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sábado, 24 de julio de 2010

Resaca

Campeones del Mundo de Fútbol



Sigo con la misma sensación de resaca, de ese malestar difuso con que uno se despierta  después de haber bebido en exceso. Pero el caso es yo no he bebido... Y lo peor no es eso, sino que ya me dura varias semanas, bastante más tiempo del normal, y no le veo salida alguna por el momento. De todas formas no le busquen explicaciones enrevesadas aunque en el texto que sigue parezca que hay alguna clave...

¿Han oído hablar ustedes de "Tremé"? Es una fascinante serie televisiva cuya primera temporada acaba de terminar en la cadena TNT. En sólo diez capítulos narra las aventuras y desventuras de unas serie de personajes que habitan en el barrio de Nueva Orleans que da título a la serie, el más antiguo barrio negro de Estados Unidos, unos meses después del paso del huracán Katrina. . Está dirigida por David Simon, y producida por la HBO, sin duda la más afamada, merecidamente, productora de series para la televisión. La música de jazz, soul, y de las Brass Bands, las orquestas de metales habituales en los desfiles y funerales que se celebran en la ciudad, omnipresente a lo largo de toda la serie, tiene un protagonismo especial,  y no sólo porque la misma transcurra alrededor de varios personajes que se agarran a la música como única y última tabla de salvación tras la catástrofe.

Todos sus personajes resultan fascinantes, pero a mi el que más me ha encandilado, quizá porque me siento identificado con él por múltiples razones, es el de Creighton, protagonizado por un obeso y magnífico John Goodman. Creighton es un profesor universitario de Literatura inglesa, que todas las noches, desde su ordenador, lanza por Internet frenéticos mensajes de denuncia sobre la situación que está viviendo su ciudad y la incompetencia de las autoridades locales, estatales y federales para ponerle solución. Su imagen, en el penúltimo capítulo de la serie, sentado en la oscuridad de su despacho ante la pantalla iluminada y en blanco de su ordenador, incapaz de teclear algo coherente y de encontrarle el más mínimo sentido a nada, me resultó desoladora, pero muy expresiva...

Sobre la Sentencia del Tribunal Constitucional y el Estatuto de Autonomía de Cataluña creo que está casi todo dicho. Jurídica y políticamente, así que a las bibliotecas y hemerotecas les remito. Personalmente, me ha llamado la atención sobremanera, la sobredosis de dignidad ofendida de algunos, genéricamente derivada a Cataluña, el pueblo catalán y los parlamentos catalán y español, a causa de la sentencia. No creo que la dignidad de los catalanes ni de Cataluña quede menoscabada por una sentencia. Es sólo eso, una sentencia, y como tal, algo que pone fin a una controversia,  y punto. Ahora toca repensar todo el asunto con mente clara y corazón frío. Lo pienso y lo digo como demócrata y como ciudadano español, como amigo y como admirador de Cataluña y de los catalanes.

No creo que tengan mayor importancia, pero me gustaría dejar brevísima constancia de algunas reflexiones personales al respecto: Primera, la desvergüenza e irresponsabilidad del Partido Popular, presentando su recurso sobre la práctica totalidad del articulado del Estatuto de Autonomía de Cataluña, como si de enmiendas y correcciones ortográficas se tratara, mientras que esos mismos artículos, idénticos literalmente en otros Estatutos autonómicos, no han merecido crítica ni recurso alguno; es algo que dice muy poco en favor de sus dirigentes. Segunda, tres años para dilucidar y llegar al convencimiento de que lo que se expresa en el preámbulo de una ley carece de valor jurídico, me parece excesivo en un Tribunal Constitucional. Tercera, que el acuerdo sobre la inconstitucionalidad de catorce preceptos del Estatuto se haya tomado prácticamente por unanimidad del Tribunal, dice bastante poco, y bastante mal, de los servicios jurídicos de los gobiernos y de los parlamentos catalán y español. Cuarta, que si un precepto del Estatuto, o de cualquier otra ley, no es inconstitucional, es que es constitucional, ¡de cajón!, por más que el Tribunal Constitucional advierta de interpretaciones posibles sobre situaciones, improbables, que aún no se han dado. Quinta, que por fin se haya aclarado de una vez por todas que no hay más sujeto soberano que el pueblo español en su conjunto es de Perogrullo, pero en buena hora sea. Sexta, que cada vez está más claro que la Constitución de 1978 necesita no sólo una "puesta a punto", sino una profunda reformulación en clave federal que permita plasmar jurídica y políticamente la existencia de una España "nación de naciones": la frase es del historiador y profesor mio en la UNED, Javier Tusell, que no creo que fuera, precisamente, un nacionalista furibundo o un izquierdista vende-patrias. Séptima, que esa reforma la lidera lo que queda de izquierda pensante en este país, -poca, la verdad-, y lo que queda de espíritu progresista en la sociedad española, -más de lo que se imagina la derecha cavernícola que aspira a gobernarnos-, o no la hace nadie. Y octava y última, que ya no se si decir que, por desgracia, o por suerte, -aunque pienso que con toda razón-, a la mayoría de nuestros conciudadanos la política de confrontación actual entre unos y otros, y la clase política en su conjunto, por decirlo con toda suavidad, se la suda, así que, o espabilan,o la próxima vez van a ir a votar los candidatos y sus familiares más cercanos en grado de consanguinidad...

Para resaca de la buena, la victoria de la Selección Española de Fútbol en el reciente campeonato del mundo celebrado en Sudáfrica. Soy incapaz de ver un partido completo, de mi equipo de toda la vida, el Barcelona F.C., o de la Selección Española. ¡Me pueden los nervios, se me dispara la taquicardia, y me arranco las uñas a mordiscos!... Sólo enciendo la televisión cuando vamos ganando y faltan, a lo sumo, dos minutos para el final. Luego, eso sí, lloro a moco tendido viendo la alegría de esos jóvenes que no saben de banderías ni sectarismos, que juegan por lo que juegan, por dinero, claro, pero también por jugar, que es lo principal, por divertirse, por divertirnos y por alegrarnos, por hacernos felices durante unos efímeros momentos que ya nadie podrá quitarnos... Y por poder oír a mi nieto de tres años gritar delante del televisor ¡eepaña, eepaña, eepaña!, como si le fuera la vida en ello... Gracias de todo corazón por ofrecernos esos momentos de alegría compartida con tantos millones de aficionados y de españoles... 

De todo lo que se ha escrito sobre el partido me quedo, sin duda alguna, con el artículo de ese mismo domingo, horas antes de jugarse, que el escritor Javier Marías publicaba en el diario El País. Se titulaba "Hoy es solo hoy", y era una auténtica delicia, una premonición de lo que horas más tarde iba a producirse. Merece la pena que lo lean y lo disfruten, de verdad. Lo reproduzco más adelante. No dejen de visitar la sección de vídeos, con un adelanto de "Tremé" y de las mejores jugadas del Holanda-España en Sudáfrica. Les deseo la mayor felicidad del mundo. Tamaragua, amigos. HArendt








Cartel publicitario de Tramé





"HOY ES SÓLO HOY", por Javier Marías
 EL PAÍS  -  Deportes - 11-07-2010


La situación es tan insólita que ni siquiera sabemos bien cómo vivirla. Hace doce años, cuando el Real Madrid podía conquistar su séptima Copa de Europa, escribí aquí un artículo titulado "Hoy no sólo hoy", en el que decía que también era cada uno de los lejanos días de infancia en que mi equipo favorito había disputado el mismo título, con Di Stéfano, Zárraga, Puskas, Gento o Velásquez. Hoy, en cambio, no puede ser más que hoy, porque España jamás había aspirado a una Copa del Mundo, ni siquiera a una semifinal. Carecemos de referencias y, en contra de lo que es frecuente en el fútbol, no podemos apoyarnos en ninguna situación pasada que ni remotamente se le asemeje. Nuestros rivales sí, pues su inolvidable selección de 1974, con Cruyff a la cabeza, perdió inmerecidamente la Final de aquel año ante el anfitrión, Alemania, y, ya sin Cruyff, en 1978, volvió a perderla ante otro anfitrión, Argentina, y ante la dictadura militar de aquel país, que tanto manipuló su Mundial. Por eso se viene insistiendo en que el fútbol tiene una deuda con Holanda, que hoy por fin se saldará.

Lo lamento, pero no creo que vaya a ser esta la ocasión, precisamente por una cuestión de justicia: no sería justo que aquellos extraordinarios Cruyff, Neeskens, Rep, Rensenbrink, sigan si su título por toda la eternidad -así será en todo caso- y en cambio lo posean quienes no son sus herederos en el juego, aunque sí lo sean en la camiseta. Más herederos de su concepción del fútbol veo a sus rivales de hoy: Xavi, Iniesta, Villa, Ramos, Puyol, Piqué, Alonso, Casillas y demás. Si bien, desde mi memoria, éstos lo sean todavía más de otro equipo latino no lo suficientemente apreciado: la Italia de 1982, la de Paolo Rossi y Tardelli, que, si no dominaban el juego como la España actual, sí eran capaces de pasarse el balón cerca o dentro del área con las mismas precisión y fatalidad para el contrario. Ya lo ven: hay que buscar referencias ajenas porque no vislumbramos ninguna propia.

Quienes desdeñan el fútbol y lo ven como cosa de "hordas" no parecen haberse parado mucho a pensar en la alegría o tristeza desinteresadas que provoca en millones de personas a la vez. Que un equipo gane o pierda no nos va a cambiar a ninguno la vida: al que le vaya mal le seguirá yendo mal y el que sea feliz no verá mermada por una derrota su felicidad esencial. Nadie será más rico ni más pobre por eso, nadie saldrá del paro ni ingresará en él. Y sin embargo, en qué pocas ocasiones salta la gente de júbilo al mismo tiempo, o baja la cabeza con melancolía y dignidad. El efecto de la victoria o de la derrota no es duradero, digamos que se desvanece a las cuarenta y ocho horas. Más o menos como el efecto que nos produce la visión de una gran película, o la lectura de una deslumbrante novela, o escuchar una música sobrecogedora, o la contemplación de un cuadro turbador. Tampoco en el arte nos va ni nos viene, respecto a nuestra vida personal. Abrimos la cubierta de un libro, se apagan las luces de un teatro o de un cine, y sabemos que aquello no nos atañe de veras, que nos prestamos a una conversación. La emoción que experimentamos es también desinteresada, y la exultación o la desolación que sentimos a su término son sólo simbólicas, vicarias y artificiales, pero a veces más punzantes que las de la vida real. No podemos desdeñarlas.

Hoy nos espera lo uno o lo otro, exultación o desolación. Tengo para mí que será lo primero. Precisamente por carecer de referencias pasadas, España llega a esta Final con la confianza de los inocentes, que además de "libres de culpa", significa "que desconocen una cosa". Desconocemos esa alegría máxima e incluso su posibilidad, luego no podremos echarla de menos ni comparar con "aquella otra vez". También hay algo inocente en nuestros jugadores y en nuestro seleccionador: de hecho, Del Bosque resulta conmovedor en su honradez, en su modestia y en su educación. Él es el primero en saber que hoy es sólo hoy, que nunca ha habido un antes y que la alegría está intacta y nueva, todavía por estrenar.





 Javier Marias




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Entrada núm. 1310 -
http://harendt.blogspot.com
 
"Pues, tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
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