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jueves, 9 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Esencialismos



Mujer en una estación de metro en Madrid

Estábamos buscando otra manera de hablar, comenta en el A vuelapluma de hoy [Señorita. El País, 5/7/2020] la escritora Marta Sanz, y parecía que habíamos encontrado la clave esperanzadora. No la pifiemos.

"En 1972 Armiñán -comienza diciendo Sanz- dirigió Mi querida señorita. Adela Castro, señorita provinciana, interpretada por López Vázquez, descubre que es hombre. En esta metamorfosis ratificamos la complicación de nombrar sexualidades más allá de peras y manzanas, y de autobuses que informan sobre lo que significa tener vagina (¡una mamá!) o pene (¡cabeza de familia!): si sacas los pies del tiesto, tu cuerpo se devalúa y cualquier desalmado te despide o te raja. No eres señorita, sino monstrua. El misterio de si Adela es hermafrodita, mujer, hombre, ángel, se mezcla con la pesantez de la construcción cultural: disfórico/a, loca, tarado… Además, a Adela le pone Isabelita, así que ¿lesbiana o hetero? Y con la dificultad para ganarse el pan. Les sucede al 85% de las personas transexuales.

En la teoría queer hay un excluyente factor académico y de clase. Como en la poesía de Quasimodo o los hexámetros dactílicos. Necesito comprender lo que me queda lejos. Me empino y me alegro cuando veo la corriente de solidaridad entre una kelly y un trans que aspira a vender seguros. Los componentes semánticos de este tema me han hecho descubrir que, además de socialcomunista, lesboterrorista, perraflauta y españolísima, soy también demisexual. Pero no todo es lenguaje y a veces obviamos que la realidad se compone de cifras tan concretas como que el 85% de las personas transexuales están en paro o que globalmente hay más mujeres pobres que transexuales. El problema semántico pasa por la dificultad de asignar acciones, sentimientos, lugares, emociones tanto en una concepción binaria del género, como en otra que pretende dibujar una miríada de identidades sexuales reconocibles en distintos seres humanos o en el mismo a lo largo de su vida. El esencialismo sentencia: las mujeres que no cumplen con el mandato biológico de la maternidad no son verdaderas mujeres —¡Cáscaras!—. Otro tipo de esencialismo predica: las trans son hombres disfrazados —¡Carambolas!—. Añadamos la variable científica: el límite son las certezas de la ciencia. Pero quienes se dedican a la ciencia saben que existe una combinación cromosómica XXY y, sobre todo, saben que los paradigmas científicos se corroboran o falsan y que, de esa deseable evolución del conocimiento, no están exentas las investigaciones sobre género, su asignación, peras, manzanas y sexadores de pollos. La maraña científica, moral y lingüística se desenreda a la luz de lo social y económico: como soy socialcomunista, lesboterrorista, estratega y filóloga, no lo olvido. Nos unían: el 85% de paro de las personas transexuales, exclusión y pobreza de las mujeres, violencia machista.

La conciencia de esta fragilidad, la depredación del planeta y de los cuerpos que lo habitamos, las discriminaciones y la necesidad de cuidarnos operaban sinérgicamente para achicar otras simas de desigualdad que cuestionan un modelo económico racista, machista, capitalista. Incurrir en el discurso del odio es malsano fuego amigo: en el apaciguamiento de la visceralidad se halla la bisagra para una transformación del sistema. La solución no está en retirar a J. K. Rowling de los escaparates ni en desmerecer nuestra genealogía feminista. Estábamos buscando otra manera de hablar. Habíamos encontrado la clave esperanzadora, queridas monstruas, señoritas, compañeras. No la pifiemos".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 13 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Gritos, no susurros



Enfermera de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid. Europa Press


No queremos la salud para volver a enfangarnos en formas de vivir que solo son formas de producir y reducen nuestros cuerpos a carne de enfermedad y pasto de adicciones, comenta [Cuidadoras. El País, 6/4/2020] en el primer A vuelapluma de la semana la escritora Marta Sanz. 

"Sin pelo no hay alegría y, sin salud, no hay prosperidad ni hostias -comienza diciendo Marta Sanz-. Resultaba bastante imprevisible que un bicho atacase nuestro obtuso sistema inmunitario para frenar nuestras inercias en seco y aletargarnos igual que las hadas buenas de La bella durmiente dejan grogui a todo un reino para fingir que el tiempo no pasa amortiguando así la percepción del horror. Tenía que llegar este bicho para que comenzáramos a formularnos preguntas filosóficas, sociológicas, económicas, pertinentes. Hacía falta que un virus nos tatuara en la piel la entropía, las ventajas ecológicas de la desaparición de la especie humana y la imposibilidad de controlarlo todo. Un virus, con incorrectísima violencia educativa, nos abre las puertas de la razón o el tercer ojo —Lobsang Rampa nos hizo daño— a la certeza de que nuestros mayores problemas universales, según fuentes publicitarias, no son ni estreñimiento ni neurosis.

No obstante, igual que sin salud de poco sirven lápiz, martillo o aguja, también es cierto que los sistemas económicos inhumanos, orientados por la brújula de la desigualdad y el acaparamiento de objetos brillantes en el nido de la urraca, nos convierten en personas workahólicas, enfermas, medicadas: ni siquiera nos permitimos elogiar la pereza en pleno confinamiento y buscamos hiperactivamente recursos para no dejar de producir imagen, marca, promesas de futuro. El integrismo capitalista mina la salud y nos destruye: primero a los individuos vulnerables, expuestos a la intemperie, luego a todos los demás. Por eso, cuando observo cómo la derecha planetaria intenta hacer política a medio plazo esgrimiendo el hambre que pasarán autónomos y autónomas, o exaltando las buenas acciones de las empresas privadas frente a la inoperancia de un sector público al que se ha precarizado durante décadas quirúrgica y minuciosamente; cuando veo cómo se alarman ante las orejas del lobo de hipotéticas nacionalizaciones mientras vuelven a elogiar la beneficencia que baña de bondad a los reyes midas, los futbolistas con boca de hierro y otros deportistas, que también durante décadas no tributaron en este país, y después organizan fundaciones solidarias porque la pasta les sale por las orejas —de lobo con piel de corderito—; cuando me percato de esa malversación de los fondos del sentido común, se me dilatan las pupilas y, como los animales —cisnes, oseznos, jabalíes—, tomo la calle para gritar que no queremos la salud para volver a enfangarnos en formas de vivir que solo son formas de producir y reducen nuestros cuerpos a carne de enfermedad y pasto de adicciones. Tenemos que decidir qué echamos de menos y qué de más. No incurrir en los mismos errores. A primeros de abril, Naomi Klein, autora de La doctrina del ‘shock’, concedía una entrevista a El Salto: “La gente habla sobre cuándo se volverá a la normalidad, pero la normalidad era la crisis”. Se impone la idea del cuidado no solo a escala doméstica, sino a una escala pública y estatal. Cuidados que nos salven de la crueldad de los mercados, la vida a crédito, la lengua fuera, y de la amnesia europea respecto a uno de sus principios comunitarios fundadores: el concepto de solidaridad forzada que en Alemania o en Holanda confunden con rescates flojitos. Dios y diosa aprietan y, en este caso, además ahogan".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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sábado, 4 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Sobreponerse



Esperando su turno. Foto de Ana Márquez para El País


Deseo el fin de la peste para volver a disfrutar de las pequeñas cosas que nos proporcionan una felicidad razonable, comenta [Desafinada. El País, 30/3/2020] en el A vuelapluma de hoy sábado la escritora Marta Sanz.

"Cuando escribo mi columna -comienza diciendo Sanz- suelo tener mucho ánimo: algún suceso desencadena un pensamiento que comparto desde una imprudente distancia. Procuro mirar hacia un sitio fuera del foco de la vertiginosa actualidad informativa, y desde un lugar en el que no resuenen los tópicos. Hoy confieso que lo que nos está pasando me desborda: la pandemia, lejos de ser inspiradora —palabra macerada en una mística y cursilería horribles—, me bloquea. No estoy a la altura. No encuentro el tono. Me irrita el tono apocalíptico de quienes ya se lo veían venir, pero también esas caritas sonrientes que se vuelcan en el consumo de repostería y en su reverso glucémico: el body building. No sé si es desesperanza, puerilidad, incultura, miedo o todo junto lo que lleva a las sectas evangélicas a organizar multitudinarios saraos de rezo o lo que mueve a un octogenario a escaparse de la residencia. Se me confunden las emociones: puede que ese anciano sea un resistente que huye de lo que él considera un pudridero o un egoísta al que no le importa que la peste se instale en su casa y extermine a sus seres queridos. Detesto esa nostalgia que me hace llorar cuando veo Cachitos de hierro y cromo, y Jaime Urrutia canta Pecados más dulces que un zapato de raso. No me consiento tanta ñoñería, aunque sé que llorar desatasca. Me chirrían los zombis, la ciencia ficción, el Soylent Green, el “todo está ya contado”, y a la vez me espanta la idea aleccionadora de que nuestra angustia proviene del miedo a lo desconocido. En qué quedamos. A veces me exaspera y a veces me carcajeo con un sentido del humor ad hoc:un hombre en pijama asegura que nunca estuvo más estresado que en tiempos de cuarentena. Yo misma incurro en todos los errores. No quiero ser agorera ni esperanzadora, ni chistosa ni ceniza, ni reflexiva ni decir que también esto pasará o que no pasará nunca. Luego pienso que cada cual hace lo que puede. No sé bien qué pensar ni qué sentir ni cómo comportarme. No me siento cómoda dentro de mi cuerpo. No encuentro la postura: espero que me disculpen un desconcierto que quizá se parezca al estado de ánimo general. Mi momentánea desafinación.

Pero me exijo sobreponerme. Me exijo una alegría desbordante para superar imágenes que perdurarán en la memoria: una pista de hielo reconvertida en morgue, que se vende como pirueta de la imaginación neoliberal ante la catástrofe, mientras algunas UCI de hospitales públicos han permanecido clausuradas por los efectos perniciosos de la privatización. Me exijo una alegría incontinente para acompañar la soledad de quienes se mueren solos y de quienes se quedan solos sin haber podido despedirse. Una alegría enérgica para combatir proposiciones como negar la asistencia sanitaria a los inmigrantes irregulares durante el periodo de alarma. Deseo el fin de la peste para volver a disfrutar de las pequeñas cosas que nos proporcionan una felicidad razonable, pero además me exijo una alegría revolucionaria y un montón de mala leche y vitriolo —la bondad suma— para que, cuando todo esto termine y todo haya cambiado, pero muchas cosas sigan igual, es decir, lamentablemente escoradas hacia el confort de los dueños de las palabras y los capitales, nosotras sigamos siendo las moscas cojoneras de un sistema insostenible".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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martes, 10 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Insomnio



Mujer insomne (Getty Images)


"Como no soy buena dormidora, -comenta en el A vuelapluma de hoy ("Descansada". El País, 2/3/2020) la escritora Marta Sanz- algunos mensajes hieren mi sensibilidad: “Haz algo que te quite el sueño”, recomienda en inteligente retruécano una marca de colchones. Yo que he tomado valeriana con olor a heces y melatonina; que he hecho gimnasia sueca y yoga a 40 grados; que camino contando pasos como abracadabra para invocar el sueño; que me acuesto y me levanto a la misma hora, y mastico lechuga y otros nutrientes adormecedores; que cuento ovejas hacia delante y hacia atrás, y que una vez, en un acto de venganza cochina, levanté a mi marido de la cama a los cinco minutos de haberse acostado porque no podía soportar su facilidad para conciliar el sueño: “Levántate que ya son las seis…”, le dije. Entonces, él se levantó y, cuando estaba a punto de meterse en la ducha, me entró la mala conciencia y confesé mi maldad. Mi marido se volvió a la cama tan contento: “¡Si todavía me quedan seis horas!”. Esa mala mujer, que soy yo y lee a Lipovetsky anunciando que la nuestra es la sociedad de la ansiedad, se pone nerviosa cuando oye que alguien dice: “Haz algo que te quite el sueño”. Ya me lo quitan: reforma laboral, feminicidios, racismo, descascarillado de lo público, consumo de heroína —que brillantemente relata Nuria Barrios en Todo arde—, coronavirus y otras enfermedades pavorosas, extinción de los osos polares y cambio climático, mala memoria y memoria mala, declaraciones de Trump sobre los Oscar, la paz mundial…

Además, estos mensajes publicitarios van dirigidos a mujeres y supuestamente dibujan modelos no estereotipados de feminidad que casi me hacen sentir nostalgia de antiguas bellas imágenes con pamela Dior perfectamente encasquetada. Mientras un padre le da a su bebé, marchoso y macarrota, un gluglutazo —ojo al sufijo viril— a ritmo de rock para demostrar que los pañales también son cosa de hombres, las mujeres amamantan a sus criaturas y a la vez teclean en el ordenador, anotan, muerden un lápiz y consultan documentos sobre la mesa de la cocina. Es de noche. Mientras el padre observa la tranquilidad de su hijo que duerme a pierna suelta —no va a necesitar orfidales— sin que le molesten las humedades de su orina nocturna, una aspirante a delantera centro lanza balones por la escuadra. Es muy tarde y le han apagado las luces del estadio. Tampoco quiero ser esa mamá que no se puede poner mala: su hija la necesita y las madres no se cogen nunca la baja. Ratificamos la superioridad de estos esfuerzos de mujeres a las que se les exige el doble —no para triunfar, sino para vivir— mientras llenamos las consultas médicas a fin de que nos expidan recetas de alprazolam porque el sobreesfuerzo se transforma en sustancia que no nos deja dormir y nos produce calambres. Este sobreesfuerzo no se puede relatar épicamente para vender colchones. La realidad que describe el anuncio no es un sueño: es una pesadilla. Yo no escribo para construir este modelo de superheroína neoliberal, mujer que simultáneamente cuida, imagina, trabaja y lanza balones por la escuadra, con gesto soñador y sonrisa en los labios. Me vais a disculpar, pero casi prefiero el glamur a secas y un vermú con aceituna. Feliz 8 de marzo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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viernes, 10 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Personalizados



Fotografía de Getty Images


'Share' y tendencias nos esclavizan, comenta la escritora Marta Sanz en el habitual A vuelapluma de hoy viernes, y es que no se puede mantener una conversación con casi nadie si no se han visto las últimas series de Netflix...

"¿Los Reyes Magos -comienza diciendo Sanz- les han traído fetiches personalizados?, ¿botes de crema de cacahuete con su nombre?, ¿camisetas en las que se lee “Soy gilipollas”?, ¿gafas con la graduación correcta?, ¿coches tuneados con carrocería modelo Starsky y Hutch? La última pregunta delata mi condición de boomer; no, no pertenezco a la generación del Milenio. También sé, gracias a la mexicana Shaday Larios, que la gentrificación es capitalización de la nostalgia. Me lo temía: por eso, publiqué Vintage, un poemario sobre la memoria y sus comercializaciones. La personalización es maravillosa cuando se sufre un accidente y han de realizarte un injerto de piel. Si la piel que te injertan en la cara estaba en tu propio muslo, mejor que mejor, porque se evitan los rechazos. La personalización es maravillosa: los colchones tienen personalizada memoria del perfil de nuestro cuerpo; en el gimnasio se elaboran planes de entrenamiento personalizados —para ti, sentadillas; para ella, bicicleta estática—; y en el banco siempre encontramos una cuenta personalizada según nuestras necesidades. En la academia de inglés personalizan horarios y currículos en función de nuestros intereses y, cuando comemos fuera de casa, nos personalizan un menú, sobre todo si padecemos alergia, intolerancia o sencillamente no nos da la gana comer gluten. La personalización, como su propio nombre indica, nos hace sentir personas. Personas singulares. Importantes. Personas con criterio que pueden elegir entre 70 marcas de cereales distintas en la línea del supermercado. La personalización nos convierte en individuos y nos hace grandes y libres. No somos masa. No somos borregos. No hacemos lo que hace todo el mundo y, sin embargo, en el país de las maravillas de la personalización nuestros gustos cada vez son más homogéneos, sharey tendencias nos esclavizan y no se puede mantener una conversación con casi nadie si no se han visto las últimas series de Netflix…

En estas condiciones, leo Retina, suplemento de EL PAÍS en el que aprendo cosas: entrevistan a Renata Ávila, jurista guatemalteca, especialista en derechos civiles, que lucha contra la dominación política a través de Internet. Habla de nuestra dieta informativa personalizada. De cómo accedemos a la información a través de aplicaciones del smartphone. De por qué en mi teléfono aparecen las noticias que, en principio, me interesan —que el algoritmo decida que a mí me puede interesar algo de Okdiario me espeluzna— y de cómo esa selección “reduce infinitamente la variedad de nuestra dieta informativa y nos hace mucho más pasivos. El consumo se vuelve más adictivo, mucho más intrusivo, y lo más peligroso, hiperpersonalizado. Las apps hacen que, aunque vivamos en el mismo país, la misma ciudad y hasta la misma casa, se nos muestren universos distintos”. De ahí a la manipulación del voto y al desmoronamiento de los hábitos democráticos en una sociedad que confunde práctica de libertad y exaltación del individuo con vigilancia y propaganda personalizada hay un paso. Necesitaba compartir con ustedes las palabras de Ávila. Ella cierra la entrevista comentando que la tecnología quizá no funciona como herramienta de exclusión social, pero sirve para “monitorizar” a los pobres. Muy pronto los Reyes sacarán los smartphones de sus sacos mágicos".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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lunes, 2 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Lesboterrorista



Alicia Rubio, diputada de Vox en la Asamblea de Madrid


"Hay que tomar precauciones. Yo, por lo pronto, aprendo bailes típicos, corte y confección, hago arreglos florales, vainica, rezo y preparo perfectas canastillas", comenta con sorna la escritora Marta Sanz en el A vuelapluma de hoy, en relación con lo dicho por la diputada de Vox en la Asamblea de la Comunidad Autónoma de Madrid, Alicia Rubio.

"Cae la noche y, con los últimos rayos de sol, como las vampiras de Jess Franco, salen de sus guaridas las lesboterroristas -comienza diciendo Marta Sanz-. Ratas negras, cacatúas que infectan nuestros árboles, dedos del diablo… Conocemos los peligros de las especies no autóctonas. Su capacidad de depredación. La lesboterrorista —nunca una verdadera española— está catalogada y puede procederse a su identificación y captura. Insistimos en los beneficios ecológicos de la caza. La lesboterrorista sale del agujero y se disfraza de mujer de bien para captar doncellas que ignoran los riesgos de compartir conversación con esa alimaña que le traspasará la contagiosa ameba-alien del lesboterrorismo a través de su lengua bífida. El lesboterrorismo, a diferencia de la homosexualidad, no se contrae por vía anal ni se cura con supositorios. La lesboterrorista, muy violenta, muerde si no lleva bozal, condena a muerte a millones de fetos, odia al hombre al que siempre recibe con un collar de ajos. Es insaciable y a veces parasita el cuerpo de mujeres de bien. Finge amar a las personas de su entorno, ser trabajadora, y no renuncia a la posibilidad de ser madre. Parpadea seductoramente. Se disfraza de verdadera hembra. Se lava, se pone colonia. En su interior, la lesboterrorista hedionda está esperando su oportunidad para destruir familias cristianas y convertir todas las prácticas sexuales en un maligno sesenta y nueve, salivado y digital, que solo se sustenta en el vicio y en la fornicación por la fornicación.

La lesboterrorista puede ser pornofeminista o no serlo. Las que se incluyen dentro de esa categoría son las más peligrosas porque extreman su lubricidad exhibiendo sus pechos en capillas y obligando a las adolescentes a hacer un uso abusivo de los succionadores de clítoris. Les colocan espejitos en la vagina —a menudo dentadas, siempre mentirosas— para que introduzcan las cabezas por su propia vulva en un ejercicio de masturbación y egoísmo que no tiene nombre. Las pornofeministas abandonan a sus crías para irse con pancartas moradas a manifestaciones sin sentido donde reclaman derechos de los que, por supuesto, ya gozan. Lo hacen por pura maldad. La pornofeminista es promiscua, se caga de risa y blasfema. No cree en la virginidad de María. Se queja cuando la matan —a ella o a cualquiera de su género—. Lesboterroristas y pornofeministas proliferan en un hábitat donde se retiran inversiones internacionales y los grandes capitales se marchan a países vecinos horrorizados ante la amenaza de coaliciones de izquierdas que harán crecer el paro en más de un millón de personas. Lo dicen las televisiones. Lesboterroristas, pornofeministas, criptocomunistas, zurdas y zurdos contrariados, paladines de la memoria democrática, hombres lobo y mujeres pantera obligarán a la gente de bien —banqueros, monopolistas, portadores de banderas de España con pollo e incluso vegetales— a abandonar este país nocturno en el que personas de todos los colores van a nuestros centros de salud para contagiarnos enfermedades extrañas. Hay que tomar precauciones. Yo, por lo pronto, aprendo bailes típicos, corte y confección, hago arreglos florales, vainica, rezo y preparo perfectas canastillas. Identifico al verdadero monstruo. Disimulo. No quiero que me coloquen frente a la mira telescópica de un buen cazador".

"A vuelapluma" es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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sábado, 2 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Galdosiana



Benito Pérez Galdós, por Palmeros


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"A partir del 1 de noviembre, -comenta la escritora Marta Sanz-, se abrirá al público en la Biblioteca Nacional la exposición Benito Pérez Galdós, la verdad humana. Las conmemoraciones de hechos luctuosos sirven para que las instituciones recuperen personalidades de una cultura hispánica que, a menudo, parece acomplejada y capitidisminuida. El centenario de la muerte de Galdós, cuyo entierro sacó a la calle prácticamente a todo Madrid, es el pretexto para trazar un recorrido por la vida y obra de un escritor que, por su importancia, vigencia y universalidad, colocamos junto a Cervantes. En esta muestra el escritor dialoga con la historia y la política de su país, su biografía y campo literario. El nuestro. Frente a las acusaciones de garbancerismo, Galdós fue viajero cosmopolita, hombre comprometido, que reconvirtió las mejores ideas éticas y estéticas de su contemporaneidad en novelas, episodios, artículos y obras de teatro a través de los que conectó con un nutrido público sin perder exigencia. Las clases medias y populares aprendimos historia y literatura con Galdós. Aprendimos y aprendemos a enfrentar la vida con actitud crítica, progresista y empática. Encendemos las bombillas y valoramos el sentido social del ordenamiento urbanístico. Galdós vivió en las ideas para idear las vidas; observó la realidad y con sus palabras la construyó; capturó en sus novelas las polifonías —voces de distintas clases y géneros— de una sociedad en transformación; trazó el retrato de una clase media fundamental para la musculatura del país; y superó tópicos de la cultura española: fracturó esa falsa dualidad entre razón y corazón a la que, hoy, en la era de la víscera y la posverdad, hemos regresado para apagar las luces entronizando el bulo. Para Galdós, la aspiración era alcanzar la verdad humana y aprehender un sentido de la modernidad que, por nuestras supersticiones, podría escapársenos. Abogó por la laboriosidad en un país de rancias ínfulas aristocráticas: el trabajo era considerado un castigo más que un concepto inherente a la naturaleza humana. También abrió una brecha que la literatura española aún no ha suturado: escribir sin miedo a ser local. Hoy entendemos que lo local y lo universal, más allá de inteligencias narrativas, se emparentan con orden geopolítico y poder.

En la exposición, se reconocerá al Galdós canario; al que hizo de Madrid médula viva de sus narraciones; al que disfrutó de su casa de San Quintín en Santander; al de las tertulias y el periodismo, el ateneísta; al que, pese a las evidentes discrepancias ideológicas, mantuvo una conversación inquebrantable con amigos —Pereda, Menéndez Pelayo— que le acusaron, por ejemplo, de anticlericalismo; al que entrelazó las historias pequeñas con la historia grande; al que pintaba y tocaba el armonio —estas aptitudes no pueden desvincularse de su escritura—; al amigo y enamorado de Emilia Pardo Bazán; al Galdós que derivó hacia el republicanismo y el socialismo; al que, pese a la tachadura a la que fue condenado por élites literarias que se colocaban más allá de los huevos crudos sorbidos por Fortunata o de las pasiones ácratas de una Tristana a la que don Lope le dice que tiene que respetarlo porque es su marido y su padre, transformó el realismo en un caleidoscopio de realismos que, en el siglo XXI, hacen de él un escritor contestario, intrépido e imprescindible".





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lunes, 28 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Animalesca



La escritora Patricia Highsmith


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"Me interesan los animales que hablan, -comenta la escritora Marta Sanz-. No me refiero a mi gato que hace uyuyuyuy o mi gata que, al sorprenderme preparando la maleta, emite un sonido de abierta contrariedad. No me refiero al loro amaestrado que suelta palabrotas. Cuando enseñamos a hablar a los pájaros ponemos en su boca lo que diría el Mr. Hyde que cada cual lleva dentro. Ese es el punto significativo: cómo se expresan los animales dentro de narraciones y fábulas; Cipión y Berganza y La gatomaquía; Dingo de Mirbeau o Mr. Bones en Tombuctú; los ratoncitos y Aristogatos de Disney; los dibujos animados de leones e hipopótamos —algunos mudos, pero muy humanos: la pantera rosa o el coyote—; Babe, el cerdito valiente, que para huir de su destino como costilla asada se recicla como perro pastor; el zorro que sermonea en Anticristo de Von Trier; la hormiga hija de puta y la cigarra estupenda, reinventados en Los lunes al sol, y El Roto, superándose a sí mismo cuando una cría de pingüino pregunta: “Mamá, ¿dónde está el hielo?”. “En la nevera”. En los Crímenes bestiales de Patricia Highsmith —omnipresente en mis neuronas—, las fábulas, género didáctico por antonomasia, se escapan de sus límites y “desenseñan” atacando la médula civilizatoria y revelando que la educación puede ser una práctica que nos convierte en animales amaestrados. 

En el extremo opuesto, ciertas educaciones duelen al reivindicar frente al sistema un lado salvaje y subversivo, o crítico y racional, que agota y termina destruyendo a quien lo practica. Es más cómodo comer unos chipsy beber un refresco azucarado mientras se ve un concurso en la televisión y se asume que Trump ha querido comprarse Groenlandia. Highsmith denuncia el ordenamiento social y sus codificaciones. Incluyendo las literarias. Frente a la ejemplaridad de los animales de las fábulas —antítesis del animal fabuloso—, presenta ratas, elefantas, chivos que, con sus acciones violentas, expresan rencor de clase, raza, género, especie. Niega la posibilidad moral porque nuestra condición de seres vivos nos incapacita para desarrollar conductas convivenciales que atenten contra instintos básicos; a la vez, la represión de esos instintos básicos, en códigos de Hammurabi, ceba a los poderosos y agrede a los débiles. Esa es la bestia. Ahí duerme. En compras a crédito y en la elección “libre” de colegios y hospitales privados. En su legitimación de ciertos crímenes, Highsmith impugna violencias más profundas. En su amoralidad, Highsmith es una escritora moral que escribe fábulas deformadas para preguntarnos cosas que no nos hemos preguntado nunca porque nos da miedo…

Los animales parlanchines, desde su mirada extrañada, nos ponen en contacto con nuestra naturaleza bestial y a la vez subrayan la delgada línea que divide domesticación de educación. Mientras tanto, el leopardo que se mimetiza con el paisaje pone en juego nuestra agudeza visual en Internet y, por morbo o mala conciencia franciscana, contemplamos la escualidez de los osos del Canadá, los perros con el hocico atado, los linces abatidos y los gatos abrasados con salfumán por propietarios que cuidan la limpieza de sus chalés en Bunyola. Cuando leo estas noticias, pienso que merecemos ataques coordinados de pájaros en formación. Gaviotas, cuervos. No sería una mala respuesta a la pregunta política que el acalorado pingüinito le formula a su mamá". 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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jueves, 10 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Eyaculadora



Fotografía de Getty Images


Desde una supuesta idiosincrasia sufridora, nos disculpamos por gozar. Yo no quiero fingir ni en lechos ni en tribunas, afirma la escritora Marta Sanz, habitual en este blog. Quiero ser mujer disfrutona y dialogante que no siente vergüenza ni de sus argumentos ni de sus orgasmos vertiginosos.

"En La mujer helada, -comienza diciendo Sanz-, escribe Annie Ernaux (1940): “Marine, que se ha acostado al menos con tres tíos, es una puta. Me preocupo, ¿no seré yo un poco puta, según ellos?”. Anne Sexton compone La balada de la masturbadora solitaria: “Dedo a dedo, ahora es mía. / No está tan lejos. Es mi encuentro. / La taño como a una campana. Me detengo / en la glorieta donde solías montarla. / (…) / De noche, sola, me caso con la cama”. Un poema de desamor a la vez es poema de dedos que tañen campanas en los rincones del cuerpo femenino. Anne Sexton se suicidó en 1974. Margaret Atwood en Alias Grace describe el sonambulismo erótico de una mujer que finge estar dormida al experimentar el orgasmo. No quiere parecer sucia. Cristina Fallarás escribe Mi vulva para la antología feminista Tsunami. Laurie Penny, nacida en los ochenta, frente al pudor, subraya lo abyecto. Hacer y decir. Decir para hacer sin estigmas.

Mi amigo Carlos —hay tres Carlos importantes en mi vida— y yo intercambiamos opiniones sobre lactancia, eyaculación, líquidos, pezones y disfunción eréctil. Comentamos los típicos asuntos de los que se habla por WhatsApp adornándolos con biberones, berenjenas o plantas del pie. Descubro que uno de mis sueños sería convertirme en eyaculadora precoz. Eyaculadora velocista con capacidad de regenerarse. Pertinaz, fácil, multiorgásmica, la antítesis de esa mujer que alcanza el clímax difícilmente o finge para complacer al otro paliando su propio aburrimiento deportivo. Frente al mito de la intensidad epifánica, místico éxtasis de santa Teresa, yo me pido disfrutar del orgasmo y eyacular precozmente con leve roce, mirada, soplidito, dedo tonto —o listo—, cruce de muslos, fabulación, retorcimiento de la costura de una braga, instante de amor verdadero. Eyacular, sin modestia ni moderación, sin esperar a nadie y vuelta a empezar. Con facilidad y alegría. Sin atender a historias bárbaras de clítoris alargados como si un clítoris visible y sensible fuese una cruz y no una alegría de la huerta.

Al expresar mi deseo de eyacular precozmente mientras chupeteo la pinza de cigala, busco como mujer cambiar el significado de lo obsceno, pornográfico, del humor inteligente y lo soez. De la narración de nuestro placer y de nuestro placer mismo. Modificar los códigos de cortesía. Cuáles son las palabras, temas y actitudes que ensucian mi boca y no la de un hombre. Quiero usar esas palabras y dominar los rituales de la conversación pública. Desparpajadamente. Morirme de gusto mientras hablo. Sin miedo. No lavarme nunca más la boca con agua y con jabón. La cortesía es problema lingüístico, y lo más maleducado y abyecto es, desde una supuesta autoridad profesoral y masculina, explicarle a una mujer, que peina canas y sabe latín, lo que ella en realidad ha querido decir. El mansplaining existe. Muchas aún nos disculpamos al hablar en público, como si robásemos un espacio que no es nuestro. También, desde una supuesta idiosincrasia sufridora, nos disculpamos por gozar. Yo no quiero fingir ni en lechos ni en tribunas. Quiero ser oradora que no tiembla como junco, y exhibe su risa y sus palabras sin tantas precauciones ante el escrutinio de licenciados Vidriera. Mujer disfrutona y dialogante que no siente vergüenza ni de sus argumentos ni de sus orgasmos vertiginosos. De contarlos para poderlos disfrutar sin culpa. Obscena y charlatana, hedonista y pensadora, eyaculadora precoz".





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