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viernes, 28 de junio de 2019

[PENSAMIENTO] El valor de las palabras en democracia





Para comprobar que las palabras importan, basta con atender a uno de los aspectos que más han centrado la atención de la opinión pública española desde que hace dos años se publicase la sentencia que condenó por abuso sexual a los miembros de La Manada cuya condena acaba de ser elevada por el Tribunal Supremo, comenta en Revista de Libros el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga, Manuel Arias Maldonado. 

Ha entendido éste que puede darse por probada la intimidación que sus colegas de la instancia inferior no llegaron a contemplar, al subsumir los hechos probados dentro del abuso por prevalimiento. Se trata de tecnicismos, claro: los que se espera que contenga el Código Penal de una sociedad avanzada que refina en la mayor medida posible la distinción –y el castigo– entre conductas. Pero lo interesante del caso es que ya desde las primeras manifestaciones públicas la protesta fue unánime: «¡No es abuso, es violación!» A pesar de que, como se esforzaron por explicar incontables penalistas, tanto el abuso como la agresión son variantes de la violación. De ahí que una de las exigencias que se plantean a los expertos que debaten la reforma del Código Penal «con perspectiva de género» es que se reintroduzca en éste, con todas las letras, el delito de violación, que había desaparecido del mismo con su última reforma progresista.

Dado que esa contrarreforma no se ha aprobado todavía, resulta desconcertante que la decisión del Tribunal Supremo que interpreta el siniestro episodio pamplonica como agresión en vez de abuso haya conducido a no pocos medios de comunicación, así como al mismísimo presidente del Gobierno a través de un tuit, a sostener que con ello queda finalmente confirmado que «fue violación». ¡No nos enteramos! O no queremos enterarnos: ya era una violación en la primera sentencia, cuando los hechos se calificaron como constitutivos de «abuso», y no son más violación ahora que antes por el hecho de pasar a entenderse como «agresión». Pero, ¿cabe la posibilidad de que la opinión pública española se hubiese conducido de otra manera si la primera sentencia hubiese podido condenar por «violación», conforme a un imaginario Código Penal, aunque la pena hubiese sido la misma? No es descartable: la potencia simbólica de la palabra «violación» así lo sugiere.

De aquí pueden deducirse muchas cosas, pero una de ellas es que elegir bien las palabras posee una importancia crucial. Y tal es, precisamente, el tema del ensayo con que el filósofo barcelonés Daniel Gamper ha obtenido el último Premio Anagrama de Ensayo. Aunque, en el subtítulo, Gamper hace una concesión al uso común de la lengua –o del habla– refiriéndose a la «libre expresión», luego matiza que él prefiere hablar de «palabra libre». De ahí el título: nos habla Gamper de las mejores palabras, que de algún modo sería lo contrario de una palabra cualquiera, pero tampoco es lo mismo que las buenas palabras, y menos aún que unas palabras bonitas. Hay aquí, por tanto, implícito un claro componente normativo, prescriptivo: nos toca esforzarnos para dar con la mejor palabra, pues es responsabilidad nuestra no salir del paso de cualquier manera. Nos recuerda Gamper que, si la palabra puede devaluarse, es porque tiene un valor. Y presenta, a partir de la idea contraria de que hemos de recuperar el valor de la palabra, una sucesión de brillantes meditaciones sobre los momentos en que tal cosa puede suceder.

A mí me interesa aquí, principalmente, seguir el hilo que tiene que ver con la esfera pública y la democracia: con la valencia política de las palabras. Gamper empieza señalando sobre esto que las democracias vienen a exigir tácitamente que todos puedan opinar sobre asuntos de los que no saben nada. Pero nótese que demandar una opinión (obligarnos a formárnosla) no es lo mismo que hacer posible su formulación pública (dar la oportunidad de expresarla). Por lo demás, Gamper adopta una inteligente cautela cuando señala que «lo humano sólo existe en cautividad y la libertad que ahí se puede dar es toda la libertad posible», aplicando este razonamiento a la propia libertad de palabra. Una palabra completamente libre es siempre utópica, porque jamás se darán las condiciones para ella: la comunicación se desarrolla siempre dentro de una comunidad en la que hay un horizonte de expectativas compartido. Robinson Crusoe puede hablar libremente mientras se mantiene solo en la isla, pero es como si no dijera nada: nadie le ha oído decir.

Esta idea de una comunidad con un horizonte de expectativas compartido se torna más problemática, sin embargo, cuando conjugamos nación con lengua y democracia. Acierta Gamper cuando apunta que el demos suele aglutinarse en torno a una comunidad de lenguaje y que una de las debilidades del proyecto europeo es la división de esferas públicas nacionales, cada una con su lengua propia. Estas dificultades, añade, se reproducen en los Estados plurinacionales –podemos dejarlo en federales– donde las lenguas minoritarias luchan por ser reconocidas y sólo podrán tener éxito cuando conquistan los canales institucionales. Sin duda: ahí están las diferencias entre Francia y España o Suiza. Pero recuérdese que los promotores de la lengua minoritaria pueden poner ésta al servicio de un proyecto de nacionalización forzosa de sus ciudadanos, a la manera de esa «captura de las subjetividades» de la que hablan los teóricos políticos de inclinación psicoanalítica. En ese caso, las bellas palabras de una lengua minoritaria pueden convertirse en las peores palabras del ingeniero social. Daniel Gamper desliza una solución discreta: un apoyo institucional a la lengua más pragmático que chovinista. De qué manera pueda esto lograrse sin que quienes manejan los resortes institucionales caigan en la tentación de pervertir políticamente la lengua es asunto distinto que aquí no se resuelve. Y Cataluña es, tristemente, el ejemplo perfecto.

En último término, la reflexión sobre las mejores palabras tiene que ser, por fuerza, normativa: se refiere al modo en que habríamos de conducirnos lingüísticamente. De ahí que Gamper pida mucho, sin que podamos saber si pide demasiado: «Para que el espacio público sea habitable, los ciudadanos deben ser capaces de articularse de maneras mínimamente sofisticadas». Esto incluye una razonabilidad de corte rawlsiano, esto es, la capacidad de distinguir entre lo que rige en el grupo al que uno se adscribe y la validez general de un argumento, así como la capacidad de relacionarse críticamente con las propias convicciones. ¡Ahí es nada! Se incluye aquí implícitamente la exigencia de que el ciudadano diga palabras propias en lugar de limitarse a repetir las palabras de otros, que es lo que suele suceder: no somos mejores que nuestras palabras. Gamper escribe: «Todos somos filólogos en la medida en que, más que a los hechos, prestamos atención a lo que se puede decir y a cómo se dice». Pero lo cierto es que todos hablaríamos mejor si ejerciéramos como filólogos, sobrevolando la lengua e identificando la procedencia e intención de los mensajes que nos llegan en lugar de entenderlos de manera literal. Acaso porque no pide tanto a los ciudadanos, señala Gamper, el liberalismo político es una «utopía factible»: su preocupación es la estabilidad y, por tanto, la gestión eficaz del conflicto social.

Ocurre que John Stuart Mill es un autor liberal y, también, referencia ineludible para cualquiera que desee abordar el estatuto político de la palabra libre. Gamper no es una excepción y subraya el modo en que Mill defiende la libre expresión: como un derecho de los oyentes a no verse privados de todos los pareceres y opiniones. Da igual lo que persiga el hablante: la libre manifestación del pensamiento tiene una finalidad –una «utilidad»– cognitiva y política. Por eso Gamper prefiere hablar de «palabra libre» en el sentido de no interferida, sin que nadie pueda garantizarnos que van a prestarnos la atención que creemos merecer. Pero allí donde Mill elogiaba al excéntrico que permitía imaginar otras formas de vida en la sociedad victoriana, Gamper advierte de que ser excepcional –de un modo trivial– está al alcance de todos, y la disidencia en los gustos no puede convertirse en norma a riesgo de privar de todo sentido a la auténtica disidencia. Cuál sea ésta, sin embargo, no queda del todo claro fuera de los contextos en los que se combate un poder autoritario e injusto. ¿Son disidentes quienes hoy arremeten contra el neoliberalismo o el patriarcado? Difícilmente; aunque ellos lo crean.

Para Gamper, existe en el fondo una inevitable disonancia entre la necesidad de orden y la capacidad desestabilizadora de la palabra libre. Y de ahí que las democracias liberales no vean con entusiasmo las experiencias de la democracia participativa y deliberativa, promoviendo, en cambio, una relación «unilateral» con la ciudadanía. En esto, Gamper quizá sea injusto con la democracia liberal-representativa, máxime cuando él mismo defiende la «polifonía» conceptualizada por Jürgen Habermas como componente necesario de nuestras esferas públicas e invoca la ciudad plural de Aristóteles frente al organicismo de Platón. Nuestras sociedades liberales son plurales y se caracterizan por una conversación pública a la vez desordenada y cacofónica donde, como se señalaba más arriba, todos pueden opinar sobre asuntos acerca de los que no saben nada: es una conversación democrática que –hete aquí el cortafuegos liberal– no se comunica directamente con el proceso de toma de decisiones. Pero deducir de aquí que las palabras allí utilizadas son inservibles sería injusto: por supuesto que los climas de opinión se transmiten a las elites políticas. ¿Acaso no tratan esas mismas elites de influir en su favor sobre los climas de opinión? Por algo será.

Dicho esto, es evidente que las redes sociales nos muestran un diálogo en el que las palabras rara vez son las mejores, en el sentido en que Gamper entiende este adjetivo. Pero, como Habermas mismo se resiste a admitir, la escala de la conversación es decisiva para su calidad. Y ni siquiera la pequeña escala, como han mostrado innumerables estudios, garantiza que se imponga esa fuerza sin violencia del mejor argumento de la que habla el ya nonagenario filósofo alemán. En realidad, Gamper se apoya aquí más en Rawls, y lo hace para desacreditar la idea de que pueda o deba limitarse la libertad de palabra en nombre de la estabilidad social. Escribe Gamper: el discurso subversivo y el libelo sedicioso se permiten, toleran o alientan porque es muy improbable que consigan subvertir el orden, porque no lograrán concitar la adhesión de la mayoría de la ciudadanía.

Y ello, nos explica, porque el liberalismo ya cuenta con otros mecanismos que garantizan la fidelidad de los ciudadanos a la arquitectura institucional. Esto, sin embargo, quizá sea demasiado optimista: bien pueden proliferar malestares de distinto tipo que expresen, con variado andamiaje teórico, el rechazo al orden existente, de tal manera que su suma no resulte desdeñable. Dicho de otro modo: no sobrevaloremos la capacidad de unos regímenes políticos desencantados para sostenerse a sí mismos de manera indefinida. Esto no significa que haya de prohibirse el libelo sedicioso; pero no estaría de más atender periódicamente al tamaño de su tirada. Si no, podríamos decir a la democracia lo mismo que Cefisa a la Andrómaca de Racine: «Demasiada virtud podría haceros culpable».

En el último tercio del ensayo, el inteligente filósofo que es Daniel Gamper parece dejarse arrastrar por un cierto pesimismo acerca de la situación de la democracia y los derechos cívicos en las sociedades occidentales: aunque quizá sea yo quien abuse del optimismo. Pienso en la metáfora de la Torre de Babel que empleaba Peter Sloterdijk para dar cuenta de la dificultad intrínseca a una vida política que se hace entre personas que quieren distintas cosas, y a la que puede darse la vuelta: desde que se dispersasen las lenguas humanas, hemos avanzado de manera extraordinaria en la creación de una koiné con la que comunicarnos y en la adhesión a un conjunto de normas y derechos que modelan un mundo imperfecto pero mejorable. Tiene razón Gamper cuando nos llama a utilizar las mejores palabras, haciendo un esfuerzo por encontrarlas. Pero también nos advierte, en varias ocasiones, acerca de quienes «deciden no oír» y sobre el error que cometemos cuando pensamos que hay alguien que escucha en general. Es un asunto del máximo interés: porque está quien habla y está quien escucha. Y quien habla suele pararse a escuchar y viceversa, al menos en el curso de una conversación. De manera que las mejores palabras serán al menos tan importantes como los buenos oídos, pues sin personas dispuestas a tomar en serio nuestros argumentos y a darles la interpretación más generosa –en lugar de la más maliciosa–, poca democracia puede construirse. A este asunto dedicó Andrew Dobson un libro que aún espera traducción a la lengua española, en el que lamentaba la atención casi exclusiva que la teoría política ha venido dando al habla por delante de la escucha. A su juicio, la conversación democrática debería ser más rigurosamente dialógica, es decir, una relación en la que se diese igual peso a hablar y a escuchar, regulándose con el mismo ahínco el esfuerzo dedicado a ambas actividades.

En ambos casos, haciéndonos cargo de las palabras que pronunciamos, y prestando atención consciente al hecho de que también nos toca escuchar al otro, estaremos ganando autoconciencia: como hablantes y como oyentes. Esto trae consigo una mala noticia: ni siquiera esta disposición favorable garantiza la desactivación de nuestros sesgos tribales e ideológicos. Y una buena: no pueden desactivarse de otro modo.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 13 de mayo de 2019

[TEORÍA POLÍTICA] Alternativas del republicanismo como ideología





Durante el reciente congreso de la Western Political Science Association, cuyo solo nombre es ya prueba suficiente de las dimensiones de la comunidad académica norteamericana, escribe el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga, Manuel Arias Maldonado, topé con un librito de William J. Connolly que llamó mi atención. Es éste un veterano pensador político que dedicó hace pocos años una monografía de considerable interés al pluralismo democrático y anda ahora trabajando sobre el Antropoceno y sus consecuencias. Yo me hice en San Diego con un volumen de la colección que la editorial de la Universidad de Minnesota dedica a asuntos de actualidad, conforme a ese formato de libro ensayístico y breve que triunfa en el mundo entero. Escrito en 2017, el ensayo de Connolly se ocupa del «fascismo aspiracional» encarnado por Donald Trump y de la consiguiente lucha en favor de la «democracia multifacética». Dado que España se encontraba todavía hace dos semanas en lucha imaginaria contra el fascismo, me pareció interesante saber lo que Connolly pudiera tener que decir sobre el asunto. Y ello a sabiendas de que, como ha pasado con muchos libros recientes que anuncian la muerte de las democracias liberales, éste también refleja una aprensión típicamente norteamericana de difícil traducción a los sistemas parlamentarios europeos.

Para Connolly, la fragilidad de los arreglos humanos justifica el establecimiento de comparaciones imperfectas entre fenómenos históricos separados en el tiempo. De ahí que busque similitudes entre las estrategias retóricas de Hitler y Trump, pese a dejar claro que este último es un narcisista más que un nazi. A su juicio, podemos hablar de «fascismo aspiracional» cuando un movimiento o líder persigue acabar con el pluralismo –en este caso, en nombre del nativismo blanco– sin destruir el sistema de competición entre partidos (algo que cualquier persona familiarizada con la política catalana y vasca comprenderá a la primera). Esto sería un tipo de fascismo y, en ningún caso, populismo, pues para Connolly –de nuevo aquí la excepción norteamericana– el populismo de izquierdas no exhibe el mismo tipo de comportamiento antidemocrático que distingue a Trump. De hecho, sostiene, sería esencial introducir elementos populistas en el interior de una democracia pluralista e igualitaria; de otro modo no será posible reclamar para la izquierda la significativa parte del voto obrero que fue a parar al singular presidente republicano.

Sin embargo, lo que más me interesa en la reflexión de Connolly tiene que ver con las soluciones. Tanto el fascismo como otras formas de colectivismo –escribe– nos enseñan que la fría deliberación liberal puede combinarse fatalmente con la crueldad neoliberal en momentos de crisis, provocando un deslizamiento hacia el fascismo. Por eso él mismo apuesta por «una modalidad multifacética del pluralismo democrático» en conjunción con una inyección de igualitarismo. De un lado, por tanto, una plaza pública donde distintas identidades e intereses se relacionan entre sí y se ven renovadas por la periódica irrupción de nuevas formas de vida que alteran el equilibrio preexistente. ¡La democracia liberal! Claro que Connolly pide, además, a los participantes voluntad de entendimiento, como si su ausencia no fuera justamente el origen de tantos problemas humanos. Él mismo no aclara cómo habría de generarse este ethos democrático, salvo que hayamos de deducir que será el producto natural de la demanda igualitarista que constituye la otra pata de su mesa regeneracionista. Escribe Connolly:

La tarea consiste en extender y presionar al capitalismo para conducirlo hacia una cultura política más pluralista, democrática e igualitaria. ¿Puede el capitalismo mutar en algo distinto que se aproxime más a democracia, pluralidad, igualdad y ecología? Espero que sí, aunque mis ideas al respecto se encuentran todavía en movimiento.

Así que Connolly –quien a largo plazo anhela un «socialismo plural»– se queda al pie del abismo teórico: pone sobre la mesa una necesidad sin explicar cómo podríamos satisfacerla. Vaya por delante que esa prudencia epistémica le honra; sería más agradecido, por ejemplo, afirmar que existe una alternativa igualitaria al capitalismo que no ponemos en práctica debido a la oposición ejercida por oscuros intereses corporativos. A decir verdad, el problema de la articulación económica de la sociedad es un problema clásico para quien aspire a crear una polis en la que el ciudadano ejerza como comprometido participante en la vida pública. Republicanos y demás demócratas radicales necesitan de ciudadanos activos y virtuosos incapaces de distraerse con sus asuntos privados, amantes antes de la ciudad que de sus riquezas privadas. Y de ahí la importancia del igualitarismo invocado por Connolly, que, no se olvide, tiene asimismo por objeto impedir que unos ciudadanos ejerzan sobre el gobierno mayor influencia que los demás. Escribe el propio Rousseau en sus rotundas consideraciones sobre el gobierno de Polonia:

Quisiera que, por medio de honores, de recompensas públicas, se diera resalte a todas las virtudes patrióticas, que sin cesar se mantuviese ocupados a los ciudadanos en la patria, que ésta constituyera su mejor ocupación y se la tuviera incesantemente ante los ojos. Confieso que de este modo tendrían menos tiempo y medios que dedicar a enriquecerse, pero también serían menores el deseo y la necesidad de hacerlo: sus corazones aprenderían a conocer otra felicidad diversa de la procurada por la riqueza, a saber: el arte de ennoblecer las almas y de transformarlas en un instrumento más poderoso que el otro.

¡Educación para la ciudadanía! Recordemos la importancia que tuvieron en la Europa medieval y renacentista aquellas leyes suntuarias que trataban de limitar la cantidad de lujo de que podían disfrutar los ciudadanos: una prevención contra la naturaleza corruptora de la riqueza en la que participan por igual la tradición cristiana y la tradición republicana. De hecho, una de las anomalías norteamericanas consiste en que su sociedad representa la convergencia de dos principios en apariencia incompatibles: el principio republicano, con su componente igualitario, y el principio liberal-capitalista, que produce espontáneamente desigualdad a cambio de generar riqueza. No es tampoco sorprendente que el énfasis republicano, aunque duradero en el tiempo, conservase toda su fuerza retórica en la primera etapa de la federación estadounidense: aunque el país ya era grande, llegaría a serlo mucho más con la expansión al Oeste. Esta multiplicación del territorio trajo consigo la inevitable disolución del vigor republicano, por una elemental cuestión de escala que el astuto Rousseau comprendía perfectamente:

Casi todos los pequeños Estados, sean repúblicas o monarquías, prosperan por el solo hecho de ser pequeños, de conocerse mutuamente y observarse los ciudadanos, de poder ver los jefes por sí mismos el mal que se hace, el bien que tienen que hacer, de cumplirse sus órdenes bajo los ojos.

Sea como fuere, en el mismo congreso académico en que encontré el libro de Connolly hube de coincidir con dos jóvenes profesores, norteamericano uno y británica la otra, cuyas investigaciones trataban de responder al interrogante formulado por su más veterano colega: cómo avanzar hacia una democracia de corte republicano limitando la influencia del capitalismo globalizado. El primero de ellos se apoya en el ensayista Wendell Berry para hacer una crítica a la dominación del mercado desde el punto de vista del localismo republicano; la segunda propone retomar el interés por las leyes agrarias como instrumento para la igualación económica. Veamos brevemente qué significa esto.

Gregory Koutnik empieza con una observación interesante: aunque solemos decir que el liberalismo fomenta un excesivo individualismo que conduce a una malsana independencia de los distintos átomos sociales entre sí, el problema es más bien el contrario. A saber: que las sociedades de mercado se caracterizan por la excesiva interdependencia que encadena recíprocamente a individuos y comunidades. Y esto es un problema si pensamos en la capacidad del mercado para socavar la autonomía y autosuficiencia de las comunidades locales. Éstas terminan quedando a merced de los inversores y los flujos de mercado, que, por añadidura, poseen un carácter cada vez más global: en lugar de dinamismo, Koutnik ve aquí –por medio de Berry– imperialismo. Detroit sería un ejemplo: la Motown ha quedado devastada tras la crisis de 2008 y hoy –a pesar de un cierto renacimiento en los últimos años– posee tal cantidad de barrios fantasma que los vampiros de Only Lovers Left Alive, la película de Jim Jarmusch, la escogen como lugar de paseo. Pero lo mismo podría decirse de un pueblo alemán que dependiese de una fábrica de lavadoras para la exportación: el ideal norteamericano de la comunidad autosuficiente no puede sostenerse en una economía globalizada caracterizada por redes asimétricas de dependencia mutua. Asunto diferente es que ese ideal sea practicable: Berry habla de la cooperación vecinal y de la capacidad de una colectividad para proveer a sus propias necesidades sin depender del exterior. Sólo así es posible acabar con la dominación del mercado: saliendo de él.

Por su parte, Ashley Dodsworth sugiere que la recuperación de la tradición republicana puesta en marcha por Philip Pettit –quien llegó a visitar a José Luis Rodríguez Zapatero en la Moncloa– a finales del siglo XX dejó fuera una faceta destacada de aquella: su atención al reparto de la propiedad agraria. O, más concretamente, al control que sobre el mismo pueda ejercer el gobierno con objeto de limitar la cantidad de tierra poseída por cada individuo. Es un tema abordado directamente por James Harrington y Maquiavelo, que aparece implícitamente en la obra de Jean-Jacques Rousseau, Mary Wollstonecraft y Thomas Jefferson. Hora es –mantiene Dodsworth– de recuperar esa herramienta legislativa. Maquiavelo habló de las leyes agrarias en sus Discursos y lo hizo comentando disposiciones romanas orientadas –en tiempos de Graco– a asegurar que ningún ciudadano tuviera una cantidad de tierra superior a una cantidad dada y a procurar que las tierras arrebatadas al enemigo se distribuyesen entre los romanos. Se trataba de evitar que los más adinerados pudieran imponerse a los plebeyos, preservando así el equilibrio entre los distintos grupos sociales de la república. Maquiavelo aprueba estas medidas, señalando –la frase es notable– que «los buenos republicanos han de mantener rica a la república y pobres a los ciudadanos». Aunque la aplicación de estas leyes creó problemas en la sociedad romana, Maquiavelo cree que ello se debe a su tardía aplicación y no a su carácter. Más conmovedora resulta la opinión de James Harrington, quien sostiene que la correcta aplicación de las leyes agrarias permitiría asegurar «para siempre» la vida de la república. Sólo una distribución igualitaria de la tierra, recurso económico clave en aquellos tiempos, garantizaría entonces la estabilidad política y el vigor democrático. Parecidas conclusiones pueden extraerse de la obra de los «agrarios implícitos», entre ellos una Mary Wollstonecraft cuya vindicación de los derechos del hombre incluye la crítica de la aristocracia rural. Para Dodsworth, este problema no ha desaparecido aún y, de hecho, adquiere una nueva dimensión con la amenaza del cambio climático y la consiguiente necesidad de controlar más rigurosamente el empleo de los recursos naturales. El espíritu de las leyes agrarias podría incluso extenderse a otras formas de acumulación con idéntico fin: limitar la desigualdad para fortalecer la república.

Salta a la vista que otros muchos pensadores ven la limitación de la desigualdad como un fin en sí mismo y no un medio para crear las condiciones necesarias para la realización del ideal republicano. De ahí que la discusión contemporánea sobre la desigualdad admita puntos de vista que el republicanismo jamás podría aceptar. Por ejemplo: que quizás el verdadero problema sea la pobreza y no la desigualdad, o que la desigualdad entre el famoso 1% y el 99% restante es menos importante que las desigualdades entre los integrantes de ese 99%. Para el republicanismo, esto es inadmisible por la sencilla razón de que su intensa democracia de ciudadanos exige dos grandes requisitos: igualdad y pequeña escala. Por eso, una propuesta como la de acabar con los ricos sería bienvenida por el republicanismo; lo mismo podría decirse de las versiones más radicales del decrecentismo.

Ni que decir tiene que los problemas que plantea una doctrina de este tipo son innumerables: teóricos y prácticos. Está por verse que los ciudadanos verdaderamente quieran recuperar la libertad de los antiguos, en lugar de seguir ejercitando la de los modernos de acuerdo con la célebre distinción trazada por Benjamin Constant. Sabido es que los republicanos contestan a eso que, si se dieran las condiciones adecuadas, los ciudadanos descubrirían –descubriríamos– que dedicar el tiempo a la polis es deseable. A mí me parece poco probable, entre otras cosas porque denota una concepción terriblemente estrecha de las posibilidades existenciales, pero entiendo que el republicanismo –al menos cuando más se aleja del liberalismo y se hace más romántico– conserve esa esperanza. En realidad, nada impide a los republicanos tratar de convencer a los ciudadanos de que su camino de virtud y austeridad es preferible a otros. Y precisamente son las comunidades locales las que mayores posibilidades ofrecen en ese sentido. Siguiendo a Wendell Berry, bastaría con que los candidatos a las elecciones municipales convenciesen a sus vecinos de que la autosuficiencia es un objetivo deseable y de que cortar vínculos económicos con el mundo exterior ofrece más ventajas que inconvenientes. Es palpable, sin embargo, que el éxito no corona estos intentos allí donde se producen. A cambio, es vieja virtud del liberalismo que quien desee fundar una comunidad separada de los flujos económicos globales puede echarse al monte. Más futuro parecen tener, en cambio, las recomendaciones acerca de las leyes agrarias si entendemos por éstas, en sentido amplio, disposiciones legislativas orientadas a evitar la acumulación oligárquica de recursos. Sin embargo, su aprobación no requiere del republicanismo, aunque el republicanismo requiera de su aplicación: tanto la socialdemocracia como un liberalismo fiel a sus orígenes admitirían –admiten– su necesidad.

Pero quedan preguntas en el aire. Una es la relativa al pluralismo socialista auspiciado por William J. Connolly: ¿de dónde vendría el pluralismo en una sociedad organizada con arreglo a los principios económicos del socialismo? Y la otra remite tanto a Rousseau como a la mismísima Hannah Arendt, que osciló toda su obra entre el liberalismo y el republicanismo, pero lamentó siempre, como es sabido, que la esfera de lo social –esto es, lo económico– hubiese ocupado el lugar de lo político. Ahora bien, en ausencia de amenazas exteriores, con una población en la que todos serían ciudadanos y donde la actividad económica se reduciría al mínimo para evitar la tiranía de lo social, ¿cuál sería el tema de la república y qué contenido habría de tener esa «acción política» que ocupa un lugar central en la obra de la filósofa alemana? Dicho de otro modo: en una comunidad política de signo republicano, donde nadie tuviera más que el otro y reinasen las virtudes morales, ¿es que acaso habría algo acerca de lo que discutir?







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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sábado, 28 de noviembre de 2009

Wikipedia




El logotipo de la Wikipedia




Hace unas semanas, en octubre pasado, acompañé a mi hija Ruth y su marido, Ramón, al inicio de sus cursos respectivos en Lengua y Literatura española y Derecho en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en Las Palmas. Fue un emotivo reencuentro con mi Universidad, por la que hacía varios años que no pasaba y que me dio ocasión para saludar a "viejos" profesores amigos. En la presentación del Curso 2009-2010 a los nuevos alumnos, uno de esos "viejos" amigos, profesor titular en la Universidad de Las Palmas de Derecho Romano y coordinador de los estudios de Derecho y profesor-tutor en el centro asociado de la UNED, les dijo a modo de introducción: "Las fuentes del Derecho son (según el artículo 1.1 del Código Civil) la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho, y ahora, además, la Wikipedia". Lo dijo en broma, supongo, pero estaba corroborando de manera implícita una opinión generalizada: la de que hoy por hoy, la Wikipedia, la enciclopedia universal en línea, es un instrumento de información utilísimo e imprescindible. ¿Qué tiene imperfecciones y presenta errores? Por supuesto que sí, pero si no la sacralizamos y aprendemos a movernos a través de los datos que nos facilita de manera casi instantánea, separando lo que contiene de "información", "opinión" y "fuentes", su utilidad es manifiesta. Un consejo, lean el artículo de que se trate hasta el final, accedan a los vínculos electrónicos que estimen de interés de entre los que aparezcan en pantalla, y muy especialmente, visiten las fuentes de referencia que se citan al final de cada uno de sus artículos. Y ya me contarán después. Prueben con cualquier tema que se les ocurra y búsquenlo en Google, por ejemplo, y abran el enlace que venga referenciado a Wikipedia: Obama, Al-Qaeda, Homer Simpson, F.C. Barcelona, Cambio climático, Natación sincronizada, Dios, o Derecho Romano, porque no...

Revista de Libros (aquí) en su número de noviembre, le ha dedicado uno de sus artículos de cabecera, titulado "Planeta Wikipedia", escrito por el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga, Manuel Arias Maldonado. Es una historia exhaustiva e interesantísima de los orígenes, fundación, desarrollo, expansión, ¿y crisis de crecimiento? de Wikipedia. Y de sus posibilidades y problemas. Pueden leerlo en la propia Revista de Libros (aquí), aunque más adelante lo reproduzco literalmente con el permiso de su autor y de la editora de la Revista. Espero que lo disfruten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. (HArendt)






Jimmy Wales, el fundador de Wikipedia





"PLANETA WIKIPEDIA", por Manuel Arias Maldonado
Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga
Revista de Libros nº 155, noviembre 2009

Durante el pasado mes de febrero, el primer ministro británico, Gordon Brown, sucumbió a la lírica mientras trataba de explicar la naturaleza de la actual crisis económica en la Cámara de los Comunes. Y habló así: «Me viene a las mientes la historia de Tiziano, el gran pintor que, al terminar el último de sus espléndidos cien cuadros a la edad de noventa años, dijo: “Por fin aprendo a pintar”. En ese mismo punto estamos todos nosotros». A la semana siguiente, David Cameron, líder de la oposición conservadora, replicó: «El primer ministro nunca maneja bien los hechos: dijo ser como Tiziano a los noventa años. Pero Tiziano murió a los 86». Sigue un revuelo, se oyen risotadas, el speaker pide silencio. Y a otra cosa. Pero la historia no termina aquí. Cuatro minutos antes del final de esta sesión de control, la entrada dedicada a Tiziano en la Wikipedia anglosajona fue alterada con arreglo a la afirmación del líder tory: si antes figuraban 1485 como fecha de nacimiento y 1576 como fecha de defunción, ahora aparecían, respectivamente, 1490 y 1572. ¡Chocante! Concebido para estos menesteres, el Wikipedia Scanner rastreó el origen de la modificación, que resultó ser una dirección IP –o registro de usuario único de Internet– de la sede del Partido Conservador en el suroeste de Londres. Así que un portavoz salió a decir que algún miembro de la oficina había incurrido en exceso de celo. Bien, pero, ¿cuándo murió Tiziano? En realidad, no hay acuerdo al respecto: solía pensarse que en torno a 1577; ahora se cree que después de 1580. Para el Metropolitan Museum de Nueva York, por ejemplo, fue en 1576. Que es lo mismo que decía Wikipedia antes de su interesada alteración.

Es ciertamente difícil hablar de Wikipedia sin recurrir –como decía Pessoa– a la cobardía del ejemplo. Durante los últimos años, de hecho, hemos tenido noticia regular de episodios similares. Sin embargo, nadie parece tener claro qué conclusión extraer de los mismos: la enciclopedia es defendida, atacada e ignorada a partes iguales. Pero es evidente que el desconocido apparatchik conservador la corrigió porque pensó que los británicos se dirigirían a ella para comprobar quién tenía razón, si el primer ministro o el líder de la oposición, en la inopinada querella acerca de la muerte de Tiziano. Y probablemente no se equivocaba. Desde su aparición, en enero de 2001, Wikipedia ha crecido vertiginosamente, hasta alcanzar, ocho años después, los trece millones de artículos, en 262 lenguas distintas; su edición anglosajona contiene casi tres millones de entradas y otras veinticuatro ediciones poseen, al menos, cien mil. Así, por ejemplo, la página dedicada a Michael Jackson ha recibido treinta millones de visitas desde su fallecimiento. Aunque su visibilidad es quizá menor en un país tan atrasado como España, Wikipedia ha alcanzado ya una importancia formidable como fuente de información y –fama obliga– controversia. Semejante éxito ha servido para inspirar algunas réplicas, poner en marcha una contraparte ideológica –la Conservapedia– llamada a combatir el sesgo progresista de Wikipedia y provocar, incluso, un razonable pánico en las enciclopedias tradicionales1. Desde luego, no es poco.

Sus fundadores y comentaristas, empero, formulan objetivos más ambiciosos. Habla Jimmy Wales, cofundador y, todavía hoy, máximo gestor de la enciclopedia: «Imaginemos un mundo donde cualquier persona tiene libre acceso a la suma de todo el conocimiento humano. Eso es lo que nosotros estamos haciendo»2. Wikipedia sería, junto a iniciativas como Google Books, la avanzadilla de un cambio tecnológico que comporta un cambio cultural; o viceversa. Robert Darnton saludaba así, en las páginas de The New York Review of Books, el acceso libre a un creciente número de plataformas de artículos digitalizados: «La democratización del conocimiento parece estar a nuestro alcance. Podemos hacer realidad el ideal de la Ilustración [...]: una República Digital de Aprendizaje»3. Desde este punto de vista, el viejo problema del acceso a la información quedaría resuelto de una vez por todas; su velocidad de circulación crecerá exponencialmente y, como resultado, la humanidad dará lo mejor de sí misma. Borges meets Asimov.

Sin embargo, cuando allá por 2001 Jimmy Wales hablaba de todo el conocimiento humano, acaso ignoraba que sus palabras terminarían adoptando un sentido literal: Wikipedia alberga la biografía de quinientos personajes de Pokémon, popular videojuego de origen japonés. En su versión española, Ana Obregón recibe más y mejor atención que Ricardo de la Cierva. Y así sucesivamente. Al mismo tiempo, su fiabilidad ha sido cuestionada por distintos estudios, como el ameno La revolución Wikipedia, disponible en español. Tal como se pregunta Stacy Schiff desde la atalaya de The New Yorker: «¿Qué decir de una enciclopedia que a veces es precisa, a veces no lo es, y a veces es analfabeta?»4. Se pueden decir muchas cosas. Y puede jugarse con las metáforas. Pero antes es conveniente saber cómo hemos llegado hasta aquí.

¡ES LA TECNOLOGÍA, ESTÚPIDO!

Wikipedia es una enciclopedia digital basada en una herramienta de software libre, la wiki, que permite a cualquier usuario editar en cualquier momento el contenido de cualquier página. Su ideal es la combinación de la vieja vocación enciclopédica con las nuevas posibilidades tecnológicas. Si Umberto Eco dijo una vez que el principal deber de una persona culta es estar dispuesto en todo momento a reescribir la enciclopedia, Wikipedia habría convertido este tropo en realidad5.

Aunque su fundación data de 2001 y las ideas que la animan proceden confesamente del ímpetu racionalista y documental de la Ilustración europea, Wikipedia tiene sus orígenes en el movimiento del software libre. Desde los años sesenta del pasado siglo, este popular movimiento preconiza la libertad en el uso, adaptación y reconfiguración de los programas informáticos, en la creencia de que éstos mejorarán mediante el ejercicio de esta suerte de inteligencia colectiva. Wikipedia no sólo se basa en una herramienta de software libre, sino que comparte su filosofía: bautizada por su creador, Howard G. Cunningham, con una palabra hawaiana que significa «rápido», la wiki permite la elaboración del contenido de una página por sus usuarios: cualquiera puede verla y editarla, sin la intervención de ningún moderador, ni la fijación de filtro alguno; los cambios, además, admiten reversión. Se trata, con todo ello, de acelerar cooperativamente la generación y mejora de información: lo que uno no sepa, lo sabrá otro. De modo que una wiki no es sólo un instrumento tecnológico, sino una forma de organizar la colaboración entre individuos. Y aunque ya existían comunidades digitales basadas en la wiki, ahora se emplea este recurso con un fin bien concreto: dar forma a una enciclopedia mediante el uso de este instrumento técnico.

Es natural, entonces, que Wikipedia explote las posibilidades intrínsecas al medio que la hace posible. Esto significa que la adaptabilidad y el cambio son sus rasgos definitorios: la Wikipedia no es estática, ni posee nunca una forma definitiva; todos sus artículos son, por definición, provisionales. Es tentador considerarla, à la Baumann, símbolo oficial del conocimiento líquido. Sin embargo, que Wikipedia sea una enciclopedia digital –en lugar de ser sólo una enciclopedia– se manifiesta asimismo en el empleo de otra herramienta técnica: el hipertexto. O posibilidad de incluir en un artículo vínculos que conducen a otros artículos: una página es una página. Wikipedia puede así leerse en cualquier orden y admite múltiples itinerarios. Para algunos lectores, esto es una distracción; para otros, una fuente infinita de posibilidades. Sarah Boxer ha celebrado «el ethos asociativo y la obsesión con la conexión» propia de Internet, algo que, sencillamente, no cabe en un libro6. Y es que el hipertexto no es prosa: «Wikipedia está diseñada para navegar entre múltiples artículos interconectados»7. De ahí que se denomine huérfano a aquellos de sus artículos que carecen de links y sean, ay, candidatos instantáneos a la supresión.

A la vista de todo esto, difícilmente sorprenderá que los fundadores de Wikipedia se hayan referido a un artículo seminal de Friedrich A. Hayek acerca del uso social del conocimiento, que operó en ellos a la manera de un chispazo de inspiración. En aquel texto de 1949, Hayek arranca de un hecho –la dispersión del conocimiento útil en la sociedad– para constatar que la planificación centralizada no resuelve el problema subsiguiente –cómo extender el alcance de nuestro empleo de los recursos más allá del alcance de las mentes individuales– y recomendar un orden descentralizado como el más adecuado sistema de distribución de información. Y ello a la vista de «la inevitable imperfección del conocimiento del hombre y la correspondiente necesidad de un proceso mediante el cual el conocimiento sea constantemente adquirido y comunicado»8. ¡Alehop! Wikipedia trata de aplicar este razonamiento a la producción del conocimiento enciclopédico, aprovechando la dramática reducción que Internet procura en los costes de la cooperación: «Llama a sus muchos lectores a convertirse en escritores, redactores y editores, permitiendo a cualquiera hacer una pregunta o enmendar información incorrecta»9. Y –parece– funciona. Después de un par de proyectos frustrados, Wikipedia arranca, de la mano de los norteamericanos Jimmy Wales y Larry Sanger, el 15 de enero de 2001. Obtiene un éxito inmediato y, seis años más tarde, es el octavo sitio más visitado de la red.

WIKIPEDIA POR DENTRO

Pero, si Wikipedia funciona, ¿cómo lo hace exactamente? Es preciso conocer un mecanismo para entender sus averías. Cabría esperar que, en vista del éxito cosechado, ese mecanismo fuera más bien sencillo. Y, verdaderamente, así es, por más que incluya grados variables de sofisticación para quien quiera pasar de aficionado dominical a iniciado a tiempo completo.
Para participar, basta con una conexión a Internet. ¡Y aún la cobran como un suplemento en muchos hoteles! Son posibles tanto el anonimato como el pseudónimo. Cualquier cambio realizado en cualquier página es visible de inmediato; sólo está restringido el acceso a aquellas que están protegidas por su carácter técnico, o semiprotegidas por su conflictividad: así, es necesario registrar la propia IP para editar páginas sobre celebridades, George Bush o Dios, por mencionar algunas. Todos los artículos poseen un historial, en el que pueden rastrearse los cambios realizados; su complemento es la aneja página de discusión, especie de sala de conversación –o trifulca– entre editores y lectores. Todas las Wikipedias posibles están, pues, contenidas en Wikipedia. Más material para la metáfora.

Ahora bien, contra el cliché, Wikipedia posee reglas o, cuando menos, recomendaciones en forma de reglas; cuestión distinta es el respeto que se muestre hacia ellas. Su política de edición exige que los artículos sean neutrales y verificables: así como todos los puntos de vista deben estar representados ecuánimemente, todas las afirmaciones deben remitir a fuentes externas a la propia enciclopedia. No se trata de reemplazar al especialista, sino de facilitar el acceso al material del especialista. Según el Manual de estilo desarrollado por la comunidad de usuarios de la Wikipedia anglosajona, el artículo ideal informa suficientemente al lector a través de una prosa sencilla y ágil, incluye material gráfico y fundamenta todas sus afirmaciones. Existe, no obstante, una cierta tensión entre esta sobria formulación y la política básica en que desembocan sus distintos principios editoriales, que parece más bien un himno punk: Ignora todas las reglas. Y su coda: Sé atrevido. Esta oscilación permanente entre el ideal racionalista y la épica adolescente no es extraña a Wikipedia, aunque, bien mirado, trasluce también un entusiasmo de raigambre puramente estadounidense.

Sin duda, una de las principales virtudes de Wikipedia es la extraordinaria diversidad de su contenido. Y aunque es cierto que en torno a dos tercios de sus artículos nunca superan el estadio de mero resumen o apunte sobre un tema, otro tercio posee la suficiente profundidad para ser tenido en cuenta. Todo cabe: desde temas tradicionales de enciclopedia hasta artículos sobre personajes de ficción, pasando por empresas, infraestructuras, lugares, sucesos de actualidad y trivialidades varias. Así, pueden encontrarse excelentes artículos dedicados a George Eliot, Snoopy, la isla de Corfú o la batalla de Austerlitz, pero también a Star Trek, el PVC y –el humor en Wikipedia– bandas de heavy metal cuyo nombre contiene la Umlaut alemana (haberlas, haylas: de Mötley Crüe a Motörhead). Frente a la enciclopedia clásica, con su limitación física, Wikipedia participa del atributo digital de la ausencia de límites: un saber que no ocupa lugar; o casi10. Junto a los artículos, encontramos un sorprendente número de páginas –diez millones– dedicadas a discusión de contenidos, a la infraestructura técnica y a la administración interna. Es entonces cuando uno descubre las catacumbas de Wikipedia, o sea, la ingente cantidad de tareas necesarias para su mantenimiento y mejora, acometidas por eso que se llama la comunidad.

¿Quiénes forman parte de esta comunidad? Aquellos usuarios que desean formar parte de ella y que actualizan esa pertenencia a través de su participación: una tautología en acción. Las tareas de los wikipedians consisten, por ejemplo, en señalar la necesidad de fuentes en los artículos que carecen de ellas, en dirigir un término al artículo correspondiente, en evitar duplicaciones, en dividir textos demasiado largos, en crear categorías y subcategorías, o en combatir el así denominado vandalismo o desinformación intencionada. Ésta puede ser pueril, como insultar a Dick Cheney, pero también nabokovianamente perversa: basta alterar la fecha de una batalla para amargar el día a un puñado de historiadores. Algunos editores se dedican a combatirla, y ha llegado a crearse una Unidad de Contravandalismo, con enseña propia y todo. Hay que contar también, no obstante, con los errores no intencionados y con la información que, sencillamente, está ausente. Los editores, que parecen tener mucho tiempo libre, se ocupan de todo esto. Y el credo subyacente es inequívoco: «Wikipedia se cura a sí misma»11. Sin embargo, esta política no ha funcionado todo lo bien que sería deseable, razón por la cual la Wikipedia anglosajona ha seguido, un año después, los pasos de la versión alemana: el contenido de las páginas relativas a personas todavía vivas habrá de ser corroborado a partir de ahora por un cuerpo de editores antes de su publicación. Aunque no todas las tareas son tan ingratas. Esta comunidad de editores también señala la excelencia de algunos artículos –mejores cuanto más nutridos de referencias– u organizan Wikiprojects para tratar de fomentar la atención a áreas concretas de conocimiento: así el Wikiproject para Anfibios y Reptiles.

Es difícil, no obstante, hablar inequívocamente de una comunidad, dada la diversidad de los contribuyentes. Hay muchos jóvenes, pero también jubilados; y tanto aficionados como académicos. En cambio, apenas hay mujeres: aproximadamente el 80% de los participantes en Wikipedia son varones. Aunque no hay una explicación oficial al respecto –supuesto que haya necesidad de la misma–, se ha sugerido que el tono general de las controversias es demasiado agresivo y aleja al espíritu femenino; para evitarlo, se creó en 2007 el WikiChix Group, espacio para la discusión y el debate exclusivamente femenino; así sea. Esta comunidad digital ha desarrollado un vocabulario distintivo y propio, además de una ingente cantidad de reglas y procedimientos de funcionamiento interno; incluso tiene una mascota, la Wikipede.

Aunque, a veces, la comunidad se haga carne mediante la celebración de unos congresos llamados Wikimanía, el último de los cuales se celebró este año en Buenos Aires, su existencia ordinaria es virtual y tiene en el llamado Village Pump su lugar de reunión para el tratamiento de temas diversos. La gestión externa, en cambio, corresponde a la Fundación Wikipedia, presidida por Jimmy Wales y radicada en San Francisco. Es una organización sin ánimo de lucro, gobernada por un consejo de administración, encargada de aspectos sustanciales del gobierno de Wikipedia. La fundación, por ejemplo, da su visto bueno al lanzamiento de ediciones en otras lenguas. Basta con que exista un suficiente potencial de usuarios y concurran voluntarios para hacerse cargo del proyecto. La Wikipedia alemana, de tono más académico que las demás, nace ya en 2001; entre las curiosidades, debe hacerse mención de las Wikipedias en catalán y esperanto, así como la breve singladura de una Wikipedia en klingon, la lengua de los trekkies, o seguidores de Star Trek, prohibida por Jimmy Wales en un alarde de seriedad epistemológica.

QUIEN PAGA, MANDA

Es la fundación, también, la que se ocupa de las cuentas de Wikipedia. Y aunque es fácil recurrir al cinismo a la hora de juzgar el hecho de que Wikipedia no posea publicidad, no deja de ser un rasgo encomiable que ayuda a preservar la integridad –ya guste o repela– de su propósito. Sobre todo, porque esta renuncia tiene un precio: la inestabilidad financiera y la necesidad de buscar sin pausa donaciones con las que, a veces no tan encomiablemente, sostener un proyecto cada vez más costoso.

Tanto, de hecho, que la pasada Navidad Wikipedia hubo de lanzar una campaña de salvamento –que incluía un vídeo donde Jimmy Wales se retorcía las manos en un gesto de desesperación– ante la insuficiencia de los fondos recaudados durante el año para cubrir un presupuesto de seis millones de dólares. Sólo se habían cubierto, a fecha de 24 de diciembre, 3,8 millones. Nada extraño, si tenemos en cuenta que los cuarenta y cinco mil donantes individuales dan una media de 33 dólares por cabeza, lo que equivale a un tercio de las necesidades totales. Pero en apenas cinco días los internautas del mundo respondieron generosamente y Wikipedia pudo, con un épico ingreso adicional de 2,3 millones, superar sus objetivos y alcanzar los 6,1 millones de dólares. ¿Y para qué sirve este dinero? Un tercio de este presupuesto se destina a gastos de mantenimiento tecnológico y algo menos de esa cantidad a la administración del sitio; partidas menores financian los programas, campañas e iniciativas desarrolladas por la Fundación Wikipedia, el salario del director ejecutivo y su personal, los gastos jurídicos, los emolumentos del consejo de administración y sus desplazamientos varios.

Sin embargo, a pesar de que esta campaña haya funcionado, no parece que pedir auxilio anualmente sea una fórmula sostenible. Máxime si, además de sobrevivir, se trata también de crecer o de innovar. Si Wikipedia no quiere morir de éxito, en fin, necesita alternativas. Sucede que éstas pueden comprometer la pureza del propósito y desalentar a quienes mantienen un vínculo emocional con la enciclopedia: a la manera de un logo comercial, Wikipedia depende de su reputación. Y esta reputación, a su vez, parece depender de su fidelidad a los principios fundacionales. ¿Cómo recaudar dinero, entonces, sin comprometer el sentido de la empresa?
Ya existen algunos mecanismos. La fundación obtiene cerca de un 2% de su presupuesto por vías alternativas a la donación directa. Por ejemplo, ha cedido el uso de su logotipo a Nokia para publicitar un nuevo modelo de teléfono; o ha cobrado a algunas páginas web, como Answers.com, por actualizaciones inmediatas de contenidos. En otras ocasiones, se trata de estímulos concretos: un profesor del MIT, Philip Greenspun, ha donado recientemente veinte mil dólares para lanzar un proyecto, el Greenspun Illustration Project, que pagará una modesta cantidad a aquellos dibujantes que mejoren la cantidad y calidad media de las ilustraciones en Wikipedia. Idéntica cantidad fue entregada por Deutsche Telekom a la Wikipedia alemana por haber integrado en sus webs el contenido de aquélla; o así se dijo. También en Alemania, y de un modo inequívocamente europeo, el Estado concedió una subvención a Wikipedia para la mejora de la información acerca de las energías renovables: quien paga, ciertamente, manda12.
Naturalmente, el problema que plantean este tipo de ayudas es que se compadecen mal con la política de neutralidad de Wikipedia, y peor aún con el ideal enciclopédico que la inspira. Su propia índole facilita, por añadidura, el trapicheo. Recientemente, el fundador del Timpanogas Research Group sostuvo que Jimmy Wales había accedido a dar protección especial a la página de Wikipedia dedicada a su grupo, a cambio de una donación de cinco mil dólares. En un registro algo más pedestre, un editor de Wikipedia llegó a colgar en la red una oferta que rezaba así: «Soy un experimentado administrador senior de Wikipedia, autor de muchos artículos y responsable de aspectos técnicos de la misma. Si necesitas un buen perfil en ella, mi dilatada experiencia puede serte de ayuda». Estas corruptelas comprometen seriamente la imagen de Wikipedia, sin resolver sus problemas económicos. Salvo que se incluya publicidad o se cobre a los usuarios, resulta difícil pensar en un equilibrio presupuestario razonable.

Ya que, si bien para algunos puede resultar inverosímil que una empresa como Wikipedia pueda coquetear con la desaparición, lo cierto es que sus dificultades son las mismas que aquejan a la mayor parte de las empresas que crean contenidos en la red, en lugar de limitarse a recogerlos de los demás. Es un problema creciente, que ya ha desestabilizado seriamente a muchos medios tradicionales y a buena parte de la llamada industria cultural: de los periódicos a las compañías discográficas. Y es que la cultura de la gratuidad es como la vida bohemia: inmejorable para quien la disfruta, pero onerosa para quien la paga. Mientras siga pagándola.

HUMANA, DEMASIADO HUMANA

Hasta aquí, la Wikipedia oficial. Sus muchos críticos, sin embargo, sostienen que la Wikipedia real es muy distinta. Más que una enciclopedia, dice Sam Vaknin, es «una comunidad de usuarios que intercambia información ecléctica de forma regular»13. ¡Un club de amigos! Más que la calidad de la edición, contaría la cantidad de lo editado; la ausencia de control centralizado degeneraría en anarquía; abundarían la trivialidad y el error. Wikipedia, entonces, puede ser muchas cosas, pero no lo que dice querer ser. Donde mejor puede apreciarse este tenor crítico es en las denominadas guerras editoriales y en el subsiguiente conflicto entre dos formas distintas de entender la Wikipedia: inclusionismo y exclusionismo. ¿Debe la Wikipedia abarcar cualquier aspecto del conocimiento humano, por banal que sea, o adoptar una política editorial más estricta para convertirse en una fuente más reputada? ¿Son los Simpson de Matt Groening un asunto de enciclopedia, digno de tener mejores páginas en inglés, español, francés y alemán que Alexander Solzhenitsyn? Para los inclusionistas, reducir la banalidad no contribuye a aumentar la seriedad; para los exclusionistas, lo contrario: quien ve a Britney Spears ya no se anima a escribir sobre Yasujiro Ozu. Esta querella se ha hecho carne en la persona de los dos fundadores del proyecto, ilustrando de paso el conflicto entre una forma tradicional de acumulación del saber y un experimento –digamos– democrático de generación del mismo. Si Jimmy Wales ha defendido la Wikipedia realmente existente, Larry Sanger la ha abandonado. Aquél, de hecho, ha protagonizado un controvertido caso al crear himself un artículo sobre un restaurante surafricano, Mzoli’s, donde había almorzado satisfactoriamente. ¿Un restaurante desconocido en una enciclopedia? En palabras de Kerstin Kohlenberg: «Sanger quería eficiencia, calidad y concentración; su rival quería libertad. Sanger quería una enciclopedia perfecta; su rival, una comunidad perfecta»14. Esta referencia a la comunidad adquiere pleno sentido si se considera el modo en que Wikipedia resuelve estos conflictos editoriales, ya se trate de decidir si un artículo tiene la relevancia necesaria para sobrevivir, o de zanjar una disputa en torno a una fecha controvertida. No es un asunto menor, si tenemos en cuenta que unos mil quinientos artículos, o proyectos de tales, son borrados a diario.

En realidad, no hay un proceso formal para la resolución de querellas. Wikipedia promueve la discusión orientada al consenso entre editores como procedimiento de decisión. Sólo aquellos casos en los que se juzga el comportamiento de los editores, antes que el contenido de sus aportaciones, conocen una solución distinta a través de un tribunal de arbitraje. Durante los últimos años, sin embargo, han crecido formidablemente las normas sobre gobernanza y política editorial, lo que en la práctica supone que la participación en los procedimientos de supresión de artículos demanda mucha paciencia y no poca capacidad para formar alianzas y forjar así el requerido acuerdo15. Cuanto más se participa, de más autoridad se disfruta: los controles son antes sociales que cualitativos16. Hasta cierto punto, se trata de un rasgo frecuente en las comunidades digitales. Amazon ha tenido que rectificar el criterio con que clasificaba las reseñas elaboradas por los usuarios sobre sus productos a la vista de la desenfrenada carrera acumulativa emprendida por algunos de ellos: Harriet Klausner, el más prolífico, resultó ser el autor de dieciocho mil críticas de artefactos culturales; una cifra delirante. Por otro lado, las querellas son a menudo bien poco elegantes, algo que, sumado al funcionamiento permanente de robots dedicados a borrar obscenidades y a los bloqueos provisionales o definitivos de las direcciones IP dedicadas al vandalismo, proyectan una imagen de la Wikipedia distinta de la originalmente prevista: habíamos empezado en Diderot y hemos terminado en Saint-Just. Nada como abrir las puertas de par en par para que corra el aire fresco.

AGAMENÓN Y WIKIPEDIA

Ahora bien, ¿qué relación guardan entre sí Wikipedia y la verdad? Pregunta relevante sólo si sobreentendemos que una enciclopedia tiene que ser –aproximadamente– un depósito de hechos verificables sobre asuntos relevantes para el conocimiento humano. Recordemos que la idea original reza que la ausencia de control centralizado, en combinación con una serie de principios y procesos que orientan la generación del conocimiento, constituye la innovadora aportación de Wikipedia a la búsqueda de la verdad: ésta emergerá más fácilmente mediante la voluntaria cooperación de todos17. Es conocido el experimento de A. J. Jacobs, periodista de Esquire, que publicó un artículo poblado de errores y erratas intencionados, para recibir 224 correcciones en las primeras veinticuatro horas y otras 149 en las siguientes. ¿Cuánto tiempo habría llevado realizar el mismo número de correcciones en un documento del siglo XII?

Hay quienes ponen en cuestión, no obstante, que el ideal del software libre pueda aplicarse al saber enciclopédico. No todo es una cuestión de velocidad y acceso. ¿Cómo garantizar la fiabilidad del resultado final? Paul Duguid duda de que los métodos que aseguran la calidad del software libre viajen, junto con la tecnología, al terreno enciclopédico. Mientras que existe un estándar objetivo para medir la calidad del software así creado –a saber: si funciona o no–, no parece ocurrir lo mismo con la verdad. Y ello, porque no existe manera de garantizar que la información contenida en un artículo generado colectivamente sea fiable si no existe un procedimiento reglado de revisión donde un experto tenga, por razón de su mayor conocimiento, la última palabra: el ancien régime del saber.

Quizá, sin embargo, no convenga poner tanto énfasis en la verdad si queremos entender lo que es Wikipedia. Es decir, más que un modelo de veracidad indiscutible, Wikipedia sería un marco para la búsqueda desjerarquizada de una veracidad aproximada. Y ello en un contexto donde la cultura popular fagocita sin contemplaciones a la vieja cultura culta. De ahí que Larry Sanger haya distinguido entre un conocimiento útil y un conocimiento fiable, sosteniendo a continuación que Wikipedia supera a las demás fuentes en lo primero, pese a que sus ambiguas virtudes le impidan ser, también, un ejemplo constante en lo segundo. Stacy Schiff ha señalado que, al igual que ocurrió con la Enciclopédie de Diderot y compañía, la Wikipedia es una combinación de manifiesto político-cultural y obra de referencia: lo que Wikipedia hace es señalar una nueva forma de hacer las cosas. Un modus operandi que refleja fielmente las características de su medio ambiente, que no es otro que Internet.

Esto se manifiesta inmediatamente en un problema que aqueja a muchos artículos de Wikipedia: su dependencia respecto de la información contenida en la propia red. Si no hay en ésta material suficiente para escribir un artículo fiable sobre una materia, el artículo será pobre; y, quizás, al revés. Dice Paul Duguid que lo que no está en Internet, sencillamente, no existe, en un proceso de exclusión que se retroalimenta sin pausa. Semejante autorreferencialidad alcanza su cenit en las innumerables páginas que Wikipedia dedica a sí misma. Este narcisismo adolescente es aplaudido por Phoebe Ayers: «Los wikipedians adoran escribir sobre Wikipedia»18. Son también ellos quienes llevan a la práctica un rasgo prominente de la enciclopedia, directamente relacionado con el antedescrito problema de su fiabilidad: la completa disolución de las nociones de autoría y autoridad.

Efectivamente, Wikipedia formula una política igualitaria de edición, en la que un experto posee los mismos privilegios que cualquier otro contribuyente. La autoridad académica no basta en Wikipedia: el conocimiento debe manifestarse durante el proceso de discusión y edición. Es ilustrativo, a este respecto, el caso de William M. Connolley, profesor de climatología sancionado por editar comentarios escépticos sobre el cambio climático y por ampararse en su autoridad para hacerlo. En palabras de Ayers, esa sanción refleja –la cursiva es mía– el hecho de que «la capacidad para contribuir productivamente y en armonía con otros editores nada tiene que ver con el conocimiento que se tenga sobre una materia»19. No en vano, la cultura de Wikipedia lleva implícita la autoría colectiva: «Un artículo nunca es tuyo»20. Acaso este paradójico colectivismo individualista, en el que millones de solitarios cooperan anónimamente en un proyecto común y rechazan la superior autoridad de ninguno de ellos, pueda contemplarse de otro modo cuando averiguamos quiénes son esos editores y cómo contribuyen a la enciclopedia.

Que la mayor parte de las entradas tengan lugar durante el horario lectivo universitario ya podría ponernos en la pista acerca de la edad media de la mayor parte de los editores. No hay mejor ejemplo que el de quien resultó ser el máximo contribuyente a la enciclopedia a la altura de 2006, un estudiante de veinticuatro años de la Universidad de Toronto, responsable total o parcial de –atención– setenta y dos mil artículos. Para muchos, este es el secreto del éxito de Wikipedia: su igualitarismo. Para Nicholson Baker, su crecimiento se ha nutrido de las energías, antes desperdiciadas, de quienes carecen de credenciales; algo así como los descamisados globales del conocimiento. En la Wikipedia, cualquiera puede convertirse en un erudito: basta dedicar las horas necesarias a la edición y a la forja de alianzas sociales en los correspondientes pasillos burocráticos. ¿Se trata entonces de una revuelta contra los expertos? ¿O expresa un nuevo modo de concebir la verdad? Para Stacy Schiff, es más bien esto último. Wikipedia expresaría nuestra relación informal con la verdad, propia de un escenario posmoderno: «Ahora caminamos al descubierto, sin guía, sin horario. Somos libres para fijar nuestro itinerario; también para perdernos imprudente y gloriosamente. ¿Tu verdad o la mía?»21. Sorprendente intuición que termina por conducir la Wikipedia a una provincia bien diferente: la de la identidad, el juego, la comunidad.

INTERNET ERA UNA FIESTA

Que a menudo se atribuya a Wikipedia una dimensión contracultural y antielitista parece, efectivamente, apuntar en la dirección de un espacio voluntariamente apartado de los viejos canónes enciclopédicos para el mejor disfrute de una comunidad que toma forma mediante su elaboración. En fin de cuentas, un lector de la Enciclopedia Británica juzgará la Wikipedia, probablemente, poco seria. Jimmy Wales ha defendido su carácter a la vez divertido y adictivo, cualidad, esta última, que comparte con la mayor parte de los foros sociales y comunidades digitales. Incluso el vandalismo puede ser leído en esa clave, entre Diógenes y Apollinaire. Así lo cree Nicholson Baker: «Puede sonar caótico. [...] Pero es un juego»22. Escribir, corregir, conspirar. Si echamos mano de la justamente célebre concepción del juego propuesta por Johan Huizinga, Wikipedia sería un ejemplo de cultura que «se juega», sin que eso, en modo alguno, comprometa en principio la seriedad de su propósito. En este contexto, la invocación a los expertos supone un molesto contratiempo, que bien pudiera resolverse evocando el grito que Jean-François Lyotard dirigiera, en nombre de los posmodernos, a sus críticos: «¡Dejadnos jugar en paz!»

Encontramos aquí un evidente paralelismo con algunos rasgos propios de la escritura digital, tal como, sobre todo, se hace visible en los blogs. Sarah Boxer se ha referido al usuario de estos últimos como alguien que salta de un sitio a otro, que sigue distintos hipervínculos, que se solaza en la atención fragmentaria y gusta de la provocación. El continente hace el contenido: cuando se escribe aquí, se escribe así. Y cita a Jessica Cutler, autora de un blog, quien dice: «Todo el mundo debería tener un blog. Es lo más democrático del mundo»23. También Wikipedia es democrática: todos pueden participar y nadie es mejor que los demás: a quien no le guste, que se quede en la puerta. Stacy Schiff ha aludido también a ello: «Wikipedia ofrece infinitas posibilidades para la autoexpresión»24. Si en los blogs la identidad se exhibe, en Wikipedia se expresa anónimamente, pero se realiza gloriosamente. No es de extrañar que el severo Die Zeit la haya descrito como una «estrambótica feria de las vanidades»25. Menos evidente parece la sugerencia de Schiff, según la cual esa necesidad democrática de expresión responde al fracaso de los medios tradicionales y de las instituciones representativas; más bien, se diría, responde al surgimiento de la posibilidad misma de hacerlo: eso que, en relación con otros asuntos, llamó Sánchez Ferlosio «la perversión funcional del instrumento»: todo aquello que puede usarse, termina por usarse.

Ahora bien, tal como se pregunta Kerstin Kohlenberg, si Wikipedia funciona hacia dentro como comunidad, ¿funciona hacia fuera como enciclopedia? Sí y no; depende. Para empezar, no es cierto que Wikipedia nunca sea fiable: muchos de sus artículos son excelentes, aunque muchos otros sean incompletos o mediocres. Se diría que es una cuestión de suerte que un tema se halle bien o mal tratado; no es, en modo alguno, una enciclopedia sistemática. Pese a lo cual, quien posea capacidad de discernimiento no debe tener demasiados problemas para extraer lo mejor de Wikipedia, que posiblemente se encuentra en su diversidad y eclecticismo, en su capacidad para convertirse en el depósito natural de la cultura popular, así como en sus distintivas posibilidades técnicas. Un lector avezado compara, distingue, selecciona; a cambio, puede ser traicionera para el lector generalista y poco avisado. Y resulta inquietante pensar qué sucederá cuando la cultura digital deje de estar sostenida por usuarios que empezaron en los libros y han acabado delante del ordenador, para ser reemplazados por quienes nunca conocieron otra cosa que la pantalla. De todos modos, conviene anotar aquí una cautela: aunque hablemos de democratización del conocimiento, Wikipedia no es tan popular como la prensa rosa. Así que el daño que podrían producir sus taras tampoco debe exagerarse.

Sea como fuere, el mejor modo de entender –y aceptar– la Wikipedia es aplicar una suerte de pragmatismo posmoderno. No tiene mucho sentido condenarla; tampoco es razonable santificarla. Es útil para algunas cosas e inútil para otras; su desarrollo futuro es, por lo demás, imprevisible, hasta el punto de que no puede descartarse su estancamiento o declive26. Y siendo cierto que no se ha convertido, en modo alguno, en el emblema de una nueva República Digital de Aprendizaje, representa inmejorablemente la transformación que experimenta, a ojos vista, nuestra cultura: es un destilado natural de lo mejor y lo peor de nuestro tiempo. Tal como dicen sus defensores: «Tiene sentido considerar a los wikipedians como los nuevos enciclopedistas, pero quizás es más preciso juzgar su empeño como la creación de un nuevo tipo de fuente terciaria, pensada para un mundo interconectado y con acceso gratuito»27. Aproximadamente. Y quizá no habría podido desarrollarse nunca sin esos mismos elementos –comunidad, juego, identidad– a los que podemos atribuir también sus evidentes insuficiencias. Sigamos jugando.




BIBLIOGRAFÍA

• Phoebe Ayers: Charles Matthews y Ben Yates, How Wikipedia Works. And How You Can Be a Part of It, San Francisco, No Starch Press, 2008.
• Nicholson Baker: «The Charms of Wikipedia», The New York Review of Books, vol. 55, núm. 4 (20 de marzo de 2008).
• John Broughton: Wikipedia. The Missing Manual, Sebastopol, O’Reilly Media, 2008.
• Sarah Boxer: «Blogs», The New York Review of Books, 14 de febrero de 2008, pp. 16-20.
• Robert Darnton: «Google and the Future of Books», The New York Review of Books, vol. 56, núm. 2 (12 de febrero de 2009).
• Paul Duguid: «Netizens Awake», The Times Literary Supplement, 7 de julio de 2006, pp. 5-6.
• Pierre Gourdain et al.: La revolución Wikipedia, trad. de Magalí Martínez, Madrid, Alianza, 2008.
• Friedrich H. Hayek: «The use of knowledge in society», en Individualism and Economic Order, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1976 (e.o. 1949).
• Johan Huizinga: Homo ludens, trad. de Eugenio Imaz, Madrid, Alianza, 2000.
• Torsten Kleinz: «Die Anti-Wikipedias», Die Zeit, 2 de mayo de 2007.
• Kerstin Kohlenberg: «Die anarchische Wiki-Welt», Die Zeit, 7 de septiembre de 2006.
• Andreas Neus: «Managing Information Quality in Virtual Communities of Practice. Lessons learned from a decade’s experience with exploding Internet communication», Proceedings of the 6th International Conference on Information Quality, MIT Press, Cambridge, 2001, pp. 119-131.
• Carmen Pérez-Lanzac: «¿Debemos fiarnos de la Wikipedia?», El País, 10 de junio de 2009, p. 34.
• Stacy Schiff: «Know it all. Can Wikipedia conquer expertise?», The New Yorker, julio de 2006.
• Alana Semuels: «Wikipedia’s Tin-cup Approach Wears Thin», Los Angeles Times, 10 de marzo de 2008.
• The Economist: «The Battle for Wikipedia’s Soul», 6 de marzo de 2008.
• The Economist: «Fair Comment», Technology Quarterly, 7 de marzo de 2009.
• Sam Vaknin: «The Six Sins of the Wikipedia», American Chronicle, 2 de julio de 2006.



NOTAS

1. Vamos por orden. Entre esas réplicas se encuentra, significativamente, Citizendium, proyecto lanzado por uno de los dos fundadores de Wikipedia, Larry Sanger, que ha sacrificado la popularidad en nombre de un rigor, a su juicio, ausente en su primera criatura. La Conservapedia es iniciativa de Andrew Schlafly, activista norteamericano irritado por la ausencia en Wikipedia de un punto de vista conservador. Y en cuanto a las enciclopedias de toda la vida, desde la Británica al Larousse, han acusado un claro descenso de sus ventas y, acaso, el impacto de un discutido estudio de Nature que comparaba la fiabilidad de Wikipedia con la de la provecta Enciclopedia Británica en términos favorables a la primera. Tanto Larousse como la propia Británica han reaccionado por imitación: permitiendo a los internautas la generación de contenidos en sus ediciones digitales (sobre esto, véase el artículo de Carmen Pérez-Lanzac; sobre lo anterior, el texto de Torsten Kleinz). Decía a veces Francisco Umbral en sus columnas que no iba «a levantarse ahora» a comprobar una cita de la que no estaba del todo seguro; la diferencia entre Wikipedia y la Británica bien puede empezar por ese levantarse o no de la mesa. ↩
2. «Wikipedia founder Jimmy Wales responds», en Slashdot, marzo de 2001 (http://interviews.slashdot.org/article.pl?sid=04/07/28/1351230). ↩
3. Darnton, p. 1. ↩
4. Stacy Schiff, p. 7. ↩
5. Citado en Ayers et al., p. 31. ↩
6. Boxer, p. 17. ↩
7. Ayers et al., p. 157. ↩
8. Friedrich A. Hayek, p. 91 (la cursiva es mía). ↩
9. Ayers, et al., p. 44. ↩
10. Sólo casi, porque no es cierto que Internet carezca del todo de servidumbres físicas; no todo en él vive en la nube. Los centros de datos que permiten la existencia misma de la red pueden tener el tamaño de varios campos de fútbol y contienen miles de computadoras conectadas a Internet mediante cables de fibra óptica ultrarrápida. Son grandes, costosos y requieren de ciertas condiciones de humedad y temperatura para funcionar correctamente. En Estados Unidos, por ejemplo, habrá casi dieciséis millones de ellos en 2010, tres veces más que hace apenas diez años. Wikipedia se sirve de 350 servidores. Y alguien tiene que pagar esto. ↩
11. Ayers, et al., p. 209. ↩
12. Sobre esto, véase el artículo de Semuels. ↩
13. Véase el artículo de Sam Vaknin. ↩
14. Kerstin Kohlenberg, p. 5. ↩
15. A juicio de The Economist que, si bien esto es signo de la madurez e importancia de la Wikipedia, puede alejar al contribuyente ordinario, es decir, aquel que no se convierte en un leguleyo (wiki-lawyering) para hacer valer su criterio (véase The Economist, 2008). Al mismo tiempo, las dificultades para realizar contribuciones que no sean inmediatamente discutidas habrían llevado a un conjunto de anteriores editores a crear la página Missing Wikipedians, donde cuelgan sus contribuciones. Estas razones explicarían el descenso en el ritmo de entrada de artículos experimentado en 2007 y 2008. ↩
16. Kohlenberg habla de la Wiki-Ideologie: cuanto más fuerte es la comunidad, mejor será el artículo. ↩
17. La ausencia de control centralizado sería suplida por la adhesión de los participantes a una serie de valores comunes, a saber: el valor de la información abierta; el compromiso de compartir el conocimiento globalmente; el multiculturalismo, la diversidad y el multilingüismo; la ecuanimidad en la representación de los distintos puntos de vista. No hay centro, pero sí la estructura que proporcionan las distintas discusiones acerca de los aspectos editoriales o administrativos del sitio (véase Ayers et al., p. 360). ↩
18. Ayers et al., p. 356. ↩
19. Ayers et al.., p. 55. ↩
20. Ayers et al., p. 197. ↩
21. Schiff, p. 7. ↩
22. Baker, p. 4. ↩
23. Boxer, p. 18 ↩
24. Schiff, p. 7. ↩
25. Kohlenberg, p. 8. ↩
26. Ha salido a la luz, justo antes de cerrar este texto, un estudio de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, según el cual el número de voluntarios que abandonaron el proyecto Wikipedia durante el año 2007 fue, por vez primera, mayor que las nuevas incorporaciones. También se señala que sólo uno de cada mil cien artículos alcanza, pasados tres años desde su elaboración, el grado de calidad necesario. Finalmente, se constata que apenas el 10% de los editores es responsable del 90% de la producción. No obstante, difícilmente hay que considerar una mala noticia una futura Wikipedia abandonada por sus diletantes y sostenida por sus fieles.
27. Ayers et al., p. 57.




¿Cuánto espacio ocuparía la Wikipedia impresa?




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