción policial.

Recuerdo los días más duros de la pandemia, cuando iba a visitar a mi madre con la angustia metida en el cuerpo y cruzándome sin parar con patrullas de la policía por las calles desiertas de la ciudad. Pensaba qué demonios les dirás si te paran, porque objetivamente yo no debía visitar a mi madre. Me dediqué en mi fuero interno a un ejercicio de distinción permanente entre la lógica de la norma y la práctica responsable de la vida. La lógica de la norma previene que sin ella y sin su elemento coactivo la gente —los ciudadanos, el rebaño— no se hubiesen quedado en casa. Pero la práctica responsable de la vida me exigía sobreponerme a la presión policial y a la solidaridad normativa. ¿Hablo de un criterio inevitablemente privado que respeta y comprende la norma, pero sabe que debe saltársela? Ahora bien, ¿eso cómo se lo explicas al fogonero, que ya vuelve a estar trasegando en el vientre de la gran ballena de hierro? ¿Cómo al policía de turno? ¿Y cómo me lo hubiese explicado yo a mí mismo si llego a contagiar a mi madre?".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quizá con mayor profundidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura. 



El profesor Jordi Ibáñez Fanés



La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 6137
https://harendt.blogspot.com
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 13 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Gritos, no susurros



Enfermera de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid. Europa Press


No queremos la salud para volver a enfangarnos en formas de vivir que solo son formas de producir y reducen nuestros cuerpos a carne de enfermedad y pasto de adicciones, comenta [Cuidadoras. El País, 6/4/2020] en el primer A vuelapluma de la semana la escritora Marta Sanz. 

"Sin pelo no hay alegría y, sin salud, no hay prosperidad ni hostias -comienza diciendo Marta Sanz-. Resultaba bastante imprevisible que un bicho atacase nuestro obtuso sistema inmunitario para frenar nuestras inercias en seco y aletargarnos igual que las hadas buenas de La bella durmiente dejan grogui a todo un reino para fingir que el tiempo no pasa amortiguando así la percepción del horror. Tenía que llegar este bicho para que comenzáramos a formularnos preguntas filosóficas, sociológicas, económicas, pertinentes. Hacía falta que un virus nos tatuara en la piel la entropía, las ventajas ecológicas de la desaparición de la especie humana y la imposibilidad de controlarlo todo. Un virus, con incorrectísima violencia educativa, nos abre las puertas de la razón o el tercer ojo —Lobsang Rampa nos hizo daño— a la certeza de que nuestros mayores problemas universales, según fuentes publicitarias, no son ni estreñimiento ni neurosis.

No obstante, igual que sin salud de poco sirven lápiz, martillo o aguja, también es cierto que los sistemas económicos inhumanos, orientados por la brújula de la desigualdad y el acaparamiento de objetos brillantes en el nido de la urraca, nos convierten en personas workahólicas, enfermas, medicadas: ni siquiera nos permitimos elogiar la pereza en pleno confinamiento y buscamos hiperactivamente recursos para no dejar de producir imagen, marca, promesas de futuro. El integrismo capitalista mina la salud y nos destruye: primero a los individuos vulnerables, expuestos a la intemperie, luego a todos los demás. Por eso, cuando observo cómo la derecha planetaria intenta hacer política a medio plazo esgrimiendo el hambre que pasarán autónomos y autónomas, o exaltando las buenas acciones de las empresas privadas frente a la inoperancia de un sector público al que se ha precarizado durante décadas quirúrgica y minuciosamente; cuando veo cómo se alarman ante las orejas del lobo de hipotéticas nacionalizaciones mientras vuelven a elogiar la beneficencia que baña de bondad a los reyes midas, los futbolistas con boca de hierro y otros deportistas, que también durante décadas no tributaron en este país, y después organizan fundaciones solidarias porque la pasta les sale por las orejas —de lobo con piel de corderito—; cuando me percato de esa malversación de los fondos del sentido común, se me dilatan las pupilas y, como los animales —cisnes, oseznos, jabalíes—, tomo la calle para gritar que no queremos la salud para volver a enfangarnos en formas de vivir que solo son formas de producir y reducen nuestros cuerpos a carne de enfermedad y pasto de adicciones. Tenemos que decidir qué echamos de menos y qué de más. No incurrir en los mismos errores. A primeros de abril, Naomi Klein, autora de La doctrina del ‘shock’, concedía una entrevista a El Salto: “La gente habla sobre cuándo se volverá a la normalidad, pero la normalidad era la crisis”. Se impone la idea del cuidado no solo a escala doméstica, sino a una escala pública y estatal. Cuidados que nos salven de la crueldad de los mercados, la vida a crédito, la lengua fuera, y de la amnesia europea respecto a uno de sus principios comunitarios fundadores: el concepto de solidaridad forzada que en Alemania o en Holanda confunden con rescates flojitos. Dios y diosa aprietan y, en este caso, además ahogan".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 5920
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 9 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Escepticismo



Pamplona. Abril, 2020. Foto de Eduardo Sanz


Ni más fuertes, ni más unidos, ni mejores. De momento la única certeza matemática es que a la calle, cuando salgamos, saldremos menos. El A vuelapluma de hoy [Ni más fuertes, ni más unidos, ni mejores. El País, 8/4/2020] del escritor Manuel Jabois, rezuma escepticismo por todos los poros. Como el de este humilde escribidor de este humilde blog; no me pregunten por qué, pero es así: mi optimismo de días pasados se ha disipado, como la calima que azotaba las islas, ahora con un cielo azul resplandeciente que no consigue levantarme el ánimo. Sigo siendo escéptico respecto a lo que ha de venir, o lo que es lo mismo: soy un optimista chamuscado por la realidad previsible.

"De vez en cuando escribo en Google News “saldremos más fuertes” para intentar saber por qué -comienza escribiendo Jabois-. No encuentro más argumentos que los puramente homeopáticos. Y, como la homeopatía y como la religión, entiendo que la oración funciona para sentirse mejor, y no estamos para tirar nada. Todo lo que ayude, aunque sólo parezca que ayude, está bien. De momento la única certeza matemática es que a la calle, cuando salgamos, saldremos menos. También es seguro que viviremos peor, que habrá más paro, que tendremos que convivir con una nueva y violenta brecha política y que, basándonos en anteriores experiencias, las desigualdades sociales se incrementarán. ¿Se refiere la frase a que seremos mejores personas, nos ayudaremos más los unos a los otros, tendremos más empatía por los demás? Eso ya lo éramos antes, pero ahora lo seremos más débiles. Fuertes, desde luego, no.

Ortega llamó a este país “sugestivo proyecto de vida en común”, una definición asombrosa de la que Juan Pedro Quiñonero subrayó “proyecto”, o sea algo todavía por construir, y Laín Entralgo la “sugestión” de una vinculación histórica entre todos que definitivamente no se encuentra. Para entender la dificultad del reto orteguiano hay que hacer notar que el único momento en que nuestra generación vio un “sugestivo proyecto de vida en común” fue un Mundial de fútbol, para lo cual hubo que pasar de cuartos de final. Las últimas grandes tragedias nacionales, los muertos de ETA, del 11-M y ahora la pandemia no sólo no han servido nunca para unir nada, si acaso las pocas horas de unas manifestaciones (no todas), o el espejismo del espíritu de Ermua, sino que se han usado para, una vez dinamitados los cuerpos, dinamitar la convivencia mediante facturas escandalosas. Ni la corrupción, el hecho juzgado y sentenciado de un grupo de ladrones actuando, nos ha hecho más fuertes, más unidos y mejores, sino más pobres y divididos entre quienes creen que hay atracos malos y menos malos.

Y sin embargo hay esperanza. El primer día del confinamiento muchos de nosotros, los que no estábamos muriendo y curando, reaccionamos desde nuestras casas apelando al espíritu de resistencia, colgando poemas y textos épicos, escribiendo a todo el mundo para desearnos fuerza y valor en este terrible contratiempo histórico mientras se nos caían las lágrimas pensando en el grave sacrificio que exigía la nación: un sábado sin salir. Parecía que llevábamos dos meses en el gueto de Varsovia. No tengo ninguna duda de que una generación así volverá a disfrutar como disfrutaba antes, a relacionarse como se relacionaba antes y retomará el mundo que se quedó interrumpido hace un mes. Lo bueno de estos días desaparecerá y lo malo permanecerá, como siempre ocurre, pero se conseguirá la manera desgraciada y precaria de hacerlo llevadero. Políticamente no vamos a aprender nada y casi mejor así, porque cada vez que aprendemos algo encontramos la manera de usarlo al revés. Bien es verdad que cuando mejor le va a este país es cuando los votantes de los partidos encuentran por su cuenta los espacios en común que se afanan en aniquilar sus representantes, como está ocurriendo ahora.

No, no vamos a salir más fuertes de una pandemia a la que llegamos tan débiles. Es como pretender salir seco de un tsunami que te pilla en la ducha. Pero algo de optimismo tengo, porque si bien España es un país peligroso cuando entiende la "unión" como juntar filas a un lado y el contrario del río, tentado festivamente a que la única convivencia posible sea la de una mitad aplastando a otra, la misma España, a las ocho de la tarde, lo desmiente".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 5907
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 8 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Miedos



Barcelona, 1 de abril. Foto de Nacho Doce para El Pais


Las pequeñas historias que te llegan penetran en el alma más que las cifras y notas que tu entorno empieza a crujir. El sonido pasa de pared a pared, de barrio a barrio, estamos todos ligados unos a otros, escribe en el A vuelapluma de hoy [Murmullos con miedo al teléfono. El País, 5/4/2020] el escritor Íñigo Domínguez. 

"Es difícil empezar el lunes incluso cuando ni recuerdas que es lunes, porque todos los días parecen lunes -comienza diciendo Íñigo Domínguez-. En los segundos que tardas en despertar preservas la inocencia previrus, pero luego recuerdas que tampoco hoy es un día normal. Ya no sabes cómo enfrentarte a las noticias, si saber solo un poquito, no saber nada, saberlo todo. Pero hablando con los demás te enteras, y las pequeñas historias que se confiesan al teléfono, como un murmullo, con miedo, penetran en el alma más hondo que las cifras. Esto es tan gigantesco que los números dicen poco, no los traduces en imágenes. O no quieres. Pero no me quito de la cabeza lo que le pasó a una amiga. Se murió su tío, en su propia casa, y no fue lo peor: tuvo que seguir allí cuatro días. La funeraria no daba abasto. Les aconsejaron abrir la ventana, quitar la calefacción y no entrar allí. Lejos de los ojos de todos suceden escenas espantosas.

En la empresa de un amigo, bien grande, el consejero delegado casi se les puso a llorar en videoconferencia. Tengo compañeros que ya cobran la mitad. Conocidos con tiendas me dijeron hace casi un mes que como mucho aguantarían un mes. Otro tiene un restaurante y tras pagar 20 años el alquiler ahora el dueño no se lo baja porque, hombre, tenía que haber pensado en ir ahorrando por si venían mal dadas. La mujer que viene a limpiar, a la que casi ya no puedes pagar, aunque no viene, no sabe cómo pagará a su casera. Tiene una docena de pisos y le dice que se lo apunta para que lo abone después.

Estos días todos intuimos mejor el misterio de la vida, pero hay gente que ni por esas. Cuenta Ennio Flaiano que un amigo se interesó por un cuadro de su casa, que era raro. Le preguntó el significado, no supo explicarle, pero por bromear le dijo que costó una fortuna. Se le abrieron los ojos: “El misterio artístico se convirtió para él en un misterio económico, y eso sí llegaba a apreciarlo”.

En cambio, la tía de un amigo tiene un montón de viviendas y llamó el primer día a todos sus inquilinos para que dejaran de pagar. Hay gente tan pobre que solo tiene dinero, decía mi abuelo, pero esta mujer es rica de verdad. Tengo otro amigo que vive en el campo y no tiene nada, pero sí una huerta. Se ha puesto a plantar como un loco y le salen patatas y lechugas para 40 familias, si hace falta. Su vecino le dejó el otro día un pollo en la puerta. Otro amigo cura se pasa el día llamando a la gente mayor de su parroquia para ver qué necesitan. Aquí nos retrataremos todos, unos saldrán feos, otros más guapos. Yo estoy aquí pontificando pero salí fatal el otro día. Vi pasar bajo la lluvia a un anciano que se ayudaba de un carrito para caminar, con la compra. No reaccioné, tenía atrofiadillo el impulso de ayudar. Luego pensé si me estaba volviendo gilipollas, a veces intuyo señales. Ahora lo busco cada vez que salgo, debe de vivir por aquí, pero no lo encuentro.

En la puerta del supermercado hay pobres nuevos, vienen de otras zonas. Ayer un señor le compró a una anciana búlgara un costillar de cerdo. La mujer le miraba, y él metió otro en la bolsa. Hasta que metió tres y ella por fin sonrió. Le dijo que en su familia son doce. Los desconocidos nos darán lecciones. No hay que esperar órdenes, depende de nosotros, no saldrá decreto para eso, para que seamos buena gente.

El dinero de mucha gente se acaba. Necesitamos corazón e inteligencia. Quien pueda renunciar a algo debe hacerlo por otro, que lo hará por un tercero. Tu sacrificio es la salvación de otro. Si la cadena se rompe caeremos unos encima de otros, hasta aplastar al último de la fila, para variar. Ante el sálvese quien pueda, hay un poema de Benedetti que se titula No te salves: “No te salves, no te llenes de calma, no reserves en el mundo solo un rincón tranquilo”. Habla de una historia de amor, de cómo hay que arrojarse a ella, sin ropa, y esto es igual. Bueno, no sé si quería decir eso, pero la poesía se puede romper en caso de emergencia.

Con estas historias notas que tu entorno empieza a crujir. El sonido pasa de pared a pared, de barrio a barrio, estamos todos ligados unos a otros. Recuerdas a alguien, por un detalle, y escribes: ¿todo bien? “Cuídate”, dices al despedirte. Debemos cuidarnos unos a otros. Le preguntaron a Mark Twain al final de su vida una razón para vivir, y dijo: “La estima de nuestros vecinos”.

Unos amigos viven en mi calle. A las ocho, con los aplausos, nos saludamos y les veo agitar los brazos a lo lejos, como en la despedida de un barco. Pero seguimos aquí, donde vivimos todos juntos. Este es nuestro destino".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 5904
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

domingo, 5 de abril de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Nuestra hora más gloriosa



Dibujo de Fernando Vicente para El País


Estamos ante una crisis de proporciones históricas, -escribe en el Especial dominical de hoy [Nuestra hora más gloriosa. El País, 30/3/2020] Javier Solana, Distinguished fellow en la Brookings Institution, presidente del Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE, político, físico, embajador y profesor español-, que solo se resolverá satisfactoriamente desde la racionalidad, la compasión y el entendimiento mutuo, dentro y más allá de nuestras fronteras.

"Como algunos lectores ya sabrán, -comienza diciendo Solana- actualmente me hallo ingresado en un hospital madrileño, tras haber dado positivo en la Covid-19. Mi recuperación está siendo lenta, pero las perspectivas son alentadoras. Aunque encontrarme físicamente aislado de los míos no resulta agradable, el consuelo es que en pleno siglo XXI no faltan recursos para permanecer socialmente conectados. Además, siempre nos quedará deleitarnos con los pasatiempos culturales de toda la vida, como escuchar música, leer y, sí, también escribir.

Durante largas horas he recurrido a un ilustre acompañante para sobrellevar el confinamiento: sir Winston Churchill. La figura del primer ministro británico siempre me ha fascinado, y estos días he podido descubrir nuevos detalles sobre su vida gracias a una extraordinaria biografía escrita por el historiador británico Andrew Roberts. El afán de resistencia del que hizo gala Churchill durante la II Guerra Mundial supone una fuente inagotable de inspiración, particularmente valiosa para los tiempos que corren. Su carácter y su historial —sin duda, complejos— nos recuerdan que el heroísmo no está reñido con las imperfecciones, que la clarividencia no está reñida con las contradicciones y que el coraje no está reñido con las indecisiones. Personajes como el de Churchill merecen ser reivindicados, sin que ello implique mitificarlos.

En la guerra personal que muchos estamos librando ya contra el coronavirus, y por la que desgraciadamente muchos otros habrán de pasar, es seguro que nos tocará poner la sangre, el esfuerzo, las lágrimas y el sudor que en su día prometió Churchill. Pero también deberemos tratar de emular su entereza de ánimo. El virus tal vez consiga entumecer nuestros sentidos del olfato y del gusto, pero no tiene por qué poder con nuestro sentido del humor.

Desde un punto de vista colectivo, resulta también lógico que nos fijemos en estos momentos en el Reino Unido de Churchill. Numerosos dirigentes vienen afirmando que nuestros países están en guerra contra la pandemia, y en cierta medida no les falta razón. Como en cualquier guerra, necesitamos movilizar todos los recursos del Estado, y promover con renovado ímpetu una serie de valores cívicos, como el sentido del deber, la camaradería y el servicio público de todos y para todos. A este respecto, quiero acordarme muy especialmente de los profesionales sanitarios que, en España y alrededor del mundo, se están dejando la piel por combatir el virus y hacer más llevadero el sufrimiento a los enfermos.

Nos encontramos ante una crisis de proporciones históricas y, por tanto, es legítimo abordarla a partir de referentes históricos. No obstante, si lo que estamos viviendo es una guerra, ciertamente no es una guerra al uso. La primera gran diferencia es que, en este caso, el enemigo es compartido por el conjunto de la humanidad. La segunda es que la movilización de recursos públicos debe ir acompañada de una desmovilización del grueso de la población. Es importante tener en mente estas y otras peculiaridades, ya que temo que el lenguaje belicista pueda acabar por nublarnos la vista y hacernos caer en algunas trampas. Para conseguir evitar escenarios indeseables, permítanme añadir unas breves advertencias y matizaciones.

En primer lugar, la destrucción del virus requerirá liderazgos fuertes, pero no inflexibles. Que nuestros Estados y sus dirigentes dispongan de una amplia capacidad de maniobra no debe implicar que tengan carta blanca: ni ahora, ni cuando la tormenta amaine. Preservar al máximo las libertades civiles y asegurar la rendición de cuentas por parte de los gobernantes es un imperativo ético, pero también nuestro mejor mecanismo de defensa ante amenazas como la actual. Conviene tener siempre presente que estos atributos no debilitan a las sociedades, sino que enriquecen el debate público y, por tanto, incrementan las probabilidades de identificar los cauces de respuesta más convenientes.

En segundo lugar, existe el riesgo de que las apelaciones a la responsabilidad patriótica —que son oportunas y pertinentes— se confundan con manifestaciones de nacionalismo excluyente, de forma que veamos adversarios donde no los hay. No es momento de chivos expiatorios y caza de brujas. Tampoco de dar rienda suelta a instintos poco edificantes, sucumbiendo así al pánico. La crisis actual solo se resolverá satisfactoriamente desde la racionalidad, la compasión y el entendimiento mutuo, dentro y más allá de nuestras fronteras. Todas las avenidas de cooperación internacional en materia científica y tecnológica deben ser exploradas, siempre desde un espíritu solidario, que en las circunstancias actuales coincide más que nunca con el interés propio. Al fin y al cabo, la clave para salir cuanto antes de esta situación es que la transmisión de recursos y buenas prácticas entre países sea más rápida que la transmisión del propio virus.

Por último, hemos de garantizar que, tras la victoria, que a buen seguro llegará, no nos toparemos con el paisaje socioeconómicamente desolador que dejan las guerras. Los esfuerzos de reconstrucción deben concebirse de manera preventiva, no reactiva, y la maquinaria de absorción del shock debe ponerse en marcha a pleno rendimiento inmediatamente. Tanto los Estados miembros de la Unión Europea como las instituciones comunitarias tendrán que comprometerse a hacer cuanto sea necesario al respecto, si quieren estar a la altura del reto. Conviene asimismo no descuidar el resto de organizaciones y foros multilaterales, cuya labor es imprescindible para diseñar una respuesta sólida y conjunta. A más largo plazo, será menester de todos no olvidar las múltiples virtudes de la globalización, que, por supuesto, merece ser repensada, pero no vilipendiada.

A lo largo de estas semanas nos jugamos mucho colectivamente, y algunos también a título personal. Hoy por hoy, tenemos pocas certezas sobre cómo será el mundo tras la pandemia, excepto que se erigirá sobre las palabras y los actos por los que optemos en estos instantes críticos. Haríamos bien, pues, en mirar de frente al mal que nos aqueja, pero sin perder de vista nuestro propio futuro y el que heredarán generaciones venideras. La humanidad ha superado pruebas más duras que esta, y las hazañas que precisamos ahora no son en absoluto equiparables a las de la II Guerra Mundial. Pero, tomando prestadas las palabras de Churchill, si esta no termina siendo “la hora más gloriosa” de nuestros respectivos países, al menos que sea la de cada uno de nosotros".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.




Javier Solana


La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






HArendt




Entrada núm. 5895
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 18 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Grandeza



Voluntarios luchan contra el virus en Wuhan, China


"La psicóloga italiana Francesca Morelli -comenta el jurista Antonio Garrigues Walker   ["El virus de la grandeza". ABC, 16/3/2020]- ha reaccionado de forma admirable ante la crisis que ha creado el coronavirus. Su reflexión es la siguiente: «En una fase social en la que la regla es que cada uno se ocupa de su propio jardín, el virus nos envía un mensaje claro: “la única salida es la reciprocidad”. La responsabilidad compartida, el sentimiento de que tu destino depende no solo de ti sino de todos los demás que te rodean. Y que dependes de ellos».

Es un mensaje que habrá que recordar con especial interés en esta nueva época en la que como ha dicho Ursula Von der Leyer existe el riesgo, si no hay coordinación, de una crisis similar a la de 2008.

Esta podría ser una magnífica ocasión para confirmar la capacidad de los seres humanos de luchar contra situaciones de riesgo colectivo y recuperar la idea de que es posible una Europa más unida, más eficaz, más solidaria no solo frente a esta pandemia, sino para afrontar otros muchos problemas que afectan a su capacidad de acción en el mundo.

La humanidad empieza a estar hastiada de unos líderes incapaces de entender que pensando a corto plazo, con sectarismo, ignorando la realidad y con indiferencia hacia el otro, esta crisis puede acabar con el sistema sin que ni siquiera nos demos cuenta.

Si nos inoculamos el virus de la grandeza sucederá justamente lo contrario. Descubriremos las asignaturas pendientes, aceptaremos con naturalidad nuestras obligaciones y responsabilidades y nos dedicaremos a trabajar en equipo en beneficio de todos. Estamos en disposición de generar un nuevo espíritu con el que afrontar los nuevos problemas y aprovechar las nuevas oportunidades.

No son palabras vacías y en especial en lo que se refiere a España, un país que ha entrado en una fase de estancamiento mental en cuanto a objetivos y ambiciones, sin que nadie se atreva a ponerse delante de la manifestación incluyendo un estamento político que no es consciente de la necesidad de ejercer el liderazgo y que aún no controla el funcionamiento de una coalición política, lo cual es entendible al ser la primera que se alcanza en nuestro país.

Para superar esta situación es preciso que la sociedad civil y muy especialmente el mundo empresarial, expliquen a la ciudadanía la necesidad de colaborar en la solución del gobierno y anteponiendo los intereses de la colectividad a los propios por importantes que sean. En estos tiempos el egoísmo es el peor de los pecados capitales".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 5838
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)