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sábado, 23 de noviembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] En busca de la excelencia. (Publicada el 30 de marzo de 2009)



 George Steiner


De George Steiner se pueden decir muchas cosas: por señalar únicamente dos, que es uno de los más importantes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, y que toda su obra viene caracterizada por una insaciable búsqueda de la "excelencia". Excelencia humanística, literaria, académica, y vital. No es extraño, pues, que el crítico literario Martín Schifino titule el comentario de su última obra: Los libros que nunca he escrito (Siruela, Madrid, 2008), como "Utopías de la excelencia", publicado en Revista de Libros, en el número de marzo de 2009.

Nacido en París, en 1929, en el seno de una familia judía austriaca emigrada por causa del nazismo, en 1940 se traslada a Estados Unidos obteniendo su licenciatura por la Universidad de Chicago, el MA (Master of Arts) por Harvard y el doctorado por Oxford Balliol College, del que sería Profesor Honorario en 1995. Ha enseñado en la Universidad de Princeton (1956-58), en Innsbruck (1958-59), en Cambridge (1961), en el que fue elegido Profesor Extraordinario en 1969. En 1974, aceptó el puesto de Profesor de Literatura Inglesa y Comparada en la Universidad de Ginebra, en la que estuvo hasta 1994, cuando se convirtió en Profesor Emérito al jubilarse. Desde entonces, ha sido nombrado Weidenfeld Professor de Literatura Comparada y Profesor del St Anne's College de Oxford, (1994-95), y Norton Professor de Poesía en Harvard (2001-02). En 2001 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

De él dice Martín Schifino en su artículo citado que aspira a considerar la totalidad de la cultura occidental, donde la palabra se expande hasta incluir no sólo las artes liberales y las humanidades, sino además las ciencias y su historia. Acusado de "todólogo", según SchifinoSteiner responderá que la especialización en las humanidades le parece "una catástrofe". Los campos vallados -dice- son para el ganado. También con motivo de la publicación de Los libros que nunca he escrito, el escritor y periodista canario, Juan Cruz, entrevistó a George Steiner. Fue una deliciosa y polémica entrevista, titulada "Yo intento fracasar mejor", que se publicó en El País el 24 de agosto del pasado año, y que levantó cierta polvareda en España por sus críticos y ácidos comentarios sobre las lenguas autonómicas, por las que Steiner pidió disculpas posteriormente clarificando su primera opinión..

Yo no había oído hablar de George Steiner hasta que, hará diez años, leí su magnífico Errata: El examen de una vida (Siruela, Madrid, 1998). Un excepcional libro autobiográfico que me impresionó profundamente, al que llegué gracias a la lectura del comentario del escritor Ángel García Galiano titulado"El pensamiento como vocación", publicado en Revista de Libros en abril de 1999.

De mi emocionada lectura de Errata, recuerdo con especial intensidad los capítulos que hacen referencia a la enseñanza universitaria y a su propia experiencia académica, como alumno, primero, y como profesor después, siempre en busca de esa "excelencia" que caracteriza toda su obra. Dice Steiner: "Una universidad digna es sencillamente aquella que propicia el contacto personal con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y escuchar. La institución, sobre todo si está consagrada a la enseñanza de las humanidades, no debe ser demasiado grande. El académico, el profesor, deberían ser perfectamente visibles. Cruzarse a diario en nuestro camino". Y continúa más adelante: "En la masa crítica de la comunidad académica exitosa, las órbitas de las obsesiones individuales se cruzarán incesantemente. Una vez entra en colisión con ellas, el estudiante no podrá sustraerse ni a su luminosidad ni al desafío que lanzan a la complacencia. Ello no ha de ser necesariamente (aunque puede serlo) un acicate para la imitación. El estudiante puede rechazar la disciplina en cuestión, la ideología propuesta (…) No importa. Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, “huelen” la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío."

Antes de eso, Steiner nos ha contado su experiencia personal como alumno universitario en los años 50. No me resisto a reproducir algunos de esos párrafos: " Ingresé en 1949 en la universidad de Yale. Pero, aunque larvado, allí también había antisemitismo: hasta el año anterior ningún judío se había licenciado en humanidades. Con el curso ya en marcha, me trasladé a la Universidad de Chicago, que resultó ser un lugar muy especial… La providencia –el curso ha había comenzado- puso en mi camino un artículo sobre la Universidad de Chicago y su legendario condottiere. Desdeñando el absurdo infantilismo y la banalidad dominantes en la mayía de los planes de estudio académicos, Robert Maynard Hutchins permitía a quienes lo solicitaban presentarse a los exámenes de cualquier asignatura. Si obtenían una puntuación adecuada, quedaban eximidos de cursar las asignaturas en cuestión. De este modo, y en casos excepcionales, los estudios universitarios podían reducirse a un año.

Siempre y cuando guardasen silencio, los estudiantes podían asistir a seminarios avanzados. Matricularse con Leo Strauss: “Damas y caballeros, buenos días. En esta clase, no se mencionará el nombre de …., que por supuesto es estrictamente incomparable. Ahora podemos ocuparnos de la República, de Platón”. “Que por supuesto es estrictamente incomparable”. Yo no logré captar el nombre en cuestión, pero aquel “por supuesto” me hizo sentir como si un rayo luminoso, frío, me recorriese la espina dorsal. Un amable posgraduado escribió el nombre para mí al terminar la clase: un tal Martin Heidegger. Corrí a la biblioteca. Esa noche, intenté hincarle el diente al primer párrafo de Ser y tiempo. Era incapaz de entender incluso la frase más breve y aparentemente directa. Pero el torbellino ya había comenzado a girar, el presentimiento radical de un mundo absolutamente nuevo para mí. Prometí intentarlo una vez más. Y otra.

Ésa es la cuestión. Llamar la atención de un estudiante hacia aquello que, en principio, sobrepasa su entendimiento, pero cuya estatura y fascinación le obligan a persistir en el intento. La simplificación, la búsqueda del equilibrio, la moderación hoy predominantes en casi toda la educación privilegiada son mortales. Menoscaban de un modo fatal las capacidades desconocidas en nosotros mismos. Los ataques al así llamado elitismo enmascaran una vulgar condescendencia: hacia todos aquellos a priori juzgados incapaces de cosas mejores. Tanto el pensamiento (conocimiento, Wissenschaft, e imaginación dotados de forma) como el amor, nos exigen demasiado. Nos humillan. Pero la humillación, incluso la desesperación ante la dificultad –uno se pasa la noche sudando y no consigue resolver la ecuación, descifrar la frase en griego-, pueden desvanecerse con la salida del sol."

¡Qué envidia!... Si encuentran algún parecido entre esa "experiencia" y la de nuestras masificadas universidades actuales, será por una excepcional casualidad. No la desaprovechen, porque es difícil que se repita... Espero que disfruten con estas lecturas que les propongo. Sean felices. HArendt





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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lunes, 24 de marzo de 2014

El aura de la universidad






Portada de "Errata. El examen de una vida"




Resulta desolador que un país como el nuestro, España, que ocupa el puesto número 13 en el ranking mundial por su Producto Interior Bruto, no cuente con una sola universidad entre las 100 más prestigiosas del mundo, y entre las cien siguientes solo esté la Pompeu Fabra, de Barcelona, y esta en el puesto 186.

El escritor Rafael Argullol declaraba hace unos días en El País, en un artículo titulado "La cultura enclaustrada", que el repliegue de la universidad sobre sí misma es una consecuencia del antiintelectualísmo rampante que impera en la misma que ha renunciado a la creatividad y el riesgo, para centrarse en la publicación de "Papers" que solo leen entre los integrantes del gremio respectivo. 

Detenerse en el análisis de las causas de esta situación sería muy complejo y escapa por completo a la intención de este comentario. No puede ser solo cuestión de dinero, aunque ello sea significativo. Un ejemplo, la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, para un total de 21500 estudiantes (la mitad de ellos de doctorado) tiene un presupuesto de 2208 millones anuales de euros. El conjunto de todas las universidades públicas españolas, para un total de 1561000 estudiantes, alcanzan un presupuesto global de 8730 millones de euros. Otro problema es el incestuoso sistema (incestuoso, sí, más que endogámico) de selección del profesorado en las universidades españolas. En Estados Unidos ninguna universidad contrata como profesor a un graduado o doctorado de la misma sin experiencia académica acreditada en otra universidad distinta. No está escrito en ningún sitio, pero es algo aceptado tácitamente por todas ellas.

Sobre las "claves del fracaso de la universidad y la ciencia en España y sus posibles vías de solución", hay un libro de título homónimo (Madriud, Gadir, 2013) escrito por la profesora de Historia Económica de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) y ex directora general de universidades de la comunidad autónoma madrileña Clara Eugenia Núñez. La reseña del mismo, muy crítica con algunos de los planteamientos del libro sobre financiación pública o privada de las universidades, la promoción de la competencia entre ellas por atraerse alumnos o invertir en investigaciones al servicio de intereses privados, puede leerse en el artículo titulado "Crónica de un fracaso", publicado en Revista de Libros por el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid Julio Carabaña. Pueden leerla en este enlace.

Hay un viejo aforismo latino en la Universidad de Salamanca que reza así: "Quod natura non dat, Salmantica non praestat". No hace falta ser Virgilio ni Cicerón para entenderlo: "Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga". A pesar de ello, reconozco que para un joven cualquiera, eso sí, despierto y animoso, el paso por la universidad, cualquier universidad, puede resultar algo mágico.

Sobre la magia de la vida universitaria una de las personas que más y mejor ha escrito ha sido George Steiner. De él se pueden decir muchas cosas pero yo voy a señalar únicamente dos: que es uno de los más importantes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, y que toda su obra viene caracterizada por una insaciable búsqueda de la "excelencia". Excelencia humanística, literaria, académica, y vital. No es extraño, pues, que el crítico literario Martín Schifino titulara el comentario de una de sus obras: "Los libros que nunca he escrito" (Siruela, Madrid, 2008), como "Utopías de la excelencia". 

Nacido en París, en 1929, en el seno de una familia judía austriaca emigrada a causa del nazismo, en 1940 se traslada a Estados Unidos con su familia, obteniendo su licenciatura por la Universidad de Chicago, el MA (Master of Arts) por Harvard y el doctorado por Oxford. Ha sido profesor en Princeton, en Innsbruck, en Cambridge, en Ginebra, en Oxford y en Harvard. En 2001 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Por mi parte hará quince años que leí por vez primera su magnífico "Errata: El examen de una vida" (Siruela, Madrid, 1998). Un excepcional libro autobiográfico que me impresionó profundamente y al que vuelvo a menudo en busca de inspiración. Llegué a él, como en tantas otras ocasiones, a través de un artículo en Revista de Libros, en este caso, el titulado "El pensamiento como vocación", del escritor Ángel García Galiano.

De mi emocionada lectura de "Errata" recuerdo con especial intensidad los capítulos que hacen referencia a la enseñanza universitaria y a su propia experiencia académica, como alumno, primero, y como profesor después, siempre en busca de esa "excelencia" que caracteriza toda su obra. 

"Una universidad digna -dice en él- es sencillamente aquella que propicia el contacto personal con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y escuchar. La institución, sobre todo si está consagrada a la enseñanza de las humanidades, no debe ser demasiado grande. El académico, el profesor, deberían ser perfectamente visibles. Cruzarse a diario en nuestro camino". Y continúa más adelante: "En la masa crítica de la comunidad académica exitosa, las órbitas de las obsesiones individuales se cruzarán incesantemente. Una vez entra en colisión con ellas, el estudiante no podrá sustraerse ni a su luminosidad ni al desafío que lanzan a la complacencia. Ello no ha de ser necesariamente (aunque puede serlo) un acicate para la imitación. El estudiante puede rechazar la disciplina en cuestión, la ideología propuesta (…) No importa. Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, “huelen” la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío."

¡Qué envidia!... Si encuentran algún parecido entre esa "experiencia" y la de nuestras masificadas universidades actuales, será por una excepcional casualidad. No la desaprovechen, porque es difícil que se repita... Espero que disfruten con estas lecturas que les propongo.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt






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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri

viernes, 5 de abril de 2013

Sobre el arte de escribir





El placer de escribir



Una de las últimas entradas de mi hija Ruth en su blog "Pensando en la estación", la titulada "Entre páginas", confieso que me cogió con las defensas bajas y no la entendí hasta que ella me la explicó; mis neuronas ya no son lo que eran ni por asomo...

Esa entrada, la última mia en la que hacía referencia a un artículo del escritor Andrés Ibáñez sobre el arte de la escritura, y otro del crítico literario Martín Schifino en el último número de "Revista de Libros" (marzo-abril 2013), titulado "Las correcciones", en el que hace una exhaustiva crítica de "El libro del español correcto" (Instituto Cervantes/Espasa, Madrid, 2012), de Florentino Paredes García, me han hecho recordar un pasaje del bellísimo diálogo platónico del "Fedro" (Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1970. Edición de Luis Gil Fernández) que pone en boca de Sócrates la siguiente frase: "Decir las palabras precisas no es fácil. Pero como se deba escribir, si ha de quedar el escrito en lo que es posible a la altura del arte, eso sí que estoy dispuesto a decirlo".

El artículo de Schifino trata aspectos del idioma muy controvertidos, no solo entre lingüistas. Por ejemplo, las diferencias de tratamiento y uso entre la lengua oral y la escrita, o entre la vulgar y la culta, entre las normas prescriptivas o descriptivas de un idioma, entre la denominación "castellano" o "español" de nuestra lengua, o sobre quién o quiénes hacen los idiomas. Y sobre bastante más cosas que hacen sugetiva su lectura. Seguro que les resulta tan interesante como a mí.

Y sobre el "Fedro" de Platón, el bellísimo diálogo sobre, precisamente, la verdadera naturaleza de la "belleza" y del "amor", tan relacionado con su otra obra maestra, "El banquete", ¿qué puedo decirles, salvo invitarles a su lectura en los enlaces de más arriba?

Como complemento de la entrada he encontrado el vídeo titulado "Viaje al interior de la cultura: la Real Academia Española", que espero también les resulte interesante.

Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt 





Calíope, Musa de la escritura






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lunes, 1 de abril de 2013

Treinta años no son nada, y en literatura, menos...




Forges y el "Quijote"



Hace muy pocos días comentaba con una amiga del Facebook sobre lecturas literarias y caímos en el manido tópico del libro a llevarse a una hipotética isla desierta. Para mí, le dije, la "Biblia": no soy creyente, pero es un libro que tiene de todo: historia, aventuras, guerras, poesía, lirismo, creencias, fe... Y, bueno, puestos ya a llevarse dos, "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha" de nuestro paisano Miguel de Cervantes: por calidad (la primera novela moderna) y proximidad idiomática. Y si seguimos hasta tres, la "República" de Platón. Podía decir más y mejores, sin duda, pero me quedo con los citados.

No soy un purista de la literatura. Creo que su función principal es entretener, pero comparto en gran manera la opinión del afamado escritor que dijo "no leer nunca una novela que tuviera menos de 30 años de publicada y no se hubiera reeditado más de una vez". No recuerdo su nombre, pero le doy la razón. De ahí mi afición a los clásicos, y contra más clásicos y más antiguos, más mejor, como decimos en el español de Canarias.

Desconfio, por principio, de todos los títulos con la faja de "superventas" adherida a su portada, y si encima se ofertan en las grandes superficies junto a los embutidos, los calcetines a 1 euro y los productos de limpieza para el hogar, ni les cuento: alergia pura. Casos como Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones o Dan Brown, por citar solo algunos de ellos, me han curado de espanto. Les animo a leer lo que comentaba el crítico literario Martín Schifino en su artículo "Como leer un best seller" (Revista de Libros, julio-agosto 2010).

Entre mis alergias patológicas se encuentran los Premios Planeta. No me pregunten por qué. No tengo una explicación racional. De entre los 120 títulos de su historial entre premiados y finalistas de sus últimos sesenta años, reconozco no haber leído más allá de una docena y media de ellos.

No dudo de la imparcialidad originaria de los jurado de los Premios Planeta, pero sí doy crédito a lo que parece la política promocional de sus editores: invitar a un escritor de prestigio ya reconocido a presentarse con la "casi" seguridad de llevarse el premio, lo que los convierte en "premio por encargo" o similar. ¿Algo exclusivo del Planeta? Pues no lo sé, con sinceridad, pero algunas de la veces da la impresión de que sí es así.

Cumpliendo con la primera de las premisas citadas, la de no leer novela alguna con menos de treinta años de publicada (premisa incumplida con reiteración y poco propósito de enmienda por mi parte), reconozco haber caído en tentación en las últimas semanas con dos premios Planeta galardonados en los años 80 que tenía en casa sin leer: "Jaque a la dama", de Jesús Fernández Santos, ganador del premio en 1982, y "La jeringuilla", finalista, de Pedro Casals, en 1986. Me han gustado mucho. Lo mismo que la novela ganadora del premio, mucho más reciente, en 2010: "Riña de gatos. Madrid, 1936", del consagrado escritor catalán Eduardo Mendoza. No les cuento la trama por si se deciden a leerlos. La novela de Fernández Santos es la historia de una mujer durante la guerra civil española y la posterior guerra mundial, en busca de su propio lugar en el mundo. La de Pedro Casals, cuenta una historia de drogas y apariencias entre personajes de la alta burguesía catalana de los 80. La de Mendoza, las semanas previas al estallido de la guerra civil española en un Madrid plagado de conspiradores de izquierdas y de derechas, en el que sus protagonistas, un historiador y profesor de arte británico y una joven aristócrata madrileña viven una insólita historia de amor que tiene como epicentro un cuadro de Velázquez. En el número de marzo (de nuevo marzo) de 2011 de "Revista de Libros" pueden leer una interesante crónica de la novela de Mendoza,  titulada "Peleas de villa y corte", escrita por el crítico literario Nick Caistor. Y en el vídeo con el que acompaño la entrada, una entrevista a su autor, Eduardo Mendoza, en el programa televisivo "Silencio se lee" de junio de 2011, en el que el autor comenta y lee pasajes de su novela.

Termino la primera entrada de este mes de abril recomendándoles el interesante y erudito artículo del escritor Andrés Ibáñez, de nuevo en la tan recurrente para mí "Revista de Libros", en el número de abril de 2005, titulado "¿Se aprende a escribir?". Estoy convencido de que les resultará interesante.

Sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt 





El escritor Eduardo Mendoza






Entrada núm. 1830
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viernes, 19 de marzo de 2010

Vida y literatura

Portada de "Los grandes libros", de David Denby



Nunca quedo defraudado en mi ineludible y ansiada cita mensual con "Revista de Libros". En su último número (el 159, marzo 2010), aparte de un buen número de interesantes artículos, leo dos frases del escritor austríaco Thomas Bernhard (1931-1989) que me han resultado llamativas. Dicen así: "La literatura puede ofrecer la solución de la existencia". Y esta otra, lapidaria, sobre los premios: "Aceptar un premio no quiere decir otra cosa que dejarse defecar en la cabeza, porque a uno le pagan por ello". ¿Excesivo? No me lo parece; desde luego irreverente la última, sí; por fortuna. Ambas están tomadas de sendos artículos de los críticos literarios Martín Schifino ("El intransigente", páginas 39-42) y Félix Romeo ("El premiado recibe los insultos", página 43) sobre el autor citado.

Antes, en la página 36 del mismo número, el escritor José María Guelbenzu, en relación con  el comentario que formula sobre los "Cuentos completos" de Juan Carlos Onetti, dice lo siguiente: "Una regla no escrita sostiene que el verdadero valor de una obra se manifiesta en el tiempo. Una forma clásica de dar tiempo al tiempo es la relectura, y una relectura fiable al respecto es aquella que se hace poniendo uno o, mejor, dos decenios de por medio, es decir dando margen suficiente a la evolución personal del lector. La respuesta más positiva de la obra o libro es que la segunda lectura sea más enriquecedora, más madura, más compleja y más clara a la vez; y la tercera, si cabe, que sea aún más cumplida, es decir, que sea capaz de acompañar al lector a medida que éste va ganando en años por la vida y ampliando su experiencia. Dese por seguro que un libro capaz de responder al lector a lo largo de las diferentes edades de éste es una pieza de verdadera importancia: ahí están la Ilíada, la Biblia, Shakespeare o Cervantes para demostrarlo".

Leí ambos artículos esta mañana mientras esperaba, en la consulta del ambulatorio, a que me recibiera mi médico de cabecera, a ver si era capaz de calmarme una tos que me impide dormir por las noches, salvo sentado en un sillón, desde hace más de diez días. Su lectura me hizo recordar un precioso libro del crítico cinematográfico del New Yorker, David Denby, que tomé prestado de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas en septiembre de 2003. Se titulaba "Los grandes libros. Mis aventuras con Homero, Rousseau, Woolf y otros autores indiscutibles del mundo occidental" (Acento Editorial, Madrid, 1997).

Denby relata en él con bastante humor y una buena dosis de nostalgia la vuelta a la Universidad de Columbia, en Nueva York, su alma mater, veinte años después de concluir sus estudios en ella, para matricularse de nuevo, como simple experiencia vital, en el curso de Literatura de la citada universidad, obligatorio en todas los grados de Humanidades y Ciencias, que incluye una serie de lecturas de clásicos de la literatura universal, agrupadas en lo que se conoce como el "Core Curriculum del Columbia College", y que en dos semestres académicos acomete el estudio de  la "Ilíada" y la "Odisea", de Homero; "Historia", de Heródoto; "Orestiada", de Esquilo; "Edipo rey", de Sófocles; "Las nubes", de Aristófanes; "Apología de Sócrates" y "El Banquete", de Platón; "Historia de la guerra del Peloponeso", de Tucídides; "Medea", de Eurípides; el "Génesis", "El libro de Job" y los "Evangelios" de Lucas y Juan, de la Biblia; "Eneida", de Virgilio; "Confesiones", de San Agustín, "Comedia", de Dante; "Decamerón", de Bocaccio; "Ensayos", de Montaigne; "Don Quijote de La Mancha", de Cervantes;  "Hamlet", de Shakespeare; "Orgullo y prejucio", de Jane Austen; "Crimen y castigo", de Fyodor Dostoevsky; y "Al faro", de Virginia Woolf.

Esa lista de lecturas, o similares, obligatorias en casi todas las universidades norteamericanas, me provocó una agridulce sensación de frustración, y de envidia. La primera no tenía mucha razón de ser  pues de todos los libros citados sólo tengo cuatro sin leer; no les confieso cuales, por pudor. La envidia, no; esa no se me ha pasado, y cuando veo los "planes de estudio" de las facultades humanísticas españolas, no es que me crezca la envidia: lisa y llanamente se me abren las carnes..., de vergüenza. No digamos las de ciencias, absolutamente desvinculadas de cualquier "saber" humanístico o literario.

Nunca me he trazado un "plan de lecturas" vital, ni a corto, ni a largo plazo. Leo de forma desordenada, con gran predominio de los clásicos sobre los modernos, y del ensayo sobre la ficción. A pesar de ello, o quizá por ello, tengo dos premisas que sigo de forma más o menos consciente: Una, desconfiar de los libros que obtienen premios literarios tan mercantilizados, por ejemplo, como el Planeta (que me perdonen los galardonados, que no tienen la culpa de mi fobia), y dos, reafirmarme en mi intuitivo criterio de que después de los clásicos griegos, todo lo demás en mera paráfrasis.

Aprovecho para recomendarles otro precioso libro sobre el denostado "canon de lecturas occidental", escrito por el renombrado profesor y crítico literario Harold  Bloom. Se titula "¿Dónde se encuentra la sabiduría?" (Santillana, Madrid, 2005). He intentado localizarlo en la desastrosa organización de mi biblioteca familiar y no me ha sido posible, pero he encontrado un vídeo en YouTube sobre  la cuestión que espero les resulte interesante. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt




 La Biblioteca Nacional de España, Madrid





 

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Entrada núm. 1284 -
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