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martes, 3 de enero de 2017

[A vuelapluma] El infantilismo de Garzón (y de algunos otros)





El infantilismo de que hace gala buena parte de nuestra actual clase política de izquierdas no es solo producto de la edad, algo de lo que, lógicamente, no tienen culpa alguna, sino de que todo lo han aprendido, y encima mal, en los libros. Afortunados ellos que no han tenido que aprender nada de la vida a base de pegarse hostias con la realidad. En eso se parecen bastante a los fascistas europeos de entreguerras y a los falangistas españoles de 1933 que preconizaban apartar de toda actividad política a los menores de treinta años. 

Entre esos jóvenes políticos destacan los dirigentes de Unidos-Podemos, casi todos ellos profesores de las facultades de Ciencias Políticas españolas. Alberto Carlos Garzón Espinosa (Logroño, 1985) no ha salido de ellas, pero se les parece bastante. Político y economista, militante del PCE y de Izquierda Unida, es desde 2003 diputado en el Congreso y desde 2016 coordinador federal de Izquierda Unida, formación que ha entregado atada pies y manos, junto al histórico PCE, a las aguerridas y juveniles huestes podemitas.

Una de las características más originales de estos jóvenes políticos, de los que el señor Garzón forma parte por edad y deformación ideológica, es su olvido voluntarioso y su altivo desprecio por la Transición y lo que ella representó para los que teníamos su edad cuando los españoles retomaron su destino con un esfuerzo lleno de generosidad que ellos ignoran y menosprecian y que se han encontrado hecho gracias al sacrificio y denuedo de sus padres y abuelos.

El señor Garzón, que cuando murió el dictador todavía no había sido pensado ni siquiera como proyecto vital por sus padres, que para cuando vino al mundo ya había cumplido siete años la Constitución que le ampara aunque no le gusta, que habían pasado ocho de la matanza por la ultraderecha de los abogados laboralistas del PCE, y cuatro de que los golpistas del 23-F estuvieran en la cárcel, se ha permitido insultar y despreciar la memoria de sus mayores, en la persona de Santiago Carrillo, acusando a este último y al eurocomunismo de "izquierda domesticada", lo que es una flagrante injusticia histórica aparte de una absoluta falta de respeto a Carrillo y a los militantes comunistas de la Transición, esa que él, que ellos, desprecian con inmadura y juvenil soberbia ignorancia.

Javier Cercas, (Cáceres, 1962) también es joven para los parámetros vitales de hoy. Escritor, columnista habitual de El País,  filólogo y profesor universitario, su obra es fundamentalmente narrativa y se caracteriza por la mezcla de géneros literarios, el uso de la novela testimonio y la mezcla de crónica y ensayo con ficción. Merecen mención especial sus Soldados de Salamina, La velocidad de la luz, y la exitosa crónica del golpe de Estado del 23-F titulada Anatomía de un instante, o la más reciente de El impostor.

En El País Semanal de ayer, primer día del año, Javier Cercas le dedica una acerada crítica a Alberto Garzón titulada La dignidad del PCE, en la que le acusa de faltar al respeto histórico debido al eurocomunismo en general y a Santiago Carrillo en particular por su papel en la transición española a la democracia. Apreciación que comparto de la primera a la última línea.

El que no sabe de donde viene difícilmente sabe adónde va, señala Cercas al comienzo de su artículo. Es lo que me digo, añade, desde que estalló la polémica entre Gaspar Llamazares, excoordinador de Izquierda Unida, y Alberto Garzón, líder actual de la coalición. Todo empezó cuando Garzón declaró a este periódico que el populismo de Íñigo Errejón cometía el mismo error que el eurocomunismo de Santiago Carrillo, secretario general del PCE durante el cambio de la dictadura a la democracia: la moderación. No es la primera vez que Garzón desdeña el papel desempeñado durante la Transición por el PCE, partido integrado en IU y en el que él mismo milita: hace unos meses afirmó que en aquella época el PCE ejerció de “izquierda domesticada” por los poderes políticos. Ahora, sin embargo, la respuesta de Llamazares no se hizo esperar: afirmó que “asimilar eurocomunismo a populismo es historia ficción”, denunció la superficialidad del análisis histórico de Garzón, concluyó: “Someter a una causa general a la izquierda de la Transición y la estrategia del PCE no es nuevo; lo raro es que lo asuma un dirigente del PCE”: "El PCE hizo durante la transición lo contrario de lo que hacen los populistas; no cargó la responsabilidad sobre las espaldas de otros, sino que, como había hecho durante el franquismo, las cargó sobre sí mismo".

Llamazares acierta de lleno, sigue diciendo Cercas. Dejemos de lado la disparatada equiparación entre eurocomunismo y populismo: baste decir que el PCE nunca se rebajó a atizar en democracia “el enfrentamiento entre pueblo y representantes”, la forma de demagogia que, como recuerda el propio Llamazares, define al populismo actual. Pero el acierto de Llamazares apunta a algo mucho más importante, que podría formularse así: uno de los errores fundamentales de la izquierda española consiste en haberle entregado el mérito de la Transición a la derecha, lo que a ésta le permite presentarse como casi única constructora de la democracia. Se trata de una flagrante falsificación histórica. La verdad es que la derecha española no quería la democracia, o quería una democracia tan limitada que apenas puede llamarse democracia; fue la izquierda –y muy en especial el PCE– quien empujó hasta conseguir una democracia plena. Por supuesto, el resultado no fue el que la izquierda quería; pero tampoco el que quería la derecha: el resultado fue un pacto. En eso consiste la política democrática: en ceder en lo accesorio para no ceder en lo esencial. Para el PCE de aquella época, al cabo de 3 años de guerra y 40 de dictadura, lo esencial era la democracia: la construcción de un sistema político donde todos cupiésemos. Eso fue lo que se consiguió. Y a eso contribuyó decisivamente el PCE, que desde finales de los años cincuenta apostaba por la reconciliación nacional, por no ajustar cuentas con el pasado y por lo que luego se llamaría la “ruptura pactada”. Si se recuerda que quienes proponían tal cosa eran gentes que habían llevado el peso brutal de la lucha antifranquista y que habían padecido exilio, persecución y a veces cárcel y tortura, se entenderá por qué ésa era una apuesta heroica. El PCE hizo durante la Transición lo contrario de lo que hacen los populistas: no cargó la responsabilidad sobre las espaldas de otros, sino que, como había hecho durante el franquismo –cuando protagonizó casi a solas el combate contra la dictadura–, las cargó sobre sí mismo, responsabilizándose de la construcción de la democracia. Todo hubiese podido salir mejor, claro; pero también hubiese podido salir peor, incluso mucho peor. Sea como sea, acusar a esa gente de ser una “izquierda domesticada” –a ellos, que se jugaron la vida contra el franquismo y le obligaron a aceptar la democracia durante la Transición– me parece no sólo despreciar lo mejor de la historia del comunismo español, sino faltarles al respeto que se ganaron; acusarlos de eso ahora, desde la comodidad de una vida transcurrida por entero en democracia –a ellos, que conocieron medio siglo de penalidades–, me parece una injusticia brutal.

Es una injusticia, termina diciendo, que quienes no hicimos la Transición cometemos en los últimos tiempos con frecuencia. Si nuestros hijos nos tratan con la misma petulancia ignorante y despectiva con que nosotros tratamos a nuestros padres, lo pagaremos caro. Por lo demás, no me extraña que Garzón tenga problemas en IU. Quien no sabe de dónde viene difícilmente sabe adónde va. O como digo yo: la locura juvenil es una enfermedad que acaba pasándose con el tiempo.



Alberto Garzón



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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lunes, 8 de junio de 2015

[A vuela pluma] Recuerdos de la Transición




Viñeta de Forges



Periodizar la Historia para su estudio y mejor comprensión no es tarea en la que todos los historiadores coincidan, al menos en determinar las fechas de  inicio y final de los respectivos periodos. Por poner un ejemplo, la Historia Universal suele dividirse en "Edades" y es mayoritariamente aceptada la que establece la duración de la Antigua, entre la aparición de las primeras sociedades urbanas hasta la caída del Imperio Romano de Occidente ante los bárbaros en el año 476 d.C.; la Media, desde esa fecha a la caída de Constantinopla en poder de los turcos en el 1453 de nuestra era; la Moderna, desde 1453 hasta la Revolución Francesa, en 1789; y la Contemporánea, desde 1789 a 1945, con el final de la II Guerra Mundial. El periodo que abarca de 1945 hasta la fecha comienza a denominarse, sin acuerdo unánime entre los historiadores, como "Época actual". 

En la Historia de España esas fechas varían en función de acontecimientos locales: la edad Antigua termina en el año 711 d.C., con la invasión musulmana de la Península Ibérica; la Media en 1492, con la conquista de Granada y el descubrimiento de América; la Moderna, con el inicio de la Guerra de Independencia en 1808; y la Contemporánea, con el final de la dictadura franquista en 1975.

Esas divergencias se extienden, lógicamente, también a hechos concretos o periodos de la historia mucho más cortos temporalmente. Otro ejemplo es el de la Transición a la democracia en España después de la muerte de Franco. Para unos, la Transición, o lo que se ha dado en llamar así, abarca desde la caída de Arias Navarro como presidente del gobierno, el 1 de julio de 1976, hasta la investidura para el mismo cargo de Felipe González, el 2 de diciembre de 1982. Para otros, entre los que me encuentro, la Transición a la democracia en España es el periodo que va del 22 de noviembre de 1975, con la subida al trono del rey Juan Carlos I, a la aprobación por referéndum de la Constitución, el 6 de diciembre de 1978.

En ese periodo que va de finales de 1975 a finales de 1978, hubo figuras políticas que asumieron un papel protagonista de primer orden. Sí, ya sé que la Historia la hacen en definitiva los pueblos, "haciendo" o "dejando" hacer, pero yo no tengo una especial predilección por los métodos marxistas de interpretación de la historia, así que, con todas las reservas, sigo creyendo que la Historia la personifican, simbolizan y la impulsan personas y nombres concretos, y por supuesto el Azar (o la diosa Fortuna) que también echa una mano de vez en cuando.

Entre las personalidades que ponen nombre y simbolizan el periodo conocido como la Transición española a la democracia, yo destacaría cuatro principalmente. Es una elección subjetiva, por supuesto, y pueden ustedes añadir a quienes estimen conveniente. Los tres primeros son de sobra conocidos por todos. Se trata del rey Juan Carlos I; el secretario general del Partido Comunista de España en aquel momento, Santiago Carrillo; el presidente del gobierno Adolfo Suárez; y un cuarto, que casi nadie recuerda ya y que jugó un papel fundamentalísimo en el tránsito de la dictadura a la democracia: Torcuato Fernández-Miranda, en aquellos momentos presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. Solo el rey Juan Carlos permanece vivo. Pero los cuatro han entrado ya por derecho propio en la Historia de España.

Si quisiera destacar en algún hecho relevante el papel jugado por cada uno de los citados en la Transición, señalaría el impulso del rey forzando la dimisión como presidente del gobierno de Carlos Arias y designando como su sucesor a Adolfo Suárez, en aquel instante un absoluto desconocido políticamente, y que, para más "inri", ocupaba el cargo de secretario general del Movimiento. De este último, ya está todo -o casi todo- dicho, aunque si hubo un gesto que vale más que mil palabras sobre su valentía sería el del reconocimiento legal del partido comunista en unos momentos en que aquello suponía echarse encima a la práctica totalidad de la cúpula militar y  a todo lo que quedaba del "establishment" del antiguo régimen y sus valedores. De Santiago Carrillo no puedo menos que reconocerle la valentía, contra la incomprensión de la mayoría de los militantes del PCE, de reconocer y aceptar la monarquía y la bandera bicolor (la bandera secular de España) en momentos en que buena parte de los españoles dudaban -con razón- de la voluntad democrática del gobierno de Suárez y del propio Rey.

Del cuarto de los citados, Torcuato Fernández-Miranda (1915-1980), que fue vicepresidente del gobierno y ministro secretario general del Movimiento con Carrero Blanco, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino entre diciembre de 1975 y junio de 1977, catedrático de Derecho Político, y profesor y preceptor del entonces príncipe Juan Carlos, se ocupa el escritor Arcadi Espada con motivo del próximo centenario de su nacimiento en un interesante artículo titulado "La gran política", que pueden leer en el enlace anterior, y que les recomiendo encarecidamente. Las maniobras de que se valió para forzar la inclusión del nombre de Adolfo Suárez en la terna de candidatos que el Consejo del Reino debía elevar al rey para designar de entre ellos al sucesor de Arias Navarro, narradas ya por extenso, y que Espada recrea de nuevo en su artículo, parecen más propias de un tahúr de la política que de un gran hombre de Estado. Pero la verdad es que, en algunas ocasiones, el fin justifica los medios, y hay que saber estar a la altura de estos. Y él supo estarlo.

De los cuatro personajes citados tuve el honor, hace ya cuarenta años de ello, de conocer y saludar personalmente a dos de esos cualificados protagonistas de la Transición española a la democracia: al presidente Adolfo Suárez y al rey Juan Carlos. Lamento no haber podido hacer lo mismo con Santiago Carrillo y Torcuato Fernández-Miranda. Mi agradecimiento, como ciudadano a todos ellos, y a todos los demás españoles anónimos que hicieron posible la transición española a la democracia en paz y sin derramamiento de sangre.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El rey Juan Carlos y Adolfo Suárez (Julio, 2008)





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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

lunes, 14 de abril de 2014

Pilar Urbano y el 23-F




La escritora Pilar Urbano



No he leído el nuevo libro de Pilar Urbano sobre el "23-F" y no pienso hacerlo en el futuro. Tampoco suelo hacer juicios de valor tan radicales, pero bastantes tonterías se leen cada día como para encima pagarlas de mi bolsillo y perder mi tiempo en ellas. Su libro me parece mero oportunismo comercial. Y también supongo que es casualidad que se publique nada más morir uno de sus protagonistas, si bien es cierto que desde muchos años atrás esa persona, el expresidente Adolfo Suárez, estuviera fuera de toda posibilidad de confrontar la realidad de los hechos con las ocurrencias de doña Pilar. Sobre el otro protagonista, el rey, sabe que no va a abrir la boca; porque no puede, no porque no quiera. Pero la provocación y la maledicencia son productos recalcitrantes en la pluma de la señora Urbano. 

La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura... Lo decía mi amigo, el ilustrado François Marie Arouet, alias Voltaire, a mediados del siglo XVIII y creo que su admonición no ha perdido ni un ápice de vigencia. La verdad histórica -nunca definitiva por principio- la formulan los historiadores a través del examen, interpretación y comentario riguroso de los testimonios documentales y materiales existentes en cada momento. La verdad judicial la establecen los jueces y tribunales, y como se suele decir, para bien y para mal, eso va a misa cuando adquiere la condición de cosa juzgada. Todo lo demás es oportunismo, maledicencia o manipulación descarada, que es lo que suele hacer doña Pilar Urbano con extremada fortuna editorial, por lo que parece.

Una de las personas que más y mejor ha escrito sobre el 23-F y el papel de Suárez y del rey Juan Carlos en el mismo ha sido el escritor Javier Cercas. En fecha tan reciente como el pasado 1 de abril, escribía en el diario El País un artículo, titulado "El hombre que mató a Francisco Franco", en el que dice, literalmente, que  "tras su muerte [la de Adolfo Suárez], hemos escuchado estos días muchas obscenidades, mentiras y vilezas". Entre ellas, sin nombrarla, las de doña Pilar.


Va a hacer cinco años dentro de unos días, mientras paseaba con mis nietos por la calle de Triana en Las Palmas, compré en la Librería Atlántico el libro que Javier Cercas escribió sobre el "23-F": "Anatomía de un instante" (Mondadori, Barcelona, 2009). Lo comencé a leer esa mismo noche y lo terminé dos días más tarde bajo el porche de nuestra casa de Maspalomas. No voy a hacer una crítica del libro de Cercas (las recibió, y muy duras también, como la del enlace de más arriba) ni textual, ni de ningún otro tipo. Que cada uno de los lectores saque sus propias conclusiones. Pero tengo la sacrílega (para algunos) costumbre de rellenar con anotaciones, pensamientos a vuela pluma, preguntas, interrogantes y signos de admiración, amén de subrayados y líneas al margen, las páginas de los libros que leo. Cuando son de mi propiedad, claro está. El número de anotaciones no es signo indiscutible de nada, pero sí, al menos, de que me ha interesado lo que leía.

Mi primera anotación al texto de "Anatomía de un instante" la realizo al margen de la página 208 y dice así: "Yo, ese día, lo único que sentí fue una vergüenza inmensa". Y lo que la ha motivado es el párrafo en el que Javier Cercas habla de las similitudes entre la ocupación del Congreso de los Diputados por el teniente coronel Tejero, en 1981, y la de la mítica entrada a caballo en el hemiciclo, en 1874, del general Pavía. Mítica, sí, porque Pavía nunca entró a caballo en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, sino a pie, ante lo cual los diputados republicanos salieron de las Cortes en desbandada. En 1904, Nicolás Estébanez, grancanario como yo, poeta, político liberal, revolucionario y republicano que acabó monárquico, y treinta años atrás diputado en las Cortes de 1873, escribiendo sobre ese hecho, comentó: "No rehuyo la parte de responsablidad que pueda corresponderme en la increible vergüenza de aquel día; todos nos portamos como unos indecentes". Y afirma Javier Cercas al respecto: "Aún no han transcurrido treinta años desde la asonada de Tejero, y que yo sepa, ninguno de los diputados presentes el 23 de febrero en el Congreso ha escrito nada semejante". Y en la página siguiente, la 209, afirma con rotundidad: "Ésa fue la respuesta popular al golpe: ninguna. Mucho me temo que, además de no ser una respuesta lúcida, no fuera una respuesta decente". Totalmente de acuerdo con él. Y esa es una más de las razones de mi vergüenza esa fatídica tarde: los españoles (entre los que me incluyo, claro está) ese día nos quedamos sentados ante la radio viéndolas venir... A partir de esa pagina las anotaciones se van a ir sucediendo con profusión.

"Anatomía de un instante" es el relato-crónica pormenorizado, detallista y exhaustivo del golpe de estado del 23 de febrero. Del "por qué", del "cómo" y los "por quién". De la "placenta" del golpe, como la denomina Cercas, de su desarrollo y de sus consecuencias. Y su título hace referencia a ese momento, clave, en que tras los disparos de los guardias civiles en el interior del hemiciclo, como en el fotograma congelado de una película, aparte de los asaltantes, sólo el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez; su vicepresidente, el general Gutiérrez Mellado, y el diputado y secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, permanecen impertérritos en sus escaños mientras las balas silban a su alrededor. A explicar el "por qué" de ese hecho y a reinvindicar históricamente sus figuras, y el protagonismo y responsabilidad que tuvieron en la génesis del 23-F, está destinado buena parte del libro.

La última de mis anotaciones está en la páginas 434 (el libro tiene 437 sin contar notas y apéndices), y no es tal, sino un subrayado de diez líneas que dicen lo siguiente: "El franquismo fue una mala historia, pero el final de aquella historia no ha sido malo. Pudo haberlo sido: la prueba es que a mediados de los setenta muchos de los más lúcidos analistas extranjeros auguraban una salida catastrófica de la dictadura; quizá la mejor prueba es el 23 de febrero. Pudo haberlo sido, pero no lo fue, y no veo ninguna razón para que quienes por edad no intervinimos en aquella historia no debamos celebrarlo; tampoco para pensar que, de haber tenido edad para intervenir, nosotros hubiésemos cometido menos errores que los que cometieron nuestros padres".

Es en todo caso una lectura recomendable para los que tenemos edad para recordar lo que pasó aquel día, asumiendo nuestra cuota de responsabilidad personal e histórica; y para los que no tenían edad para recordarlo y mucho menos comprenderlo, para que aprendan el valor de la libertad, los sacrificios de su conquista, y la facilidad con que ésta puede perderse por la estupidez y la ambición y la soberbia de los hombres. 

Termino esta entrada invitándoles a releer lo que escribía hace unas semanas en el blog en el aniversario del intento de golpe de Estado: "El 23-F, 33 años después. Un recuerdo personal". Espero que les resulte interesante. 

 Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El escritor Javier Cercas




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sábado, 13 de abril de 2013

Santiago Carrillo: ¿Una biografía con zonas oscuras?





Santiago Carrillo



Mi hija Ruth decía hace unos días en su blog, pienso que con acierto, que no son las ideas sino las personas las que merecen respeto. Las ideas se pueden y se deben combatir, pero siempre con palabras, no con insultos, tiros, bombas y muerte. Como los creyentes sobre la virginidad de María de Nazareth, la madre de Jesús, confieso que no he sido, soy, ni seré comunista. Hace unos meses una buena amiga asturiana rompió todas sus relaciones conmigo porque me atreví a decirle que no creía en el comunismo; que su experiencia histórica como sistema había sido un desastre sin paliativos que había causado mucho sufrimiento, dolor y muerte; tanto o más que la otra experiencia totalitaria con la que protagonizó la primera mitad del siglo XX: el nazismo. Me dolió esa ruptura porque mi idea de la amistad estaba y está por encima de ideologías políticas. Y porque, sinceramente, tengo un enorme respeto por las personas concretas que fueron perseguidas y murieron por defender una idea que consideraban acertada y redentora, aunque para mí fuera, y sea, errónea. 

Todo lo anterior viene a cuento por la reciente lectura de un artículo de la periodista y corresponsal de El País en Londres, Tereixa Constenla, sobre una nueva biografía del que fuera todopoderoso secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, escrita por el historiador e hispanista británico Paul Preston. Biografía y artículo que han tenido una inmediata respuesta, también en El País, por parte del historiador español Antonio Elorza; por cierto, una de las "víctimas" políticas de Santiago Carrillo.

Tengo que reconocer una vez más que, aun sin compartir lo más mínimo su ideología política, siento un enorme respeto por la persona de Santiago Carrillo. Sobre todo, por el papel que jugó, abolutamente determinante, en la ahora tan denostada -creo que injustamente- transición española a la democracia. Como podrán observar, frente al uso políticamente correcto del término, he escrito "transición" con minúscula, reconociendo con ello que tuvo fallos y carencias que ahora estamos pagando, quizá con exceso, pero que fue -a mi juicio- un acierto indudable en su momento. Un momento histórico plagado por fortuna de hombres políticos que supieron poner por delante de sus propios intereses partidistas los del común de los españoles. Entre ellos, y con un protagonismo esencial y especial, Santiago Carrrillo. De ahí, que su figura personal y política haya merecido un tratamiento especialmente generoso por parte de este blog en las varias entradas a él dedicadas y a cuya lectura les remito.

En todo caso, su enorme talla política, que creo no admite discusión, quedó manifiesta para la Historia, ahora sí con mayúsculas, aquel 23 de febrero de 1981 en que, junto al presidente del gobierno, Adolfo Suárez, y su vicepresidente, el general Gutiérrez Mellado, permanecieron impertérritos en sus escaños del Congreso ante los disparos de los militares golpistas mientras el resto de Sus Señorías se tiraban de cabeza al suelo. Ellos, y solo ellos, salvaron para la Historia de España el honor del Congreso y de los españoles. Y aunque solo fuera por ese gesto, los tres se merecen mi eterno respeto y admiración.

Posdata: Con fecha 29 de mayo de 2013, el catedrático de Historia de la Universidad de Carolina del Norte, Michael Seidman, publica en el blog "Vitrinas", editado por Revista de Libros, una más que interesante crónica, titulada "El zorro rojo", sobre el libro de Preston que estamos comentando en la que también pone en cuestión algunos de los presupuestos del historiador británico a la hora de biografiar a Carrillo.

Y sean felices, por favor; o al menos inténtenlo. A pesar del gobierno y del mundo. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Adolfo Suárez y Santiago Carrillo







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"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen)

martes, 18 de septiembre de 2012

Santiago Carrillo: "In memoriam"





Carrillo y el Rey: ¿Una imagen incómoda?


El pasado 15 de agosto dediqué una de mis entradas del blog a glosar la figura política y la persona de Santiago Carrillo, histórico exdirigente del Partido Comunista de España, fallecido hoy a los 97 años de edad en su casa de Madrid.

No era la primera vez que le dedicaba mi atención, y desde este enlace pueden ustedes acceder, al menos, a las ocho últimas entradas en que escribí sobre él lleno de admiración y respeto hacia una de las figuras claves de la tan denostada hoy "transición española" a la democracia. Transición y democracia que, sin su concurso, muy posiblemente no hubieran sido lo que fueron, y con toda seguridad, bastante peor.

Santiago Carrillo no necesita un panegírico. Se ha ganado un puesto de honor en la historia reciente de España, que yo, anticomunista convencido, no puedo discutirle ni escatimarle. Prueba de ello, la visita del rey a la familia del exdirigente comunista nada más conocerse su fallecimiento. Una imagen incómoda para cierta izquierda empecinada en equivocarse de enemigo.

El vídeo con el que acompaño esta entrada corresponde al capítulo 13 y último de la serie que TVE dedicó a la "transición española". En él se relatan los hechos acaecidos en los meses de febrero a junio de 1977, precisamente el período en que fue legalizado por el gobierno de Adolfo Suárez el partido comunista.

Desde este otro enlace pueden ustedes acceder a un amplio y detallado reportaje sobre la peripecia personal y política de Santiago Carrillo a lo largo de sus casi cien años de vida. 

Sobre la vergonzosa tarea de desprestigio y basura hacia su persona de los medios de prensa, radio y televisión de la reaccionaria y casposa ultradederecha española, tan paradigmáticamente representada por Libertad Digital, Intereconomía, La Gaceta, Canal13, y demás órganos afines, mejor correr un tupido velo...

Conmovedor y un tanto cínico, por oportunista, el sentido homenaje de la dirección del partido comunista español a su exsecretario general, partido del que fue expulsado en abril de 1985 y nunca rehabilitado en su militancia.

Espero y deseo como decían los antiguos romanos, que la tierra (el mar en este caso) le sea leve y que descanse en paz para siempre. Se lo merece. 

Y sean felices, por favor; a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt







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viernes, 17 de agosto de 2012

Santiago Carrillo: El 15-M y el futuro de la democracia

¿Se puede sentir admiración y respeto por un personaje público, un político, y simultáneamente tener la convicción de que en ningún caso vas a votar por él o su partido? En mi caso, sí, desde luego. Al menos en lo que se refiere a Santiago Carrillo, exsecretario general del Partido Comunista de España.

Mi admiración y respeto por él, como persona y como hombre público, se inicia el 9 de abril de 1977, cuando el gobierno de Adolfo Suárez, legaliza de improviso y por sorpresa al Partido Comunista de España, en un día que ha pasado a la historia de España con el sobrenombre del "Sábado Santo Rojo". Y el porqué, por la audaz declaración ese mismo día del entonces todopoderoso secretario general del PCE, flanqueado por la bandera bicolor, anunciando que su partido aceptaba y respetaba la monarquía y la bandera de España, siempre que la monarquía y el gobierno de España promovieran y respetaran la democracia y las libertades. ¿Oportunismo político?, es posible, pero también un gesto por su parte que fue el impulso que le faltaba a España para abrirse a la libertad.

La otra razón que justifica mi admiración por Santiago Carrillo es otro gesto. En esta ocasión el posible oportunismo estaba fuera de lugar. Me refiero al intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Su gallardía e inmutabilidad ante los disparos de los militares golpistas dentro del Congreso, junto al presidente Adolfo Suárez y el vicepresidente Gutiérrez Mellado, constituyen una de las escenas más memorables y emotivas de la reciente historia de España.

No comparto, me resultaría imposible, muchas de sus opiniones; ni entonces, ni luego, ni ahora.  Pero siempre escucharé con respeto lo que diga. Tamaragua, amigos. HArendt


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miércoles, 29 de febrero de 2012

Manuel Fraga: ¿ángel o demonio? Una anécdota personal






Manuel Fraga





El malogrado historiador británico Tony Judt, sobre el que ya he escrito varias veces en el blog en estos meses, decía en uno de sus últimos libros ("Algo va mal". Taurus, Madrid, 2010) que hay que tener mucho cuidado con las palabras que utilizamos para calificar los hechos y los personajes políticos, si es que queremos darnos a entender y que nos entiendan correctamente. En ese sentido, y en referencia a la figura del recientemente fallecido Manuel Fraga Irirbarne, fundador del Partido Popular, expresidente del gobierno gallego, ministro con Franco y en el primer gobierno de la monarquía, profesor universitario, triunfante opositor de todo a lo que se presentó salvo la presidencia del Gobierno de España, creo que se han dicho muchas cosas de él, a favor y en contra, de evidente exageración, cuando no falsedad.

No voy a hacer un panegírico en su memoria, pues nunca fue santo de mi devoción, pero tampoco denostarlo con calificaciones como las de fascista que le han atribuido desde la extrema izquierda. En mi opinión fue un político conservador y autoritario a la vieja usanza, más del periodo de entreguerras, que de la segunda mitad del siglo XX, con un concepto bastante restringido del liberalismo y de la democracia, arisco y prepotente en lo personal, pero en un ningún caso un extremista de derechas y mucho menos un político fascista. Se ha dicho de él, como un elogio, que tenía el Estado en la cabeza; otros, con intención contraria, han dicho que lo que tenía era la obsesión del poder. En resumen, y parodiando el título de la deleznable novela de Dan Brown, no fue ángel, pero tampoco demonio.

De entre todo lo que he leído sobre él a raíz de su muerte, los dos artículos que más me han gustado y que pienso que mejor reflejan su personalidad y trayectoria política, son los escritos en el diario La Voz de Galicia por el que fuera su vicepresidente en el gobierno gallego, primero, y adversario político después, el profesor Xosé Luis Barreiro.   

En el primero de ellos: "El día en que Manuel Fraga perdió el poder", dice de él que fue un hombre más devoto del poder que de la política, al que le sobraba autoridad, y le faltaban sosiego, humanidad y estética. En el segundo, publicado unos días después en el mismo períódico: "Manuel Fraga: sinfonía de poder en cuatro tiempos", traza un pormenorizado análisis de la trayectoria política vital de Manuel Fraga durante el franquismo, la transición, el periodo ya plenamente constitucional, y finalmente, el de su vuelta a Galicia como presidente del gobierno autónomo, periodo este del que dice que fue para Fraga lo mismo que la isla de Elba para Napoleón: un imperio chiquitito en el que podía jugar a lo que quiso ser; un acelerador de nostalgias más potente que el acelerador de partículas del CERN; y un lugar para preparar el regreso hacia una España y una Europa que padecía los mismos desenfoques que la Francia y la Europa a la que quiso volver Napoleón. La única diferencia es que Fraga, al contrario de Napoleón, percibió muy pronto la irreversibilidad de su último destino, y por eso pudo evitar su Waterloo.

Conocí a Manuel Fraga, el todopoderoso ministro de Información y Turismo del régimen, en el verano de 1963, durante mis vacaciones escolares. Yo tenía 17 años recién cumplidos y bastantes pájaros en la cabeza, lo que me llevó a escribirle una carta pidiéndole una bandera de España. No recuerdo muy bien que alegaba en mi misiva para justificar la petición. En todo caso, sabía que mis padres no me la iban a comprar si se la pedía y que yo no tenía dinero para ello. 

El caso es que casi a vuelta de correo, recibí un escrito de la Secretaría del Ministro en el que se me comunicaba que había accedido a mi petición y que pasara por el ministerio en una fecha y hora determinada para hacerme entrega de la bandera. Y allí me fui, hasta el inmenso edificio del Ministerio de Información y Turismo en el Paseo de la Castellana, muy cerca de la Plaza de Castilla, y a pocos minutos a pie de la casa de mis padres. 

No espero que se imaginen la cara de pasmo que pusieron los funcionarios del Ministerio cuando vieron acudir al despacho del Ministro a un crio con una carta en que se le citaba para una entrevista con el Sr. Ministro; supongo que la misma que se me puso a mí cuando su secretario me hizo pasar al despacho del Ministro. Y allí estaba todo sonriente y jovial el Sr. Fraga Iribarne; recuerdo que me saludó con efusión, me preguntó por mis estudios y mis padres, y eso sí, me despachó con celeridad una vez que pidió me trajeran la bandera y me la entregara. A decir verdad, me llevé una decepción, porque la bandera, que yo esperaba bordada en seda y con el escudo nacional era en realidad una banderola de esas que se ponían, y ponen, aún hoy, en las calles cuando hay alguna festividad, de dos en dos, sobre las farolas. No tenía escudo alguno y el mástil era un rústico palo pintado de blanco.

En todo caso. aun con cierta innegable decepción, recogí mi bandera y enrollada en su mástil (palo) volví orgulloso hasta mi casa para colocarla en mi habitación. Allí estuvo hasta que me vine a vivir a Canarias, cuatro años más tarde, y en Canarias sigue, en un cajón donde guardo algunos otros recuerdos de épocas pasadas, quizá demasiados recuerdos, pero es que uno, en el fondo, es un sentimental.

El vídeo que he puesto acompañando la entrada de hoy es el del famoso baño del ministro Fraga y del embajador de los Estados Unidos de América en la playa de Palomares, en 1966, a raíz del desafortunado accidente en el que varias bombas nucleares cayeron al mar, sin explotar, en dicha playa andaluza.

Sean felices, por favor, a pesar del Gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt





Fraga y Carrillo: respeto mutuo




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martes, 2 de agosto de 2011

Bildu: ¿bisoñez o provocación?





Manifestación en favor de presos de ETA




Desde mi entrada del 5 de mayo pasado: "Bildu y las elecciones del 22 de mayo en España", no he cambiado de opinión respecto a lo que en ella manifestaba sobre Bildu justo dos semanas antes de las elecciones regionales y locales que le concedieron una buena parte del poder institucional en el País Vaco. Pero no deja de ser cierto que su comportamiento desde ese día me ha provocado una incómoda sensación de no saber si estamos ante una muestra de bisoñez política, ante una provocación para ver hasta donde pueden tensar el arco, o lisa y llanamente, que nos hemos equivocado con ellos y que no merecen la presunción de demócratas que se les ha conferido. 

O quizá todo sea porque en el código genético de la izquierda radical vasca, como en el de la extrema derecha de cualquier lugar (ya se sabe que en política y en geometría los extremos se tocan) es que, simplemente, no existen conceptos como los de derechos, libertades, democracia, pluralismo, respeto, tolerancia, etc., etc.


Los primeros gestos de Bildu me parecieron una simple provocación: retirar la foto del rey, no izar la bandera española... ¿Quizá para ver hasta donde podían llegar? No lo se; lo que me asombró mas no fue su comportamiento, que era el esperado, sino la tibia respuesta política a su provocación, si es de que de eso se trató, por parte de populares y socialistas. Lo de los guardaespaldas, miren por donde, me pareció bien... No lo tengo muy claro, pero... ¿antes de las elecciones los guardaespaldas entraban en los salones de plenos de ayuntamientos, diputaciones y gobierno regional con sus protegidos?

Un reportajeayer lunes, del corresponsal del diario El País en San Sebastián trasladaba la impresión de que la cúpula de Bildu estaba virando lenta, pero sin pausa, hacia las tesis más radicales de los dirigentes históricos de la antigua Batasuna y ETA. No acabo de creérmelo, pero lo que se ve es lo que se ve, aunque también he leído declaraciones de miembros de Bildu que se posicionan a favor de las víctimas de ETA. Todo muy contradictorio, y como siempre, habrá que dar tiempo al tiempo. 

En todo caso, estos gestos contradictorios me han hecho recordar lo acontecido aquel 15 de abril de 1977, justo seis días después de la decisión del presidente Suárez de legalizar el Partido Comunista de España, ¡qué esa si que era una "bestia negra" para una buena parte de los españoles de la época!, que tan admirablemente relató el periodista Joaquín Bardavío en su libro "Sábado Santo Rojo" (Ediciones V, Madrid, 1980). 

Ese día, en una abarrotada rueda de prensa, el máximo dirigente del PCE en aquel entonces Santiago Carrillo, dando pruebas de la madurez política de su organización, dijo que el cambio de toda la situación política de España, tras una detenida deliberación, les había llevado a considerar su actitud hacia los símbolos y emblemas del Estado que acaba de reconocerles, y que por eso, en tanto que representativa de ese Estado que les reconocía, habían decidido colocar aquel día allí, en la sala de reuniones del Comité Central, al lado de la bandera de su partido, que era y seguiría siendo la roja con la hoz y el martillo, la bandera del Estado español, la bandera bicolor. En lo sucesivo, en los actos del partido -añadía- al lado de la bandera de éste, figurará la bandera con los colores oficiales del Estado. La bandera -continuó- no puede ser monopolio de ninguna facción política, ni mucho menos podríamos abandonarla a los que intentan hacer uso de ella para impedir el paso de la dictadura a la democracia. Esa bandera -concluía- es hoy por hoy una bandera de todos los españoles, independientemente de las ideas políticas que profesen. No puedo estar más de acuerdo con esa declaración.

Momentos después, Santiago Carrillo sacaba a colación el otro gran símbolo del Estado: "Si la monarquía continúa obrando de una manera decidida para establecer en nuestro país la democracia, estimamos que en unas próximas Cortes nuestro Partido y las fuerzas democráticas podrían considerar la monarquía como un régimen constitucional".

¿Mero oportunismo? Creo, sinceramente, que no. Creo que el PCE, por el que no siento especial simpatía, por el que nunca he votado y por el que no creo que vaya a hacerlo en ocasión alguna,  mostró con su actuación la moderación, la entereza y la madurez de una organización política auténticamente democrática. Bildu, de momento, no parece haber demostrado nada parecido. Y ese es su problema y el que de quienes les han votado, no del Estado que ampara y protege su indiscutible derecho a participar en la vida democrática vasca y española.

El vídeo que acompaña esta entrada es una entrevista que el programa Informe Semanal RTVE realizó hace unos años al exsecretario general del PCE, Santiago Carrillo. Espero que disfruten de ambos. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt 





Santiago Carrillo en los años 80




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Entrevista a Santiago Carrillo (Informe Semanal - RTVE)

miércoles, 23 de febrero de 2011

El golpe de estado del 23-F, treinta años después






Gutiérrez Mellado y Adolfo Suárez 






Estoy muy cansado... Pero comparto lo que para sí misma, y sobre lo que para ella representaba la tarea de escribir, decía la novelista francesa Françoise Sagan y que yo  reproducía en mi última entrada del blog. 

Hoy, trigésimo aniversario del intento de golpe de estado que ha pasado a la historia bajo las siglas 23-F, me hubiera gustado decir o escribir algo original, pero creo que es una tarea estéril. Salvo voces aisladas como las del abogado, escritor y cineasta grancanario Gustavo Socorro que aún insisten en el argumento de tramas secretas y en la implicación del propio rey Juan Carlos o de personas de su entorno más inmediato en la preparación del golpe, la verdad política, jurídica e histórica, está ya dicha. 

En varias ocasiones he escrito en el blog sobre el 23-F [v. "El día de la ignominia", "Anatomía forense" o "Anatomía de un instante"]. En la Wikipedia se puede encontrar una información muy sucinta sobre el hecho, pero con buenos e interesantes enlaces. Y en El País de hoy puede verse, y descargarse pare el recuerdo, las siete ediciones facsímiles que dicho diario publicó sobre el desarrollo del golpe de estado a lo largo de los días 23 y 24 de febrero de 1981.

Personalmente viví la jornada con un sentimiento de profunda vergüenza. Sí, creo que ese fue el único sentimiento del que guardo recuerdo. En ningún caso de miedo o temor. Aquella tarde había estado acompañando a mi mujer a comprar unas cortinas para el cuarto de estar, y luego a las cinco, hora de Canarias, estaba sentado en mi coche a las puertas del centro asociado de la UNED en Las Palmas esperando para asistir a un coloquio sobre alguna de las asignaturas, no recuerdo cual, que cursaba de la licenciatura en Geografía e Historia, escuchando la radio. Fue así como tuve noticia de lo que estaba pasando en Madrid. Volví a casa enseguida y llamé por teléfono a mis padres y mis hermanos, que vivían en Madrid. Y luego, como todos los españoles, me puse a escuchar la radio junto a mi mujer y mis hijas. 

Cuando el rey salió por televisión supe, con seguridad, que aquello había acabado y nos fuimos a dormir, más por agotamiento que por valentía. Al día siguiente mi mujer y yo fuimos a nuestros trabajos respectivos convencidos de que la rendición de los asaltantes era cuestión de horas. 

Aún hoy, treinta años después, no he logrado sobreponerme al sentimiento de vergüenza que sentí aquel nefasto día, que solo palía el recuerdo del honroso comportamiento ante los golpistas del diputado comunista Santiago Carrillo, del general Gutiérrez Mellado y del propio presidente del gobierno, en funciones, Adolfo Suárez. Ellos salvaron el honor del parlamento, del gobierno, del ejército y de los españoles.

La omisión de toda referencia a los nombres de quienes mancharon con su actuación el uniforme que portaban es absolutamente premeditada por mi parte. No creo que merezcan ni siquiera que se les mencione.

Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






   
Santiago Carrillo






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sábado, 10 de abril de 2010

A vuela pluma

 La escritora cubana Yoani Sánchez




Una de mis ineludibles lecturas diarias es el blog de la cubana Yoani Sánchez, "Generación Y". A mi, que, que soy locuaz por naturaleza y que asumo como propia la frase atribuida al escritor Mark Twain que citaba en mi entrada de ayer, la concisión y precisión de los textos de Yoani en su blog me llenan de admiración. Será por su condición de filóloga...

En su último comentario, que reproduzco más adelante, relata con sorna la confiscación de varios ejemplares de su libro "Cuba Libre" por, cito textualmente, "atentar contra los intereses generales de la nación". Entre los más de 2300 comentarios a su entrada que iban registrados hace unos momentos está el mio. No es que resulte excesivamente original, pero les animo a sumarse a él. Dice así:

Mi querida Yoani: En las democráticas sociedades europeas, España sobre incluida, una buena parte de sus gentes todavía siguen creyendo que la revolución cubana es un paradigma de libertad y que la culpa de todos sus males la tienen Estados Unidos y la Unión Europea. Eso ya no es ignorancia, ni buenismo, ni ansias libertarias, es lisa y llanamente estulticia, estupidez o en lenguaje más coloquial, que tú que eres filóloga comprenderás en sus justos términos, gilipollez. Uno de los políticos españoles que más admiro por su sensatez, Santiago Carrillo, ex-secretario general del PCE, se sumaba hace unos días en una entrevista televisiva a esa falaz teoría de la conspiración universal contra el régimen cubano. Me gustaría suponer que a sus 95 años de edad y de experiencia uno puede tener fallos de percepción; espero que fuera eso. Pero así están las cosas en esta vieja Europa. No desfallezcas, por favor. No dejes de denunciar la realidad de Cuba. Muchos de nosotros, desde nuestra cómoda posición de ciudadanos libres de un país libre, lo hacemos y te apoyamos. Un saludo muy cariñoso desde la isla de Gran Canaria, querida Yoani.


Les dejo ahora con la lectura del texto de Yoani Sánchez. Y por favor, no dejen de leer su magnífico blog, sin duda, y merecidamente, el mejor y más premiado en lengua española. En la sección de vídeos de este blog pueden ver uno de apoyo a Yoaní Sánchez por parte de Amnistía Internacional. Y sean felices, por favor. A pesar de los hermanos Castro. Tamaragua, amigos. HArendt





  Los hermanos Fidel y Raul Castro




Generación Y
 "Cuba Libre" preso en La Habana


Justamente ayer, la víspera de presentarse en Chile una compilación de mis textos con el título Cuba Libre, me llegó una   información de la Aduana General de la República. En ella me confirmaban la confiscación de diez ejemplares de mi libro enviados a través de DHL. En las rancias y breves palabras de la burocracia, me explicaban:

    Al realizar la inspección física del envío se detectó documentación cuyo contenido atenta contra los intereses generales de la nación, por lo que se procede a su decomiso en correspondencia a lo establecido en la legislación vigente.

Trato de reproducir la escena de “los especialistas” dilucidando si permitían o no que el libro traspasara las fronteras de esta Isla y llegara hasta mis manos. ¿Buscarían en sus páginas alguna imagen obscena que pudiera ofender la moral? De seguro no la encontraron entre las fotos de vallas inflamadas de consignas políticas, las desvencijadas entrañas de un automóvil abandonado y las banderas cubanas exhibidas en un mercado donde no vale la moneda nacional. Esto último puede parecer obsceno, pero no es mi culpa.

¿Serían celosos doctores de la gramática esos que manosearon las frases de Cuba Libre buscando quizás una errata  o un tiempo verbal mal usado?  ¿Se trataba acaso de analistas militares, indagando entre los párrafos de mis crónicas por códigos ocultos, revelaciones sobre la economía o documentos secretos de la Seguridad del Estado? Nada de eso hallaron, ni siquiera la receta de cómo fabricar guarapo, esa casi extinta bebida nacional que se logra exprimiendo la caña de azúcar.

Me conformo con fantasear que quienes impidieron a la versión española de mis textos llegar hasta cientos de amigos entre los que circularía eran unos uniformados con más disciplina que lecturas. Probablemente ya estaban avisados por los escuchas que monitorean constantemente mi teléfono; pueden haberles advertido incluso que no fueran a leer el contenido. Si tres años de publicar en el ciberespacio hubieran servido solamente para hacer llegar mi voz hasta estos torvos censores, sería suficiente motivo para sentirme satisfecha. Algo de mí quedará en ellos, como mismo su represiva presencia ha marcado mis crónicas, las ha empujado a saltar hacia la libertad.






Monumento a José Martí en La Habana




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sábado, 14 de noviembre de 2009

El pecado original de la democracia española


El rey Juan Carlos sanciona la Constitución de 1978




El 10 de octubre pasado el diario El País publicaba un artículo de José Vidal-Beneyto (n. 1929), catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y director del Colegio de Altos Estudios Europeos Miguel Servet de París, activo opositor al franquismo y participante destacado en el llamado "Contubernio de Múnich" (1962) y más tarde en la denominada Junta Democrática, creada en París en 1974 a impulsos del PCE de Santiago Carrillo.

El artículo se titula (pueden leerlo más adelante) "La corrupción y la transición intransitiva". Su lectura me produjo un profundo desasosiego. Desde ese día, he seguido con curiosidad los artículos y comentarios que han ido apareciendo tanto en El País como en otros medios de comunicación por ver si alguien respondía a las críticas que Vidal-Beneyto formulaba a la actual democracia española y a su proceso de transición desde el franquismo, viciada a su juicio, en origen, por una especie de "pecado original" que la convierte hayan sido cualesquiera sus logros, a ella y a sus protagonistas, incluido el rey, en algo "intrínsecamente" perverso. Pero nada, ni un solo comentario al respecto.

Una de los aspectos que más me desconcertó del artículo del profesor Vidal-Beneyto, profundo conocedor de la vida política francesa, y en su primera parte dedicado a analizar con detalle la rampante ola de corrupción que sacude también a la república vecina, es el de que, a la hora de incidir en las causas de la generalizada corrupción política de las democracias europeas actuales, cuando se refiere a la democracia española, la achaca (la corrupción) al proceso seguido durante la denominada "Transición española" desde la muerte del general Franco hasta la aprobación de la Constitución de 1978, haciendo recaer esa responsabilidad. de forma singularizada en la figura de don Juan Carlos, descalificado democráticamente "a limine" por su origen, -son sus palabras-, sean cuales fueren sus condiciones personales y lo acertado de su actuación.

¿El profesor Vidal-Beneyto está diciéndonos que fuera cuál fuera la ejecutoria personal y política anterior o posterior a 1978 de cada uno, todos los españoles que no hubieran sido militantes antifranquistas tienen negado, por su origen, la posibilidad de acceder a la condición de ciudadanos demócratas? ¿Es eso lo que ha querido decir?.., La verdad es que no lo tengo muy claro. En todo caso, sabiendo que el profesor Vidal-Beneyto no es precisamente de filiación demócrata-cristiana, me extraña ese explícito recurso suyo a un "pecado original" de la democracia española que la inhabilita de por vida sin posibilidad de redención.

Opté, después de comentar el artículo con algunos amigos, por olvidarme del asunto y aplazar "sine díe" cualquier comentario sobre el mismo en el Blog. Hasta el jueves, 12 de noviembre, que veo publicado en El País, un artículo del también profesor Gregorio Peces-Barba (n. 1938), catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid (de la que fue rector), miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, uno de los redactores de la Constitución de 1978 y presidente del Congreso de los Diputados entre 1982 y 1986. Pueden leerlo también más adelante: se titula "La razón en la política".

No hay en el artículo del profesor Peces-Barba ni una sola mención o referencia al del profesor Vidal-Beneyto, y es muy posible que nada tenga que ver con él, pero, en los primeros párrafos del mismo puede leerse una enérgica y fundamentada crítica de aquellos que descalifican "la Constitución de 1978 [...] personas, con más ambición que presencia real en aquellos tiempos, o que llegaron después sentando cátedra desde sus orígenes norteamericanos de legitimidad". O que "estaban, al final del franquismo, cuando todas las ayudas eran pocas, atrincherados en un temor que les paralizaba, poco coherente con levantar hoy la voz como profetas de la libertad y la igualdad, dando lecciones a todos y especialmente a quienes con gran esfuerzo y sacrificio hicimos la Transición y la Constitución". "Es manifiestamente injusto -añade-, sostener que en realidad fortalecimos al franquismo, con desdén, desprecio y falsedad como dicen esos "apóstoles" de una "verdadera transición". Tienen una visión paranoica, inventada y poco creíble de estos años, sufriendo por un protagonismo que no tuvieron, que se confunde con un negacionismo y un catastrofismo que niega la realidad".

Vaya por quién vaya la andanada, me siento reconfortado y reafirmado en mi criterio de que nadie está calificado en España para otorgar patente de "demócrata" a otro ciudadano, sea cual sea su origen u ideología. La condición de democrata se gana por la ejecutoria de cada cuál, no por su origen, y menos aún por la losa de un "pecado" o una "culpa" preexistente. Espero que les resulten interesantes. Y sean felices, por favor. Tamaragua,amigos. (HArendt)





El profesor José Vidal-Beneyto




"LA CORRUPCIÓN Y LA TRANSICIÓN INTRANSITIVA", por José Vidal-Beneyto
EL PAÍS - Opinión - 10-10-2009

La mitificación política del todopoderoso dinero y el disfrute del lujo en las posiciones más altas han pervertido la democracia en Francia y España. Aquí también ha influido el modo de acceso a la democracia.

El yo, ese monstruo preferible a todo" al que apostaban como emblema de la contemporaneidad, dos personalidades tan distintas y eminentes como Gide y Malraux, era una apuesta que, fueran cuales fuesen las condiciones que la acompañaban, confirmaba el imperialismo del yo en la escena de su tiempo, y culminaba el proceso de afirmación del individuo en la estructura ideológica de aquel panorama político. Lo que se tradujo en una dominación casi sin límites del individualismo, que señoreó el mundo contemporáneo, con sus
contrapartidas negativas, que las tuvo e importantes, pero a cuyo ímpetu creador debemos las grandes conquistas de la modernidad y las principales realizaciones del mundo actual. Avances que, en buena medida, hay que apuntarle políticamente a la causa del primer liberalismo, con la exaltación de la libertad que éste propició y que tan en consonancia estaba con el culto del ego que su doctrina alentaba. Pero al adentrarnos en el siglo XX se invirtió el paradigma. Intelectualmente nos situó en el firmamento de la irracionalidad con doctrinas y modas que celebraban en permanencia lo común indiferenciable, lo disparatado, lo colectivo, lo inverosímil; y que política-ideológicamente liquidaban al individuo y enterraban la
libertad, emparedándola entre el colectivismo despiadado de los comunismos y el totalitarismo opresor del nazi fascismo.

Esta inversión de principios y valores, que tan sustancialmente modificó nuestro universo ideológico, se produjo en una comunidad, la nuestra, desmoralizada y átona, sin pulso ético y -deporte aparte- con casi nulos impulsos colectivos, entregada a las solas actividades de comprar y vender, que son las propias de la condición mercantil en que nos ha confinado hoy nuestra función más mostrenca y eminente: la de mercado. Función que ha transformado nuestra vida colectiva en un paisaje frágil y tedioso, en el que lo público y lo privado parecen jugar al escondite, después de haber perdido un notable porcentaje de los rasgos diferenciales de sus identidades contrastadas y después de haber dejado atrás todas las consideraciones ancladas en la moral y el bien común, y de haber consagrado como únicos objetivos el negocio y el beneficio.

Es decir, después de haber abierto de par en par las puertas a la corrupción y de haberse abrazado al estragamiento de principios y prácticas. Que alcanzó primero a los actores económicos en su totalidad y luego, en una especie de ósmosis imparable se extendió al
conjunto de la sociedad civil y en particular a los políticos.

Dejando de lado el caso español, de cuyos corruptores y corrompidos este diario da abundante noticia, voy a centrarme en Francia, el segundo país, según las estadísticas, más corrupto de Europa, cuya peripecia política sigo muy de cerca. Comenzando por el dato más significativo, que a mi juicio es el aumento del número de personas condenadas por corrupción en el ejercicio de una función pública que fue de 69 en 1984, de 133 tres años después y que 10 años más tarde duplicó el número llegando a 286. A este respecto es importante señalar que los miembros de la sociedad civil condenados, empresarios sobre todo, son mucho más numerosos que los políticos y los altos funcionarios cobijados tras la opacidad de los fondos públicos y protegidos por las inmunidades parlamentarias. Conviene subrayar que las condenas recaen tanto a la derecha como a la izquierda y afectan tanto a políticos de base como a líderes y a personalidades muy celebradas. Anotemos los nombres de François Leotard, Alain Juppé, Robert Pandraud, Roland Dumas, Dominique Strauss-Kahn, Michel Mouillot, Michel Noir, Jean Tiberi, Alain Carignon, Bernard Tapie, Robert Hue y un muy largo y notable etcétera. Con la particularidad de que lo más sorprendente de esta naturalización invasora de la corrupción es que hoy sus más acérrimos defensores no son sus beneficiarios directos, sino todos aquellos que deberían combatirla y que la consideran, al contrario, como un componente fundamental y necesario para el buen funcionamiento de las sociedades actuales.

Esta increíble perversión es consecuencia de una estructura causal cuyos dos ejes centrales son: la mitificación política del dinero que todo lo puede, lo que lo constituye en el verdadero poder; y el lujo, el goce, el disfrute, acompañantes obligados de las posiciones culminantes, tanto en la esfera social como en la política. Quien en las alturas no nada en la abundancia de lo más exquisito no sólo se desconsidera frente a los demás, sino que se degrada a sus
propios ojos.

Esto es lo que nos explica que en este punto no haya habido diferencia entre Chirac y Mitterrand, ni siquiera entre el mito que fue De Gaulle y el ejecutor de habilidades que representaba Giscard d'Estaing. Era inevitable que la tan amplia generalización y el definitivo asentamiento de las prácticas corruptas generase modos comprobados de su ejercicio. A esto responde la aparición en los países del Sur de Europa de comportamientos cada vez más
declaradamente mafiosos, que han alcanzado carta de naturaleza casi pública.

La corrupción en nuestro país, a causa de las condiciones especiales de nuestro acceso a la democracia ha tenido una andadura muy particular, que algunos hemos calificado como transición intransitiva. En mi libro "Memoria democrática" (Foca, Madrid, 2007, 429 págs.) doy cuenta, conjuntamente con otros 26 compañeros analistas, de la entrada de España en democracia. O más precisamente, relatamos sine ira et studio, la transformación democrática del régimen franquista, que consistió en la metamorfosis del llamado Movimiento Nacional, hábil travestimento del falangismo operado bajo la inspiración directa del General Franco, en monarquía parlamentaria. Delicado desplazamiento cuyo gozne esencial fue Juan Carlos de Borbón, y a su través la confirmación del unánime imperio social del franquismo, que además ha venido acompañado de la falsificación de los grandes referentes del periodo, que no fueron la ruptura ni siquiera la reforma, que no existieron, sino la simple autotransformación del régimen impuesto, en el marco de la dictadura, por quienes tenían el poder y la legitimación para hacerlo.

La indignación de los que en aquellos iniciales años 70, desde el radical hermetismo de nuestra opción por la ruptura, descalificábamos a quienes nos anunciaban como inevitable una transición circular, es decir "más de lo mismo", fue puro voluntarismo, cuya principal consecuencia consistió en la perversa desmovilización del antifranquismo predemocrático y de sus aledaños. Por eso, en vez de desalentar a personalidades en proceso más o menos avanzado de conversión a la democracia cuyas propuestas (como las de Herrero de Miñón -El principio monárquico, 1972-; Jorge de Esteban -Desarrollo político y constitución española, 1973-; José Mª de Areilza -Diario de un ministro de la monarquía, 1977-; Rodolfo Martín Villa y un largo etcétera) podían servir para reforzar el proceso de alejamiento del franquismo de la parte más abierta de la sociedad española, contribuimos con nuestro radicalismo a problematizarlos, y con ellos a todo el amplio espectro de la derecha social del que eran de alguna manera portavoces.

Ahora bien, el papel desempeñado en todo este proceso por el actual Jefe del Estado español, y por ende, su responsabilidad, fueron determinantes. No se trata de emitir un juicio negativo sobre su actuación como Jefe del Estado y el propósito de esta reflexión no es el de pronunciar una descalificación por el ejercicio de su función sino el de proceder a una impugnación de su origen que lo ilegitima, que lo descalifica democráticamente a limine, sean cuales fueren sus condiciones personales y lo acertado de su actuación. Esa mancha original ha contribuido poderosamente, a nivel difuso y preconsciente, a la desmoralización política de la ciudadanía española, pues se trata de un ejemplo permanente que nos ha venido de lo más alto y cuya vigencia no ha menguado. De predilecto del dictador a número uno de la democracia. ¿Quién da más como perversión simbólico-política?





El profesor Gregorio Peces-Barba




"LA RAZÓN EN LA POLÍTICA", por Gregorio Peces-Barba
EL PAÍS - Opinión - 12-11-2009

Después del impresentable irracionalismo político del franquismo, la política en España recuperó un tono y una impronta mucho más racionales y razonables. La Constitución de 1978 fue la culminación de esa racionalidad y no deben ser consideradas algunas descalificaciones radicales de aquel esfuerzo ingente de personas, con más ambición que presencia real en aquellos tiempos, o que llegaron después sentando cátedra desde sus orígenes norteamericanos de legitimidad. Incluso algunos que descalifican a la Transición, estaban, al final del franquismo, cuando todas las ayudas eran pocas, atrincherados en un temor que les paralizaba, poco coherente con levantar hoy la voz como profetas de la libertad y la igualdad, dando lecciones a todos y especialmente a quienes con gran esfuerzo y sacrificio hicimos la Transición y la Constitución.

Creo que hicimos casi todo, devolviendo la racionalidad a la vida pública y que es manifiestamente injusto sostener que en realidad fortalecimos al franquismo, con desdén, desprecio y falsedad como dicen esos "apóstoles" de una "verdadera transición". Tienen una visión paranoica, inventada y poco creíble de estos años, sufriendo por un protagonismo que no tuvieron, que se confunde con un negacionismo y un catastrofismo que niega la realidad.

Creo que no tienen futuro, y que no serán nada en la cultura política y jurídica democrática. Sólo nos quedó algo sin hacer: el reconocimiento a todos los republicanos muertos, encarcelados, o exiliados, sin haber cometido ningún hecho delictivo, sólo castigados por sus ideas. Entonces era imposible, se puso el contador a cero y esa decisión generó injusticia y trato desigual. Los que sufrieron persecución injusta en el bando franquista fueron compensados con largueza después de la guerra, cubriendo con la razón de aquellos castigos, otros injustos, sin fundamento penal contra leales servidores de la República. Sin embargo, esta desigualdad, este desequilibrio de justicia no se ha superado y ahora, la reparación cuenta con un paso del tiempo que hace imposible, por ejemplo, la sanción penal. Es verdad que la Ley de Memoria Histórica llega tarde, porque no aprovechamos en ese ámbito la gran victoria de 1982. Se ha esperado más de 20 años, seguro que por una prudencia exagerada de los Gobiernos socialistas. Pero no puede este retraso ser motivo para no hacer nada. Hay que hacer, sin dudar, todo lo que es todavía posible: anular las condenas del franquismo, basadas en leyes aplicadas retroactivamente por tribunales ilegales, enterrar dignamente a los muertos, aún sepultados por cunetas, caminos y parajes de todo tipo, y devolver la dignidad moral a todos aquellos perseguidos sólo por sus ideas y por ser enemigos sustanciales del franquismo. También hay que reconocer a este Gobierno su impulso al tener y reclamar su protagonismo para reparar en lo posible el silencio y al olvido que ha acompañado a los perdedores de la Guerra Civil, aunque tenían la razón pero no la fuerza, como sostuvo con valor Miguel de Unamuno.

La recuperación de la razón que nos trajo la democracia y la Constitución, al cabo de 30 años, debe ser mantenida por las instituciones, por los partidos políticos y por la sociedad civil. Es verdad que han sido los años de convivencia, libre y democrática más largos y más fructíferos de nuestra historia, pero no son años exentos de peligros y de enemigos. El terrorismo y la corrupción son quizás los más vivos y los más destructivos para el sistema. Creo que con el terrorismo se han profundizado los remedios, y tras los intentos de todos los Gobiernos de buscar pacificaciones que trajeron paz y abandono de armas, existe un consensus omnium, un consenso de todos, para atajar sin respiro a esos grupos de asesinos, con la firmeza y la contundencia de la Ley y del Estado de derecho.

La corrupción ha dado, en los últimos tiempos, signos de fortaleza y de desarrollo preocupantes y que no auguran nada bueno. La acción conjunta de instituciones y poderes públicos, de partidos políticos y de ciudadanos tiene que actuar en diversos escenarios, desde una unidad de acción en la que no caben aprovechamientos de acciones producidas desde los adversarios políticos, ni mucho menos cerrar los ojos ante las corruptelas propias, o usar el "tú más" para disculparse. Las medidas imprescindibles, solidarias y totales podrían ser las siguientes:

a) Expulsión inmediata de los corruptos o presuntos corruptos de las instituciones que han utilizado para sus fechorías. Tolerancia cero y condena, de los propios y de los adversarios.

b) Pacto de no utilización de los hechos de corrupción para desviar la composición política de la institución concernida, modificándola con personas decentes y honradas.

c) Modificación de toda legislación que facilite la corrupción en el campo del urbanismo y de la vivienda y en cualquier otro que permita zonas de arbitrio, demasiado abiertas para manipulaciones, en municipios, comunidades autónomas, o poderes públicos estatales.

d) Establecimiento de órganos de control eficaces para controlar a los núcleos de decisión a todos los niveles.

e) Prohibición de aplicaciones presupuestarias sin control de organismos externos a los competentes directos de la autorización de pagos.

f) Transparencia total de todas las unidades de gasto, y disposición pública de todos sus gastos.

Estas medidas y otras que se establezcan con las mismas formalidades deben contar con el apoyo y la vigilancia de la policía y de los jueces. Debe variar la mentalidad de muchos miembros de la autoridad judicial que tratan con excesiva blandura a estos delincuentes económicos de altos vuelos que no deben contar con ningún privilegio y que si lo defraudado es importante deben permanecer normalmente en situación de prisión provisional. Deben ser observados con desconfianza aquellos jueces que no demuestren excesivo rigor en este tipo de delitos. Una política de apoyos mutuos debe acompañar a este gran pacto contra la corrupción, sin subterfugios ni ventajas sobrevenidas. Es profundamente inmoral esperar que se estrelle el adversario, convirtiéndole en enemigo a destruir. Especialmente el PSOE y el PP deben encabezar ese movimiento de regeneración, sin trucos, sin búsqueda de beneficios espúreos. Sería un ejemplo de racionalidad para la moralización de la política y para la recuperación del prestigio de los políticos, imprescindible para el impulso de patriotismo constitucional y para la propia credibilidad de España como país.





Constitución Española (1978)




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