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lunes, 13 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Andariegas



Representación de Lisístrata, de Aristófanes


Abrir la puerta, comenta en este primer A vuelapluma de la semana [Pies, para qué os quiero. El País Semanal, 5/7/2020] la escritora Irene Vallejo, y pasear por puro placer es un gesto de libertad que puede transformar la sociedad de pies a cabeza

"Nos dicen que los blindajes y los cerrojos vuelven más seguras nuestras casas, pero en esa seguridad acecha una peligrosa claustrofobia. Confinada durante la epidemia, has averiguado que puedes sentirte perdida en el lugar que mejor conoces. Que es posible el vértigo sin abismo. Que a veces los ojos se resisten a dormir en la cama acostumbrada. Que las paredes se estrechan y se retuercen, asfixiando la salida. Que de vez en cuando necesitas desalojarte. Un hogar debe tener la puerta abierta por dentro.

Recluida, piensas en las cerraduras de las vidas antiguas. Aquellos demócratas atenienses a quienes tanto lees y admiras creían que las mujeres libres debían vivir encerradas en el gineceo. Esas habitaciones propias se adueñaban de ellas, allí dedicaban sus trabajos y días a la crianza, a hilar y tejer. Cuando se les permitía cruzar el umbral, en casos excepcionales, no podían entretenerse por el camino, ni dar rodeos ni pasear. El único pasaporte válido hacia el exterior era una tarea importante o un funeral. Aquel enclaustramiento y la inmovilidad se traducían en pieles pálidas, músculos débiles, salud frágil. Al menos las esclavas eran libres de ir a buscar agua, acudir al mercado o al lavadero. Y las mujeres espartanas, gobernadas por un régimen autoritario, tenían derecho a salir de sus casas y hacer deporte: las querían en forma para engendrar los guerreros invencibles del mañana. Paradójicamente, hace 25 siglos una oligarquía militarista era más permisiva con ellas que la madre de todas las democracias. En la delirante Lisístrata, de Aristófanes, un grupo de conspiradoras amas de casa se citan en secreto con las rebeldes espartanas. Andan tramando la más temprana huelga europea de la que hay noticia, una huelga sexual para poner fin a la guerra. Al encontrarse, las mustias y apagadas jóvenes de Atenas contemplan boquiabiertas a sus torneadas cómplices. “Cómo reluce vuestra belleza, guapísimas. Qué buen color lucís, cómo rebosan vitalidad vuestros cuerpos. Podríais estrangular hasta un toro”, dice con gracia Lisístrata. Una de las extranjeras, la atlética Lampito, responde: “Seguro que sí, por los dioses, pues me entreno en el gimnasio y salto dándome en el culo con los talones”. Otra de las esmirriadas atenienses no puede resistirse y tercia: “¡Qué hermosura de tetas tienes!”.

Se hace camino al andar, y quizá por eso convertirnos en andariegas ha sido fruto de una larga conquista. En las epopeyas homéricas, los héroes se desplazaban con zancadas vigorosas —Aquiles es “el de los pies veloces”—, mientras que las mujeres y diosas se asemejaban a tímidas palomas. Un símil poético que subraya sutilmente los pasos cortos y temblorosos de estas aves. Hay un significado latente en la cadencia, la fuerza y la seguridad de nuestro andar: la osadía se expresa con movimientos elásticos, ágiles y afirmativos de los pies, mientras la sumisión toma forma de cepo. Las chinas de pies vendados se veían forzadas a caminar con docilidad y sufrimiento: no solo les menguaban los pies, también se los paraban. Las japonesas debían caminar con breves pisadas, a una humilde distancia del marido. Pero no es necesario mirar tan lejos: en nuestro mundo, los tacones de aguja que hoy calzamos por propia voluntad duelen e impiden correr. Paso a paso, nuestras extremidades han tenido que conquistar su propia libertad de expresión.

Así era en el pasado y así lo hemos vivido en el presente: salir de casa a trabajar, con el tiempo medido y las tareas tasadas, siempre fue un hecho tolerado y negociable. Incluso en momentos de prohibiciones, hemos encontrado pasadizos y atajos. En cambio, como explica Anna Maria Iglesia en La revolución de las flâneuses, lo revolucionario es que todos y cada una podamos salir sin pedir permiso, sin rumbo fijo ni control —con pájaros en la cabeza, pero no con pasos de paloma—, vistiendo calzado cómodo y dejando el móvil inmóvil en casa. Abrir la puerta y pasear por puro placer es un gesto de libertad que puede transformar la sociedad de pies a cabeza: el modo en que pisamos refleja cómo pensamos".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








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martes, 20 de agosto de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Mujeres



Cartel de Amnistía Internacional contra la lapidación


Un hermoso artículo de Mario Vargas Llosa en El País de hoy, lleno de elogios por la actriz británica y activista pro-derechos civiles, Vanessa Redgrave, por la que comparto con Vargas mi admiración, me ha hecho recapacitar sobre el enorme privilegio de vivir, a pesar de todos los "tsunamis" financieros que se nos vengan encima, en este acorralado puerto a la defensiva que llamamos Occidente. Y no digamos si encima se es mujer.

Me parece terrible y de una crueldad inusitada la pasmosa indolencia con que en este Occidente del que presumimos como eje de la civilización se ha recibido y reaccionado ante la lapidación de una joven somalí de 23 años años, de la que sólo sabemos su nombre, Aisha. Ni una palabra del Secretario General de las Naciones Unidas, ni del Papa, ni de los candidatos a presidir los Estados Unidos, ni del presidente de Rusia, ni del Dalai Lama, ni de los líderes musulmanes moderados, ni de Dios..., De nadie, salvo de los familiares y unos cuantos vecinos y amigos de Aisha. Y unas descomprometidas palabras de condena del hipersensibilizado presidente de Francia y del de la Unión Europea. Y si no es por la corresponsal de El País en Ciudad del Cabo, Lali Cambra, ni nos enteramos los lectores españoles. De vergüenza. Amnistía Internacional sí da la cara a diario, y gracias a su labor se salvan muchas Aishas en el mundo. ¿Será posible ver el día en que las religiones y los dioses, y sus intérpretes varios, dejen de jodernos a los pequeños e insignificantes humanos y que podamos vivir, equivocarnos y morir en paz?

No recuerdo quien dijo que en Filosofía y Literatura, después de los clásicos griegos, todo era mera paráfrasis... Lo comparto plenamente. Será por eso que mis tres personajes femeninos preferidos de ficción, son producto de los trágicos griegos. Dos de ellos de Eurípides: Ifigenia, la inocente y desventurada hija de Agamenón y Clitemnestra, sacrificada a los dioses en aras de la victoria aquea sobre los troyanos; Medea, la repudiada y vengativa esposa de Jasón, inmisericorde ante la traición del amado; y la tercera, mi favorita, la decidida y heroica Antígona, de Sófocles, hija de Edipo y Yocoasta, que afronta con serenidad la condena a muerte que le es impuesta por rendir honores fúnebres a su hermano rebelde.

Y si tuviera que nombrar a únicamente tres mujeres contemporáneas a las que admiro profundamente, me quedo con la imagen de fragilidad y soledad de la actriz norteamericana Marilyn Monroe, de valentía y sensibilidad de la filósofa francesa Simone Weil, y de descarada independencia de juicio de la politóloga norteamericano-alemana Hannah Arendt. Estas dos últimas lúcidas críticas de su tiempo, ambas intelectuales de prestigio, y judías. ¿Será casualidad esto último?... No creo que ellas se hubieran callado... Vaya dicho en homenaje de todas las Aisha del mundo que nunca harán oír su voz ni subirán a los altares. HArendt



Vanessa Redgrave


"Vanessa Redgrave", por Mario Vargas Llosa

La actriz británica monologa en un escenario de Londres durante una hora y tres cuartos como un torero que se encierra con seis toros: jugándoselo todo. Su genio convierte la obra en algo mágico

Qué extraordinaria actriz es Vanessa Redgrave! Durante una hora y tres cuartos mantiene al público que repleta los asientos del Lyttelton Theatre, de Londres, en estado de trance, mientras, transformada en Joan Didion, evoca El año del pensamiento mágico, es decir, el año en el que la escritora y periodista norteamericana perdió a su marido de manera súbita el mismo día que su hija entraba en coma en un hospital neoyorquino víctima de una infección cerebral.

Nadie diría, oyendo su perfecto acento californiano, que es inglesa ni que es ya una actriz septuagenaria porque en el escenario su alta, imponente figura es la de una mujer sin edad, o, más bien, que tiene vivas en ella todas las edades por las que ha pasado, arreglándoselas siempre para ser en todas bellísima, edades que reaparecen en su persona cada vez que vuelve a ellas con la memoria para resucitar episodios, anécdotas, imágenes que compartió con aquellos dos seres queridos de los que ha sido privada de manera tan violenta. No hay en lo que dice, y sobre todo en la manera en que lo dice, asomo de autocompasión ni sentimentalismo, más bien una helada objetividad. Sin embargo, o acaso tal vez por eso mismo, el escenario se va poco a poco cargando de un dolor animal, de un desgarramiento desesperado e impotente que los espectadores sienten como propio porque es algo que, todos, alguna vez hemos padecido o intuido que padeceríamos, ya que forma parte de lo que somos como seres humanos el anticipar la muerte propia en la de los seres queridos que se nos adelantan en el viaje sin retorno.

No puedo imaginar a nadie capaz de hacer una interpretación más perfecta del personaje ni de sacarle más provecho dramático. El actor o la actriz que monologa por una hora y tres cuartos en un escenario hace algo parecido al torero que se encierra con los seis toros de la corrida: se la juega entero. Su exposición será extrema porque nadie más estará allí, para apoyarlo o contrarrestar sus fallas: por eso, su fracaso o su éxito serán también supremos. El de Vanessa Redgrave es un éxito superlativo. Ya lo fue, cuando estrenó la obra en Broadway, en marzo de este año, y lo ha sido luego en Salzburgo, Cheltenham, Bath, Dublín y lo es ahora en Londres donde encontrar entradas para verla en el Lyttelton es una especie de milagro.

The Year of Magical Thinking es una adaptación teatral, hecha por la propia Joan Didion de su libro autobiográfico del mismo nombre, con la ayuda del director de la puesta en escena, el dramaturgo y director inglés David Hare. El libro tuvo un enorme éxito en los Estados Unidos, lo que es sorprendente, pues, aunque Joan Didion es muy conocida por sus reportajes políticos y sociales, y sus novelas han sido bien consideradas por la crítica, esta memoria sobre la muerte de su esposo, el escritor John Gregory Dunne, con quien escribió algunos guiones de películas como The Panic in Neddle Park y A Star is born, y la de la hija de ambos, Quintana, está tan impregnada de sufrimiento, enfermedad, angustia y muerte que, se diría, se halla en las antípodas de esos libros fáciles, entretenidos e inocuos que suelen ser los best sellers. Sin embargo, millones de personas lo han leído, con avidez y cierto masoquismo. Sin ser una reflexión notable ni contar una historia extraordinaria, esta confesión hace vivir a los lectores de manera directa, creíble y lacerante, esa experiencia para la que ningún argumento lógico es suficiente ni religión alguna consuela del todo: la de la muerte de los seres queridos y la conciencia de la inevitable muerte propia.

Salí del teatro sobrecogido y esa misma noche leí de un tirón el texto adaptado por Joan Didion. Me llevé una sorpresa notable. En comparación con el espectáculo, no valía gran cosa, era repetitivo, previsible, con debilidades melodramáticas. Y, sin embargo, Vanessa Redgrave no había añadido ni quitado una coma a ese libreto al que su fulgurante interpretación había transformado, convirtiéndolo en una tragedia moderna, en una inmolación catártica en la que los grandes temas, la vida, la muerte, el amor, el conocimiento, el dolor aparecían en su desnudez máxima, encarnados en una pobre mujer desamparada que se defiende contra la desintegración contando al mundo lo que le ha ocurrido y como aquellas muertes de su marido y su hija también la están matando.

Sobriedad, austeridad, despojamiento, son las palabras que me vienen a la memoria cuando trato de resumir mi impresión sobre la puesta en escena de David Hare y la actuación de Vanesa Redgrave. Sólo hay una silla común y corriente sobre las tablas y un telón de fondo gris que, por dos veces en el curso de la obra -en dos momentos particularmente fronterizos de la evocación de aquellas muertes- cae de golpe y es sustituido por otros dos lienzos con matices de gris más oscuro que el primero. La luz es casi siempre mortecina, salvo en breves momentos en que el personaje, abandonándose a un recuerdo tierno o risueño, parece vivir paréntesis de paz en su convulso monólogo.

En verdad todo lo que ocurre tiene lugar en las manos, los ojos, la boca, el cuerpo y los movimientos -casi siempre mínimos y a menudo al borde de lo imper-ceptible- de la actriz. Las pocas veces que se levanta de la silla y los segundos que permanece de pie es como si un viento huracanado sacudiera la sala y fuera a arrastrar el teatro entero en un torbellino infernal. Pero, al instante, con un simple ademán silente y lento, la tempestad se calma y subsume en la voz de la mujer que prosigue, incansable, dando vueltas en ese remolino de desesperación del que, lo sabemos tan bien como ella, nunca más saldrá.

No sólo las palabras hablan por su boca; también las sílabas, las letras, los puntos y las comas. Y, sobre todo, los silencios son de una locuacidad extraordinaria y acaso cuando ella calla y clava su mirada en el vacío es cuando los espectadores se sienten más desamparados y nulos, convertidos ellos también en vacío.

Siempre me pareció Vanessa Redgrave una actriz fuera de serie, incluso en aquellas películas de segundo orden que hacía a veces, me imagino, más por razones alimenticias que vocacionales. Pero, a diferencia de otras actrices, es para mí imposible recordar una película u obra de teatro en que su actuación fuera mala o aun deficiente. Siempre enriqueció lo que hacía añadiendo con su actuación una hondura y verdad a personajes que eran anodinos y superficiales. En los años sesenta, la vi muy de cerca, en las manifestaciones contra la guerra de Vietnam que ella siempre encabezaba, con Tariq Alí, en el swinging Londres, embutida en unos pantalones vaqueros y con una cola de caballo que el viento mecía. Dentro de los grupos y grupúsculos de izquierda, ella tuvo el buen gusto de no ser nunca estalinista. Si no recuerdo mal, militaba en una secta trotskista que lideraba su hermano y tenía apenas un puñadito de militantes. Y en todos estos años ha seguido siendo fiel a sus convicciones de juventud, lo que le deparó a veces problemas, como su solidaridad con los palestinos, por los que alguna vez fue objeto de boicot en los Estados Unidos.

Hacía años que no la veía en un escenario y es notable lo joven que parece todavía, quiero decir lo insegura, vulnerable, vacilante que por momentos finge ser con tanta veracidad y fuerza contagiosa, para, unos instantes después, en función de los grandes vaivenes temporales y de ánimo a que la obliga su personaje, revelar su larga experiencia, su sabiduría, su seguridad, su dominio tan absoluto de ese espacio al que su genio, antes que el texto, vuelve mágico.

La literatura, la música, una exposición pueden enriquecer la vida, intensificándola y sensibilizándola de manera profunda, transportando a lectores, oyentes o espectadores a unos niveles de percepción y comprensión del mundo, de las relaciones humanas, de los sentimientos, que, además de hacerlos gozar, los vuelven más lúcidos respecto a las insuficiencias e imperfecciones de que están rodeados. Pero probablemente ninguna otra experiencia artística tenga un efecto tan poderoso sobre el ánimo y la conciencia del ser humano como una gran representación teatral. Porque éste es el mejor simulacro que existe de la vida, el que se le parece más, pues está hecho de seres de carne y hueso que, por el tiempo que dura esa otra vida que transcurre en el escenario, viven de verdad aquello que hacen y dicen, y lo viven, si tienen el talento y la destreza debidas, de una manera que nos fuerza a nosotros, los espectadores, a vivirlo con ellos, saliendo de nosotros mismos, para ser otros, también mágicamente, que es la mejor manera que se ha inventado para vernos mejor y saber cómo somos. Gracias, Vanessa Redgrave. (El País, 02/11/08)



Marilyn Monroe


"Lapidada por adúltera", por Lali Cambra

Aisha, de 23 años, fue enterrada hasta el cuello y apedreada hasta la muerte en Somalia - Un niño murió por fuego islamista. "Nuestra hermana Aisha pidió a la corte islámica ser juzgada y castigada por el crimen cometido", "admitió ser una adúltera", "se le pidió que revisara su confesión pero ella demandó la Sharia y el castigo que merecía". El líder islámico de la ciudad portuaria de Kismayo (sur de Somalia), el jeque Hayakallah, pronunció estas frases el pasado lunes ante la multitud que presenció la muerte de la adúltera por lapidación. Frases que justificaban "la práctica de un castigo inusual en la región, llevado a cabo por primera vez en Kismayo". Aisha Ibrahim Dhuhulow, de 23 años, fue enterrada hasta el cuello y, después, apedreada hasta la muerte por medio centenar de hombres. No fue la única en morir. Los guardias islamistas abrieron fuego cuando familiares de la joven pretendieron acercarse a ella y mataron a un niño.

La supuesta docilidad de Aisha no fue tal, según explicaron los testigos a Reuters. La mujer, arrastrada a la plaza atada de pies y manos, fue metida en el agujero entre gritos de protesta que el saco negro que cubría su cabeza no ahogó. Fue entonces cuando sus familiares rompieron filas de entre la multitud, para encontrarse con los disparos de los islamistas. La lapidación, que un millar de personas observaron, fue lenta. Según los testigos, el apedreamiento se interrumpió hasta tres veces para comprobar si la joven había fallecido. Si los islamistas justificaron nuevamente su acción en la radio por la supuesta voluntad de la joven a aceptar la Sharia, (ley islámica), también se disculparon por disparar a la multitud. "Lamentamos la muerte del niño. Prometemos que detendremos y juzgaremos al que abrió fuego", dijo Hayakallah a una emisora local. Los islamistas, que controlan la ciudad de Kismayo desde el pasado mes de agosto, no permitieron a los cámaras de televisión o a fotógrafos asistir a la lapidación, pero sí consintieron la entrada de medios impresos y radios. Posteriormente, en una entrevista a Efe, Hayakallah aseguró que la mujer había confesado haberse casado con dos hombres y reiteró que ella había pedido la aplicación de la pena.

Los familiares de la joven se mostraron furiosos y negaron que Aisha hubiera confesado la comisión de adulterio. "Y desde luego no pidió que la lapidaran". Una de sus hermanas consideró la ejecución "contraria a la religión y a la lógica" y aseguró que para matar a una adúltera al menos debe haber cuatro testigos de la relación y la confesión del hombre. Los familiares reclamaron a la comunidad internacional que "detenga y castigue a los responsables".

La última vez que los islamistas practicaron ejecuciones públicas fue en 2006, cuando controlaban parte del sur del país y la capital, Mogadiscio. Fuerzas militares somalíes y etíopes recuperaron una parte a finales de ese año, pero los señores de la guerra organizados en guerrillas están recuperando el territorio perdido. Si bien su presencia garantiza una cierta paz en la zona, con ellos llega la introducción de prácticas fundamentalistas y lecturas radicales del Islam.

No es la primera vez que en África se invoca la Sharia para justificar la lapidación de una mujer. Aisha Ibrahim Dhuhulow ha tenido la desgracia de vivir en un país sumido en el caos, sin gobierno, sin leyes más que las que dictan los señores de la guerra.

La nigeriana Amina Lawal tuvo más suerte. Su caso dio la vuelta al mundo en 2001 cuando fue condenada por un tribunal islámico (con inmenso poder en el norte del país africano) por haberse quedado embarazada fuera del matrimonio. Debía haber muerto también por lapidación, pero el apoyo de organizaciones de derechos humanos locales y una campaña mundial en su favor consiguió dar la vuelta a la sentencia. El pasado año se produjo la lapidación de una chica de 17 años de la secta yazidi, en Irak, por haberse enamorado y convertido al Islam. Unas 2.000 personas asistieron a su asesinato en Bashika, cerca de Mosul, al parecer, a manos de familiares que se oponían a su conversión.

La coalición de islamistas que gobierna Kismayo pertenece a la milicia de Al Shabab, considerada una organización terrorista por los Estados Unidos desde marzo. Se les considera afines a Al Qaeda, organización con la que varios de sus líderes se habrían entrenado, según dijo James Swan, vicesecretario de Estado para Asuntos Africanos del Gobierno de EE UU. "Han publicado documentos en los que vanaglorian a Osama Bin Laden e invitado a soldados extranjeros a ir a Somalia. Consideramos que son un peligro para los somalíes, puesto que sus ataques han afectado a la gente de Somalia y entorpecen el proceso de reconciliación en el país".

La presidencia de la Unión Europea condenó la lapidación de la joven, "que los insurgentes islamistas deliberadamente hicieron pública". Así lo declaró la presidencia horas después de que se conociera la ejecución de Aisha en Somalia, un país sin Gobierno central efectivo desde 1991. Ese año, el dictador Siad Barre fue derrocado y los señores de la guerra se hicieron con el control de sus diferentes regiones. En 2007, murieron al menos 6.000 personas y cientos de miles tuvieron que desplazarse, según Amnistía Internacional. (El País, 28/10/08)



El sultán de Brunei. Los ricos también lapidan



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Entrada núm. 5174
Publicada el 1 de noviembre de 2008
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jueves, 1 de junio de 2017

[Pensamiento] Madres de alquiler



La Escuela de Atenas (Rafael, 1512), Museos Vaticanos


Es indudable que el asunto de la gestación subrogada, el de las madres de alquiler en lenguaje más de andar por casa, está de actualidad en España. ¿Pero hasta el extremo de merecer tratamiento en el New York Times? ¿No resulta excesivo? Pues parece que no... La edición en español de diario neoyorkino del pasado 25 de mayo le dedicaba al tema un amplio reportaje firmado por Gabriela Wiener, desde Madrid, encabezado por un titular bastante provocativo: "Una feria donde se ofrecen vientres de alquiler con teléfonos de regalo".

Son las doce de la mañana del primer sábado de mayo, comienza diciendo Gabriela Wiener, y no sé qué es más violento a esta hora: que a una pareja con problemas de fertilidad que cruza la puerta del hotel Weare de Madrid le griten desde la calle que está comprando bebés, o que el plan VIP de subrogación de vientres en Ucrania de la agencia Surrofamily, que acaba de caer en mis manos, incluya por menos de 60.000 euros la canastilla de bienvenida al crío, una niñera de 9:00 a 18:00 y un teléfono inteligente de regalo.

Ser una mujer sola, comenta, latinoamericana y aún fértil que se pasea callada y curiosa por los stands de Surrofair, una feria europea de gestación subrogada, me permite no ser blanco de las manifestantes feministas ni tampoco carnada para ningún vendedor que quiera ofrecerme la posibilidad de tener un bebé a través del útero de otra mujer. Así que me muevo con cierta libertad en medio de estos mundos irreconciliables que chocan ahora mismo dentro y fuera del hotel cuatro estrellas que muchos ejecutivos eligen cuando vienen a hacer negocios, muy cerca del estadio del Real Madrid, en una de las zonas más caras de la ciudad.

El primero de esos mundos, dice, está formado por agencias internacionales de gestación subrogada y sus potenciales clientes: parejas heterosexuales y parejas gays en busca del sueño del bebé propio. El segundo, por colectivos feministas que están radicalmente en contra y han venido a intentar parar el evento con una protesta. Salir de un microclima para entrar al otro empieza a tener mucho de esquizoide.

En España, sigue diciendo, en la actualidad hacer contratos de gestación de bebés en vientres de mujeres que renuncian a ellos a cambio de dinero es ilegal. Las parejas que pagan por estos servicios deben hacerlo fuera de su país, de preferencia en Ucrania (el destino más barato, donde se ofrece todo el proceso a menos de 40.000 euros), Estados Unidos (el más profesional y caro: puede llegar a costar hasta 200.000 euros) o Canadá (bajo la modalidad de altruismo, sin pago —pero que es engañosa porque siempre se paga— y sobre todo lenta). A través de una serie de trámites bilaterales se podrá traer a los niños de regreso, aunque hay casos en que se les ha denegado el salvoconducto.

Si bien lucrar con la gestación y su producto está penado por ley en España, sí se puede organizar una feria que ofrece estos servicios, señala. Hace unas semanas, estos mismos colectivos de mujeres que protestan lograron que el hotel que iba a alojar a la feria en un inicio cancelara el contrato para evitar escándalos y los organizadores tuvieron que buscarse otro.

“No hay un solo cartel, están escondidos… por algo será”, dice ahora Alicia Miyares, portavoz del colectivo NoSomosVasijas, que ha venido a manifestarse junto con la Red Nacional contra el alquiler de vientres. Para ella, la gente que entra ahora mismo por la puerta está anteponiendo sus deseos a los derechos humanos. “La palabra feria implica mercado y, así como no existe una feria pública de riñones, no puede haber una feria que comercie con el embarazo, el parto, el cuerpo de la mujer y el bebé. Los estados democráticos no aprueban la compra y venta de órganos, y sin embargo, hacerlo con vientres de mujeres nos parece válido. Hay que mostrar esa contradicción”, dice. A su lado, una de las Femen —el colectivo de mujeres feministas célebre por sus acciones de protesta en topless— lleva la panza pintada con un código de barras.

Surrofair, explica, es por dentro como cualquier feria, como la de celulares o la de marihuana, con un montón de stands y vendedores de risas falsas, salvo que en esta las paredes están llenas de gigantografías de bebés sonrosados. O de familias o parejas felices de dientes blancos abrazándose en un prado bajo el sol. También hay una que otra foto de alguna mujer muy simpática que se acaricia el vientre, alguien que promete mantener esa sonrisa cuando el bebé ya no esté más a su lado. Es la gestante. La única persona a la que uno no puede encontrar por aquí para hacerle una entrevista. Porque está a miles de kilómetros, en su país pobre, empollando el huevo de otra mujer.

Hasta 2015, señala, uno de los destinos más visitados por parejas de todo el mundo que buscaban tener bebés por subrogación era la India, pero se probó que su fama de “fábrica de bebés” no era gratuita cuando salieron a la luz los regímenes de esclavitud en los que vivían las gestantes: hacinadas en “granjas” durante nueve meses, sin poder salir ni tener sexo ni estar con sus familias ni comer lo que les provoca; explotadas muchas veces por sus propios maridos y por las agencias, a veces recibían una miseria a cambio de parir hijos de occidentales.

En su libro El ser y la mercancía, sigue diciendo, la periodista y escritora sueca Kajsa Ekis Ekman cuenta que las gestantes llegaban a ser hipnotizadas para no desarrollar el instinto maternal y se les enseñaba a hablar a sus vientres diciendo: “Tus padres te esperan”. Desde entonces, el país inició un proceso para prohibir que un extranjero pudiera contratar mujeres indias para estos fines.

También México, añade, ha dejado de ser el paraíso de los vientres, desde que una modificación de la ley en Tabasco —durante años el único estado que permitía la maternidad subrogada— prohíbe gestar bebés de extranjeros. El 70 por ciento de los “usuarios” eran parejas homosexuales. La nueva restricción ha traído como consecuencia que muchos procesos quedaran inconclusos y varios bebés en el limbo.

Pero mientras en unos países retrocede, señala, en otros avanza. Como en Grecia y Ucrania, hoy destinos de preferencia para heterosexuales que no pueden pagar las fortunas que se demandan en Norteamérica. A este paso, quizá no esté lejos el día en que haya granjas de cuerpos embarazados también en países occidentales ricos —como hay prostíbulos en cualquier esquina—, que se empleen masivamente en dar hijos a las clases altas locales que padecen esterilidad. “La humanidad es muy adaptable”, escribe la autora canadiense Margaret Atwood en El cuento de la criada, esa gran epopeya contra la maternidad subrogada: “Es sorprendente la cantidad de cosas a las que llega a acostumbrarse la gente si existe alguna clase de compensación”.

El máximo hito del “todo vale”, comenta, que supera ya cualquier consideración bioética, es la historia del millonario japonés Shigeta, que a los 24 años tuvo 16 hijos mediante subrogación en un plazo de dos años, según él para crearse una base electoral cuando llegara el momento de lanzarse a la política. Nunca se descartó que fuera pedófilo o que traficara con niños. Dijo que tendría 15 hijos al año. Su caso culminó con la prohibición de esta práctica en Tailandia. Así como hay quienes quieren muchos niños, hay clientes de la gestación subrogada que han devuelto bebés como se devuelve una tele nueva que falla, como el caso del bebé con síndrome de down abandonado con su “madre de alquiler”.

Pero en las fotos de los stands los bebés sonríen, casi puedes tocar sus tiernas boquitas como se acaricia un sueño, dice. En general esa es la idea que se desprende de todo esto: aquí hay gente que puede ayudarlos a cumplir un sueño, uno muy caro.Cuando la mercadotecnia de la sensibilidad se pone en marcha es porque hay grandes sumas de por medio. Y si no, una rápida mirada a los catálogos arranca de cuajo cualquier romanticismo. Me paso un buen rato haciendo compendio de citas: “Forma tu familia”, “Desafiando el destino”, “Exitoso paquete único”, “Todo incluido”, “Selección de gestantes calificadas”, “Selección de donante minuciosa con estudio genético muy amplio”, “La genética es importante para nosotros”, “Nivel de satisfacción del 97 %”, “Más de 7000 bebés nacidos”, “Amplia disponibilidad de donantes y madres gestantes”, “Paquete ilimitado hasta el nacimiento”…

El lenguaje comercial no admite dudas de lo que está ocurriendo aquí, dice. En el último año, la maternidad subrogada se ha convertido en un tema de moda. Las agencias crecen de manera proporcional a la cantidad de dinero en juego. Varios famosos han tenido bebés gracias a la subrogación y se han convertido en sus portavoces: Nicole Kidman, Sophia Vergara, Robert de Niro, Miguel Bosé o Sharon Stone. Y ahora Cristiano Ronaldo, que espera gemelos. Las promesas son infinitas, añade: desde elegir el sexo, tener dos a la vez, jugar con el azar a ver cuál de los dos padres conseguirá la inseminación. Y aunque suene a eugenesia, también es una posibilidad optar por el óvulo de una hermana, por ejemplo, para que todo quede en familia. 

Aunque se cree que a la cabeza de la demanda de subrogación están las parejas gays —que no quieren compartir la crianza con otra mujer o con una pareja de mujeres—, en realidad, afirma, son el segundo grupo que más requiere este servicio. El primer lugar lo ocupan las parejas heterosexuales de clase media y alta de países ricos que han tratado de tener hijos en los últimos cinco años y no han podido o no quieren adoptar; el tercer grupo son hombres solteros y el cuarto mujeres que no quieren deteriorar sus cuerpos con un embarazo.

En la cola del stand de la agencia Grace encuentro a una pareja de chico y chica, muy tímidos, con unos rostros muy dulces y temblorosos, afirma. Me cuentan que están aquí después de años de probar con tratamientos. Prefieren no identificarse: su larga historia de intentos fallidos ha sido solo suya hasta ahora y quieren que siga siendo así. Dicen que están viendo, que primero tienen que conseguir el dinero, que pedirán un préstamo. Les pregunto si afuera les han gritado que no compren bebés: “Cada uno con sus ideas”, dice él. “Si estuvieran en nuestra piel o si alguna persona cercana lo estuviera tal vez lo comprenderían”, dice ella.

En uno de los stands, sigue diciendo, veo un cochecito de bebé, justo debajo de una de esas fotografías de criaturas felices. Pienso por un segundo que es parte del atrezo o que es un regalo más de la agencia para hacerse competitiva ante sus rivales, cuando doy un respingo al ver brotar unos pequeños botines dorados que se mueven caprichosamente. Incluso en ese momento pienso en que tiene que ser un muñeco. Me acerco con pudor, como uno se acerca a los niños de otros. Es un bebé verdadero. Ese sujeto de derechos del que hablan las feministas de allá afuera cuando denuncian su objetivización, su venta. Ese deseado bien para los que están aquí merodeando, esa virtualidad de la que todo el mundo habla. Está ahí como prueba de éxito. Esta feria tiene la culpa de que hoy, cada vez que vea a un bebé, piense en su precio. Al rato veo entrar otro cochecito, esta vez doble, con dos gemelas idénticas. Se abren paso en un pasillo de gente que las mira arrobados, miradas cómplices de parejas por doquier. Las lleva su orgulloso padre hasta el stand de la agencia Neogenia. “Las tuvimos en diciembre y están muy bien”, me dice, “comen superbién y están muy sanas. Vienen de Ucrania. La verdad es que estamos encantados. Quisimos venir a saludar”. Él y su esposa se colocan al lado del logo de la agencia y los probables futuros padres no se resisten a hacerles fotografías, aunque esté prohibido. Quizá el año que viene tomen fotos a sus propios hijos con el nuevo modelo de teléfono que les regalen. Afuera, la manifestación de mujeres ha sido dispersada por la policía.

Unos semanas antes el profesor Manuel Atienza, catedrático de Filosofía de Derecho en la Universidad de Alicante, había escrito un artículo en El País dedicado a la gestación por sustitución en el que afirmaba que, en contra lo que cree la mayoría de las personas, la ley española no prohíbe esta práctica ni establece sanción alguna contra ella.

Voy a defender aquí tres tesis, comienza diciendo el profesor Atienza, que a muchos lectores quizás les parezcan extremas (equivocadas) pero que, en mi opinión, tendrían que considerarse como poco más que obviedades. Son las siguientes: 1) la gestación por sustitución no está prohibida en el Derecho español; 2) ese tipo de contrato (de práctica) no es en sí mismo contrario al principio de dignidad; y 3) la regulación de la gestación por sustitución no tiene por qué exigir de la mujer gestante un comportamiento estrictamente altruista.

Sobre la primera, señala, usualmente se afirma que la gestación por sustitución está prohibida en España porque el artículo 10 de la Ley de Reproducción Humana Asistida (de 2006) establece que un contrato en tal sentido es "nulo de pleno derecho”. Pero que sea “nulo de pleno derecho” no quiere decir que ese tipo de convención esté “prohibida”, sino que la misma no produce el efecto de que el (o los) comitente(s) sea(n) considerado(s) por el Derecho como padre(s) del bebé así gestado. Por lo demás, la ley en cuestión no prohíbe expresamente esa conducta, ni establece tampoco ninguna sanción al respecto en los artículos que fijan el régimen de infracciones y sanciones. Asombra por ello comprobar que incluso juristas profesionales afirmen una y otra vez que se trata de una prohibición, sin reparar en que una cosa es realizar un comportamiento prohibido y, por tanto, ilícito, y otra incumplir con alguno de los requisitos de validez de un contrato, incumplimiento que no necesariamente implica realizar una acción prohibida, ilícita. Darse cuenta de esa distinción es crucial, porque si no se trata de una conducta prohibida, entonces tampoco cabe esgrimir que la institución atenta contra los principios y valores fundamentales de nuestro ordenamiento jurídico para negar la inscripción en el registro español a niños nacidos (en el extranjero) mediante ese tipo de práctica.

Pasemos a la segunda tesis, sigue diciendo. Creo que hay un amplio acuerdo en considerar que el significado de la dignidad humana es el establecido por Kant en la segunda formulación del imperativo categórico: “Obra de tal manera que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. Lo que suele olvidarse aquí es el adverbio “solamente” que marca también una diferencia crucial. O sea, para argumentar en favor de que la gestación por sustitución es, en sí misma considerada, contraria a la dignidad no basta con señalar que esa práctica supone tratar instrumentalmente a un ser humano (¿qué contrato de trabajo no supone eso?), sino que habría que probar que implica necesariamente tratar a la mujer gestante solamente como un medio. Pero esto es algo que nadie, o casi nadie, parece pensar. No lo piensan, por ejemplo, muchas feministas que dicen estar en contra de la gestación por sustitución (apelando al principio de dignidad) y que, sin embargo, aceptan que la práctica sería lícita si la motivación de la mujer gestante fuera puramente altruista.

Y voy ahora a la tercera tesis, añade. Para que la regulación de esa práctica respete la dignidad de la mujer gestante, ¿es condición indispensable que esta actúe por motivos puramente altruistas? Yo no lo creo. Desde luego, en abstracto, sería preferible que la mujer gestante obrara por puro altruismo (¿y no cabría decir lo mismo del actuar humano en general?), pero de ahí no cabe inferir que la existencia de motivos “egoístas” (que pueden darse muy bien mezclados con otros altruistas) convierta esa actividad en moralmente ilícita. Lo que aquí parece perderse de vista es que actuar de manera no supererogatoria no equivale a actuar mal, de forma reprochable. O, dicho con otras palabras, de lo que se trata es de impedir la explotación de la mujer gestante. Pero para ello no se ve que sea condición indispensable que se establezca la gratuidad de su prestación. Ya sé que algunos prefieren hablar de “compensación” (como ocurre con la donación de óvulos), porque piensan que de esa manera no tendrían que renunciar a la gratuidad. Pero me parece que en esto tienen razón feministas como Victoria Camps cuando denuncian que se trata simplemente de un eufemismo, de un mecanismo de auto-engaño; de un auto-engaño —añadiría yo— del que se podría fácilmente prescindir.

En fin, concluye diciendo, como ocurre tantas veces, la importancia de señalar lo obvio es que, a partir de ahí, puede empezar a discutirse sobre las cuestiones verdaderamente debatibles. Y las hay.

En mi entrada de ayer miércoles comentaba el artículo del escritor Eugenio Fuentes sobre la novela El cuento de la criada, de Margaret Atwood, y la serie de televisión producida por la prestigiosa HBO con base en la misma. Sigo con el mismo asunto, como prometí, trayendo a colación el comentario que, en sentido completamente contrario al expresado más arriba por Manuel Atienza, publicaba en El País el pasado día 20 el profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba, Octavio Salazar. 

De "granjas de embarazo", hablaba Gabriela Wiener en su reportaje. “Cedo mi cuerpo libremente para que lo usen los demás. Pueden hacer conmigo lo que quieran. Soy un objeto. Por primera vez siento el poder que ellos tienen”, dice una de las protagonistas de  El cuento de la criada, el libro de Margaret Atwood llevado a la pantalla por HBO, que pone de relieve la percepción emocional de aquellas personas que ven pisoteada su dignidad.

Tras leer el artículo sobre la gestación por sustitución publicado hace unos días por el profesor Manuel Atienza, dice Octavio Salazar, mucho me temo que no ha leído el espléndido libro El cuento de la criada de Margaret Atwood ni tampoco ha visto ningún episodio de la adaptación televisiva que hace unas semanas ha estrenado HBO. Me atrevo a recomendarle ambas porque en materia de derechos humanos es muy importante tener la percepción emocional de aquellas situaciones que viven las personas que ven pisoteada su dignidad. Solo desde esa “empatía imaginada”, que tan bien explica la historiadora de los derechos Lynn Hunt, es posible construir argumentaciones jurídicas que no pierdan de vista el aliento ético que debe inspirar las reglas de una convivencia democrática. No cabe duda de que la literatura y sobre todo el cine son instrumentos básicos para generar esa capacidad de ponernos en la piel de otro (e incluso de otra).

En el tema que nos ocupa, sigue diciendo, bastaría analizar un fotograma de la magnífica serie para entender qué estructura de poder es la que sustenta lo que algunos de manera eufemística denominan maternidad subrogada. En él vemos en un primer plano, ocupando prácticamente toda la pantalla, al comandante, al pater familias que desea reproducir su linaje teniendo un hijo con sus genes, al patriarca que detenta el poder y la autoridad tanto en lo público como en lo privado, al señor de la casa cuyo pene parece valer más que el útero de su criada. Al fondo, muy desdibujada, sentada el filo de la cama, vemos a su esposa infértil, a la madre frustrada, a la que coloca en una ceremonia brutal entre sus piernas a la que parirá para ella. Y apenas intuimos, tras el hombre, tumbada con las piernas abiertas, a Defred, la criada que es penetrada por el patriarca, a la que apenas vemos porque como “buena” gestante es invisible: ha dejado de ser sujeto para ser un objeto al servicio de los deseos de otros.

La novela de Atwood, sigue diciendo, que ahora la serie ha convertido en un relato si cabe todavía más terrorífico que el libro, tiene la gran virtud de plantearnos algunos de los interrogantes que están sacudiendo a las mujeres en el siglo XXI, justo cuando la alianza entre patriarcado y capitalismo está provocando que, bajo pretexto de la libertad, se justifiquen prácticas que no hacen sino prorrogar el estatus subordinado de la mitad femenina del planeta.

Esa alianza bien podría llevar, añade, si no logramos ponerle frenos, al régimen teocrático y dictatorial imaginado en la novela, y en el que vemos cómo las mujeres han perdido todos los derechos que tardaron siglos en conquistar. El angustioso relato, que incluso ahora duele más al sentirlo tan cercano a través de la impagable mirada de la enorme Elisabeth Moss, nos aporta las claves no solo éticas sino también jurídicas desde las que, como mínimo, deberíamos cuestionar una práctica que en estos meses algunos incuso han llegado a defender como subversiva y que para otros obviamente es simplemente una vía más de enriquecimiento, es decir, una de las expresiones más brutales de cómo el dinero se convierte en medida de los deseos y de cómo a su vez el paradigma neoliberal permite convertirlos en derechos.

La serie narra la distopía de Gilead, señala. Una sociedad totalitaria que antiguamente pertenecía a los Estados Unidos. Los desastres medioambientales y una baja tasa de natalidad provocan que en Gilead gobierne un régimen fundamentalista perverso que considera a las mujeres propiedad del estado. Por todo ello, me resultó tan sorprendente hace unos días leer como Atienza ponía en duda que pudiese alegarse la dignidad de las mujeres para cuestionar la legitimidad de unos contratos que las convierten en siervas, incluso cuando se amparan en un pretendido carácter altruista. Nuestro Tribunal Constitucional ha reiterado, basándose en la célebre máxima kantiana de que el individuo no debe ser considerado como un medio, que la garantía de la dignidad de la persona implica el valor absoluto de sí misma como sujeto, la negación de su instrumentalización y la exigencia de las condiciones necesarias para que el libre desarrollo de su personalidad sea una realidad.

Pero es que además, afirma, un contrato que supone el alquiler no solo del útero, sino de todo un proceso fisiológico como es un embarazo, el cual se desarrolla, incide y se proyecta en todo el ser de la mujer, supone contravenir todas las disposiciones normativas que, tanto a nivel estatal como internacional, excluyen al cuerpo humano del comercio de los hombres. A todo ello habría que añadir que evidentemente, como en muchas ocasiones se subraya por quienes defienden los vientres de alquiler como una especie de prestación de servicios reproductivos, en todos los trabajos el ser humano despliega sus potencialidades a veces en condiciones indignas, pero ninguno de ellos implica todo un proceso físico y emocional como es la gestación de un ser humano. Algo sobre lo que, por cierto, y siguiendo los consejos de Rebecca Solnit, los hombres deberíamos callar y dar la voz a las mujeres que son las únicas que pueden vivirlo.

Incluso cuando se alega la posibilidad de estos contratos siempre que respondan a un carácter altruista, añade, y por lo tanto apoyándose en la generosidad de las mujeres, tendríamos que cuestionarnos si ello no está suponiendo la funcionalización de la maternidad y la consolidación del ser de nuestras compañeras como individuos que viven por y para otros. Es decir, como seres que ponen a disposición del poder masculino, y del mercado en el que se satisfacen los deseos de quienes mandan, su cuerpo, sus capacidades y, por supuesto, su sexualidad. Ahí está la prostitución como institución patriarcal por excelencia que no demuestra esa relación jerárquica. No olvidemos, además, que en este caso no se trataría de ser generoso para salvar vidas, como sucede en la siempre gratuita donación de órganos, sino para hacer más plena la vida privada o familiar de otros.

Es decir, sigue diciendo, justo lo que falta en el razonamiento del catedrático de Filosofía del Derecho es la perspectiva de género sin la cual cualquier aproximación a un tema jurídica y éticamente tan complejo acaba convertida en una simple justificación de la posición de quienes tienen el poder, el dinero y la autoridad. Alegar la autonomía de las mujeres para justificar la renuncia a sus derechos fundamentales es desconocer que, como bien ha explicado Laura Nuño, “el consentimiento requiere de un yo autónomo no mediado por la supervivencia.” O, lo que es lo mismo, implica no tener en cuenta las relaciones de poder que continúan marcando las subjetividades masculina y femenina, así como la relación entre ambas.

Por todo ello, concluye diciendo, el dilema clave que nos plantea la gestación por sustitución es si dicho tipo de contratos garantizan la capacidad de las mujeres para decidir sobre sí mismas o si, por el contrario, inciden en su sometimiento a condiciones heterónomas. Tendríamos que preguntarnos si sería posible una regulación de la misma que potenciara al máximo lo primero y evitara lo segundo. Una pregunta que finalmente nos lleva a otra mucho más ambiciosa que es la relacionada con el mundo que nos gustaría construir y bajo qué precio. En este sentido, leer, y ver ahora, El cuento de la criada, es un buen ejercicio para ir encontrando respuestas y para, espero, confirmar que el horizonte debería ser el reconocimiento del valor de cada ser humano por su valor intrínseco y nunca por su sometimiento a fines instrumentales que lo convierten en vehículo para satisfacer los intereses y deseos de otros. 






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






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miércoles, 4 de septiembre de 2013

¿La asociación de ideas es siempre un proceso involuntario?








Desde siembre me ha llamado la atención el complejo proceso mental mediante el cual se producen las asociaciónes de ideas: uno comienza hablando del precio de las hortalizas y termina la conversación discutiendo sobre la moral victoriana..., por ejemplo. Me pasó en su momento con un precioso artículo: "Afrancesadas o petimetras", de la catedrática de Lengua y Literatura, periodista y escritora, Juana Vázquez, sobre la Guerra de Independencia española cuyo bicentenario se estaba celebrando aquel año.

El artículo no era sólo una fundamentada crítica al rancio pensamiento reaccionario de los absolutistas españoles, con Fernando VII a la cabeza, sino sobre todo un canto a la incipiente liberalización femenina, que la Ilustración había propiciado en España con el advenimiento de la nueva dinastía borbónica. Me alegró leerlo, y advertir que no era el único de los españoles que de haber vivido en esa época es muy posible que hubiera "quedado" del lado de los afrancesados...

Conforme lo iba leyendo dos recuerdos fluían a mi mente. Por un lado, el de una frase atribuida, creo, a Sir Winston Churchill, que siempre me ha producido cierta desazón (y que no comparto del todo) que viene a decir que "con la Patria, como con la madre, se está siempre aunque no tenga razón". Por otro, el de un magnífico libro de la historiadora italiana Benedetta Craveri: "La cultura de la conversación" (Siruela, Madrid, 2004), leído hacía ya cuatro años por esas fechas. Uno de los textos más hermosos que he leído nunca. Un precioso ensayo sobre el importantísimo papel desempeñado en el mundo de la cultura europea por las mujeres de la aristocracia ilustrada del Antiguo Régimen, que en la Francia de los siglos XVII y XVIII, supieron crear, mantener y desarrollar los denominados salones literarios.

Pueden leer la reseña que de dicho libro hacia "Revista de Libros", en su número de mayo de 2004, firmada por Álvaro de la Rica, en este enlace. Se la recomiendo.

Y de ahí, y concluyo la asociación de ideas, me asaltan casi de manera inmediata otros dos recuerdos indelebles: la valerosa postura de la actriz Jane Fonda, oponiéndose decididamente a la guerra que su país mantenía en Vietnam en los años 60, por la que fue acusada de traidora y antinorteamericana, y la también valerosa respuesta de la filósofa y teórica política, Hannah Arendt, en tantas ocasiones citadas por mí, cuando a raíz de la publicación (1963) de su libro "Eichmann en Jerusalén" (Nuevas Ediciones de Bolsillo, Barcelona, 2004), en el que relataba el proceso, condena y posterior ejecución en Israel del exjerarca nazi Adolf Eichmann, secuestrado un año antes en Argentina por el Mossad, trasladado en secreto a Israel y enjuciado allí por crímenes contra el pueblo judío, recibió las furibundas críticas de una buena parte de los judíos europeos y norteamericanos que no entienderon cabalmente su teoría sobre la "banalidad del mal" en relación con el personaje de Adolf Eichmann. 

Arendt siguió el proceso en Jerusalén como enviada especial de una prestigiosa revista norteamericana. Un año más tarde se publicaron sus crónicas sobre el juicio; primero en la revista y luego en forma de libro. Acusada por gran parte de los lectores, no sólo judíos, de desprecio y falta de amor a su pueblo, al pueblo judío, e incluso de pro-nazi, Hannah Arendt, contestó públicamente a sus críticos con unas palabras que se han hecho célebres: "Tienen ustedes toda la razón; no me anima ningún amor de esa clase, y eso por dos motivos: jamás en toda mi vida he amado a ningún pueblo, a ninguna colectividad; ni al pueblo alemán, ni al pueblo francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera, ni nada de todo eso. Yo amo únicamente a mis amigos y la sola clase de amor que conozco y en la que creo es en el amor por las personas. En segundo lugar, este amor por los judíos me parecería, puesto que yo misma soy judía, más bien sospechoso. Yo no puedo amarme a misma, amar aquello que sé que es parte de mí, un fragmento de mi propia persona". Aún hoy, es un libro que sigue levantando polémicas.

¿Comprenden ahora lo que decía al principio sobre la asociación de ideas?... Pues eso... Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




Madame de Sévigné (1626-1696)





Entrada núm. 1958
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)