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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Derechos Humanos: Reflexiones en su Día Mundial del 2014









A mi amiga Germana Roy, con inmenso cariño

Tal día como hoy de hace sesenta y seis años, el 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de la recien creada Organización de las Naciones Unidas, reunida en París, aprobaba y promulgaba solemnemente la Resolución 217A (III) que contenía la Declaración Universal de Derechos Humanos. Su elaboración, encomendada a una comisión especial de dieciocho miembros presidida por Eleanor Roosevelt, la viuda del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, duró dos años. La redacción final de la resolución, conocida como Proyecto Ginebra, por la ciudad donde se ultimó, corrió a cargo del francés René Cassin. Fue aprobada sin ningún voto en contra y ocho abstenciones.


Aunque algunos remontan su origen remoto al denominado "Rollo de Ciro", por el emperador persa de ese nombre del siglo VI a.C., sus antecedentes más inmediatos son, con toda evidencia, la Declaración de Derechos de Virginia de 1776 y la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa de 1789. 

La Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas supuso, a tres años del final del más sangriento conflicto bélico sufrido nunca por la humanidad, un aldabonazo moral de primer orden. Hay un precioso librito de la historiadora y profesora estadounidense Lynn Hunt: "La invención de los derechos humanos" (Tusquets, Barcelona, 2011), que parte de la necesidad de explicar el hecho de que los Padres Fundadores de la gran nación norteamericana pudieran sostener como evidente el principio de que todos los hombres son creados iguales en una sociedad en que la desigualdad era una realidad apabullante. Para ello, parte de la tesis de que a partir de la segunda mital del siglo XVIII nuevas formas de leer crearon nuevas experiencias individuales que, a su vez, hicieron posibles nuevos conceptos sociales y políticos que volvieron evidente a la gente normal nuevas formas de comprender y a partir de ello nuevos tipos de sentimientos. Para Lynn Hunt, dice el profesor Roberto Luis Blanco Valdés al reseñar su obra en Revista de Libros (mayo, 2011), la respuesta a esa pregunta está en aproximarse al estudio y comprensión de esos nuevos derechos "evidentes" en una sociedad tan dispar a partir de la aparición de nuevos sentimientos de empatía derivados de la lectura de libros epistolares como los de Rousseau, Richardson o Adan Smith, todos ellos producto de la Ilustración, en los que la empatía por el sufrimiento y el dolor ajeno enseñaron a sus lectores a pensar en "los demás" como sus iguales y semejantes haciendo brotar en ellos el sentimiento de la existencia de unos derechos humanos "evidentes" a pesar de todas las desigualdades e injusticias reales también evildentes. De ahí que las revoluciones americana y francesa, y sus consiguientes "declaraciones de derechos", puedan considerarse los antecedentes directos de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.

Sesenta y seis años después de esa Declaración el balance no cabe calificarlo sino de positivo. aunque mucho más lento de lo que habría cabido esperar. Organizaciones de defensa de los derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, ponen cada año en sus respectivos informes anuales, el dedo en una llaga que no acaba de cerrarse. El informe de Amnistía Internacional 2013, organización con la que me siento orgullo de colaborar asiduamente, expone en datos y cifras el número de Estados que en ese año torturaron a sus ciudadanos, reprimieron la libertad de expresión, toleraron juicios injustos, encarcelaron a presos de conciencia, llevaron a cabo ejecuciones, cometieron homicidios ilegales y desalojaron de sus casas a hombres mujeres y niños. El informe de Human Rights Watch, por su parte, se centra este año en el examen de las lagunas que en la defensa de los derechos humanos evidencian los Estados de la Unión Europea, concretamente en materias como inmigración y asilo, discriminación, intolerancia y lucha antiterrorista, sacándole los colores a Estados como Alemania, España, Francia, Grecia, Hungría, Italia, Países Bajos, Polonia, Reino Unido o Rumanía.

A la vista de todo ello parece lícito preguntarse si existe un progreso moral real de la humanidad. Uno de los que dice que sí y que no al mismo tiempo es el profesor Javier Gomá Lanzón, que en un artículo de hace unos años en Revista de Libros (agosto 2008) concluía aseverando: "la misma civilización que ha sabido progresar moralmente ganando a la opresión una más amplia esfera de libertad, ha usado esa libertad ampliada, en una medida no despreciable, para la inmoralidad más perversa, haciendo descender al hombre a unas profundidades de abyección y envilecimiento imposibles de predecir. De lo que se sigue, en fin, que si desde la perspectiva de la libertad cabe confirmar la existencia comprobada de un progreso moral, desde la del contenido de esa libertad y de su ejercicio efectivo sería casi un sarcasmo mantener semejante aserto. De ahí, añade, el matizado sí y no a la pregunta que se suscitó al principio".

Uno de los que dice que sí, que ese progreso moral existe y que vivimos en el mejor de los mundos posibles contra toda evidencia, es el prestigioso psicólogo estadounidense Steven Pinker en su libro "Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones" (Paidós, Barcelona, 2013). A analizar ese libro y la veracidad de los datos en él expuestos, le dedicaron sendos artículos en mayo de 2013 en Revista de Libros Juan Antonio Rivera y mucho más recientemente en El País del pasado 7 de diciembre Marc Bassets. La conclusión a la que llegan, y yo con ellos,  es que, efectivamente, a la vista incontrovertible de los datos que se exponen es muy probable que vivamos en el mejor de los mundos posibles, pero que esa verdad que los datos acreditan, en mi opinión, y como ya dije hace unos días comentando en las redes sociales el artículo de Rivera, el corazón no la percibe.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt








Entrada núm. 2204
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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

miércoles, 26 de junio de 2013

Federalismo contra nacionalismo




Caricatura antifederalista (España, siglo XIX)



Les pido perdón anticipadamente por el lenguaje bronco y hasta cierto punto soez de esta entrada, reelaboración de la del mismo título de fecha 22 de abril de 2011, pero es que estoy hasta los "mismísimos! del nacionalismo y de los nacionalistas, incluido el español, por supuesto.

¡Y es que me importan un huevo y la mitad del otro el ir contracorriente y el lenguaje políticamente correcto!... Detesto el nacionalismo: el cáncer de Europa, lo han llamado. Detesto el nacionalismo canario, el catalán, el vasco, el gallego, el andaluz, el extremeño, el español, el finlandés, el francés, el alemán, el británico, el lituano, el maltés, el padano, el serbocrata..., y el madrileño; sí, el madrileño también... Mi reacción de aquel día venía motivada, lo que son las cosas, por un partido de fútbol: ¿Qué coño pintaban esas miles de banderas nacionales españolas flameando en Mestalla durante la final de la Copa del Rey de unos días antes -me preguntaba- entre el Real Madrid C.F. y el Barcelona F.C.? ¿Qué creían esos zafios e ignorantes energúmenos que las enarbolaban, que la final era un partido internacional entre un equipo español y otro de las antípodas? ¿Pensaban acaso que más allá de la M-40 que circunvala la metrópoli madrileña todo es "tierra conquistada" y que España es solo el territorio y las gentes que rodea esa autovía? ¿Recuerdan ustedes que la en aquellos tiempos presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, doña Esperanza Aguirre, tildó de "empresa extranjera" a la catalana Gas Natural cuando pretendió comprar la "española" Endesa?

En el mismo sentido, pero en dirección contraria, me parece enormemente clarificador el artículo del historiador Antonio Elorza que publica el 28 de junio El País, y que lleva el título de "España contra Cataluña", en el que critica por su parcialidad, el congreso de historiadores promovido por la Generalidad de Cataluña, con ese mismo lema.

Soy un federalista convencido. No solo creo que el federalismo, tal y como lo expusieron a finales del siglo XVIII los ilustrados norteamericanos Hamilton, Madison y Jay en su memorable libro "El Federalista" (Fondo de Cultura Económica, México, 1994) -un texto que vale por sí mismo tanto o más que el mejor de los máster en Ciencia Política- es la forma más perfecta de organizar políticamente una sociedad, es decir, de organizar un Estado, sino que como expreso en la columna de presentación del blog el federalismo es también el mejor marco donde desenvolver y desarrollar la autonomía personal, el autogobierno de los pueblos y los estados, y la democracia como procedimiento y fin en sí misma. 

Supongo que habrá otros caminos, pero yo no veo otro mejor ni más idóneo para organizar políticamente las sociedades complejas y democráticas del sigo XXI, tanto en España como en Europa, que el federalismo. También es la opinión de Javier Tajadura, profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad del País Vasco y autor de "El principio de cooperación en el Estado Autonómico. El Estado Autonómico como Estado Federal Cooperativo" (Comares, Granada, 2010), cuya tesis central comparto plenamente, y que en de 2011 publicaba en el diario El País un brillante artículo al respecto titulado "El horizonte federal de España", cuya lectura les recomiendo. Al igual que hago con el de la diputada nacional y presidenta de UPyD, Rosa Díez, con la que no comparto afinidad política alguna, que publicaba El País del pasado 24 de junio. Un artículo titulado "Una propuesta para la igualdad", proponiendo una revisión constitucional que lleve a España a un Estado configurado bajo los principios del federalismo cooperativo, que no dudo en suscribir y que me parece la propuesta más sería realizada en tal sentido por responsable político español alguno en los últimos años, y que es lo que me ha llevado a reelaborar la entrada citada al comienzo.

También ahora parace que el principal partido de la oposición, el partido socialista (PSOE) hace bandera de las tesis federalistas. ¿Con convicción?, pues, sinceramente, no lo sé; pero si no las promueven y las defienden ellos, va a ser difícil que se lleven a cabo porque ni nacionalistas catalanes y vascos ni nacionalistas españoles están muy por la labor.

Si el ánimo persiste sostenido, les invito a leer este otro artículo, publicado en el número de octubre de 2008 en "Revista de Libros" por el profesor Félix Ovejero Lucas, que lleva el título de "El rayo que no cesa", y en el que comentaba el libro del también profesor Roberto L. Blanco Valdés titulado "La aflicción de los patriotas" (Alianza, Madrid, 2008). Les aseguro que no ha perdido ni un ápice de su actualidad.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




Palacio del Senado (Madrid)




Entrada núm. 1891
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sábado, 22 de enero de 2011

¿Quién defiende la Constitución española?





María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional



Merecido el rapapolvo que María Emilia Casas, en su último acto institucional como presidenta  del Tribunal Constitucional, ha dirigido a las Cortes Generales y a las honorables Señorías que la componen por su descarada manipulación del tribunal a la hora de renovar a sus miembros en los plazos fijados por la Constitución. Daba cuenta de ello el diario El País en una crónica de su corresponsal Julio M. Lázaro publicada el pasado día 13. 

La fórmula con la que el rey, como Jefe del Estado, sancionó la Constitución, proclamaba solemnemente: "Mando a todos los españoles, particulares y autoridades, que guarden y hagan guardar esta Constitución como norma fundamental del Estado". Tengo la penosa impresión de que treinta y dos años después de su aprobación esta solemne proclama sigue siendo para muchos solo eso, una fórmula.

Desde luego lo es para una gran parte del pueblo español, "único titular de la soberanía  nacional y del que emanan todos los poderes del Estado", que la respeta pero la desconoce, que no la ha interiorizado y no la ve como obra propia, y que cuando ha pretendido darla a conocer, respetar y amar como suya a los futuros ciudadanos en la escuela, la derecha cavernícola, reaccionaria y clerical se ha lanzado a degüello en contra de tal pretensión.

También es, casi, una mera fórmula para los gobiernos de turno, de izquierdas o de derechas, que la vulneran cada vez que pueden y les dejan, para los tribunales ordinarios que ni la citan ni utilizan en sus resoluciones, para los partidos nacionalistas que la desprecian, y para la derecha española, que la sacraliza y venera en público como a una vestal romana pero la mancilla, humilla y viola a diario sin pudor alguno.

¿Quién protege entonces la Constitución española? Pues, afortunadamente, el Tribunal Constitucional que la propia Constitución crea y regula en su Título IX, la gran aportación, junto a la organización autonómica del Estado, de la Constitución de 1978. Tribunal que, a mí modesto juicio, ha cumplido más que dignamente hasta ahora las funciones que tiene encomendadas como defensor de la Constitución. 

La polémica doctrinal sobre "quién" debe ser el defensor de la Constitución viene de lejos. Los Estados Unidos de América la resolvieron muy pronto, en 1802, apenas trece años después de aprobada su Constitución, cuando el Tribunal Supremo, en una memorable sentencia de su presidente, el juez John Marsahll, en el caso "Marbury contra Madison", estableció que la Corte Suprema podía cambiar una ley aprobada por el Congreso si ésta violaba la Constitución, y con ello el poder judicial de revisión de las leyes y la supremacía absoluta de la Constitución sobre cualquier otra disposición legal.

En Europa, la polémica sobre "quién debe ser el guardián de la Constitución" se desata en el período que transcurre entre la finalización y el comienzo de la I y II guerras mundiales (1918-1939), y tuvo su epicentro en el desarrollo de una interesantísima y controvertida polémica jurídico-política y doctrinal que sostuvieron dos de los más grandes juristas de esa época: el alemán Carl Schmitt y el austriaco Hans Kelsen. 

Un libro reciente: "La polémica Schmitt/Kelsen sobre la justicia constitucional. El Defensor de la Constitución versus ¿Quién debe ser el Defensor de la Constitución?", editado por Tecnos (Madrid, 2010), con los alegatos doctrinales de ambos juristas, ha sido comentado espléndidamente por el profesor Roberto L.Blanco, de la Universidad de Santiago, en un artículo titulado "Y la Constitución, ¿quién la defiende?" , publicado en el último número de Revista de Libros (169/Enero 2011). 

Por mi parte, ya he tratado el tema en profundidad en otras entradas de este blog:   "El problema de la justicia constitucional", el 4/6/08; "Misceláneas constitucionales", el 5/12/09; y "Jurisprudencia constitucional", el 19/5/10, y a ellas me remito.

Sean felices, si pueden y les dejan; o por lo menos, inténtenlo. Tamaragua, amigos. HArendt 







El Tribunal Constitucional, en sesión








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Entrada núm. 1344 -
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