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sábado, 24 de septiembre de 2011

La Mujer Muerta






La Mujer Muerta (Sierra de Guadarrama)




Cervantes y Bécquer ya nos hablaron de las obsesiones; de cómo un viejo hidalgo aficionado a la lectura cree convertirse en héroe de hazañas contra gigantes, o como un joven enloquece buscando a una mujer que vio una noche hasta descubrir, y volver a la razón, que ella sólo era un rayo de luna. Por cualquier sitio que viajemos nos vamos a encontrar miles de leyendas que nos hablan de pasiones, venganzas, demonios y engaños. Muchas de ellas tienen como fondo el hechizo de los bosques y el frío de la montaña, lugares apacibles durante el día pero escenario de todo lo incontable.

Sin irnos muy lejos, en la Sierra de Guadarrama, entre Madrid y Segovia encontramos en las montañas el perfil de una mujer acostada que parece tener las manos entrecruzadas sobre el pecho. Se conoce como “La mujer muerta”. Aunque yo diría que más que muerta está dormida por lo que os voy a relatar.


Si no recuerdo mal transcurría el mes de febrero cuando decidimos hacer una escapada y huir del ajetreo de la ciudad y conocer los alrededores de Madrid, a donde nos mudamos para realizar nuestros estudios. Así que Sara y yo alquilamos un coche y nos fuimos a la aventura. Cogimos el mapa de carreteras y sin saber a donde ir marcamos al azar un punto que nos llevó al límite con Segovia, prácticamente a su provincia, en mitad de la sierra.

A la salida de Madrid la carretera tenía hielo, por lo que nos tomamos el viaje con calma y tardamos algo más de lo previsto en llegar a nuestro destino. Atravesando ya la sierra se nos pinchó una rueda y tuvimos que hacer una parada para reponerla. Nos pusimos los impermeables y bajamos del coche. Intentamos darnos prisa en cambiarla ya que el cielo se estaba oscureciendo y amenazaba tormenta, con unos grandes nubarrones de gris oscuro que lo cubrían todo. Cambiamos la rueda y mientras nos fumábamos un cigarro dentro del coche antes, de seguir el camino, observamos el paisaje. Fue entonces cuando vimos a esa mujer, bueno… el perfil de las montañas parecían tener forma de dama yacente. Quedamos atónitas ante tal perfección y sin darnos cuenta pasamos diez minutos contemplando uno de esos caprichos de la naturaleza. Tan absortas estábamos que no nos dimos cuenta que había empezado a llover hasta que oímos un tremendo ruido; la gente seguro que pensará que fue un simple trueno pero eso no fue lo que oímos. Fue algo más parecido a la tos, como una carraspera atravesada, pero allí sólo estábamos nosotras dos y esa mujer montaña. Esa tos hizo que se me cayera el cigarro y que quemara un poco el pantalón, era como si el crujido hubiese movido la tierra. Nos espabilamos y volvimos a tomar la carretera para llegar antes de que anocheciera.

El resto del camino lo hicimos en silencio pensando en lo ocurrido e intentando buscar alguna explicación, mintiéndonos a nosotras mismas al decirnos que era un ¿trueno? De vez en cuando alguna decía: “Pero…eso sonó como…jejeje q mal me sienta salir de la ciudad. Oigo un trueno ya me imagino cosas. Debe ser eso.” Por mucho que dijésemos lo contrario estábamos convencidas de lo que habíamos oído y de vez en cuando intercambiábamos miradas.

Llegamos a nuestro destino al poco tiempo, un pequeño pueblo. La pensión que encontramos, La Rambla, era modesta, una habitación con dos camas y un lavabo y con el baño comunitario fue nuestra casa durante eso días. Los dueños eran una pareja catalana, que se vinieron a vivir a la sierra después de que al hombre le diera un infarto por culpa del exceso de trabajo. Mireia, la mujer de la pensión, debía rondar los 60 años y tenía una expresión dulce al igual que su carácter, nos habló de un bar que estaba calle abajo, cerca de la iglesia, que hacía una comida muy buena. Su marido, Joan, apenas nos habló el día que llegamos. Parecía estar muy ocupado limpiando la chimenea del salón, pero resultó ser un hombre muy curioso y carismático con el que mantuvimos unas largas charlas.

Siguiendo las indicaciones de Mireia llegamos al bar de la buena comida, y de verdad que lo estaba. En el bar varios señores miraban el partido de fútbol y otro jugaban al mus. Nos acercamos a la barra para pedir la comida y haciendo caso a Manuel, el cocinero, nos pedimos la especialidad de la casa, un chuletón y para acompañar unas cañitas. Nos trataban como si fuésemos de la familia, las hijas pródigas que volvían al pueblo para hacer una visita a su pasado. El camarero, un joven de nuestra edad, unos 23 años, nos preguntó porque habíamos terminado en ese pueblucho teniendo tantos sitios para viajar. Como todos los del pueblo, tenía buena conversación y cuando se le terminó el trabajo le invitamos a sentarse con nosotras y nos contara que podíamos hacer, si había alguna recorrido por la sierra que no necesitara mucha experiencia en senderismo y todas esas cosas que aquellos, los de ciudad, no estamos acostumbrados.

Nos levantamos a las siete de la mañana y al salir por la puerta, allí estaba Javi, el camarero, con una mochila verde a la espalda sentado en la acera. Nos ofreció una estupenda sonrisa y fuimos a desayunar, a los tres nos hacía falta una dosis de café para despertarnos. Javi había preparado para ese día una excursión hasta la boca de la Mujer Muerta. En el desayuno, nos explicó como sería el recorrido y las dificultades que tenía. Le preguntamos por la montaña que vimos y nos explicó la leyenda que había en la sierra.

Se quitó las gafas y las colocó sobre la cabeza, y tras acomodarse en la silla empezó a narrar la leyenda: "Se dice que esta historia tiene su origen en el medievo, cuando había una montaña que hacía de límite entre las dos Castillas. Donde hoy se encuentra la Mujer Muerta antes había un inmenso páramo al cual, iba una joven pastora de gran belleza. Dos nobles caballeros, cada uno de ellos pertenecientes a cada una de las provincias, uno de Madrid y otro de Segovia, se enamoraron de ella.

Mientras cortejaban a la pastora, fue aumentando la rivalidad entre ellos. Y a esto hay que unir la indecisión de la muchacha,  puesto que ella no sabía a quien corresponder, los caballeros se retaron en duelo. Quedaron en el páramo para batirse por su dama pero no sabían que eso sería su tragedia. En mitad de la lucha, la joven aterrada por lo que estaba sucediendo se interpuso entre ellos y fue herida, y con ello muerta. Y allí cayó, en mitad del páramo, y allí la enterraron sus amantes.

Todos los días fueron a visitar la tumba de su amada y con el tiempo, los que antes fueron rivales luego se hicieron amigos. Poco a poco, al igual que nació una amistad a los pies de la tumba de la joven, fue naciendo una montaña. Montaña con forma de mujer con los brazos entrecruzados, tal y como se enterraba a los muertos.

Dato curioso a tener en cuenta es que del pecho de la mujer nace el río Bezoya, fuente de vida para la provincia de Segovia. Y ahora que cada uno piense lo que quiera. En mi opinión ella hubiera elegido al segoviano finalmente, ya que el río va hacia allí". Al decir esto, soltó una gran carcajada; y prosiguió:

"Hay otra versión que dice que uno de los caballeros la dejó embarazada y que el bulto que se ve no son sus manos, sino un prominente embarazo. Pero…¡ esta versión que se la queden los curas! Yo me quedo con la tragedia de la batalla y no con castigos divinos por consumar el matrimonio antes de tiempo como dirían los de la sotana", concluyó. Nosotras también, dijimos al unísono. Y comenzamos a caminar...

El vídeo que acompaña la entrada es una promoción institucional de la Comunidad Autónoma de Madrid en favor de la declaración de Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.

Nos vemos. Ruth Campos 





Palacio de Riofrío (Sierra de Guadarrama)





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Entrada núm. 1405 -
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