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jueves, 7 de noviembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] El rey desnudo. (Publicada el 16 de marzo de 2009)





Uno de los problemas históricos de los reyes (lo dice nada menos que Michel de Montaigne en su Ensayos) es que quiénes les rodeaban no solían decirles la verdad. Unos por miedo, otros por prudencia, la mayor parte por adulación, y todos, por pelotas. Lo contó muy bien el escritor danés Hans Christian Andersen en su cuento El traje nuevo del emperador, allá por el año 1837. Y al decir los reyes, está claro que no me estoy refiriendo a las pocas testas coronadas que quedan por el mundo occidental (los "otros mundos, ya son otro cantar), que mal que bien, cumplen sus funciones constitucionales y protocolarias con exquisita prudencia. Con la metáfora de los reyes me estoy refiriendo a la cohorte de políticos, politiquillos, líderes de opinión, financieros, empresarios y mandamases varios, que cortan el bacalao (o eso creen ellos) nacional y autonómico jaleados por sus claques respectivas..

Ejemplos tenemos sobrados en estos días. En el plano local. nuestro ínclito y nunca bien ponderado presidente autonómico, don Paulino Rivero (ATI-CC) y su vicepresidente, don José Manuel Soria (PP). La última, la propuesta de distribuir la comida recien caducada de las grandes superficies entre las clases más necesitadas para hacerlas más llevadera la crisis económica. Es una idea original del presidente, que atribuida por él mismo a ONGs y Grandes Superficies, ha sido negada con énfasis tanto por los empresarios como por la ONG (entre ella Cáritas) por demagógica y facilona. La cuestión aquí es quien es el emperador del cuento y quien el sastre timador, o lo que es lo mismo, ¿quién es rehén de quién?, ¿el presidente Rivero, o su consejero de economía y vicepresidente Soria?

En el ámbito nacional, está todo mucho más confuso, y afecta a un solo partido. En Madrid, doña Esperanza Aguirre, se pasa por el forro de los ovarios la democracia parlamentaria y cierra la comisión de investigación que ella misma creó, sin escuchar siquiera a los directos afectados. En Valencia, la situación tiene más gracia porque afecta a su mandamás principal, don Francisco Camps, y..., su sastre, del que lamento no saber su nombre, aunque tampoco hace gran falta para la historia, -¡qué cosas, Dios, tiene uno que leer!-, por lo que está claro quien es el emperador y quien el sastre, ejerciendo el papel de pelotas nada menos que el señor Rajoy y la señora Cospedal (Abogada del Estado, para más INRI). ¿Quién es aquí rehén de quién?. Respóndanse ustedes a la pregunta si les apetece. Yo lo tengo bastante claro.

Mientras lo piensan, pueden leer ustedes el cuento íntegro de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador pinchando en el enlace anterior, y sendos artículos de los periodistas Francisco Pomares ("Paulino metepatas") publicado en el diario La Provincia-Diario de Las Palmas del pasado día 13, y de José María Izquierdo ("¿Desparpajo?; quia, desvergüenza"), publicado en el diario El País de hoy, que reproduzco más adelante. Disfrútenlos. HArendt


http://www.elconfidencial.com/fotos/noticias/2008082278riverodentro.jpg
Paulino Rivero, presidente de la Comunidad Autónoma de Canarias


"PAULINO METEPATAS", por Francisco Pomares
(Diario La Provincia-Diario de Las Palmas, 13-03-2009)

La verdad es que cada vez que abre el pico, el hombre la lía. No recuerdo en la historia de Canarias, ni probablemente en la de toda la Democracia española, un caso similar de meteduras de pata en un presidente del Gobierno. Lo más parecido que encuentro es Gil y Gil, pero el hombre buscaba la provocación con sus disparates. Rivero no. Rivero está absolutamente convencido de que realiza un trabajo ejemplar y muy bien valorado: se basa para ese juicio acrítico sobre su Presidencia en la opinión de la cuadra de tiralevitas en nómina, y en "la gente", categoría en la que Rivero coloca a quienes se encuentran con él en actos públicos, recepciones y carnestolendas varias.

Pero la historia no será tan indulgente con su Presidencia -dure lo que dure- como lo es él mismo. Recopilo desde el inicio de esta legislatura todas las rectificaciones del Gobierno ante declaraciones de Rivero. Es un catálogo amplísimo, que se extiende por todos los departamentos de la Administración regional y todos los campos de la actuación del ejecutivo: emigración, empleo, subvenciones, agricultura, REF, soberanía, economía, vivienda, educación, política territorial, turismo, relaciones con el Estado, corrupción, cultura, asuntos sociales, Europa, aeropuertos y reparto de comida, además de multitud de peregrinas opiniones sobre suculentos asuntos de debate público, en los que Rivero ha querido legarnos su opinión hasta el mismo fondo.

El problema de Rivero no es que sea un ignorante (que lo es). Su ignorancia no es sustancialmente mayor que la de otros políticos que han logrado hacer carrera en esta región. El problema de Rivero es un supino complejo de inferioridad que le hace rodearse de gente por lo general más ignorante que él, o al menos muy capaces de disimular activamente sus conocimientos para no ofenderle, lo que le impide asesorarse sobre cualquier cosa. Rivero ha montado a su alrededor una banda de aduladores o de silenciosos cobardicas, que lo dejan permanentemente en pelotas ante la realidad. Su corte actúa como la del 'rey desnudo' de Andersen. Daría pena si no diera risa: no es de recibo que nadie advierta al Presidente de la existencia de bancos de alimentos en las islas, y de lo complejo de repartir productos a punto de caducar entre la población más necesitada al margen de las ONG que ya se ocupan de esta cuestión. Por cierto, que ahora pueden cargar contra Inés Rojas, pero la ocurrencia fue de Rivero.

Tampoco es de recibo que se le permita presumir en Madrid -ante una audiencia cautiva, pero en presencia de algún periodista nacional- de que en su Gobierno no hay imputados. ¿Desconoce Rivero que Soria está imputado por el caso salmón? ¿O no se acuerda de que es su vicepresidente? Rivero no puede ir por ahí largando lo que se le antoja y liándola con lo que dice. Tenemos un presidente ignorante y metepatas.



Francisco Camps, presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia


"¿DESPARPAJO? QUIA, DESVERGÜENZA", por José María Izquierdo
(Diario El País, 16/03/09)

Esperanza Aguirre, los espías de la Comunidad de Madrid, El Bigotes, El Albondiguilla o un viaje de novios a la Polinesia no demuestran el gracejo, sino la impudicia política.

Al paso coqueto de la presidenta madrileña por los alrededores de la Puerta del Sol, las comadres que han salido al fresco la saludan muy sonrientes -"¡guapa, más que guapa!", "¡resalada, más que resalada!", la piropean- para luego cruzarse entre ellas animados calificativos con los que definir a Esperanza Aguirre. "Es tan sencilla", dice una; "sincera, sobre todo es muy sincera", dice otra. Y así siguen: espontánea, natural, directa... Correligionarios, atentos sirvientes y periodistas palmeros también coinciden: "¡Qué desparpajo el de nuestra Esperancita!".
José K., doblemente ceñudo esta mañana -hecatombes ideológicas, como siempre, y una acidez de estómago épica-, se ha armado para la ocasión con sus manoseados Casares y Corripios. Le encocora tratamiento tan generoso a alguien que él cree más digno de la censura enérgica que de la condescendencia habitual con la que acogen sus múltiples desmanes hasta sus enemigos políticos. Pero nuestro amigo no comparte visión tan meliflua; cree firmemente que la presidenta madrileña no es osada, ni desenvuelta, ni dicharachera, ni ocurrente; es, simplemente, una desvergonzada política. Adicta a la desfachatez, sus muchos propagandistas y deudores de sus favores quieren hacer de ella una protagonista de zarzuela graciosa, reidora, jacarandosa y sandunguera. José K. se revuelve y se niega a pasar por el aro. Está convencido de que el jaleado desparpajo de nuestra dama -"facilidad y desenvoltura, especialmente en el hablar", dice el Casares- no define con justeza al personaje. Él opta por la desvergüenza política -"falta de vergüenza, insolencia, impudicia", según el mismo don Julio-.

Todo lo referente a la actitud de la presidenta ante la trama de espionaje, por un lado, y del caso Gürtel, por otro, le parece a nuestro dispéptico amigo un ejemplo perfecto, brillante, esplendoroso, de sus insolentes maneras. Nada pasa, dice ella, son los otros quienes mienten. Sus monaguillos podrán aplaudir su forma de degollar, sin el menor escrúpulo político, la comisión de investigación sobre el más que probado espionaje, pero no pasará mucho tiempo sin que ella misma vea cómo le estalla el conflicto en los entresijos de sus dominios, con las navajas de unos consejeros buscando la femoral de otros consejeros o, quizá, de algún vicepresidente apuntando a los higadillos de algún vicealcalde. Recuerden, por si alguien se ha olvidado, que el caso sigue en los juzgados y la fiscalía está dispuesta a continuar investigando. Así que fea, por desvergonzada, y tonta, por torpe, la maniobra del aborto -por Dios, Esperanza- de la grotesca comisión.

Y ahora, léanse los autos de Garzón, vemos a la pizpireta rodeada de sus imitadores y aún, de algunos tan aplicados que la superan. ¿Notan ustedes el desparpajo en la voz del inefable Correa cuando habla de maletines llenos de billetes? ¿Es desparpajo, también, guardarse los sobres con esos mismos billetes para el sano disfrute familiar? No, responde terne José K.: unos y otros son sólo la patética representación de la desvergüenza. Gentes aparentes, de mucha corbata Hermès y cartera Louis Vuitton, visitadores frecuentes de saraos de postín, fórmulas uno y oficinas de altos dirigentes del PP desde hace ya muchos años. Una fauna biempensante y sobrecogedora -por cogedora de sobres- entreverada de conseguidores, émulos de Clou-seau y figurantes de una irreal corte de los milagros.

Pero tan acostumbrado está nuestro José K. a sufrir y penar, que es capaz de arrancar de cualquier rescoldo un punto de alegría, y una lucecita de moderado regocijo se abre paso allá, al final de un larguísimo túnel. Ha descolgado provisionalmente el póster de Aidez l'Espagne y ha clavado con chinchetas las fotos de todos los implicados -y sus adláteres- en ambas tramas, aparecidas en su periódico de siempre, que, por cierto, como a los hijos, uno les puede insultar pero le arranca los ojos a quien les roce. Así que toma otros dos almax, respira hondo y con mirada beatífica, cabeza inclinada, ojos semicerrados, sonrisilla asomando tímidamente, fantasea ante tan cautivadora galería, memorable en su esperpento. Desliza la vista José K. por esta fabulosa colección, se dice a sí mismo que aquí hay mucha tela que cortar, se sonroja por el chiste tan burdo, e inicia el paseo.

¿Qué se puede decir del Bigotes, planta de banderillero retirado, portando airoso pedazo puro, en el paseíllo de cuando Aznar enloqueció y casó a su hija como si fuera la reina de Inglaterra? ¿Y de esos rizos del retrechero Correa en el mismo y singular evento escurialense? ¿Y cómo no imaginarse a los consejeros de doña Esperanza con mirada admirativa frente a las potentes motos en las que iban a espiar su aguerrida banda de ineptos ojeadores? Pero la relación es larga y extrañamente mestiza de caballeros enjundiosos y bufones grotescos. A José K. le gusta mucho, por ejemplo, el nene con altas probabilidades de ligarse a Angelina Jolie, aprendiendo muchas cositas de oírselas a sus mayores en casa. Porque "papá" Fabra, ese gran ejemplo de desvergüenza colocadora, ya le habrá enseñado a su yernísimo algunos epítetos cariñosos contra EL PAÍS que ya los tendrá muy oídos en el trabajo, de boca de su vicepresidente y su presidenta, siempre tan afectuosos con este medio. Y él, tan tierno y tan rico, va y los repite. ¿No es una monada, chico tan vacuo y lenguaraz diciendo tonterías con ese aire de solemnidad?

Antes de seguir con el onírico desfile, y por si acaso los abogados, José K. recuerda que todos los que allí, y aquí, aparecen son presuntos. Como es palabra excesivamente sonora, propone llamarles p. y así los lectores ya saben qué se quiere decir. Continuemos, pues, el repaso con el p. Camps, por ejemplo. Uno cierra los ojos y se imagina a ese sastre tan requerido, tomando medidas en la habitación del Ritz de la esbelta figura del presidente de la Generalitat valenciana para el traje de raya diplomática o, quizá, para la chaqueta austriaca. ¿Le tira de la sisa, don Francisco? ¿Le he dicho que están a punto de llegar las trabillas de Italia? Y qué decir del mismo y esforzado operario visitando, en su despacho, con su cinta métrica, sus tijeras dentadas y sus pizarrines al p. secretario general del PP valenciano para ajustarle unos cuantos trajes... ¿Para dónde carga usted, don Ricardo? ¿Le gustaría una lana australiana fresquita?

Pero también aquí en Madrid, entre tanto y tanto p., José K. tiene a sus preferidos. El p. Albondiguilla es tentador, al igual que el p. alcalde que canjeaba Jaguares, pero él se inclina por el p. Benjamín Martín Vasco, prohombre de Arganda del Rey. Administrador cabal, se ve designado presidente de la Comisión de Investigación del espionaje; ufano, seguro de sí mismo, acepta. Pocos días después, el p. Martín Vasco debe dimitir porque según el auto del juez Garzón, recibió, en mano, varios sobres con cantidades que llegaron a los 230.000 euros donados por el p. Correa, que, generoso, también se hizo cargo, p. de la boda, p. de algunas chucherías de una famosa joyería, y p. del viaje de novios. Aparece apuntado "Polinesia". ¿Acaso no llama a la ternura este p. prohombre, quien en compañía de su reciente esposa, responde alegre al aloha de las sugerentes bailarinas indígenas con una cadeneta de billetes entregados en mano por cualquiera de los p. golfos apandadores que pueblan el sumario garzonesco? Pero José K. no quiere ser injusto y guarda un parrafito para el gran y genuino desvergonzado: el periodista felón de los agujeros negros, que sin estar en el cartel, salta a la plaza, como el bombero torero, para defender a su heroína de los malandrines que la acechan. Armado de pandereta, inundado de cintas multicolores, se sitúa delante de la tuna, y con artísticas cabriolas y graciosas piruetas, pretende dirigir el colosal desfile de los tunantes. Lástima que, como siempre, se le adivinen por las costuras las mentiras habituales y las sacas llenas de basura.

José K., sonrisa más larga, se regodea en el paisaje y añade una pequeña broma: allá, en lontananza, se divisa cabalgando, cual Séptimo de Caballería, a Mariano Rajoy, a Dolores de Cospedal y demás heroicos dirigentes del PP, prestos a sacar a su formación de esta apestosa merienda de p. sinvergüenzas, acorralados por el vibrante y enérgico ataque del joven presidente y su aguerrido partido. ¿Verdad que es para partirse de la risa?




Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid



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miércoles, 17 de julio de 2013

Política: "Ad náuseam". Reedición de la entrada de fecha 22/7/2008.





"¡Ad náuseam!"




"Ad náuseam" es una locución adverbial latina que significa, literalmente, "hasta la náusea", y que se utiliza para dejar constancia de algo cuyo exceso resulta molesto o produce profundo desagrado... Nada que ver con la gran novela del creador del existencialismo, el filósofo francés Jean-Paul Sartre ("La náusea", 1938) . A mi comienza a pasarme con el lenguaje que utilizan los políticos, todos, aunque haya gradaciones entre unos y otros... Por citar sólo a mis paisanos, me pasó, con Julio Anguita y con José María Aznar; luego con Juan José Ibarretxe, Paulino Rivero y Josep-Lluís Carod-Rovira. Y ahora comienza a pasarme con José Luis Rodríguez Zapatero y con Mariano Rajoy... Dice la escritora y novelista Almudena Grandes ("Equivocaciones", El País, 21/07/08) que hemos convertido la política en la profesión de unos señores que nunca se sienten obligados a reconocer que se han equivocado. Y que ésa es la mayor de las equivocaciones. Pienso que tiene toda la razón. En tiempos más oscuros, y no me refiero a los que relató John Ronald Reuel Tolkien ("El Señor de los Anillos", 1955), los procuradores en Cortes de las ciudades castellanas que volvían de las mismas sin conseguir la aprobación real a las propuestas emanadas de ellas, solían ser colgados sin más trámites de las almenas. No propongo yo que se llegue a tanto con todos los políticos, pero sí es cierto que deberíamos comenzar a exigir a nuestros representantes con un poco más de rigor que respondan de lo que dicen, y sobre todo de lo que hacen. Y más, cuando pretenden hacernos creer que lo que dicen y hacen lo dicen y hacen en nuestro nombre... Sean felices. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




http://www.elpais.com/recorte/20080721elpepivin_3/XLCO/Ges/20080721elpepivin_3.jpg
Romeu (El País, 21/07/08)




Equivocaciones", por Almudena Grandes
El País, 21/07/08

Me he preguntado muchas veces por qué los políticos nunca reconocen sus errores. Por qué, si la capacidad de equivocarse es una condición universal de los seres humanos, ningún político de ningún partido se sienta nunca ante un micrófono para pronunciar unas palabras que todos decimos todos los días, y casi siempre más de una vez: lo siento, me he equivocado, he cometido un error, perdóname. Se diría que pretenden situarse al margen de las debilidades propias de su especie, pero al hacerlo, se excluyen también de su grandeza. Sólo aprendemos de los errores que hemos cometido, y reconocerlos es una prueba de honestidad intelectual y de integridad moral que, en teoría, debería mejorar las expectativas electorales.

Las de Zapatero han empeorado en el malabarismo verbal de los sinónimos que se dedica a espolvorear, como si fueran polvos mágicos, sobre una crisis que devora sustantivos, adjetivos y adverbios con idéntico apetito. Solbes, más sintético, porque es de ciencias, comenta las peores cifras económicas diciendo que no son datos positivos. Yo miro a mi alrededor, descubro que en otras crisis, las que sacuden a los partidos de la oposición, tampoco nadie ha roto nunca un plato, y concluyo que no se trata de un vicio del poder, sino de la política. Pero, ¿por qué lo hacen? ¿Qué ventajas extraen de su insistencia en perseverar en un error que crece en la misma proporción en que lo niegan?

Ellos saben que la teoría no es la práctica, y que su oficio jamás ha sido tan fácil como ahora, cuando los errores se pagan sólo cada cuatro años porque los ciudadanos creen que la política no va con ellos, que no tiene nada que ver con su vida cotidiana. Así, entre todos, la hemos convertido en la profesión de unos señores que nunca se sienten obligados a reconocer que se han equivocado. Y ésa es la mayor de las equivocaciones. 




http://www.elpais.com/recorte/20080106elpepicul_6/LCO340/Ies/Almudena_Grandes.jpg
La escritora Almudena Grandes







Entrada núm. 1913
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

martes, 22 de julio de 2008

*"Ad náuseam"







"Ad náuseam" es una locución adverbial latina que significa, literalmente, "hasta la náusea", y que se utiliza para dejar constancia de algo cuyo exceso resulta molesto o produce profundo desagrado... Nada que ver con la gran novela del creador del existencialismo, el filósofo francés Jean-Paul Sartre ("La náusea", 1938) . A mi comienza a pasarme con el lenguaje que utilizan los políticos, todos, aunque haya gradaciones entre unos y otros... Por citar sólo a mis paisanos, me pasó, con Julio Anguita y con José María Aznar; luego con Juan José Ibarretxe, Paulino Rivero y Josep-Lluís Carod-Rovira. Y ahora comienza a pasarme con José Luis Rodríguez Zapatero y con Mariano Rajoy... Dice la escritora y novelista Almudena Grandes ("Equivocaciones", El País, 21/07/08) que hemos convertido la política en la profesión de unos señores que nunca se sienten obligados a reconocer que se han equivocado. Y que ésa es la mayor de las equivocaciones. Pienso que tiene toda la razón. En tiempos más oscuros, y no me refiero a los que relató John Ronald Reuel Tolkien ("El Señor de los Anillos", 1955), los procuradores en Cortes de las ciudades castellanas que volvían de las mismas sin conseguir la aprobación real a las propuestas emanadas de ellas, solían ser colgados sin más trámites de las almenas. No propongo yo que se llegue a tanto con todos los políticos, pero sí es cierto que deberíamos comenzar a exigir a nuestros representantes con un poco más de rigor que respondan de lo que dicen, y sobre todo de lo que hacen. Y más, cuando pretenden hacernos creer que lo que dicen y hacen lo dicen y hacen en nuestro nombre... HArendt




Romeu (El País, 21/07/08)




Equivocaciones", por Almudena Grandes

Me he preguntado muchas veces por qué los políticos nunca reconocen sus errores. Por qué, si la capacidad de equivocarse es una condición universal de los seres humanos, ningún político de ningún partido se sienta nunca ante un micrófono para pronunciar unas palabras que todos decimos todos los días, y casi siempre más de una vez: lo siento, me he equivocado, he cometido un error, perdóname. Se diría que pretenden situarse al margen de las debilidades propias de su especie, pero al hacerlo, se excluyen también de su grandeza. Sólo aprendemos de los errores que hemos cometido, y reconocerlos es una prueba de honestidad intelectual y de integridad moral que, en teoría, debería mejorar las expectativas electorales.

Las de Zapatero han empeorado en el malabarismo verbal de los sinónimos que se dedica a espolvorear, como si fueran polvos mágicos, sobre una crisis que devora sustantivos, adjetivos y adverbios con idéntico apetito. Solbes, más sintético, porque es de ciencias, comenta las peores cifras económicas diciendo que no son datos positivos. Yo miro a mi alrededor, descubro que en otras crisis, las que sacuden a los partidos de la oposición, tampoco nadie ha roto nunca un plato, y concluyo que no se trata de un vicio del poder, sino de la política. Pero, ¿por qué lo hacen? ¿Qué ventajas extraen de su insistencia en perseverar en un error que crece en la misma proporción en que lo niegan?

Ellos saben que la teoría no es la práctica, y que su oficio jamás ha sido tan fácil como ahora, cuando los errores se pagan sólo cada cuatro años porque los ciudadanos creen que la política no va con ellos, que no tiene nada que ver con su vida cotidiana. Así, entre todos, la hemos convertido en la profesión de unos señores que nunca se sienten obligados a reconocer que se han equivocado. Y ésa es la mayor de las equivocaciones. (El País, 21/07/08).




http://www.elpais.com/recorte/20080106elpepicul_6/LCO340/Ies/Almudena_Grandes.jpg
La escritora Almudena Grandes