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lunes, 20 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Futuro imperfecto



El escritor Stefan Zweig. Foto Life/Getty


El cuidado y la responsabilidad personales son pobres paliativos ante la ausencia de cuidados y de responsabilización de los gobiernos, escribe en el A vuelapluma de hoy [El f]uturo de la nostalgia. El País, 18/7/2020] el periodista Lluís Bassets. 

"Claro que no es una guerra, -comienza diciendo Bassets- pero cerca debemos estar de lo que antaño fueron algunas guerras. Por las cifras de fallecidos y por el percance económico. Y, sobre todo, por esa idea inquietante de un corte con el pasado, un año cero que nos obligaría a comenzar de nuevo, una reconstrucción. La discusión versará sobre cómo debemos reconstruir, sobre los planos del pasado o con planos nuevos, los propios para un futuro que no repita los errores.

Desde hace tiempo, propiamente desde que se impuso una vaga sensación de fin de época, conviene leer El mundo de ayer, de Stefan Zweig, memorias elegíacas que empiezan con una exaltación de la seguridad en la que vivieron nuestras sociedades hasta 1914, cuando todo era sólido y duradero. “El siglo XIX, en su idealismo liberal, estaba sinceramente convencido de que se encontraba en la línea recta e infalible del mejor de los mundos posibles”.

Como lectura para estos tiempos inquietantes, el libro de Zweig sugiere de inmediato los paralelismos. Al igual que el escritor suicida, no sabemos cuándo, ni quiénes, ni cómo, ni tan solo si saldremos de ésta. Los economistas, buenos topógrafos de la vida social, advierten un nivel máximo de incertidumbre. Los epidemiólogos esgrimen el paradigma de la prueba y el error propio de la investigación científica: se refieren a las intervenciones no farmacéuticas, en las que todos somos conejillos de indias. Lo menos que podemos hacer, ante la vulnerabilidad de las personas y la fragilidad de las sociedades, es cuidarnos y ser responsables, de nosotros y de los otros, incluso cuando los Gobiernos no se atreven a asumir sus responsabilidades: mascarillas y distancia.

Cien años más tarde, otro escritor centroeuropeo, Ivan Krastev, anuncia la pandemia de nostalgia que sucederá a la del virus una vez derrotado. “Hay algo perturbador en el mundo de ayer —ha escrito en ¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo (Debate)—. La diferencia entre el pasado y el presente es que nunca podemos conocer el futuro del presente, pero ya hemos vivido el futuro del pasado. Y conocemos el futuro de nuestro pasado; es esta pandemia de covid-19 que hoy sufrimos”.

Primero, vencer a la covid-19, luego, al virus de la nostalgia. Es decir, construir el futuro. Para evitar la oración del vencido entonada por Zweig: “Europa, nuestra patria, para la que nosotros hemos vivido, estaba destruida para un tiempo que se extendía más allá de nuestras vidas”.

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








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jueves, 28 de mayo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Bienvenidos al mundo real. Publicada el 22 de diciembre de 2009



Conferencia de Copenhague, Diciembre, 2009


¡Señoras y señores!..., ¡bienvenidos al mundo real!... La Conferencia sobre Cambio Climático de Copenhague, auspiciada y celebrada bajo el manto de Naciones Unidas, ha dejado entre otras muchas, dos lecciones reales: 1) El mundo es como es, y no como nos gustaría que fuera; y 2) En este mundo real sólo hay dos que corten "el bacalo", China y USA, y todos los demás vamos de comparsas. Y el que sean dos, se lo debemos a Obama, porque si no es por él, sólo hay "UNO": China.

No soy abogado, pero me muevo con bastante comodidad en el mundo del derecho y las leyes, y se por experiencia que cualquier mal acuerdo es preferible a un buen juicio. El que nadie haya salido contento de Copenhague es una buena señal, lo crean o no. Porque en Copenhague podía haber habido ganadores "absolutos: por poner un solo ejemplo, los que querían que fracasara la Conferencia; entre ellos, el "Quinteto de la Dignidad": Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia y Sudán, y por supuesto, China, y los "negacionistas" del occidente capitalista.

Como buen escéptico que soy, es decir, un optimista chamuscado por la realidad, también me parece positivo, y si lo calibran y piensan, creo que a ustedes también, el "papelón" que han hecho, individualmente, Merkel, Sarkozy y Brown: ninguno. Y eso es bueno, porque les obliga a replantearse que en este mundo "a dos", los 27 gobiernos de la Unión Europea, individualmente, no son nada, pero juntos, pueden, sólo pueden, quizá, ser los "terceros"... Ellos verán. Supongo que siempre quedarán estúpidos dispuestos a seguir siendo cabeza de ratón en su ratonera en lugar de cola de león al aire libre. Ese es su problema. No dejen que sea el nuestro.

Sobre la Conferencia en sí, y sobre la nueva gobernanza mundial "a dos" que se nos viene encima, comienzan a conocerse algunos entresijos que las apresuradas crónicas televisivas o periodísticas, algunas interesadas en un sentido o en otro, no han trasladado al público. Les sugiero la lectura de las entradas de ayer y hoy del Blog Del alfiler al elefante, que escribe el periodista Lluís Bassets: "Así se gobierna el planeta" (El País, 21/12/2009), y "Modestas victorias" (El País, 21/12/2009). Por supuesto, es sólo una opinión, pero resulta interesante... Bienvenidos al mundo real, señoras y señores. ¡Ah!, y felicidades a los que les haya tocado el Gordo de Navidad. A los demás, nos toca seguir barajando... Harendt




El periodista Lluís Bassets



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martes, 21 de abril de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Verdad, historia, justicia. Publicada el 22 de octubre de 2009




El juez Baltasar Garzón



He escrito "historia y justicia", a propósito, con minúsculas. "Verdad", no; por simple coherencia gramatical, al ser palabra inicial de escrito. Y las escribo con minúscula por no contradecirme a mí mismo, que soy bastante relativista en asuntos políticos, y de eso hablamos, de "política" (con minúscula), cuando nos enfrentamos a decisiones tan extravagantes como la de procesar a un juez que quiere saber la "verdad"...

Buscar la "Verdad" (con mayúscula) es labor de los historiadores; al menos intentarlo. También debería ser misión de los jueces, pero quizá eso sea pedir peras al olmo, pues bastante hacen si son capaces de aplicar la ley sin caer en el absurdo. Dejar la "Justicia" a cargo de un hipotético dios en una hipotética vida futura, resulta lo más cómodo para todos; sobre todo para los jueces. Así pués, me quedo con la "Historia", aunque sólo sea por deformación profesional.

Si de vez en cuando pongo por escrito una digresión de esas que el subconsciente me dice que debería contar hasta diez antes de escribirla, ésta es una de ellas; pero en fin, cada uno es cada uno, y yo soy como soy... Y todo, desencadenado por la entrada del Blog "Del alfiler al elefante" que hoy publica en El País [Katyn sin Auschwitz. El País, 22/10/2009] mi admirado periodista y analista internacional Lluís Bassets sobre las "verdades" implícitas en las "historias" de Katyn y Auschwitz, y en esas otras "historias" españolas que, algunos jueces, se empeñan en desvelar y, otros, en ocultar... Cosas veredes, Sancho... HArendt




Las fosas de Katyn, Rusia. 1940


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martes, 18 de febrero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Chimérica. (Publicada el 30 de julio de 2009)





Hace muy pocos días la prensa se hacía eco de los intentos del presidente Obama por ligar a China y Estados Unidos en una especie de "alianza estratégica" de largo alcance y calado de la que ha hecho fortuna su sobrenombre de "Chimérica".

La primera vez que leí ese término, Chimérica, fue en un extenso y documentado artículo de Julio Aramberri, sociólogo y profesor de la Universidad Drexel de Filadefia (USA), en el número del pasado mes de junio de Revista de Libros. Se titula "El imperio deudor" y ya hablé de él en su momento en este mismo blog y a dicho comentario les remito.

El inventor del mismo fue el historiador británico Niall Ferguson, que lo empleó en su libro "The Ascent of Money. A Financial History of the World" (The Penguin Press, Nueva York, 2008), y del que Julio Aramberri dice en su artículo citado, que lo creó para denominar la relación entre los dos colosos económicos del mundo.

En su blog "Del alfiler al elefante", el periodista Lluís Bassets, responsable de la sección de Internacional de El País, escribe hoy sobre el mismo asunto un artículo titulado "Quimérica Chimérica", que pone en duda la posibilidad de que cuaje en algo fructífero y positivo esa conjunción chino-americana.

Tomando como punto de partida el propio concepto de "quimera": monstruo imaginario que, según la fábula, vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón, y aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo, Bassets juega con las dos palabras del título, tan similares fonéticamente, para plantear que hay elementos en esa alianza que se repelen por sí mismos, y que para que esa "Quimérica Chimérica" tenga larga vida y sea la superpotencia del siglo XXI no basta con una buena ecuación entre intereses mutuos, sino que hace falta algo más de equilibrio y una cierta convergencia económica y política, que hoy por hoy resulta de difícil conjunción.

Espero haberles incitado a la lectura de ambos artículos, los de Bassets y Aramberri, y haber despertado su interés. Estoy seguro que los disfrutarán. HArendt



El profesor Julio Aramberri


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jueves, 25 de julio de 2019

[ARCHIVO - 2008] El fin de la Historia puede esperar



Francis Fukuyama


¿Se equivocó el historiador y politólogo norteamericano Francis Fukyama cuándo en 1989 anunció el Fin de la Historia? El polémico artículo, "El Fin de la Historia", publicado en el verano de 1989 en la revista "The National Interest", tuvo su continuación y profundización en su libro "El fin de la Historia y el último hombre" (Planeta, Barcelona, 1992), que produjo un efecto devastador en los medios intelectuales y académicos de medio mundo, y fue ensalzado y criticado a partes iguales.

Fukuyama expone en su libro una polémica tesis: "La Historia humana, como lucha de ideologías ha terminado, con un mundo final basado en una democracia liberal que se ha impuesto finalmente tras el fin de la Guerra Fría. Inspirándose en Hegel y en alguno de sus exegetas del siglo XX, como Alexandre Kojève, afirma que el motor de la historia, que es el deseo de reconocimiento, el thimos platónico, se ha paralizado en la actualidad con el fracaso del régimen comunista, que demuestra que la única opción viable es la democracia liberal tanto en lo económico como en lo político. Se constituye así en el llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Estados Unidos, es por así decirlo, la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases. En palabras del propio autor: El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas".

Para otro gran pensador, el filósofo alemán Karl Marx, "la lucha entre las clases sociales es el motor de la historia. Es decir que el conflicto entre clases sociales en sentido marxista, esto es, la relación de los diferentes grupos de una sociedad con los medios de producción, ha sido la base sobre la que se produjeron los hechos que dan forma a la historia. Esta lucha se da entre dos clases sociales antagónicas características de cada modo de producción. Se produce por lo tanto una polarización social solo por el hecho de nacer bajo una de las clases sociales que existen en cada momento de la historía. (.../...) Para Marx el fin último de la historia es la eliminación de las clases sociales cuando la clase más desvalida y universal (el proletariado creado por el modo de producción capitalista) consiga "emancipar" a toda la humanidad".

Fukuyama habla de un presente que no se conforma con la realidad que estamos viviendo; Marx hablaba de un futuro que no se ha realizado, y cuya única experiencia histórica real, aparte de un fracaso de proporciones inabarcables, ha significado el sufrimiento de millones de personas y generaciones enteras sacrificadas a una ideología.

El periodista y subdirector de El País, Lluís Bassets, escribe hoy en su blog ("Del alfiler al elefante"), un gran artículo, que transcribo más adelante, con el título de "La nueva lucha de clases", en el que comenta algunas de las razones del estrepitosos fracaso de la "Ronda de Doha" impulsada por la Organización Mundial del Comercio. Para Bassets, "Estamos ante una nueva lucha de clases, pero no es como la que describieron Marx y Engels entre proletarios y burgueses. Ahora es entre las clases medias de los países en fuerte desarrollo y las clases medias de los países ya desarrollados por el reparto del pastel global. (.../...) Es un momento crucial de transferencia de recursos de los ricos de toda la vida a los nuevos ricos productores de energía. Y también de capacidad adquisitiva de unas viejas clases medias a otras nuevas. Las de los países emergentes van a consumir más y las clases medias europeas y norteamericanas deberán acomodar sus hábitos de consumo a la nueva situación del mercado".

La "clase media", el motor de la Historia en occidente, parece declinar de manera acelerada en este mismo occidente que hasta hace sólo un momento despreciaba al resto del mundo... Marx y Fukuyama dan la impresión de haber errado en sus predicciones... Quizá nos lo tengamos merecido. Pero como buen escéptico (un optimista empedernido chamuscado por la experiencia) no pierdo la esperanza en un mundo mejor...



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Dubai (Emiratos Árabes Unidos)


"La nueva lucha de clases", por Lluís Bassets

La buena globalización ha terminado. Quedan atrás los tiempos benéficos de desaparición de fronteras para el comercio, producto de grandes acuerdos multilaterales. Los más pesimistas trazan un cuadro tenebroso de regreso al proteccionismo y a los bloques comerciales. El fracaso de la Ronda de Doha de negociaciones para liberalizar el comercio mundial es una pésima señal en un momento de incertidumbre económica. Y cuando soplan malos vientos hasta los liberales más doctrinarios se convierten en partidarios de salvar los muebles de cada uno mediante el intervencionismo gubernamental. Sólo una sorpresa presidencial en Washington para el próximo año puede introducir un cambio de atmósfera que desatasque la Ronda de Doha. Y la sorpresa no es que sea Obama el presidente, sino que no salga proteccionista según una sólida tradición demócrata que ya desmintió Bill Clinton, acogido con prevención por los partidarios del libre comercio y luego en cambio entronizado como el presidente que más ha impulsado la globalización.

Cada vez se ve más claro que los dos mandatos de Bush han sido los años perdidos del siglo XXI. Naciones Unidas no se ha reformado. Su Consejo de Seguridad quedó herido de muerte después del debate sobre la guerra de Irak. La Unión Europea se halla exactamente en el mismo Tratado de Niza en que se encontraba cuando Bush se instaló en la Casa Blanca. Es evidente el fracaso de los esfuerzos por reducir las emisiones contaminantes a la atmósfera, tal como se proponía el protocolo de Kyoto, debido principalmente a su boicot por el país que más ha contaminado en la historia. Y ahora fracasa la Ronda de Doha, también iniciada en el año mismo inaugural de Bush. Si Clinton actuó de abono y oxígeno para el crecimiento mundial y la aparición de una amplia sociología de clases medias en Asia y América Latina, Bush es el presidente que ha roto sus reglas en nombre del unilateralismo norteamericano y de sus derechos como superpotencia. Ahora, las potencias emergentes que le pisan los talones, China e India sobre todo, quieren también seguir sus pasos en cuanto a unilateralismo, sobre todo en comercio y medio ambiente.

Era casi imposible que la última tanda de negociaciones emprendida en Ginebra la pasada semana consiguiera cambiar el sentido de la marcha del mundo. Todo el voluntarismo y optimismo a chorros de Pascal Lamy, el director general de la Organización Mundial de Comercio, no ha podido con el espíritu del tiempo, que es proteccionista y hostil al multilateralismo, fiel al pésimo ejemplo predicado y ejercitado desde la Casa Blanca. El escollo que ha hundido el barco han sido las cláusulas de salvaguarda para la agricultura de esos países emergentes, más que escamados por anteriores oleadas liberalizadoras, en las que el abatimiento de barreras dejó sin defensa a los agricultores más pobres frente a la invasión de productos agrarios de países ricos. Aunque China e India se han encastillado en la defensa de la agricultura, en realidad han querido desafiar a Estados Unidos, y en menor medida a la Unión Europea, en un gesto que corresponde a la nueva estructura geopolítica del mundo. La pugna que se ha manifestado en Doha indica el signo de los tiempos: es la misma que se expresará en las negociaciones sobre cambio climático, entre los países ascendentes que aspiran a contaminar más en los próximos años, para contar con márgenes de crecimiento y de ensanchamiento todavía mayor de sus nuevas clases medias, y los países ricos que ya se han comido su ración de atmósfera y gracias a ello gozan de su situación privilegiada.

Estamos ante una nueva lucha de clases, pero no es como la que describieron Marx y Engels entre proletarios y burgueses. Ahora es entre las clases medias de los países en fuerte desarrollo y las clases medias de los países ya desarrollados por el reparto del pastel global. Y quienes tienen las de perder son las clases más pobres, que no cuentan con Estados fuertes que les defiendan y se ven arrolladas por el ímpetu de los que suben (chinos e indios) y los miedos de los que bajan (europeos y norteamericanos). Es un momento crucial de transferencia de recursos de los ricos de toda la vida a los nuevos ricos productores de energía. Y también de capacidad adquisitiva de unas viejas clases medias a otras nuevas. Las de los países emergentes van a consumir más y las clases medias europeas y norteamericanas deberán acomodar sus hábitos de consumo a la nueva situación del mercado. Esta lucha de clases no lleva a ninguna revolución, pero puede producir tensiones e incluso enervar indirectamente alguna situación conflictiva. De ahí la importancia de una distensión en Oriente Próximo y sobre todo entre Irán y Occidente. Pero donde estos arbitrajes deben producirse es en la OMC y en el panel de Naciones Unidas sobre cambio climático. Si su resolución no es multilateral, no podemos albergar duda alguna de que estamos sembrando las semillas de grandes conflictos que crecerán ya bien entrado el siglo XXI. (Blog "Del alfiler al elefante", El País, 31/07/08)



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Distrito financiero de Shangai (China)



Los artículos con firma reproducidos en este blog no implica que se comparta su contenido, pero sí, y en todo caso, su interés y relevancia. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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Entrada núm. 5092
Publicada originariamente el 31/7/2008
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domingo, 21 de enero de 2018

[A VUELAPLUMA] El hundimiento del catalanismo





Artur Mas es el máximo responsable de la derrota y destrucción del catalanismo político, afirma el periodista Lluís Bassets, director adjunto del diario El País. Lo tuvo todo y todo lo ha perdido, comienza diciendo. Lo quiso todo y nos ha dejado sin nada. Hasta ahora, los grandes políticos de este país habían hecho mucho con muy poco, a veces sólo con un gesto o una palabra. Este político que ahora dice que se va, en cambio, es exactamente el caso contrario. Teniendo en sus manos el poder más extraordinario que nunca se haya concentrado en las manos de un partido catalán, lo ha dilapidado y destruido, destruyendo además otras muchas cosas, empezando por su propia carrera y la de numerosos compañeros de partido y de alianzas, siguiendo por la estructura entera del sistema de partidos catalanes, y terminando, incluso, por las ideas y los valores de la ideología y de la cultura política central en Cataluña que es la del catalanismo político.

Todo esto es obra de Artur Mas. Con colaboraciones numerosas y con complicidades abundantes, con responsabilidades compartidas ampliamente en el mundo periodístico, intelectual, artístico, deportivo, mediático y empresarial. Pero tratándose de quien quería ser un líder, el líder supremo, el que mantenía más altas las apuestas y aseguradas las posibilidades de negociación y de victoria, suya es la responsabilidad máxima y la mayor de todas, y a él le corresponde responder ante sus conciudadanos, los catalanes, con independencia de las deudas que tenga que resolver ante la justicia, y responder exactamente por el hundimiento al que nos ha llevado con sus políticas y sus decisiones concretas, por la derrota de dimensiones históricas a la que él y los suyos nos han abocado a todos.

Quiso organizar la 'casa grande del catalanismo' y el catalanismo se ha encogido y cuarteado hasta quedarse ahora sin casa. Planteó una 'transición nacional', y nos encontramos ahora con una regresión nacional: en lugar de la independencia, una marcha acelerada hacia la pre-autonomía. Pretendió organizar Cataluña como un Estado propio dentro de Europa y Europa no quiso saber nada del nuevo Estado que se le anunciaba. Quiso internacionalizar el conflicto y ha conseguido el más alto nivel de desprestigio y de enemistad con que haya contado Cataluña dentro de España y de Europa en toda su historia. Quiso hacer más pequeña y más débil a España y ha conseguido hacer más pequeña y más débil a Cataluña. Todo lo confió al ejercicio del derecho a la autodeterminación, presentado como derecho a decidir, ejercido unilateralmente, y ahora ni siquiera mantiene vigencia y futuro la idea de una consulta o de un referéndum legal y acordado. Hizo de la independencia un objetivo creíble y al alcance de la mano y ha quemado la idea de independencia probablemente para décadas.

Cataluña se ha visto confrontada, gracias a los errores del independentismo, que son los errores de Artur Mas, a la cruda realidad de su peso, su fuerza y su dimensión geopolítica dentro de España y dentro de Europa. Mas es responsable máximo de los tres errores más importantes cometido por el independentismo a la hora de enfrentarse con su proyecto. Un primer error de análisis irrealista de la correlación de fuerzas, un segundo error de tergiversación de cara a los ciudadanos respecto a las posibilidades reales de alcanzar los objetivos propuestos y un tercer error, el más grave, de sustitución del método posibilista del catalanismo de probada eficacia historia por un experimento rupturista y de confrontación con España y con el mundo entero si era necesario.

La realidad de España era mucho más sólida y seria de lo que Mas había explicado. La economía y las empresas no tenían simpatía alguna, como Mas pretendía, con un proyecto que fabricaba inseguridad jurídica y resultaba en una inestabilidad hostil a las leyes del mercado. La diversidad de la sociedad catalana era incompatible con un proyecto que no ha dudado en acogerse finalmente a una idea de identidad de carácter etno-nacionalista, despertando en consecuencia reflejos nacionalistas de signo contrario. La Constitución española era mucho más firme y eficaz de lo que había pensado Mas con sus frívolas astucias para esquivar o impugnar el marco legal.

Pero todas estas responsabilidades son plurales y compartidas, y forman parte de ‘la confabulación de los irresponsables’, que tan bien ha explicado Jordi Amat en su libro del mismo título, y que afecta a todos los partidos y a un buen puñado de dirigentes, no únicamente a Artur Mas. Dentro de estas irresponsabilidades encabezadas por Mas, hay algunas decisiones pertenecen directamente a la persona que las tomó, como son las convocatorias electorales o las disoluciones de los Parlamentos, atribuciones específicas del presidente de la Generalitat. Y también aquí las equivocaciones de Mas son desgraciadamente memorables: disolvió cuando no lo tenía que hacer y no lo hizo cuando era necesario, respectivamente en 2012 y 2015, por lo que cae sobre sus hombros la responsabilidad de entregar la llave de la estabilidad parlamentaria a la CUP, una fuerza desestabilizadora por definición y que sólo le interesa participar en mayorías que se dediquen a desestabilizar y vulnerar la legalidad constitucional.

Que lo hiciera el hombre vocacionalmente señalado para dirigir la centralidad sociológica del país, para representar a la burguesía y a las clases medias y asegurar la prosperidad y la buena marcha de la economía, para pactar con Madrid y con Bruselas, es el mayor y el más imperdonable de los pecados. Ungido como el presidente de la continuidad pactista y posibilista, Artur Mas se convirtió en el líder populista y rupturista, capaz de dividir a los catalanes, enfrentarlos con España y arrancarlos si hacía falta del marco europeo. La designación de Puigdemont como sucesor es la culminación del disparate y de las cumbres de desprestigio a los que nos ha llevado esta ‘confabulación de irresponsables’.

Nada de positivo hay en su legado. Si la historia tiene algo de piedad de su paso por la máxima responsabilidad política catalana, le dejará en el olvido de una nota al pie insignificante. Si es un poco más atenta y rigurosa, le dedicará uno de los capítulos más negativos de la historia de Cataluña, el que corresponde a quien ha dilapidado la herencia espléndida que han recibido y solo ha dejado tras de sí una casa en ruinas.






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sábado, 11 de noviembre de 2017

[A vuelapluma] De capa caída





Puigdemont, aunque intenta aparentar lo contrario, está enfurecido y de capa caída. Lo suyo no es un gobierno en el exilio, ni siquiera es medio gobierno, sino un grupo de políticos derrotados, convertidos en agitadores de medio pelo.

Una hora de entrevista, cuenta el periodista Lluís Bassets en su blog, extraña, y un punto alucinante, a cargo de la entrevistadora estrella de la radio pública catalana. Pregrabada, en un lugar indeterminado y sombrío de Bruselas, en la noche del lunes. Con el presidente destituido y con la compañía coral de los cuatro consejeros que le han seguido en su periplo belga, exilio le llaman.

La distancia es el olvido. La física y la temporal. Están lejos y les falta el detalle, señala uno de los consejeros. Han pasado ya más de una semana fuera de casa, sin escoltas y sin coche oficial, sin sueldo y sin despacho. Todo se ve distinto en la lejanía, se deforma, se magnifican los males ajenos y se disculpan los propios, se buscan y aparecen nuevas e inverosímiles excusas, en algunos casos más bien ocurrencias.

La primera impresión es bien clara. Si querían ofrecer la imagen de un gobierno en el exilio, que intenta mantener encendida la llama institucional como en su día hizo Tarradellas, esto que vemos ahí, sentados alrededor de una mesa con micrófonos de Catalunya Ràdio no lo es. Es un grupo de políticos derrotados, que se sienten humillados y ofendidos, acorralados casi, tras comprobar que su promesa de tocar el cielo les llevaba al infierno.

No gobiernan. No intenta ni siquiera aparentarlo. La república que proclamaron no existe ni ha existido. Se limitan a hacer agitación. A dar entrevistas y conferencias de prensa. Hablar, hablar, hablar. Metidos en el bucle de siempre, pero ahora lejos de casa, bajo el síndrome de la sobrexcitación y de la búsqueda de cualquier signo que pueda interpretarse como de buen augurio. Nunca habíamos tenido ruedas de prensa tan numerosas, dice Puigdemont. Nunca nos habían hecho tanto caso y habíamos internacionalizado tanto el conflicto, corrobora. Quien no se consuela…

No es un gobierno en el exilio. Ni siquiera es un gobierno, ni medio gobierno. Como mucho, es un gobierno derrotado, que proclamó una república, pero a continuación no supo darle vida, convertir en verdad efectiva lo que hasta entonces solo eran solo palabras. A los gobiernos que les sucede esto, luego también les suele suceder lo que le ha sucedido al gobierno de Puigdemont: la cárcel o el exilio, que en este caso se han repartido de forma indescifrable por una decisión inexplicada o inexplicable, nadie lo ha aclarado hasta el momento, y el que menos Puigdemont.

Son ellos los que han fracasado, aunque endosen ahora el fracaso a España, a su democracia e incluso a una Europa a la que ya califican de insensible y vergonzosa. Uno de los derrotados quiere endosarla a los catalanes, que tendrán que poner sacrificios de su parte en respuesta a los sacrificios de sus entregados y generosos dirigentes exiliados y encarcelados.

El principal argumento que esgrimen como una bandera inverosímil es que España no es una democracia. No fueron ellos quienes engañaron con su promesa de una independencia fácil y gratuita, sino esa España que se decía democrática y no lo era. Ellos no contaban con eso. Y la prueba de que España no era una democracia es precisamente que no se les dejó hacer lo que ellos querían, descontando que se les permitió hacerlo todo, vulnerando la Constitución, hasta el momento mismo en que proclamaron la república, prueba bien precisa de que era una democracia que tenía un solo límite, como era la destrucción de la propia Constitución democrática, punto en el que el artículo 155 podía habilitar al Gobierno de Rajoy para disolver el Gobierno y el Parlamento catalanes.

En la diatriba, el lenguaje suele actuar como un espejo. La furia que atribuimos a otros suele ser la propia. Así Puigdemont este martes en la radio. Si alguien está plenamente inhabilitado para dialogar algún día con esa otra parte a la que él llama España, aunque en buena parte es Cataluña misma, y a la que califica de autoritaria e incluso totalitaria, ese es Puigdemont, envuelto en el bucle de la pureza y del pacifismo propios y de la maldad y la violencia de quienes ha designado como adversarios.





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lunes, 15 de junio de 2015

[Pensamiento] Las clases medias y el fin de la Historia




Francis Fukuyama



¿Se equivocó el historiador y politólogo norteamericano Francis Fukuyama cuándo en 1989 anunció el Fin de la Historia? Su polémico artículo, "El Fin de la Historia", publicado en el verano de 1989 en la revista "The National Interest", tuvo su continuación y profundización en su libro "El fin de la Historia y el último hombre" (Planeta, Barcelona, 1992), que produjo un efecto devastador en los medios intelectuales y académicos de medio mundo y fue ensalzado y criticado a partes iguales.

Fukuyama expone en su libro una polémica tesis: La Historia humana, como lucha de ideologías ha terminado con la llegada de un mundo final basado en la democracia liberal que se ha impuesto finalmente tras el fin de la Guerra Fría. Inspirándose en Hegel y en alguno de sus exegetas del siglo XX, como Alexandre Kojève, Fukuyama afirma que el motor de la historia, que es el deseo de reconocimiento, el thimos platónico, se ha paralizado en la actualidad con el fracaso del régimen comunista, demostrándose así que la única opción viable era la democracia liberal tanto en lo económico como en lo político. Se constituye así en el llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Estados Unidos, es por así decirlo, la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases. En palabras del propio autor: El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas. Los hombres satisfacerán sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ningún tipo de batallas. 

Para otro gran pensador, el filósofo alemán Karl Marx, la lucha entre las clases sociales es el motor de la historia. O lo que es lo mismo, que el conflicto entre clases sociales en sentido marxista, esto es, la relación de los diferentes grupos de una sociedad con los medios de producción, ha sido la base sobre la que se produjeron los hechos que han dado forma a la historia. Esta lucha se da entre dos clases sociales antagónicas características de cada modo de producción. Se produce por lo tanto una polarización social solo por el hecho de nacer bajo una de las clases sociales que existen en cada momento de la historia. Para Marx el fin último de la historia es la eliminación de las clases sociales cuando la clase más desvalida y universal, el proletariado creado por el modo de producción capitalista, consiga "emancipar" a toda la humanidad.

Fukuyama, sin embargo, habla de un presente que no se conforma con la realidad que estamos viviendo mientras que Marx hablaba de un futuro que no se ha realizado, y cuya única experiencia histórica real, aparte de un fracaso de proporciones inabarcables, ha significado el sufrimiento de millones de personas y generaciones enteras sacrificadas a una ideología.

El periodista y subdirector de El País Lluís Bassets escribió hace ya un tiempo un artículo titulado "La nueva lucha de clases", en el que comentaba algunas de las razones del estrepitoso fracaso de la denominada "Ronda de Doha" que por aquel entonces impulsaba la Organización Mundial del Comercio. Para Bassets, estábamos, sí, inmersos en un nuevo tipo de lucha de clases, pero una lucha de clases sin ningún parecido con la que describieron Marx y Engels entre proletarios y burgueses. Ahora, comentaba Bassets, la lucha se producía entre las clases medias de los países en fuerte desarrollo y las clases medias de los países ya desarrollados, ambas empeñadas en conseguir la mejor parte en el reparto del pastel global, y todo ello, decía, en un momento crucial de transferencia de recursos de los ricos de toda la vida a los nuevos ricos productores de energía y también de la capacidad adquisitiva de unas viejas clases medias a otras nuevas. Las de los países emergentes van a consumir más, señalaba, y las clases medias europeas y norteamericanas deberán acomodar sus hábitos de consumo a la nueva situación del mercado.

¿Qué queda hoy en pie, mediado el año 2015, de esa "clase media" como motor de la Historia en Occidente? La verdad es que parece declinar de manera acelerada en este mismo Occidente (y no digamos en Europa y España),  que hasta hace solo un momento, como quien dice, despreciaba y miraba al resto del mundo por encima del hombro. Marx antes, y Fukuyama después, dan la impresión de haber errado en sus predicciones: el primero, en las económicas, aunque no tanto en sus análisis históricos, como muy bien dice el historiador y economista Gabriel Tortellá en su artículo de hoy en El Mundo, titulado "Marx, siempre Marx". El segundo, por el contrario, en las históricas, aunque no tanto en las económicas. Quizá nos lo tengamos merecido, pero como escéptico que soy, es decir,  un optimista empedernido chamuscado por la experiencia, no pierdo la esperanza en un mundo mejor, sin vencedores ni vencidos, sin Marx(s) y sin Fukuyama(s).

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Karl Marx





Entrada núm. 2333
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