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jueves, 19 de marzo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Degradación política y crisis económica. (Publicada el 13 de septiembre de 2009)





El filósofo Emilio Lledó



"Siempre he pensado que una democracia asentada puede afrontar con éxito una crisis económica, incluso tan compleja, larga y severa como la actual, con posibilidades de éxito. El problema surge cuando lo que creemos que es una sociedad avanzada nos revela su verdadero rostro y vemos, estupefactos, que no es mas que una partitocracia corrupta en la que la democracia es una mera coartada, y el liberalismo económico y la sociedad globalizada de la que presume, la fachada mal encalada de una plutocracia financiera banal e irresponsable. Cunde el desánimo y la falta de confianza en las instituciones, la degradación política es perceptible, la corrupción campa a sus anchas. Y la prensa y los medios de comunicación dan cuenta de esa degradación con mayor o menor fortuna, con seriedad o con sensacionalismo, con rigor o de forma pueril. Pero el desencanto comienza a hacer mella en la ciudadanía y el caldo del populismo comienza a a dar sus primeros hervores".

Que una persona de por sí ecuánime y ponderada como el académico Emilio Lledó, filósofo y filólogo admirable, -profesor mío en la Facultad de Geografía e Historia de la UNED-, lance y haga público el alegato que hoy realiza en El País con el título de "Pandemia y otras plagas", es como para pensarse dos veces hacia donde nos encaminamos y de la mano de quién. De plagas sociales que deterioran los cerebros y los comportamientos, califica el profesor Lledó a la corrupción y la mentira política, la partitocracia, el amiguismo, el deterioro de la educación y la sanidad pública, la irresponsabilidad y desvergüenza de buena parte del capitalismo financiero e inmobiliario, el independentismo identitario, y la estupidización colectiva que llevan a cabo los medios de comunicación.

En el mismo número del periódico citado, la prestigiosa y polémica economista italiana Loretta Napoleoni, en un artículo titulado "Democracias feudatarias", a partir de la conmemoración en esta misma semana de los aniversarios respectivos del atentado sobre las Torres Gemelas de Nueva York y la "caída" del gigante financiero norteamericano Lehman Brothers, se pregunta que quién ha salido ganando con estas tragedias, y la desconcertante respuesta que encuentra es que ha sido una oligarquía de privilegiados, señores feudales de la globalización que poseen el poder económico y financiero y controlan la información, y una pequeña casta de servidores suyos dentro de los Estados, que están provocando un deterioro acelerado de las democracias y un desplazamiento progresivo de las mismas hacia formas de gobierno premodernas.

Y como colofón, el Premio Nobel de Economía 2008 y profesor de la Universidad norteamericana de Princeton, Paul Krugman, escribe hoy en el suplemento "Negocios" de El País, un detallado y extenso artículo titulado "¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?", en el que partiendo de la publicación de "La riqueza de las naciones" por Adam Smith en 1776, y pasando por Keynes y Friedman, analiza la historia de la Economía como ciencia, y de los "economistas" como sus gurús, para concluir que éstos tienen que enfrentarse a la incómoda realidad de que los mercados financieros distan mucho de la perfección, de que están sometidos a falsas ilusiones extraordinarias y a las locuras de mucha gente; admitir que la economía keynesiana sigue siendo el mejor armazón que tenemos para dar sentido a las recesiones y las depresiones; y hacer todo lo posible para incorporar las realidades de las finanzas a la macroeconomía, replanteándose sus propios fundamentos para que la imagen que emerja ante la profesión, aunque no sea tan clara ni nítida, al menos tenga la virtud de ser parcialmente acertada. Les dejo con su lectura. HArendt




Los economstas Loretta Napoleoni y Paul Krugman



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 31 de agosto de 2017

[A vuelapluma] El paraguas ideológico de la yihad





Loretta Napoleoni (1955) es una afamada economista, escritora, periodista y analista política italiana. Autora del libro El fénix islamista (Paidós, Barcelona, 2017), está considerada como una de las mayores expertas en asuntos de la financiación del terrorismo, reconocida internacionalmente por haber calculado el tamaño de la economía del terror en sus estudios e informes. Hace unos días escribía un artículo a raíz de los atentados en Barcelona y Cambrils, en el que exponía la tesis de que desde 2016 el radicalismo global no encuentra ya su cauce en el viaje a Oriente Próximo para construir el califato, sino que se ha visto obligado a operar localmente, dando lugar a que los potenciales combatientes de la Yihad hayan tenido que contentarse con la condición de terroristas.

Para entender realmente la amenaza que representa el terrorismo yihadista para nuestros países, comenzaba diciendo, se hace necesaria una perspectiva de gran angular. Los acontecimientos de Barcelona, aunque no estén directamente relacionados con los de Uagadugú en Burkina Faso, forman parte de una nueva estrategia de terror, nueva en cuanto globalizada. Es paradójico que a nadie se le haya ocurrido antes, pues en el fondo lo que estamos viviendo es una película de terror que comenzó el 11 de septiembre de 2001, cuando Al Qaeda lanzó el más espectacular ataque terrorista transnacional. Que fue también el último.

Desde entonces, el elemento globalizador del terrorismo —financiación en un país, organización del ataque en otro y ejecución en un tercero— ha derivado hacia lo ideológico. El dinero ya no se desplaza de un país a otro, no hay ya grandes financiadores, no existe una dirección centralizada, una especie de gran anciano del terror yihadista que maneja el dinero y los terroristas en un tablero mundial. Lo que sí existe es un paraguas ideológico con vetas nacionalistas, antiimperialistas, un paraguas donde la lucha armada contra los “infieles” es la herramienta para redimir siglos de alienación.

Si el elemento ideológico se ha vuelto predominante se debe también a que, desde el 11 de septiembre, el costo unitario de los atentados terroristas ha caído vertiginosamente. No hacen falta ya inversores, basta con unos pocos miles de euros para provocar una masacre. Nuevos métodos de financiación a nivel local han tomado el relevo, algunos realmente ingeniosos. El atentado de Burkina Faso, donde murieron 18 personas, es el segundo de su estilo. Un comando armado abre fuego en un lugar público, un restaurante, con el objetivo de cosechar tantas víctimas como sea posible.

En ambos casos, se quiso castigar a la burguesía empresarial africana, la que cuenta en definitiva para el proceso de modernización autóctono del continente africano. Lo ingenioso radica en la forma en que estos ataques son financiados por Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), es decir, con el dinero del rescate de los rehenes occidentales, dinero nuestro, por supuesto. Millones y millones de euros entregados a los secuestradores por nuestros Gobiernos. ¿La prueba? Ambos atentados tuvieron lugar pocos meses después de la liberación de rehenes europeos en el vecino Malí, donde AQMI tiene sus cuarteles generales del negocio de los secuestros.

También los ataques de Barcelona dan muestra de la ingeniosidad del terrorismo yihadista. Aunque el ataque haya sido definido como el séptimo desde el comienzo del año que utiliza una furgoneta para atropellar a la multitud, en realidad no era esta la modalidad escogida inicialmente. Parece ser que el plan original era otro: llenar las furgonetas de bombonas de gas y hacerlas estallar entre la multitud o destruir la Sagrada Familia. Pero durante la noche del miércoles, algo salió mal en la casa de Alcanar y se puso en marcha el plan B.

Es probable que los atacantes africanos no tengan relación alguna con los españoles, pero ambos hacen gala de la misma capacidad de adaptación financiera —los controles y las restricciones bancarios introducidos tras el 11 de septiembre no han dado grandes resultados— y logística. Por si no fuera suficiente, matan por las mismas razones: recrear fuera de Oriente Próximo el caos y la anarquía de la guerra. Se trata de una nueva generación de terroristas que podríamos definir como autosuficientes, pues cada grupo está compartimentado desde todos los puntos de vista, hasta el extremo de que usar la palabra “células” resulta incorrecto. Sin embargo, cada grupo obra, se mueve, interactúa bajo un paraguas ideológico bien definido, tejido por la hábil retórica yihadista y empaquetado para el consumo masivo por el marketing del Estado Islámico.

Desde 2016 el radicalismo global no encuentra ya su cauce en el viaje a Oriente Próximo para construir el califato, sino que se ha visto obligado a operar localmente. Los potenciales combatientes yihadistas, los guerreros de Alá, han tenido que contentarse con la condición de terroristas, un estatus social más bajo respecto al “caballero del califato”. No cabe duda de que todos ellos hubieran preferido luchar contra los infieles en su tierra santa y morir en batalla, más que en las aceras de Barcelona o en los restaurantes de Uagadugú. Primero fuimos nosotros los que bloqueamos estos viajes, después fue Al Bagdadi, el califa del Estado Islámico. “Quedaos donde estáis y haced todo lo que podáis, matad a tantos infieles como sea posible”, así exhortaba a sus seguidores extranjeros. Es mejor provocar una masacre en Niza que saltar por los aires en Mosul antes de capitular.

Occidente lucha contra un fenómeno nuevo y dinámico utilizando armas y estrategias arcaicas. ¡Seguimos detenidos en el 11 de septiembre de 2001! No solo no conocemos al enemigo, no queremos cambiar nuestras tácticas de guerra. Ellos, en cambio, están a años luz por delante de nosotros. Basta una simple constatación para demostrarlo. La red yihadista de los terroristas de Barcelona tenía ramificaciones internacionales, el grupo interactuaba con otros yihadistas en Bélgica, Suiza y Europa central. Sus puntos de apoyo estaban en el extranjero, al contrario del antiguo modelo de terrorismo europeo, cuando el núcleo central y el de acción estaban situados dentro de las fronteras nacionales.

Está claro, pues, por qué la aplicación del modelo tradicional antiterrorista, que se limita a las fronteras nacionales, no funciona: porque la naturaleza del terrorismo ha cambiado. Sobre esto a nadie le cabe ya la menor duda. Pero el problema estriba en cómo reformar nuestras armas. Y aquí volvemos al dilema de siempre: la política sigue estando perfectamente contenida dentro de las fronteras nacionales mientras que la delincuencia, el terrorismo, las finanzas, pero sobre todo la ideología del terror yihadista están totalmente globalizados. Sabemos que el dinero de los rescates financia el AQMI y con ese dinero se financiarán ataques donde morirán decenas y decenas de inocentes, pero ninguna institución u órgano supranacional puede impedir que los Gobiernos europeos los paguen u obligarlos a admitir que lo han hecho. Además, ningún Gobierno occidental está dispuesto a delegar un aspecto tan importante de la seguridad nacional y del orden público, a saber, la lucha contra el terrorismo, en un órgano transnacional, superpuesto a los nacionales, un órgano ad hoc que esté en condiciones no solo de tener una amplia visión, de gran angular, de un fenómeno como el terrorista yihadista, sino de actuar en tiempo real; que tenga, en definitiva, la autoridad para hacerlo.

Por lo tanto, en ausencia de una modernización institucional y cultural de la lucha contra el terrorismo, concluye diciendo Loretta Napoleoni, hay que prepararse para un futuro distópico donde la muerte accidental en una avenida, en los cafés, en las playas, donde quiera que uno tenga la desgracia de hallarse, pasará a formar parte de la vida cotidiana.



Dibujo de Eulogia Merle para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






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jueves, 11 de septiembre de 2014

Degradación política, crisis económica y desarme social




Viñeta de Forges


"Siempre he pensado que una democracia asentada puede afrontar con éxito una crisis económica, incluso tan compleja, larga y severa como la actual, con posibilidades de éxito. El problema surge cuando lo que creemos que es una sociedad avanzada nos revela su verdadero rostro y vemos, estupefactos, que no es más que una partitocracia corrupta en la que la democracia es una mera coartada, y el liberalismo económico y la sociedad globalizada de la que presume, la fachada mal encalada de una plutocracia financiera banal e irresponsable. Cunde el desánimo y la falta de confianza en las instituciones, la degradación política es perceptible, la corrupción campa a sus anchas. Y la prensa y los medios de comunicación dan cuenta de esa degradación con mayor o menor fortuna, con seriedad o con sensacionalismo, con rigor o de forma pueril. Pero el desencanto comienza a hacer mella en la ciudadanía y el caldo del populismo comienza a a dar sus primeros hervores".

Que una persona de por sí ecuánime y ponderada como el académico Emilio Lledó, filósofo y filólogo admirable, que fue profesor mío en la Facultad de Geografía e Historia de la UNED, hiciera público hace unos años el alegato "Pandemia y otras plagas", era como para pensarse dos veces hacia donde nos encaminábamos y de la mano de quién. De plagas sociales que deterioran los cerebros y los comportamientos, calificaba el profesor Lledó a la corrupción y la mentira política, la partitocracia, el amiguismo, el deterioro de la educación y la sanidad pública, la irresponsabilidad y desvergüenza de buena parte del capitalismo financiero e inmobiliario, el independentismo identitario, y la estupidización colectiva que llevaban a cabo los medios de comunicación.

Casi por las mismas fechas la prestigiosa y polémica economista italiana Loretta Napoleoni, escribía otro artículo titulado "Democracias feudatarias", en el que a partir de la conmemoración de los aniversarios respectivos del atentado sobre las Torres Gemelas de Nueva York y la caída del gigante financiero norteamericano Lehman Brothers, se preguntaba quien había salido ganando con esas tragedias. Y la desconcertante respuesta que encontraba es que la beneficiaria había sido una oligarquía de privilegiados, señores feudales de la globalización que poseían el poder económico y financiero y controlaban la información, y una pequeña casta de servidores suyos dentro de los Estados, que estaban provocando un deterioro acelerado de las democracias y un desplazamiento progresivo de las mismas hacia formas de gobierno premodernas.

Como colofón, también por esas fechas, el Premio Nobel de Economía y profesor de la Universidad norteamericana de Princeton, Paul Krugman, escribía un detallado y extenso artículo titulado "¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?", en el que partiendo de la publicación de "La riqueza de las naciones" de Adam Smith en 1776, y pasando por Keynes y Friedman, analizaba la historia de la Economía como ciencia, y de los economistas como sus gurús, para concluir que éstos tienen que enfrentarse a la incómoda realidad de que los mercados financieros distan mucho de la perfección, de que están sometidos a falsas ilusiones extraordinarias y a las locuras de mucha gente; admitir que la economía keynesiana sigue siendo el mejor armazón que tenemos para dar sentido a las recesiones y las depresiones; y hacer todo lo posible para incorporar las realidades de las finanzas a la macroeconomía, replanteándose sus propios fundamentos para que la imagen que emerja ante la profesión, aunque no sea tan clara ni nítida, al menos tenga la virtud de ser parcialmente acertada.

Cinco años después de los hechos expuestos más arriba tengo la impresión, es posible que equivocada, de que la degradación política, el desánimo social y el populismo "made in Spain" avanzan a marchas forzadas. Quizá, solo quizá, la situación económica (o más bien la financiera) parece encauzada, pero los resultados para los millones de parados sin expectativas a corto y medio plazo, las economías familiares y las pequeñas y medianas empresas no acaban de verse por muchos juegos malabares que el gobierno haga con las cifras. ¿Hasta cuándo? Resulta difícil de predecir...

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El profesor Emilio Lledó



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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

jueves, 22 de mayo de 2008

El precio de la globalización. Economía canalla










A estas alturas de la historia situarse a favor o en contra de la globalización es un ejercicio pueril: la globalización está ahí, y ha venido para quedarse. Las ventajas están claras; los inconvenientes, también. Y de eso se trata, de paliar en la medida de lo posible los inconvenientes. Con iniciativas y ayuda de las instituciones económicas, pero sobre todo de las políticas: de los estados, la Unión Europea, la ONU y los organismos internacionales especializados.

Es lo que pretenden varios líderes europeos capitaneados por el ex presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, que acaban de hacer pública una iniciativa para la creación de un Comité de Crisis Europeo que "valore los riesgos económicos y sociales que supone la actual crisis financiera en la economía real, especialmente en Europa". Lo cuenta hoy el corresponsal de El País en Bruselas, Andreu Missé.

Por otro lado, la economista italiana Loretta Napoleoni, autora de un famoso libro titulado "Economía canalla", escribe hoy también un documentado artículo en El País, titulado "Comida hay, pero a precio de petroleo", en el que critica con dureza la política de la Organización Mundial del Comercio, que empobrece a los ciudadanos y aumenta el desempleo rural en los países en vías de desarrollo. Hay -dice- mil millones de personas que pasan hambre a pesar de haber comida para todos. Y eso ocurre -añade- porque ya no se produce para la economía nacional, sino para la mundial; a que ya no deciden los gobiernos, sino las multinacionales.

No está muy claro que la solución sea volver a hacer la cesta de la compra como la hacían nuestras abuelas, pero algo hay que hacer. Y parece que algo comienza a moverse en el buen camino. Esperemos que cuaje. Sean felices. HArendt










"Líderes europeos se unen para hacer contrapeso a los mercados financieros", por Andreu Missé


La propuesta cuenta con el apoyo de Felipe González y la firma de Jacques Delors. Destacados líderes europeos han dirigido una carta al presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy, que presidirá la Unión a partir de julio, y al presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, para que se constituya un Comité Europeo de Crisis, para "evitar o limitar los riesgos provocados por las crisis financieras". El Comité de Crisis deberá "valorar los riesgos económicos y sociales que supone la actual crisis financiera en la economía real, especialmente en Europa". La iniciativa en la que participan personalidades socialistas, liberales y cristiano-demócratas, ha sido promovida por el ex primer ministro francés Michel Rocard y su homólogo danés Poul Nyrup Rasmussen. Firman también el documento los ex presidentes de la Comisión Europea Jacques Delors y Jacques Santer, y los ex primeros ministros Helmut Schmidt (Alemania); Lionel Jospin (Francia); Göran Person (Suecia); Massimo d'Alema (Italia) y Pavo Lipponen (Finlandia). También ha mostrado su total apoyo, aunque no firma el documento por presidir el comité de reflexión sobre el futuro de la Unión, el ex presidente del Gobierno español Felipe González.

Bajo el lema "los mercados financieros no pueden gobernarnos", el documento señala que "el problema está en el modelo actual de gobierno económico y de las empresas basado en una débil reglamentación, con un control inadecuado y una oferta demasiado débil de bienes públicos".

Los firmantes expresan su preocupación por el doble fenómeno que se está produciendo de manera paralela, "la desigualdad creciente de los ingresos junto a un aumento continuo del sector financiero". El aumento del capital financiero ha sido tan impresionante en los últimos años que ya representa 15 veces el valor del producto interior bruto (PIB) de todos los países.

La crítica por los efectos perversos del superpoder que han adquirido las instituciones financieras es uno de los asuntos centrales del documento. "El mundo de las finanzas", señala, "ha acumulado una masa gigantesca de capital ficticio pero que mejora muy poco la condición humana y preservación del medio ambiente". "Esta crisis financiera", añade, "ha permitido ver más claramente las alarmantes disparidades de renta que no han hecho más que aumentar en las últimas décadas". Todo ello, añade, con "la ironía de que los salarios y las primas de los ejecutivos han alcanzado niveles extremadamente elevados, mientras que se estancaba o bajaba la rentabilidad de sus empresas". (El País, 22/05/08)




Loretta Napoleoni





"Comida hay, pero a precio de petróleo", por Loretta Napoleoni

El que 1.000 millones de personas pasen hambre pese a haber comida para todos se debe a que ya no se produce para la economía nacional, sino para la mundial. No deciden los Gobiernos, sino las multinacionales.

En el mundo hay comida para todos. Los precios de los productos alimenticios, teniendo en cuenta la inflación neta, son más bajos que hace 40 años, y la dieta ha mejorado. Sin embargo, 1.000 millones de personas padecen hambre. Son las contradicciones de una economía globalizada en la que las realidades locales se desvanecen. Así lo denuncia el informe del grupo Evaluación internacional de la ciencia y la tecnología agraria para el desarrollo (en sus siglas en inglés, IAASTD), un grupo de 400 científicos auspiciado por el Banco Mundial y Naciones Unidas. El documento se publicó a principios de abril, en medio de una crisis alimentaria que trae recuerdos de la Gran Depresión.

El problema no es la escasez de productos agroalimentarios sino su coste, que, en muchos países, los hace inaccesibles para los más pobres. El aumento de los precios está unido al aumento del precio del petróleo, la voracidad de la demanda asiática y las difíciles condiciones climáticas que se han vivido en algunos países. La inflación alimentaria multiplica el número de hambrientos y globaliza la crisis. "El alto coste de la vida aflige a los 1.000 millones de personas que viven bajo el umbral de pobreza -el 70% de ellos en África- y a los otros 4.000 millones que viven en los 58 países más pobres del mundo. Toda esa gente, de pronto, ha dejado de poder comprar los productos expuestos en las estanterías de los supermercados", explica Willie Reimer, director de la ONG estadounidense Food, disaster and material resources. Pero también afecta a los países occidentales, en los que viven los 500 millones de ricos de la aldea global. En Estados Unidos, segundo exportador de productos agrarios del mundo, 28 millones de personas comen gracias a los bonos de comida que reparte el Gobierno, el número más elevado desde que se creó el programa, hace 40 años.

Las tres cuartas partes de la población mundial corren el riesgo de pasar hambre, no porque haya escasez, sino debido al coste de la vida. Según el informe de IAASTD, para evitar la catástrofe no bastan ni los transgénicos ni el abandono de las políticas de apoyo a la producción de biocombustibles, que no influyen en la subida de los precios más que en un 10%. La crisis alimentaria es estructural porque está unida a la aplicación de los principios neoliberales en el sector agrario de los países en vías de desarrollo. De acuerdo con dichos principios, el mercado mundial es el mejor árbitro de la economía. Pero su mano invisible, como la definía Adam Smith, no es tan mágica como se creía.

En los últimos 20 años, mientras Europa y Estados Unidos protegían a sus agricultores, las economías emergentes y los países pobres han seguido los consejos neoliberales y han eliminado la intervención pública en el sector agrario. Estos cambios estructurales han destruido las economías locales y han creado las condiciones ideales para una agricultura ya no de autosuficiencia sino para la exportación. Ya no se produce para la economía nacional sino para la mundial y, según la ONU, los que deciden qué producir no son los gobiernos, sino las multinacionales de importaciones y exportaciones, de transformación y de distribución como Tesco y Carrefour.

El ensayo general de la crisis actual se produjo en 2005 en Níger, una de las naciones más pobres del mundo. Pocos años antes, el Gobierno había liberalizado el mercado de los cereales, una medida que atrajo la atención de los grandes exportadores e importadores. Su llegada monopolizó el mercado y facilitó el nacimiento de empresas agrarias que producen exclusivamente para la exportación, a expensas del mercado local. El país empezó a importar productos alimenticios y los precios subieron, mientras que los sueldos y el empleo no. En septiembre de 2005, tras una plaga de langosta y una grave sequía, se desató la crisis. La población no tenía suficiente dinero para comprar los productos importados que llenaban los estantes de los supermercados y, por consiguiente, empezó a morirse de hambre. Saltó la alarma internacional y empezaron a atracar las naves de ayuda en los puertos del río Níger mientras, paradójicamente, zarpaban otras con productos para la exportación. La crisis se atribuyó a las langostas y la sequía, pero no eran más que excusas: la producción agraria había descendido un mero 7,5% respecto al año anterior. El verdadero problema era la desaparición de la agricultura local, que había hecho que el país dependiera de las importaciones. Hoy, los biocombustibles y los especuladores son los chivos expiatorios de una crisis alimentaria mundial y estructural, cuyo origen está en que las economías emergentes y los países pobres dependen en exceso de las importaciones agroalimentarias.

"El Estado, no el mercado, debe ser el responsable del bienestar de los ciudadanos, sobre todo en los países en vías de desarrollo", afirma Amartya Sen, premio Nobel de Economía. Lo mismo dice un estudio reciente del Carnegie Endowment y el Instituto de Desarrollo Indira Gandhi, que advierte de que la liberalización de los mercados patrocinada por la Organización Mundial de Comercio empobrece a los ciudadanos y aumenta el desempleo rural en los países en vías de desarrollo. Es el caso de India.

El modelo neoliberal pretende redistribuir la riqueza producida mediante la apertura de los mercados. En India, el hambre afecta sobre todo al campo, pese a que el país exporta productos agrarios como el arroz, cuyo precio se ha cuadruplicado en un año. El aumento de los precios agroalimentarios, en teoría, debería hacer subir las rentas en los países exportadores, pero eso sólo es así en Occidente, donde no existe el latifundio. En los demás países, desde Níger hasta India, la subida de los precios acarrea el hambre. Lo demuestran los datos: India y Estados Unidos exportan arroz, pero mientras la renta agraria en EE UU ha aumentado el 24%, en India los que viven en el campo tienen que luchar para poder comer.

El motivo está claro, explica a The Financial Times Sushil Pawa, titular de una sociedad india de intermediación: el 50% de la población india trabaja en el sector agrario, pero sólo un mínimo porcentaje es propietario de la tierra. La gran mayoría, alrededor del 70%, está formada por asalariados y braceros que viven con menos de 70 rupias (unos dos dólares) al día. En Estados Unidos, por el contrario, la mayor parte de los agricultores trabaja sus propias tierras.

La crisis actual debe hacernos reflexionar sobre los errores de las políticas de desarrollo neoliberales e impulsar a los países pobres y emergentes a potenciar sus economías: "compre productos locales", es el lema de los expertos mundiales, sobre todo cuando se tiene en cuenta que el 65% del encarecimiento de los precios alimentarios se debe al de los transportes oceánicos. Y ya hay quien ha hecho caso. Malasia, un país importador de arroz con una producción interior que no satisface más que dos tercios de la demanda, ha puesto en marcha un programa de 1.300 millones de dólares para transformar el Estado de Sarawak, en Borneo, la zona arrocera del país.

También los consumidores ricos, que tiran un tercio del gasto diario, deben cumplir su papel. En los últimos cinco años, las importaciones alimentarias han aumentado un 20% en Europa, y en Estados Unidos, las de fruta y hortalizas se han duplicado. Los ricos quieren comer tomates, guisantes y fresas todo el año, y los gigantes alimentarios mundiales satisfacen esa demanda fomentando la producción en los países pobres del mundo, con el consiguiente perjuicio para la producción local.

Pero la crisis alimentaria ha dejado al desnudo la verdadera naturaleza del supermercado mundial: una pescadilla que se muerde la cola. Hacer la compra en Europa cuesta hoy el doble que hace un año, y el precio de las fresas autóctonas, incluso en temporada, es el mismo que el de las importaciones, porque la producción es minúscula respecto a otras épocas. He aquí un consejo desapasionado: para aliviar el hambre en el mundo y reducir los precios, empecemos a comprar alimentos locales y de temporada, hagamos la compra más a menudo y compremos menos, exactamente como hacían nuestros abuelos. (El País, 22/05/08)